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Tema 2

Historia y elementos de política

Videos de inducción
La Escuela de Annales: https://www.youtube.com/watch?v=2LfY_RrSWXA

Ideas previas
• ¿Qué balance puedes mencionar sobre el desarrollo peruano en el siglo XX?
Fundaméntalo
• En base a su desarrollo histórico ¿Qué coyunturas identificas desde 1900 hasta la
actualidad en el país?
• Considerarías que nuestro país ha pasado por un proceso altamente democrático.

Panorama peruano desde el siglo XX

Reconstrucción Nacional (1883-1899)

Tras las terribles consecuencias generadas por la guerra contra Chile, el Estado peruano asumió
dos tareas importantes: la reconstrucción del país y, fruto del análisis de los factores de la derrota,
el fortalecimiento de la nación peruana. Desde la dimensión política, este periodo comprende
dos etapas: el segundo militarismo (1883-1895) y el segundo gobierno de Nicolás de Piérola
(1895-1899).

Uno de los factores fundamentales para la crisis de posguerra durante el Segundo Militarismo
(1883-1895) radicaba en la terrible deuda externa que el país había generado en los años
anteriores al proceso bélico. Asimismo, la destrucción de gran parte del aparato productivo
generó una carencia de los capitales necesarios para iniciar de forma contundente la
reconstrucción del país. Ante este panorama de crisis y las acusaciones a los miembros del
Partido Civil y la oligarquía como causantes de la derrota de la guerra, los caudillos militares
asumieron la conducción del Estado.

La necesidad de reactivar la economía nacional generó un incremento de la dependencia


financiera con el capital británico, que ocupó diversos sectores económicos del país. Un factor
fundamental para la recuperación fue la diversificación económica. La crisis por la pérdida del
salitre y la caída del valor del guano fueron superadas gracias a las necesidades de diversas
materias primas de la Segunda Revolución Industrial. Productos como el arroz, azúcar, cobre,
petróleo, minerales metálicos, algodón, entre otros, van a tener una importante demanda que va
a favorecer el desarrollo económico del país. Esta necesidad va a permitir la reactivación del
sector agrícola y minero a través de un modelo exportador primario. Sin embargo, esta nueva
etapa en la cual ingresaba el país no fue aprovechada por las élites para reformar sistemas
laborales arcaicos que provenían desde épocas coloniales. Por ello, mientras, en algunos
sectores de la costa, diversas empresas extranjeras ya aplicaban métodos de trabajo
asalariados, en los diversos sectores de la sierra se mantuvo el tradicional régimen latifundista,
que aplicaba el yanaconaje para el desarrollo de las labores agrícolas.

Desde el aspecto social, las exportaciones dieron origen y se fortaleció una oligarquía
agroexportadora que logró recomponer su base económica, bajo la dependencia hacia el capital
extranjero, especialmente inglés. Otra característica de esta etapa serán los levantamientos
indígenas contra el Estado. Estos fueron motivados por los impuestos que se aplicaron con
motivo de subsanar diversos pasivos dejados por la guerra con Chile, especialmente el
denominado como contribución indígena. Sin embargo, como se dio en la Colonia y en décadas

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anteriores a la Prosperidad falaz, estos impuestos recaían sobre la mayoría de la población, la


de tipo indígena, y no sobre otros sectores.

Entre 1883 a 1885, el gobierno de Miguel Iglesias se caracterizó por dar inicio a la reconstrucción
del país. La reapertura de la universidad San Marcos, la reconstrucción de la Biblioteca Nacional,
la Escuela de Ingenieros fueron las medidas iniciales. Sin embargo, estas acciones se vieron
opacadas por la imposición de la contribución personal, que generó, en Áncash, la rebelión
campesina de Pedro Pablo Atusparia.

Asimismo, las rivalidades entre militares peruanos, que caracterizó a la guerra con Chile, no
cesaron. Por ello, las fuerzas de Iglesias se enfrentaron a las de Andrés A, Cáceres, que aun
continuaban liderando fuerzas de montoneros. El conflicto acabó con la deposición de Iglesias y
la toma del poder por parte de Cáceres. Tras ello, Cáceres organizó el Partido Constitucional.

El primer gobierno de Andrés Avelino Cáceres, entre 1886 a 1890, tuvo como principal punto de
análisis al contrato Grace (1889). La deuda externa del Perú motivó la presión extranjera y la
amenaza contra las exportaciones, lo cual obligó al gobierno a ceder para la firma de este
contrato. A través del mismo, se canceló la deuda externa, pero en su lugar el gobierno se
comprometía a entregar, en concesión, el que en ese momento se consideraba como el principal
recurso para el desarrollo nacional (los ferrocarriles) a los acreedores ingleses. Se debe tomar
en cuenta, que la construcción trenes iniciada por Castilla y la política ferroviaria de Balta nunca
lograron alcanzar sus principales objetivos. La construcción de trenes nunca logró interconectar
al país y sus mercados de la forma deseada. Por ello, las críticas hechas a Cáceres, en ese
momento, por aceptar este contrato y entregar el país a los extranjeros, hoy en día son motivo
de diferente análisis debido a que el Estado no contaba con los medios para lograr dichos
objetivos.

El contrato implicaba la entrega de trenes, concesiones de tierras, beneficios tributarios, etc.;


ante ello, los acreedores crearon la Peruvian Corporation, empresa cuya función principal sería
administrar los bienes ingleses. Asimismo, se promovió la inversión de capitales extranjeros
como la London Pacific Petroleum Company, que dio inicio a la explotación de los yacimientos
de La Brea y Pariñas en Paita. Además, se fundó el Banco Italiano.

El gobierno de Remigio Morales Bermúdez (1890-1894) se caracterizó por su postura en favor


del retorno de Cáceres para el siguiente periodo presidencial; por ello desarrolló una campaña
de represión contra los partidos opositores, especialmente los que simpatizaban con Piérola y el
Partido Demócrata. Asimismo, no se logró poner solución al plebiscito que decidiría la suerte de
Tacna y Arica, que según el Tratado de Ancón de 1883, se debía consultar a su población sobre
con qué país deseaban permanecer. Por el contrario, el gobierno chileno en su deseo que ganar
este plebiscito, dio inicio a la campaña de chilenización de estos territorios. Lo cual implicaba el
hostigamiento, represión, persecución y destierro a la población peruana. Además, fue culminada
la construcción del ferrocarril Central.

Tras la muerte de Morales Bermúdez, el vicepresidente Borgoño preparó el camino para la toma
de poder de Cáceres, quien como candidato único tomo el poder. Así iniciaba el segundo
gobierno de Cáceres (1894-1895). Sin embargo, esto fue cuestionado por la oposición liderada
por Nicolás de Piérola (Partido Demócrata), quien lideró la Coalición Nacional, integrada también
por el Partido civil y la Unión Cívica. De esta manera, estalló una guerra civil que se inció con
fuertes conflictos en Arequipa, Cusco y Puno. A su llegada a Lima, la cantidad de muertos y la
prensa en contra de Cáceres dieron inicio a las conversaciones y su renuncia a la presidencia.
Tras ello, por una gran mayoría, Piérola fue elegido presidente del Perú.

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Este segundo gobierno de Nicolás de Piérola (1895-1899) se caracterizó por fortalecer el proceso
de reconstrucción y buscar modernizar el Estado, a través del fortalecimiento de las instituciones
públicas; asimismo, destaca el protagonismo de partidos políticos de élites con propuestas
pragmáticas. La prensa generada en contra de los gobiernos militares permitió un retiro del
caudillismo militar de la escena política y desactivar a las montoneras que apoyaron a Piérola
contra Cáceres.

Durante este gobierno de Piérola destaca la adopción de la Libra Peruana de Oro como unidad
monetaria, esta medida permitió dejar de lado las monedas adulteradas, los billetes devaluados
de la época de guerra, la plata ya venía perdiendo valor a nivel internacional, y dar un nuevo
inicio al desarrollo monetario del país. Por ello, esta nueva coyuntura económica alentó a
empresas extranjeras a invertir en el país, las cuales aplicaron sistemas fabriles, que fueron la
base para la formación de organizaciones obreras. Asimismo, se incrementó bancos en el país:
el Banco del Perú y Londres, el Banco Internacional del Perú, el Banco Popular del Perú. Se
formaron Compañías de Seguros, como la Compañía Internacional de Seguros y la Compañía
de Seguros del Rímac. .

Otro punto de gran importancia fue la reforma tributaria que buscaba mejorar los métodos de
recaudación de fondos para el Estado. Se creó la Compañía Recaudadora de Impuestos y se
suprimió la contribución indígena, pero se estableció el estanco de la sal cuyo objetivo fue reunir
fondos para la recuperación de Tacna y Arica, lo cual generó una fuerte sublevación en
Ayacucho. Asimismo, se produjo el boom del caucho en la selva de Putumayo, Pucallpa, Madre
de Dios. Las ambiciones generadas por este recurso dejo graves estragos en la población nativa
amazónica que fue maltratada, burlada y en diversas ocasiones esclavizada por las compañías
en este sector.

En el plano político, destaca la reforma electoral de 1895 que estableció el voto directo y solo a
alfabetos. Fue una de las medidas más antidemocráticas aplicadas en el contexto republicano.
Bajo la premisa de que solo los grupos cultos debían conducir el desarrollo del Estado, se aplicó
esta medida de carácter excluyente que privó de la ciudadanía a la mayoría de la población del
país: medida que abarcó gran parte del siglo XX y fue eliminada recién en 1980. Esta disposición,
como apuntó Gabriela Chiaramonti, significó la exclusión étnica de la ciudadanía, al lograr la
marginación de la población indígena analfabeta; por entonces, la porción mayoritaria del país.
Pero también quedaron fuera de las contiendas electorales apreciables porcentajes de artesanos
y otras profesiones urbanas ejercidas por mestizos y afrodescendientes que carecían de
educación. El nuevo escenario del sufragio quedó definido por la conformación de un mercado
electoral muy estrecho.

Una medida peculiar fue la llegada de la misión francesa liderada por Pablo Clement para
profesionalizar el ejército. Las fuerzas armadas del país seguían aplicando métodos de carácter
informal en mucho de sus órganos y el nuevo régimen laboral que se extendía por el país
demandaba de fuerzas armadas preparadas para los nuevos contextos. Una de sus medidas
aplicadas fue la reforma del sistema de ascensos y méritos, de ello que los ascensos los dirigía
el ejército, excepto en el caso de los altos mandos que pasan a manos del Congreso. Esta
medida permitió reducir los golpes de Estado de altos mandos militares durante el siglo XX.
Asimismo, se creó la escuela militar de Chorrillos, el servicio militar obligatorio, el primer Código
de Justicia Militar.

La República Aristocrática (1895 – 1919)

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Fue el periodo nacional donde retorno al liderazgo del Partido civil. El nombre, sugerido por Jorge
Basadre, indica que el poder estuvo monopolizado por las élites, que limitaban la participación
política a los sectores populares.

En lo político, el gobierno civilista, denominado como Segundo Civilismo, estuvo basado en la


concentración del poder en la élite costeña (oligarquía terrateniente, en especial de la costa norte
y central, empresarios y grandes comerciantes). Buscaba el desarrollo de un Estado austero con
una mínima burocracia. El acuerdo entre los civilistas, demócratas y constitucionalistas permitió
una relativa estabilidad política. Este modelo permitió el fortalecimiento del gamonalismo en la
sierra, especialmente donde no se aplicaba agricultura para exportación. En lo económico, se
aplicaron medidas liberales que permitieron el fomento de la inversión privada extranjera en
nuestro país, que favoreció la modernización. Esta medida provocó un mayor protagonismo del
capital extranjero en el país. Para la captación de mano de obra para minas y haciendas, se
conformaron enclaves (centros de explotación de materias primas). Durante la República
Aristocrática se produjo el auge de las haciendas (producción agrícola de exportación) y
latifundios (producción agrícola bajo métodos tradicionales para autoconsumo) en el siglo XX.

En el aspecto social, el incremento de las propiedades de haciendas y latifundios incrementó el


desarrollo de los movimientos sociales compuestos por campesinos. Los enclaves mineros y las
haciendas hicieron uso varias modalidades de trabajo para captar mano de obra barata donde
destacan el enganche, que fue el más requerido, que a través de un contrato por un bajo sueldo
generó medidas de explotación logrando la proletarización del indio, en los latifundios de la sierra,
pervivió formas de trabajo precapitalista (serviles no asalaridos) como el yanaconaje (trabajo
agrícola) y el pongaje (trabajo doméstico). En el sector cauchero, se establecieron las
habilitaciones (adelantos de pagos que no cubrían necesidades) y las correrías (exclavitud a
nativos).

Este periodo denominado República Aristocrática se inició con el gobierno de Eduardo López de
Romaña (1899 - 1903), en él se estimuló la inversión norteamericana en minería con la Cerro de
Pasco Minning Company. Asimismo, se promulgaron los códigos de minería, comercio y aguas.
Esta medida es peculiar porque dio paso al registro de propiedades y con ello al desalojo de las
comunidades campesinas de terrenos, que habían ocupado por varias décadas, pero que no
poseían respaldo documentario de parte del Estado. Este proceso, denominado Despojo de
tierras, permitió que los propietarios hacendados y gamonales incrementen su dominio de
propiedades. En especial, la oligarquía terrateniente lo aprovechó para incrementar la agro
exportación.

Entre 1904 a 1908, la presidencia recayó en José Pardo y Barreda. En su gobierno se estableció
uno de los principales procesos de reforma del sistema educativo: se estableció la educación
primaria gratuita, la reglamentación para el acceso femenino a las universidades, la formación
de la Escuela Normal; asimismo, la creación de escuelas en diversas ciudades y centros rurales
con la movilización de inversión en materiales y mobiliario, apoyo de las comunidades para la
implementación de instalaciones educativas, asignación de presupuesto para el pago de
profesores, entre otras. A la fecha es considerada como la mayor iniciativa estatal de apoyo a la
educación básica de la historia. Esta medida buscaba educar a los grupos indígenas e insertarlos
en el sistema de desarrollo estatal, sin embargo, pronto se demostró particularidades en el
sistema como el tiempo de preparación de los normalistas y el hecho que una mejor educación
generaba personas con cualidades en los estudiantes que podían reclamar ciudadanía. Estos
elementos hicieron que pasado el medio siglo se reduzca el apoyo a la educación básica. Por
otro lado, en 1905, se inició la primera huelga por ocho horas de trabajo liderada por el sindicato
de panaderos Estrella del Perú.

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De 1908 a 1912, destaca la presidencia de Augusto B. Leguía, quien cuestionó a su partido, el


Civil, y promovió una política de empréstitos. Se aprobó la Ley de Accidentes de Trabajo, que
indemnizaba a los obreros afectados en centros laborales. Este gobernante es conocido por las
grandes cesiones territoriales de la historia del país, en este primer gobierno se produjeron
perdidas territoriales con la firma de tratados fronterizos con Bolivia, llamado Polo-Bustamante,
y con Brasil, llamado Velarde-Río Branco.

A Leguía le sucedió en gobierno de Guillermo Billinghurst (1912-1914). Él, a pesar de ser


miembro de la élite, logró llegar al poder con el Partido Demócrata y con los votos de la clase
media y los obreros, para ello aplicó una serie de promesas de tipo populista. Esto demuestra
que de lento modo aumentaba el número de votantes de las clase bajas (están prohibido el voto
analfabeto) y denota el inicio de nuevas prácticas políticas donde las élites políticas van a
necesitar cada vez más de las clases bajas para asegurar un triunfo electoral. Por sus promesas
electorales fue conocido como el Gobierno del Pan Grande. Asimismo, ya en el poder, estableció
la Ley de las 8 horas de trabajo para los obreros del muelle Dársena del Callao y el reglamento
de huelgas. Esta medida preocupó a la oligarquía que temía un incremento de los derechos
laborales y que se vieran afectados sus intereses. Por ello, los civilistas promovieron el golpe de
Estado al mando del militar Óscar R. Benavides.

Durante el gobierno de Óscar R. Benavides (1914 - 1915) se produjo el estallido de la Primera


Guerra mundial. Esto produjo un efecto en el aumento de las exportaciones de materias primas.
Por otro lado, en el orden interno, la empresa norteamericana denominada Internacional
Petroleum Company (IPC) asumió el control de la Brea y Pariñas. Esta empresa inició una
explotación de hidrocarburos en nuestro país que recibió diversas denuncias en el siglo XX por
evasión de impuestos.

El segundo gobierno de José Pardo y Barreda (1915-1919) se caracterizó por afrontar el fin de
la Gran Guerra, lo cual redujo el volumen de exportaciones, generó una crisis económica y una
mayor ola de movimientos sociales, que terminó con la aprobación de la Ley general de ocho
horas laborales.

En el periodo analizado, una de sus principales características ha sido el desarrollo de los


movimientos y rebeliones indígenas (1885-1930). En aquellos años, los campesinos indígenas
seguían constituyendo la mayoría de la población. Sin embargo, el Estado era indiferente a sus
demandas como el reconocimiento de las tierras comunales, ante la usurpación por parte de
hacendados y gamonales, la carencia de derechos, problemas de abastecimiento de agua y el
castigo por parte de autoridades locales y gamonales. Este descontento se expresó en revueltas
localizadas especialmente en la sierra sur. Por ejemplo, la Rebelión de Rumi Maki en Puno contra
los hacendados laneros. Asimismo, otro motivo para estos levantamientos fueron las
modalidades de explotación en los enclaves. Destacan el enganche, mecanismo de contratación
y endeudamiento usado en los enclaves minero y agrícola, el yanaconaje, trabajo servil que
realizaban los indígenas en latifundios de los gamonales a cambio de una parcela, las
habilitaciones, forma de trabajo que se impuso a las etnias amazónicas para obligarlas a extraer
el caucho, las correrías, persecuciones de nativos amazónicos que terminaban siendo
esclavizados en las zonas caucheras.

Otro proceso que caracterizó a este periodo fueron los primeros avances de la lucha obrera.
Desde fines del siglo XIX, la llegada de empresas modernas provocó que empezaran a formarse
los primeros sindicatos bajo el influjo del pensamiento anarcosindicalista. Estos se formaron,
principalmente, en los sectores con mayor número de trabajadores: textil y portuario. Sus
protestas se centraron en la mejora de las condiciones laborales. Entre sus principales logros
destacan en 1896, la huelga exigiendo la reducción de la jornada laboral y aumento de salarios
(Vitarte). En 1904, la primera huelga por las ocho horas de trabajo. En 1911, se produjo la alianza

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con los intelectuales, se publicó el diario La Protesta, prensa obrera más importante cuyo editor
fue Manuel Gonzales Prada. En 1919, se promulgó la Ley general de ocho horas de trabajo que
consolidó la primera etapa de lucha obrera.

El Oncenio (1919-1930)

Es como se denomina al segundo gobierno de Augusto B. Leguía, quien instauró un régimen


autoritario que denominó Patria Nueva; pues buscaba distinguirse del régimen civilista. Su
principal objetivo era el progreso a través de la modernización material, modernizar la economía
capitalista y promover el pensamiento de tipo anglosajón. En lo político, logró deponer, por golpe
de Estado con ayuda de Cáceres, al presidente José Pardo, y convocó a una Asamblea Nacional
que redactó la Constitución de 1920, la cual estableció la reelección presidencial. Este gobierno
con sus medidas dictatoriales desplazó al civilismo del poder provocando una modernización de
la política nacional al afectar a los partidos de élites.

En el aspecto económico, se incrementaron los empréstitos y las inversiones norteamericanas.


De esta forma, tras la Gran Guerra, se produjo el desplazamiento del capital británico de la
economía del país por el norteameticano. Entre las medidas de carácter entreguista se
encuentran la ampliación del Contrato de Grace, por 99 años a favor de la Peruvian Corporation,
y la firma del Laudo de París, que estableció la exoneración tributaria a la IPC. Asimismo, el
gobierno creó el Banco de Reserva para canalizar los empréstitos, que incrementó en gran
medida la corrupción. Lo cual se elevó también por la construcción de diversas obras con motivo
del Centenario de la Independencia (1921) y de la batalla de Ayacucho (1924).

En el aspecto social, en sus primeros años el gobierno contó con el apoyo popular al legalizar a
las comunidades indígenas, lo cual le reconocía ciertos derechos. Sin embargo, esta imagen se
vio afectada cuando se aprobó la ley de Conscripción vial de 1920, denominada “mita
republicana”, que obligó a los indígenas a trabajar gratis construyendo carreteras. Se promovió
la modernización urbana y vial.

Asimismo, en este gobierno el produjo el nacimiento de los partidos políticos de masas. Destacan
el Partido Aprista, fundado por Víctor Raúl Haya y su obra El antiimperialismo y el APRA. Él
propone una lucha contra el imperialismo de EE. UU., dirigida por las clases medias para
establecer un Estado capitalista nacional. Además, plantea una reforma agraria de tipo moderada
y nacionalista. Por otro lado, destaca el Partido Socialista, fundado por José Carlos Mariátegui y
su obra Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, que propone una revolución
social dirigida por obreros y campesinos para instaurar un Estado socialista. Asimismo, fundó el
Partido Socialista (1928) y la CGTP (1929). Destaca su posición marxista para analizar la realidad
peruana y la dirección de la revista Amauta.

Otra característica de este gobierno son las cesiones territoriales. Con Colombia, se cerró el
problema fronterizo de la selva norte, en disputa desde fines del siglo XIX, con la firma del tratado
Salomón-Lozano, en 1922, que cedió el Trapecio Amazónico y el gran territorio entre los ríos
Putumayo y Caquetá. Con Chile, tras el fracaso del plebiscito, se anexó a perpetuidad Arica, y
Perú recuperó Tacna a través del Tratado Rada Gamio-Figueroa Larraín, también conocido como
Tratado de Lima, de 1929.

A fines de la década del veinte, el régimen de Patria Nueva entró en una crisis causada por el
Crack de 1929. Esto puso en evidencia un clima de inestabilidad política y social por diversos
sectores opositores al régimen. En este contexto, los partidos de masas (PAP y PCP) tomaron
gran popularidad con fuerte posibilidad de tomar el poder. Ante esto, las elites oligárquicas,
apoyaron el golpe de Estado liderado por Luis M. Sánchez Cerro, lo cual dio inicio al Tercer
Militarismo.

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El Tercer militarismo (1930-1939)

El gobierno de Luis M. Sánchez Cerro (1931-1933) se incio tras el golpe de Estado contra
Leguía. Sánchez presidió la Junta de Gobierno y derogó las leyes impopulares del Oncenio, la
Ley de conscripción vial, y creó el Tribunal de Sanción Nacional para juzgar los casos de
corrupción. A los pocos meses, renunció por la inestabilidad política del país y se instaló una
Junta Nacional de Gobierno presidida por David Samanez Ocampo, quien creó el Jurado
Nacional de Elecciones (JNE). Esta Junta organizó las elecciones en 1931, donde resultó
vencedor Sánchez Cerro (Unión Revolucionaria), seguido por Víctor Raúl Haya de la Torre
(PAP), quien cuestionó los resultados.

En el aspecto político-social, se estableció la Ley de emergencia, ley represiva que limitó los
derechos de la población y permitió las persecuciones contra la oposición. Esto motivó rebeliones
en diversos sectores, donde destacó la rebelión de las haciendas azucareras de Trujillo, con
participación aprista y duramente reprimida en 1932. Asimismo, se promulgó la Constitución de
193. Esta carta magna se caracteriza por limitar derechos en favor de las élites, que fijó en seis
años el periodo presidencial, prohibió la reelección inmediata del presidente, implementó la
libertad de culto y estuvo en contra de los partidos políticos de origen extranjero, lo que puso en
la ilegalidad a los partidos comunista y aprista.

En lo económico, la misión Kemmerer (EE. UU.) propuso reformas para superar los efectos de
la Gran Depresión. Entre ellas destacó la creación del Banco Central de Reserva del Perú BCRP.
Sin embargo, fue la exportación diversificada lo que motivo la recuperación de las exportaciones.

En lo internacional, se produjo el incidente de Leticia (región cauchera) contra Colombia. En este


contexto, fue asesinado Sánchez y el Congreso nombró a Oscar R. Benavides para completar el
periodo.

El segundo gobierno de Oscar R. Benavides (1933-1939) estableció su gobierno bajo el lema


“Orden, paz y trabajo”, que buscaba disfrazar su carácter dictatorial. Dio una ley de amnistía para
apristas y comunistas que fracasó y se anularon las elecciones de 1936, donde había triunfado
Luis A. Eguiguren, con apoyo aprista. El Congreso decidió ampliar el mandato de Benavides por
tres años más y con amplias facultades legislativas. En estas décadas no existía segunda vuelta
electoral, ante posibles controversias era el Congreso quien definía los desenlaces electorales.

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo económico se caracterizó por el


aumento del volumen de las exportaciones primarias. Asimismo, se inició la construcción de la
carretera Central y se extendió la Panamericana. En lo social, el gobierno aplicó medidas como
la creación de barrios obreros y comedores populares, entre otros, para brindar trabajo y reducir
los descontentos sociales con respecto al régimen dictatorial.

En el aspecto internacional, se solucionó el problema con Colombia a través de la ratificación de


la firma del tratado Salomón-Lozano en 1934. A fines del gobierno, estalló la Segunda Guerra
Mundial (1939).

La década de los cuarenta

Entre 1939 a 1948, los militares abandonaron el poder y los nuevos gobiernos de civiles dieron
inicio a un proceso de modernización económica denominado ISI (industrialización por
sustitución de importaciones). Se reorganizaron los movimientos sindicales y surgieron

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agrupaciones antioligárquicas: burguesías con miras a un desarrollo industrial ligadas al capital


extranjero. Destaca el primer gobierno de Manuel Prado Ugarteche (1939-1945), que estuvo
orientado a impulsar la industria con apoyo del capital norteamericano.

En lo económico, la Segunda Guerra Mundial aumentó las exportaciones de algodón, azúcar y


caucho. Se crearon corporaciones de desarrollo: la del Santa y del Amazonas. El incremento de
inversiones extranjeras y el crecimiento de la emergente burguesía industrial nacional permitió
la ampliación del mercado interno y expandir el trabajo asalariado a la población en el campo y
la ciudad. En lo político-social, se brindó condiciones de amnistía a comunistas, pero los apristas
permanecieron en la ilegalidad. Asimismo, como aliado de EE. UU., el régimen permitió el
establecimiento de la base militar el Pato (Talara), donde se secuestró a peruanos de origen
japonés (nissei). Se aplicó el primer Censo general del siglo XX en 1940, según éste la población
peruana era de 7’ 023, 111 habitantes. Este es considerado el primer censo moderno de nuestra
historia.

En lo internacional, en 1941 estalló la guerra con Ecuador, país que tenía planes de expansión
territorial para obtener una salida soberana al río Amazonas. Sin embargo, las tropas peruanas
tomaron la provincia de El Oro ecuatoriano. La intervención de EE. UU., en 1942, obligó a las
partes a la firma del Protocolo de paz, amistad y límites de Rio de Janeiro. Ecuador lo declaró
como inejecutable, lo que impidió que se concluya con la demarcación de la frontera en un sector
de la cordillera del Cóndor.

De 1945 a 1948, gobernó José Luis Bustamante y Rivero. El lideró el triunfo del Frente
Democrático Nacional, Fredena, que promovió un programa de reformas que incluía la inserción
de los obreros y la clase media en la política, y el impulso de la industria.

En lo económico–social, la posguerra generó la caída del valor de exportaciones. Se impulsó los


sectores primario e industrial, a través de la creación de la Empresa Petrolera Fiscal, se aumentó
la presión fiscal en la agroexportación. La aprobación de la Ley del yanaconaje propuso eliminar
el trabajo servil por un salario para los indígenas en las haciendas, aunque no logró mayores
resultados, y destacó la promulgación de la Ley de 200 millas marítimas.

En lo político, desde el Legislativo, los apristas buscaron controlar al Ejecutivo y realizar medidas
populistas (subsidios y aumento salarial), las que fueron limitadas por Bustamante ante la crisis.
El PAP se enfrentó al gobierno, siendo el punto más álgido la sublevación de los marinos del
Callao; por ello, este partido fue declarado ilegal. La oligarquía aprovechó la debilidad y los
conflictos internos del régimen para enfrentar la amenaza del PAP; por ello, desde el Congreso,
con ayuda de los militares, encabezados por Manuel A. Odría, dieron un golpe de Estado en
1948.

El Ochenio de Manuel Odría (1948-1956)

Con su denominada Revolución restauradora, asumió el mando e inició un programa que permitió
el retorno de la oligarquía al poder imponiendo su modelo primario exportador. Su lema Salud,
educación y trabajo, reflejó su política asistencialista y populista ligada a medidas dictatoriales.
En lo económico, estableció una política económica liberal, de acuerdo a lo señalado por la
misión Klein (EE. UU.). Esto impulsó el modelo primario exportador, sobre todo en la producción
algodonera y minera. El estallido de la Guerra de Corea incrementó las exportaciones y, por
ende, las divisas, que permitieron las obras asistencialistas del régimen.

En lo social, como resultado de la precaria industrialización, las relaciones campo-ciudad


sufrieron un cambio drástico. La crisis del latifundio incrementó la migración a las ciudades e
inició un crecimiento urbano informal (barriadas integradas por cholos), aumentó la mano de obra

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barata para un limitado sector industrial y el crecimiento de un comercio urbano informal. Así
surgió un grupo social, que reclamará una serie de derechos y, gradualmente, su inclusión en el
sistema de poder, este fenómeno social se denomina cholificación. El gobierno dictatorial buscó
aprovechar esta situación para obtener votantes de los sectores populares y aprobó medidas
como la construcción de grandes unidades escolares y el hospital del Empleado, la creación del
seguro social de empleado, la aprobación del derecho femenino al sufragio. Estas medidas
buscaban detener los conflictos sociales.

En lo político, tras dos años como presidente de la Junta de Gobierno, para las elecciones de
1950, Odría bajó al llano (participó en elecciones) como candidato único y obtuvo la presidencia
constitucional por seis años más. Su gobierno aplicó la Ley de seguridad interior, medida
represiva que inició las persecuciones políticas y limitó el accionar de organizaciones sindicales.
Fue creado el Centro de Altos Estudios Militares CAEM, orientado a coordinar un plan
desarrollista y nacionalista que entienda y limite el aumento de conflictos sociales. El fin de la
Guerra de Corea dio inicio a la crisis económica que aumentó las protestas sociales y donde
surgieron partidos políticos de clase media como la Democracia Cristiana (DC) y Acción Popular
(AP).

El fracaso del reformismo civil moderado (1956-1968)

Durante este periodo, nació una preocupación generada por la crisis del latifundio, que radicó en
el proceso de recuperación de propiedades por parte de los indígenas, llamado toma de tierras.
Este proceso que se inició de modo ilegal fue una preocupación para las élites cuando se produjo
el triunfo de la Revolución cubana. Se temía que una guerrilla de tendencia comunista pueda
liderar a grupos campesinos en búsqueda de alterar el régimen. De allí la necesidad de las élites
y de EE. UU. por aplicar una reforma agraria, que brinde tierras a los campesinos y evite un
nuevo caso como el cubano.

El segundo gobierno de Manuel Prado Ugarteche (1956-62) fue denominado la Convivencia por
su alianza con el PAP, que le permitió llegar al poder, con apoyo de Odría. Prado representó los
intereses de la burguesía industrial aliada a intereses norteamericanos. En lo económico,
promulgó la Ley de industrias, que propiciaría la transformación gradual de la industria liviana en
pesada. Por otro lado, se muestran los primeros avances de la industria pesquera nacional
(harina de pescado).

En lo político-social, el triunfo de la Revolución cubana, la reorganización de los planes políticos


del aprismo y la inserción de grupos de izquierda, que brindaron mejor orientación a los
movimientos campesinos, motivaron el proceso de toma de tierras (esfuerzo por recuperar tierras
arrebatadas a comunidades). Destacó el caso de La Convención (Cuzco). Paralelamente, se
realizaron elecciones presidenciales, donde Haya de la Torre (PAP) venció a Odría (UNO) y
Belaunde (AP), pero no alcanzó los votos requeridos por la ley; por lo que la elección quedó en
manos del Congreso. En este contexto, las FF. AA. se organizaron en un cuerpo único que tomó
el poder e impulsó medidas reformistas en el país.

El gobierno de la Junta Militar de Gobierno (1962-1963) se inició señalando fraude, los militares
anularon las elecciones del 62 y el Comando Conjunto de las FF. AA., presidido por el general
Ricardo Pérez Godoy, depuso al presidente Prado y formó la Junta Militar de Gobierno. Este
gobierno se caracteriza por la coordinación de los tres cuerpos militares bajo una sola dirección
con un enfoque reformista debido al problema de la toma de tierras. Por ello, se aplicó la Ley de
Bases de la Reforma Agraria en los latifundios de La Convención (Cuzco). Esta medida no logró
los resultados esperados. Luego, Godoy fue reemplazado por Nicolás Lindley, quien convocó a
elecciones en 1963, donde Belaúnde (AP) derrotó a Haya (PAP) y Odría (UNO).

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El primer gobierno de Fernando Belaunde Terry (1963-1968) se caracterizó por la pugna entre
el Ejecutivo, liderado por AP y la DC, contra el Legislativo, dominado por el PAP y la UNO
(Superconvivencia). En lo económico, se logró el Boom pesquero. Se creó el Banco de la Nación,
se impulsaron obras públicas como la carretera Marginal de la Selva, el aeropuerto Jorge
Chávez, la hidroeléctrica Santiago Antúnez de Mayolo, la refinería de La Pampilla. Esta última
redujo la dependencia con la IPC en el sector de hidrocarburos y reorientó el debate sobre el
destino de la refinería de Talara.

En lo político-social, se incrementó el proceso de toma de tierras lo cual era una fuerte


preocupación para el gobierno y las élites. Se aprobó la Ley de la Reforma Agraria, pero fue
boicoteada por los congresistas APRA-UNO. En el plano rural, influenciados por la Revolución
cubana, se organizaron guerrillas, donde destacó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR), dirigido por Luis de la Puente Uceda. Ambos movimientos fueron eliminados por acción
de las fuerzas armadas. Otro caso fue la corrupción ligada a los grupos militares en los llamados
bazares del ejército, lo que empezó a ser investigado desde el Congreso para detener su impacto
negativo y la complicidad con el régimen. La crisis política se agravó tras el escándalo de la
Página 11, que fue determinante para la caída del régimen.

En el libro Historia de la corrupción en el Perú (2013), Alfonso Quiroz destaca el rol de la


corrupción en relación a los militares, durante el régimen de Belaúnde, como un importante
factor para el golpe de Estado de 1968. Señala que tras el golpe fue boicoteado el grupo
parlamentario que investigaba el caso y obstaculizado su trabajo para aclarar la situación.

Docenio de las Fuerzas Armadas (1968-1980)

El autodenominado “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas” fue la dictadura militar


de corte capitalista. Durante este régimen se aplicaron medidas de carácter reformista, estatista
y nacionalista, a través de un Estado empresario, que intervino en los principales rubros y
sectores de la producción nacional a nivel extractivo e industrial (esto marca una importante
diferencia respecto a gobiernos anteriores que siempre dieron prioridad a la empresa privada
para estas actividades). El principal objetivo de este tipo de Estado fue la modernización de las
principales estructuras económicas y sociales del país para poner fin a los importantes conflictos
que se atravesaba durante esa coyuntura, dejar de lado modalidades arcaicas socioeconómicas
que el Perú arrastraba de siglos atrás y dar un mayor impulso, desde el lado estatal, al desarrollo
nacional.

Entre 1968 a 1975, se desarrolló el gobierno de una Junta Militar, la cual puso como jefe de la
misma a Juan Velasco Alvarado. Este se inició bajo su mando como jefe del Comando Conjunto
de las Fuerzas Armadas, dirigió y ejecutó el golpe de Estado del 3 de octubre de 1968, que
depuso del poder a Fernando Belaúnde. A diferencia de otras dictaduras latinoamericanas, las
reformas que impulsó este gobierno fueron de carácter reformista y con tendencia hacia las
propuestas que señalaban las agrupaciones de izquierda.

El golpe tuvo como punto de inicio la toma de poder el 8 de octubre de 1968, la expulsión de
Belaúnde del país y, como acto de primer orden, la toma de las instalaciones de la Internacional
Petroleum Company o IPC al día siguiente. Con ello se iniciaba un proceso de estatización de
diversas empresas que pasarían bajo la gestión estatal, con una indemnización a sus
propietarios. La fecha del 9 de octubre fue denominada a lo largo del gobierno militar como el
Día de la Dignidad Nacional. Este hecho fue importante para que la oposición observe al régimen
militar de modo diferente y ganar el apoyo popular al régimen.

Durante la fase inicial del régimen (1968-1975) aplicó el Plan Inca, programa que incluía una
serie de reformas estructurales a partir de la expropiación de tierras, a oligarcas y gamonales, y

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la estatización de industrias, nacionales y extranjeras, con el fin de modernizar la economía


nacional, que aún conservaba, en algunos sectores, rezagos, incluso, coloniales hacia un
capitalismo moderno dirigido por el Estado. Uno de los argumentos del régimen fue que los
gobiernos anteriores no tuvieron la intención de acabar con estos rezagos que detenían el
desarrollo del país.

Las reformas fueron acompañadas por un discurso de tipo nacionalista, que priorizó lo interno y
buscó rechazar lo extranjero como base para el fortalecimiento de un mercado interno. Esto fue
acompañado de medidas populistas y asistencialistas. Durante su gobierno se celebró el
Sesquicentenario de la Independencia, utilizado como parte del proyecto “revolucionario”. En
este contexto, el gobierno utilizó y difundió la imagen de Túpac Amaru II como símbolo nacional
para atraer a los sectores de clases bajas. A través de lemas como La tierra es para quien la
trabaja y Campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza, se logró tener el apoyo de algunos
sectores populares.

Desde el aspecto político-económico, la estatización, que se inició con la IPC, dio paso la
creación de una serie de empresas bajo la gestión estatal, especialmente de los militares. Estas
se caracterizaron por su gestión deficiente y no lograron, en muchos casos, superar los índices
productivos que hubo antes de 1968. Destacan casos de empresas como Petroperú, luego
continuó con Mineroperú, Enaferperú (ferrocarriles), Pescaperú, Entelperú, Hierroperú,
Aeroperú, etc.

La medida de mayor trascendencia impulsada por el régimen fue la reforma agraria. Su aplicación
genera debates, hasta la actualidad, sobre su finalidad. Sin embargo su aplicación fue vital para
poner fin a oligarquía terrateniente, el fin del latifundio, del gamonalismo y el yanaconaje (régimen
servil). Sin embargo, su aplicación generalizada también afectó a empresas agrícolas que ya
trabajaban bajo sistemas modernos y en diversos casos adecuados. Las tierras expropiadas
fueron entregadas y legalizadas en favor de las comunidades campesinas a través de
cooperativas (CAPS en la costa) y sociedades agrícolas (SAIS en la sierra). Si bien esta medida
mostraba matices de justicia respecto al despojo de tierras a las comunidades, de inicios de siglo,
estas organizaciones no lograron mostrar eficiencia en su labor para abastecer el mercado
nacional y en diversos casos fracasaron. En 1973, la crisis del petróleo y la reducción del precio
del cobre afectaron las exportaciones nacionales y, con ello, la reducción de divisas. Lo cual
empezó a mostrar las falencias del programa económico del gobierno.

En el plano industrial, el gobierno se caracterizó por una reforma industrial que aplicó la
estabilidad laboral como una de sus principales medidas. Esto fortaleció a los sindicatos y ganó
adeptos al régimen. Sin embargo, la CGTP siempre guardo distancias con respecto a las
medidas de la dictadura.

En lo social, los enfrentamientos con la CGTP motivaron al gobierno a crear su propia central de
sindicatos para poder controlarlos a través del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización
Social (Sinamos). Sin embargo, su control sobre las comunidades industriales nunca fue
completo.

Las relaciones entre el régimen y las élites adquirieron cierto orden, pero se criticaba el manejo
económico y la gestión de las empresas. En 1974, ante la oposición de la prensa por los
resultados y los malestares generados en población, el gobierno aplicó la toma de los medios de
comunicación. Esta medida buscaba monopolizar la información para reducir la imagen negativa
contra el gobierno. La aplicación de la medida incrementó el rechazo al régimen de parte de las
élites y organizaciones sindicales. Los malos resultados económicos, la reducción de
exportaciones contribuyeron a empeorar la situación del régimen e incrementaron las protestas
cada vez más enérgicas. Esto ocasionó una situación de caos, evidenciada en febrero de 1975,

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con la huelga policial en Lima. En agosto de ese año, la Junta Militar fue dominada por una
facción conservadora de las FF. AA., que aprovechando la complicada situación de salud de
Velasco, lo relevaron por el Gral. Morales Bermúdez.

Ante las muestras de fracaso de ciertas líneas generales del plan Inca y las protestas en aumento
por el tema laboral y la situación del país, la llamada “segunda fase” optó por dar un paso al
costado y promover una transición hacia a un régimen democrático liberal. La crisis económica
se expresó en la eliminación de subsidios, desabastecimiento de alimentos, entre otros, que
motivaron a optar por una reorientación: plan Túpac Amaru. Este plan es conocido por su
orientación contrarreformista y buscó anular diversas medidas velazquistas; sin embargo,
eliminar medidas como la estabilidad laboral hubiera incrementado las protestas contra el
régimen. Por ello, su accionar no fue del todo radical.

Ante un evidente deterioro del régimen, a fines de 1977, este convocó a elecciones a una
Asamblea Constituyente para 1978. Uno de los motivos para este hecho fue que este retorno a
la vida democrática se haría con la Constitución anterior, la de 1933, la cual presenta diversas
críticas por haber sido promovida en dictadura y tener cierta orientación represiva; asimismo, se
debía institucionalizar las reformas del gobierno militar. A finales de los setenta, el panorama
peruano era otro y por ello era necesario otro tipo de marco normativo.

Los ciudadanos peruanos eligieron cien diputados que formaron la Asamblea. En los resultados
de las elecciones del 18 de junio de 1978 destacan el Partido Aprista Peruano con 35,9% y el
Partido Popular Cristiano con 23,5%. La Asamblea se instaló el 28 de julio de 1978 y fue presidida
por Haya de la Torre. La Constitución de 1979 incluyó el voto de analfabetos (un voto universal),
la ciudadanía a los 18 años, la limitación de la pena de muerte, la aplicación de la segunda vuelta
electoral, se disminuyó el mandato presidencial de seis a cinco años, fortaleció la autoridad del
Presidente de la República, que podía observar todo o parte de los proyectos de ley aprobados
en el Congreso y podía disolver la Cámara de Diputados si esta censuraba a tres consejos de
ministros, incluyó el derecho de insurgencia para defender el orden constitucional, creó el
Tribunal de Garantías Constitucionales, como principales medidas.

Tras redactar la Constitución, aprobarla y promulgarla, esta fue llevada a Palacio de Gobierno,
para su publicación; pero el gobierno militar hizo observaciones. Estas fueron rechazadas por la
Asamblea por unanimidad, la cual dejó de funcionar tras entregarla al Ejecutivo. No obstante, el
gobierno militar respetó y aplicó las disposiciones transitorias para las elecciones de 1980, en
donde resultó electo nuevamente como Presidente Constitucional Fernando Belaúnde Terry.
Así, el gobierno militar no dejo el poder, pues no publicó la Constitución, hasta las elecciones
presidenciales de 1980. Belaúnde ordenó la publicación de la Constitución de 1979, la que entró
en vigencia desde el 28 de julio de 1980 con su publicación en el diario oficial El Peruano.

En las elecciones de 1980, la cual tuvo como vencedor a Belaúnde, se desarrolló la primera
acción armada de Sendero Luminoso (PCP-SL). Esta se desarrolló en el sur peruano, en el
poblado llamado Chuschi (Ayacucho).

Crisis de los ochenta

Globalización. Tras la Guerra Fría, ante la crisis de la URSS, se generó una mayor expansión
de la economía de libre mercado, que algunos grupos políticos han denominado
neoliberalismo. Esto ha generado una coyuntura denominada como Globalización. Este
fenómeno se basa en la absorción de mercados a nivel mundial por parte del capital financiero
internacional, principalmente de EE. UU.; sin embargo, desde el siglo XXI, China se ha
convertido en su mayor competencia. Asimismo, Rusia presenta cada vez mayor
protagonismo. El retorno de la economía liberal presenta algunos principios de acción:

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• La mínima intervención estatal en los aspectos económicos, sociales, culturales, etc. Lo cual
ha favorecido la promoción de ideas liberales en diversas sociedades.
• La privatización de los medios de producción y la explotación de recursos naturales. Esta
medida ha sido fundamental para el deterioro medioambiental y los movimientos de protesta
contra ello.
• El incremento de la flexibilidad laboral: eliminación de la estabilidad laboral y reducción de
derechos laborales. Esto trajo como consecuencias un empoderamiento de la empresa
privada sobre el sector laboral, el aumento del subempleo y el desempleo a nivel global.
• Esto se ha fortalecido con nuevos medios de comunicación que han acelerado el desarrollo
socioeconómico a nivel mundial como la vía satélite, la telefonía celular, la televisión por
cable, la microcomputación, el correo electrónico, las redes sociales, etc.
• El desarrollo del libre mercado está muy relacionado con las democracias de carácter liberal.
Pues las libertades otorgan una mayor interacción y autonomía dentro del libre mercado.

La década del ochenta es muy peculiar. Mientras gran parte del mundo ya está en un desarrollo
globalizado y, en diversos casos, con proceso democráticos estables; América Latina se
encuentra saliendo de terribles procesos dictatoriales, que en diversos casos, dejaron crisis y/o
pasivos que perjudicaron su normal desarrollo político y económico. Entre ello, podemos
observar la crisis de la deuda externa que afecto a países latinos. Nuestro país no fue ajeno a
esta coyuntura, el esperado retorno a la democracia y la mayor expansión de la capacidad
ciudadana fueron paralelos con una década caracterizada por la crisis política, económica y
social. La inflación constante y el accionar subversivo fueron noticias de primera plana durante
esa década.

El segundo gobierno de Fernando Belaúnde Terry (1980-1985) presentó diversos retos de gran
magnitud. Tras su retorno al poder, al ganar las elecciones con el partido Acción Popular (AP),
su primera medida fue la devolución de los medios de comunicación a sus antiguos dueños. En
su momento, esta medida que devolvía la propiedad a sus dueños fue criticada por el dominio
del tipo de contenido que se transmitiría a la población (lo que hoy se observa respecto a los
programas culturales y de entretenimiento).

Un problema para Belaúnde fue su relación con los altos mandos militares, que eran los mismos
del gobierno militar; sin embargo, en 1981, se desarrolló el conflicto del Falso Paquisha con
Ecuador. Este conflicto bélico de corta duración fue el escenario para que el régimen diese de
baja, reemplazar a los altos militares y anular el temor por una nueva acción militar.

Una característica de las elecciones de 1978 y 1980 fue la presencia de diversas agrupaciones
de izquierda. El fracaso electoral de 1980 motivo a la formación de un frente político llamado
Izquierda Unida, que ya en 1980 había logrado importantes avances en las elecciones
municipales y en 1983 ganó la Alcaldía de Lima con Alfonso Barrantes. En el poder, una de sus
principales medidas fue el programa Vaso de leche, que luego ha sido utilizado como herramienta
política por diversas agrupaciones.

En 1982, el Perú fue el único país latinoamericano que prestó apoyó militar a Argentina en el
conflicto de Las Malvinas contra Inglaterra. A pesar de que dicho régimen era una dictadura con
serias acusaciones, la acción peruana demostró solidaridad, contrario a la acción de EE. UU. y
Chile durante ese conflicto. Asimismo, en 1982, el diplomático peruano Javier Pérez de Cuellar
asumió la Secretaría General de la ONU hasta 1991.

Los gobiernos de Belaúnde siempre se caracterizaron por aplicar un plan económico de tipo
liberal ortodoxo que impulse la iniciativa privada unidos con programas de obras públicas. Sin
embargo, las condiciones para la inversión que hubo en los años sesenta no eran los mismos
dos décadas después. Su programa profundizó las medidas en contra del plan Inca de los
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setenta, aplicó la austeridad del gasto fiscal, el fortalecimiento del sector privado, la promoción
de inversión extranjera, el incremento de la exportación de materias primas y la eliminación de
subsidios. Aunque, tampoco eliminó la estabilidad laboral, lo cual implicaba perder popularidad
y electores en las clases bajas.

Durante su gobierno, se incrementó la deuda externa, la devaluación monetaria y la inflación


galopante. Este último pasó de ser 59% al año, en 1980, a 163% al año, en 1985. Esta crisis
económica se vio agravada por el fenómeno de El Niño, en 1983, que dañó la agricultura, la
infraestructura vial en la costa norte y presentó sequías en la sierra sur. Esta situación perjudicó
los elementos para el desarrollo del país. Asimismo, se reemplazó la moneda del Sol de Oro por
el Inti (1000 Soles por un Inti).

En lo social, se reactivó la Coopop (Cooperación Popular), que en los sesenta permitió la


construcción de infraestructura, para realizar obras públicas e impulsar empleos temporales, pero
las condiciones de crisis complicaban el logro de objetivos. La crisis y el desempleo aumentaron
el trabajo informal, los asentamientos humanos, entre otros.

Los ochenta se caracterizaron por el desarrollo del enfrentamiento entre grupos subversivos
antidemocráticos contra el Estado, que a través de medidas de terror trataron de subvertir el
régimen. Destacan el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL), también llamado
Sendero Luminoso, liderado por Abimael Guzmán, y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru
(MRTA), liderado por Víctor Polay Campos.

El avance de estos grupos se dio entre comunidades campesinas de Ayacucho, donde algunas
por sus condiciones de exclusión apoyaron a SL; sin embargo, diversas comunidades y entornos
urbanos no lo aceptaron. Lo que motivo el desarrollo de acciones de terror como asesinatos,
amenazas, entre otros desde los primeros días de los ochenta.

Jorge Bruce, el 04 Feb 2018, en el diario la República señala

“En la primera mitad de la década de los ochenta, el entonces presidente Fernando


Belaúnde afirmó que los integrantes de Sendero Luminoso eran abigeos. Más adelante
revisó esa peculiar afirmación y explicó a la nación que se trataba de una guerrilla cubana.
Su acercamiento a la comprensión del fenómeno terrorista nunca concluyó. Lo último que
se supo es que había arrojado al tacho de papeles un informe sobre la violencia en las
zonas altoandinas, preparado por Amnistía Internacional”.

La falta de compresión inicial ante los atentados cometidos cambió cuando la Policía intervino el
lugar, pero su accionar no logró los resultados esperados. Ante ello, la situación motivó al
gobierno autorizar la participación de las FF. AA. (1983), a pesar que sus mismos líderes
señalaron lo desastroso que sería ello para la población. Destacan las violaciones contra los DD.
HH. Como en los casos de Chungui (1983), Uchuraccay (1983), Lucanamarca (1983), Putis
(1985), entre otros.

El primer gobierno de Alan García Pérez (1985-1990) se caracterizó porque la crisis económica
y la situación de violencia política se intensificaron en el país. Lo cual generó consecuencias
negativas al Partido Aprista, que durante el siglo XX fue una de las principales fuerzas políticas
del país, pero acababa el siglo con una fuerte pérdida de su relación popular.

En lo político, el Partido Aprista Peruano (PAP) ganó las elecciones de 1985 y asumió el poder
por primera vez, desde su creación. Una característica de esta elección es que el APRA solo
logró el 41% y por primera vez se iría a segunda vuelta, sin embargo, Barrantes renuncia a

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participar señalando que el país necesitaba una salida urgente a su “inestabilidad jurídica y
política”. Este hecho ha generado diversas hipótesis en los estudios políticos del país.

El régimen unificó a las fuerzas militares con el Ministerio de Defensa y a las instituciones
policiales en la Policía Nacional del Perú, además creo el GEIN. Uno de sus temores era evitar
un posible levantamiento militar, que ya varias veces había obstaculizado su carrera política. Se
creó el Ministerio de la Presidencia, y se estableció la Ley de Regionalización a fines de su
gobierno, de manera precaria y con fines electorales, sin embargo, este proyecto de gran
demanda en el país fue abandonado en los noventa. En 1987, asumió la Alcaldía de Lima Jorge
del Castillo, cuya promesa de tren eléctrico no se cumplió hasta después de los noventa.

Otra característica durante este gobierno es la aparición de los outsiders, personajes que
ascienden al poder político por su popularidad, pero sin tener pasado y/o experiencia política ni
relación con los partidos tradicionales del país. El ascenso de estos personajes es la
consecuencia de promesas incumplidas y decepciones que los partidos tradicionales provocaron
en la población. En 1989, para la Alcaldía de Lima, ganó en las elecciones Ricardo Belmont, líder
de la agrupación independiente Obras. Asi naciera una historia de outsiders que hasta la
actualidad nos acompaña.

En lo económico, se aplicó un programa económico liberal heterodoxo basado en el control de


precios, el aumento de subsidios y el impulso de la industria nacional, sin quitar protagonismo a
la industria privada. Se realizó una alianza con el empresariado nacional entregándoles
beneficios tributarios, créditos y venta de un dólar más barato, el dólar MUC. Sin embargo, esta
alianza nunca fue del todo prospera.

Planteó el pago de la deuda externa al 10% de las exportaciones nacionales al considerar que
esta medida era adecuada por la condición de crisis del país. Sin embargo, la medida motivó a
que el FMI declare al país inelegible a todo crédito internacional medida que complicó, aún más,
la economía peruana. En 1987, se anunció el proyecto de Ley de Estatización de la Banca
aunque nunca se aplicó en todo su sentido. En oposición, surgió el movimiento Libertad con
Mario Vargas Llosa, que contó con los partidos políticos tradicionales de derecha. Asimismo, se
aprobó la emisión inorgánica de billetes, que depreció el Inti, y aplicó diversos reajustes
económicos (paquetazos). En 1988, el modelo económico fracasó generándose una
hiperinflación y recesión económica. Tras esto, el rechazo de la élite al gobierno aprista incidió
en el incremento de la pobreza y escasez de alimentos básicos producto de la especulación
realizada por los comerciantes. Ante ellos, se aplicó medidas asistencialistas como el Programa
de Apoyo al Ingreso Temporal (PAIT).

La violación a los derechos humanos continuó con casos como Accomarca (1985), la matanza
de los penales (1986) y Cayara (1988). En 1989, Sendero Luminoso (SL) anunció su denominado
equilibrio estratégico, lanzando una mayor ofensiva. En la práctica, un equilibrio de fuerzas con
el Estado nunca se alcanzó. Las acciones del ejército en Ayacucho provocaron que SL proyecte
sus acciones a Lima y la selva central. En zonas urbanas, se infiltró en sindicatos, penales,
asentamientos humanos, academias, universidades públicas, etc. El régimen atacó la subversión
buscando el respaldo de las rondas campesinas. Se creó el comando paramilitar Rodrigo
Franco, que eliminó elementos subversivos y líderes de izquierda al margen de la ley.

La década de los noventa marca importantes novedades en el panorama nacional. La más


importante es el inicio de modelo neoliberal y las diversas reformas de esa década. Durante el
primer gobierno de Alberto Fujimori (1990-1995) se produjo una serie de hechos que marcaron
una coyuntura de crisis en el país.

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Tras ganar las elecciones, en la primera vez que se aplicó la segunda vuelta en el país, contra
Mario Vargas Llosa, líder del Fredemo. Fujimori, con su lema Honradez, tecnología y trabajo,
desarrolló un gobierno con orientación neoliberal. Tal así que tras 5 días de iniciar su gobierno y
prometer en campaña que aplicaría medidas moderadas para calmar la crisis diferente a las que
ofrecía Vargas Llosa, aplicó un ajuste económico y una liberalización de precios a nivel
internacional (el Fujishok). Sin embargo, sus medidas de carácter neoliberal eran ilegales por
contar con una Constitución que promovía una orientación diferente.

El régimen implementó el modelo económico neoliberal con el respaldo del FMI y el BM. Entre
las medidas que aplicó la eliminación de subsidios, estableció el libre cambio, la libre importación
ligada a la reducción de tasas arancelarias, se eliminó el dólar MUC y reemplazó el Inti por el
Nuevo Sol.

Entre 1990 a 1992, desarrolló un gobierno constituyente que tuvo múltiples conflictos con el
legislativo, donde no tenía mayoría parlamentaria. Sin embargo, el 5 de abril de 1992, el
panorama cambió radicalmente cuando disolvió el Congreso, con apoyo de las Fuerzas
Armadas, e intervino el Tribunal de Garantías Constitucionales. Este denominado autogolpe
cívico-militar marcó el inicio de una nueva dictadura que, tomando como pretexto la lucha
antisubversiva, buscó legalizar el modelo neoliberal de manera autoritaria, lo cual se consolidó a
través de la creación de una nueva Constitución. Asimismo, declaró en “reestructuración” del
Poder Judicial, el Congreso y el Consejo Nacional de la Magistratura. El régimen se
autodenominó Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional. A fines de 1992, se convocó
a elecciones para un Congreso Constituyente donde los fujimoristas colocaron 44 representantes
de 80 a elegir. La Constitución se promulgó en 1993 y tuvo como innovaciones el sistema
unicameral para el Parlamento, la reelección presidencial, y la legalización de medidas
neoliberales. Un importante factor para la permanencia del régimen fue la falta de reacción de la
población ante esta nueva dictadura. Ante la decepción generada por los partidos tradicionales,
con la Constitución de 1993 se entró a un modelo económico que hasta hoy recibe críticas por
su tipo de aplicación.

Desde los inicios del gobierno se promovió la flexibilización de las relaciones laborales y se
privatizó diversas empresas públicas, pero, con la Constitución de 1993, esta situación fue legal.
Los trabajadores perdieron derechos, especialmente la estabilidad laboral, una gran cantidad
fueron despedidos del sector público y contratados a través de empresas de servicios temporales
denominadas services. Estas se caracterizaron por limitar los derechos de los trabajadores, lo
cual empoderó al sector empresarial privado y limitó el accionar de los sindicatos en el país.
Asimismo, ya con la Constitución en vigencia empezó la ola de privatizaciones que caracterizó a
los años noventa, que tomó gran impulsó con la llegada de Telefónica en el sector de
comunicaciones.

El gobierno buscó la reinserción económica internacional. Este objetivo se logró tras


negociaciones con el Fondo Monetario internacional y el Club de París. En estas negociaciones,
el Perú firmó la carta de intención, adquiriendo el compromiso de pagar la deuda externa y la
adquisición de préstamos para las diversas acciones de recuperación del Estado.

En enero de 1995, se desarrolló el conflicto del Cenepa con Ecuador que concluyó con la firma
de la Declaración de Paz de Itamaraty (febrero de 1995) y, posteriormente, en 1998, se firmó el
acta de Brasilia donde Perú cedió a Ecuador 1 km 2 en Tiwinza. Este conflicto fue peculiar por la
forma como el régimen lo aprovecho para ganar popularidad. Asimismo, se firmó el tratado Santa
Cruz, con Bolivia, que consiste en darle un acceso comercial a este país hacia el Pacífico por el
puerto de Ilo (Moquegua). Esta medida, hasta la actualidad, no ha rendido los frutos adecuados
para fortalecer el comercio del sur con el país vecino.

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La lucha antisubversiva empezó a dar frutos desde la década de los años ochenta. En Ayacucho
se habían capturado diversos líderes senderistas, por ello los miembros de SL migraron a la
selva central y a Lima. El mejor estudio sobre la organización senderista permitió comprender la
naturaleza de sus acciones. Esto se inició en el gobierno de García, pero sus logros se vieron en
la gestión de Fujimori. En 1992, se capturó a Víctor Polay Campos, líder del MRTA, y luego a
Abimael Guzmán, líder de SL. Estas acciones fueron el fruto del trabajo de inteligencia policial
del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN). Sin embargo, el verdadero retroceso de las fuerzas
senderistas se produjo en la zona rural, el gobierno organizó y entregó armas a la ciudadanía,
tanto rondas campesinas como a los comités de autodefensa. Asimismo, en Lima, se realizaron
rastrillajes en zonas marginales, se intervino las universidades con el objetivo de despolitizarlas
y eliminar a los elementos de izquierda (en sus diversas tendencias). Asimismo, se creó el grupo
paramilitar Colina, dirigido por Martín Rivas, quien fue acusado por violar derechos humanos
como en el caso de Barrios Altos (1991) y La Cantuta (1992).

En las elecciones de 1995, Fujimori tuvo como principal contendor a Javier Pérez de Cuéllar,
líder del partido Unión Por el Perú y una de las principales figuras políticas por su rol en la ONU.
Sin embargo, se alcanzó la reelección al ganar en primera vuelta con un 64.4% de votos válidos.
De esta manera, se inició el segundo gobierno (1995-2000) que, en lo político, en 1996 tuvo uno
de sus grandes cuestionamientos cuando el Congreso, con mayoría fujimorista, aprobó la Ley
de interpretación auténtica, que declaró a Fujimori expedito para postular a la presidencia por
tercera vez consecutiva. Este hecho fue el punto que dio inicio a una coyuntura de protestas por
el re-reelección entre 1997 hasta la salida de Fujimori del poder. Asimismo, en el segundo
gobierno se hizo conocido del liderazgo del asesor Vladimiro Montesinos dentro del régimen.

Uno de los casos internacionales más escandalosos del gobierno, se produjo en diciembre de
1996, cuando se dio la toma de la Embajada de Japón por miembros del MRTA, que secuestraron
a miembros de la altos empresarios, congresistas, oficiales militares y diplomáticos. Esta crisis
duró cuatro meses cuando se dio su liberación a través de la operación militar Chavín de Huántar.
Sin embargo, sus procedimientos han sido motivos de criticas y procesos judiciales en pie hasta
la actualidad.

Durante el segundo gobierno, se hizo evidente la corrupción de funcionarios, lo cual permitió el


colapso de la debilitada institucionalidad. Esto quedó evidenciado con el apoyo de congresistas
de otras bancadas que pasaban a apoyar a el oficialismo, quienes fueron llamados “tránsfugas”.
Posteriormente, se corroboró la hipótesis que indicaba la compra de votos congresales. Estos
hechos cuestionaban el carácter democrático del régimen y fortalecían las opiniones sobre su
carácter dictatorial. A ello se suma el control de los medios de comunicación, a través del ataque
a sus propietarios o a su línea editorial para manipular la información emitida a la población y
evitar la transmisión de las múltiples protestas contra el gobierno que se desarrollaban en las
ciudades. Asimismo, la difusión de diarios distractores de la opinión pública sobre los temas
políticos: los llamados diarios chichas. A eso se suma el aumentó de programas de
entretenimiento cada vez de mayor difusión e impacto en las clases populares.

En lo económico, durante este gobierno se produjeron las crisis financieras mundiales, que
mostraron en el país ciertos indicadores de recesión económica. Asimismo, el fenómeno de El
Niño, en el verano de 1998, afectó la agricultura y la infraestructura estatal en el norte. Asimismo,
se reformó la Sunat para incrementar la recaudación tributaria. El populismo se evidenció con la
masiva construcción de escuelas públicas, postas médicas (Infes) y el asistencialismo con el
Pronaa, que controló los programas del vaso de leche y comedores populares

Luego de unas elecciones fraudulentas con múltiples protestas. La ONPE declaró vencedor a
Fujimori de las elecciones del 2000; a pesar de las críticas internacionales al proceso. En este
sentido, su contendor, Alejandro Toledo, para impedir la toma de mando, lideró la Marcha de los

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Cuatro Suyos (movilización de gremios de trabajadores, estudiantes e intelectuales


progresistas), la cual no cumplió su objetivo por el fuerte accionar del gobierno.

El tercer gobierno (julio-noviembre 2000). Se inició el 28 de julio del 2000, cuando Fujimori
juramentó por tercera vez como presidente. Esta juramentación se realizó en medio de una serie
de cuestionamientos por sus opositores. Sin embargo, el 14 de setiembre del 2000 se inició la
difusión de una serie de videos que mostraban la corrupción organizada dentro del Estado:
vladivideos. Esta situación y aprovechando la invitación a una cita internacional en Brunéi,
Fujimori viajó al Japón y desde este país renunció a la presidencia por fax. El Congreso no lo
aceptó y decidió vacarlo por incapacidad moral permanente. En la actualidad, el denominado
fujimontesinismo debe al Estado más de S/. 1 420 millones por reparación civil.

El neoliberalismo a la peruana

Tras la salida de Fujimori, han llegado al poder una serie de gobiernos que han dado inicio al
siglo XXI. Entre las características de este nuevo milenio tenemos las siguientes:
• La continuidad del modelo neoliberal, como algunos han denominado “neoliberalismo a la
peruana”. Diversos candidatos han prometido eliminar las bases del modelo, pero no se ha
dado al llegar al poder. Ya bajo un régimen democrático, los principales elementos del modelo
continúan hasta la actualidad.
• El aumento y notoriedad de los conflictos medioambientales. Con la Constitución de 1993, la
creación de la Defensoría del Pueblo ha sido un organismo importante para llevar a cabo un
registro de estos conflictos y conocer su desarrollo y estado a nivel nacional.
• La mayor conciencia del fenómeno de la corrupción. Si bien el problema ya era notorio, hoy
es considerado con uno de primer orden para entender nuestro subdesarrollo.

Valentín Paniagua (2000–2001), del partido Acción Popular, fue nombrado presidente y su
objetivo principal fue preparar nuevas elecciones democráticas y transparentes. En este
gobierno, se empezó a investigar los hechos de violencia de las dos décadas pasadas y para
ello se creó la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) para investigar la violencia política
(1980-2000). Su gobierno gestionó la reincorporación del país a la Corte Interamericana de
Derechos Humanos. Asimismo, se restableció la institucionalidad democrática y se formaron
juzgados anticorrupción contra casos del gobierno anterior. Por otra parte, se dejó sin efecto las
comisiones interventoras en las universidades nacionales. Se firmó el contrato de explotación del
gas de Camisea. Finalmente, se capturó a Vladimiro Montesinos en Venezuela.

Durante el gobierno de Alejandro Toledo Manrique (2001-2006) se mantuvo el modelo


económico de los noventa, a pesar de sus promesas de cambio al mismo. La economía creció a
nivel macro, pero este crecimiento no fue inclusivo (chorreo económico). Los pobres, para el año
2000, oscilaban, de acuerdo al INEI, en 54%, ubicados en su mayoría en el área rural. Para ello,
se promovió la política de Lucha contra la Pobreza a través del crecimiento del gasto público y
la creación de programas sociales como Juntos, A trabajar, Mi cocina, Plan Huascarán, etc. Sin
embargo, no se eliminaron los grandes problemas sociales del país como el subempleo,
desempleo, crisis de la educación, informalidad, etc. Por otro lado, se incentivaron nuevos
mercados para la agroexportación (no tradicional) y el sector textil (bases de los TLC). Se
expandió el sector construcción, minería y agroindustria. Asimismo, se fortaleció el proyecto del
gas de Camisea; aunque se dio marcha atrás en la anunciada privatización del sector energético
(Egasa y Egesur) por protestas sociales (Arequipazo), que en determinado momento llegaron a
bajar la aprobación de la población al gobierno hasta niveles alarmantes.

En lo político, el gobierno promovió el Acuerdo Nacional, pacto con los partidos políticos para
lograr la gobernabilidad y mantener estabilizado el Estado, bajo condiciones que han mantenido
el modelo económico. Este acuerdo es importante, porque ha mantenido líneas generales en las

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políticas de gobierno y evitado las improvisaciones o cambios de dirección en los programas del
Estado al llegar un nuevo gobernante. La crisis de gobernabilidad y la precariedad de las
instituciones democráticas generaron masivas movilizaciones de docentes, trabajadores
despedidos, estudiantes, jubilados y campesinos afectados por el impacto de las medidas
económicas. En este marco, se aprobó la Ley de regionalización, que permitió la creación 25
regiones políticas, con el propósito de descentralizar recursos a las zonas más vulnerables para
atenuar las protestas sociales. Se eligió a sus presidentes regionales, que varios resultaron de
partidos que no eran parte del oficialismo. El siguiente paso, la formación de macrorregiones, no
logró concretarse hasta la actualidad.

Se entregó el informe final de la CVR, la cual responsabiliza a SL como principal causante de las
consecuencias negativas de la violencia política entre los ochenta y noventa. Sin embargo,
también incluyó a las Fuerzas Armadas y a partidos políticos en gobierno dentro de ello, de allí
que su informe final sea tan cuestionado y criticado por los sectores políticos, que han evitado
su difusión masiva a la población. Entre las obras más resaltantes se encuentra la construcción
del primer tramo de la carretera interoceánica Perú-Brasil.

Una importante característica del país para el siglo XXI es la importante presencia de población
juvenil que ha sido el foco de atención de los partidos políticos en las últimas décadas. Esto
sucedió en las elecciones presidenciales de 2006, donde jugó un rol importante para la campaña
publicitaria que permitió el retorno del Partido Aprista al poder. Lo cual inició el segundo gobierno
de Alan García Pérez (2006-2011). Este gobierno reorientó su forma de gobernar y ahora
mostraba una orientación hacia el neoliberalismo. Se aprobaron los TLC con EE. UU., Chile,
China y la Unión Europea. El 2008, se creó el Ministerio del Ambiente, por ser la condición para
que el país sea sede de la Cumbre ALC-UE (reunión de países de América Latina, el Caribe y la
Unión Europea).

Los conflictos socioambientales (agua y minería) se expresaron en Moquegua y Bagua


(Baguazo). La crisis de gobernabilidad quedó confirmada con escándalos de corrupción
(petroaudios). Además, se realizaron importantes obras públicas como la construcción del nuevo
Hospital del Niño, remodelación de los colegios emblemáticos y del Estadio Nacional,
construcción de la Línea 1 del Metro de Lima, y concluyó la carretera Interoceánica; aunque
muchas de ellas ligadas a casos de corrupción. Inició la demanda en La Haya por la frontera
marítima. En las elecciones generales del 2011, fue elegido en segunda vuelta Ollanta Humala.

Elementos presentes en el desarrollo político peruano

El Perú, como lo señala la Constitución Política de 1993, es un Estado social, democrático,


organizado a través de un sistema republicano, que procura el bienestar general de su población.
Sin embargo, el tránsito de colonia a república no significo el fin de prácticas que promovían la
discriminación y la marginación. Por lo contrario, algunas de estas prácticas derivaron, con el
paso de los años, en nuevas formas que alteran el desarrollo democrático y que obstruyen el
ejercicio pleno de la ciudadanía. Asimismo, el contexto de lenta modernidad que el país ha vivido
en su vida republicana implicó modificaciones que a su vez generaron nuevas prácticas que
alteran su normal desarrollo como país moderno.

1. Clientelismo

Su desarrollo parte desde tomar en cuenta las relaciones interpersonales que se presentan en
el plano político de un Estado. Es un intercambio no oficial de favores, de diversa índole, entre
las personas que son parte del cuerpo de gobierno y con sus subordinados, con el fin de

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fortalecer las tendencias electorales para prolongar un tipo de régimen, lo cual en varios casos
ha estado acompañado con prácticas de corrupción.

Sus antecedentes pueden detectarse en las nuevas relaciones entre hacendados y campesinos
donde las formas de paternalismo se fortalecieron. En Perú, desde el periodo virreinal, entre la
nobleza con los criollos, tras la independencia, el desarrollo y consolidación del sistema
gubernamental generó también la organización de redes clientelísticas que han fortalecido su
poder y han evolucionado con el pasar de las décadas.

Paternalismo. Actitud de la persona que aplica las formas de autoridad y protección, propias
del padre en la familia tradicional, a otro tipo de relaciones sociales: políticas, laborales, etc.
Aplica una protección hacia una población en sus diversas necesidades, pero limita el
desarrollo de su ciudadanía y la exigencia total de derechos dentro de un contexto estatal.

Estas prácticas que se iniciaron en lo rural, se expandieron y fueron adaptadas a situaciones


urbanas, que los partidos políticos y funcionarios gubernamentales han logrado usar en función
a sus intereses.

Se considera que el clientelismo genera una relación diádica desigual donde el actor o grupo de
mayor posición influye en las decisiones del grupo de menor status. Esta relación genera una
retribución continua dentro del clientelismo. Se espera una serie de favores que terminan por
formar una alianza que se fortalece continuamente, donde el más poderoso necesita del otro
para tener llegada a las clases bajas donde se obtiene votos y donde el grupo de poder tiene
serias dificultades de convencer. Un actor espera la entrega de bienes y/o servicios. Estos
elementos, expresados materialmente, son vitales para el funcionamiento de la relación
clientelista.

Estos sistemas se desarrollan al margen de la actividad formal del Estado, pero inciden en él y
generan su mal funcionamiento. Las autoridades que lideran estas redes desvían fondos de uso
público a diversos sectores con el fin de asegurar intereses particulares. Es difícil, para actores
aislados, la salida de estas redes de poder clientelista, porque su poder o sustento se deriva de
esta forma de relación. Esta puede conllevar a una perpetuación del poder por parte de un grupo,
que ha comprado la decisión popular. Esto deriva en la falta de renovación de grupos de poder
en el gobierno, lo cual es muy necesario en las sociedades en proceso de fortalecimiento
democrático. En nuestro país, se observa que el clientelismo no solo se desarrolla a través de
partidos políticos, sino, también, la llevan a cabo organizaciones de diversa índole: universitarias,
organizaciones de base, etc.

Las relaciones clientelistas pueden tener variaciones debido a la institucionalidad y carácter


organizativo de las estas; por ello es necesario comprender si esta relación tiene estructura
personal focalizada o si hay una relación más amplia en órganos formales como partidos
políticos o sindicatos. Además, entender el tipo de supuestos en los que se basa la relación: la
existencia o ausencia de normas para la adopción de roles de los actores sociales, colectivos o
individuales. La fundación de la relación, sea de manera implícita o a través de mecanismos
formales, ¿ceremonias o contratos? El contenido de los intercambios con relaciones de corta o
larga duración. El grado de continuidad o inestabilidad de los patrones clientelistas.

Para Eisenstadt y Roniger, estas relaciones varían al sufrir cambios el orden institucional, sobre
todo la división del trabajo y la distribución del poder, la modernización económica y política, las
alianzas políticas y la forma de acceso a los recursos. La modernidad social debilitó a los
patronos tradicionales y orientó la relación en forma de votos. En otras palabras, se debilitó al
patrón tradicional, pero se mantuvieron los patrones clientelistas; aunque reorganizados
derivando en un sistema político modernizado. En las colectividades clientelistas, la obediencia

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depende del control que tengan los líderes de recursos y su capacidad de utilizarlos en
intercambios directos con sus seguidores. Los clientes tienen objetivos particularistas y tienden
a ser un grupo socialmente heterogéneo, que es difícil unificar en términos de raza o etnia.

El clientelismo sobrevive en condiciones favorables. Cuando los recursos necesarios o deseados


son controlados por un grupo particular y otros son excluidos. El tipo de recurso varía, pero son
percibidos como importantes. Implícito está el que los patronos puedan (o den la impresión
de poder) ofrecer los recursos en cuestión. Los patronos deben desear o necesitar los servicios
que ofrecen los clientes para tener un incentivo de ofrecer los recursos. Un factor importante es
que las élites necesiten de los clientes para competir con otros en la acumulación de recursos.
Los clientes están incapacitados, por represión u otros motivos, para obtener recursos mediante
una acción colectiva.

El clientelismo en América Latina. En el caso de América Latina, Eisenstadt y Roniger


(1984) plantean que el surgimiento de las relaciones clientelistas fueron el resultado de dos
procesos. Por un lado, la conquista y el dominio colonial que gestó una sociedad basada en
una relación de poder fuerte entre los distintos estratos sociales y una preocupación por el
orden jerárquico, el prestigio y el honor. Por otro, el debilitamiento de las instituciones
centrales de control y la focalización de las relaciones de poder. Las relaciones clientelistas
aparecieron en diversas esferas de la sociedad. Primeramente, en las haciendas se
encontraban los terratenientes con poder económico-político y los trabajadores que obtenían
acceso a la tierra y otros medios de subsistencia y seguridad a cambio de un trabajo leal.
Posteriormente, a partir de mediados del siglo XIX, el surgimiento de estados nacionales y el
desarrollo del parlamentarismo basado en la expansión electoral promovió el desarrollo de
relaciones clientelistas dentro de las nuevas estructuras políticas tales como los partidos
políticos y la burocracia estatal. Así, el voto se convirtió en el referente de relación leal. En
América Latina, tanto regímenes autoritarios como democráticos han hecho uso
del clientelismo para establecer, expandir y/o mantener su base social de apoyo. La
existencia de Estados propietarios de empresas facilitó la expansión del clientelismo a través
de empleos públicos, unido esto a una burocracia estatal de bajo entrenamiento y sueldos.
Facilita también el clientelismo, en los países latinoamericanos, la corrupción administrativa y
el bajo nivel de institucionalización del Estado.

2. Caudillismo

La figura de los caudillos es parte de la historia, la narración y el imaginario político


latinoamericano. Su presencia, en América latina y en nuestro país, destaca en el siglo XIX y en
el XX. Cada uno tiene un propio estilo; por ello es difícil homogenizarlos. Deriva de la palabra
latina caput: “cabeza”, “cabecilla”. No existe una definición única e incontrovertible. Evoca al
político fuerte, situado por encima de las instituciones de la democracia formal, cuando ellas son
apenas embrionarias o en plena decadencia.

Caudillismo e institución democrática son elementos situados en los extremos de una línea
ascendente de la evolución política. El primero sería lo más primitivo y el otro más desarrollado.
Con el término señalamos a quienes ejercen un liderazgo especial por sus condiciones
personales, que surge cuando la sociedad deja de tener confianza en las instituciones. Pesa más
que sus propios partidos, tanto que a veces los aplastan. Alude a un régimen personalista y
cuasimilitar, con mecanismos partidistas, procedimientos administrativos y funciones legislativas
sometidos al control inmediato y directo de un líder carismático y a su grupo de funcionarios
mediadores. Debe su aparición al colapso de una autoridad central, capaz de permitir a fuerzas
ajenas o rebeldes al Estado apoderarse de todo el aparato político. En consecuencia, es producto
de la desarticulación de la sociedad: efecto de un grave quebranto institucional. La metodología
histórica que ha forjado el término maneja la idea central de que el caudillo es la pervivencia de

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un fenómeno antiguo, propio del siglo XIX. Aunque, en general, encontraba la base de su poder
en las zonas rurales, la consolidación del mismo exigía que extendiese su dominio a la capital
de la nación.

Entre los atributos comunes al caudillo antiguo y moderno está su cualidad carismática. Para
Max Weber, carisma es la insólita cualidad personal que muestra poder sobrehumano, de modo
que aparece como un ser providencial, ejemplar o fuera de lo común, por cuya razón agrupa a
su alrededor discípulos o partidarios. La dominación carismática o del que tiene carisma –sea
héroe militar, revolucionario, demagogo o dictador– significa la sumisión de los hombres a su
jefe. El sustento del carisma es emocional, puesto que se fundamenta en la confianza, en la fe,
en la ausencia de control y crítica. El carisma no basta: nadie puede ser un líder solitario, puesto
que su carácter, las esperanzas de sus contemporáneos, las circunstancias históricas y el éxito
o el fracaso de su movimiento respecto a sus metas son de igual importancia en los resultados
que obtenga. El carismático, por su parte, cree, dice creer, y hace creer que está llamado a
realizar una misión de orden superior y su presencia es indispensable: fuera de él, está el caos.

Los caudillos no han sido necesariamente ideológicos con grandes proyectos de cambio social.
Su temeridad guerrera, habilidades organizativas, limitados escrúpulos, capacidad para tomar
decisiones drásticas, los convierten en los hombres del momento. Lograron organizar y ponerse
a la cabeza de cuerpos militares triunfantes, y en su momento gozaron de una apreciable
legitimidad, antes de que su figura política se eclipsara. Un instinto de autodefensa social les hizo
aceptables por cientos o miles de seguidores. Finalmente, el acceso al poder los convirtió en
dictadores, marcando la parte final del ciclo. Los caudillos antiguos tenían escasa o nula noción
del significado de la legitimidad, contrario a los del siglo XX; ya que muchos de estos acceden al
poder por medios democráticos con uso de políticas de masas y de recursos estatales a favor
de desposeídos a fin de atraer, mantener y refrendar su apoyo, en lo que se ha llamado
populismo.

Una de las dimensiones más críticas de cualquier cultura política involucra la noción de
legitimidad política. Esto es, la serie de creencias que conducen a la gente a considerar la
distribución del poder político como justa y apropiada para su propia sociedad. Esta se funda
sobre tres elementos: la tradición, la legalidad racional y el carisma. Los hombres obedecen
(cuando es voluntariamente) a una mezcla desigual de hábito, interés y devoción personal. En
otras palabras, la legitimidad provee la racionalidad para la sumisión voluntaria a la autoridad
política. El caudillo tiene mucho de dictador, pero no todo dictador es un caudillo. De aquí que el
concepto de legitimidad es crucial para esta distinción. El caudillismo florece en una coyuntura
política y cultural específica, en circunstancias también particulares de falta de control.

Los caudillos pueden provenir del cuerpo militar y descansan, principalmente, en los militares
para su apoyo y sostenimiento. A su vez, su permanencia en el poder depende en buena medida
del control que ejercen sobre la institución armada, en tanto la relación de fuerzas a su interior le
sea favorable. De no ser así, su principal aliado se convierte en su peor enemigo, y de aquí sigue
su expulsión a través de presiones o golpes de Estado.

El liderazgo del caudillo se caracteriza por un fuerte estilo personalista y su relación con la
ciudadanía. La palabra es el vehículo específico del carisma. Habla con la clase popular y se
presenta como un intérprete de los intereses populares, pretende encarnar el proverbio latino
vox populi, vox dei. Los caudillos tienden a permanecer en su puesto por un periodo extenso de
tiempo (continuismo). En tanto que se tiende a despreciar el orden legal y mina, domina,
doméstica o cancela las instituciones de la democracia liberal, construye las condiciones
necesarias para su perpetuación en el poder. La experiencia histórica señala que ningún caudillo
permanece poco tiempo en su puesto y que su salida siempre es forzosa. El caudillo gobierna
de una manera paternalista y altamente centralizada. Los caudillos generalmente gobiernan de

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una manera autocrática, que con frecuencia implica la supresión de la oposición, la creación de
partidos y movimientos oficiales, y la supresión de otros. Aunque no siempre lo hace, o no
siempre tiene éxito en su intento, el caudillo favorece la formación de partidos únicos o de
movimientos que le respaldan y que se proyectan hacia el futuro.

Los caudillos han evitado lo que los estadounidenses llaman normas democráticas de gobierno;
en su lugar, ellos tienden a erigir sistemas estatales orgánicos. Esta situación se da inicialmente
con su intervención en las relaciones entre capital y trabajo. Por la importancia del sector obrero
en las sociedades modernas, la necesidad de controlarlo y aprovecharlo en su favor, en varios
países latinoamericanos, ha experimentado el corporativismo de manera más o menos seria y
duradera. Las relaciones laborales y la organización sindical pasan a ser reglamentadas por el
Estado, que se convierte en plenamente orgánico al agregarse otros sectores de la vida
económica y política.

Los caudillos generalmente desarrollan políticas públicas para enriquecerse ellos y a su clientela,
a preservar el status quo que ellos han establecido. Desde el vórtice del poder que ejercen, hacen
el bien repartiendo de manera discrecional los recursos con los que cuentan. En primer lugar, a
los que pertenecen al círculo de íntimos y favoritos que les rodean, y luego a la población.
Normalmente dirigen su ayuda a sectores determinados y la cobra en obediencia. Tal situación
es posible, porque usan de manera discrecional los fondos públicos. El erario se convierte en su
patrimonio privado, que puede utilizar para enriquecerse y embarcarse en proyectos que
considere importantes, sin tomar en cuenta los costos. Para el caudillo populista todo gasto es
inversión, y su irracionalidad en materia económica se ha traducido en problemas cuya solución
es lenta y difícil.

Los caudillos tienden a ver poca diferencia entre el dominio público y privado. Operan dentro de
una concepción patrimonialista, consideran al Estado como su propiedad, y usan al gobierno
para su ganancia personal. Esto propicia que algunos caudillos hayan llegado amasar fortunas
considerables, como en el caso de Eva Perón, que llegó a acumular un cuantioso patrimonio en
cuentas en Suiza.

Aunque los caudillos pueden gobernar de modo autoritario, que es con frecuencia un reflejo de
las propias normas y expectativas generales de su propia sociedad, pueden no ser totalitarios.
Hay límites más allá de los cuales el líder no iría. Gobernar de manera tiránica viola el contrato
social informal.

El caudillo tiene la necesidad funcional de atacar a los “enemigos del pueblo”: internos y externos.
Moviliza grupos sociales bajo la idea de defensa nacional de ataques del adversario y, pudiendo
ser reales, tienden a llevarse al punto de enemigos mortales y chivos expiatorios de los fracasos,
originándose estados de exaltación y paranoia colectiva. En América Latina, el enemigo por
definición es Estados Unidos. En la Argentina peronista, se convirtió sentimientos presentes en
la región de años atrás en una suerte de doctrina de política exterior, con sus mayores o menores
inconsistencias.

3. Militarismo

En América Latina, el tema es estudiado sistemáticamente por las Ciencias Sociales desde la
década del sesenta del pasado siglo. Cuando su manifestación demandó un análisis que
vaya más allá de valoraciones críticas sobre la presencia de militares en el poder. Junto a otros
términos relacionados (autoritarismo, intervencionismo militar), se acuña el de militarismo y se
desata un interés por el estudio de sus particularidades en el subcontinente. El uso de la
expresión es, sin embargo, muy anterior.

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Por vez primera utilizada en la Francia del Segundo Imperio, por republicanos y socialistas para
denunciar el régimen de Napoleón III. Posteriormente, la expresión se extendió rápidamente a
Inglaterra y Alemania para nombrar la predominancia de los militares sobre los civiles, la
creciente penetración de los intereses de carácter militar en el tejido social y su amplia
aceptación, el uso de recursos de la población para fines militares en prejuicio de la cultura y del
bienestar y el consumo de las energías de la nación en las fuerzas armadas (Bobbio 1998, 963).

El militarismo encontró sustento con la creación y profesionalización de organizaciones militares


permanentes destinadas a monopolizar la violencia dentro de los Estados. Para Bobbio, su
profesionalización se inicia el 6 de agosto de 1808, cuando el rey de Prusia abrió los altos grados
del ejército, no sólo miembros de la aristocracia, y fundó la primera escuela militar de
especialización, la Kriegsakademie. Con estos ejércitos, alimentados por conscripciones
masivas y dirigidos por especialistas (oficiales), se inicia el fin de la subordinación de los militares
a gobernantes civiles en cuanto miembros de una misma clase con los mismos intereses
objetivos (…). La institución militar, como toda organización profesional, puede regular el acceso
de individuos a su interior tanto reclutando solo aquellos que poseen ciertas capacidades o
conocimientos, explícitamente sancionados, como socializando a individuos reclutados a
normas, a reglamentos e incluso a costumbres vigentes al interior de la institución. Su
profesionalización forma parte, por lo tanto, del más amplio proceso de diferenciación estructural
que las sociedades, occidentales o no, han atravesado y que experimentan aún ahora en el curso
de la modernización social, económica y política.

Existen múltiples y variados tópicos del militarismo, desde elementales que lo describen como el
control de los militares sobre los civiles, hasta interpretaciones que recogen aspectos
motivacionales o cognitivos. No obstante, de modo general, podríamos entender que evoca un
exceso, intervención desmesurada, frecuente e ilegal del sector militar en política. El exceso
viene dado por el criterio de que, dentro de ciertos límites, es innegable una participación política
del componente militar a través de mecanismos sistémicos y de perfecta legalidad, como
carteras ministeriales u organismo de consulta en temas de defensa, etc.

Entre las principales explicaciones del militarismo se señalan el escenario que deriva de la
incapacidad de sectores sociales para imponer su proyecto consensualmente, la dependencia
externa y la asistencia (especialmente de EE. UU. en la Guerra Fría) que reciben los cuerpos
armados del subcontinente y la presunta condición de dispositivo represivo del estado
burgués atribuida por algunos a los ejércitos nacionales latinoamericanos. En este
esquema, América Latina habría vivido dos períodos característicos de esta crisis: el
primero, entre 1930 y 1966, tras la caída de la dominación oligárquica y los intentos inadecuados
de sustituirla dentro de un proceso de industrialización insuficiente o inacabado; y el segundo, a
partir de 1970, bajo la dinámica que intenta dejar atrás las experiencias populistas y el
desarrollismo.

El militarismo, se interpreta, obedece a una consecuencia generada desde las potencias que
promueven una dependencia de países latinos a través de ayudas. Esto es innegable desde la
Gran Guerra y tras ella. Hay excepciones que permiten identificar que ciertos grupos militares no
han sido totalmente sumisos, sino que han logrado apoyar proyectos regionales de desarrollo
nacional como en Perú en 1968, bajo el régimen del general Velasco Alvarado, el gobierno
progresista del general Torres en Bolivia, a principios de la década de los setenta. A pesar que
muchos de estos líderes y grupos fueron entrenados en el Pentágono. Otro análisis considera al
cuerpo militar como una institución que monopoliza el ejercicio legítimo de la violencia, un
dispositivo coercitivo del Estado burgués. Así, su rol sería el de restaurador del status quo previo
al producirse la caída de élites económicas a manos de fuerzas reformistas o populares. El
militarismo juega un rol definido con el componente caudillista y el desconocimiento de la

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población de lo que significa un régimen republicano, por ello su presencia, muchas veces, es
aceptada por la población a pesar de mostrar resultados poco favorables.

El surgimiento de regímenes militares, en nuestro país, se distingue desde sus orígenes


republicanos, con la carencia de proyectos, mecanismos de desarrollo y élites civiles con
legitimidad para tal función. Ante ello, esos vacíos, los militares con un rol destacado de las
guerras de independencia, asumieron esta labor. Así, el país entró un prolongado proceso donde
los matices autoritarios son de larga data. Este tipo de militares que han surgido por carencia de
un aparato estatal democrático son denominados caudillos militares. Pero debemos dsitinguir
militarismos de caudillismo militar.

La Doctrina de Seguridad Nacional


Inicialmente deudora de la teoría de la dependencia y auspiciada por gobiernos militares
suramericanos en la década del sesenta y setenta del siglo pasado, se caracterizaba por la
creencia de que, dados los recursos naturales existentes y la escasez relativa de la población,
mediante una expansión territorial interna se podría alcanzar un rápido desarrollo.
Asimismo, considera que la seguridad nacional descansa sobre el desarrollo integral de la
nación y que el retraso y subdesarrollo debe ser superado mediante un proyecto totalizante.
Contemplaba la idea de conducción del proceso de desarrollo nacional a cargo de una elite
cívico-militar orientada bajo principios de la planificación nacional.

La Doctrina poseía un carácter instrumental e ideológico que encubría falsas


valoraciones, tendencias militaristas y proyectos autoritarios. Fomenta la influencia del
modo militar de comportamiento en la sociedad y disminuye el pluralismo. Con su ampliación
en muchos ámbitos de la vida social, la división de poderes, débilmente presente en el sistema
latinoamericano, fue abolida y toda la sociedad quedó expuesta a la intervención del Estado.
Asimismo, suministra a las fuerzas armadas una supuesta legitimación como guardianas y
salvadoras de la nación, en vista de una crisis que, para los años sesenta y setenta, comienza a
cuestionar el status quo mantenido por ellas.

Por su parte, Rouquié recoge una tipología para el militarismo que atiende criterios como
objetivos institucionales, la cultura política de la nación en cuestión y la naturaleza de los
proyectos desde el punto de vista socio-económico. Para los dos primeros criterios, nos habla
de:
a) Gobiernos militares provisionales: gobiernos transitorios, surgidos tras el derrocamiento del
poder en funciones con el fin de devolver el gobierno a los civiles según procedimientos legales.
b) Regímenes constituyentes: al igual que los anteriores, son transitorios y producto del
derrocamiento del gobierno que le precede, pero difieren en que no fijan límite a su existencia y
manifiestan su intención de modificar reglas políticas o introducir cambios sociopolíticos antes
de entregar el poder. Esta tendencia ha sido muy generalizada en el subcontinente desde la
revolución brasileña” de 1964.
c) Militarismo reiterativo: caracterizado por la alternancia de gobiernos civiles y militares, tras el
proceso de politización de estos últimos y su asunción como interlocutores obligados de la vida
pública.

Por la naturaleza de sus proyectos socioeconómicos, dentro de un esquema dicotómico de


gobiernos conservadores y reformistas, Rouquié registra cuatro modalidades en las décadas de
los sesenta y setenta:
a) El modelo patrimonial: dictaduras familiares cuyo proyecto socioeconómico difícilmente va
más allá de la prosperidad privada y el enriquecimiento dinástico (Somoza, Stroessner).
b) Revoluciones desde arriba: caracterizadas por un reformismo pasivo. En el Perú, el general
Velasco Alvarado constituye su forma más clásica y acabada, pero no la única.

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c) Regímenes burocráticos desarrollistas: gobiernos cuyo objetivo es promover el desarrollo


acelerado y asociado al capital extranjero al margen del debate político y las presiones sociales
(el Brasil posterior a 1964 y la Argentina de 1966-1970).
d) Regímenes terroristas neoliberales: experiencias donde se une la violencia represiva inédita
y el liberalismo económico más voluntarista u ortodoxo. Su ambición común es reestructurar la
sociedad a fin de establecer si no un orden contrarrevolucionario permanente, por lo menos una
vida política y social sin riesgo para el statu quo (Uruguay, Chile y Argentina a partir de 1973).

La situación de hegemonía militar no se deriva propiamente de variables internas de ese


estamento, sino de la inestabilidad o debilidad del sistema político, independientemente de la
ambición y codicia de ciertos cuadros militares. Es decir, el análisis del militarismo debe partir de
la consideración de que la intervención de los militares en política es, primero, síntoma y efecto
de decadencia de la sociedad civil y de la clase política y, luego, causa de una
ulterior desintegración.

4. El populismo

Es una estrategia política usada para gobernar un país con una importante parte de su población
en estado de pobreza, pero con cierto grado de instrucción política. Sus rasgos más notables
son que existe una minoría de la población con un nivel de vida aceptable en alojamiento,
alimentación, salud, instrucción, posesión de bienes y proyectos para el futuro y una mayoría con
un nivel de vida bajo; pero, esto es esencial, está en gran parte alfabetizada o, a través de radio,
cine y TV, tiene conocimiento de niveles de vida más altos y, en muchos casos, cierta experiencia
política. Es este nivel de información el que hace al sistema inestable y favorece la solución
populista. Si no lo hay, el miserable estado de división permanece con los privilegiados
dominando a los pobres. La instrucción pública y los medios de comunicación masivos hacen
que los grupos menos favorecidos imaginen que puede cambiar su situación. Como no saben
cómo hacerlo, se produce un estado de resentimiento.

Situaciones con gran posibilidad de gobierno populista son una dictadura militar (como en
Latinoamérica) o religiosa fundamentalista (como en países islámicos) que controlen al grupo
marginal. Pero la dictadura, por su despotismo, exclusivismo y arbitrariedad, termina por hacerse
intolerable, aún para ciertos sectores del grupo privilegiado, y una alianza de estos con los
reprimidos suele acabar con aquella.

La alternación democrática funciona en los países industrializados en los que el grupo pobre rara
vez llega al 20% y puede ser políticamente ignorado o subvencionado. Las enormes
desigualdades en riqueza y oportunidades se mitigan; porque el sistema imperante permite un
nivel de vida aceptable para una mayoría. En los países con mayoría pobre, el juego de votar
por la oposición que promete cambios y deja todo igual termina por cansar a todos y desilusionar
a la gente de la política. Esto es peligroso porque puede generar un alejamiento de la realidad
política y de sus deberes ciudadanos.

El vacío que resulta de la caída de una dictadura, el fin de una etapa colonial o de la desilusión
política es la oportunidad para el populismo. Requiere casi siempre la aparición de un líder
carismático que convenza al grupo marginal de que él va a mejorar la situación. Por lo general,
llega al poder por elecciones, por la lucha anticolonialista y en unos pocos casos por una
revolución armada.

La prédica del populismo es la lucha contra la injusticia, que mantiene pobres a la mayoría. La
culpa -se dice- es de los privilegiados que viven bien a costa de la miseria de las clases bajas.
No se habla de la productividad ni de la estructura de la economía. El líder, casi siempre de
origen humilde, apela a resentimientos de los pobres y amenaza a los privilegiados. Se gana a

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una fracción, que por alguna causa están disconformes con su situación económica, de poder o
tienen ideologías contra el sistema vigente. Se apoya, además, en sentimientos que han sido
estudiados por los psicólogos sociales: la atracción de una figura paternal protectora-salvadora
y la tendencia humana a afiliarse a uno de dos bandos antagónicos. Apela más a símbolos que
al discurso racional. Actos masivos ruidosos, largos discursos declamatorios, emotivos,
amenazantes y desplantes en relaciones internacionales mantienen la figura del líder ante su
pueblo. Apela al patriotismo y a tradiciones culturales para unir a los que lo apoyan y acusa a los
que se oponen como antipatrióticos. Las declaraciones y acciones contra enemigos externos e
internos, reales o imaginarios tienes el mismo fin. En muchos casos, sus principios ideológicos
pretenden trascender las fronteras y se trata de impulsarlos en otros países, entrando en
conflictos internacionales. Durante la Guerra Fría, los líderes populistas jugaron con el
antagonismo de EE. UU. y la URSS para obtener ayuda económica y militar de ambos.

La acción política tiende al unipartidismo o partido dominante y el control del poder legislativo y
judicial. En algunos casos, el partido dominante dura más que el líder fundador dando lugar a
una sucesión de mandatarios que dan apariencia democrática, aunque no hay alternancia de
partidos. En estos casos las características basadas en la personalidad del líder están muy
atenuadas. En el otro extremo, el sistema puede llegar a transformarse en un estado comunista
con estatificación completa de la economía, la política, la justicia y la cultura o un sistema fascista
agresivo que controla la vida social, exalta el nacionalismo y protege al capitalismo nacional.

El populismo dispone de un discurso justiciero bien fundado. La crítica al sistema capitalista


liberal tiene argumentos contundentes desarrollados por los teóricos socialistas, anarquistas y
marxistas, que señalan que ha mostrado incapaz de eliminar la pobreza y la desigualdad de
oportunidades. En su forma actual de dominio del capital financiero hace legal, por ejemplo, una
especulación en que un financista totalmente improductivo gana en pocos días más que 300
obreros calificados en todas sus vidas. Predica la globalización y el libre movimiento del capital,
que puede dejar sin trabajo a miles de trabajadores en un país, pero no les permite emigrar a los
países donde se fue el capital. Por otra parte, muchos líderes populistas son anticomunistas.
Señalan que los regímenes comunistas duran décadas pidiendo sacrificios en nombre de
beneficios que solo llegan al grupo dirigente cuando se transforma en dominante. Más grave aún,
niega la posibilidad (y hasta la ilusión) de mucha gente que pretende mejorar su situación
individual mediante su trabajo y creatividad. El líder populista promete un nuevo sistema, ni
capitalista ni comunista, que resolverá los problemas, pero nunca se ve tal solución.

La acción económica del populismo depende mucho de la estructura económica del país. Un
denominador común es el aumento del gasto público por creación de empleos, subvenciones,
transferencias a los más necesitados, propaganda política, gastos militares, intervención en otros
países. Si el país recibe una renta (transferencia unilateral de dinero extranjero al país por venta
de productos agrícolas o minerales o por control de vías de transporte) el gobierno populista trata
de obtener lo máximo posible de esa renta para los gastos mencionados. Los controles sobre la
economía (estatificación de empresas, controles de precios, subvenciones, control del comercio
exterior, controles cambiarios, altos impuestos) para conseguir dinero y corregir los abusos de
los privilegiados, chocan con los procesos de desarrollar una economía fuerte y competitiva. La
intervención estatal ahuyenta la inversión, paraliza la innovación, destruye la competencia,
debilita la selección por el mercado. Este es un dilema que ningún gobierno populista ha podido
resolver.

La acción social populista es remediar la pobreza. Ninguno de los populismos ha podido


erradicarla, ni siquiera reducirla a una minoría como en los países desarrollados. Tampoco es
esta la verdadera intención. El líder y el aparato burocrático distributivo que crea basan su poder
y prestigio en ayudar a los pobres; por lo tanto, sería suicida para el populismo reducirlos a una
minoría. Muchos líderes y colaboradores del populismo no ven este punto y no se explican

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porque les es imposible eliminar o reducir drásticamente la pobreza. Bastaría que miraran a los
países que han conseguido minimizarla, pero imitarlos sería eliminarse ellos mismos. El grupo
privilegiado nota que su situación no ha cambiado mucho y no hace una oposición enérgica. El
populismo, si no se transforma en comunismo, es más tolerable y menos excluyente que la
dictadura militar o religiosa. La protección del gobierno populista a empresarios amigos les gana
apoyo entre los privilegiados. Además, para los muy apegados a las libertades y derechos
humanos siempre está el temor a la represión informal o formal; pues se crean organizaciones
políticas de vigilancia y un fuerte control del ejecutivo sobre el sistema jurídico-policial y optan
por callarse o abandonar el país.

El sistema populista personal puede durar más o menos tiempo: Perón 10 años, Nasser 15,
Kaddafi 41, Velasco Alvarado 7, Getulio Vargas 15, Nehru 17, Saddam Hussein 27, Sukarno 20,
Fidel Castro 41, Kim Il Sung 41. En su variedad totalitaria: Mussolini 21, Hitler 12. Algunos como
Kim Il Sung han logrado dejar un sucesor. Los sistemas de partido dominante, donde
gobernantes más profesionales suceden al líder populista, pueden durar mucho (México 61 años,
India 30).

La caída de un sistema populista personal se produce en general por el estancamiento y deterioro


de la economía, la persistencia de la pobreza que debilita el apoyo popular, la evidencia de que
se forma un nuevo grupo de privilegiados en torno al líder y, en muchos casos, por las actitudes
exclusivistas e ideológicas del líder, que se enreda en conflictos internos con los privilegiados,
que ha escarnecido, pero no eliminado, y enemigos externos, que reaccionan ante el
nacionalismo agresivo. El fascismo es un dramático ejemplo de esto último.

5. El asistencialismo

En muchas ocasiones, escuchamos el término asistencialismo ligado a prácticas inadecuadas


en políticas de intervención social. Según Mario Fuentes Destarac, jurista guatemalteco, el
asistencialismo público es la acción o conjunto de acciones que llevan a cabo las instituciones
estatales con la finalidad de prestar socorro, favor o ayuda a individuos o grupos en condiciones
de desprotección o vulnerabilidad, temporal o permanente. Tiene su origen en la caridad pública,
que se basa en el principio de la benevolencia; es decir, la compasión y lástima, se traduce en
la limosna o el auxilio que se presta a los necesitados, a manera de una actitud solidaria con el
sufrimiento ajeno.

Los que critican el asistencialismo afirman que convierte a los necesitados en dependientes, que
carecen de respeto hacia sí mismos, transforma a los necesitados en parásitos, tan adictos a los
subsidios públicos que son incapaces de confiar en sí mismos, priva a los necesitados de su
capacidad, autoridad y autonomía para decidir libremente sus propios asuntos, perpetúa la
ciudadanía de segunda clase, la de los necesitados; ya que, en la práctica, les concede un
estatus de seres humanos no adultos e indolentes. Generalmente, degenera en un típico
clientelismo, para el cual los individuos son verdaderos clientes, o sea individuos dependientes
que están bajo el control y la regencia de quienes los protegen, tutelan, amparan, patrocinan o
ayudan. No promueve el surgimiento de comunidades de ciudadanos: personas libres que
asuman la responsabilidad de su vida y la afronten con confianza en sí mismas.

El asistencialismo podría ser un concepto opuesto a empoderamiento. Mientras el


empoderamiento está asociado a dar poder y capacidad de transformación a los sujetos con
respecto a su entorno, el asistencialismo se limita a abastecer las necesidades básicas de la
población sin ejercer un mayor cambio sobre la realidad existente y generando algún grado de
dependencia entre los programas y los usuarios. Para poner un ejemplo didáctico, sería la
diferencia entre enseñar a pescar y entregar pescado.

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6. Autoritarismo

El orden republicano y democrático del mundo moderno, con su sistema de ley (Estado de
derecho) y de libertades ciudadanas que garantizan, al menos formalmente, la autonomía del
individuo, no ha podido evitar que perdure, hasta nuestros días, una herencia arcaica muy
poderosa de los sistemas jerarquizados tradicionales: el autoritarismo como práctica y como
mentalidad. Aunque modificado por la experiencia histórica liberal de más de dos siglos, atraviesa
la institucionalidad democrática con la idea (llevada a la práctica cotidiana) de que el orden y la
paz social se logran únicamente mediante la imposición del poder de unos sobre otros (con uso
de fuerza cuando es necesario), tal y como lo dicta el orden natural y tradicional de las cosas.

De acuerdo a la mentalidad autoritaria, cuando se permite que los individuos actúen sobre sus
instintos e intereses particulares, el resultado es el desorden, la inestabilidad, la anarquía y el
caos. Es necesario, por lo tanto, que haya una autoridad, incorporada en el Estado y los
estamentos de poder, que proteja al orden social. En todo sistema político, incluyendo las
democracias formales, esa autoridad se legitima moralmente por una particular estructura
jerárquica, encabezada por sectores que incorporan una fuerza superior, sea esta de origen
social (de clase) o natural (racial). Esta fuerza superior tradicional puede estar constituida por los
representantes de Dios (a pesar que vivimos en un mundo secularizado), la tradición, la sangre
(etnia o clase social), la riqueza, la moral, las instituciones, el sistema económico, las
convenciones, el poder militar, los gobernantes elegidos o las mayorías electorales. En el caso
de regímenes revolucionarios autoritarios, la autoridad como ente estabilizador es conformada
usualmente por los nuevos grupos de poder, los cuales se legitiman por el fundamentalismo de
su origen ideológico. En otras palabras, la función principal del Estado —según
el ethos autoritario—, es mantener el orden social y político existente en representación de una
autoridad social interna claramente definida. Su obligación es actuar decididamente para atajar
y evitar el brote de toda conducta social disidente potencialmente desestabilizadora y dañina
para ese orden.

El autoritarismo presupone que toda sociedad tiene enemigos internos y externos; por ello el
Estado está obligado a mantener una fuerza policíaca y militar capaz de proteger a los
ciudadanos y al orden social. De acuerdo a la mentalidad autoritaria, que todavía nos atraviesa
como un eje atávico, el ser humano, por su naturaleza destructiva, tiende a promover el caos
social cuando se le permite actuar autónomamente según sus impulsos naturales, que tienden a
lo irracional. Solo mediante la imposición de medidas efectivas de control social por parte de una
autoridad política debidamente constituida en representación de una moral superior (accesible a
los grupos privilegiados, pero no al grueso de la población), se puede evitar el efecto nocivo de
la conducta anárquica y autodestructiva de los ciudadanos cuando estos logran, de forma
ilegítima, ocupar espacios autónomos de acción política.

El control efectivo de la conducta social reside en dos pilares ideológicos paralelos y


complementarios: por un lado, la legitimidad formal y consensuada de una autoridad (régimen)
particular validada por la cultura política y, por otro, la capacidad y voluntad política
(decisionismo) de acudir a la fuerza, a la violencia, cuando se estime necesario para proteger el
orden público. Por eso, la tradición autoritaria le asigna solo al Estado, en representación de los
sectores dominantes, la responsabilidad de protección de los enemigos internos y externos, le
brinda el monopolio sobre el uso de la violencia. Este es uno de los pilares del Estado moderno
y constituye uno de los principales principios de legitimación del Estado de derecho, lo mismo
para mantener fuerzas miliares, policíacas y penitenciarias, como para instrumentar políticas de
represión. El monopolio sobre la violencia y la voluntad de usarla cuando se entienda necesario
es también uno de los fundamentos prácticos y teóricos del estado de excepción (El Estado de
excepción es la autoridad que retiene el Estado soberano para dejar sin efecto el Estado de
derecho y poder actuar al margen de la Ley).

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La estrategia principal del autoritarismo no es tanto el uso de la represión y la censura, ni forzar


el conformismo del ciudadano por medio de la fuerza y el temor (terror). Sobreponer el valor de
la lealtad y la obediencia sobre la autonomía del individuo y su capacidad de actuar
racionalmente, es decir, sobre el activismo ciudadano, se logra haciendo que los ciudadanos
hagan suyas las ideas y políticas oficiales al grado de considerarlas no como algo impuesto, sino
como algo lógico y natural. La propaganda oficial del Estado y el control ideológico, por parte de
los sectores dominantes, son estrategias preferibles a las medidas abiertamente represivas, las
cuales, como nos dice la experiencia, pueden tener el efecto contrario de exacerbar los ánimos
contestatarios. En otras palabras, para la mentalidad autoritaria la propaganda es una
herramienta exponencialmente más importante que el control directo de las instituciones, la
imposición de políticas oficiales, la censura externa, la represión y el castigo. Aunque estas
últimas se mantienen siempre activas por parte del Estado, sobre todo para lidiar con brotes
sociales disidentes o de corte revolucionario.

La mentalidad autoritaria tiende a ser hostil a la pluralidad social, privilegia la promoción e


imposición, como medida normal, de un patrón cultural homogéneo para una comunidad
nacional. En España, el régimen autoritario de dictadura franquista (1936-73) se autodenominó
como un movimiento nacional católico cuya misión era restaurar las normas jerárquicas del
catolicismo tradicional en las instituciones sociales y estatales. Las políticas sociales adoptadas
por la Segunda República (1932-39) en reconocimiento de la diversidad cultural, territorial y
sectorial, junto al proyecto social de superar patrones tradicionales de privilegios y exclusión,
fueron consideradas por el franquismo como causales de desintegración, desorden y
decadencia. Hoy, a pesar que la democracia constitucional ha sido reinstalada en España, aún
hay mucho resentimiento entre sectores tradicionalistas (autoritarios), ante los reclamos
culturales y autonómicos de vascos y catalanes, y el empeño de sectores tradicionalmente
excluidos para que se les reconozca sus particulares identidades en condiciones de igualdad.
Otro ejemplo contemporáneo es la reacción que se ha dado en Estados Unidos contra la
inmigración proveniente de Latinoamérica (incluyendo la puertorriqueña) por considerar que su
cultura es extraña al mainstream (cultura hegemónica) de la sociedad estadounidense, la cual
se define como protestante, blanca y de origen anglosajón. En otras palabras, el pluralismo social
y cultural todavía enfrenta, ante el atavismo autoritario tradicional, un largo tramo de arduo
cambio social y político.

Otro caso de un Estado con rasgos autoritarios evidentes es China, la potencia emergente del
siglo XX. El Estado chino se ha negado, en años recientes, a asumir sus responsabilidades en
asuntos claves como calentamiento global y derechos humanos. En su reclamo de que al Estado,
y no a los ciudadanos, le corresponde determinar el bien común, China es el caso particular de
una estructura formalmente comunista conviviendo con un impulso capitalista brutal que está
transformando su economía a pasos agigantados, pero no necesariamente abriendo espacios
de democratización.

La práctica de usar propaganda para esconder ideologías, bajo reclamos tecnocráticos y de


ideales culturales firmemente ubicados en la tradición, es un hábito moderno que no desapareció
con los regímenes abiertamente totalitarios del siglo XX (nazismo, fascismo, franquismo y
estalinismo) y sigue siendo hoy la meta explícita de todos los sistemas hegemónicos, incluyendo
las potencias occidentales (países ricos del planeta). Lo que hoy día hace a la propaganda más
efectiva que las prácticas abiertamente impositivas, es que cada día esta es más sutil y que no
proviene solo del Estado, sino de estructuras del mundo de la economía; es decir, del mundo
corporativo a través de sus herramientas multimillonarias de publicidad y relaciones públicas,
con el apoyo de organizaciones cívicas, educativas y, principalmente, con sus aliados
mediáticos. El objetivo, sin embargo, es el mismo: desalentar el activismo ciudadano, el
pensamiento crítico, la desobediencia y, sobre todo la disidencia.

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7. Tecnocracia

El término significa literalmente “gobierno de técnicos”. Son profesionales que han identificado
su postura con el uso del método científico para resolver los problemas de la política. En vez de
basar sus decisiones en convicciones ideológicas, se favorece la acción orientada a resultados
prácticos, basado en datos empíricos. El tecnócrata es (o se asocia con) un científico o ingeniero
y no con un político tradicional. El término fue originalmente utilizado para designar la aplicación
del método científico a la resolución de problemas sociales, en contradicción con los enfoques
económicos, políticos o filosóficos tradicionales.

Sus orígenes filosóficos se hallan en el siglo XIX. Por regla general, se atribuye la primera
expresión consciente de la ideología tecnocrática al filósofo y sociólogo francés Claude-Henri
Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825), que en su obra Réorganisation de la société
européenne, de1814, afirma:

“Las ciencias, no importa de la rama que sean, no son más que una serie de problemas
que solucionar, de cuestiones que examinar, y se diferencian entre ellas solo por su
naturaleza. De esta forma, el método que se aplica a alguna de ellas conviene a todas
las demás por el mero hecho de que conviene a algunas [...]. Hasta el momento el
método de las ciencias experimentales no ha sido aplicado a las cuestiones políticas:
cada uno ha contribuido con sus propias formas de ver, de razonar, de evaluar, y la
consecuencia es que todavía no hay exactitud de soluciones ni generalidad de
resultados. Ahora ha llegado el momento de superar esta infancia de la ciencia.”

Saint-Simon es el primero que propone para el poder político a aquellos que, en su época,
dirigían el proceso de transformación económica en Francia: dirigentes industriales y los
técnicos; augurando el reemplazo de la política por la ciencia de la producción, el “gobierno de
los hombres” por “la administración de las cosas”. Por los mismos derroteros circula otro filósofo
y sociólogo francés, Auguste Comte (1798-1857). Contemplando la sociedad industrial, científica
y tecnológica como fruto de toda la historia universal, concluye la necesidad de una dirección
tecnológica y no política de la sociedad. La ideología tecnocrática se fundamenta en una
concepción del radio de acción y del método de la ciencia, de las relaciones entre ciencia, técnica
y el papel social de la técnica, según la cual es real solamente aquello que es cuantificable,
comprobable empíricamente y manipulable. Por lo tanto, todo aspecto de la realidad, incluso de
la realidad sociopolítica, es investigable con instrumentos de las ciencias exactas. Así, según la
visión moderna de la indisoluble relación existente entre la investigación teórica (ciencia) y el
dominio sobre el objeto investigado (técnica) es esta la que tendría una función de
experimentación y de dirección social y política.

En los años treinta, surge la tecnocracia práctica. El término se impone en estos años para indicar
la progresiva expansión -alentada por algunos, temida por otros- del poder de los técnicos de
producción (químicos, físicos e ingenieros) basado en el supuesto de que quien está capacitado
para gobernar el proceso industrial empresarial está capacitado para gobernar no solamente
enteros sectores productivos, sino también la sociedad industrial en su conjunto.

Los técnicos industriales son pronto reemplazados por la clase de los directores, que deben su
fortuna al debilitamiento de la función de la propiedad -ya sea en su faceta de titularidad, con la
sociedad por acciones, ya sea en su faceta decisional-, característico de los grandes grupos
industriales. Con la creciente intervención del Estado en la vida económica de los pueblos, con
la planificación económica y con la integración entre industria y sistema de defensa durante los
periodos bélicos, con la carrera armamentística durante la Guerra Fría, el tecnócrata medio se
abre a los más altos niveles de la burocracia estatal y de los aparatos industrial-militares.

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Además, evidentemente, a exponentes de renombre de las facultades universitarias científicas,


tecnológicas y económicas, con un trasvase continuo de una realidad a otra, ejemplificado por la
carrera de Robert S. McNamara, en primer lugar, presidente de la Ford Motor Company, luego
Secretario de Defensa de EE. UU. en la época de la guerra de Vietnam (1965-1975) y, finalmente,
presidente del Banco Mundial.

Lo que caracteriza a la tecnocracia, a principios del siglo XXI, es la tendencia a suplantar el poder
político en vez de apoyarle con su asesoramiento, asumiendo para sí la función decisional.
Elimina la división entre política como reino de los fines y técnica como reino de los medios,
abandona el terreno técnico-económico y de los medios de la acción social para meterse en el
de los fines y en el de los valores, intentando que la decisión de tipo político y discrecional -con
base en criterios morales- puede ser reemplazada por una decisión no discrecional, fruto de
cálculos y previsiones de tipo científico, sobre la base de puros criterios de eficiencia.

En la mentalidad tecnocrática -sintetiza Claudio Finzi-, racionalidad y verdad están


indisolublemente unidas, según un esquema reconocido casi universalmente en el pensamiento
contemporáneo, en el que además la racionalidad está fundada sobre elementos meramente
cuantitativos, postergando al mundo de lo irracional y por lo todo aquello que no sea cuantificable.
Ya no habrá sitio para juicios de valor; esto es, para juicios que por su naturaleza no pueden
fundarse sobre elementos cuantitativos.

La ocupación de la esfera política trae consigo la demonización por incompetencia,


por corrupción y por particularismos de individuos que actúan tradicionalmente en ella; y también
la afirmación de la plena suficiencia de la competencia para la gestión de los asuntos públicos,
conforme a una concepción simplista de la sociedad como unidad productiva de la que, en un
primer momento, hay que maximizar su expansión económica, o -en un segundo momento-
integrar en un sistema económico mundial. Para tal fin hay que adaptar las estructuras
institucionales (como los italianos que desean una Constitución reescrita teniendo como objetivo
el mercado mundial) y administrativas.

De la desconfianza tecnocrática en la voluntad o capacidad de los individuos particulares o


asociados de realizar un sistema económico más eficiente, se deriva tanto la propensión a
planificar la sociedad por medio de un sistema de control tecno-burocrático, como la expulsión
de la vida social de todo principio que no sea cuantificable, la aversión hacia una concepción del
bien común que no se reduzca a puro bienestar material.

Si la ideología tecnocrática se remonta a la industrialización de los Estados nacionales europeos


(sobre todo de Francia en el siglo XIX), su consumación se afirma en la segunda mitad del siglo
XX, cuando se realizan las condiciones para una proyección a escala mundial en su doble
perspectiva de solución de los grandes problemas planetarios y de globalización de la economía.

Al principio de la década de los setenta (coincidiendo con la aparición del famoso informe
realizado para el Club de Romapor el System Dinamics Group del MIT, el Massachussets
Institute of Technology, uno de los mayores laboratorios mundiales del pensamiento tecnocrático,
que fue difundido en Europa en 1972 con el título Los límites del crecimiento), comienza a
afirmarse la necesidad de planificar una detención del crecimiento demográfico y una reducción
de los consumos para encarar la degradación del medio ambiente y el agotamiento de los
recursos naturales.

Dicho esto, es necesario evitar identificar como tecnocrático lo que es propio de una época
tremendamente marcada por la tecnología, así como tampoco pensar que todos los ambientes
que manifiesten actitudes tecnocráticas participen de las mismas perspectivas ideológicas y
operativas. La esencia de la concepción tecnocrática, más allá de cómo se presentó

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históricamente (debido a lo que, en cada momento, desde la máquina a vapor a los salvajes
mecanismos de las finanzas, era estimado como mayor factor de desarrollo), consiste en la
pretensión de amputar de la realidad todo aquello que no sea cuantificable y manipulable, y por
lo tanto de desviar de la vida de los hombres todo aquello que guarde referencia con principios
o imágenes de un orden trascendente.

Algunos usos de tecnocracia se refieren a una forma de meritocracia, un sistema donde la


mayoría cualificada son los que deciden la validez de las cualificaciones. Otras aplicaciones han
sido descritas como no ser un grupo oligárquico, sino más bien la administración por la ciencia-
disciplina específica, aparentemente sin la influencia de grupos de interés especial. La palabra
tecnocracia también se ha utilizado para indicar cualquier tipo de gestión o administración por
expertos especializados (tecnócratas) en cualquier campo, no solo la ciencia física, y el adjetivo
tecnocrático se ha utilizado para describir a los gobiernos que incluyan profesionales no electos
a nivel ministerial.

Patrimonialismo o Estado patrimonial


Es la condición del ejercicio del poder que le hace suponer a su detentador la propiedad de los
bienes, servicios y personas asignadas a su cargo. Comúnmente se considera que ello tiene
que ver con regímenes monárquicos absolutos o despóticos. Por derecho divino o por mero
acto de fuerza, el soberano o el autócrata imponía su voluntad a personas y cosas pues,
finalmente, unas y otras le eran propias. Al limitarse las monarquías al modo constitucional, se
ve que la condición patrimonial del poder reside en déspotas, revestidos o no de visos
democráticos. Hablar hoy del ejercicio patrimonial del poder parece un recuerdo, pero sigue
siendo un concepto central para explicar algunos de los peores fenómenos de nuestro tiempo.

Los medios de comunicación aún señalan ciertas constantes y, tal vez, hasta ciertos patrones.
Uno de ellos la corrupción, más allá de sus modalidades entre políticos, funcionarios púbicos
y particulares. En sus modalidades extorsión, cohecho o peculado. Pero que muestra la
mecánica de las conductas. En cada una el político o funcionario considera que los bienes,
servicios o personas que tiene encomendados, son suyos. Por esta razón, puede disponer,
apropiárselos o intercambiarlos a fin de recibir sus beneficios directos o sustitutos. Quien toma
algo del patrimonio público, supone que tiene algún derecho sobre él; quien lo aprovecha en
beneficio propio.

Lo que subyace a una buena parte de los modos de actuar, que finalmente calificamos como
corruptos, es una cultura donde los detentadores de los bienes, servicios y personas asignados
en razón del cargo público (y desde luego privado, que por ahora no trato), consideran que
pueden disponer de ellos de diversas maneras como parte del cargo mismo. Esta condición
aplica desde elementos instrumentales como los automóviles o la papelería, hasta elementos
sustantivos como el presupuesto, las concesiones o las subastas. En esta cultura, el político o
el funcionario consideran no solo que es correcto hacer lo que hacen sino, más aún, que ello
es parte connatural de su quehacer. Leyes de transparencia, control presupuestal o auditoría
terminan viéndose como lamentables imposiciones de una racionalidad ajena a la que por
definición se asume como propia del verdadero ejercicio del poder.

Hay al menos dos razones por las que actualmente el patrimonialismo no se ve. La primera,
por su extensión misma. Los políticos o funcionarios de una gran cantidad de países ejecutan
cotidianamente acciones de apropiación o, al menos indebido aprovechamiento de los bienes,
servicios y personas que tienen encomendados. La normalidad se asume así como realidad.
La segunda razón es que al haberse remitido la categoría "patrimonialismo" a los anales de la
historia, termina suponiéndose que solo ahí se encuentra. Este es un error grave. La suposición
de propiedad de lo público está tan presente en los regímenes democráticos, como lo estuvo
o lo está en los despóticos. Quien ocupa una posición por efecto de las urnas, los concursos o

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las designaciones, meritorias o no, puede suponer que tiene tanto derecho a la apropiación o
al beneficio, como lo tuvo un señor feudal, un encomendero o un califa. El problema no fue y
no es de tiempo ni de rango. Es de cultura. Del modo generalizado en que se entiende el
ejercicio del poder y se asumen sus beneficios.
Fuente: https://elpais.com/internacional/2015/10/06/actualidad/1444158961_579846.html

Fuente
• http://www.iidh.ed.cr/comunidades/redelectoral/docs/red_diccionario/clientelismo.htm
• Fuentes, M. (2008). ¿Asistencialismo o inversión social? En: El Periódico de Guatemala, 10
de Noviembre de 2008, Guatemala: Aldea Global
• Contreras, C. y Cueto, M. (2018). Historia del Perú contemporáneo. Lima, Perú: IEP

Actividad: Cuestionario - Componentes histórico-políticos del Perú – Clase 2 – PC 1

1. Con la separata analizada de la clase 2, desarrolla un conversatorio


1.1. Sobre el Panorama peruano en el siglo XX, cada integrante debe aportar 1 cambio y 1
permanencia histórica trascendental del país en el siglo XX.
1.2. Sobre los elementos en el desarrollo político peruano, se debe mencionar un ejemplo de
cada elemento y explicar su impacto en el desarrollo peruano.

-Presentar un informe grupal. En un archivo de Word, colocar carátula sencilla con número de
grupo, todos los integrantes en orden por apellido-nombre y señalar si alguien no trabajo
o no participó, datos del curso.

Rúbrica - Componentes histórico-políticos del Perú – Clase 2 – PC 1


Nivel de desempeño
Criterio a evaluar / valor Óptimo En proceso Necesita acompañamiento
5 puntos 2 a 3 puntos 1 o 0 puntos
Participación con Participación de cada Participación de No participa con
intervenciones orales en integrante en cuatro cada integrante en intervenciones orales en torno
torno a la temática con ocasiones como mínimo dos ocasiones como a la temática con moderación,
moderación, respeto y mínimo respeto y tolerancia.
tolerancia.
Citado de casos analizado en Los integrantes indican 4 Los integrantes No indican casos
la separata casos indican 2 casos
Cita situaciones externas a la Los integrantes indican 4 Los integrantes No indican casos
separata con relación a la casos indican 2 casos
temática
Coherencia semántica: Adecuado nivel de Limitado nivel de Carece de nivel de
argumentación coherente y argumentación y uso de argumentación y argumentación y no usa
contextualizada términos de la temática. uso de términos de terminología con relación a la
la temática. temática.
Inclusión de componentes Incluye diversos Incluye No incluye componentes
teóricos y desarrollo de componentes teóricos de componentes y teóricos ni aplica instrucciones
instrucciones de actividad. la clase y aplica aplica instrucciones de actividad.
instrucciones de actividad. de modo limitado
Total puntaje

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