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EN QUÉ CONSISTEN LA PSICOMOTRICIDAD GRUESA Y FINA

Cuando hablamos de psicomotricidad nos referimos a las destrezas o habilidades


que muestra el niño a la hora de controlar sus movimientos corporales cuando
interactúa con su entorno. Estos movimientos pueden ser de dos tipos: gruesos y
finos.

La motricidad gruesa

Hace referencia a esos movimientos que podríamos definir como “más burdos”, en
los que participan grupos musculares amplios, como saltar, correr, rodar, gatear,
subir y bajar escalones… Son los primeros movimientos que se aprenden y los más
fáciles de ejecutar.

La motricidad fina

Exige al pequeño mayor control de su sistema motor, tanto en el tono muscular


como en ejercer determinada fuerza. Son los movimientos que se realizan a través
de grupos musculares más pequeños y requieren la coordinación, por ejemplo,
del ojo y la mano. También requieren en su ejecución que el niño mantenga la
atención y concentración durante la actividad. Por lo tanto, aprender estos
movimientos les lleva tiempo y práctica. ¿De qué movimientos finos estamos
hablando? Abrocharse un botón, punzar un papel, recortar con tijeras, sostener un
objeto pequeño con la punta de los dedos, hacer la pinza para coger el lápiz y seguir
un trazo marcado en un papel.
Por qué es tan importante trabajar la psicomotricidad

Como se ha indicado al inicio, estimular la psicomotricidad ayuda al niño a explorar


su entorno, al mismo tiempo que trabaja su tono muscular, su postura y forma
física. Pero, además, a través de las técnicas de psicomotricidad, los alumnos
aprenden dos habilidades vinculadas con el desarrollo de sus competencias
sociales, por ejemplo, a expresar sus emociones y regular su conducta.

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