En un sentido, cada púlpito es una "barca de pesca", un lugar
para comunicar la Palabra de Dios e intentar pescar peces. Ello
no quiere decir que recogeremos peces toda vez que proclamemos la Palabra, --los discípulos, al menos, no los recogieron con esa frecuencia. En un sentido, cada púlpito es una "barca de pesca", un lugar para comunicar la Palabra de Dios e intentar pescar peces. Ello no quiere decir que recogeremos peces toda vez que proclamemos la Palabra, --los discípulos, al menos, no los recogieron con esa frecuencia. La frase "pero en tu palabra echaré la red" resalta que en un principio se había resistido. Eran pescadores expertos y pensaban que lo sabían todo sobre la pesca en el Mar de Galilea, y realmente, así era. Pedro aclaró que habían estado pescando toda la noche sin haber recogido nada. La historia cuenta que en una ocasión Wellington comunicó una orden a uno de sus generales. Este le respondió que era imposible cumplir esa orden. Entonces Wellington le dijo: "Pues vaya Ud. y cúmplala, porque yo no doy órdenes imposibles". Cuando el Señor Jesucristo te da una orden, no necesitas argumentar o discutirla con El, con un argumento similar al que utilizó Pedro: "Lo hemos intentado y no puede hacerse". El no nos da mandatos imposibles de obedecer. El versículo 6 nos presenta el resultado de aquel incidente: La frase "pero en tu palabra echaré la red" resalta que en un principio se había resistido. Eran pescadores expertos y pensaban que lo sabían todo sobre la pesca en el Mar de Galilea, y realmente, así era. Pedro aclaró que habían estado pescando toda la noche sin haber recogido nada. La historia cuenta que en una ocasión Wellington comunicó una orden a uno de sus generales. Este le respondió que era imposible cumplir esa orden. Entonces Wellington le dijo: "Pues vaya Ud. y cúmplala, porque yo no doy órdenes imposibles". Cuando el Señor Jesucristo te da una orden, no necesitas argumentar o discutirla con El, con un argumento similar al que utilizó Pedro: "Lo hemos intentado y no puede hacerse". El no nos da mandatos imposibles de obedecer. El versículo 6 nos presenta el resultado de aquel incidente: La frase "pero en tu palabra echaré la red" resalta que en un principio se había resistido. Eran pescadores expertos y pensaban que lo sabían todo sobre la pesca en el Mar de Galilea, y realmente, así era. Pedro aclaró que habían estado pescando toda la noche sin haber recogido nada. La historia cuenta que en una ocasión el duque de Wellington comunicó una orden a uno de sus generales. Este le respondió que era imposible cumplir esa orden. Entonces Wellington le dijo: "Pues vaya Ud. y cúmplala, porque yo no doy órdenes imposibles". Cuando el Señor Jesucristo te da una orden, no necesitas argumentar o discutirla con El, con un argumento similar al que utilizó Pedro: "Lo hemos intentado y no puede hacerse". El no nos da mandatos imposibles de obedecer. El versículo 6 nos presenta el resultado de aquel incidente. Cual es el mandato que Dios te ha dado? Ve a la iglesia, sirve en la iglesia, participa en un estudio biblico cual es la orden? Pero como en todo siempre simples espectadores tal como nos muestra 7 Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Pedro confesó su fracaso; no había sido ni siquiera un buen pescador debido a su falta de fe. Cuando dijo: "Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador" fue como si, en realidad le hubiera dicho: "Señor, tu me llamaste a ser un pescador de hombres y he fracasado. Y regresé a pescar peces, porque pensé que conocía mejor esa clase de pesca. Y acabo de descubrir que no es así. Apártate de mí, déjame solo. Soy un hombre pecador. Deberías encontrar a otro del cual pudieses depender y estar seguro". Sin embargo, el Señor no intentó librarse de Simón Pedro e iba a utilizarle. Y esto también se aplica nosotros. Todo lo que tenemos que hacer es reconocer que no somos muy buenos pescadores: debemos reconocer nuestros fracasos y deslealtades. Y cuando nos acerquemos a El, no nos echará del negocio de la pesca, ni nos tirará por la borda. Simón Pedro fue un pescador de hombres. Recordemos qué bien lo hizo en el día de Pentecostés. La respuesta de Jesús a Pedro había sido ciertamente significativa. 3.000 personas vinieron a Cristo después del primer sermón. Es que Pedro estaba pescando de acuerdo con las instrucciones de Dios. ¿Sabías que hay otro pescador? ¿No sabías que Satanás es también uno de ellos? San Pablo nos lo dijo en 2 Timoteo 2:26, que dice así: Así se despertarán, y escaparán de la trampa en la que el diablo los tiene presos y sometidos a su voluntad. Satanás también tiene su anzuelo en el agua. Dios está pescando por tu alma y lo mismo está haciendo Satanás; en su anzuelo ha colocado las cosas de este mundo que él controla. También, figurativamente hablando, podemos decir que el anzuelo de Dios es una cruz. Es la cruz donde murió por ti el Hijo de Dios. Y este es el mensaje que Dios quiere comunicarte. Por cierto, ¿en el anzuelo de quién estás tú? Porque estarás en el de Dios o en el de su enemigo. O te tiene el enemigo, o te tiene Dios. No existe un tercer pescador. Simón Pedro fue un pescador de hombres. Recordemos qué bien lo hizo en el día de Pentecostés. La respuesta de Jesús a Pedro había sido ciertamente significativa. 3.000 personas vinieron a Cristo después del primer sermón. Es que Pedro estaba pescando de acuerdo con las instrucciones de Dios. Jesús limpió a un leproso "Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús entonces, extendiendo la mano, lo tocó, diciendo: Quiero, sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él." En los versículos 12 al 15 tenemos la historia de la sanidad de un leproso. Lucas era un buen médico. Reconocía las implicaciones psicológicas de la sanidad de este leproso, lo cual no era muy comprendido en aquellos tiempos. No se nos dice cómo aquel hombre descubrió que tenía lepra, pero pudo haber sucedido de la siguiente manera: Un día llegó de arar el campo y le dijo a su mujer: "tengo una pequeña llaga en la palma de mi mano y me molesta cuando estoy arando. ¿Podrías ponerme una cataplasma y sujetármela con una venda? La esposa le fijo la venda pero al día siguiente la llaga se encontraba peor. A los pocos días ambos se alarmaron. Su esposa le dijo: "debías ir y presentarte al sacerdote". Así lo hizo, quien le mantuvo aislado durante 14 días. Al final de su aislamiento el sacerdote le examinó y descubrió que la lepra se había extendido. Entonces le comunicó que era un leproso. El hombre, afligido, le dijo al sacerdote: "permítame ir a despedirme de mi mujer e hijos" Y aquel le respondió: "No podrá despedirse de ellos, no podrá tener jamás a su mujer ni a sus hijos en sus brazos" Y así fue que el hombre se retiró, solo. Su familia le llevaría la comida y la dejaría en cierto lugar, retirándose de allí cuando el viniese a buscarla. Desde lejos, podría contemplar a su mujer y a sus hijos que, al pasar el tiempo, crecían cada día más. Entonces un día el Señor Jesucristo pasó por allí. El leproso le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". El Rey de reyes respondió: "Quiero. Se limpio". Pero observemos cómo le sanó el Señor. Extendió Su mano y tocó a este hombre afectado por la lepra. Este pobre hombre no había sentido por años el toque de nadie. ¿Puedes imaginarte lo que habrá significado para él sentir sobre sí el toque de la mano de Cristo? ¿Ha tocado el Señor tu vida? Hay tantas vidas que necesitan ser tocadas. Si tú ya le perteneces, y te encuentras pescando a Sus órdenes, estoy seguro de que puedes alcanzar a alguien para el Señor. Necesitas extender tu mano y tocar alguna alma para El, quien solo tú puedes hoy tocar. Según la Biblia, bajo el término traducido por «lepra» se refiere a un conjunto de enfermedades diversas que afectan la piel. La lepra –la enfermedad- hacía que la persona entrase en estado de impureza ritual. Esto los apartaba del culto y del trato y relación habitual con los demás –marginación social y religiosa-. Cuando el mal desaparecía, hacía falta practicar un rito de purificación (Lv 13,1-23). La lepra obligaba el enfermo a vivir fuera del poblado y los leprosos habían de advertir a los demás de su presencia para que nadie se les acercara (Lv 13,45-46; Lc 17,11-19). Era una enfermedad que los judíos consideraban como un castigo divino. Las curaciones de leprosos que hace Jesús, anuncian que la salvación de Dios ha llegado (Mt 11,5). Así se nos habla del corazón compasivo de Jesús. El amor no margina a nadie, sino que sale al encuentro del otro. Jesús “tocó” (41) a aquel a quien nadie quiere tocar por miedo a contaminarse, tanto físicamente como espiritualmente,puesto que es pecador. Afronta la problemática implicándose del todo en ella, no a distancia. Pero, sobre todo, valora la persona por encima de cualquier consideración. La Acción –“extendió la mano y lo tocó”– y la Palabra –“le dijo”– (41) siempre van juntas en Jesús. Expresa, con su palabra, la voluntad que el leproso “quede puro” (41). Es la voluntad salvífica de Dios, el único que puede regenerarnos con su misericordia. Pero que nos regenera “tocándonos”, actuando con nosotros y haciéndonos actuar (43- 45). En una experiencia muy común: tenemos prisa, nos disponemos a salir de casa, o estamos ya por la calle, y descubrimos que llevamos una mancha en la ropa. Si se ve mucho, no tenemos más remedio que cambiarnos de ropa si todavía estamos a tiempo, y si ya nos damos cuenta fuera de casa, pasamos vergüenza porque los demás ven la mancha que llevamos. Si no es muy visible y no nos cambiamos de ropa, procuramos disimularla para que no se note o, como mucho, utilizamos algo para no pasar vergüenza, y así salimos del paso hasta que podamos lavar bien la ropa. La Palabra de Dios hoy nos ha presentado en Lucas la enfermedad de la lepra, que es una enfermedad infecciosa que afecta principalmente a la piel, boca, nariz y ojos, en forma de manchas, úlceras, protuberancias… que pueden provocar la deformidad e incluso mutilación de algunos miembros. Es una enfermedad que no podía ocultarse y, por miedo al contagio, quienes la padecían eran obligados a recluirse en cuevas, sin contacto con la gente “sana”. El que el sacerdote declaraba enfermo de lepra andaba harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: «¡Impuro, impuro!» Mientras le duraba la lepra estaba impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento. Podemos hacernos una idea del sufrimiento de los leprosos, que sufrían, además de los dolores propios de la enfermedad, el dolor por el rechazo social. El ejemplo de la lepra corporal nos lleva a lo que podríamos llamar “lepra espiritual”, es decir, nuestro pecado, las “manchas” de nuestra alma. Como en el caso de la ropa, algunas manchas de nuestro pecado resultan visibles, nos avergüenzan y nos sentimos “impuros”, y quisiéramos poder ocultarnos para no tener que soportar comentarios o ser señalados por los demás. Otros pecados “no se ven”, no se nos notan externamente y los disimulamos, pero en el fondo sabemos que están ahí. Y, como si usáramos el quitamanchas para la ropa, pretendemos que desaparezcan las manchas de ese pecado haciéndonos buenos propósitos de mejora, buscando salir del paso y tranquilizar nuestra conciencia, pero no acabamos de lograr quitar la mancha del todo. Y aunque nos cuesta, tenemos que terminar admitiendo que necesitamos limpiar nuestra alma. Es lo que hace el leproso del Evangelio, que no quiere seguir soportando su enfermedad, sus manchas, y por eso se acercó a Jesús suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Nosotros, desde la conciencia de estar manchados por nuestro pecado, se nos note externamente o no, y sabiendo que por nosotros mismos no podemos quitarnos esas manchas, también hemos de suplicar humildemente a Jesús: Si quieres, puedes limpiarme. Sorprende que Jesús, en contra una vez más de lo que era habitual en su época, al ver ante sí al leproso extendió la mano y lo tocó… Jesús no le hizo ascos al leproso y no nos los hace a nosotros. Todo lo contrario, Él siente lástima, extiende su mano y nos toca con el Sacramento de la Reconciliación. Y nos limpia totalmente las manchas que el pecado ha producido en nuestra alma, para que no tengamos que avergonzarnos de ellas ni fingir para que no se nos noten. ¿Qué hago cuando descubro una mancha en mi ropa? ¿Me apresuro a lavarla, o procuro disimularla si no se nota mucho? ¿Qué hago cuando descubro “manchas” en mi alma? ¿He tenido la experiencia de que se notase mi pecado? ¿Cómo me sentí? ¿Qué “manchas” disimulo delante de los demás? Y si externamente no se me nota el pecado, ¿hago algo para eliminarlo, o lo dejo estar? ¿Con qué frecuencia me acerco al Señor para limpiar mis manchas? ¿Por qué? ¿Después de recibirlo me siento limpio? Pero si por nuestro pecado nos “manchamos”, tanto si se nos nota como si no, acudamos humilde y confiadamente a Jesus, para pedirle: Si quieres, puedes limpiarme. Que no nos dé vergüenza confesar nuestro pecado, porque es el medio por el cual el Señor nos toca y dice: Quiero: queda limpio. Y como el leproso, tendremos la alegría de poder seguir con nuestra vida, de nuevo limpia de pecado.