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Prólogo A Caligrafía Tonal
Prólogo A Caligrafía Tonal
Prólogo
Resulta interesante pensar que Caligrafía tonal nos remita a la poesía, pero desde una
perspectiva particular: la de recordarnos lo sonoro, el ritmo, lo auditivo del género, pero
sin dejar de tratarlo como un discurso escrito, sin dejar de tener en cuenta el lenguaje y
las palabras plasmadas en el papel.
Este oxímoron que caracteriza al título del libro y a la concepción que definirá el
esqueleto de la argumentación es relacionado por Porrúa con las imágenes, sobre todo
con las tres que nos desarrolla a lo largo de su texto: surrealista, neobarroca y objetiva u
objetivista. Pero, volviendo a la caligrafía, nuestra autora la define como un “trazo de
formas para pensar las imágenes” (p.56) en la que tiene en cuenta el carácter material
del lenguaje y sus movimientos tanto táctiles (la visión, las palabras), como auditivos
(lo tonal, lo sonoro); una “singularidad” con “fechas históricas” y “situada
ideológicamente” (Porrúa, p.57) porque se trata tanto de una forma de escribir de una
época como de un movimiento poético; pero, sobre todo, la manera de “leer la forma”
(Porrúa, p.58), a la que “pienso (…) como invención en el orden de los materiales, sus
sintaxis, sus usos, y relaciones con la tradición” (Porrúa, p.28). Esto explica por qué en
la caligrafía puede leerse la forma, de acuerdo con lo que venimos diciendo.
Definimos el concepto que articula el desarrollo del libro, pero no lo que la autora se
pregunta en torno a él. Porrúa dice al respecto: “Caligrafía tonal (…) intenta dar cuenta
de ciertas preocupaciones recurrentes y de una obsesión que suele articularse en una
pregunta desdoblada: qué se escribe en la poesía y cómo se lee.” (Porrúa, p.15).
Como dijimos antes, una caligrafía tonal articula las imágenes en la poesía y lo que se
desarrolla en torno a ellas. A lo largo del libro, la autora lo analizará en las vanguardias,
lo neobarroco, lo clásico, por un lado, y, por el otro, en agrupaciones como los libros de
poemas y las antologías. Como extra, la autora agrega el apartado de “Apéndices”, en el
que desarrolla poemas que nombra en los otros apartados, algo interesante dado que se
lo separa como algo exterior, pero se encuentra a lo largo de la argumentación del libro.
debido a que allí vislumbra “un modo de leer en el que la forma se impone” (Porrúa,
p.28).
Por otra parte, la imagen neobarroca es caracterizada por una desaparición de jerarquías,
algo que da a entender por qué la forma que la describe es la de espiral. En este grupo
no hay distinciones entre fondo y forma ni entre los mismos objetos. Al no haber nada
que sobresalga, la cualidad que se destaca es la del lenguaje, que “se pliega sobre sí
mismo” (Porrúa, p.41), “cubriendo una superficie” (Porrúa, p.42).
Hay un apartado y una imagen en particular que hasta ahora no hemos desarrollado: el
de la imagen objetiva u objetivista. Es llamativo el hecho de que este grupo, a diferencia
de los otros, tiene su propio apartado, que lo desarrollan los capítulos 2 y 3 del libro.
Lo que nos interesa pensar al respecto es que, llegando a esta imagen, se articula y
relaciona en base a las otras dos de las que ya hemos hablado. Esto lo veremos con más
claridad al mostrar un ejemplo, pero, primero, hablaremos de este tipo de imagen.
En el objetivismo prima la visión del sujeto, “el poeta escribe lo que ve” (Porrúa, p.43).
La disposición de los objetos es geométrica, teniendo en cuenta la mirada que se tiene
sobre ellos, se conforman cuando se los describe: “cuando se mira, se compone”
(Porrúa, p.44); “la mirada es el soporte de la imagen (…) el sujeto (…) es el soporte de
Porrúa, Ana (2012). Caligrafía tonal. Ensayos sobre poesía argentina. Buenos Aires, Entropía.
los objetos” (Porrúa, p.45). Por último, la disposición se da como una sucesión, un
objeto tras otro o, mejor dicho, un enunciado tras otro.
Veamos un ejemplo en el análisis de este grupo. Uno de los poemas que la autora tiene
en cuenta es “Sobre la corrupción”, de García Helder, publicado en 1987:
Lo que Porrúa dice al respecto de este poema objetivista es su relación con la tradición
del modernismo y de los románticos franceses, en especial, Baudelaire. Sin embargo,
remarca la distinción entre este y aquéllos: “No hay enigma (…) no hay metáforas (…)
es el poeta (…) lee uno u otra” (Porrúa, p.77).