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salud, y confiando en sus fuerzas, olvida las raíces físicas de su existencia, cuando ningún obstáculo
se interpone entre sus proyectos y el mundo. En efecto, en la vida cotidiana el cuerpo se vuelve
invisible, dócil; su densidad se difumina en la ritualidad social y en la incansable repetición de
situaciones. El hecho de que el cuerpo escape a la atención del individuo condujo a René Leriche
a definir la salud como «la vida en el silencio de los órganos». Georges Canguilhem añade que es
un estado de «inconsciencia en que el sujeto pertenece a su cuerpo.
El dolor, por el contrario, es vivido como algo del todo extraño, pues rompe la trama de las
costumbres.
Una dualidad insuperable e intolerable lo encierra en una carne rebelde que le impone un
sufrimiento cuyo continente es él
el dolor no se contenta con alterar la relación del hombre con su cuerpo, se expande más allá,
anticipa los gestos, atraviesa los pensamientos: contamina la totalidad de la relación con el
mundo
El dolor crónico es un
largo y penoso obstáculo para la existencia. Registra intensidades
variables que van desde la intermitencia que
provoca penosos efectos que alteran el pleno desarrollo
de la vida cotidiana, hasta la continuidad dolorosa de
un padecimiento que paraliza la mayor parte de actividades
sin el consuelo de una pronta salida. En la actualidad,
curando enfermedades que en otro tiempo habrían
desembocadoeri la muerte, y tomando bajo control
exclusivo la fase terminal de la vida, la medicina ha
contribuido a hacer in~vitables los dolores más o menos
agudos y duraderos que solían desaparecer con la
muerte o que no tenían tiempo de desarrollarse a causa
de defunciones más precoces. El aumento de la longevidad,
unido a condiciones más favorables de existencia
en nuestras sociedades occidentales, ha, coadyuvado
al aumento de los dolores correspondientes a las
enfermedades crónicas o a las secuelas del envejecimiento.
El dolor sitúa al individuo fuera del mundo, lo
aparta de sus actividades, hasta de las que más le agradan.
Al perder la elemental confianza en su cuerpo, el
individuo pierde también la confianza en sí mismo y en
el mundo, su propia carne se transforma en solapada e
implacable enemiga con vida propia.
El dolor agudiza
el sentimiento de soledad, fuerza al individuo a establecer
una relación privilegiada con su pena. El hombre
que sufre se retira en sí mismo y se aleja de los otros. La
impresión de que nadie lo comprende, de que su sufrimiento
es inaccesible a la compasión o al simple entendimiento
del prójimo, contribuye a acentuar esta tendencia.
El dolor es una experiencia forzosa y violenta de
los límites de la condición humana, inaugura un modo
de vida, un encarcelamiento dentro de sí que apenas da
tregua.
perturba la percepción del tiempo e invade
los hechos del día
El dolor total señala el momento en que el individuo
ya no está unido al mundo más que por la irrupción
de su dolor; sus sensaciones o sentimientos están
inmersos en un sufrir que lo envuelve por completo.
El dolor total suele acompañar los últimos días
de vida de las personas afectadas de cáncer o sida
Dar una parte de sí para que el dolor se retire es
una manera simbólica de recortar el peso de muerte
que obstaculiza la vida
La sensación de dolor, parcialmente señalada en las
ciencias humanas, los testimonios literarios, y sobre
todo los de enfermos o heridos, es en primer lugar un
hecho íntimo y personal que escapa a toda medida, a
toda tentativa de aislarlo o describirlo, a toda voluntad
de informar a otro sobre su intensidad y su naturaleza.
El dolor es un fracaso del lenguaje.
Encerrado en la oscuridad de la carne, se reserva a
la deliberación intima del individuo. Lo absorbe en su
halo o lo devora como una fiera agazapada en su interior,
pero dejándolo impotente para hablar de esa intimidad
atormentadora. Incomunicable, no es el continente
cuya tangible geografía pudieran dibujar los
exploradores más audaces. Ante su amenaza, el rompimiento
de la unidad de la existencia provoca la fragmentación
del lenguaje. Suscita el grito, la queja, el gemido,
los lloros o el silencio, es decir, fallos en la palabra
y el pensamiento; quiebra la voz y la vuelve desconocida.
El dolor crea una distancia por cuanto sumerge en
un mundo inaccesible a todos los demás. Sufrir como el
otro no es suficiente para disipar el 'alejamiento y establecer
un destino común, porque el dolor aísla y retiene
a cada cual en sus garras
~uando el dolor sobreviene se quiebra la antigua
Identidad. Cuanto más aumenta, más fuerte es el grito, y
opone al caos orgánico una destrucción del lenguaje
quenda por el propio enfermo. El dolor asesina la palabra.
Las metáforas propuestas al médico o a quienes le
rodean, la riqueza adjetiva de las palabras procuran aislar
con pequeñas pinceladas los destellos de un dolor
cuya imagen es la insuficiencia del lenguaje. «Es como
si me pegaran cuchilladas» o «me dieran mordiscos».
Pero quien formula estas imágenes aproximativas no ha
recibido navajazos ni ha sido mordido por un perro.
Retoma el empleo de metáforas convertidas en tópicos
expresivos que acaban por organizar otra experiencia
informulable a su manera; recurso a menudo suficiente
para alertar al médico acerca del posible diagnóstico. El
impresionismo de las descripciones delimita un campo
patológico virtual.
La evaluación del dolor se basa esencialmente en las
declaraciones del paciente y en la intuición del médico
o los allegados.
El dolor no tiene la evidencia de la sangre derramada o
del miembro roto, exige una minuciosa observación o
la confianza en la palabra del enfermo. No se prueba, se
siente. En este sentido acusa un rasgo de la condición
humana que la inclusión en la sociedad se esfuerza por
negar: la soledad, o más bien la enfermedad en sí. Quebrado,
el hombre doliente suele padecer el drama de
que su dolor no se reconozca o su intensidad se ponga
en duda. Y no puede aportarse ninguna prueba de la
sinceridad de un suplicio subterráneo e invisible a la
mirada. Aunque el hombre afirme la intensidad de su
dolor, sabe por adelantado que nadie la puede sentir en
su lugar, o compartirla con él
Las palabras se disgregan para nombrar
una realidad inaprensible a pesar de sus angustias en los
repliegues de la carne. Para comprobar la intensidad del
dolor del otro es necesario convertirse en el otro. La
distancia entre cuerpos, la necesaria separación de las
identidades, hace imposible la penetración en la conciencia
dolorosa del otro, inserto en su enfermedad
igual que en su libertad y en su persona.
No hay duda de que el hombre nunca está tan
solo como cuando es presa del dolor.
Palabra tras palabra, el dolor resulta en parte tamizado.
¡Pero su virulen~ia está contenida en los 78
puntos del cuestionario? Al nombrarlo, el lenguaje
hace trampas al mundo. El dolor expresado nunca es
el dolor vivido
(Ante lo “psíquico” siempre hay algo inaprensible para el analista y para el paciente mismo,
algo que por la misma constitución del lenguaje queda en el misterio, pero que al intentar poner
en palabras puede ordenar, disminuir la angustia y el dolor, sólo si el sujeto lo permite.)
https://www.topia.com.ar/editorial/libros/experiencias-del-dolor
https://www.pagina12.com.ar/25973-el-dolor-una-cuestion-de-sentido