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La Armadura del Cristiano

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo
acabado todo, estar firmes”.
Efesios 6:12-13

                  Habiendo considerado todo lo anterior nos damos cuenta que son muchas las artimañas del
enemigo y su poder e influencia sobre este mundo es poderosa. Siendo así nos podríamos preguntar
¿Cómo podemos hacer frente a un enemigo tan poderoso y maligno? La Biblia nos da la respuesta al
decirnos, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado
todo, estar firmes. Oswald Chambers nos dice al respecto: “No podemos estar firmes en contra de las
asechanzas del diablo con nuestras propias fuerzas. El diablo se nos acerca  en formas que solo Dios
puede comprender y no en formas que nosotros podamos entender. La única manera en que podamos
estar preparados en contra del enemigo es haciendo lo que Dios nos dice: Permaneced firmes, vestidos
de su armadura...” Esto era algo que Pablo comprendía y por ello le advierte a los creyentes que nuestros
enemigos son espirituales y no hombres de carne y hueso: Porque no tenemos lucha contra sangre y
carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. El comentarista bíblico William Braclay
comenta al respecto de estos versículos las siguientes palabras: “Las palabras que Pablo utiliza
principados, autoridades, gobernantes de tinieblas y espíritus de maldad; son nombres de diferentes
clases de espíritus malignos y para él, todo el universo era un campo de batalla. El cristianismo no
tendría solo que luchar contra los ataques del hombre, sino con fuerzas espirituales que luchan con
Dios. Pablo ve un cuadro real. Todo ese tiempo había estado encadenado a la muñeca de un soldado
romano. Literalmente, Pablo era un embajador en cadenas. Al escribir este pasaje, la armadura del
soldado le sugiere un cuadro pictórico. El cristiano también tiene una armadura; y Pablo traduce a
términos cristianos pieza por pieza la armadura del soldado romano”. Por tanto, es importante que cada
uno de nosotros comprenda la importancia de vestir siempre la armadura que Dios nos ha proporcionado
ya que de lo contrario, estaremos en desventaja. Cualquier otro tipo de arma no servirá de mucho ya que
la batalla se desarrollará en el campo espiritual y el Señor nos ha provisto de poderosas armar para resistir
al enemigo de nuestra alma: “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en
Dios para la destrucción de fortalezas,  derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”, (2 Corintios 10:4-
5). Veamos en qué consiste cada parte de esta armadura.

El Cinturón de la Verdad
Manténganse firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad...”
Efesios 6:14a  (NVI)

               El cinturón de un soldado romano era de 15 a 20 centímetros de ancho y aseguraba todas las
otras piezas de la armadura porque estaban unidas a él, incluso la funda de la espada. Si el cinturón no era
fijado correctamente, éste podría desabrocharse durante la batalla exponiendo sus partes íntimas,
perdiendo sus armas y quedando en completa vergüenza. El cinturón de la verdad se refiere a nuestra
integridad. Cuando no somos íntegros y llevamos una doble vida, nuestra conciencia nos acusa de
hipócritas, el diablo se burla de nosotros y no somos capaces de ejercer libremente y con autoridad
nuestros dones ya que sabemos que no vivimos en santidad. La verdad de Dios se encuentra en la Biblia a
la cual debemos sacarle el mayor provecho al leerla, estudiarla y aplicarla en nuestra vida diaria con la
finalidad de tener una verdadera vida piadosa. A través del conocimiento y aplicación de la palabra de
Dios obtenemos:
1.       Llevar una vida santa, la cual aumenta la comunión entre Dios y el hombre: “¿Con qué limpiará el joven
su camino? ¡Con guardar tu palabra!” (Salmo 119:9, RV95).
2.       Una vida íntegra nos da autoridad para vencer al enemigo de nuestra alma ya que nuestra consciencia no
nos acusa de hipocresía: “Para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra
conciencia: Nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre ustedes, con la santidad y
sinceridad que viene de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia
de Dios” (2 Corintios 1:12, NVI).
3.       El  vivir de acuerdo con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras  nos garantiza el respaldo de Dios en
nuestras  vidas ya que es la presencia del Espíritu Santo la clave de nuestro éxito. Cuando Dios llamo a
Gedeón a su servicio y este temía le dijo que la clave de su éxito dependía de su presencia en él: “Y 
Gedeón le respondió: Ah, Señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo
esto?... Y mirándole Jehová, le dijo: Vé con esta tu fuerza, y salvarás a Israel... Entonces le respondió:
Ah, Señor mío, ¿Con qué salvaré yo a Israel?... Jehová le dijo: Ciertamente yo estaré contigo, y
derrotaras a los madianitas como a un solo hombre” (Jueces 6:13-16).
Toda nuestra vida debe estar cimentada en la verdad de Dios. Cuando nos ceñimos con la verdad
de la palabra todos los efectos de ella vienen a nosotros: honestidad, integridad, confiabilidad, rechazo a
la falsedad, la mentira y el engaño. En otras palabras, no se trata simplemente de llenar nuestra mente con
la verdad bíblica, sino que debemos permitirle afectar todo lo que decimos y hacemos. Cuando es así,
seremos santos, no tendremos de que avergonzarnos, el diablo no tendrá de qué acusarnos y podremos
ejercer nuestros dones con toda autoridad.

La Coraza de Justicia
“...protegidos por la coraza de justicia...”
Efesios 6:14b  (NVI)

                  La coraza del soldado romano estaba hecha de bronce y se ceñía al cuerpo mediante recias
tiras de cuero. Tenía como propósito proteger los órganos vitales del soldado de una estocada de espada.
Nuestras partes espirituales más vulnerables están protegidas por la justicia de Cristo la cual nos ha sido
imputada gracias a lo que Jesús hizo en la cruz. La palabra imputada quiere decir “atribuir a una persona
algo que no tiene, reconocer o dar crédito a favor de nuestra cuenta”, y Pablo lo dice de la siguiente
manera: “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él
recibiéramos la justicia de Dios”, (2 Corintios 5:21, NVI). Como seres humanos imperfectos somos
incapaces de producir nuestra propia justicia ya que una mala obra botaría mil buenas obras y esto haría
pedazos nuestra consciencia. Pero al entender que nuestra salvación proviene de la fe en Jesucristo las
cosas son diferentes. La coraza de justicia se refiere a la Justicia que nos imputa Dios, la cual nos protege
de la culpa y condenación ante Dios de tal manera que el diablo no puede atacar nuestra conciencia.
David Wilkerson lo dijo de esta manera: “Si usted no tiene esta verdad en su vida, el diablo se divertirá
arruinando sus sentimientos. Le dirá mentiras y lo empujará a hacer lo malo a menos que usted tenga
esta verdad como el fundamento colocado debajo de todo lo que usted cree; ni su doctrina, ni su
teología, ni su vida estará en lo correcto, si usted no tiene esa verdad. Y si no la entiende, ni siquiera
podrá obedecer a Dios”.

El Calzado de la Preparación para Proclamar


el Evangelio de la Paz
“...y calzados vuestros pies con la preparación  para proclamar el evangelio de la paz...”
Efesios 6:15  (NVI)

                    Isaías nos dice “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas,
del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: Tu
Dios reina!” (Isaías 52:7, RV95). Ahora bien, Pablo nos aclara: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no
han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les
predique?” (Romanos 10:14, NVI). Antes de ministrar la salvación de Dios en los servicios del santuario,
Moisés y Aarón se lavaron las manos y los pies (Éxodo 40:31). Antes de dejar a sus discípulos, Jesús les
lavó los pies a todos. En Efesios, los pies del guerrero están calzados con el apresto del evangelio, y
protegidos por la paz de Jesús. El soldado romano se ponía sandalias muy fuertes para permanecer firmes
al estar de pie en un combate cuerpo a cuerpo. Un calzado seguro es de lo más importante en nuestra
batalla con el diablo porque éste sabe aprovecharse si ocurre un resbalón que nos desequilibra. La
expresión evangelio proviene del griego euangélion (εὐανγέλιον) la cual es una palabra compuesta que
significa: eu: bueno, angélion: mensaje; literalmente, buenas nuevas, por lo tanto los cristianos somos
responsables de predicar este mensaje tal y como nuestro Señor Jesús lo ordenó: “Vayan por todo el
mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura”. (Marcos 16:15, NVI). Además, el evangelio de
Jesucristo tiene poder para traer paz a las personas que lo entiendan, afectando el mundo de las tinieblas
al sembrar en los corazones de los que oyen los principios de Dios. La palabra paz se traduce del
griego eirene (εἰρήνη) y las veces que aparecen en el Nuevo Testamento se aplican a los siguientes casos:

1.       La paz que se da entre nosotros y nuestros semejantes: “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz
y a la mutua edificación”, (Romanos 14:19, RVA).
2.       La paz que se da entre Dios y nosotros: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo”, (Romanos 5:1).
3.       La paz que nuestra alma alcanzar al saber que sus pecados le han sido perdonados: “La mentalidad 
pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz”, (Romanos
8:6, NVI).

Por tanto, las buenas nuevas del evangelio traen una completa paz al corazón de las personas,
rompen las cadenas de pecado y destruyen las obras del diablo, de allí la importancia de calzarnos con la
disposición de predicar la palabra de Dios. La RVA traduce este pasaje como: “calzados vuestros pies
con la preparación para proclamar el evangelio de paz”;  mientras que la NVI utiliza la
palabra disposición en lugar de preparación. Si consideramos ambas palabras, debe existir una
disposición de parte nuestra para predicar el evangelio de Jesucristo en todo momento que se presente la
oportunidad, tal y como Pablo se lo encarga a Timoteo:
“Te suplico encarecidamente delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los
muertos en su manifestación y en su Reino, que prediques la palabra y que instes a tiempo y fuera de
tiempo. Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”.
2 Timoteo 4:1-2 (RV95)
                A parte de tener una disposición genuina para proclamar el evangelio también debe existir una
preparación para hacerlo adecuadamente:
“... Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en
ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto...”
 1 Pedro 3:15b-16 (NVI)

El Escudo de la Fe
“...Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas
encendidas del maligno...”
Efesios 6:16  (NVI)

                 Los escudos usados por los soldados del ejército romano eran muy grandes, como de cuatro
pies de largo y dos de ancho, y servían para proteger a los soldados de las armas más temidas en esa
época. William Barclay lo explica muy bien: “Uno de los más peligrosos instrumentos de guerra en la
antigüedad, eran los dardos de fuego. Tenían la punta terminada en estopa humedecida con brea (resina
de pino). La estopa humedecida era encendida antes de arrojar la flecha encendida. El enorme escudo
de forma oblonga, estaba hecho de dos piezas de madera pegadas. Cuando el escudo paraba la flecha,
ésta  se hundía en la madera y la llama se apagaba”.                Está claro que la fe es la confianza
sencilla y firme que tenemos en Dios. La NVI dice que “La fe es la garantía de los que se espera, la
certeza de lo que no se ve” (Hebreos 11:1, NVI) y cuando es así podemos ser capaces de resistir todas las
acusaciones, tentaciones, engaños y trucos del diablo. Sin embargo, la fe debe alimentarse y la única
forma es a través del estudio de la palabra de Dios: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de
Dios”, (Romanos 10:17). La fe en la palabra del Señor extingue las llamas que amenazan incendiarnos en
lascivia, ira, malicia o deseos ilícitos. Cuando ponemos nuestra confianza en sus promesas, se destruye el
poder de la tentación. Martín Lutero, un monje agustino devoto subía las escaleras de Pilato en Roma
sobre sus manos y rodillas, repitiendo la oración el Padre Nuestro en cada uno de los 28 peldaños. Oraba
por la salvación del alma de su abuelo, pero al llegar arriba se preguntó a sí mismo, “¿quién sabe si así
sea?”. Ocho años después, en una reunión de agustinos, Lutero  alegaba: “No es justo el que hace
mucho, sino aquel, que sin hacer nada, cree mucho en Cristo”.  La fe de algunos cristianos se basa en
superstición que conduce al temor; autodisciplina que conduce al desánimo y lo que otros le dicen. Esto
conduce a un yugo amargo. Pero la fe en la gracia de Dios y su disposición a perdonar pecados trae
optimismo, gratitud y un estilo de vida positivo.

El Casco de la Salvación
“... Tomen el casco de la salvación...”
Efesios 6:17 (NVI)

               La quinta pieza de la armadura, el casco, protegía el cráneo y el cerebro. Es la parte de nuestro
cuerpo más vulnerable e indispensable. Pablo llama a esta parte protectora el casco de la salvación. Esto
se refiere a un conocimiento firme, no solamente a la salvación presente que tenemos en Cristo, sino a
toda la seguridad, confianza y esperanza que la acompaña. Con un conocimiento firmemente anclado en
nuestro corazón de que la salvación es nuestra, podemos resistir a cualquier enemigo: “Nosotros que
somos del día, por el contrario, estemos siempre en nuestro sano juicio, protegidos por la coraza de la fe
y del amor, y por el casco de la esperanza de salvación”, (1 Tesalonicenses 5:8, NVI). A través de la
esperanza de la salvación protegemos nuestra mente. Pablo afirma que “nosotros tenemos la mente de
Cristo”, (1 Corintios 2:16, RV60). El texto en el que se basó este versículo es Isaías 40:13 que
dice: “¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole?”, donde la palabra Espíritu
proviene del hebreo rúakj (ַ‫;)רּוח‬ pero la Septuaginta tradujo la palabra rúakj (ַ‫)רּוח‬ como noús (νοῦς),
vocablo griego que significa mente. Esta interpretación permite que Pablo llegue a la conclusión de que
gozar del Espíritu (la mente) de Cristo es poseer la capacidad de comprender las verdades de Dios.
Nuestra mente es sumamente importante, lo que entendamos acerca de nosotros mismos y de Dios
determinaran nuestras acciones, por tanto, es importante que nuestra mente este influenciado por la
palabra de Dios. Por ello la Biblia nos exhorta a cuidar nuestra mente:
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así
podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”.
Romanos 12:2 (NVI)
                En vez de ser moldeados por los valores de este mundo, el creyente debe ser transformado
mediante la renovación de su mente. La palabra transformados proviene del griego metamorfóo
(μεταμορφόω), de donde proviene nuestra palabra metamorfosis la cual literalmente significa una
alteración de la forma, la cual experimentan algunas especies. Por ejemplo, algunos insectos sufren este
cambio radical, como los gusanos que entran en una especie de hibernación en un capullo para luego
convertirse en un ser completamente diferente que conocemos como mariposa. Cuando venimos a Cristo
tenemos una mente dañada por todo lo malo que aprendimos en el pasado, nuestras conductas y hábitos
están influenciados por los principios de este mundo. Sin embargo, el deseo de Dios es que seamos
transformados completamente, pero esto se lograra a través de renovar toda nuestra mente. Debemos
desechar todos nuestros prejuicios, impurezas y sentimientos indignos reemplazándolos por la revelación
bíblica.

La Espada del Espíritu


“... y la Espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.”
Efesios 6:17 (NVI)

                  La espada, que es la palabra de Dios, es la única arma ofensiva mencionada en esta armadura.
Varios tipos de espadas fueron usadas por los soldados romanos en sus largas batallas, espadas de un filo;
espadas tipo dagas, más cortas; y la majaira. La hoja de la majaira era de dos pies de largo. Tenía filo en
ambos lados, y la hoja podía penetrar rápidamente en la víctima. La mayoría de sus enemigos usaban
espadas largas, de un solo filo, que mostraron su desventaja contra la rapidez y agilidad de los romanos.
Cuando el oponente se colocaba para mover su espada, podía ser fácilmente atravesado por una majaira.
Por esto mismo el autor de la carta a los Hebreos compara la palabra de Dios con una espada de dos filos.
“Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos.
Penetra hasta los más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los
pensamientos y las intenciones del corazón”.
Hebreos 4:12 (NVI)
                En griego, hay dos términos usados para referirse a la expresión “palabra”, los cuales
son logos y rhema. Es interesante que el escritor usara el término griego rhema en lugar de logos.
Logos se refiere a una proclamación por escrito, en el contexto del evangelio como un todo. En
contraste, rhema se refiere a palabras habladas, con una implicación más dinámica. En este sentido, la
palabra de Dios no es solo un montón de páginas escritas sin mayor trascendencia, al contrario, está viva
y es eficaz y cortante como una espada de dos filos capaz de penetrar en lo más profundo de nuestro ser.
Solamente tenemos que citarla con nuestra boca y esperar sus efectos poderosos en nuestra vida. Respecto
a ello Billy Graham nos dice: “La Biblia es la única arma que puede combatir el diablo. Cuando citamos
la Biblia el diablo corre... cuando usamos la Biblia como una espada ahuyentamos la tentación”. En la
lucha con la tentación, esto significa que la palabra de Dios es nuestra mejor arma ofensiva y la más
admirable. El hecho de que Jesús citara las Escrituras tres veces durante la prueba de Satanás en el
desierto, debiera ser suficiente para convencernos de que hasta Dios encarnado se apoyó en la Palabra
para poder resistir al diablo.

Estad Firmes
“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo
acabado todo, estar firmes”.
Efesios 6:13

                 El soldado romano tenía la mejor armadura de esos tiempos y el mejor entrenamiento. No cabe
duda que el enemigo de nuestras almas va a hacer todo lo que pueda para encontrar la oportunidad para
atacarnos, tentarnos, desanimarnos, acusarnos, y por lo tanto, derrotarnos. Las fuerzas del mal se
encuentran en cualquier lugar. El león que busca una debilidad para poder atacar, siempre está despierto.
Las fuerzas demoníacas están a la búsqueda de una habitación, los poderes de Satanás son fuertes. Sin
embargo, nunca debemos olvidar que la armadura de Dios es suficiente y poderosa para resistir cualquier
ataque del reino del maligno. Los dardos de fuego del maligno no podrán atravesar el escudo de la fe.
Satanás no puede penetrar el casco de la salvación o la coraza de justicia. La espada que empuñamos (la
palabra de Dios) es más cortante y mortal que cualquier arma del arsenal de Satanás.

El apóstol Pablo termina diciéndole a los creyentes que una vez estén ceñidos con la armadura de
Dios, no cesen de hacer oraciones por todos los santos y por los predicadores de la palabra de
Dios: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda
perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra
para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, De igual manera la oración es otra arma
grande que tenemos”, (Efesios 6:18-19). No cabe duda que aparte de ceñirnos de la armadura de Dios,
debemos fortalecernos en la oración. El evangelista D. L. Moody dijo referente a la oración: “La oración
debe ser siempre la fuerza principal de nuestra vida. Haga lo que sea sabio, pero no antes de haber
orado. Mande a llamar al médico si está enfermo, pero primero ore. Empiece, continúe y termine todo
con oración”. Finalmente, el apóstol Santiago nos dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y
huirá de vosotros”, (Santiago 4:7). La clave para resistir al enemigo de nuestra alma es someternos a
Dios, vivir en santidad y oración, vestidos de la armadura del cristiano, y cuando eso ocurra podremos
resistir al diablo y esté huira de nosotros

¿Por qué tolera Dios las obras de Satanás?


UNA DE LAS PREGUNTAS que más frecuentemente se hace con
respecto a Satanás es la siguiente: Si Dios tiene poder para quitar de
este mundo al Tentador, ¿por qué no lo hace? Esta pregunta encierra
cierto aspecto que Dios no ha revelado a los hombres. Sabemos que
Dios tiene poder sobre Satán. Sabemos que se acerca el día en que lo
va a encerrar en el infierno, para que no engañe más a las naciones
(Ap 20:1-3). Pero desde los días de Adán hasta hoy le ha permitido
permanecer suelto en este mundo.
Evidentemente, Dios tiene un propósito al permitir a Satanás tentar a
los seres humanos. Eva, la primera mujer, fue sometida a la prueba de
la tentación y cayó. Adán, en lugar de permanecer fiel a Dios, prefirió
unir su suerte a la de su compañera y por complacerla, desobedeció al
Creador. Jesús de Nazaret, el segundo Adán, también fue sometido a
la prueba de la tentación antes de entrar en su ministerio. Pero, a
diferencia de Adán, Jesús soportó la prueba y permaneció fiel al
Padre. No se dejó engañar sino que rechazó la tentadora proposición
del Maligno y salió victorioso y aprobado para la gran tarea que se
había propuesto: libertar a los hombres del engaño y la ignorancia, del
pecado y del infierno (Mt 4:1-11: Lc 4:16).
Dios creó al ser humano porque tenía el propósito de formar un reino
compuesto por mujeres y hombres libres y santos que participaran de
su gloria y le tributaran alabanza voluntaria. Dios creó al hombre a su
semejanza: lo dotó de una naturaleza espiritual que incluye la razón, la
inteligencia, la conciencia y el libre albedrío. El hombre está moral e
intelectualmente capacitado para discernir entre el bien y el mal, para
escoger su propio destino eterno.
Dios quiere formar un reino integrado con hombres y mujeres que
voluntariamente decidan obedecer al Creador rindiéndole tributo de
adoración y alabanza. Si no hubiera un Tentador, ¿cómo podría el ser
humano demostrar su obediencia y fidelidad al Altísimo? Nosotros no
podemos ver ahora todo lo que este aspecto encierra; pero los que
tengamos la inmensa dicha de vernos un día en el reino de Dios,
alabaremos al Altísimo por habernos concedido el libre albedrío, por
habernos dado la oportunidad de escoger y por haber templado
nuestras almas en el crisol de las pruebas y las tentaciones.
Indudablemente, la gloria del reino de los cielos será de mucho más
valor para nosotros después de haber pasado las experiencias,
pruebas y tentaciones de esta vida.
En cuanto a los que van al reino de las tinieblas, la culpa la tienen
ellos: entre el bien y el mal, escogieron el mal; entre la luz y las
tinieblas, eligieron las tinieblas; entre la santidad y el pecado,
escogieron el pecado; entre la obediencia a Dios y la sumisión a
Satán, escogieron seguir a Satán; entre el cielo y el infierno, eligieron
el infierno.
¿Por qué tolera Dios las obras de Satanás?
UNA DE LAS PREGUNTAS que más frecuentemente se hace con
respecto a Satanás es la siguiente: Si Dios tiene poder para quitar de
este mundo al Tentador, ¿por qué no lo hace? Esta pregunta encierra
cierto aspecto que Dios no ha revelado a los hombres. Sabemos que
Dios tiene poder sobre Satán. Sabemos que se acerca el día en que lo
va a encerrar en el infierno, para que no engañe más a las naciones
(Ap 20:1-3). Pero desde los días de Adán hasta hoy le ha permitido
permanecer suelto en este mundo.
Evidentemente, Dios tiene un propósito al permitir a Satanás tentar a
los seres humanos. Eva, la primera mujer, fue sometida a la prueba de
la tentación y cayó. Adán, en lugar de permanecer fiel a Dios, prefirió
unir su suerte a la de su compañera y por complacerla, desobedeció al
Creador. Jesús de Nazaret, el segundo Adán, también fue sometido a
la prueba de la tentación antes de entrar en su ministerio. Pero, a
diferencia de Adán, Jesús soportó la prueba y permaneció fiel al
Padre. No se dejó engañar sino que rechazó la tentadora proposición
del Maligno y salió victorioso y aprobado para la gran tarea que se
había propuesto: libertar a los hombres del engaño y la ignorancia, del
pecado y del infierno (Mt 4:1-11: Lc 4:16).
Dios creó al ser humano porque tenía el propósito de formar un reino
compuesto por mujeres y hombres libres y santos que participaran de
su gloria y le tributaran alabanza voluntaria. Dios creó al hombre a su
semejanza: lo dotó de una naturaleza espiritual que incluye la razón, la
inteligencia, la conciencia y el libre albedrío. El hombre está moral e
intelectualmente capacitado para discernir entre el bien y el mal, para
escoger su propio destino eterno.
Dios quiere formar un reino integrado con hombres y mujeres que
voluntariamente decidan obedecer al Creador rindiéndole tributo de
adoración y alabanza. Si no hubiera un Tentador, ¿cómo podría el ser
humano demostrar su obediencia y fidelidad al Altísimo? Nosotros no
podemos ver ahora todo lo que este aspecto encierra; pero los que
tengamos la inmensa dicha de vernos un día en el reino de Dios,
alabaremos al Altísimo por habernos concedido el libre albedrío, por
habernos dado la oportunidad de escoger y por haber templado
nuestras almas en el crisol de las pruebas y las tentaciones.
Indudablemente, la gloria del reino de los cielos será de mucho más
valor para nosotros después de haber pasado las experiencias,
pruebas y tentaciones de esta vida.
En cuanto a los que van al reino de las tinieblas, la culpa la tienen
ellos: entre el bien y el mal, escogieron el mal; entre la luz y las
tinieblas, eligieron las tinieblas; entre la santidad y el pecado,
escogieron el pecado; entre la obediencia a Dios y la sumisión a
Satán, escogieron seguir a Satán; entre el cielo y el infierno, eligieron
el infierno.

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