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Quizás sea casualidad, pero no podemos descartar que se trate de una última guasa de
los italianos, que junto a polacos y españoles (era la época del adusto Presidente Aznar)
tanto batallaron por la inclusión de las raíces cristianas en el Preámbulo de la
Constitución europea. Sea por una u otra causa, lo cierto es que los líderes de los
veinticinco socios de la Unión hubieron de estampar su firma bajo la estatua imponente
de Inocencio X, como si hicieran eco al comentario tajante que Juan Pablo II había
dirigido al todavía Presidente de la Comisión Romano Prodi, apenas unas horas antes: el
cristianismo ha contribuido a la formación de la conciencia común de los pueblos
europeos, y ha ayudado enormemente a plasmar sus civilizaciones, y aunque los textos
oficiales no lo reconozcan, este es un dato innegable que nadie podrá olvidar.
El hecho es que la retórica fácil y los fastos de la jornada no pueden ocultar que Europa
se encuentra en una verdadera encrucijada. El debate sobre las raíces cristianas, como
bien advirtió el profesor judío J.H.H. Weiler, no es en absoluto una cuestión formal sino
sustancial. Se trata de saber qué cultura, que orientación sobre el significado del hombre
y del mundo, puede ser la matriz que alimente y dé vida a un proyecto de unidad
europea que sea algo más que un puro sindicato de intereses. Uno de los firmantes del
manifiesto Carta 77, el sociólogo checo Vaclav Belohradsky, escribió en 1980 que
"tradición europea significa no poder reducir la conciencia a un aparato anónimo como
la Ley o el Estado". El laico Belohradsky reconocía esta firmeza de la conciencia como
"una herencia de la tradición griega, cristiana y burguesa", y advertía que hoy está
amenazada. Anticipándose al drama silencioso del que casi nadie quiere hablar, este
hombre conocedor del totalitarismo nos advertía a los presuntuosos occidentales que "es
muy fácil llegar a imaginar instituciones organizadas tan perfectamente que impongan
como legítima cualquiera de sus acciones, basta con disponer de una organización
eficiente para legitimar cualquier cosa". ¿No es eso lo que sucede en estos momentos en
Europa, en campos como la bioética o la libertad religiosa?