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CON ELLOS
LA SEXUALIDAD
DE LOS HOMBRES HETERO
A mi madre.
A mi padre
A Carlos y a Nieves.
A mi hermano.
A mis tías.
Por estar ahí siempre.
Índice
Prólogo
Introducción
El guion
Mi deseo sexual
Cómo funciona el deseo sexual
«Diferencias» entre hombres y mujeres
La personalidad y el deseo sexual
El deseo varía con el tiempo y las circunstancias
Estrés y preocupaciones
Hacia dónde dirigimos el deseo
Masturbarnos
Tener sexo con alguien que no sea nuestra pareja
No hacer nada para satisfacer el deseo
El deseo sexual en pareja
Nociones básicas del deseo sexual en pareja
El deseo durante el enamoramiento
Cuando uno tiene más ganas que el otro
Pensamientos y conductas obsesivas
Deseo sexual reactivo
La erótica de la conquista
El miedo a la ejecución
El deseo sexual en pareja estable de larga duración
«El guion», un gran enemigo del deseo
Novedad, disponibilidad y rutina
La fusión
La dificultad para seducir
La falacia de la espontaneidad
CRÉDITOS
AGRADECIMIENTOS
AJ, mil gracias por revisar minuciosamente cada palabra de este libro y
por tus cientos de anotaciones, aunque no siempre te haya hecho caso. ¡Te
sabes el texto mejor que yo!
Pere, cada conversación contigo, ya sea sentados frente a un café o en esos
audios infinitos, han sido oro para mí. Me siento muy afortuanda de que
hayas formado parte de todo esto.
Silvia, ¡qué decirte que no te haya dicho ya! Este libro es tuyo también,
amiga. Gracias por no dejar que desistiese y empujarme hasta el
ordenador, por tenderme la ropa, por tu amuleto mágico y por las lluvias de
ideas muertas de la risa delante de un montón de rotuladores. ¡Si esa
pizarra hablase!
Gracias, Laura, Carlos, Achraf y Susana, por esa cena junto al brasero y el
apoyo incondicional que le disteis a este proyecto. Joju, aunque tú no lo
sabes, esa noche estabas con nosotros.
Dani, tu amor y tu cariño forman parte de mí y, por tanto, de estas páginas.
Gracias, Juanmi y Eva, por confiar en mí para tratar un tema tan delicado
como este. A los maquetadores, gracias por acabar de ponerle cara a este
libro.
PRÓLOGO
«Más allá del placer»
EL GUION
La cultura nos dice qué es lo que tenemos que hacer en la cama. De hecho,
nos da un guion de actuación bastante concreto al respecto —que se ve muy
bien, sobre todo, cuando conocemos a alguien nuevo—. Generalizando
mucho —pues hay innumerables excepciones y variantes al respecto—,
hacemos siempre lo mismo. Nos conocemos, tonteamos y flirteamos.
Después, hay un acercamiento físico progresivo —roces en las manos o en
el hombro, algún beso cercano a la comisura de los labios, etc.—. A
continuación, nos besamos. Tras ello, nos empezamos a calentar y a
meternos mano, y nos desnudamos. Luego, vienen los mal llamados
«preliminares» —que suelen ser la masturbación y el sexo oral— y,
finalmente, la penetración vaginal. Esta suele ser la última práctica que
llevamos a cabo; con ella, el hombre suele tener el orgasmo, y «lo ideal»
según nuestra cultura sería que la mujer también lo alcanzase de ese modo
(cosa que no suele suceder con mucha frecuencia).
Aquí es donde Francisco comenzaba a encontrar dificultades. Se dedicaba largo y
tendido a la penetración, pero no llegaba al orgasmo. A él le apetecía poder disfrutar
de ese momento, por supuesto, pero el problema no venía por su falta de satisfacción,
sino por la perplejidad de ellas: «¿Por qué no te corres, Francisco?» «¿No te lo pasas
bien?» «¿Algo va mal entre nosotros?» «¿No te gusto lo suficiente?».
Aunque sabía que ellas no tenían nada que ver en su dificultad, no poder cumplir con
el patrón le empezaba a ocasionar problemas con sus parejas.
No bastaba solo con tenerla dura; ellas esperaban que él también se lo pasase bien.
¿Te suena este patrón? ¿Lo has reproducido alguna vez? Lo cierto es que
el hecho de tener guiones de actuación puede resultarnos muy útil en
determinadas ocasiones. Las personas estamos constantemente tomando
decisiones y no nos viene mal una ayudita… sobre todo cuando se trata de
situaciones como las del sexo, en las que la incertidumbre —y la falta de
claridad e información— es muy alta.
Sin embargo, los guiones pueden hacernos más mal que bien. La sexualidad
tiene que ver con hacer lo que quieras, en el momento que quieras, con
quien tú quieras… escuchando tu cuerpo, el cuerpo de tu pareja —vuestros
deseos y necesidades— en todo momento. Un guion es todo menos eso.
Muchas veces lo llevamos tan interiorizado que ni nos lo planteamos. No
pensamos si lo que estamos haciendo lo hacemos porque realmente nos
apetece o porque es lo que toca. Ahora «toca» besar, masturbar, chupar,
penetrar, hacer que mi pareja llegue al orgasmo, etc.
Este guion no lo utilizamos únicamente con personas que acabamos de
conocer. Muchas veces, cuando nos involucramos en una relación más
estable, lo utilizamos también. Solemos introducir algunas variantes en el
guion, según vamos conociendo a nuestra pareja y descubriendo lo que le
gusta. Sobre todo, introducimos variantes en función de lo que descubrimos
que «funciona» con nuestra pareja. Y con «funciona» me refiero a lo que
hace que nuestra pareja llegue al orgasmo. Una vez identificada la ruta,
repetimos (o intentamos repetir) ese nuevo patrón una y otra vez,
independientemente de cómo nos sintamos cada día; esto suele conducir a
la rutina, al aburrimiento y a la disminución del deseo.
Cuando Francisco vino a mi consulta fue porque había conocido a una mujer que le
gustaba mucho y con la que estaba manteniendo una relación de pareja.
Sus dificultades para llegar al orgasmo estaban empezando a ser motivo de alarma
para ella, y esta alarma una fuente de presión para él.
Seguía sin poder cumplir el guion.
La sexualidad es, por definición, todo aquello que nos resulta placentero,
nos aporta algo positivo y que hacemos de manera deseada y consentida.
Desde luego, en esta definición entran muchas más cosas que echar un
polvo, tener orgasmos o encuentros con genitales. Los besos, las caricias,
las palabras o las miradas también son formas de sexualidad.
El problema está en que la cultura en la que vivimos nos dice que una buena
vida sexual debe medirse en base a orgasmos o a penetraciones. El resto son
«solo mimos» o prácticas sexuales de segunda categoría. De hecho, el
término «preliminares» se refiere justo a eso, a lo que hacemos antes de «lo
verdaderamente importante». Los preliminares son prácticas que, para
mucha gente, están ahí casi únicamente para que estemos lo suficientemente
excitados como para que se produzca la penetración; son lo que permiten
que el hombre pueda tener una erección y la mujer estar lo suficientemente
lubricada.
«Estancado» ahora en el territorio de los preliminares, Francisco se empleaba aún
más a fondo para ser un amante extraordinario, y compensar así lo que él
consideraba sus «carencias».
¿Te acuerdas del suceso de Bill Clinton con Monica Lewinsky en 1998?
El presidente de Estados Unidos, un hombre casado y con mucho poder,
tuvo una aventura con su becaria. El tema salió a la luz cuando se mostró la
«prueba» de que ella le había realizado una felación, tras lo cual se había
manchado con semen su vestido. Escandaloso, ¿verdad? Pues bien, todo el
revuelo que se formó en su momento fue suavizado por los asesores de
imagen y el gabinete de prensa correspondientes, que se apoyaron
precisamente en la idea de «preliminares». El argumento de fondo fue algo
así como «bueno, no ha sido tan grave; “tan solo” se trató de sexo oral. Otra
cosa sería que hubiese existido penetración; eso sí que habría que
castigarlo… Además, la “guarra” es ella, pues es quien ha realizado la
felación. Él solo recibía, de forma pasiva, no ha actuado». En inglés, el
idioma legitima aún más toda esa línea de razonamiento: ellos distinguen el
«foreplay» —sería lo equivalente a nuestra palabra «preliminares»— del
«sex». Para muchos estadounidenses, estaríamos ante dos cosas distintas: en
sentido estricto del término, los unos no incluyen al otro. ¡Hasta este punto
el lenguaje influye en nuestra vida sexual!
A lo largo de este libro veremos cómo funciona realmente la sexualidad
masculina, y cómo podemos obtener muchísimo más placer si
reconstruimos toda esa idea que nos han impuesto sobre esta.
Lo más fascinante de todo será comprobar que, cuando echemos a un lado
todas esas presiones por cumplir lo que la sociedad espera de nosotros —y,
de paso, adquiramos algunas herramientas básicas, pero desconocidas por
casi todos—, el comportamiento de las erecciones será mucho mejor,
adquiriremos mayor control sobre nuestras eyaculaciones, y seremos
mejores amantes.
Francisco había sucumbido a todas estas presiones de la cultura.
La cosa no se quedó ahí, sino que su problema fue evolucionando más y más… hasta
que empezó a dejar de sentir ganas de acostarse con su pareja. Tal era la presión que
sentía que el sexo dejó de ser algo apetecible.
[Retomaré la historia de Francisco más adelante, en el capítulo 3 de este libro,
Dificultades para llegar al orgasmo.]
EL DESEO
SEXUAL
MI DESEO SEXUAL
El deseo sexual masculino es algo de lo que se habla muy poco, tanto en la
calle como en los libros. Sí se comenta mucho acerca del deseo de las
mujeres, y se suele analizar dando por hecho que ellas tienen menos, y
enfatizando el enorme fastidio que esto supone para ellos.
Del deseo masculino se habla poco porque se da por sentado. Se considera
que los hombres siempre tienen ganas, en toda circunstancia, y pase lo que
pase. Incluso, la gente se refiere a ello como algo «incontrolable», como si
una fuerza sobrenatural se apoderase de ellos; algo tan primitivo que no
pudiesen gestionar a voluntad. «Está en su naturaleza» es algo que hemos
oído cientos de veces y, como tantas cosas que se repiten una y otra vez sin
pararnos a analizarlas, nos lo hemos creído.
Es por ello que los hombres que vienen a mi consulta por bajo deseo,
habitualmente se sienten raros y avergonzados, como si algo estuviese roto
en ellos y funcionase mal. De hecho, muchos han dejado transcurrir años
hasta decidirse a dar el paso, y, cuando lo hacen, suele costarles empezar a
hablar y contar lo que les ocurre.
Para mí es muy bonito y emocionante ver cómo se relajan en el sofá —y
cómo se destensa su cara y se liberan de la enorme carga que traen—
cuando les digo que lo que les sucede es perfectamente normal. A veces,
parecería incluso que flotaran durante un rato, aliviados de la vergüenza y la
culpa (¡qué emociones tan poderosas esas dos!).
Aunque tras la primera sesión su estado de ánimo y agobio mejore por esta
simple normalización de su situación, después viene la siguiente gran
preocupación: su pareja. El bajo deseo sexual no suele suponer un problema
para nadie si no se cuenta con una. De hecho, ningún soltero ha solicitado
mi ayuda porque quisiese aumentarlo.
Cuando un hombre soltero no tiene mucho —o ningún— deseo sexual,
puede que se sienta raro y extrañado, pero en ningún momento lo va a
considerar un problema a solucionar, ni va a acudir a una sexóloga por ello.
Es solo cuando tiene pareja, y el deseo de ella es mayor que el propio,
cuando le supondrá un inconveniente y se decidirá a buscar ayuda para
abordarlo.
Lo cierto es que también acuden parejas en las que ninguno de los dos
experimenta deseo sexual alguno: o suelen llevar mucho tiempo sin tener
relaciones, o la frecuencia de estas es muy baja para lo que ellos consideran
que debería ser. Aunque no exista el conflicto habitual de las parejas en las
que uno tiene más ganas, a ambos —o, al menos, a uno de los dos— les
preocupa que no sea «normal» (¡otra vez la palabrita!) el hecho de no tener
sexo, o temen estar perdiéndose algo de la vida a lo que no quieren
renunciar.
La sociedad en la que vivimos tiene mucho que ver con todo esto. Establece
unas normas que nos dicen cuánto deseo se supone que tenemos que tener
para ser normales, y, por lo general, cuanto más alto sea este, mejor. De
hecho, cuando en una pareja hay uno con más ganas que el otro, se asume
que el que tiene menos es el «problemático» y el que está dificultando y
entorpeciendo la relación.
En mi trabajo profesional en ningún caso se me pide que les ayude a que el
que tiene más ganas reduzca su deseo: siempre se quiere que se aumenten
las del que va más lento.
Lo que quiero dejar claro con todo esto es que no es mejor o peor tener más
o menos deseo sexual. No hay un «nivel de deseo sexual» que sea, per se,
óptimo para todo el mundo. Solo constituye un problema cuando, para una
persona concreta, con sus vivencias y circunstancias particulares, lo es. Por
ello, resulta importante que podamos abstraernos, al menos por un
momento, de las presiones y mandatos culturales, para analizar, de forma
individual y personal, si mi deseo es satisfactorio para mí.
Si es él quien tiene menos ganas se suele considerar mucho más raro y
problemático que si es ella. Que ella tenga menos deseo está normalizado:
se entiende que es «lo habitual» y, por tanto, muchas veces no supone un
conflicto. Usualmente, se asume que a él le apetece casi siempre más, que
se va a quedar «sin» muchas veces, e, incluso, que le corresponde vivir con
esa «frustración».
En cambio, cuando ocurre lo contrario, las alarmas saltan rápidamente.
Suele ser frecuente que él se sienta un bicho raro cuando esquiva un
acercamiento de ella, que se preocupe porque se pueda sentir rechazada o
que tema que le abandone por «no poder darle lo que le pide». También es
posible que la mujer, si no comprende bien el funcionamiento de la
sexualidad humana en general —y de la masculina en particular—, se culpe
de no ser capaz de estimular el deseo de él, ya sea por no ser lo
suficientemente atractiva o por ser mala amante.
Me parece importante aclarar algo de lo que, muchas veces, no somos lo
suficientemente conscientes: cuando hablamos de deseo sexual solemos
referirnos de modo habitual a ese tipo de sexualidad genital, la que acaba en
penetración y/u orgasmo. Pese a que en la introducción veíamos que los
besos, las caricias, los abrazos, las miradas y la intimidad en general son
una forma de sexualidad, independientemente de si nos llevan o no al
orgasmo… lo cierto es que no incluimos estas prácticas en nuestra
concepción de deseo.
Si alguien dice que lleva un tiempo con poco deseo sexual todos sabemos
que se está refiriendo a que no le apetece acostarse con su pareja; más
concretamente, asumimos que no tiene ganas de sexo oral, ni de
penetración, ni de orgasmos. Quizás, ni siquiera le apetezca masturbarse. En
lo que no pensamos, y es posible que muchas veces esa misma persona
tampoco lo haga, es en si sí le apetecen otras formas de sexualidad.
En este capítulo vamos a hablar de ese deseo más genital porque, al fin y al
cabo, creo que es el que más te va a interesar. Además, entender cómo
funciona el deseo masculino, qué lo estimula y qué lo entorpece, nos hará
comprender también cómo funciona la sexualidad en general. Una vez
desterrado el mito de que los hombres siempre tienen ganas, entramos en
materia.
Te dejo algunas ideas de cosas que sirven a muchos hombres para entrar en
contacto con su lado erótico e incentivar su deseo sexual.
Por lo general, la gente suele estar a gusto con su deseo… hasta que existen
diferencias con la pareja, y uno de los dos tiene más ganas que el otro.
SITUACIÓN MI DESEO DE 0 A 10
Estoy soltero
Estoy de exámenes
Estoy con una pareja que me seduce a menudo para tener sexo
Estoy con una pareja que no me seduce a menudo para tener sexo
Estrés y preocupaciones
Silvia trajo a su marido a consulta casi arrastras. Llevaban más de dos años
en los que apenas mantenían relaciones sexuales porque él nunca
encontraba el momento y estaba desesperada. A Gorka no le apetecía nada
venir a verme, pues lo de «contarle su vida a una extraña» le parecía un
engorro y nada natural. Además, no tenía ninguna gana de enfrentarse a lo
que le estaba sucediendo porque la situación le desbordaba, ¡es muy duro
cuando caes en ese pozo y no sabes lo que te pasa ni identificas lo que
sientes! La sensación de pérdida de control y de ir a la deriva se apodera de
uno y es tremendamente asfixiante.
El primer encuentro fue bastante infructuoso, pues apenas conseguí que
abriese la boca en toda la sesión. Ella habló sin parar y le increpaba para
que me contase «su versión de la historia» pero él estaba incomodísimo y
no sabía ni cómo empezar. Decidí tener una sesión a solas con él y la cosa
no cambió demasiado; estaba inexpresivo y contestaba únicamente con
monosílabos. Yo estaba agotada y a punto de tirar la toalla cuando, por fin,
conseguí que conectase con algo que había dicho (ni recuerdo el qué) y
comenzó a hablar.
Se sentía tremendamente perdido pues no sabía lo que le estaba sucediendo:
quería mucho a su pareja y la veía muy atractiva pero siempre le parecía un
mal momento para mantener relaciones sexuales: o estaba muy cansado, o
tenía que contestar unos emails, o iba con prisa al trabajo, o no se había
duchado, o estaban viendo una peli… Siempre le resultaba inoportuno tener
sexo, aunque las pocas veces que lo tenían lo disfrutaba mucho.
Poco a poco se fue soltando y me contó que llevaba mucho tiempo muy
estresado en el trabajo. Habían reducido la plantilla y ahora tenía
muchísima carga de trabajo. Además, su jefe se dedicaba a hacerle la vida
imposible y tenían una guerra abierta en la oficina entre ambos. También
temía que hubiese más despidos, por lo que estaba constantemente alerta y
tratando de que su rendimiento fuese excelente. Cuando llegaba a casa no
era capaz de desconectar y, cuando lo hacía, su cuerpo y su mente seguían
en tensión.
Su mujer no sabía nada de esto; sí que estaba al tanto de la rivalidad con su
jefe, pero Gorka no había querido decirle nada de los despidos para no
preocuparla. Se estaba tragando sus emociones y estaba rumiando
pensamientos sin parar. Estar así le tenía exhausto y, por supuesto, no
quedaba hueco para la sexualidad.
El estrés y las preocupaciones pueden llegar a ocuparlo todo. Si nos
invaden, el cuerpo y la mente priorizan recursos y dejan en un segundo
plano el deseo sexual. Además, si el foco de atención está puesto en
nuestros pensamientos y estamos muy adheridos a ellos, va a ser muy difícil
—por no decir imposible— que el deseo aparezca.
Por supuesto, la creencia de que los hombres tienen que tener deseo
siempre, a toda costa y sea cual sea la circunstancia, no ayuda. Si
mantenemos esa creencia te quedas sin opciones para gestionar la situación:
no hay nada que hacer. En cambio, si asumes que no eres una máquina
todopoderosa, sino un humano con sentimientos y vulnerable a las
circunstancias, podemos empezar a elaborar estrategias para afrontarlo.
Si estamos pasando por un momento transitorio de estrés o preocupaciones
—por ejemplo, un pico de trabajo, una época de exámenes, una mudanza o
un conflicto familiar—, podemos asumir que, mientras dure esa situación,
nuestro deseo sexual no estará tan presente. No es un problema que esto
suceda y debemos considerarlo como parte del funcionamiento normal del
ser humano.
En cambio, si de forma habitual estamos preocupados, con mil cosas en la
cabeza, estresados, y somos incapaces de desconectar y disfrutar, hay que
ponerse manos a la obra para aprender a gestionarlo. De lo contrario,
viviremos en un estado de tensión constante que no nos permitirá
relajarnos, despejar la mente y vivir la sexualidad de una forma placentera.
Gorka tenía varias opciones:
MASTURBARNOS
Por ello puede ser que, aunque tengamos opción de tener sexo en pareja,
escojamos masturbarnos. Cuando nos masturbamos solo pensamos en
nosotros y vamos a nuestro ritmo, no tenemos que conectar con nadie más
que con nosotros mismos y para algunas personas eso puede resultar más
fácil, rápido y cómodo, sobre todo cuando no buscamos recrearnos mucho y
simplemente queremos un orgasmo.
Este tema es aún muy tabú para muchas personas, pues genera celos e
inseguridades. Mucha gente considera que, si tienes pareja, ya no tienes
ganas de masturbarte, pues ella cubre todas tus necesidades. En
consecuencia, si sí tienes esa necesidad es porque algo va mal en vuestra
vida sexual.
El conflicto puede ir todavía más allá si, además de masturbarte teniendo
pareja, no te apetece mantener relaciones sexuales con ella. De hecho,
muchas discusiones de pareja empiezan porque uno ha «pillado» al otro
masturbándose cuando antes había rechazado un acercamiento.
Sé que puede resultar complicado entender una situación como la que acabo
de describir, pero la clave está en comprender que satisfacemos deseos y
necesidades muy distintos cuando tenemos sexo a solas que cuando lo
hacemos acompañados. Pueden parecerse mucho y «solaparse» en muchos
casos, pero en otras no es así.
Uno de los casos en los que sí pueden solaparse a veces es que cuando
hemos tenido sexo —ya sea a solas o en pareja—, no queremos más. Por
ejemplo, si me he masturbado esta mañana puede que no tenga ganas por la
tarde de tener relaciones sexuales. En realidad, esto suele tener que ver con
los periodos refractarios de cada uno —el tiempo que necesitamos para
recuperarnos y volver a excitarnos después de haber tenido un orgasmo— y
no tanto con que las ganas de tener sexo en pareja hayan sido satisfechas
por la masturbación.
Si nos hemos creído que «la llama no debe apagarse nunca» o que «si te fijas en
otra mujer es que ya no quieres a tu pareja», en el momento en el que te atrae
alguien o no buscas encuentros sexuales con la misma frecuencia, aparecen los
fantasmas de la duda.
Si eres hombre y tienes más ganas que tu pareja mujer parece «lo
normal». Culturalmente se entiende que eso suele ser así y, muchas veces,
se acepta bastante bien, aunque pueda generar algún desajuste en la
relación. Pero que sea él quien tiene menos ganas que ella suele causar,
como poco, sorpresa y desconcierto.
La masculinidad de él puede verse cuestionada, tanto por él mismo como
por su pareja. Por supuesto, también por el entorno próximo que conozca
este hecho. Ella, incluso, puede ver cómo su autoestima se ve seriamente
afectada si se cree el topicazo de que los hombres siempre tienen que tener
ganas y, si no es así, es porque ella no es lo suficientemente atractiva o
deseable para él.
Por ello, es fundamental que ambos entiendan que el deseo sexual de cada
uno es de uno mismo, y no depende, casi nunca, de la pareja. De este modo,
la autoestima no se verá afectada y no aparecerán los temores al abandono o
a la infidelidad. Me podrá gustar más o menos el deseo sexual que tiene mi
pareja, estaré más o menos satisfecho/a con ello… pero no creeré que es
porque no me quiere o no me encuentra atractivo/a. Pero ojo: si las
diferencias de deseo entre ambos son tan grandes que nos producen mucho
malestar e insatisfacción, es legítimo plantearse la separación. Es un motivo
tan válido como cualquier otro para valorar la compatibilidad de una pareja.
Del mismo modo que si no tenemos ninguna afición en común, tenemos
ideas políticas dispares o uno quiere tener hijos y el otro no, podríamos
plantear la separación.
A Carlos y Laura la diferencia de deseo les estaba costando la relación. Llevaban 20
años juntos y 3 hijos en común cuando llegaron a mi consulta. Tenían muy buena
relación entre ellos, se entendían muy bien en la logística doméstica y su situación
económica era buena. Aunque él viajaba mucho por trabajo, conseguían manejar su
vida familiar, social y de pareja bastante bien. El problema era que, de siempre,
Carlos había tenido mucho más interés en el sexo que ella. Su deseo era casi diario, le
encantaba leer y aprender cosas sobre sexualidad, curioseaba mucho en internet
sobre el tema… En cambio, para Laura no era algo tan importante, y mucho menos
desde que habían empezado a tener hijos. Ella estaba muy centrada en la crianza,
cosa de la que disfrutaba mucho, y quería exprimir al máximo la experiencia.
Hay algunas veces —las menos— en las que el deseo sexual de uno de los dos
puede disminuir a causa del otro: si la pareja ha cambiado drásticamente de
aspecto —ha engordado o adelgazado, o ha hecho un cambio importante de look
—, descuida su higiene y aseo personal, no presta atención a las necesidades
emocionales de la pareja, desatiende el buen trato y no seduce de manera activa, el
deseo sexual de la persona puede disminuir.
PENSAMIENTOS Y CONDUCTAS OBSESIVAS
Hay veces que cuando un hombre tiene más deseo sexual que su pareja
puede llegar a obsesionarse con el tema. Dedica mucho tiempo, energía y
atención en intentar cambiar la situación y, a veces, se convierte en
«monotema».
• Dedica horas y horas del día a buscar información que le ayude a que
su mujer tenga más ganas.
• Acude a talleres y a terapia para aprender trucos para estimularla
mejor.
• Está constantemente prestando atención a las «señales» que le
indiquen que ella pueda tener ganas o estar receptiva.
• Elabora escenarios complejos para conseguir que ella acceda (reserva
noches de hotel, regala lencería y juguetes, etc.).
• Dedica mucho tiempo a buscar vídeos porno, relatos eróticos,
imágenes, cómics… que satisfagan sus fantasías.
• Intenta una y otra vez acercamientos, aunque ella le haya dicho que
no.
• Le plantea ir a terapia.
• Inicia conversaciones sobre el tema una y otra vez.
• Discuten y se enfadan de forma periódica.
Muchas veces esto también coincide con que son hombres que no tienen
más cosas que les hagan sentir bien y su único refuerzo es su pareja y el
sexo. Es frecuente que no tengan amistades, hobbies o proyectos fuera del
trabajo o la pareja. Esto es un caldo de cultivo perfecto para los
pensamientos obsesivos, pues se focalizan en un punto —la carencia de
sexo percibida— y tratan de solucionarlo a toda costa.
Cuando tenemos un problema o algo que nos importa, dedicamos tiempo y
recursos para resolverlo. Hay veces que, cuando no podemos resolverlo —
como en este caso, porque no sé cómo hacerlo o porque no depende de mí
—, puedo caer en el bucle de estar pensando todo el día en ello y acabar
teniendo pensamientos y conductas obsesivas al respecto.
El focalizarse tanto en ello hace que aumente exponencialmente su
malestar. Además, consiguen lo contrario a lo que pretenden: que ella se
aleje aún más y que rechace radicalmente el sexo.
Cuando un hombre tiene más deseo que su pareja e intenta convencerla y seducirla
para tener sexo de forma constante suele provocar el siguiente efecto:
Hay algunas personas que solo sienten deseo sexual cuando su pareja las
seduce o las estimula de algún modo. Si su pareja se les acerca de forma
sugerente, las besa con pasión, les acaricia el cuello o les mete mano…
pueden encenderse, sentir deseo y disfrutar de un encuentro sexual muy
satisfactorio. En cambio, el resto del tiempo no sienten deseo sexual.
Pueden olvidarse del sexo durante mucho tiempo, no pensar en ello y no
echarlo de menos. Lo que a estas personas les enciende es que su pareja las
busque y estimule. No fantasean, no erotizan su vida diaria, no piensan en
sexo, no estimulan su mente ni su cuerpo de forma erótica… el único
estímulo sexual que tienen es su pareja.
Esto puede llegar a ser muy frustrante para la pareja. Las quejas
fundamentales suelen ser las de «siempre tengo que empezar yo» o «es que
nunca me buscas para tener sexo». Pueden llegar a sentirse poco queridas,
poco atractivas o poco deseable sexualmente.
Igual que antes, cuando hablábamos de lo que sucede cuando uno de los dos
tiene menos ganas que el otro, es fundamental entender que el deseo sexual
de cada uno funciona de manera distinta. A cada persona le encienden unas
cosas, y no por ello ama más o menos, o encuentra a su pareja más o menos
atractiva. Simplemente, los mecanismos por los que funcionamos son
distintos.
Una de las grandes falacias en el sexo es la de que los dos miembros de la pareja
tienen que tener el mismo deseo sexual: con la misma frecuencia, en los mismos
momentos y en las mismas situaciones. A esto se le añade también la de que
ambos deben buscar e iniciar los encuentros sexuales de forma «equitativa» —el
mismo número de veces cada uno—. Realmente, no tiene más valor un encuentro
sexual dependiendo de quién de los dos lo haya iniciado. Tampoco va a ser más
placentero o satisfactorio.
LA erótica de la conquista
El miedo a la ejecución
Una vez más, la anticipación de «lo que tiene que suceder» supone un
impedimento para el disfrute de la sexualidad. Recordemos que el sexo es
placer y disfrute, únicamente. Cuando nuestra cabeza va por delante de lo
que realmente está sucediendo estamos más centrados en nuestros
pensamientos que en el placer, pues no estamos en el momento. De ese
modo, es imposible que nuestro cuerpo reaccione bien.
En las relaciones de largo recorrido suele funcionar muy bien jugar a que nos
acabamos de conocer durante un día. ¿Cómo me vestiría si nos acabásemos de
conocer? ¿Llevaría esta ropa? ¿Cómo planearía la cita? ¿Cómo estaría mi casa si la
invitase a cenar? ¿De qué hablaría con ella? De este modo nos acordamos de
seducir, mostrar nuestra mejor cara y cuidar la relación
La fusión
Otra de las cosas que sucede con frecuencia cuando estamos en una relación
de pareja estable y monógama es que tendemos a acomodarnos en el resto
de facetas de nuestra vida y nos recluimos en la vida en pareja. Dejamos de
hacer las cosas que nos gustan, de ver a los amigos o, incluso, apartamos a
un lado nuestros sueños a nivel laboral. Esto hace que dejemos de resultar
interesantes a los ojos de nuestra pareja (y a los nuestros propios) y que,
además, resultemos demasiado disponibles y accesibles.
Además, se pierden unos de los momentos en los que vemos más atractiva a
nuestra pareja: cuando la vemos hacer algo que le fascina y se le da bien.
Ver a nuestra pareja practicando un hobby o una habilidad en la que es una
experta, desenvolviéndose con su grupo de amigos o brillando en su trabajo
es muy seductor. Nos atraen las personas seguras de sí mismas y a las que
admiramos. Admirar a la pareja es un factor muy importante para el deseo,
por lo que es fundamental que sigamos desarrollándonos y creciendo para
alimentar el deseo sexual.
Trabajé unos meses con una pareja a la que aún recuerdo con mucho cariño.
Se habían conocido en la universidad y llevaban más de 20 años juntos.
Tenían muy buena relación, la convivencia era muy buena y tenían mucho
en común: habían estudiado la misma carrera, los dos practicaban los
mismos deportes y les gustaba mucho viajar juntos. Además, los dos eran
bastante tímidos y tendían a socializar muy poco y, cuando lo hacían, lo
hacían juntos.
Durante todos estos años habían madurado y crecido juntos. Tan juntos que no
sabías dónde empezaba el uno y acaba el otro. Lo compartían todo, tomaban todas
las decisiones en pareja, el ocio era el mismo… el único rato en el que se separaban
era para ir a trabajar.
Hay hombres que tienen esta dificultad desde siempre, pues no cuentan
con habilidades de seducción; otros han empezado a tenerlas cuando
estaban en una relación de pareja en la que había diferencia de deseo entre
ambos.
Sea como fuere, el factor común siempre es el mismo: el acercamiento
pretende «llegar hasta el final» así que la presión es demasiado grande para
el que lo recibe y las expectativas poco ajustadas para quien lo hace. Ya
hemos hablado del famoso guion que tanto condiciona las relaciones
sexuales: si me acerco con un beso a mi pareja esperando que le apetezca
echar un polvo, en vez de simplemente ir con ese beso hasta donde nos
apetezca, corremos el riesgo de entrar en una espiral de rechazos muy
desagradable.
A mi amigo Mathew le cuesta mucho seducir; de hecho, es un concepto que
le cuesta entender. Tiene algo más de 50 años y es muy inteligente, con un
CI muy superior a la media, y su mente funciona de una forma muy
particular.
Él compartimenta todas las situaciones de su vida y es muy práctico
gestionando su tiempo y sus emociones. Por ejemplo, si está trabajando, su
vida privada no interfiere en modo alguno: se aísla, se concentra y no existe
nada más. Es capaz de dejar las preocupaciones y las emociones fuera de la
ecuación por un rato, lo cual le convierte en una persona muy efectiva en
todo lo que hace.
Cuando está con una mujer que le gusta también aplica esa practicidad y
compartimentariedad: en vez de acercarse poco a poco o rozar su mano para
ver cómo reacciona y comprobar si está receptiva, directamente le pregunta
si le gustaría acostarse con él. Si ha quedado con alguien con quien ya se ha
acostado con anterioridad y sabe que ella quiere repetir, separa el rato de
estar cenando y charlando del rato de irse a la cama: no tontea durante la
cena, ni tiene miradas o caricias furtivas ¡y mucho menos un beso! Cuando
acaba la cena, la invita a su casa para «pasar al siguiente punto de la
noche».
Mathew me comentó que algunas mujeres se habían quejado de que
«pasaba de 0 a 100» y echaban en falta un poco de más continuidad en las
citas con él. Él entendía lo que ellas le decían, pero le resultaba muy difícil
aplicarlo: si estaba charlando, estaba concentrado en la charla y nada más
interfería ahí. Le costaba incorporar a la charla besos, caricias o pequeñas
insinuaciones. Cuando consideraba que ya era la hora de tener sexo, lo
hacía de una forma muy mecánica y directa para ellas.
Es importante recordar que la sexualidad es un continuum que lo engloba
todo, desde el cómo hablamos a lo puramente genital. Si recordamos esto
nos resultará más fácil seducir, disfrutando de cada acercamiento y
considerando eso ya un encuentro sexual. Cuando seducimos para
conseguir un objetivo concreto es probable que nos cueste entendernos con
la pareja, que ella se encuentre en un punto distinto del que no quiera
moverse, que nos sintamos torpes y que aparezcan los conflictos.
La falacia de la espontaneidad
Esperar que el sexo surja es como esperar a ir al gimnasio «cuando tenga tiempo»;
a no ser que planifique con antelación a qué día y hora voy a ir, nunca encontraré
ese hueco.
Las citas son encuentros, planes que creamos con nuestra pareja, que
organizamos con antelación y en los que nos proponemos hacer algo
interesante que nos permita conectar con la pareja, charlar, tener intimidad,
conocernos mejor, hacer algo divertido juntos… y seducirnos. Es por ello
que planificamos la intimidad... no el sexo. Ya vimos que, si planificamos
echar un polvo, es posible que nos pueda la presión por las expectativas a
cumplir. Si nuestra cita va a consistir en salir a cenar, darnos un baño juntos
o pasear, ya estaremos creando un momento de intimidad entre los dos, en
el que comunicarnos, tener contacto físico y prestarnos atención. Eso ya es
sexualidad.
A veces, con las obligaciones del día a día, no encontramos mucho tiempo
para el ocio y la pareja. Los planes sencillos y breves, de 10 a 30 minutos,
en los que nos dediquemos atención plena (sin móviles, sin niños, sin
emails de trabajo) pueden cambiar el día por completo, acercarnos y
permitirnos disfrutar el uno del otro. Estos pequeños ratos de acercamiento
pueden hacer que el miembro de la pareja que necesita conectar, relajarse e
ir poco a poco para tener un encuentro sexual, esté mucho más
predispuesto. Si el sexo genital sigue sin apetecer, al menos habremos
disfrutado de otro tipo de encuentro sexual, también muy placentero y
satisfactorio.
Si el tener citas o encuentros de calidad no forma parte de la dinámica de la
relación de pareja, podemos anticiparnos. Un ejercicio que recomiendo
mucho en la consulta es el de que cada uno escriba, en 10 papelitos, 10
planes para citas que le apetezcan. Los 20 papelitos se meten en una caja o
en un bote y cada semana se saca uno al azar; ese plan se hará el día
acordado por ambos. Se pueden hacer cajas con planes para el finde, para
los días de diario o planes breves de 15 minutos para cuando no hay
demasiado tiempo. Te dejo algunos planes que ha escrito una pareja que
viene ahora a mi consulta:
Planes de diario:
Planes breves:
• Ducha juntos.
• Masaje con aceite corporal.
• Pasear de la mano.
• Masaje de pies y piernas en el sofá.
• Dormir desnudos.
• Acariciarse en la cama antes de dormir.
• Masaje genital a la pareja con gel lubricante.
• (ESCRIBE AQUÍ TUS PROPIA IDEAS)
• ... ... ...
El tema del deseo sexual masculino es tan extenso y variado que podría estar
páginas y páginas hablando sobre ello y no acabar jamás. Me encantaría ser capaz
de transmitirte todas y cada una de las píldoras de conocimiento que he ido
adquiriendo a lo largo de estos años y transmitirte la fascinante complejidad del
tema en toda su amplitud, pero todavía hay muchas más cosas de las que quiero
hablarte.
Voy a ir cerrando y quiero hacerlo facilitándote un listado de algunos motivos más
por los que los hombres pueden experimentar falta de deseo; aunque no pueda
detenerme en profundizar en cada uno de ellos, si has leído este capítulo del libro
creo que serás capaz de entenderlo extrapolando los conocimientos que has
adquirido.
EXCITACIÓN Y ERECCIONES
Este esquema sobre el funcionamiento del sistema nervioso autónomo y su relación con las distintas
fases de la respuesta sexual nos ayuda a comprender cómo funciona el deseo, la excitación, las
erecciones, los orgasmos y la eyaculación.
Para que tengas una erección tienes que estar a gusto, relajado, cómodo en la
situación y confiado con tu pareja; de ese modo, tu sistema nervioso parasimpático
se activará y podrás tener una erección. En cambio, si estás preocupado por tener
una erección, porque ella se lo pase bien, o distraído con cosas del trabajo o
cualquier otra cuestión, se activará tu sistema nervioso simpático y, por tanto, la
erección se bajará.
En el esquema verás que el sistema nervioso simpático está también relacionado con
el orgasmo. Esto significa que, si estás ansioso, unas veces perderás la erección y
otras perderás el control y eyacularás. Esto dependerá en gran parte de la estabilidad
que haya alcanzado tu erección. Al inicio de tener una erección ésta suele ser más
frágil y se pierde con más facilidad; en cambio, cuando la erección ya lleva un rato se
estabiliza y se consolida, de manera que si se activa el simpático, eyacularás.
Cuando una pareja viene a terapia y me plantea una situación así a veces
me cuesta mucho que no se me note quién de los dos creo que «tiene razón»
y está actuando bien, y quién no. En este caso, el planteamiento de ella me
parecía el más acertado —aunque no tanto los gritos con los que lo hacía—,
pero también entendía perfectamente la frustración que sentía él cuando
perdía la erección y que le hacía replegarse y cerrarse en banda.
Es muy curioso cómo la gente repite en mi despacho las mismas
discusiones que tiene en casa: son como coreografías perfectamente
aprendidas que repiten una y otra vez, siempre con los mismos argumentos
y las mismas palabras, sin escucharse realmente el uno al otro. Es difícil
que lo hagan, pues suelen centrarse más en lanzar acusaciones y en
defenderse de los ataques que en expresar lo que realmente sienten al
respecto de la situación.
Muchas veces no me queda más remedio que, simplemente, limitarme a
esperar a que acaben, pues no consigo que me dejen meter baza para
interrumpirles y calmar las aguas. Cuando terminan y se calma un poco
suelo pedirles que traduzcan toda esa conversación que han tenido a
sentimientos y emociones.
Muchas veces están tan saturados con el tema que son incapaces de
expresar lo que sienten realmente sin volver a caer en el monólogo que tan
bien aprendido tienen... así que me suele tocar a mí poner palabras a sus
sentimientos: él se siente abrumado, presionado, avergonzado, poco
hombre, impotente, temeroso de perder a su pareja, celoso por si ella busca
en otro lo que él no le puede dar, ansioso ante la perspectiva de un
encuentro sexual, inseguro, receloso por si ella le cuenta lo que le sucede a
sus amigas… Por otro lado, ella se siente frustrada, poco deseada, poco
querida y nada atractiva. Se siente mala amante por no ser capaz de hacer
que él tenga una erección e, incluso, teme que él sí «funcione» en la cama
con otras mujeres y que se acueste con ellas. Echa de menos tener intimidad
con él y la complicidad de un encuentro sexual fácil y satisfactorio para los
dos.
¡Cuánto miedo y dolor alrededor de las erecciones! Son tantas las
expectativas que hay en torno a ellas que pueden llegar a convertirse en el
centro de la vida de una pareja, lo quieran ellos o no.
Hace unos años trabajé con un chico que había orquestado toda su vida en torno a
este tema: sus pensamientos sobre el miedo a perder la erección le dificultaban
concentrarse en el trabajo, había modificado su alimentación en base a lo que había
leído que era beneficioso para estimular las erecciones, hacía ejercicios de Kegel
constantemente, la preocupación le impedía conciliar el sueño…
LA COMPROBACIÓN
Precisamente por estar comprobando una y otra vez que tu erección funciona provocas lo que más
temes que ocurra: que no funcione.
Estas comprobaciones pueden llegar a convertirse en algo obsesivo e
interferir muchísimo en la vida diaria de estos hombres. Pensamientos
intrusivos constantes, alteración de sus rutinas, vida social y amorosa muy
condicionada…Suelen ir acompañadas de otras conductas que van
encaminadas a asegurarse de que se tiene y se mantiene la erección:
practicar solo algunas posturas que saben que les excitan más, evitar
cambiar de postura para no distraerse, autoestimularse con la mano para
«asegurarse» una buena erección, apresurarse a penetrar en cuanto se pone
dura para «aprovechar»...
Todo esto condiciona tremendamente los encuentros sexuales y, además,
hace más mal que bien. Toda esta preocupación lo único que consigue es
que se active el sistema nervioso simpático, el que tiene que ver con la
activación y la ansiedad —y no con el placer y la relajación— y, por tanto,
que la erección se pierda o no aparezca.
Es frecuente que ellas también participen en toda esta comprobación,
mirando y tocando el pene para ver si está duro. Además, muchas veces se
afanan en masturbar o hacer sexo oral a sus parejas para conseguir
provocarles una erección. Esto solo suele servir para que él sienta la
expectativa de ella como una presión y, por tanto, no funcione.
Lo cierto es que intentar tener una erección es lo peor que puedes hacer
para tener una erección. Recordemos que las erecciones son un reflejo y
que, por tanto, no podemos provocarlas a voluntad; lo único que podemos
hacer para tener una erección es centrarnos en lo que las provoca: la
excitación, el placer y la relajación.
Me gusta poner el siguiente ejemplo a mis pacientes: intentar tener una
erección es como intentar mantener un bolígrafo suspendido el aire
sosteniéndolo con la mirada. Imposible, ¿verdad? Podemos intentarlo una y
otra vez, con todas nuestras ganas y con la mejor intención y motivación…
que jamás lo conseguiremos. Lo único que lograremos es frustrarnos y
sentirnos abatidos e inútiles. Este sentimiento no es porque nos falten
habilidades, constancia o sabiduría, sino porque nos estamos marcando un
objetivo que es imposible.
Al final, es mejor que aceptemos que solo podemos mantener un bolígrafo
en el aire si lo sostenemos con la mano, antes que ponernos a luchar contra
la fuerza de la gravedad o intentar tener poderes mentales. Con las
erecciones pasa lo mismo: cuando antes asumamos que no tenemos control
sobre ellas, y que lo único que podemos hacer es centrarnos en disfrutar,
mejor que mejor.
Con Anthony tuve que trabajar mucho para que consiguiese mantener la
atención en el placer y no es su cabeza. Utilizamos, entre otras cosas, una
técnica de focalización de la atención muy sencilla y efectiva que consiste
en buscar algún elemento sensorial de la situación en el que podamos
anclarnos —y al que poder volver cuando nos distraigamos.
Te dejo algunos ejemplos que pueden resultarte útiles:
¿Te has descubierto alguna vez pensando alguna de estas cosas durante un encuentro
sexual?
«Voy a recordar ese vídeo porno que vi el otro día, a ver si se me levanta».
Conocer a una chica nueva, querer acostarse con ella y «quedar bien» es
uno de los factores más estresantes que puede vivir un chico y que le
pueden causar dificultades a la hora de tener o mantener una erección.
Cuando estamos muy preocupados y sentimos mucha presión porque el
encuentro sexual vaya bien la atención se va a la cabeza y no al placer; de
ese modo, al no estar disfrutando tanto, las erecciones se dificultan.
A veces, esa presión viene porque esa chica nueva resulta muy importante,
tenemos sentimientos hacia ella y nos gustaría que la relación «cuajase» y
fuese hacia delante. Otras, simplemente, la preocupación viene por el deseo
de quedar bien, de sentirse masculino y viril por ser capaz de tener un rollo
de una noche o de hacer que una chica se lo pase bien en la cama.
Luis llevaba 14 años con Andrea cuando lo dejaron. Durante todos esos años él había
sido infiel varias veces acostándose con otras mujeres. Durante estos encuentros se
había puesto nervioso y había tenido algunos problemas de erección pero, como
habían sido encuentros furtivos y esporádicos, no le había dado más importancia.
Ahora, que ya se encontraba soltero y tenía libertad de acostarse con chicas de una
manera más legítima y calmada, se estaba dando cuenta de que le costaba relajarse
y disfrutar con libertad.
La falta de deseo
Esto suponía que su excitación fuese muy baja o nula y, por tanto, que
las erecciones no apareciesen o que fuesen de poca calidad. De ese modo,
mantener relaciones sexuales empezó, poco a poco, a convertirse en una
presión tremenda: quería tener una erección y fijaba toda su atención en
ello, comprobando constantemente si lo había conseguido… y agobiándose
todavía más cuando veía que no era así.
Esto derivó en que evitase las ocasiones en las que podía surgir el sexo,
para no enfrentarse a un casi seguro «fracaso». Otras veces simplemente se
dedicaba a hacerle sexo oral a su mujer; así se encontraba cómodo, pues
sentía que «cumplía» con ella y su falta de erección pasaba a un segundo
plano.
En una de las citas que tuvimos le pedí que invitase a su mujer a unirse a
nosotros; quería conocer la versión de la historia de ella para conocer mejor
la situación a la que nos enfrentábamos. Ella me confirmó todo lo que me
había contado él y, además, me recalcó que ella no echaba tanto en falta el
echar un polvo como tal, sino tener más intimidad física con su marido: no
le importaba si un encuentro sexual no acababa con penetración u orgasmo,
pero sí echaba mucho de menos sentirse deseada y excitarse con más
frecuencia juntos.
El trabajo con Carlos fue largo y muy intenso: estuvo más de un año y
medio viniendo a mi consulta y hubo momentos en los que pensé en tirar la
toalla, pues los avances eran mínimos y muy lentos. Hablamos mucho sobre
sexualidad, sobre el coitocentrismo y sobre las distintas formas de vivir el
sexo en pareja. Hicimos muchos ejercicios para reestructurar los mitos
sobre el sexo que tan instaurados tenía, practicamos nuevas formas de
masturbación a solas, prohibimos el coito e incentivamos nuevos juegos en
pareja.
Tuvimos incluso que crear un imaginario erótico para él, pues no lo tenía, y
aprender a descubrir qué cosas le encendían sexualmente, dado que nunca
había prestado atención a esas cosas. Transversalmente a todo eso, hicimos
un trabajo muy importante de cambio de hábitos y estilo de vida:
modificamos los horarios de trabajo, reorganizamos las tareas y las
prioridades, descartamos algunos proyectos laborales... todo con el objetivo
de dejar tiempo libre para el ocio y el disfrute. Así, volvía antes del trabajo,
estaba más relajado y dormía mejor. Se apuntaron a clases de baile juntos,
iban más al cine y quedaban con amigos.
Durante todo el proceso de terapia le fui dando herramientas para que fuese
trabajando él por su cuenta, implementándolas poco a poco. Le citaba cada
3 o 4 semanas para ir viendo los progresos y, además, hicimos varias pausas
de 2 o 3 meses. Durante todo este tiempo ella se planteó dejar la relación un
par de veces, pues no conseguíamos grandes cambios y, aunque le apoyaba
pacientemente, se sentía muy frustrada.
Un día llegaron a mi despacho agarrados de la mano y muy sonrientes. Me
puse a prepararles un té y, antes de que el agua hubiese hervido, me
contaron que ya habían conseguido solucionarlo. Él lo llamaba «el clic»:
«Es como si de pronto hubiese conseguido interiorizar todo lo que hemos
trabajado —me dijo—. Todas las charlas, los ejercicios, el descanso... de
repente, un día empecé a sentirme seguro sexualmente, a no tener miedo a
perder la erección o a que el encuentro fuese un fracaso. Empecé a tener yo
la iniciativa en las relaciones sexuales, no solo a reaccionar de forma pasiva
a sus acercamientos».
Ella estaba igualmente encantada con los resultados: volvía a sentirse
deseada y tenía por fin el tipo de vida sexual que quería tener. Me contó que
tenían penetración con frecuencia y que se lo pasaban fenomenal en la
cama. A veces él no tenía una erección, pero disfrutaban de otras cosas y no
les suponía un problema. No todos los encuentros acababan en orgasmo y
eso tampoco les causaba malestar.
Estaban muy agradecidos por el trabajo que habíamos hecho y también
sorprendidos por el repentino cambio que había sucedido. Por mi parte, yo
estaba sorprendida y aliviada de comprobar que todo lo trabajado había
dado sus frutos. Es frecuente que algunos pacientes hagan su proceso de
esta forma: trabajan durante semanas e, incluso, meses, sin percibir grandes
avances... hasta que un día parece que lo resuelven todo de golpe.
El proceso de cada persona es muy distinto: cada uno tiene sus ritmos, su
forma de aprender y sus propios mecanismos internos. Algunas personas
experimentan el cambio de golpe y solo cuando consiguen tenerlo todo
integrado, como fue el caso de Carlos. Otras, en cambio, van notando
pequeños avances según van trabajando los distintos ejercicios y
herramientas.
Cuando las cosas transcurren como en el caso de Carlos es importante ser
muy constante y confiar en el proceso. Es mucho más duro y frustrante —
tanto para ellos como para mí— porque tienes la sensación de estar
trabajando para nada, sin resultados, pues no te ves reforzado por pequeños
avances ni logros durante el transcurso del camino.
Esto sucede mucho en los casos de falta de deseo masculino, y más cuando
esa falta de deseo ha hecho que se obcequen con las erecciones. Me sigue
sorprendiendo mucho la dificultad que tienen algunos hombres para hacer
un ejercicio de introspección sobre su propia sexualidad. No distinguen el
deseo de la excitación; es más, no distinguen el deseo de la erección. La
señal del «buen funcionamiento» de la sexualidad de los hombres es la
erección: si hay erección, es que todo va bien. Si hay erección, no se atiende
a nada más. Si no hay erección, muchas veces cuesta ver más allá y
reconocer qué es lo que está sucediendo. Por eso, a menudo su demanda es
sobre las erecciones, no sobre el deseo.
Lo que voy a contar ahora es una causa de las dificultades de erección, pero
también una consecuencia de estas: muchos hombres, cuando tienen
dificultades de erección, se aferran a su relación de pareja con uñas y
dientes, aunque no sean felices en ella. Creen que su pareja actual es la
única que va a «soportar» su problema y que, si intentasen acostarse con
otra, esta les rechazaría al «descubrir» lo que les sucede en la cama.
La inseguridad que les crea el no sentir control sobre sus erecciones les mantiene en
relaciones de pareja insatisfactorias durante mucho tiempo, sin atreverse a dar el
paso de romper. Es tal el miedo al rechazo que creen que van a sufrir que se
paralizan. Están convencidos de que el resto de las mujeres se burlarán de ellos y de
que si dejan su relación actual se quedarán solos para siempre.
El alcohol
Muchas veces se nos olvida que el alcohol puede tener efectos negativos en
la sexualidad. Sí que es cierto que, en pequeñas cantidades, puede facilitar
el momento del ligue y la seducción, pues nos desinhibe y disminuye las
vergüenzas. Pero pasada esa fase del encuentro sexual, y sobre todo si nos
excedemos en las cantidades, puede tener un efecto anestésico que afecte a
la capacidad de tener y mantener erecciones.
Puede incluso que estemos muy lanzados, seguros y confiados en la cama…
pero que el cuerpo no «responda» en consecuencia. La excitación suele ser
más mental que física, con la consecuente frustración que eso produce. Los
hombres que han sufrido esto suelen explicarlo con palabras del tipo «yo
tenía muchas ganas, pero mi cuerpo iba a su bola», o «me moría de ganas
de hacerlo, pero mi pene no reaccionaba».
Con frecuencia estos encuentros sexuales se producen a altas horas de la
madrugada, con varias horas de fiesta a las espaldas y mucho cansancio
acumulado. Todo esto, sumado al alcohol, forma un caldo de cultivo
perfecto para el temido gatillazo.
Por lo general, cuando esto sucede se asume con naturalidad y no se le da
mayor importancia; se entiende que las dificultades de erección son debidas
al alcohol y, por tanto, momentáneas y transitorias. El problema viene
cuando se genera un miedo —injustificado— a que esto vuelva a suceder en
otras circunstancias en las que no haya alcohol de por medio.
Muchos de los casos de «disfunción eréctil» que recibo se originaron en una
noche de fiesta y borrachera. El caso de Raúl es muy prototípico: Raúl
llevaba más o menos un año y medio con dificultades a la hora de tener una
erección. Esto se había convertido en un tema que le atormentaba en su día
a día y apenas podía dejar de pensar en ello; le condicionaba enormemente
el conocer chicas, evitaba los encuentros sexuales y hasta había dejado
pasar a una chica que le gustaba mucho por la vergüenza y malestar que le
supuso un «gatillazo» con ella.
Las psicólogas siempre tratamos de averiguar en qué momento se originó el
problema para poder entender y abordar la causa de origen del mismo
siempre que sea posible; me resulta muy curioso la precisión y exactitud
con la que muchos hombres recuerdan el momento en el que tuvieron su
«primer gatillazo»: son capaces de decirte el día y la hora exactas en las que
sucedió, las circunstancias concretas en las que se encontraban y todo lo
que rodeaba ese momento. Raúl era uno de ellos y me contó que estaba de
fiesta en el cumpleaños de un amigo cuando conoció a Aurora. Empezaron
a hablar, se gustaron, se besaron y acabaron unas horas más tarde en casa de
ella. Llevaban toda la noche bebiendo y, cuando se metieron en la cama,
Raúl tenía muchas ganas pero su pene no estaba por la labor.
A raíz de ese día Raúl desarrolló un miedo enorme a que eso le volviese a
suceder; pensaba en ello todo el rato, analizaba la situación una y otra vez y
su mente se ponía en lo peor fantaseando con lo que podría pasarle en
futuras ocasiones: que no se le volviese a levantar nunca más, que la chica
de turno se riese de él, que no volviese a disfrutar del sexo, que ninguna
quisiese ser su pareja por su «disfunción»...
Así, cada vez conocía a una chica y se lanzaba a intimar con ella, estaba
más pendiente del funcionamiento de su pene que de otra cosa. Sus
pensamientos iban en la línea de «a ver si esta vez funciona» y, por tanto,
como no se centraba en el placer, no se le levantaba.
Una única situación —una noche de borrachera— puede ser el
desencadenante de un problema que se mantiene en el tiempo si no se
gestiona adecuadamente. He visto este mismo proceso con otro tipo de
situaciones en las que se sucede un «gatillazo» que bien podría haberse
considerado algo lógico y puntual: acostarse con una chica que en realidad
no te gusta mucho, liarse con alguien cuando ya se tiene pareja y el
sentimiento de culpa no te deja disfrutar o, simplemente, un día en el que
estás cansadísimo y en realidad no tienes muchas ganas.
¡Qué importante es que los hombres conozcan cómo funciona su cuerpo!
Sobre todo, que normalicen sus mecanismos y que no esperen funcionar
como máquinas en todo momento, independientemente de las
circunstancias en las que se encuentren. Si no, la presión por «cumplir» se
apodera de ellos y puede generar un problema donde, realmente, no lo
había.
En este apartado estoy hablando del alcohol, pero hay otras sustancias,
medicamentos y drogas también pueden afectar a la función sexual de algún
modo. En la tabla que encontrarás en la página 182 tienes una lista de
algunos de estos medicamentos y también las condiciones médicas que con
más frecuencia afectan a la respuesta sexual.
Los condones
Otra de las cosas que sucede cuando un hombre tiene dificultades para
mantener la erección con el preservativo es que eso también afecta a la
mujer que está con él. Lamentablemente, veo con mucha frecuencia en la
consulta a mujeres que acceden a tener relaciones sexuales sin condón en
contra de su voluntad porque su pareja le presiona. Hace poco trabajé con
una chica que estaba saliendo con un hombre mucho mayor que ella y
estaba muy «deslumbrada» con él; quería que la relación funcionase a toda
costa y le costaba mucho negarle nada, pues temía que él no estuviera a
gusto y la rechazase. Además, él lo sabía y jugaba mucho con eso para
conseguir lo que quería y salirse siempre con la suya.
El uso del preservativo era una de las pocas luchas que ella intentaba ganar,
pues le daba pavor quedarse embarazada, pero él se ponía a la defensiva y
de mal humor cada vez que ella sacaba el tema… así que acababa cediendo
a regañadientes. Por supuesto, cuando hacía esto era incapaz de disfrutar del
encuentro sexual, pues estaba más pendiente de que él no eyaculase que del
placer. Cuando el miedo al gatillazo de un hombre se junta con la
complacencia de una mujer —ya sea por falta de asertividad, dependencia,
miedo al rechazo u otro factor—, lo más probable es que se omita el uso del
condón.
Muchas veces son ellas las que esperan que ellos siempre tengan ganas y
que tengan una erección al instante, sin apenas estimulación (o sin
estimulación alguna) y que no se les baje en ningún momento. Cuando esto
no sucede así, es frecuente que tiendan a culparse a sí mismas: «no soy lo
suficientemente atractiva», «no soy buena en la cama», «no le gusto», pues
se da por hecho que los hombres «funcionan» siempre, no se contempla otra
posibilidad; por tanto, si algo falla, tiene que ser culpa de ellas.
Este era el caso de un chico con el que he estado trabajando en la consulta
hace poco. Óscar era un chico muy nervioso, perfeccionista y analítico. Era
nutricionista, hacía mucho deporte y cuidaba mucho su aspecto. Aunque era
consciente de su atractivo físico le costaba mucho ligar, pues era muy
tímido y le costaba relacionarse. Además, debido a estos nervios había
tenido problemas de erección en sus relaciones pasadas, lo cual le causaba
mucha inseguridad a la hora de relacionarse con las chicas nuevas que iba
encontrando en su vida. Cuando vino a mi consulta, hacía 4 meses que
había conocido a Rosa y estaba encantado con ella: también era muy
deportista, les gustaban las mismas cosas, era muy cariñosa con él y se
llevaban fenomenal.
El problema era que a Óscar le costaba tener una erección más de lo que le
gustaría. Una vez que la conseguía la mantenía, pero la dificultad estaba en
conseguirla. En realidad él solo necesitaba estimulación directa en el pene
para lograrlo… pero esto no le bastaba: él quería que con solo ver a su chica
medio desnuda, o simplemente al besarse con ella, su pene se pusiese
erecto.
Es cierto que muchos chicos pueden tener erecciones de esa forma, pero
Óscar era muy nervioso y le costaba relajarse —requisito fundamental para
tener una erección—, por lo que era frecuente que, para concentrarse y
meterse en la situación, necesitase contacto directo en el pene. Además,
como él mismo se había empeñado durante años en que no quería que esto
fuese así, se dedicaba a comprobar el estado de su erección cuando veía a su
chica en ropa interior o cuando ella se acerba a besarle (y por supuesto, esta
comprobación le alejaba del placer y de la excitación).
Trabajamos durante algunas sesiones y el avance de Óscar fue espectacular:
se empoderó mucho con su sexualidad y su manera de vivirla. Además,
conseguimos que no se enredase tanto en sus pensamientos sobre el tema y
que dejasen de molestarse en el día a día. Iba mucho más confiando a sus
citas con Rosa y disfrutaba mucho con ellas. Él se fue empoderando en su
forma de sentir placer y tener erecciones, pero para ella eso no era bastante.
Rosa había aprendido a basar su autoestima en su capacidad de despertar deseo y
excitación en los hombres. Además, tenía muchas inseguridades con su cuerpo, por lo
que el hecho de que su novio no tuviese erecciones nada más verla le despertaba
todos sus temores.
Tuve la ocasión de hablar con ella directamente sobre este tema y fue
capaz de entender el funcionamiento de la sexualidad de su pareja, así que
decidió darse un tiempo para procesarlo e intentar aceptarlo; ella estaba
encantada con la relación y se sentía muy afortunada de haber conocido a
Óscar y quería darse una oportunidad.
Le propuse trabajar en la consulta su autoestima, pero lo rechazó porque
«no creía en psicólogos». Lamentablemente, a las pocas semanas Óscar me
llamó y me dijo que ella le había dejado: Rosa no había sabido afrontar todo
esto y había sufrido demasiado. Afortunadamente, el trabajo que hice con él
dio sus frutos y fue capaz de asimilar la ruptura muy bien, sin sentirse
culpable y colocando perfectamente cada pieza de esta historia en el sitio
que correspondía.
Este caso no es muy frecuente pero a veces sucede. Lo más habitual es que
las mujeres reaccionemos mucho mejor que vosotros a las fluctuaciones de
las erecciones pues, aunque suene a broma, hemos visto más hombres en la
cama y gatillazos que vosotros: lo tenemos mucho más normalizado y
aceptado. Uno de los grandes problemas de la sexualidad masculina es que,
como rara vez habláis con honestidad del tema entre vosotros, tendéis a
pensar que sois los únicos a los que les pasan estas cosas.
Altas capacidades
Estoy trabajando estas semanas con un chico con el que me río muchísimo
en la consulta; es de esas personas que te hacen sentir bien por la buena
energía que transmiten y el humor con el que se lo toman todo. Cuando ayer
vi su nombre en mi agenda al empezar el día me alegré, pues había tenido
una semana dura y me vendría muy bien una sesión fácil y fresca. Paco
había estado saliendo con la misma chica casi durante toda su vida. Hacía
cosa de un año que lo habían dejado y estaba disfrutando de su soltería y
conociendo personas nuevas. Había tenido varios «rollos de una noche» y
todo había ido fenomenal… hasta Rebeca. Se había enrollado con ella un
día en el que él estaba muy cansado y con pocas ganas de sexo y,
obviamente, la erección se le había bajado. Cuando me lo contó el día que
nos conocimos me pareció muy normal lo que le había sucedido, pero a él
aquello le había supuesto un mundo. Era la primera vez que le sucedía y no
entendía por qué.
A raíz de ese día Paco se había obsesionado con el tema: le daba pavor que
eso le volviese a pasar y se había lanzado a llamarme para que la situación
no se cronificase. Normalmente, cuando la gente viene a mi consulta es
cuando tiene el problema ya muy enquistado, pero él había venido
rápidamente, a las dos o tres semanas del suceso.
Cuando le fui conociendo descubrí que Paco era una persona
tremendamente resiliente: había tenido una infancia y una adolescencia
durísima debido a la terrible situación de su familia: abandono del padre,
enfermedad mental de la madre, el suicidio de otro familiar, bullying en el
colegio... Aun así, él se las había apañado para salir adelante: había
estudiado un módulo, se había refugiado en el deporte, había creado un
grupo de amigos maravillosos que le apoyaban, había ayudado a su familia
a reconstruirse y era muy valorado en su puesto de trabajo.
En la segunda sesión con él empecé a sospechar que tenía altas capacidades
—lo que antes se conocía como superdotación intelectual— y en la tercera
no me quedó ninguna duda. La forma en la que pensaba y procesaba la
información, junto al resto de sus características personales y emocionales,
y algunos datos más que él me aportó sobre su época escolar, lo hicieron
muy patente. Tenía una inteligencia superior a la media, por lo que su
capacidad de profundizar en los pensamientos y la rapidez de los mismos
era asombrosa. Las altas capacidades, además, suelen ir acompañadas
también de una extraordinaria sensibilidad. Ambas características le hacían
también más vulnerable a pensar demasiado sobre el tema si no
conseguíamos que aprendiese a gestionar adecuadamente la situación.
La relación con Rebeca no había ido a más y, tras el «incidente» con ella,
había evitado acostarse con otras chicas por miedo a que se repitiese… a
pesar de que había conocido a una que le gustaba mucho, Sandra. Sandra
tenía también sus dificultades particulares en la cama, pues lo había pasado
muy mal en su relación anterior y ahora quería ir despacio en el sexo… lo
cual a Paco le venía muy bien, pues quería solucionar su «problema»
conmigo en consulta antes de enfrentarse a un encuentro sexual con ella.
Hice todo el proceso de psicoeducación sexual con él: le expliqué que era
normal que la erección no hubiese funcionado con Rebeca, pues estaba
cansado y sin ganas. Le expliqué que eso forma parte del funcionamiento
normal de un cuerpo sano, que le sucede a todos los hombres y que,
además, era algo que le volvería a pasar más veces en su vida, y que no por
ello se podía considerar que tuviese un problema. Además, aprovechamos
que Sandra quería ir despacio para que pudiese aplicar la primera pauta que
las sexólogas damos en estos casos: dejar de practicar la penetración
durante un tiempo, para aliviar la presión por tener que tener una erección y
permitirse centrarse en el placer y en el resto de prácticas sexuales en las
que no es necesario tenerla dura.
Todo esto funcionó a la perfección desde el primer día: iba tranquilo cuando
tenía una cita con ella, disfrutaba de su compañía, se lo pasaban fenomenal
en la cama y, además, tenía erecciones —y orgasmos— sin problema.
Incluso, como la cosa iba tan bien, se saltó en varias ocasiones la restricción
de no tener penetración.
El problema real de Paco era el malestar que le suponía pensar que, quizás,
en el futuro, volvería a tener un gatillazo. Es más, lo que a él realmente le
preocupaba es que eso le volviese a pasar y que, además, no fuese capaz de
solucionarlo y le durase toda la vida. Pensar en esto era, lógicamente, muy
doloroso para él y le causaba mucha ansiedad. Estaba afectando mucho a su
estado de ánimo: estaba triste, no se veía tan alegre y enérgico como
siempre y no podía quitarse este pensamiento de la cabeza. Sentía que tenía
que despedirse de la idea de ligar con facilidad y acostarse con mujeres sin
problemas. Le daba mucho miedo también el hecho de que alguna
comentase en el círculo de amigos comunes que se le había bajado la
erección y convertirse en la comidilla de todos.
Más que el problema en sí, era el pensar en la posibilidad de que el
problema se convirtiese en una realidad lo que le atormentaba. Todo esto
sucedió en un momento de la vida de Paco en la que se encontraba tranquilo
y se sentía bastante pleno en los demás aspectos de su vida: por primera vez
en vida sentía que no tenía que luchar contra todo ni esforzarse para superar
una y mil adversidades. De ese modo, su cabeza privilegiada tenía
demasiado tiempo libre y energía y se había obsesionado justo con lo único
sobre lo que no tenía control: las erecciones.
Paco había aprendido, como casi todo el mundo, que si quieres conseguir algo debes
esforzarte, concentrarte y poner toda tu atención en ello. Él se había vuelto un
experto en esto y se sentía muy eficaz en ese aspecto ¡estaba muy orgulloso de todo
lo que había conseguido superar y alcanzar en su vida!, pero con el tema de las
erecciones se sentía incapaz.
Le costaba aceptar que tener una erección no estaba en su control. No
podía asumir que no podía hacer nada para ello y que tenía que confiar en
su cuerpo y en su capacidad para sentir placer. Lo único que podía hacer era
dejarse llevar, centrarse en el placer y disfrutar... y él no estaba
acostumbrado en absoluto a eso. Toda esta preocupación y pensamientos
obsesivos sobre el tema no solo estaban afectando a su estado de ánimo,
sino que estaba haciendo que evitase en ocasiones los encuentros sexuales y
que pusiese en peligro la posibilidad de tener una relación de pareja.
Necesitábamos sacarle un poco (o mucho) de su cabeza, para que no pasase
tanto tiempo ahí, adherido a sus pensamientos y creyéndose lo que estos
decían. Para ello, le expliqué el funcionamiento particular de su mente y
cómo esta trabajaba de forma diferente a la de los demás: su capacidad de
análisis y de procesamiento de la información era muy potente, mucho más
que la del resto. Por otro lado, también lo era su capacidad de sentir las
emociones, de ahondar en ellas y de sumergirse en sus sentimientos. Esto
hacía que viviese todo con muchísima intensidad y que a veces sus
pensamientos y sentimientos le desbordasen.
El hecho de comprender sus particularidades ayuda mucho en estos casos,
pues les ayuda a entender su mente y a no estar en lucha constante con ella.
Por otro lado, potenciamos mucho el que siguiese haciendo deporte, planes
con amigos y se centrase en el trabajo, para que su mente estuviese ocupada
en cosas positivas y constructivas. De ese modo, no habría tanto espacio
para recrearse en los pensamientos sobre las erecciones y, además, podría
tomar distancia de ellos para verlos con más perspectiva.
Pero lo que fue fundamental en su caso fue el hecho de empezar a practicar
meditación: esto le ayudó muchísimo a calmar su mente, a aceptar sus
pensamientos y a distanciarse de ellos. Además, le sirvió para asumir que
las erecciones son un reflejo y que, por tanto, no podía hacer nada para
controlarlas, salvo permitirse disfrutar y relajarse.
Todo este proceso nos llevó únicamente 5 sesiones, espaciadas a lo largo de
unos 3 meses aproximadamente. Todavía a día de hoy alguna vez le vuelven
estos pensamientos acerca de las erecciones y le genera bastante ansiedad,
pero ya es capaz de manejarlos para que no duren mucho y, por tanto, no le
impidan seguir con su vida. Además, ya no evita los encuentros sexuales y,
si alguna vez se le baja la erección, maneja la situación adecuadamente y no
le impide disfrutar. Nos volveremos a ver dentro de un mes para ver qué tal
va todo pero, por lo que me cuenta alguna vez a través de WhatsApp, le va
fenomenal. Creo que la próxima sesión será la última vez que le vea y he de
reconocer que echaré en falta su maravillosa energía y sentido del humor.
Todos los pacientes que pasan por mi consulta dejan huella de algún modo
en mi pero hay algunos, como Paco, de los que aprendo muchísimo y que
dejan parte de su luz en mí.
Por supuesto, no todos los hombres que se obsesionan con el tema de las
erecciones tienen altas capacidades. Es algo que veo con mucha frecuencia
en muchos, pero los que tienen AACC lo hacen de un modo muy especial,
con una fijación extrema y con una ansiedad por el futuro tremenda. Uno de
los chicos con AACC con los que trabajé había leído más libros que yo
sobre el tema y, como Paco, resolvió todo rápidamente; lo que más le costó
fue aprender a lidiar con sus pensamientos.
A veces creo que el mundo gira en torno a las erecciones. Afectan a la identidad de
todos, tengas pene o no, te des cuenta o no. Tú, que eres hombre, sentirás cómo tu
autoestima, tu masculinidad y tu valor se ven en muchas ocasiones afectadas por
ellas. Si te sientes seguro y confiado con ellas, es posible que te relaciones mejor con
las mujeres, con más confianza e iniciativa. Esta seguridad a veces no se limita al
terreno sexual, sino que se extrapola al resto de facetas de la vida: trabajo,
amistades, deporte…
Igualmente, si algo falla en las erecciones y tienes dificultades con ellas, la
inseguridad que eso puede generarte influirá en tu confianza a la hora de ligar, en tu
estado de ánimo, en tu satisfacción con la vida… por supuesto, eso afecta en el
puesto de trabajo, en la relación con los amigos y en cualquier aspecto.
Esto es además una vía de doble sentido: si te sientes seguro, sabes relacionarte, te
mueves de forma confiada por la vida y sabes disfrutar del ocio y los placeres, tus
erecciones serán también mejores. Al fin y al cabo, no podemos separar el
funcionamiento del cuerpo del de la mente.
Durante esta parte del libro he intentado hacerte comprender mejor el
funcionamiento de tu sexualidad en general, y de tus erecciones en particular. Como
habrás podido descubrir a lo largo de estas páginas, lo más importante es centrarse
en disfrutar de las emociones y sensaciones placenteras ¡es lo único que puedes
hacer para tener una erección! El resto, no es controlable.
Casi al final del libro, en Otros factores que afectan a la respuesta sexual en la
página 178 encontrarás una lista con algunos factores más que pueden afectar a la
respuesta sexual en general, y a las erecciones en particular. Te puede resultar útil
conocerlas por si, en algún momento, te sientes identificado con alguna de ellas.
CAPÍTULO 3
Un orgasmo es un reflejo del cuerpo. Para sentirlo, tienen que darse dos
componentes fundamentales. Por un lado, un acúmulo de excitación muy grande; y,
por otro, un mecanismo de descontrol y desinhibición que nos permita liberarla
completamente.
Lo del «tengo que ser un buen amante» hizo saltar todas mis alarmas. Si
Francisco se sentía muy presionado para ser un buen amante… seguramente
no se centraría demasiado en su placer, no se excitaría lo suficiente y, desde
luego, no estaría en disposición de soltarse y desinhibirse.
Llegados a este punto de la sesión decidí darle un respiro (sabía que estaba
siendo un gran esfuerzo para él contarme todo esto) y me puse a hablar yo.
Aproveché para explicarle cómo funciona el orgasmo a nivel de sistema
nervioso, esperando que eso le ayudase a comprender mejor lo que le estaba
pasando.
Este esquema ya nos resultará familiar, pero me parece importante traerlo a colación de nuevo para
tenerlo presente y comprender mejor cómo funciona la conexión cuerpo-mente.
Decíamos antes que, para sentir un orgasmo, hay que tener excitación y
descontrol. Para ambas cosas necesitamos estar tranquilos, seguros,
confiados, centrándonos en el placer… Si tenemos alguna preocupación,
estamos intranquilos o no estamos disfrutando del todo, será bastante difícil
(por no decir imposible) que nos excitemos lo suficiente. Para sentir un
orgasmo lo primero que necesitamos es estar muy excitados. Luego,
descontrolar.
Lamentablemente, Francisco parece que no se encontraba demasiado relajado que
digamos. Andaba tan preocupado por quedar bien, con «estar a la altura», y con que
Clara se lo pasase bien en la cama, que no conseguía dejarse llevar. En ese sentido,
estaba más «pensando» que «sintiendo».
Además, ante la preocupación de su pareja, él «intentaba» llegar al orgasmo y ¡no
hay nada peor para tener un orgasmo que intentar tenerlo!
Cuando «intentamos» conseguir un orgasmo, estamos esforzándonos, persiguiendo
un objetivo; y eso es todo lo contrario a lo que es este por definición: sentir placer,
olvidarse de todo y descontrolar.
Después de esta explicación, continué preguntándole por su relación con Clara. Así
descubrí que esta no era tan «fenomenal» como me dijo al principio de la sesión, sino
que se sentía muy inferior a ella, lo cual le acomplejaba bastante y le hacía sentir
muy inseguro. Para él, Clara era «mejor que él». Tenía un mejor trabajo —ella era
arquitecta y él cajero en un supermercado—, ganaba más dinero, resultaba más
atractiva, tenía más amigos... Esas diferencias hacían que la tuviese endiosada…
poco menos que en un pedestal constante al que nunca conseguía subir.
De algún modo, se había propuesto reducir la diferencia que percibía mediante el
sexo: si era un amante excelente, compensaría sus carencias y podría ser digno de
ella. Demasiada presión para la cama, ¿no?
La verdad es que esto de no lograr orgasmos en pareja le había resultado útil a
Francisco durante mucho tiempo. No los tenía, no, pero sí erecciones, por lo que
podía dedicarse a dar placer y aproximarse al ideal de amante perfecto: ninguna
mujer podría quejarse de que se corría «demasiado rápido», ni echarle en cara que
no estaba satisfecha.
Hablando un poco más con él descubrí que esa inseguridad no se limitaba
únicamente a Clara, sino que comprendía también a sus exparejas e, incluso, a todas
las mujeres de su vida. Desde su madre a sus hermanas, compañeras de trabajo y
amigas… todas las mujeres eran, a sus ojos, mejores que él. ¡Teníamos un enorme
trabajo que hacer!
Si crees que te has habituado al porno, ¡lo primero es comprobarlo! Prueba un día a
masturbarte sin mirar la pantalla. Si te cuesta excitarte o llegar al orgasmo, es
probable que sí lo hayas hecho.
Para deshabituarte, lo ideal es que dejes de consumirlo durante una temporada. De
ese modo, tu cuerpo y tu mente se irán «desintoxicando» progresivamente y se
volverán más receptivos a los estímulos de la vida real. La masturbación sin porno
se irá haciendo más fácil… ¡y hasta puede que mucho más placentera que con él!:
no resultará tan automática, será más consciente, sentirás más las sensaciones, etc.
Es posible que al principio que te cueste elaborar una fantasía y centrarte en ella;
pero poco a poco lograrás ir entrenando tu mente al respecto y recuperarás esa
capacidad tan fantástica. Incluso, llegará un momento en el que seas capaz de
masturbarte sin necesidad de fantasear, simplemente atendiendo a las sensaciones
físicas de tu cuerpo.
También puede suceder que las primeras veces no llegues al orgasmo, o que,
incluso, te cueste conseguir una erección. No pasa nada si estás varios días o
semanas sin conseguirlo. A veces es mejor dejar que el cuerpo se vaya
desintoxicando poco a poco y que se vaya cargando de excitación. Asume que las
primeras veces no vas a llegar al orgasmo y/o que no vas a tener una erección.
En caso de que el proceso se te esté haciendo muy cuesta arriba —es decir, si no
ves manera de excitarte y/o correrte—, te recomendaría entonces la deshabituación
progresiva. La idea es que disminuyas la estimulación visual de forma gradual. En
orden de mayor a menor intensidad, utiliza comics, relatos y novela eróticos. Los
primeros aúnan la parte visual y la escrita; los relatos son breves y las historias van
directas al grano —para que te masturbes—; las novelas contienen muchas escenas
a lo largo de las páginas, pero no todo su contenido es erótico. Eso sí, procura no
acomodarte y no vayas directo a los cómics; prueba primero con los relatos —
internet está plagado de ellos y pueden ser muy excitantes—.
Sé que puede costar al inicio y resultar un poco frustrante, pero ¡merece la pena el
resultado!
EJERCICIO
Voy a comentarte algunas pautas que pueden resultarte útiles si te cuesta llegar al
orgasmo en pareja. Por supuesto, es fundamental trabajar la confianza en uno
mismo y en la relación de pareja (es posible que para eso sea necesaria la terapia).
Mientras tanto, prueba esto:
No busques sentir lo mismo que sientes cuando te masturbas a solas. Cuando estés
con otra persona sentirás cosas distintas que, igualmente, pueden llevarte al
orgasmo. Un orgasmo se puede alcanzar por múltiples caminos. Es posible que,
cuando estés acompañado, descartes las sensaciones nuevas etiquetándolas con
algo como «sí, esto está bien, pero no me va a llevar a ningún lado». Esto hará que,
en vez de centrarte en el placer y dejarte llevar, te centres en esa etiqueta, en el
juicio que estás haciendo de esa caricia o de esa sensación.
Déjate llevar y ábrete a las nuevas sensaciones. Asume y acepta que no vas a sentir
lo mismo que a solas ¡y eso puede ser fantástico! Con cada persona, cada día y
cada situación podemos descubrir cosas distintas que pueden ser muy positivas.
Permítete explorarlas, sin expectativas y con curiosidad. ¡Te sorprenderá el
resultado!
No intentes llegar al orgasmo. Recuerda que cuando «intentas» llegar al orgasmo te
centras más en tu preocupación que en disfrutar. Un orgasmo es un reflejo y, por
tanto, no hay nada que podamos hacer para provocarlo… salvo estimular los dos
factores que nos llevan a él: la excitación y el descontrol. Por tanto, para sentir un
orgasmo, lo único que está en tu mano es excitarte y desinhibirte. El orgasmo
vendrá como consecuencia de eso… no porque tú lo provoques.
Es más, asume que no vas a llegar al orgasmo. Céntrate en disfrutar y asume que
no vas a llegar. Eso te liberará de expectativas y presiones al respecto. El orgasmo
es solo una parte de un encuentro sexual, no el fin último. ¡Que no se te olvide
disfrutar de todo el proceso
Voy a recuperar a Francisco en este apartado, pues creo que su caso ayudará
a ilustrar por qué los hombres fingen los orgasmos. A él, esto de no llegar al
orgasmo en pareja no le importaba demasiado. Le hubiese gustado disfrutar
de ellos, claro, pero su foco de atención estaba puesto en compensar sus
supuestas carencias convirtiéndose en el amante perfecto.
Al principio de la relación Clara estaba encantada: tenía un amante
entregado y cariñoso entre las sábanas y, aunque él no se corría, creía que
sería cuestión de tiempo y de que fuese cogiendo confianza.
Fueron pasando las semanas —y los meses— y la cosa no cambiaba. Clara,
que era una mujer de armas tomar, decidió ponerse manos a la obra para
buscarle solución al asunto. Ella estaba muy satisfecha en la cama pero
quería sentir cómo él también se lo pasaba bien. Al fin y al cabo, si hay algo
en lo que hombres y mujeres estamos de acuerdo es que, a la mayoría, lo
que más nos excita en la cama es ver disfrutar a nuestra pareja. Ya había
hablado con él del tema varias veces pero no habían sido capaces de
resolverlo, así que le animó a consultar a una profesional.
A Francisco no le apetecía en absoluto (no creo que nadie dé saltos de alegría por ir
a la sexóloga, la verdad), así que retrasó el momento todo lo que pudo. Pensó que
quizás Clara se quedaría más tranquila si «creía» que el problema se había resuelto…
así que probó a fingir un orgasmo.
Sí, los hombres también fingen orgasmos a veces. Además, lo hacen por
el mismo motivo que las mujeres: para que la pareja se quede tranquila y
crea que todo va bien. Incluso, para aumentar la autoestima sexual de la otra
persona. A Francisco le pareció la solución perfecta.
Orgasmo y eyaculación suelen ir unidos en la mayoría de los casos, de
modo que no iba a bastar con montar un pequeño teatro a lo actor porno
para fingir uno; iba a requerir de bastante imaginación y destreza. No quería
que Clara le pillase así que diseñó detalladamente un plan para que todo
fuese creíble.
Le pidió a Clara las llaves de su casa y fue allí un par de horas antes de que
ella saliese de trabajar. Preparó la cena, puso la mesa con velas, música de
fondo, vino... toda la parafernalia clásica. Después, fue al dormitorio, puso
sábanas limpias, incienso y unas velas Por último, lo más importante: dejó
sobre la mesilla de noche un par de preservativos y una caja de pañuelos de
papel.
La idea era hacerle creer a Clara que en una noche tranquila, romántica, con
un ambiente especial, él estaría más cómodo y confiado, el sexo sería mejor
y, por tanto, tendría el orgasmo que ella esperaba. Tenía sentido, ¿verdad?
—Cuando llegó el momento —me contó Francisco—, estaba muy nervioso, pero
animado a la vez porque iba a zanjar el asunto de una vez por todas. Después de la
cena y la conversación fuimos a la cama. Todo fue, como siempre, ¡muy bien! Cuando
llegó el momento de la penetración, me puse un condón y empecé a fingir más
entusiasmo del habitual —en este punto, hizo una mueca de fastidio.
—¿Qué sucedió entonces? —le pregunté.
—¡Pues creo que fui demasiado entusiasta muy pronto! —exclamó—. En el orgasmo
tendría que haber llegado al punto álgido de la actuación… pero ya estaba
demasiado alto cuando llegó ese momento. Total, que me quedó muy sobreactuado
—resopló él.
Yo no pude evitar una carcajada. Él me miró muy sorprendido, pero se
rio también. Se relajó bastante —no hay nada como el humor para quitarle
dramatismo a una situación como esa— y prosiguió.
—Aun así, seguí con mi plan. Me derrumbé encima de ella, como si estuviese
exhausto por el placer. La besé, la sonreí y me incorporé despacio para salir de ella.
Me di la vuelta, dándole la espalda para que no viese lo que hacía, y me quité a toda
prisa el condón… escondiéndolo en un pañuelo de papel.
—¿Y funcionó? —le pregunté—, ¿se lo creyó?
—¡Para nada! —me contestó. ¿Qué te crees que hago aquí si no?
EL CONTROL DE LA
EYACULACIÓN
QUÉ ES REALMENTE LA
EYACULACIÓN PRECOZ
Uno de los principales motivos por el que los hombres van a la consulta de
una sexóloga es porque les gustaría durar más en la cama. Muchos incluso
acuden con su autodiagnóstico de «eyaculación precoz» debajo del brazo, el
cual plantan encima de la mesa con una súplica del estilo de «por favor,
cúrame».
«Cúrame», porque estoy enfermo. «Cúrame» porque no funciono bien.
«Cúrame», porque estoy defectuoso. «Cúrame», porque esto es vergonzoso.
«Cúrame», porque no soy un verdadero hombre. Todas estas emociones y
pensamientos tan dolorosos están presentes la mayoría de las veces detrás
de ese «cúrame».
El DSM-V, el manual de clasificación diagnóstica que utilizamos las
psicólogas, dice que un hombre padece eyaculación precoz si tiene «un
patrón persistente o recurrente en que la eyaculación producida durante la
actividad sexual en pareja sucede aproximadamente en el minuto siguiente
a la penetración vaginal y antes de que lo desee el individuo».
Aunque en una nota del DSM-V se indica que la eyaculación precoz se
puede sufrir también en prácticas que no incluyan la penetración vaginal
(sin especificar tiempos), ni científica ni popularmente se suelen tener en
cuenta.
Cuando se habla de eyaculación precoz, se mide el tiempo que el hombre
tarda en eyacular desde que se inicia la penetración vaginal. Con esto
quieren decir que, si tardas poco en eyacular desde que la metes, es porque
tienes una enfermedad. Esta idea está basada en los siguientes preceptos:
Recogemos de nuevo este esquema para recordar el papel que tiene la activación del sistema nervioso
simpático en el desencadenamiento de la eyaculación.
Otros, aunque duren un tiempo que podamos considerar adecuado, no se
sienten satisfechos: creen que su vida sexual podría ser de más calidad si
durasen más. Tienen tan arraigada esta idea de que durar mucho es signo de
éxito, felicidad y placer que se obcecan en ello y son incapaces de disfrutar
de todo lo bueno que sí tienen en su vida sexual.
Recuerdo un hombre que llegó a mi consulta hace unos años. Era un tipo
alegre, confiado y decidido a que le enseñase a durar más en la cama. No
creía tener eyaculación precoz pero estaba convencido de que, si conseguía
durar más, su pareja estaría mucho más feliz. Cuando le pregunté por su
vida sexual en aquel momento, me sorprendió mucho su respuesta: tenían
una vida sexual súper creativa, jugaban un montón, disfrutaban mucho del
erotismo, practicaban el intercambio de parejas con cierta regularidad y su
relación en la vida cotidiana, con sus dificultades lógicas, era bastante
buena. Después de escuchar todo aquello le pregunté por qué quería durar
más en la cama, pues yo no veía motivo para ello. Mantuvimos, os lo
prometo, el siguiente diálogo:
—Jesús, ¡os lo pasáis de maravilla! ¿Para qué quieres durar más en la cama?
—Sí, la verdad es que somos afortunados pero yo sé que si duro más en la cama mi
pareja va a ser mucho más feliz.
—Ahá —le contesté. ¿Y ella qué te dice al respecto?
—Bueno, ella me ha dicho que ya se lo pasa muy bien en la cama, que no necesita
más.
—Mmm… ¿y entonces?
—Ya… ella dice eso, pero yo «sé» que ella disfrutaría mucho más.
—Por cierto, ¿ella sabe que has venido a mi consulta hoy?
—Sí, sí, por supuesto.
—¿Y qué opina al respecto?
—Bueno... —respondió—. Cree que es una pérdida de tiempo y de dinero, no ve
motivo alguno para que venga.
—Perdóname, Jesús, no estoy entendiendo nada —contesté divertida—, ¡no entiendo
qué haces aquí! Ella te lo ha dejado muy claro, ¿no?
—Ya, pero yo estoy «seguro» de que si consigo durar más, se lo va a pasar mejor.
En realidad, esto del «durar mucho» es una invención de la vida
moderna. La selección natural primaba a los individuos que conseguían
aparearse con rapidez y eficacia: el que sobrevivía y se reproducía era el
que podía eyacular con mucha rapidez. Por un lado, estaba menos tiempo
expuesto y vulnerable durante el coito. Por otro, no se perdía tiempo en esos
menesteres y se podía dedicar a otros que garantizasen la supervivencia
inmediata, como la búsqueda de alimentos, la crianza, la protección del
hogar... Evolutivamente hablando, lo atractivo era el hombre que se corría
rápido. Ese era el más atractivo y deseable de los individuos machos. Nada
que ver con lo que sucede ahora, ¿verdad?
Además, algunas teorías hablan de que, cuando el ser humano todavía se
desplazaba a cuatro patas, la cadera y la pelvis de la mujer eran más anchas
y estaban rotadas hacia delante. Esto hacía que el clítoris se encontrase en el
interior de la vagina y, por tanto, se estimulase directamente durante la
penetración vaginal. Por tanto, el que ella llegase al orgasmo con la
penetración era mucho más fácil de lo que puede ser ahora: cuando nos
pusimos en posición bípeda el cuerpo de la mujer modificó su estructura,
estrechándose la cadera y rotando la pelvis hacia atrás… quedando el
clítoris en el exterior, en la vulva.
Esto hace que tenga aún menos sentido que la penetración sea tan
importante a día de hoy. La mayoría de las mujeres tienen orgasmos con la
estimulación del clítoris, pero este no se estimula de forma directa durante
la penetración. El coitocentrismo sería algo que viene poco menos que de la
época de las cavernas y se sostiene a pesar de que el ser humano no es ni
remotamente el mismo que era entonces.
En nuestra cultura la religión así se encargó de ello: se promovió el coito
como la principal —y única— forma de relacionarse sexualmente y,
además, debía hacerse dirigido a la procreación. Todo lo que se saliese de
ahí estaba mal visto y considerado algo sucio y pervertido. Cuando la forma
de sentir placer genital de la mujer cambia (porque el clítoris no se estimula
con la penetración), pero no así los hábitos sexuales, la mujer deja de sentir
tanto placer.
No podemos echar la culpa de todo esto a la religión. La ciencia también
tuvo un papel muy relevante en todo esto. En pleno siglo XIX el placer de
la mujer era un concepto bastante confuso. La película «Hysteria» (Tanya
Wexler, 2011) refleja muy bien esa situación. En ella se cuenta cómo se
inventó el vibrador en la época victoriana en Londres para curar la histeria.
La histeria, por aquel entonces, se consideraba una enfermedad nerviosa
crónica que afectaba a las mujeres y cuyo origen estaba en el útero. En la
película el doctor Mortimer Granville masajea los genitales de las mujeres
para que tengan convulsiones y, así, liberarlas de su malestar.
En realidad lo que estaba haciendo el querido doctor era masturbar a estas
mujeres y las convulsiones que ellas experimentaban eran, obviamente,
excitación y orgasmos. El pobre tuvo que inventar el vibrador porque tenía
tal afluencia de pacientes que su mano se resentía —supongo que tendría
desde agujetas a tendinitis— y no podía ayudarlas a todas. Aun así no se
consideraba para nada algo sexual. Era un procedimiento absolutamente
carente de erotismo para este médico y para los maridos que enviaban a sus
esposas a la consulta. La masturbación femenina era algo cuya posibilidad
ni se contemplaba. El placer de la mujer no existía sin el hombre.
Poco después, en Viena, Sigmund Freud, al que se considera el padre del
psicoanálisis, en su libro Tres ensayos sobre teoría sexual (1905) habló de
dos tipos de orgasmos: los vaginales y los de clítoris. Por un lado, los
orgasmos desencadenados por el clítoris eran los llamados orgasmos
inmaduros e infantiles. Por otro, los orgasmos vaginales eran los deseables,
los propios de la mujer madura y adulta. Aquí sí se contemplaba el placer
de la mujer, pero se menospreciaba el que no tuviese que ver con la
penetración del pene de un hombre.
No fue hasta mucho tiempo después cuando el placer de la mujer dejó de
ser algo secundario. En España, en pleno siglo XX, la Sección Femenina —
el sector del gobierno falangista que se encargaba de la educación de las
mujeres— educaba a las mujeres para ser las perfectas esposas y amas de
casa. Esto incluía el débito conyugal en el que se animaba a las mujeres a
estar siempre disponibles para el hombre, atender sus necesidades en ese
ámbito siempre de buena gana y a fingir los orgasmos para la tranquilidad
(y ego) de ellos. En este punto de la historia aún no era tan importante
cuánto durasen ellos, porque el placer de ellas no se contemplaba. Es más,
para muchas podía suponer un alivio que él terminase cuanto antes para
dejar atrás ese trámite nada placentero.
La mujer sensual
«La mujer sensual tiene los ojos hundidos, las mejillas descoloridas, transparentes
las orejas, apuntada la barbilla, seca la boca, sudorosas las manos, quebrado el
talle, inseguro el paso y triste todo su ser.
Espiritualmente, el entendimiento se oscurece, se hace tardo a la reflexión: la
voluntad pierde el dominio de sus actos y es como una barquilla a merced de las
olas: la memoria se entumece. Solo la imaginación permanece activa, para su daño,
con la representación de imágenes lascivas, que la llenan totalmente. De la mujer
sensual no se ha de esperar trabajo serio, idea grave, labor fecunda, sentimiento
limpio, ternura acogedora».
(Padre García Figer en ‘Medina’, revista de la Sección Femenina, 12 de agosto de
1945)
Todo esto no hacía más que echar leña al fuego de la eyaculación precoz: el
placer de la mujer, o no existía, o dependía del pene de su pareja. El centro
de toda la vida sexual en pareja era la penetración y la forma legítima de
que ellas sintiesen placer era con esta práctica. A día de hoy, si una mujer
tiene un orgasmo con la estimulación del clítoris —con sexo oral o
masturbación— está muy bien pero, si lo tiene con la penetración… da más
puntos al hombre. Muchos más.
Cuanto más arraigada está la idea de que la mujer debe llegar al orgasmo
con la penetración
LA MASTURBACIÓN ADOLESCENTE
Muchas seguro que se quedaron pensando que ellas no les gustaban lo suficiente,
que no eran atractivas, que no eran buenas amantes… y un montón de cosas más
pensamos las mujeres cuando un hombre desaparece y no vuelve a dar señales de
vida.
Seguro que les aliviaría saber que no es por ellas, sino que él se avergüenza de su
funcionamiento. Ellas, pensando en qué habrán hecho mal; ellos, pensando en su
pene.
Vaya panorama.
Felipe no disfrutaba del proceso de masturbación, solo del orgasmo. Desde muy
pequeño había aprendido a masturbarse con mucha rapidez, pues no tenía
demasiada intimidad en casa. Ya de adulto, con 35 años, solo podía evaluar sus
masturbaciones en base a la calidad del orgasmo y no sabía identificar si se lo
estaba pasando bien o no hasta que no se corría.
La aceleración de la fantasía
Una de las cosas buenas que hace nuestra cultura con los varones
heterosexuales es que les enseña a fantasear. No solo les enseña sino que,
además, se lo legitima y les proporciona contenido para ello.
Es frecuente ver a grupos de hombres de cualquier edad comentando el
atractivo físico de las mujeres que pasan por la calle. Las miran, hablan de
su cuerpo, de la excitación que les despierta, de las cosas que les gustaría
hacer con ellas en la cama… Esto se hace desde la camadería (y la
fanfarronería en muchos casos). Es algo que muchas veces genera vínculo
entre los hombres, les une, les da tema de conversación...
Por otro lado, la cultura pone a disposición de los hombres todo un
despliegue de estímulos eróticos que alimentan el imaginario popular: el
cuerpo de la mujer se ha erotizado a lo largo de la historia de un modo que
no se ha hecho con el cuerpo del hombre. Es frecuente escuchar que el
cuerpo de la mujer es más bonito y erótico que el del hombre… y no es algo
casual. Durante siglos se ha prohibido que la mujer mostrase ciertas partes
de su cuerpo —los tobillos, las rodillas, el cabello, los hombros, el escote...
—, creando alrededor de estas un halo de misterio y sensualidad. Además,
se ha incentivado a las mujeres a adornarse con pulseras, collares y
pendientes. A maquillar su piel, ojos y labios. A usar ropa que realce las
formas de su cuerpo. Así, la mujer, con su sola presencia, se convierte en un
estímulo erótico en sí mismo. Por otro lado, es de sobra conocido que la
publicidad utiliza el erotismo de la mujer para vender casi cualquier cosa.
De este modo, los hombres están expuestos a estímulos eróticos potentes
todo el día: cuando ven mujeres en la calle, en el trabajo, en su círculo de
amistades… o cuando ven la televisión o esperan en la marquesina del
autobús. La pornografía, además, ha creado todo un imaginario sexual
repleto de estímulos eróticos muy potentes que facilitan la estimulación
constante de los hombres en el día a día —aunque en el capítulo sobre las
erecciones vimos cómo a veces el porno es contraproducente con la fantasía
—.
A los hombres se les enseña a fantasear con facilidad, rapidez, con mucha
frecuencia y de forma muy nítida. Esto hace que se produzca un doble
fenómeno cuando llegan a un encuentro sexual en pareja: por un lado,
cuando el encuentro sexual se inicia, es probable que estén mucho más
receptivos a éste que sus parejas, pues llevan todo el día (y toda la vida)
recibiendo y autoprovocándose estímulos eróticos que les preparan para
ello. Es por eso que muchas veces se dice que los hombres se excitan más
rápido que las mujeres, ¡pero no es así! No es que se exciten más rápido…
¡es que han empezado antes!
Lucas y Ramona son una pareja de amigos míos que ejemplifica a la
perfección esta situación. Él tiene una mente muy despierta, es muy curioso
con los temas sexuales, le gusta divertirse y fantasear. Ella disfruta mucho
del sexo, pero en su día a día el erotismo no está demasiado presente: su
mente se centra en trabajar, cuidar de la casa y atender responsabilidades.
Cuando Lucas llega a casa, aunque lleve todo el día trabajando, ha estado
estimulando su mente y atendiendo a los estímulos eróticos que tiene en su
entorno. Cuando va conduciendo de vuelta va pensando en ver a Ramona,
en desnudarla, besarla y acostarse con ella. Cuando llega a casa y se acerca
a su mujer él ya está excitado. Por su parte, ella recibe el acercamiento de
su marido como demasiado intenso e, incluso, agresivo. Lógicamente, ella
no entiende toda esa efusividad que él le está manifestando, ¡no sabe de
dónde viene! pues ella no está, ni mucho menos, en ese punto. Por supuesto,
Lucas llega muchas veces al orgasmo antes que Ramona y, muchas otras
veces, sin demasiado control al respecto.
Por otro lado, esto se explica con un segundo fenómeno que va en paralelo
al primero. Cuando Lucas está besando a Ramona no está experimentando
un nivel de excitación acorde a un beso; su fantasía va por delante de eso y,
por tanto, su excitación puede ser comparable a la de la felación o a la del
coito. Por eso, cuando llega el coito, puede perder rápidamente el control de
su excitación, pues esta ya es elevadísima. La fantasía es muy intensa y se
adelanta a lo que está sucediendo en el momento.
EJERCICIO
Cuando un hombre tiene mucha presión por quedar bien en la cama y cree
que durar más es la clave del éxito va a «intentar aguantar» todo lo posible
antes de correrse. Si además ha tenido ya alguna experiencia en la que ha
durado menos de lo que le gustaría seguramente pondrá aún más empeño en
que eso no se vuelva a repetir. Estos intentos de controlar la situación pasan
por masturbarse antes de ir a una cita para tener «menos ganas», recitar
mentalmente la alineación de fútbol del equipo de turno para distraerse del
placer, aguantar la respiración, tensar los músculos del cuerpo, anticipar y
rumiar sobre los encuentros sexuales que va a tener para elaborar un guion
sobre ellos en los que pueda controlar la situación, evitar las posturas en las
que sabe que se corre con más facilidad…¡todo un despliegue de medios!
Vicente era de los que intentaba controlar su orgasmo. El primer día que se
sentó en el sofá de mi consulta estaba bastante nervioso. Sentía mucha
vergüenza por lo que me iba a contar y le costó un poco empezar a hablar.
Una vez me expuso su situación —creía que tenía eyaculación precoz—, le
pregunté lo que les pregunto a todos: y tú, ¿qué haces para intentar
controlar la eyaculación? Empezó a hacerme una larga y pormenorizada
lista de todo lo que hacía, tanto en su día a día como cuando estaba ya in
situ en la cama con una chica. Voy a transcribir las notas que yo tomé a
mano ese día sobre las estrategias que me contó:
Sí, ya sé que eso de estar tranquilos y relajados no es tan fácil, pero espero
que este libro te esté ayudando a liberar carga y presiones al respecto.
Relación de pareja estable y rutinaria
Javier y Claudia llevaban 12 años juntos cuando les conocí. Fue ella la que
se puso en contacto conmigo por teléfono para pedirme una cita y
acordamos un día para vernos los tres por videoconferencia. Habían pasado
por un montón de cosas en su relación: la pérdida del trabajo, el
fallecimiento del padre de Claudia, varias mudanzas y otro montón más de
cambios vitales importantes. Habían conseguido construir una relación
bastante estable y sólida, sin grandes altibajos emocionales entre ellos.
En cuanto al sexo, tenían lo que yo llamo el «sexo de mantenimiento»: se
acostaban cada 10 o 15 días más o menos y lo hacían aunque no tuviesen
demasiadas ganas. A veces sí que lo hacían con mucho deseo y excitación
pero otras lo hacían simplemente «porque ya tocaba» —decía él—, «por
mantener viva la relación» —decía ella—.
Estos encuentros sexuales eran bastante predecibles y similares entre sí:
generalmente se iniciaban en el sofá y, después, continuaban en la cama. Se
ceñían bastante a nuestro ya famoso guión de besos-
caricias-«preliminares»-coito vaginal-orgasmo la mayoría de las veces, lo
cual ambos reconocían que le quitaba bastante emoción al asunto.
Claudia me explicó que creía que Javier «se estaba volviendo eyaculador precoz».
Desde hacía un par de años cada vez tardaba menos en eyacular y ahora había
veces que se corría al poco de meterla. Javier corroboró esto algo confundido y se
lamentó por no saber la causa de este cambio. «Antes no me sucedía, no entiendo
qué está pasando. No es que pierda el control por completo pero ahora, cuando la
penetro, siento que me excito mucho más que antes y mi orgasmo viene mucho más
deprisa. Tardo mucho menos que antes, la diferencia es muy evidente».
Enrique me contactó por Instagram para pedirme una cita. Quería venir a mi
consulta con su mujer pues, según me dijo, su vida sexual iba fatal y temía
que su matrimonio se fuese al garete por este motivo. Le urgía mucho tener
la primera cita, pues la situación en casa se estaba haciendo insostenible y
temía que, por una nueva bronca sobre el tema, su relación se rompiese.
Como estábamos en pleno confinamiento por el Covid-19 acordamos un día
para vernos por videoconferencia.
Cuando llegó el momento ellos se conectaron conmigo desde el salón de su
casa. Tal y como me había planteado Enrique, la gravedad de la situación en
su mensaje me esperaba otra cosa, pero estaban los dos sentados en el sofá,
cogidos de la mano y muy sonrientes. Todos nos presentamos y, a
continuación, les pedí que me contasen su problemática. Ella le miró y le
animó a que fuese él quien empezase a hablar, pues «estamos aquí por ti».
Enrique me contó muy calmado y paciente que desde hacía un par de años
no se entendían en la cama. Él no conseguía que Belén se lo pasase bien en
la cama y eso era motivo de discusión frecuente. Además me contó que,
debido a este motivo, ella apenas tenía ganas de mantener relaciones
sexuales, por lo que cada vez que él intentaba hacer algún acercamiento era
todo muy incómodo para los dos: él no sabía cómo seducirla, ella se
apartaba y se quejaba de su torpeza, empezaban a discutir, la conversación
se les iba de las manos y acaban por plantearse el divorcio si la cosa
continuaba así.
De repente, como un resorte, Belén empezó a hablar muy rápido,
interrumpiendo a su pareja, pues quería aclararme la situación para que yo
entendiese «realmente» lo que estaba pasando: según ella, Enrique se corría
muy rápido y eso hacía que no pudiese disfrutar de la penetración —que era
lo que a ella realmente le gustaba—. Si él controlase su eyaculación no
tendrían ningún problema, motivo por el cual habían decidido contactarme:
para que yo le entrenase a él a durar más.
Cuando Enrique intentó volver a hablar y añadir más datos al asunto, ella le
interrumpía y, poco a poco y en escalada, empezó a desarrollarse una fuerte
discusión. Esta discusión era claramente de esas que ya se han repetido una
y mil veces con anterioridad: los mismos argumentos, las mismas quejas y
los mismos reproches de siempre, casi ensayados al milímetro,
representados para mí, como una espectadora en una obra de teatro. Estas
situaciones son muy difíciles, y más cuando las presencias a través de una
pantalla… pues los recursos para intervenir y pararlo son más limitados. Lo
curioso es que ella estaba muy alterada, alzaba la voz y lanzaba acusaciones
sin parar… y él, aunque respondía y daba sus argumentos como podía,
estaba extrañamente calmado, hasta complaciente.
Poco a poco fui comprendiendo lo que estaba sucediendo: Belén quería limitar casi
exclusivamente sus encuentros sexuales a la penetración: no disfrutaba cuando su
marido le hacía sexo oral o le masturbaba; es más, le resultaba incómodo y molesto.
Además, darle placer a él no era algo que ella disfrutase en exceso: lo hacía, sí, pero
casi como un trámite para que él tuviese una erección y se la metiese.
Acostarse con una mujer nueva puede ser una situación estresante para
muchos hombres. Las ganas de que todo salga bien y de impresionar son
muy traicioneras y pueden hacer que ocurra precisamente lo que estamos
tratando de evitar: corrernos antes de lo que nos gustaría. Por otro lado, es
frecuente que la mente vuele demasiado rápido, fantaseando con cómo va a
ser ese encuentro sexual con esa maravillosa mujer, haciendo que lleguemos
sobreexcitados al momento. Además, si nos sentimos intimidados por ella,
tendremos la tormenta perfecta para perder el control de la eyaculación.
Miguel era sin duda uno de esos hombres a los que le ponía muy nervioso
acostarse con una chica nueva. Cuando le conocí tenía unos 27 años: era un
chico guapo, alegre y muy carismático. Tenía pinta de ligar con facilidad y
así me lo confirmó él mismo en nuestra primera consulta. Él se sentía
bastante seguro en ese aspecto y sabía que, cuando salía, podía ligar casi
con la chica que quisiera.
Cuando llegó a mi consulta hacía unos 7 u 8 meses que no se acostaba con
nadie. Aunque a veces salía y conocía a chicas atractivas que se mostraban
muy interesadas en él, evitaba acostarse con ellas para no enfrentarse al
«fracaso de la eyaculación precoz». Alguna vez se besaba con ellas, pero
después se las ingeniaba para escabullirse del local de turno y desaparecer
del mapa.
Miguel llevaba unos 4 años sin tener pareja. A pesar de ligar tanto no había
conseguido que ninguna relación funcionase, y eso era algo que pesaba.
Tenía muchas ganas de encontrar a alguien y sentirse querido. Además,
últimamente también se sentía muy desconectado de sus amistades: todos
parecían haber tomado rumbos distintos al suyo y se sentía distanciado.
Todo esto hacía que con frecuencia se sintiese solo y triste.
Se había decidido a pedir cita conmigo precisamente por esta tristeza de la
que os hablo. Se había dado cuenta de que perder el control de la
eyaculación le estaba limitando a la hora de encontrar pareja y quería
ponerse manos a la obra para solucionarlo.
En su caso, las ganas de que ella se llevase una buena impresión de él en la
cama era lo que hacía que perdiese el control de la eyaculación. Miguel se
sentía demasiado solo y tenía tantas ganas de tener pareja que sentía que se
jugaba mucho en ese momento.
Además, sentía mucho la presión de tener que ser un «empotrador»: me
contó que tenía el pene bastante grande y creía que las chicas esperaban
más del «rendimiento» en la cama de un chico con un pene así. De ese
modo tener un pene grande, lejos de darle la seguridad que se espera
culturalmente, era un lastre para él.
Él sabía perfectamente que, cuando tenía más confianza con una chica, estaba
cómodo con ella y se sentía seguro y querido, se relajaba y recuperaba el control de
su eyaculación. El problema estaba en que para él era muy difícil traspasar esa
barrera y llegar al punto de la confianza con alguien: en los encuentros sexuales se
afanaba al máximo con el sexo oral para asegurarse de que ella se quedaba
satisfecha. Se sentía seguro en en ese terreno y sabía lo que hacía bien. Después,
cuando consideraba que llegaba el momento de la penetración, se ponía nervioso y
duraba poco.
Entonces es cuando empezaba realmente el problema. El coito se
acababa y, aunque ellas se mostraban muy satisfechas y cariñosas, él se
ponía, en sus propias palabras, «raro»: dejaba de hablar, se daba la vuelta en
la cama, se ponía serio, se levantaba y se vestía... Esto las dejaba bastante
perplejas, pues él en ningún momento les explicaba el motivo de su
incomodidad ni su sensación de fracaso. De este modo, ellas lo
interpretaban como una señal de rechazo por su parte. Aun así, muchas de
ellas le seguían llamando e intentaban volver a quedar con él. Como ya
podéis imaginar, él normalmente rechazaba estos encuentros.
La forma en la que se masturbaba tampoco ayudaba. Si estaba en casa y se
sentía solo y ansioso tendía a masturbarse muy rápido para conseguir un
momento de bienestar inmediato. Así, condicionaba su orgasmo, lo cual no
ayudaba en absoluto cuando tenía sexo en compañía.
Para trabajar con Miguel tuvimos que meternos a trabajar de lleno en su
ansiedad, en su soledad y en su dependencia emocional. A veces, detrás de
la pérdida del control de la eyaculación hay mucho más que un mal
aprendizaje de los reflejos del cuerpo.
Anteportas
Hay un tipo de eyaculación precoz que puede ser muy inhabilitante para
aquellos hombres que la experimentan: se le llama «eyaculación
anteportas» porque el reflejo eyaculatorio se produce «a las puertas», antes
de que se produzca la penetración. Incluso, este puede desencadenarse
mucho antes, por ejemplo durante los besos y cuando aún se tiene la ropa
puesta.
La sensación de pérdida de control que se tiene es muy importante, pues
son incapaces de pararlo y, muchas veces, ni siquiera lo ven venir;
simplemente, se han corrido y no han podido hacer nada para evitarlo.
Debido al periodo refractario que tienen muchos —el tiempo que se tarda
en volver a estar listo para excitarse tras tener un orgasmo— no pueden
seguir disfrutando del encuentro sexual como les gustaría y la mayoría
decide parar.
Por supuesto, la vergüenza que sufren cuando esto sucede es enorme; el
miedo al juicio, a la burla y al rechazo es tremendo. Es por ello que muchos
evitan relacionarse de forma íntima con mujeres, pues la situación les
parece inmanejable.
Algunos hombres han sufrido esta pérdida de control tan grande forma
puntual, como un hecho aislado en su vida. Por lo general se queda ahí, en
una anécdota curiosa, pero otras veces la cabeza puede jugar malas pasadas
y, como ya hemos visto, hacer que estemos alerta e hipervigilando para que
no vuelva a pasar… lo que provoca que se desencadene aquello que
tratamos que evitar.
La primera vez que esto le sucedió a Quique era muy joven y poco
experimentado; era la tercera vez que quedaba con una chica que le
encantaba y estaba muy emocionado, pues ya se habían besado otras veces
y creía que ese día, por fin, iban a dar un paso más. Habían decidido ir
juntos al cine y, en cuanto se apagaron las luces y comenzó la película, se
abalanzaron el uno sobre el otro apasionadamente.
Él estaba muy excitado mientras se besaban y acariciaban. Le había levantado la
camiseta y le tocaba los pechos muy entusiasmado cuando ella le acarició el pene
por encima del pantalón: en ese momento, sintió un tremendo orgasmo con la
consecuente eyaculación.
Antihipertensivos
Antidepresivos
Antipsicóticos
Benzodiacepinas
Anticonvulsivos
Antihistamínicos
Antihipertensivos
Alcohol
Opiáceos
ALGUNAS CONDICIONES BIOMÉDICAS QUE PUEDEN AFECTAR A LA
RESPUESTA SEXUAL
Dolor crónico
Fibromialgia
Depresión
Estrés y ansiedad
Enfermedades cardíacas
Diabetes
Cualquier condición biomédica que afecte al estado de ánimo y/o produzca dolor
CAPÍTULO 6
EL PLACER Y LA MULTIORGASMIA
MASCULINA
Llevo todo el libro hablando de los problemas y dificultades que tienen los
hombres en la cama pero quiero también dedicar unas páginas a dar unas
pinceladas sobre cómo aumentar el placer y empezar a vivir la sexualidad
de forma más rica y plena. Al fin y al cabo, como muy bien explica Pere
Estupinyà en el prólogo de este libro, los hombres pueden disfrutar de su
placer mucho más de lo que imaginan. Hay una creencia muy extendida de
que el disfrute masculino es limitado, pero no tiene por qué ser así.
Sí que es cierto que a día de hoy la sexualidad masculina está centrada, por
norma general, en el pene. No solo en lo relativo a la ejecución y su buen
funcionamiento, como hemos visto hasta ahora, sino también al placer.
Durante un encuentro sexual la mayor parte de las caricias están dirigidas al
pene: es casi la única zona erógena de muchos hombres. Por su puesto, la
forma mayoritaria de tener orgasmos es con la estimulación del mismo.
Parece que los hombres tienen menos zonas erógenas que las mujeres pero
esto solo es así porque lo han aprendido de ese modo. En realidad, hombres
y mujeres tienen las mismas terminaciones nerviosas en la piel y, por tanto,
la misma capacidad de sentir placer. Históricamente se ha hecho una gran
erotización del cuerpo femenino, pero no así del masculino. Por ejemplo, a
las mujeres se nos ha adornado con pulseras, collares, peinados y
maquillaje; también se nos ha prohibido enseñar los tobillos, el escote o el
cabello, dotándolos de ese modo de misterio y erotismo.
Esto ha hecho que el efecto que provoca ver un hombro desnudo no sea el
mismo si es femenino o masculino. Igualmente pasa con los pezones, las
piernas, el escote… Es frecuente escuchar que «el cuerpo de la mujer es
más bonito que el del hombre» o que «en el arte tiene más sentido
representar a las mujeres, pues son más estéticas». Todo esto es una
construcción que nada tiene que ver con la capacidad real de dar o sentir
placer, pero sí que influye en la forma en la que vivimos la sexualidad.
Si un hombre no percibe ciertas partes su cuerpo como elementos eróticos,
y las mujeres con las que se acuesta tampoco lo perciben de ese modo, se
pierden muchas fuentes de placer: visualmente no resultan estimulantes, no
se le dedicarán caricias a esas zonas y, por tanto, no se disfrutará de ellas.
Además, la percepción que tendrá él sobre su propio potencial erótico será
también muy limitada.
Es una espiral de la que puede resultar muy difícil salir, pues, cuando se
intenta estimular alguna zona que no sea el pene, los «resultados» suelen ser
bastante limitados y no se observa gran excitación. Esto puede producir
frustración y hacer que se abandone rápidamente la nueva estrategia para
volver al pene de inmediato. Si no me funciona, ¿para qué insistir?
En realidad, sentir es algo que se aprende: si un hombre tiene aprendido que
sus pezones no son eróticos, es posible que al estimularlos se sienta «raro»
o ridículo. Aunque la sensación sea intensa —pues hay muchas
terminaciones nerviosas en esa zona—, su mente no lo interpretará como
algo sensual. La sensación física estará ahí, pero la manera en la que la
perciba está condicionada por aprendizajes previos.
Uno de los ejemplos más claros que podemos ver con respecto a este
fenómeno es el que sucede con la zona anal y perianal. El ano y el periné —
el área que va desde los testículos al ano— son extremadamente sensibles y
tienen un montón de terminaciones nerviosas. Esto hace que estimularlos
pueda resultar muy placentero, pero muchos hombres lo viven con cierto
rechazo: son zonas del cuerpo que no están integradas dentro del juego
erótico habitual, se viven como algo «extraño» y, además, se perciben como
poco «masculinas». La zona anal suele asociarse popularmente con el
placer de los hombres homosexuales y muchos hombres hetero se sienten
incómodos con ello.
Sobra decir que el hecho de que disfrutes de una parte de tu cuerpo no tiene nada
que ver con tu orientación sexual. Cuando te quitas esos prejuicios de la cabeza, la
zona anal y perianal puede convertirse en una gran fuente de placer, ¡incluso de
orgasmos!
• Pezones.
• Ano.
• Punto P.
• Zona perianal.
• Cuello.
• Orejas.
• Pies.
• Testículos.
• Nuca.
Estimular estas y otras zonas erógenas del cuerpo masculino puede ser
no solo muy placentero, sino también provocar orgasmos. Hay una creencia
muy extendida de que los orgasmos se obtienen únicamente con la
estimulación de los genitales pero, en realidad, podemos conseguirlos con
cualquier cosa que nos resulte lo suficientemente estimulante.
Ya hemos comentado que, para tener un orgasmo, es necesario que se den
dos factores fundamentales: excitación y desinhibición. Estos pueden
aparecer sin la necesidad de estimular los genitales. El ejemplo más claro de
esto es cuando se tienen orgasmos durante el sueño; en esa situación no
estás recibiendo ningún tipo de estimulación física —únicamente es mental,
el cerebro está autoestimulándose mientras duermes—, y aun así los
orgasmos pueden ser muy potentes.
Para muchos hombres la estimulación de los testículos o del ano puede ser
tan placentera y excitante que puede conducirles al orgasmo. Otros lo
consiguen con los pezones, el periné o las orejas. Esta excitación también
puede venir de la estimulación mental que produce el ver una película
porno o una escena erótica en un local de ambiente liberal, ¡las
posibilidades son infinitas!
Además, tener orgasmos sin la estimulación del pene puede hacer que los
hombres consigan con más facilidad la multiorgasmia y que tengan varios
orgasmos dentro de un mismo encuentro sexual.
Esto es debido a que:
• Las terminaciones nerviosas del pene son muy sensibles y, si las
estimulamos consiguiendo un orgasmo con ellas, es probable que sea
necesario un periodo refractario/de descanso mayor hasta volver a
excitarse y tener un orgasmo.
• Suele ser más fácil separar la eyaculación del orgasmo.
• Tener orgasmos sin eyaculación puede facilitar la multiorgasmia.
La sensación de placer del orgasmo viene dada por un reflejo del sistema
nervioso autónomo. En cambio, la expulsión del semen es debida a una
contracción muscular provocada por el sistema nervioso motor. Por una
cuestión biológica y evolutiva, ambos reflejos suelen condicionarse e ir de
la mano; de ese modo, se propicia la reproducción de la especie haciendo
que aparearse sea muy placentero.
Muchos hombres siempre experimentan ambos reflejos a la vez, pero
también es frecuente encontrarse hombres que eyaculan sin sentir placer y
otros que sienten orgasmos sin eyacular. Los dos casos pueden ser
perfectamente naturales y normales.
Suele ser difícil que los hombres heterosexuales se animen a explorar las
zonas erógenas de su cuerpo para descubrir nuevas formas de placer:
muchos no saben que pueden disfrutar mucho sin el pene o consideran que
otras formas de estimulación no son muy masculinas.
Además, cuando finalmente se deciden, suelen encontrarse con un
obstáculo importante: muchas veces, aunque el placer sea muy alto, no va
acompañado de erección. Con frecuencia los hombres refieren que cuando
estimulan zonas como el ano, el punto P, el perineo o los testículos sienten
un tipo de excitación «diferente» y el pene se mantiene flácido.
Esto hace que, por un lado, se confundan: puede resultar difícil identificar
la excitación si esta no va acompañada de la erección, por lo que se pueden
interpretar erróneamente las sensaciones que se están teniendo. Por otro,
puede producir temor y la consiguiente búsqueda de la erección con las
formas habituales de estimular el pene, abandonando las nuevas zonas
erógenas.
Cuando se toma conciencia de todo esto los hombres se permiten abrirse a
nuevas formas de placer no falocéntricas, se abre un enorme mundo de
posibilidades para vivir la sexualidad de una manera totalmente nueva,
plena y enriquecedora.
Pues con esto ¡cerramos el libro! Espero que hayas disfrutado de la lectura
y que te lleves una visión renovada de la sexualidad masculina.
Seguramente te hayas sentido identificado con muchas cosas de las que he
tratado; otras quizás no vayan contigo, pero te hayan hecho pensar y
revisarte.
La sexualidad de los hombres heterosexuales tiene un potencial enorme y
creo que, cuando te liberes de todas las presiones, le des una vuelta de
tuerca al concepto de masculinidad y comprendas cómo funciona tu cuerpo,
la vivirás de una forma mucho más rica y plena. Además, esto no sólo
tendrá beneficios para ti, sino también para todas aquellas personas con las
que te relaciones.
¡A disfrutar!
Diseño de cubierta:
Goyo Rodríguez
Responsable editorial:
Eva Margarita García
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