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El reloj en hora

Por José Luis Restán


El Presidente Rodríguez Zapatero ha dicho, en una larga entrevista en El País, que su
gobierno no tiene ningún problema con la Iglesia: que respeta a esta institución, y que se
limita a impulsar leyes que responden a las demandas de la sociedad. Pero Zapatero
aprovechó la coyuntura para dar la vuelta a la pregunta, y añadir que con quien sí puede
tener algún problema la Iglesia es con la sociedad, dado que su mensaje y sus valores no
estarían acompasados con el momento histórico. Y concluyó, lapidario, que si la Iglesia
no quiere poner su reloj en hora, será su responsabilidad.

La larga cambiada de Zapatero tiene su miga. Por un lado, despeja el problema de sus
relaciones con la Iglesia reduciendo ésta a la Conferencia Episcopal, como si no
existiera una realidad social cristiana que su gobierno maltrata y margina
sistemáticamente. Según parece, Zapatero no reconoce a los católicos un estatuto de
ciudadanía que los convierta en protagonistas y, por tanto, en interlocutores atendibles
de su acción de gobierno. Por otra parte, su política está muy lejos de ser un puro reflejo
de "lo que la sociedad demanda". Muy al contrario, este gobierno tan inclinado a la
pedagogía tiene un diseño previo de cómo debe ser y pensar la sociedad española, y está
dispuesto a utilizar todos los instrumentos del poder (las leyes, la escuela y los medios
de comunicación públicos) para conseguirlo.

En todo caso no puede negarse que hay profundas diferencias entre las propuestas de la
Iglesia y la mentalidad de amplios sectores de la sociedad española, y ese es un desafío
de mucho mayor alcance y calado para la Iglesia, que el que puede representar el
laicismo de Zapatero. La Iglesia existe para dirigirse al drama del hombre en cada
tiempo y lugar, para ofrecerle la respuesta de Cristo a sus interrogantes y deseos más
profundos. Es cierto que son legión los que han abandonado la tradición cristiana y
viven con aparente tranquilidad "como si Dios no existiera", pero eso no ha hecho
menos urgente su necesidad de respuestas, y sería triste que la Iglesia no tuviera otras
que las que pueden encontrarse en cualquier talk-show de éxito. Y es que el tempo de la
Iglesia no viene marcado por la última encuesta del CIS, sino por el vacío de sentido
que experimentan los jóvenes, por la incapacidad de vivir compromisos duraderos, por
la falta general de esperanza, por el nihilismo que asola las artes y las letras, por la
ausencia de una educación a la altura del corazón del hombre.

Desde luego, siempre conviene tener el reloj en hora, pero ¿con respecto a quién? La
Iglesia ha visto desfilar ya muchos imperios, muchas modas intelectuales, muchos
consensos sociales... y se habría vuelto loca cambiando las agujas en cada momento
histórico. Esto no significa inercia o inmovilismo, al contrario; la Iglesia debe recorrer
el camino del hombre, como explica genialmente Juan Pablo II en la encíclica
Redemptor Hóminis, y eso significa hacer las cuentas con cada circunstancia histórica,
arraigar la fe en cada contexto cultural, responder a los desafíos del presente. El
Zapatero relojero nos invita a caer en aquello que ya San Pablo advertía a los romanos:
"no os ajustéis a este mundo". Ya se sabe, del enemigo el consejo. Pero tampoco sería
buen camino pensar que "aquí no pasa nada", que basta con seguir al tran-tran y
aguantar el chaparrón hasta que cambie el gobierno.

Poner en hora el reloj significa salir al encuentro de ese hombre a la vez presuntuoso y
desesperado que puebla nuestras ciudades, que piensa estar de vuelta del cristianismo
pero desconoce casi todo de él. Salir a su encuentro sin hacerle ascos, con el abrazo
incondicional e inesperado de Cristo, un abrazo que es de otro mundo... aunque está en
el mundo desde hace más de veinte siglos.

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