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MÓDULO 4
AGRESIVIDAD
EN EL AULA
D. Legal: 7749-2010
ISBN: 978-84-693-8100-7
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Agresividad en el aula
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Cuando tiene lugar un conflicto de intereses entre iguales, sobre todo en ciertas
edades, el saber ejercer un control sobre la agresividad se antoja una tarea ardua sino
existe una adecuada y sólida base de aprendizaje de habilidades sociales, de ahí que
se esté trabajando en pro de proporcionar herramientas que faciliten la incorporación
de éstas así como de pautas de convivencia en las instituciones escolares.
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Son por estos y otros motivos por los que hemos considerado relevante incluir
una aproximación de la situación que está viviendo el contexto escolar con respecto a
la violencia. Así pues, se tratará la conducta agresiva desde una perspectiva actual,
las teorías que han suscitado dicha conducta y la prevención atendiendo a varios
agentes: la escuela y la familia.
“Los Iguales” son aquellas personas que están en una posición social
semejante, lo saben o lo asumen implícitamente. Esto les permite ser conscientes de
su asimetría respecto a algunos y de su simetría respecto a otros. Se resumiría bajo el
epígrafe de la “Ley de la Reciprocidad Social”, es decir, “compórtate de la manera
que te gustaría que se comportaran contigo mismo”.
Sin embargo, sabemos que algunas de las experiencias vitales que más
importancia tienen para los propios sujetos, durante la escolaridad obligatoria, se
refieren a los sentimientos que han experimentado en ese mundo de los compañeros
en el cual se mueven cada día. Aprender a tratar a los demás de forma respetuosa y
lograr ser tratado con deferencia y afecto, se convierten en metas fundamentales de
ese currículo implícito que los niños diseñan para sí mismos.
Uno de los problemas más importantes que encuentran los educadores reside
en la comprensión y el adecuado tratamiento de los procesos interpersonales que
tienen lugar en el microsistema social que forman los escolares entre si, relaciones
que son más ricas y complejas de lo que a veces suele creerse.
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Dentro de todo ello se escuadra este esquema, el cual podemos definir siguiendo
a Ortega (1998) como: “Una matriz de poder y control interpersonal que se practica inserto
en el proceso natural de socialización y debe explorarse de forma adecuada, porque, si no
es así, el chico está a expensas de que el compañero que se sienta más fuerte o con
mayor habilidad lo someta”.
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Ahora son más visibles porque afectan a más personas y porque los medios
de comunicación, las familias del alumnado y la sociedad en general se han hecho
mucho más sensibles a todo lo relacionado con la educación y como es lógico, a este
tipo de fenómenos de una manera aún más especial.
Pero, sobre todo las alarmas saltan cuando comienzan a surgir casos en los
que las víctimas tradicionales (niños menores de doce años y niñas en general) se
convierten en verdugos. Esta inversión de roles, cuyo ejemplo clave es la agresión de
alumnos a profesores, cuenta con un atractivo máximo en los medios. La violencia es
un ingrediente tan fundamental en nuestra cultura mediática que hacen falta nuevas y
cada vez más sofisticadas muestras y manifestaciones para “alimentar” la demanda de
esta macabra mercancía.
Un Segundo Mito plantea que la violencia en las escuelas forma parte de casos
aislados que vendrían a ocurrir “accidentalmente”, y tan sólo una minoría de escolares y
docentes están de verdad sufriendo este tipo de situaciones. Con ello se pretende, sin
duda con buena intención, no causar lo que ha dado en llamarse “alarma social”. En
nuestro país la situación no es tan grave, pero no puede aceptarse aunque estemos
hablando de hechos aislados.
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1. CONDUCTA AGRESIVA
Contar con una concepción unitaria de agresión, aceptable para las diferentes
áreas de especialización, ha venido siendo un problema más sin resolver dentro la
Psicología en general y para la Psicología Social en particular. Así, no resulta
sorprendente como señala Marsh (1978) encontrar más de doscientas cincuenta
definiciones diferentes de agresión, además de las definiciones operacionales
desarrolladas para trabajos experimentales específicos.
Haciendo una revisión de los escritos con los que contamos sobre agresividad,
reparamos en que son muchos los autores que han proporcionado definiciones del
término, coincidiendo mayoritariamente en sus aportaciones. A modo de ejemplo citar:
- Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears (1939) afirman que es una conducta
cuyo objetivo es dañar a una persona o a un objeto.
Incorporar a esta exposición las revisiones realizadas por Baron (1977) o Geen
y Donnerstein (1983) que sistematizan cuáles son los componentes principales del
concepto de agresión para los que existe un apoyo amplio. De este modo podemos
encontrar al menos tres elementos fundamentales:
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Por tanto y siguiendo lo expuesto por Leyens en 1982, podemos aceptar como
definición completa de agresión que es: “Aquel comportamiento efectuado con la
intención de causar daño a otra persona como un fin en sí misma (hostilidad) o como
un medio para conseguir algún otro fin (agresión instrumental)”.
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Por ello, tal tipo de conductas a menudo tienen un fuerte impacto en las
familias y el profesorado, hasta el punto de intentar controlarlas de diversas maneras
considerando siempre la forma elegida como la más eficaz.
Sin embargo, ambos pueden frustrarse por su incapacidad para detener los
golpes o las rabietas y perder el control, al gritar a sus hijos o incluso pegarles
severamente. Parece ser que una de las conductas que más preocupa a madres y
padres, y hace que sientan la obligación de poner los medios para erradicarla, es la
conducta agresiva manifestada por sus hijos.
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presencia de señales que molestan son las que producen el enfado, seguida de la
agresión, que supone siempre un intento de hacer sufrir a la víctima. Sin embargo, en
la agresión instrumental, que se inicia por un objeto (o reforzador) deseado que posee
la víctima, no tiene por qué existir enfado: el agresor actúa a sangre fría, movido por el
deseo de ganar y lograr ese objeto.
Atendiendo a las conclusiones aportadas por diversos estudios, entre los seis y
ocho años se tiende a manifestar un mayor grado de agresividad hostil que
instrumental (Flake-Hobson, Robinson y Skeen, 1983).
Otros estudios sugieren una mayor preferencia hacia patrones más estables
de agresión física en los primeros años, así como una mayor probabilidad de que los
niños mayores empleen otros modos de agresión, como por ejemplo de tipo verbal.
Por otro lado, en cuanto a la variable género parece ser que existen
diferencias sexuales en lo referente al comportamiento agresivo. Si bien es cierto que,
a partir de los tres años de edad, los componentes más agresivos del comportamiento
comienzan a ser menos frecuentes tanto en niños como en niñas, a los nueve años
más de la mitad de los niños tienen fuertes arrebatos de cólera y, sin embargo, sólo el
treinta por ciento de las niñas los manifiestan. En este sentido, son numerosas las
investigaciones (Maccoby y Jacklin, 1974; Crowther y otros, 1981; Olweus, 1979) en
las que se ha demostrado que los chicos son más agresivos que las chicas, incluso en
los dos primeros años de vida.
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No obstante, algunos autores indican que estas conclusiones hay que mirarlas
con cierto recelo, y quizá esa diferencia entre sexos sea simplemente aparente, pues
en algunos estudios sobre conductas agresivas en el hogar, si bien es cierto que se
obtienen resultados acordes con los estudios anteriormente citados, sólo hay
diferencias sexuales en lo referente a la agresión física (Moore y Mukai, 1983).
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Son aquellas que ponen el origen de la agresión en los impulsos internos. Así
pues, la agresión es innata por cuanto viene con el individuo en el momento del
nacimiento y es consustancial con la especie humana. Estas teorías son las llamadas
teorías biológicas. Pertenecen a este grupo las psicoanalíticas (Freud) y las etológicas
(Lorenz, Storr, Tinbergen, Hinde) principalmente.
Por otro lado, y aunque la propensión humana a agredir puede no ser calificada
como instinto, la agresión es influida biológicamente. Las influencias biológicas sobre
la agresión son:
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Por otro lado, McCord, McCord y Howard (1961) observaron que la existencia
de un medio familiar caracterizado por la punitividad, las amenazas y el rechazo
profundo por parte de las familias, era uno de los principales factores entre las
correlaciones familiares de la agresión en los niños y niñas. Por tanto, varios
investigadores han señalado que en cierto modo el castigo a la agresión se relaciona
con una mayor agresividad infantil. Para diversos autores, este descubrimiento
respalda la opinión de que la conducta agresiva se aprende dentro del ambiente
familiar.
Dado que desde esta hipótesis la agresión es considerada como una respuesta
a la agresión, la investigación se ha centrado por conocer los efectos de la frustración,
ya sea por su inhibición como por su desplazamiento. Es decir, aprendemos a inhibir
la venganza directa, sobre todo cuando los demás pueden desaprobarla o castigarla y
en su lugar desplazamos nuestras hostilidades hacia objetivos más seguros.
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Veamos ahora con cierto detalle la Teoría del Aprendizaje Social. Se parte del
siguiente supuesto: no se nace con la habilidad de llevar a cabo comportamientos
como atacar físicamente a otra persona, o gritar, o cualquier otro tipo de manifestación
de la conducta agresiva, por lo que debe de ser aprendida ya sea directa o
vicariamente. Para entender este proceso se procede a describir en el siguiente
cuadro, las variables que inciden en el aprendizaje del comportamiento agresivo:
Factores Estos factores ayudan al niño a autorregularse ante una situación problemática por
Cognoscitivos ejemplo reinterpretando la conducta.
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B. PROBLEMAS DE DISCIPLINA
En este caso, se trata de conductas que implican una mayor o menor dosis de
violencia desde la resistencia o el “boicot” pasivo hasta el desafío y el insulto activo al
profesorado, que pueden desestabilizar por completo la vida cotidiana en el aula. Sin
olvidar que, en muchas ocasiones, las agresiones pueden ser de profesor a alumno y
no viceversa.
El término bullying, de difícil traducción al castellano con una sola palabra, se emplea
en la literatura especializada para denominar los procesos de intimidación y
victimización entre iguales, esto es, entre alumnos compañeros de aula o de centro
escolar (Ortega y Mora-Merchán, 1997). Se trata de procesos en los que uno o más
individuos acosan e intimidan a otro a través de insultos, rumores, vejaciones,
aislamiento social, motes, etc. Este apartado será tratado posteriormente.
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Si bien es cierto, hemos de decir que se sabe poco acerca de los distintos fenómenos
que se han agrupado bajo la gran denominación de comportamiento antisocial en los
centros escolares. Los estudios llevados a cabo hasta ahora en nuestro país no
autorizan a formular generalizaciones de ningún tipo, en el sentido de relaciones
causales entre variables y la probabilidad de episodios de violencia en los centros
educativos.
Desde un punto de vista teórico, y siguiendo las investigaciones de Ortega (2002) las
variables que influyen sobre el comportamiento antisocial en las escuelas deben
buscarse en tres dimensiones diferentes:
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De otro lado, parece ser que es evidente que los episodios de violencia no
deben considerarse simplemente como eventos aislados que ocurren de forma
espontánea y arbitraria como si de meros “accidentes” se tratasen.
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- Modelado.
Aprendizaje de técnicas de - Feedback.
modificación de conducta - Ensayos de conducta.
- Etc.
Por otro lado, el programa que fue desarrollado con los profesores, tenía entre
sus objetivos aumentar el rendimiento académico, reducir la conducta antisocial y
crear vínculos de apego, así como actitudes positivas, hacia la escuela.
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Por otro lado, Lochman (1992) llevó a cabo un programa con una muestra de
ciento cuarenta y cinco niños, distribuidos en tres grupos (treinta y un sujetos
agresivos que recibieron una intervención para el control de la ira, cincuenta y dos
niños agresivos que no recibieron tratamiento y sesenta y dos niños no considerados
agresivos).
Según los resultados obtenidos en el seguimiento efectuado a los tres años, los
que recibieron este programa presentaban menores tasas de consumo de alcohol y
drogas, mayores niveles de autoestima y mayores niveles de habilidades para la
resolución de problemas. El programa repercutió en una mejoría del comportamiento
en el aula, si bien se desconocen los efectos que dicho programa proporcionó a un
plazo más extenso en el tiempo.
Tras la realización del estudio, Lochman (1992) planteó ciertos aspectos que
pudieran mejorar el programa de intervención propuesto facilitando mayores éxitos en
las intervenciones cognitivo- conductuales. Dichas propuestas consistían en:
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Cambios en la percepción Si una persona admite todo tipo de maltrato y no reacciona ante
de la víctima estos, se hace merecedora de lo que le pasa.
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CUESTIONES ORIENTATIVAS
- ¿Qué queremos conseguir?
Objetivos, Tareas, - ¿En cuánto tiempo?
- ¿Cómo lo vamos a hacer?
Actividades y - ¿Cómo recogeremos la información y quién lo hará?
Programas - ¿Qué programa de trabajo realizará el alumnado?
- ¿Quién será el responsable del proyecto?
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La gestión del aula nos permitirá comprender y disponer de un perfil sobre lo que
sucede habitualmente en ella, y con ello podremos predecir lo que es posible que
suceda en términos de relaciones dentro de los microsistemas existentes. La gestión
democrática vendría determinada por la elaboración de normas explícitas y claras. El
establecimiento de un modelo disciplinar sencillo pero transparente, con prohibiciones
claramente aceptadas por todos y con un estímulo amplio y positivo hacia la libertad,
la igualdad y la solidaridad entre los miembros, constituye el principio del aula y en
segundo grado de la comunidad escolar al completo.
Para esta gestión se propone, como medio, la asamblea, la cual es una actividad
grupal específica para introducir en el aula un espacio, un tiempo y unos métodos
específicos de gestión democrática de la convivencia. Se debería implantar el hábito
de realizar una asamblea semanal como foro en el cual se pueda hablar de la
convivencia, los sentimientos y las actitudes de cada uno en relación con el grupo,
convirtiéndose en un lugar donde se hable de conflictos y dificultades, pero también de
éxitos, alegrías y logros sociales. Además puede ser considerado un espacio donde
cada uno pueda identificar y comunicar sus percepciones sociales sobre asuntos
personales, siempre bajo el equilibrio moderador del profesor, que ejercerá en ella esa
parte tan importante de su función docente que es la función tutorial. Facilita al
alumnado una mejor interiorización de las convenciones adoptadas por el grupo.
Este tipo de trabajo cooperativo implica que ciertos contenidos se aprenden mejor si
se trabajan en cooperación con otros alumnos. Para que el profesorado aborde la
actividad de enseñanza-aprendizaje desde este modelo de acción debe considerar el
proceso de comunicación como una tarea única y enriquecedora para todas las partes.
Así, deberá estimular la comunicación y la negociación entre sus estudiantes.
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Según aportaciones de Olweus (1998), hay tres factores dentro del ámbito
familiar que son decisivos a la hora de desarrollar modelos agresivos, a saber:
1. Actitud emotiva de las figuras paternas. Así pues una actitud fría carente
de afecto y dedicación hará que a largo plazo el niño sea agresivo con los
demás.
2. Grado de Permisividad de los padres ante la conducta agresiva del niño.
Los niños deben conocer donde están los límites de sus actuaciones. Un
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Sin duda, hay otros muchos que pueden influir a favor o en contra y que se
presentan en este ámbito, siendo frecuente encontrar una gran acumulación de
factores en el ámbito familiar, ejemplo de ello podríamos citar: desavenencia,
discordia marital, criminalidad paterna, alcoholismo, hacinamiento, dificultades
económicas, elevado número de hijos y todos ellos son considerados factores que
repercuten en la aparición de los trastornos disociales.
- Base Genética
- Factores Cerebrales
- Factores peri/prenatales
- Psicopatología y conducta delictiva.
- Interacción entre padres, madres e hijos
- Matrimonios separados y disputas de pareja.
- Orden de nacimiento y nº de miembros en la familia.
- Clase social.
- Género.
- Escasez de HH.SS.
Cuadro. Ámbito familiar y factores
A) BASE GENÉTICA
Existen varias líneas de investigación que abogan por la relevancia de los factores
genéticos en la determinación de los individuos con alto riesgo de manifestar
conductas violentas. En bastantes ocasiones se utilizan estudios de gemelos
monocigóticos (procedentes del mismo óvulo) para demostrar el papel de la influencia
genética debido a que son mucho más parecidos que los dicigóticos (procedentes de
dos óvulos). Estos estudios han demostrado una mayor correlación de la delincuencia
y la conducta antisocial entre los monocigóticos que entre los dicigóticos.
Los estudios sobre la adopción muestran que la conducta antisocial y delictiva de los
hijos es más probable cuando el pariente biológico ha presentado tal conducta (Gomá
1987; cit. en Kazdin, 1996).
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No obstante, los factores genéticos por sí solos no explican los hallazgos actuales, ya
que los estudios llevados a cabo con niños que han sido adoptados han establecido
además la influencia de los factores ambientales entendido éstos como las
condiciones domésticas adversas (disputas en la pareja, trastornos psiquiátricos, etc.),
la exposición a cuidados maternos discontinuos antes de tener un hogar definitivo, así
como la edad del niño. Por lo que las conclusiones apuntan a la combinación de los
factores genéticos y ambientales, como elementos que aumentan las conductas
cuando están ambas presentes.
B) FACTORES CEREBRALES
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C) FACTORES PRE/PERINATALES
Los niños con alteraciones en el lóbulo frontal suelen presentar conductas disociales.
Suelen tener un aumento de signos neurológicos menores y alteraciones
electroencefalográficas variables. El bajo peso al nacer suele ser una característica
propia de niños y niñas que muestran más tarde conductas antisociales. Al igual que la
anoxia cerebral en el recién nacido y el sufrimiento en el parto. La malnutrición de la
madre o el consumo de drogas y alcohol durante el embarazo también pueden ser
determinantes en futuras conductas disociales. Por otra parte, los estados de mala
nutrición en la temprana infancia o los problemas de salud específicos pueden originar
en el niño una menor tolerancia a la frustración por no conseguir pequeñas metas, y,
por tanto, pueden incrementarse las conductas agresivas.
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La familia es, durante la infancia, uno de los elementos más importantes del ámbito
sociocultural del niño. Las interacciones entre madres, padres e hijos van moldeando
la conducta agresiva mediante las consecuencias reforzantes inherentes a su
conducta. El niño probablemente generalice lo que aprende acerca de la utilidad y los
beneficios de la agresión a otras situaciones. En estas circunstancias, pone a prueba
las consecuencias de su conducta agresiva. Como hemos dicho, los niños imitan la
conducta de sus padres, Bandura y Walters (1959) compararon familias de
adolescentes agresivos con chicos no agresivos y encontraron que las familias eran
diferentes respecto de si entrenaban a sus hijos a ser agresivos mediante el ejemplo y
tipo de educación. Los padres de niños no agresivos no permiten la agresión en las
discusiones, mientras que los padres de chicos agresivos modelan y refuerzan
repetidamente actitudes y conductas agresivas o belicosas.
Por este motivo es importante enseñar a las familias formas de evitar o superar el
castigo físico. Los padres y las madres que desaprueban la agresión y que la detienen,
pero con medios diferentes del castigo físico, tienen menos probabilidad de fomentar
acciones agresivas posteriores. Es decir, una atmósfera tolerante en la que el niño
sabe que la agresión es una estrategia poco apropiada para salirse con la suya, en la
que se le reprime con mano firme pero suave y es capaz de establecer límites que no
puede en absoluto traspasar, proporciona el mejor antídoto a largo plazo para un estilo
agresivo de vida. Enseñarle al niño medios alternativos acabará también con la
necesidad de recurrir a las peleas.
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Los padres de menores antisociales son más propensos a dar órdenes a sus hijos, a
recompensar la conducta desviada a través de la atención y la conformidad y, a
ignorar o procurar consecuencias aversivas por la conducta prosocial. Análisis
detallados de la interacción entre padres e hijos sugieren que la conducta antisocial,
en concreto la agresión, es enseñada sistemáticamente aunque de forma involuntaria
en los propios hogares.
Por otro lado, los padres y las madres de niños antisociales son menos propensos a
controlar dónde van sus hijos, con quién/es se relacionan o cuáles son las causas que
hacen que sus hijos no estén en casa. Otros factores que reflejan la existencia de una
pobre supervisión y constituyen factores de riesgo son la ausencia de reglas sobre
dónde pueden ir los niños y cuándo deben volver, permitiendo que vaguen por las
calles y realicen actividades independientes y no supervisadas.
Estos niños, que viven en un ambiente inestable e intranquilo, sin disciplina que en
ocasiones pueden ser objeto de malos tratos en la infancia, que viven gran parte de su
vida en la calle, o que son educados en instituciones o reformatorios con un cambio
frecuente de cuidadores, carecen de modelos adultos para comportarse
adecuadamente y tienen dificultades para establecer lazos afectivos.
La calidad de las relaciones familiares, es una característica que tiene relación con los
factores de riesgo. Los padres y las madres de jóvenes antisociales muestran menos
aceptación de sus hijos, menos calor, afecto y apoyo emocional y menos apego.
Estudios demuestran que en hijos únicos, primogénitos o los más pequeños son más
frecuentes la aparición de acciones antisociales que en hijos intermedios. Imaginemos
el caso de un miembro de la familia que presenta un estímulo aversivo al niño, por
ejemplo, fastidiar. A través de una serie de ensayos, el hermano mayor aprende que si
él golpea a su hermana más pequeña, ella deja de fastidiarle. De este modo se
fortalece su conducta de pegar. Hay una alta proporción de ocasiones en que el hecho
de fastidiar produce o tiene como consecuencia la conducta de pegar. Cuando estos
intercambios se incrementan es probable que aumente la intensidad del estímulo
nocivo. Las familias que permiten el control de la conducta mediante el dolor tienen
una alta probabilidad de tener niños que muestren altas tasas de respuestas nocivas.
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Las familias numerosas tienen una mayor relación con la aparición de conductas
antisociales, y en concreto los niños con hermanos que muestran conductas
antisociales tienen una mayor probabilidad de desarrollar tales conductas.
H) CLASE SOCIAL
I) GÉNERO
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Por tanto, una situación que genera mucho estrés en la que fueran necesarias
diversas respuestas de afrontamiento cognitivo y control de respuestas agresivas y de
activación emocional, resultaría muy difícil de abordar en el caso de niños o
adolescentes con habilidades cognitivas deficientes o procesos limitados de
dominación.
Las HHSS se aprenden a lo largo de las relaciones que se establecen entre niños y
adultos (sobre todo familia y profesorado) u otros niños. Se adquieren gracias a las
experiencias de aprendizaje; por lo que es necesario mezclarse con niños de la misma
edad para aprender sobre la agresión, el desarrollo de la sociabilidad, etc. Pues bien,
ocurre que los niños que desagradan abiertamente a los demás tienden a ser
agresivos.
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De este modo, los individuos nunca aprenden alternativas a sus acciones y confían
cada vez más en sus “puños” como su única habilidad social. Por tanto, el relacionarse
un niño con otros de manera aversiva puede deberse a un déficit en las habilidades
adecuadas. Cuando éste tiene alternativas limitadas al comportamiento agresivo, la
única manera en que puede atraer la atención del adulto (padre, madre, profesor, etc.)
es a través de una conducta problemática. Por ejemplo, el camorrista del patio en el
colegio rara vez sabe cómo obtener la atención de los maestros y de los compañeros
de clase, excepto haciendo daño a un niño más débil. O bien el hermano mayor que
pega al menor como llamada de atención de la madre y del padre.
Tras analizar detalladamente los factores de riesgo que inciden en el ámbito familiar
en el surgimiento o mantenimiento de conductas agresivas, a continuación
procedemos a presentar una serie de Factores de protección que consideramos
relevante incluir con el objeto de facilitar algunas pautas de intervención con carácter
preventivo ante la manifestación de este tipo de conductas.
Así pues, Olds a finales de los ochenta lleva a cabo un programa de prevención
primaria. Fue diseñado para mejorar los hábitos de salud prenatal de madres, los
cuidados infantiles, el apoyo social, el uso de servicios de la comunidad la educación y
el trabajo, para que pudieran depender menos de los subsidios.
El programa se centró en madres con alto riesgo, definido por ser relativamente
jóvenes (menores de diecinueve años), sin pareja o con un bajo nivel socioeconómico.
Se seleccionaron mujeres con una de estas características al menos y de
comunidades semi-rurales, asignándoles a grupos de intervención intensiva o de
intervención mínima.
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Las madres que recibieron la intervención, comparadas con las que recibieron
intervención mínima, tuvieron niños de más peso al nacer, redujeron el consumo de
cigarrillos, presentaron menos casos de abusos y abandono de los niños y menos
visitas a urgencias con ellos. En cuanto a la vida de las madres, aquellas que
recibieron la intervención tuvieron mayores índices de empleo y menos embarazos
que el grupo de intervención mínima. Los resultados indican que un conjunto de
factores de riesgo relacionado con la conducta antisocial (complicaciones del
nacimiento, abusos infantiles, bienestar, familias numerosas) puede ser alterado por
una intervención intensiva dirigida a las madres jóvenes.
Provence y Naylor, 1983; citado en Kazdin A.E., 1996, realizaron otro proyecto con
gran repercusión, en el que padres jóvenes con pocos recursos recibieron una
intervención diseñada para apoyar el desarrollo de sus hijos y mejorar la vida familiar.
Se partía de la siguiente concepción: la disfunción y el estrés de los padres impiden el
funcionamiento familiar e incrementa el riesgo de alteración en el niño. Se reclutó a
madres en el umbral de pobreza para el proyecto. Tras realizar el proyecto se reunió
una muestra con las mismas variables (Ej.: nivel de ingresos, procedencia étnica, etc.)
que sirvió como grupo de control de no intervención)
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Tras diez años de seguimiento las conclusiones que arroja dicho programa son: las
madres que habían recibido la intervención, comparadas con las de control, eran más
propensas a ser trabajadoras por cuenta propia, a tener menos niños y a espaciar más
los nacimientos de sus hijos. El índice de nacimientos y su distribución temporal
(densidad familiar o número de hijos) está relacionado con los factores de riesgo de
los trastornos de conducta mencionados antes. Los hijos de las familias que
participaron en las intervenciones tuvieron índices más altos de asistencia a la
escuela, requirieron menos servicios especiales y sus maestros los evaluaron más
positivamente.
Lally, Mangione y Honig, 1988; citado en Kazdin, 1996 pusieron en marcha otro
programa de intervención precoz aplicado a mujeres de nivel económico bajo y en el
último trimestre de embarazo. La intervención consistió en contactos con profesionales
que proporcionaron distintos servicios relacionados con los cuidados de la madre
hacia el hijo, a modo de ejemplo citar la nutrición, el desarrollo infantil, las
interacciones entre madre e hijo, la asistencia a servicios comunitarios, etc.
Se hicieron visitas semanales a domicilio para ayudar a las familias a criar a los niños,
así como a atender algunas cuestiones relacionadas con la comunidad. Aunque los
contactos con las familias fueron considerados como la intervención primaria, una
parte central del programa fue el cuidado de día que se dio a los niños durante cinco
años. Las familias de la intervención fueron comparadas con un grupo de control no
seleccionado al azar como el de intervención y comparable en variables de los sujetos
y demográficas.
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Cuando aparecen los problemas de violencia entre iguales hay que luchar
contra un terrible malentendido consistente en la creencia por parte de los chicos que
son objeto de malos tratos, de que hacer público su problema empeorará las cosas.
Esto ocurre por dos razones: en primer lugar, porque la víctima de sus iguales se
siente culpable y responsable de lo que le sucede; y, en segundo lugar, porque las
familias y el profesorado no siempre encuentran la forma de comunicarse entre sí, sin
dañar la imagen que cada uno de ellos tiene del alumno en cuestión.
Tanto las víctimas de sus compañeros, como los que desarrollan una conducta
antisocial y agresiva para hacia los demás están demandando la actuación conjunta
del centro educativo y de la familia, actuación que no puede demorarse cuando
aparecen los problemas.
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No es nada fácil lograr unas relaciones familia-centro fluida, porque hay muchos
problemas de índole real o imaginaria que vienen a estropear un proceso que, en
principio, no debería ser tan complejo. Como muchas de las dificultades son, en cierta
medida, el resultado de malos entendidos, lo primero que conviene hacer es planificar
las relaciones como si se tratase de un objetivo educativo prioritario con el fin de
aclarar la necesidad de mantener el contacto para el buen desarrollo del alumnado.
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Ofrecerlo como un plan que requiere la colaboración de todos, ayudará a que los padres
y las madres se sientan protagonistas de un trabajo que se verá facilitado si hay buena
relación entre ambos sistemas de convivencia.
Un mensaje que debe quedar claro es que en los centros educativos, en mayor o
menor medida, existen problemas de malas relaciones entre alumnos, y en todos ellos
algunos chicos padecen verdaderos problemas de abuso. Este tema debe estar tan
presente en reuniones como cualquier tema de tipo didáctico. Hablar de la naturaleza
de la agresividad o de la violencia entre el alumnado y de cómo el centro toma
medidas no debe ser un tema tabú, ya que no hablar de ello o bien ocultarlo, sería
comportarse como queremos evitar que lo haga el alumnado, es decir, colaborando
con nuestro silencio a la consolidación del problema.
Hoy día, el hecho de que el equipo docente asuma y haga pública su preocupación por
evitar que crezca la violencia es definitivamente un mérito a tener en cuenta si uno
quiere evaluar, aunque sea superficialmente, la calidad del centro educativo. Cuando
el profesorado se muestra abiertamente dispuesto a luchar contra la manifestación de
este tipo de conductas, está mostrando su buen criterio y la buena dirección de sus
objetivos educativos. Los padres y las madres lo sabrán apreciar y, a poco que se les
dé la oportunidad, se ofrecerán a colaborar, al menos siendo consecuentes con la
política educativa que marque el centro.
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Las escuelas de padres pueden ser un medio para conseguir este objetivo, y parece
que la clave para su funcionamiento está en conseguir que los protagonistas se vean a
sí mismos como agentes educativos que también necesitan reciclarse, autoformarse y,
sobre todo, ayudarse mutuamente a obtener información y formación para ayudar a
sus hijos. Cuando un instituto o un colegio saben cómo potenciar la consolidación de
este tipo de organizaciones ha avanzado mucho en el camino de mejorar la
comunicación entre las familias y el centro educativo.
Muchas veces, el chico maltratado es amenazado con que la situación se volverá más
acuciante si se lo dice a alguien y los alumnos espectadores tienen miedo de
comunicar lo que pasa. La ley que prohíbe hablar es una forma más de violencia, que
está al servicio del mantenimiento de la misma. Por eso, la lucha contra este silencio
es una de las tareas especialmente idóneas para las familias a todos los niveles.
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MÓDULO 4
Agresividad en el aula
¿Cómo ayudar al hijo/a que es víctima de sus iguales o está en riesgo de serlo?
En el caso de que el hijo esté en situación de riesgo de ser victimizado por sus
compañeros, se pueden tomar medidas como las que siguen:
a) Dejar abiertos los canales de comunicación, es decir, estar dispuestos a
hablar del tema en cualquier momento.
b) Decirle claramente que esto es algo que podría sucederle y avisarle que si
algo así le ocurre en alguna ocasión, siempre estarán dispuestos a
escuchar.
c) Hacerle saber que éste es un problema que no se debe ocultar.
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MÓDULO 4
Agresividad en el aula
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MÓDULO 4
Agresividad en el aula
Un chico que sabe que otro está siendo maltratado está en un serio dilema moral:
¿debe intervenir, aun a riesgo de ser él mismo victimizado?, ¿debe decirlo a los
profesores a riesgo de ser considerado un soplón?, ¿debe callar, y soportar la presión
de su conciencia?... Llega un momento en que él también necesitará ayuda.
Los sujetos espectadores activos necesitan ayuda externa. No se les puede exigir que
tomen una actitud abiertamente contraria a la del chico abusón, porque éste puede
percibir que eso le excluiría del grupo y le haría sentirse marginado, o lo que es peor,
podría pensar que se colocaría en situación de víctima de su propio grupo social.
Tampoco se le puede animar a continuar en esa situación, porque, mientras dure, está
en verdadero peligro de convertirse en un chico con actitudes y conductas violentas.
Las medidas que se pueden tomar desde la familia deben estar en el camino que se
muestra a continuación:
a) Se debe abrir un proceso, quizás largo, de diálogo y reflexión conjunta
sobre lo que es conveniente hacer, mediante el cual el chico pueda ir
aclarando sus ideas, enjuiciando su propia conducta y adoptando las
decisiones más oportunas, correctas y prudentes.
b) Se tratará de ayudarle a parar la situación, a denunciar los hechos y a
adoptar una clara actitud antiviolencia y de solidaridad con la víctima.
c) En ningún caso se debe reproducir, en la familia, un esquema de dominio-
sumisión autoritario o que deje al chico ajeno a sus propias decisiones
morales. Un espectador activo está en una frágil situación social y moral, y
necesita una ayuda, muy bien administrada, que le permita tomar
decisiones correctas con plena autonomía.
d) Es necesario ayudarle a afrontar la situación con prudencia, haciéndole ver
que debe desligarse de ella, denunciar los hechos y afrontar, sin culpa y
sin miedo, una nueva posición social, más coherente con criterios morales
que debe sentir como propios.
A modo de conclusión, podemos decir que se han descrito varios factores que pueden
facilitar al niño padecer o mostrar trastornos de conducta. Estas señas precoces de
conducta problemática o revoltosa en casa o en la escuela son factores de predicción
destacados.
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MÓDULO 4
Agresividad en el aula
La mayor parte del éxito de la medicina preventiva proviene de las medidas de alto
alcance de salud pública (tales como la mejora de la sanidad y nutrición) o de las
medidas personales diseñadas para modificar la predisposición individual (tales como
la vacunación). Sin embargo, no existen paralelismos conocidos en criminología.
Mientras se cuenta con algunas acciones que habrían de llevarse a cabo con respecto
a las variables de alto riesgo, que influyen sobre la predisposición individual, no hay
acciones específicas que reduzcan la violencia. Las intervenciones ecológicas, como
posibles cambios en las escuelas, en la comunidad o en los medios de comunicación,
son susceptibles de ser exploradas más a fondo, aunque es difícil estimar cuánto se
podrá conseguir por estos medios (Rutter y Giller, 1988).
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