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HABLANDO

CON ELLOS

LA SEXUALIDAD
DE LOS HOMBRES HETERO
A mi madre.
A mi padre
A Carlos y a Nieves.
A mi hermano.
A mis tías.
Por estar ahí siempre.
Índice

Prólogo

Introducción

El guion

CAPÍTULO 1. EL DESEO SEXUAL

Mi deseo sexual
Cómo funciona el deseo sexual
«Diferencias» entre hombres y mujeres
La personalidad y el deseo sexual
El deseo varía con el tiempo y las circunstancias
Estrés y preocupaciones
Hacia dónde dirigimos el deseo
Masturbarnos
Tener sexo con alguien que no sea nuestra pareja
No hacer nada para satisfacer el deseo
El deseo sexual en pareja
Nociones básicas del deseo sexual en pareja
El deseo durante el enamoramiento
Cuando uno tiene más ganas que el otro
Pensamientos y conductas obsesivas
Deseo sexual reactivo
La erótica de la conquista
El miedo a la ejecución
El deseo sexual en pareja estable de larga duración
«El guion», un gran enemigo del deseo
Novedad, disponibilidad y rutina
La fusión
La dificultad para seducir
La falacia de la espontaneidad

CAPÍTULO 2. EXCITACIÓN Y ERECCIONES


Por qué las erecciones son tan importantes
Algunas causas de las dificultades de erección
La comprobación
Conocer a una chica nueva
La falta de deseo
El miedo a no encontrar a otra mujer
El alcohol
Los condones
Ella quiere que él tenga erecciones siempre y desde el inicio
Altas capacidades

CAPÍTULO 3. LAS DIFICULTADES PARA LLEGAR AL ORGASMO

Definición y funcionamiento de los orgasmos


Francisco y su imposibilidad de sentir orgasmos en pareja
Causas de las dificultades para llegar al orgasmo
Los efectos del porno. la habituación a la pornografía
Acostumbrarse a masturbarse a solas
¿Los hombres fingen orgasmos?
Cuando un hombre tarda mucho en llegar al orgasmo: eyaculación retardada
Cuando un hombre eyacula sin sentir placer
Y ellas, ¿qué pintan en todo esto?

CAPÍTULO 4. EL CONTROL DE LA EYACULACIÓN

Qué es realmente la eyaculación precoz


Algunas causas de la eyaculación precoz
La masturbación adolescente
La aceleración de la fantasía
Intentar no llegar al orgasmo
Relación de pareja estable y rutinaria
Ella solo quiere penetración
Acostarse con una mujer nueva, querer que la relación funcione y la soledad
Anteportas

CAPÍTULO 5. OTROS FACTORES QUE AFECTAN A LA RESPUESTA SEXUAL

Factores psicológicos y emocionales


Medicamentos, sustancias y condiciones médicas que pueden afectar a la respuesta sexual
CAPÍTULO 6. EL PLACER Y LA MULTIORGASMIA MASCULINA

CRÉDITOS
AGRADECIMIENTOS

AJ, mil gracias por revisar minuciosamente cada palabra de este libro y
por tus cientos de anotaciones, aunque no siempre te haya hecho caso. ¡Te
sabes el texto mejor que yo!
Pere, cada conversación contigo, ya sea sentados frente a un café o en esos
audios infinitos, han sido oro para mí. Me siento muy afortuanda de que
hayas formado parte de todo esto.
Silvia, ¡qué decirte que no te haya dicho ya! Este libro es tuyo también,
amiga. Gracias por no dejar que desistiese y empujarme hasta el
ordenador, por tenderme la ropa, por tu amuleto mágico y por las lluvias de
ideas muertas de la risa delante de un montón de rotuladores. ¡Si esa
pizarra hablase!
Gracias, Laura, Carlos, Achraf y Susana, por esa cena junto al brasero y el
apoyo incondicional que le disteis a este proyecto. Joju, aunque tú no lo
sabes, esa noche estabas con nosotros.
Dani, tu amor y tu cariño forman parte de mí y, por tanto, de estas páginas.
Gracias, Juanmi y Eva, por confiar en mí para tratar un tema tan delicado
como este. A los maquetadores, gracias por acabar de ponerle cara a este
libro.
PRÓLOGO
«Más allá del placer»

Pere Estupinyà, divulgador científico, autor de


S=EX 2 : La Ciencia del Sexo
¡Por fin, ya era hora de que se publicara un libro así! Si es que la sexualidad
masculina es una incomprendida…
Allá por 2011 yo era un chico hetero en sus treintaitantos que vivía en
Nueva York sin pareja estable y cuya mayor peculiaridad era ser divulgador
científico y estar documentándose, en toda la profundidad que la tarea
requería, para escribir un libro sobre la ciencia del comportamiento sexual
humano. Ya sé; suena a excusa para ligar, pero os prometo que empecé
centrado en la parte teórica con un interés intelectual genuino y
entrevistando solo a investigadores en sus laboratorios. Poco a poco conocí
otro tipo de expertos y lugares de experimentación, pero incluso antes de
eso el sexo ya empezaba a resultar muchísimo más misterioso y complejo
de lo que el Pere pre-S=EX 2 pensaba…
Recuerdo perfectamente el primer gran congreso de medicina sexual al que
fui, en Chicago. Allí me contaron que estaban cambiando su visión de la
medicina y la terapia sexual, y para ilustrarlo me explicaron que años atrás
dicho congreso lo organizaba la Sociedad Internacional de Urología, que los
temas principales de las sesiones eran erecciones y eyaculaciones precoces,
pero que desde hacía poco tenían una perspectiva más amplia y
biopsicosocial, conscientes de que los problemas sexuales de los hombres
no eran solo por causas físicas ni los de las mujeres por psicológicas. Wow!
¡Yo había pensado que esto llevaba décadas superado! Y en parte era así,
pero reflejaba un par de mitos todavía demasiado arraigados en la sociedad:
que hombres y mujeres tenemos más diferencias que similitudes (todos los
metaanálisis sobre disparidades de género demuestran que no es así), y que
la sexualidad masculina es más orgánica y homogénea, y menos enigmática
y vulnerable. Erróneo también. Por citar una de las muchas investigaciones
que descubrí, en el Kinsey Institute de la Indiana University se conversa
con una sexóloga que estudiaba los motivos por los que algunos chicos
jóvenes se resistían a utilizar preservativo en sus relaciones. Bastantes
argumentaban incomodidad o pérdida de sensaciones, pero cuando
analizaba en profundidad las causas veía que un motivo muy frecuente era
que en el proceso de ponerse el condón se ponían nerviosos, se les bajaba la
erección y no querían volver a pasar por esa experiencia que a algunos les
dejaba traumatizados. Lo curioso del caso es que a quien esos chicos solían
acusar del «fallo» era a su pene, como si el problema estuviera en sus vasos
sanguíneos y tejidos esponjosos, en lugar de a su mente que durante el
momento de tensión activó el sistema nervioso simpático retirando flujo
sanguíneo de los genitales para enviarlo a los músculos, como ocurre en
cualquier situación de ansiedad.
Podría seguir contando infinidad de investigaciones y factores que
condicionan el deseo, la excitación, el comportamiento y la respuesta sexual
masculina y femenina, pero prefiero comentar algo curioso que ocurrió a
medida que mi entorno fue averiguando a qué dedicaba mis días y mis
noches neoyorquinas (no todo iba a ser ciencia), y que se hizo muchísimo
más común tras la publicación del libro: me empezaron a llegar todo tipo de
consultas y peticiones de ayuda de todo tipo de personas. Por hablar solo de
chicos, me contactaba desde el chaval cuya timidez le bloqueaba para
intentar ligar hasta el que tenía fantasías sexuales que le perturbaban, el que
consideraba que terminaba demasiado pronto, el que había perdido las
ganas, o los que tenían todo tipo de desajustes con su pareja. Recibía un
abanico de dudas, confesiones, miedos, problemillas y problemones que me
incomodaban profundamente porque en realidad yo me sentía totalmente
incapaz de evaluar. Si bien la ciencia me permitía explicar perfectamente la
neurofisiología de la erección y el orgasmo, y tenía a mano infinidad de
encuestas y estudios sobre los motivos y porcentajes por los que ocurrían
ciertos trastornos, cuando alguien te expone su problema concreto no hay
porcentajes ni generalizaciones que valgan; se debe hacer un análisis
personalizado y dar una respuesta individualizada a cada persona. Y yo no
estaba formado para eso. Entonces fue cuando empecé a construir una red
de sexólogas y expertos en diferentes prácticas sexuales a quienes derivar
casos y llamar cada cierto tiempo para comentar situaciones que no
aparecían en los artículos científicos. Eran conversaciones apasionantes
sobre algo, la sexualidad humana, en lo que sobran chascarrillos y morbos
baratos y falta información y debate documentado. Como siempre digo, el
sexo está intelectualmente desaprovechado.
Pero os iba a contar que con el tiempo, por afinidad profesional y personal,
Ana Lombardía se convirtió en mi sexóloga de referencia a quien recurría
cada vez que necesitaba la opinión de una psicóloga que además de
dominar perfectamente la teoría sexológica, tenía las herramientas, la
experiencia, el arte, el rigor y la responsabilidad para aplicarla a lo
individual. No sé cuántos mensajes de voz habremos intercambiado Ana y
yo debatiendo sobre casos o tendencias, llegando casi siempre a
conclusiones profundas, bien fundamentadas e incluso nuevas hipótesis.
Creedme que no es tan fácil encontrar alguien así. Hay infinidad de visiones
diferentes y personas divulgando sus opiniones sobre sexualidad en redes
sociales o medios de comunicación, generalmente con buena voluntad y
atino, pero no siempre basándose en datos o conocimientos sólidos ni
experiencia terapéutica. No lo critico, pues muchas veces motivar, inspirar y
dar ideas ya es suficiente para el cambio de mirada y actitud sobre el sexo
que tantas personas reclaman, pero ante casos singulares es mejor escuchar
a una sexóloga de solera como Ana Lombardía, que dedica toda su
actividad profesional a ver casos reales, no a imaginarlos. ¡Ah, y además, es
simpática y divertida! Ya sé que a vosotros, lectores, quizá esto no sea lo
que más os importe a la hora de elegir el libro, pero no lo podía obviar.
Por todo esto cuando Ana me contó su intención de escribir un libro sobre
sexualidad masculina a partir de casos que ella había analizado me pareció
fabuloso, cuando me pasó el borrador del libro que tenéis en vuestras manos
me resultó interesantísimo —ya lo veréis—, y cuando me pidió escribir el
prólogo sentí un gran honor y gratitud que intentaré compensar con una
confesión, que refuerza la idea de que este libro no será útil solo para chicos
con inseguridades sino para todos y para todas: mi vida sexual mejoró
muchísimo a partir de la documentación y escritura del S=EX 2 . Es algo que
siempre evité tratar en las entrevistas y que puede parecer una obviedad,
pero querría explicar el porqué.
Antes de emprender esta aventura por la sexualidad humana yo respondía al
estereotipo del típico chico hetero —resulta que no es tan típico— que creía
que ya tenía una vida sexual satisfactoria sin gran margen de mejora ni
aprendizaje, y que que ya sabía casi todo lo que hacía falta saber sobre
sexo. Inocente… en pocos meses documentándome aluciné con lo que uno
puede averiguar sobre las reacciones de su propio cuerpo y de sus parejas,
sobre cuán cerrada tenemos en realidad la mente, y sobre la diversidad de
maneras que uno puede disfrutar de la sexualidad si se permite un poco de
atrevimiento. Y todo empezó con leer, leer, leer y hablar con gente
diferente. Obviamente luego tienes que lanzarte a la aventura y permitirte
alguna que otra locura, pero la información es la llave al autoconocimiento
y la exploración consciente. Por eso, aunque sintáis que no tenéis dudas ni
problemas y vuestra vida sexual ya va muy bien, pensad que con un poco de
conocimiento puede ir mucho mejor. Y esto pasa por ser más consciente de
vuestra sexualidad pero también la de los otros. Los hombres conectan
mejor con sus amantes cuanto mejor entienden la fisiología y la
biopsicología de la respuesta sexual femenina, y lo mismo ocurre a la
inversa. Por eso este libro también es para vosotras, chicas, porque quizá
descubrís esas partes más ocultas y frágiles que los chicos no nos atrevemos
a exponer, y que pueden llevar a reacciones y comportamientos a primera
vista incomprensibles. Al final, el sexo más sublime llega a partir de la
empatía, la confianza, la conexión y la unión profunda en lo físico y lo
mental. El placer es sin duda un aspecto importante del sexo; la trampa
biológica que hace que queramos repetir situaciones dopaminérgicamente
premiadas, pero en realidad el factor más mágico del sexo no es el placer
sino el deseo, esa atracción intensa y a veces inexplicable que cuando
resulta recíproca es explosiva, y la naturalidad de vivir la sexualidad con
una mente abierta y una actitud positiva, que es muchísimo más importante
que unos centímetros o minutos de más o de menos. Este libro os ayudará a
conoceros y conocer a los otros, os inspirará, y os dará esa naturalidad y
confianza que os permitirá mejorar vuestra conexión sexual con vosotros
mismos y con los demás. A mí me hubiera ido muy bien. ¡Que lo
disfrutéis!,
INTRODUCCIÓN
Uno de los primeros casos con los que me topé cuando empecé a trabajar
como sexóloga fue algo que me habían dicho casi nunca me iba a encontrar:
un hombre heterosexual con dificultades para llegar al orgasmo. Recuerdo
cómo, cuando me formaba, estudiamos ampliamente la anorgasmia
femenina. Al terminar ese módulo apenas vimos unas pinceladas sobre la
masculina y, además, nos dijeron que seguramente nunca nos
encontraríamos un caso así en la consulta.
Por supuesto, cuando me encontré con aquel caso yo estaba fascinada. Por
un lado, mi falta de experiencia en la consulta y las ganas de aprender hacía
que estuviese muy entusiasmada. Por otro, el hecho de encontrarme con un
caso tan supuestamente poco común, y tan pronto en mi carrera profesional,
despertaba en mí muchas dudas… y mucha curiosidad sobre la sexualidad
masculina. Francisco llegó a mi despacho para cambiarlo todo.
Estar siempre dispuesto, ser buen amante, ser atractivo y estar bueno,
tenerla grande y dura, aguantar mucho sin correrse… son algunos de los
«requisitos» que la cultura impone a los hombres para que se os considere
buenos en la cama. Las expectativas son tan altas que, desde luego, no se
pueden cumplir. Ningún cuerpo funciona así siempre, ¡ninguno!, y, lo que
es más importante, aunque lo hiciese, no significaría que la mujer se lo
fuese a pasar mejor. Ni él tampoco.
Esta concepción de cómo debe ser el hombre a día de hoy está muy
extendida y puede suponer una presión enorme a la hora de enfrentarse a las
relaciones sexuales. A algunos hombres les afecta más que a otros pero creo
que todos, de una forma u otra, sufren alguna de las consecuencias de la
idea de «hombre sexual» que la cultura nos ofrece.
A Francisco todo esto le afectaba, y mucho. Era tal la presión que sentía por
complacer a sus parejas femeninas que no conseguía disfrutar. Se centraba
únicamente en el placer de ellas, en estar a la altura y en dar la talla. Por tanto, no
conseguía relajarse lo suficiente como para descontrolarse y sentir su propio orgasmo
¡Cómo se iba a dejar llevar, si no pensaba más que en ser el amante perfecto!

La sexualidad está llena de «deberías» sociales, esa serie de requisitos y


pautas que debemos seguir para ser considerados sexualmente adecuados:
tener un nivel de deseo adecuado, un tamaño del pene adecuado, una
frecuencia coital adecuada, un número de compañeras sexuales adecuado,
una serie de experiencias adecuadas… incluso una ejecución en la cama
adecuada. La presión social no deja nada al azar.
Esta nos marca también cómo tenemos que comportarnos en otros aspectos
de la vida: qué empleo escoger, dónde vivir, en qué hemos de gastar nuestro
dinero, cómo ha de ser nuestro aspecto físico, etc.; pero la cuestión es que,
cuando se trata de temas sexuales, las presiones que sentimos pueden no ser
tan evidentes y, por tanto, nos resulta más difícil combatirlas.
Muchas veces, cuestionándonos las normas sociales establecidas, somos
capaces de pararnos a pensar, de forma consciente, qué profesión
preferimos o qué tipo de ropa queremos llevar, pero en asuntos de cama, la
cosa no es tan fácil. O aquellas no resultan lo suficientemente explícitas y
evidentes como para poder luchar contra ellas, o las tenemos tan
interiorizadas que ni nos planteamos que puedan ser de otro modo. Las
asumimos como verdades universales, y nos esforzamos, antes que nada,
por encajar en ellas… frustrándonos y sintiendo un gran malestar cuando no
lo conseguimos.
En realidad, la sexualidad debería ser lo más individual y personal del ser
humano: algo que cada persona pudiese construir para sí misma, de forma
consciente, pensando únicamente en sus gustos, deseos y necesidades, y
acordando las formas de relacionarse con sus parejas de turno.
Cada persona es de una manera y, por tanto, nuestra vida sexual debería ser
también distinta. Los factores psicológicos son fundamentales a la hora de
formar nuestra vida sexual. Hay gente introvertida, extrovertida, seria,
alegre, confiada, miedosa, lanzada, tranquila… y, en función de eso, cabría
esperar que viviésemos la sexualidad en base a ello. La cuestión está en
que, como ya hemos visto, la sociedad pretende que todos nos ciñamos al
mismo patrón.
Cuanta mayor es la presión que siente un hombre para cumplir todas esas
expectativas, peor es el resultado que va a obtener. Sobre todo porque la
mayoría de esas expectativas dependen de la actividad y ejecución del
pene… y este, cuando se siente intimidado, no «funciona».
Las principales preocupaciones de ellos radican precisamente en este punto:
las dificultades para conseguir y mantener una erección y la pérdida de
control de la eyaculación son los grandes temas. Los conceptos de
masculinidad y virilidad están construidos, en gran parte, en torno al pene;
y un miembro duro, cuya erección no flaquea nunca, y que aguanta así
durante mucho tiempo, parece ser el ideal al que aspirar y la panacea para
lograr que las mujeres se derritan de placer en sus manos.
Aunque el hecho de que la gran parte de las mujeres no tienen orgasmos
únicamente con la penetración, por mucho que esta dure y dure, es ya cada
vez más conocido por la población, la presión sobre la ejecución del pene
no se alivia. Muchos hombres saben que las mujeres tienen orgasmos
principalmente con la estimulación del clítoris, pero aún se insiste en que lo
más importante es penetrar y penetrar.
Lo cierto es que, en este terreno, Francisco se desenvolvía muy bien. No era capaz de
llegar al orgasmo, pero sí mantenía la erección durante mucho tiempo. En ese sentido
se sentía bastante seguro y confiado: ¡un hombre que no se corre nunca puede dar
todo el placer del mundo a sus parejas!, creía él.

La eyaculación y la erección son reflejos del cuerpo humano y, como


tales, son algo que difícilmente se puede controlar (aunque, como veremos,
sí podemos hacer muchas cosas para manejarlos, si sabemos cómo). Por
tanto, resulta bastante arriesgado depositar en ellos el éxito de una buena
vida sexual.
Tras todo esto se oculta la obligación que siente el hombre de tener que
complacer a la mujer con el pene. Hasta la fecha, nadie ha aparecido por mi
consulta quejándose de que tarda poco en correrse cuando le hacen una
mamada. Incluso, en los manuales de clasificación diagnóstica de
psicología y medicina —que no estaría mal que se fueran poniendo al día en
estos temas—, todavía hablan de «eyaculación precoz» aludiendo al
periodo de tiempo que el hombre tarda en eyacular desde que la penetración
se inició. Eso sí, si antes se la habían estado chupando durante 15 minutos,
ese tiempo no entra en el cómputo. Ajá.
Junto a la erección y a la eyaculación, cada vez hay más hombres
preocupados también por su deseo sexual. Creen que tienen menos del que
deberían… en especial, si sus parejas muestran más y les «reclaman» una
mayor frecuencia. En el capítulo 1 sobre el deseo veremos que hay hombres
con más deseo sexual que otros y que la presión por mantener encuentros en
los que intervenga el pene erecto hace que las ganas de mantener relaciones
sexuales puedan disminuir considerablemente.

EL GUION

La cultura nos dice qué es lo que tenemos que hacer en la cama. De hecho,
nos da un guion de actuación bastante concreto al respecto —que se ve muy
bien, sobre todo, cuando conocemos a alguien nuevo—. Generalizando
mucho —pues hay innumerables excepciones y variantes al respecto—,
hacemos siempre lo mismo. Nos conocemos, tonteamos y flirteamos.
Después, hay un acercamiento físico progresivo —roces en las manos o en
el hombro, algún beso cercano a la comisura de los labios, etc.—. A
continuación, nos besamos. Tras ello, nos empezamos a calentar y a
meternos mano, y nos desnudamos. Luego, vienen los mal llamados
«preliminares» —que suelen ser la masturbación y el sexo oral— y,
finalmente, la penetración vaginal. Esta suele ser la última práctica que
llevamos a cabo; con ella, el hombre suele tener el orgasmo, y «lo ideal»
según nuestra cultura sería que la mujer también lo alcanzase de ese modo
(cosa que no suele suceder con mucha frecuencia).
Aquí es donde Francisco comenzaba a encontrar dificultades. Se dedicaba largo y
tendido a la penetración, pero no llegaba al orgasmo. A él le apetecía poder disfrutar
de ese momento, por supuesto, pero el problema no venía por su falta de satisfacción,
sino por la perplejidad de ellas: «¿Por qué no te corres, Francisco?» «¿No te lo pasas
bien?» «¿Algo va mal entre nosotros?» «¿No te gusto lo suficiente?».
Aunque sabía que ellas no tenían nada que ver en su dificultad, no poder cumplir con
el patrón le empezaba a ocasionar problemas con sus parejas.
No bastaba solo con tenerla dura; ellas esperaban que él también se lo pasase bien.
¿Te suena este patrón? ¿Lo has reproducido alguna vez? Lo cierto es que
el hecho de tener guiones de actuación puede resultarnos muy útil en
determinadas ocasiones. Las personas estamos constantemente tomando
decisiones y no nos viene mal una ayudita… sobre todo cuando se trata de
situaciones como las del sexo, en las que la incertidumbre —y la falta de
claridad e información— es muy alta.
Sin embargo, los guiones pueden hacernos más mal que bien. La sexualidad
tiene que ver con hacer lo que quieras, en el momento que quieras, con
quien tú quieras… escuchando tu cuerpo, el cuerpo de tu pareja —vuestros
deseos y necesidades— en todo momento. Un guion es todo menos eso.
Muchas veces lo llevamos tan interiorizado que ni nos lo planteamos. No
pensamos si lo que estamos haciendo lo hacemos porque realmente nos
apetece o porque es lo que toca. Ahora «toca» besar, masturbar, chupar,
penetrar, hacer que mi pareja llegue al orgasmo, etc.
Este guion no lo utilizamos únicamente con personas que acabamos de
conocer. Muchas veces, cuando nos involucramos en una relación más
estable, lo utilizamos también. Solemos introducir algunas variantes en el
guion, según vamos conociendo a nuestra pareja y descubriendo lo que le
gusta. Sobre todo, introducimos variantes en función de lo que descubrimos
que «funciona» con nuestra pareja. Y con «funciona» me refiero a lo que
hace que nuestra pareja llegue al orgasmo. Una vez identificada la ruta,
repetimos (o intentamos repetir) ese nuevo patrón una y otra vez,
independientemente de cómo nos sintamos cada día; esto suele conducir a
la rutina, al aburrimiento y a la disminución del deseo.
Cuando Francisco vino a mi consulta fue porque había conocido a una mujer que le
gustaba mucho y con la que estaba manteniendo una relación de pareja.
Sus dificultades para llegar al orgasmo estaban empezando a ser motivo de alarma
para ella, y esta alarma una fuente de presión para él.
Seguía sin poder cumplir el guion.

En las relaciones hetero, el guion tiene dos elementos fundamentales: la


penetración vaginal y el orgasmo; sin ellos, parecería que el encuentro
sexual no estuviese completo.
El lenguaje es muy claro a este respecto, y refleja la realidad de cómo
vivimos todo esto. Piensa, por ejemplo, en cómo hablamos del orgasmo:
preguntamos: «¿has acabado?» o «¿has terminado?» y, si no, decimos «te
has quedado a medias». Cuando vamos al médico y quiere averiguar si
somos «sexualmente activos», en realidad se está interesando por la
penetración. Dejamos de ser «vírgenes» una vez que practicamos esta
última de forma vaginal; y, si te enrollas con una chica y os besáis y os
metéis mano, pero no hay penetración, afirmamos que «aún no nos hemos
acostado».
Del mismo modo, calculamos la calidad la vida sexual en pareja en base al
número de orgasmos o cantidad de veces que tenemos penetración vaginal.
Para mucha gente, un encuentro sexual sin ninguno de estos dos elementos
«no cuenta», no está completo o no ha sido satisfactorio.
Pero pensemos un momento: seguro que en tu historia sexual podemos
encontrar un día en el que tuviste un encuentro sexual fantástico y en el que
no hubo orgasmo ni penetración, y viceversa, otro en el que sí se produjeron
ambos, pero que te resultó bastante mediocre y poco satisfactorio.
Francisco «se quedaba a medias».
El problema fue evolucionando (siempre lo hacen si no los atajas a tiempo) y empezó
a tener dificultades de erección… pues la presión era tal que no se excitaba lo
suficiente y, por tanto, se le bajaba.
Puesto que estaba perdiendo su «superpoder» de penetrar durante horas, aprendió a
compensarlo convirtiéndose en el rey de los mal llamados «preliminares»: el sexo oral
y la masturbación.

La sexualidad es, por definición, todo aquello que nos resulta placentero,
nos aporta algo positivo y que hacemos de manera deseada y consentida.
Desde luego, en esta definición entran muchas más cosas que echar un
polvo, tener orgasmos o encuentros con genitales. Los besos, las caricias,
las palabras o las miradas también son formas de sexualidad.
El problema está en que la cultura en la que vivimos nos dice que una buena
vida sexual debe medirse en base a orgasmos o a penetraciones. El resto son
«solo mimos» o prácticas sexuales de segunda categoría. De hecho, el
término «preliminares» se refiere justo a eso, a lo que hacemos antes de «lo
verdaderamente importante». Los preliminares son prácticas que, para
mucha gente, están ahí casi únicamente para que estemos lo suficientemente
excitados como para que se produzca la penetración; son lo que permiten
que el hombre pueda tener una erección y la mujer estar lo suficientemente
lubricada.
«Estancado» ahora en el territorio de los preliminares, Francisco se empleaba aún
más a fondo para ser un amante extraordinario, y compensar así lo que él
consideraba sus «carencias».

¿Te acuerdas del suceso de Bill Clinton con Monica Lewinsky en 1998?
El presidente de Estados Unidos, un hombre casado y con mucho poder,
tuvo una aventura con su becaria. El tema salió a la luz cuando se mostró la
«prueba» de que ella le había realizado una felación, tras lo cual se había
manchado con semen su vestido. Escandaloso, ¿verdad? Pues bien, todo el
revuelo que se formó en su momento fue suavizado por los asesores de
imagen y el gabinete de prensa correspondientes, que se apoyaron
precisamente en la idea de «preliminares». El argumento de fondo fue algo
así como «bueno, no ha sido tan grave; “tan solo” se trató de sexo oral. Otra
cosa sería que hubiese existido penetración; eso sí que habría que
castigarlo… Además, la “guarra” es ella, pues es quien ha realizado la
felación. Él solo recibía, de forma pasiva, no ha actuado». En inglés, el
idioma legitima aún más toda esa línea de razonamiento: ellos distinguen el
«foreplay» —sería lo equivalente a nuestra palabra «preliminares»— del
«sex». Para muchos estadounidenses, estaríamos ante dos cosas distintas: en
sentido estricto del término, los unos no incluyen al otro. ¡Hasta este punto
el lenguaje influye en nuestra vida sexual!
A lo largo de este libro veremos cómo funciona realmente la sexualidad
masculina, y cómo podemos obtener muchísimo más placer si
reconstruimos toda esa idea que nos han impuesto sobre esta.
Lo más fascinante de todo será comprobar que, cuando echemos a un lado
todas esas presiones por cumplir lo que la sociedad espera de nosotros —y,
de paso, adquiramos algunas herramientas básicas, pero desconocidas por
casi todos—, el comportamiento de las erecciones será mucho mejor,
adquiriremos mayor control sobre nuestras eyaculaciones, y seremos
mejores amantes.
Francisco había sucumbido a todas estas presiones de la cultura.
La cosa no se quedó ahí, sino que su problema fue evolucionando más y más… hasta
que empezó a dejar de sentir ganas de acostarse con su pareja. Tal era la presión que
sentía que el sexo dejó de ser algo apetecible.
[Retomaré la historia de Francisco más adelante, en el capítulo 3 de este libro,
Dificultades para llegar al orgasmo.]

¿ALGUNA VEZ HAS SENTIDO ALGUNA DE ESTAS PRESIONES?

Tengo que tenerla grande para poder satisfacerla

Tengo que aguantar mucho sin correrme

Tengo que estar bueno para resultar atractivo

Tengo que tenerla siempre dura

No se me puede bajar en ningún momento

Tengo que ser buen amante y saber cómo darle placer

Ella tiene que llegar al orgasmo con mi pene

He de tener siempre ganas y estar dispuesto

Si no le doy un orgasmo, no me llamará más

Voy a tratar de mostrar otra cara de la sexualidad masculina: aquella que no es


«idílica», y en la que no siempre hay ganas, ni erecciones ni orgasmos. Una en la que
los «gatillazos» son frecuentes, y en la que ellos también tienen dolor de cabeza. No
es la que nos venden, ni la que se supone que hemos de tener, pero sí tan real como
la vida misma —y, sobre todo, mucho menos encorsetada—. Te permitirá, seguro,
vivirla de forma más libre y placentera.
Me parece importante señalar que este no es un libro de autoayuda; te resultará muy
esclarecedor, te identificarás con muchas cosas de las que hablo e, incluso,
encontrarás muchas herramientas para mejorar tu sexualidad. Aun así, no es un libro
con ejercicios y recomendaciones al uso, sino uno en el que observarse, analizarse y
reflexionar. Sin duda eso te será muy útil.
Te recomiendo, eso sí, que leas el libro entero, no únicamente aquella parte en la que
tengas más interés; verás que, en realidad, no se pueden separar unas de otras (yo lo
he hecho por una cuestión didáctica), y que para comprenderlas mejor conviene
hacerlo secuencialmente.
En cuanto a los casos que ilustran los diferentes apartados, he de decirte que están
basados en personas que efectivamente han pasado por mi consulta, aunque, por
supuesto, de ninguna forma hablo directamente de ninguno de ellos. Los nombres,
edades y profesiones son inventados, y muchos detalles han sido modificados de tal
manera que en ningún caso se pudiera identificar a nadie: el anonimato y la
confidencialidad son, como es obvio, primordiales. Mi intención, en este sentido, ha
sido tan solo la de crear relatos verosímiles y lo más reales posibles que, sobre todo,
resultaran educativos y funcionales para el contenido que en cada momento
pretendía trasladar.
Quizás pienses que mis pacientes no son representativos de la población; al fin y al
cabo, vienen porque tienen un «problema» o dificultad que no saben solucionar por sí
mismos. Puede que tengas razón en eso, pero te sorprenderá ver cómo los casos que
cuento son realidades muy cotidianas que todos hemos vivido en algún momento.
Probablemente sobre decirlo, pero ir a la psicóloga o a la sexóloga no implica que
estés loco, que tengas un trauma o que seas un pervertido. Quienes buscan
tratamiento son personas normales y corrientes, con preocupaciones normales y
corrientes. No obstante, y previendo esta objeción, he incluido también historias de
mis propios amigos (que ni atiendo en consulta, claro está, ni han requerido hasta
ahora los servicios de ningún/a otro/a colega), con la idea de «despatologizar» aún
más estos temas.
El mundo de la sexualidad masculina heterosexual es sencillo y complejo a la vez.
Espero poder transmitirte a través de las siguientes páginas mi fascinación por él, y
que disfrutes de su lectura tanto como yo escribiéndolas.
CAPÍTULO 1

EL DESEO
SEXUAL

MI DESEO SEXUAL
El deseo sexual masculino es algo de lo que se habla muy poco, tanto en la
calle como en los libros. Sí se comenta mucho acerca del deseo de las
mujeres, y se suele analizar dando por hecho que ellas tienen menos, y
enfatizando el enorme fastidio que esto supone para ellos.
Del deseo masculino se habla poco porque se da por sentado. Se considera
que los hombres siempre tienen ganas, en toda circunstancia, y pase lo que
pase. Incluso, la gente se refiere a ello como algo «incontrolable», como si
una fuerza sobrenatural se apoderase de ellos; algo tan primitivo que no
pudiesen gestionar a voluntad. «Está en su naturaleza» es algo que hemos
oído cientos de veces y, como tantas cosas que se repiten una y otra vez sin
pararnos a analizarlas, nos lo hemos creído.
Es por ello que los hombres que vienen a mi consulta por bajo deseo,
habitualmente se sienten raros y avergonzados, como si algo estuviese roto
en ellos y funcionase mal. De hecho, muchos han dejado transcurrir años
hasta decidirse a dar el paso, y, cuando lo hacen, suele costarles empezar a
hablar y contar lo que les ocurre.
Para mí es muy bonito y emocionante ver cómo se relajan en el sofá —y
cómo se destensa su cara y se liberan de la enorme carga que traen—
cuando les digo que lo que les sucede es perfectamente normal. A veces,
parecería incluso que flotaran durante un rato, aliviados de la vergüenza y la
culpa (¡qué emociones tan poderosas esas dos!).
Aunque tras la primera sesión su estado de ánimo y agobio mejore por esta
simple normalización de su situación, después viene la siguiente gran
preocupación: su pareja. El bajo deseo sexual no suele suponer un problema
para nadie si no se cuenta con una. De hecho, ningún soltero ha solicitado
mi ayuda porque quisiese aumentarlo.
Cuando un hombre soltero no tiene mucho —o ningún— deseo sexual,
puede que se sienta raro y extrañado, pero en ningún momento lo va a
considerar un problema a solucionar, ni va a acudir a una sexóloga por ello.
Es solo cuando tiene pareja, y el deseo de ella es mayor que el propio,
cuando le supondrá un inconveniente y se decidirá a buscar ayuda para
abordarlo.
Lo cierto es que también acuden parejas en las que ninguno de los dos
experimenta deseo sexual alguno: o suelen llevar mucho tiempo sin tener
relaciones, o la frecuencia de estas es muy baja para lo que ellos consideran
que debería ser. Aunque no exista el conflicto habitual de las parejas en las
que uno tiene más ganas, a ambos —o, al menos, a uno de los dos— les
preocupa que no sea «normal» (¡otra vez la palabrita!) el hecho de no tener
sexo, o temen estar perdiéndose algo de la vida a lo que no quieren
renunciar.
La sociedad en la que vivimos tiene mucho que ver con todo esto. Establece
unas normas que nos dicen cuánto deseo se supone que tenemos que tener
para ser normales, y, por lo general, cuanto más alto sea este, mejor. De
hecho, cuando en una pareja hay uno con más ganas que el otro, se asume
que el que tiene menos es el «problemático» y el que está dificultando y
entorpeciendo la relación.
En mi trabajo profesional en ningún caso se me pide que les ayude a que el
que tiene más ganas reduzca su deseo: siempre se quiere que se aumenten
las del que va más lento.
Lo que quiero dejar claro con todo esto es que no es mejor o peor tener más
o menos deseo sexual. No hay un «nivel de deseo sexual» que sea, per se,
óptimo para todo el mundo. Solo constituye un problema cuando, para una
persona concreta, con sus vivencias y circunstancias particulares, lo es. Por
ello, resulta importante que podamos abstraernos, al menos por un
momento, de las presiones y mandatos culturales, para analizar, de forma
individual y personal, si mi deseo es satisfactorio para mí.
Si es él quien tiene menos ganas se suele considerar mucho más raro y
problemático que si es ella. Que ella tenga menos deseo está normalizado:
se entiende que es «lo habitual» y, por tanto, muchas veces no supone un
conflicto. Usualmente, se asume que a él le apetece casi siempre más, que
se va a quedar «sin» muchas veces, e, incluso, que le corresponde vivir con
esa «frustración».
En cambio, cuando ocurre lo contrario, las alarmas saltan rápidamente.
Suele ser frecuente que él se sienta un bicho raro cuando esquiva un
acercamiento de ella, que se preocupe porque se pueda sentir rechazada o
que tema que le abandone por «no poder darle lo que le pide». También es
posible que la mujer, si no comprende bien el funcionamiento de la
sexualidad humana en general —y de la masculina en particular—, se culpe
de no ser capaz de estimular el deseo de él, ya sea por no ser lo
suficientemente atractiva o por ser mala amante.
Me parece importante aclarar algo de lo que, muchas veces, no somos lo
suficientemente conscientes: cuando hablamos de deseo sexual solemos
referirnos de modo habitual a ese tipo de sexualidad genital, la que acaba en
penetración y/u orgasmo. Pese a que en la introducción veíamos que los
besos, las caricias, los abrazos, las miradas y la intimidad en general son
una forma de sexualidad, independientemente de si nos llevan o no al
orgasmo… lo cierto es que no incluimos estas prácticas en nuestra
concepción de deseo.
Si alguien dice que lleva un tiempo con poco deseo sexual todos sabemos
que se está refiriendo a que no le apetece acostarse con su pareja; más
concretamente, asumimos que no tiene ganas de sexo oral, ni de
penetración, ni de orgasmos. Quizás, ni siquiera le apetezca masturbarse. En
lo que no pensamos, y es posible que muchas veces esa misma persona
tampoco lo haga, es en si sí le apetecen otras formas de sexualidad.
En este capítulo vamos a hablar de ese deseo más genital porque, al fin y al
cabo, creo que es el que más te va a interesar. Además, entender cómo
funciona el deseo masculino, qué lo estimula y qué lo entorpece, nos hará
comprender también cómo funciona la sexualidad en general. Una vez
desterrado el mito de que los hombres siempre tienen ganas, entramos en
materia.

Cómo funciona el deseo sexual

Mantener relaciones sexuales no es una necesidad primaria como tal. En


principio, podríamos vivir toda la vida sin sexo y no nos moriríamos.
Quizás tendríamos peor calidad de vida, más insatisfacción, estaríamos más
irritables… Incluso, nuestra salud no sería tan buena… pero nada más. Las
necesidades realmente básicas son comer, beber, dormir y resguardarse de
las inclemencias del tiempo. Sin ellas, el ser humano no puede sobrevivir
más que algunos días, por lo que el cuerpo genera las señales de hambre,
sueño, sed, frío o calor, para que atendamos y cubramos esa necesidad.
El deseo sexual funciona de forma un poco diferente. Hace miles de años,
cuando la supervivencia de la especie podía estar en cuestión, era
fundamental que nos reprodujéramos y, puesto que solo manteniendo
relaciones sexuales habría embarazos y nacimientos, el factor biológico del
deseo resultaba muy importante y regulaba gran parte de su
funcionamiento.
Hoy las cosas han cambiado bastante. La especie está más que
evolucionada y no tiene pinta de que vayamos a extinguirnos tan fácilmente
(si ignoramos, por supuesto, las amenazas del cambio climático, el
armamento nuclear o los virus varios que nos acechan últimamente).
Cuando mantenemos relaciones sexuales no lo hacemos, casi nunca, para
tener hijos, sino que lo hacemos por placer. El factor biológico del deseo
sexual es mucho más pequeño que entonces. Todavía hay factores, por
ejemplo, a nivel genético y hormonal, que explican y condicionan nuestro
deseo sexual. Por ejemplo, mayores niveles de testosterona parecen estar
asociados a un mayor deseo sexual (por eso se dice que los hombres tienen
más ganas que las mujeres). Las hormonas relacionadas con el
enamoramiento también hacen que, durante esa época, sintamos mucho más
deseo sexual que en otras. Veremos también que algunas enfermedades y
medicamentos pueden influir en el deseo.
Por supuesto, en este punto me estoy refiriendo de nuevo, claro está, a esa
parte de la sexualidad que tiene que ver con lo genital, los orgasmos, la
penetración… Pero el mero contacto físico —y la intimidad y conexión con
otras personas— se está demostrando, cada vez más, como una necesidad
con un componente biológico más grande de lo que se creía hasta hace
poco, y que puede afectar no solo a la calidad de vida y a la salud, sino a la
propia supervivencia.
Vamos a dejar de lado por un rato los factores biológicos que influyen en el
deseo. No podemos hacer gran cosa respecto a ellos, de modo que vamos a
centrarnos en otros factores más cercanos, que nos ayuden mejor a
comprenderlo y sobre los cuales sí podemos actuar: los emocionales y
psicológicos.
Debemos tener claro que el deseo no es algo que aparezca porque sí. No
surge por sí solo. Sentimos deseo porque hacemos cosas para avivarlo, nos
demos cuenta o no. Hay personas que sienten más deseo sexual que otras, y
esto dependerá en gran parte del modo en que cada una de ellas estimule su
deseo y viva su sexualidad.
Las personas con más deseo sexual suelen tener una serie de hábitos y
formas de relacionarse consigo mismas y con los demás que lo propician y
facilitan. Por ejemplo, quienes fantasean con cierta frecuencia, están a gusto
con su cuerpo y saben cómo disfrutar en la cama, suelen sentirlo de manera
más intensa que las que no.
Esos hábitos y formas de relacionarse son fruto del aprendizaje vital de
cada uno, de las experiencias que hemos tenido, de la educación sexual que
hemos recibido... Es frecuente que no sean demasiado conscientes ni
explícitos, pero eso no significa que no podamos trabajar en ello para
identificarlos y mejorarlos en caso de ser necesario.
Puesto que el sexo no es una necesidad primaria como tal, deberán estar
cubiertas las que sí lo son para que aparezca con más facilidad. Para
empezar, por supuesto, las necesidades básicas: comer, beber y dormir. Si
estamos cansados, hambrientos o sedientos será más difícil que el deseo
aparezca —no es imposible, pero sí menos probable—. Igualmente, estar
libre de preocupaciones, sentirnos seguros como amantes o tener una buena
relación de pareja hará que sea más fácil que aparezca el deseo.
Esto no significa que para tener deseo sexual sea necesario cumplir todos
estos requisitos a la perfección, ¡ni mucho menos! Pero sí cabrá esperar que
su nivel sea mayor conforme más hábitos de esos vayamos satisfaciendo.
Conozco a un chico que lleva unos años sintiendo muy poco deseo sexual. Tiene
pareja desde hace mucho tiempo, tienen muy buena relación y se entienden muy
bien, pero apenas siente deseo.
Aunque tiene un trabajo como profesor que le encanta, lo cierto es que tiende a
llevarse los problemas del colegio a casa y le cuesta mucho desconectar y relajarse…
por lo que el sexo queda siempre en el último lugar de sus prioridades.
Además, el sexo supone una presión tremenda para él, pues cree que tiene que
satisfacer a su pareja a toda costa y, por supuesto, hacerlo con su pene. Esta presión
tan grande hace que, a veces, le cueste tener una erección, por lo que va con miedo a
los encuentros sexuales… lo cual hace que no disfrute del todo y que, por tanto, el
sexo se convierta en algo mucho menos apetecible.

Independientemente de que tengamos pareja o no, es interesante conocer


cómo funciona mi propio deseo sexual para poder estimularlo cuando me
apetezca y lo considere necesario.
Veremos también que podemos tener distintos tipos de deseo sexual
dependiendo de la circunstancia en la que nos encontremos y el momento
vital:
• Deseo basal, personal e individual.
• Deseo como soltero.
• Deseo en el enamoramiento.
• Deseo en una relación de pareja estable.
• Deseo que te provoca tu pareja al seducirte — deseo reactivo.
¿Tienes identificados los hábitos que fomentan tu deseo sexual? ¿De qué forma te
relacionas contigo mismo y con los demás? ¿Cómo vives tu sexualidad? Puntúa de 0 a
10 hasta qué punto te sientes de acuerdo con estas afirmaciones (siendo 0 nada de
acuerdo y 10 totalmente de acuerdo)

Estoy a gusto con mi cuerpo

Me cuido y arreglo para sentirme atractivo

Me siento cómodo estando desnudo delante de otra persona

Sé masturbarme y llegar al orgasmo con facilidad

A menudo elaboro fantasías eróticas en mi cabeza

Pienso en sexo con frecuencia

Curioseo libros, artículos, novelas y/o vídeos con contenido erótico

Cuando estoy en la cama con alguien sé lo que me gusta

Pido lo que quiero en la cama a mis parejas

Me siento desinhibido en el sexo

Me siento seguro y confiado a la hora de dar placer a mis parejas

Estoy satisfecho con mis relaciones personales (familia, amistades)

Estoy satisfecho con mi vida profesional

Me siento confiado a la hora de conocer mujeres nuevas

Estoy satisfecho con mi vida en general

Tengo buena salud en general

Practico ejercicio físico de forma regular


Cuido mi alimentación

Conozco mi cuerpo, mi anatomía y mis zonas erógenas

Duermo bien y me siento descansado

Gestiono y manejo bien el estrés

En general tengo la mente tranquila y despreocupada

Estoy contento con el funcionamiento de mis erecciones

Estoy contento con el control de mi eyaculación

Estoy satisfecho con mi relación de pareja

Te dejo algunas ideas de cosas que sirven a muchos hombres para entrar en
contacto con su lado erótico e incentivar su deseo sexual.

• Descansar y dormir bien.


• Tener ratos para estar a solas.
• Desarrollar un hobby.
• Hacer deporte.
• Ver a los amigos.
• Practicar el hedonismo.
• Disfrutar de la buena comida.
• Darse un capricho.
• Darse una ducha o un baño largo.
• Leer literatura erótica.
• Probar un buen vino.
• Masturbarse con lubricante.
• Comprar un juguete erótico para usarlo de forma individual.

«Diferencias» entre hombres y mujeres

La mayor parte de esta serie de hábitos y características suelen estar,


culturalmente, más asociadas a los hombres que a las mujeres. Es por eso
que, tradicionalmente, se le ha atribuido mayor deseo sexual a los hombres.
Además, la sociedad en la que vivimos ha propiciado que los hombres
tengan más libertad a la hora de vivir y expresar su sexualidad.
Desde muy pequeñitos, hombres y mujeres somos tratados de forma
diferente. Por ejemplo, cuando a un niño le quitan los pañales y se toca el
pene, la reacción del entorno suele ser la de «¡mira el niño que gracioso,
que se toca el pito!»; en cambio, cuando una niña pequeña se toca la vulva,
suele ser frecuente que alguien le quite mano o la regañe por ello. Por otra
parte, aunque solo sea para hacer pis, los niños se tocan el pene a diario y,
por tanto, lo conocen a la perfección; mientras, no es tan frecuente
encontrar niñas que se hayan mirado la vulva con un espejo (y menos
animadas por su familia). De ese modo, niños y niñas crecen de forma muy
diferente respecto al conocimiento de sus genitales.
Cuando vamos creciendo un poco y entramos en la adolescencia, muchas
veces empezamos a masturbarnos. Es frecuente que los chicos alardeen de
ello en el patio del colegio y griten «¡¡yo me he hecho una paja!!», «¡¡pues
yo me he hecho dos!!», y se rían con ello.

Recuerdo cómo cuando era pequeña, en mi colegio, en la media hora de recreo,


algunos niños se iban a casa del que vivía más cerca con una cinta porno VHS, se
hacían una paja todos juntos, y volvían a clase. Así, los niños aprendían que
masturbarse era algo sano, natural y divertido. Además, aprendían a darse placer y
a alcanzar el orgasmo rápidamente (porque tenían que volver a clase, o porque
competían entre ellos a ver quién se corría antes). De forma muy temprana
tomaban conciencia de su sexualidad y aprendían a manejarla.

Por el contrario, si una chica se masturbaba, no lo contaba, ¡y mucho menos


lo gritaba en el patio del colegio! Como mucho, se lo confesaba una amiga,
en confianza y en voz baja. Por tanto, no podía vivirlo con tanta naturalidad
y libertad como los chicos.
Cuando seguimos creciendo, ellos y ellas reciben mensajes muy distintos en
cuanto a las relaciones sexuales y a las parejas. Los chicos escuchan cosas
como «te las vas a llevar a todas de calle», «vas a ser un ligón», «vas a tener
a la que quieras»... todos ellos mensajes positivos y empoderantes acerca de
la sexualidad. Las chicas, por el contrario, escuchan «ten cuidado»,
«protégete» o «que no te hagan daño», mensajes negativos, de miedo y de
fomento de la precaución.
Ya de adultos, los hombres tienden a hablar de sexo como una forma de
camaradería, a comentar las «tías buenas» que pasan por la calle y a
«fanfarronear» sobre sus proezas sexuales. De ese modo, estimulan su
fantasía y dan rienda suelta a su imaginario erótico. Hay muchos que,
cuando ven pasar a una mujer atractiva por la calle, hacen un juego en su
mente en el que la besan, la desnudan y tienen relaciones sexuales con ella.
Es un hábito de pensamiento que está legitimado y propiciado
culturalmente y que incrementa su deseo sexual, pues estimula su fantasía e
imaginario erótico.
Las mujeres, por lo general, no tienen esa costumbre: ante un hombre
atractivo, tienden a pensar más en términos románticos que sexuales. Una
vez más, la cultura incentiva esto.
A día de hoy, creo que son más importantes las diferencias individuales
entre las personas, y no tanto las diferencias de género. La forma en la que
cada persona ha aprendido a vivir y estimular su sexualidad será lo que
marque la diferencia. Hay muchas mujeres que estimulan sus fantasías
eróticas, saben cómo masturbarse y llegar al orgasmo, están a gusto con su
cuerpo y piden y hacen lo que quieren en sus relaciones sexuales con otras
personas... y fantasean sexualmente con los hombres que ven por la calle.
Estas mujeres suelen tener más deseo sexual que las que no hacen estas
cosas. Igualmente, también hay hombres que no tienen el hábito de
fantasear, que tienen dificultades para llegar al orgasmo, que no se sienten
atractivos… y por tanto, su deseo sexual tenderá a ser menor.
Realmente, la creencia de que los hombres poseen más deseo sexual que las
mujeres tiene que ver más con la forma en la que expresamos el deseo que
con dicho deseo en sí. Una vez más, por una cuestión cultural, los hombres
son mucho más efusivos a la hora de hablar de sexo y lo hacen de forma
más explícita y pública. En cambio, las mujeres son más comedidas, no son
tan directas y lo hacen más en la intimidad.
Es frecuente escuchar a hombres hablando con otros hombres de sexo, de
sus genitales, de sus conquistas sexuales, de semen, del cuerpo de las
mujeres… Casi siempre es desde la broma, la fanfarronería y la
camaradería. Es una forma de lenguaje que crea la identidad masculina y
genera vínculos entre ellos. Esta forma de hablar tan abierta y pública crea
la sensación de que los hombres tienen más deseo sexual que las mujeres,
pero lo cierto es que el hecho de que lo expresen de ese modo no significa
necesariamente eso. Un hombre y una mujer pueden tener el mismo deseo
sexual y expresarlo de forma muy distinta, de modo que, desde fuera, no se
pueda interpretar correctamente.

La personalidad y el deseo sexual

La personalidad es otro de los grandes factores que influyen en el deseo


sexual. La personalidad es fundamentalmente algo biológico, por lo que
poco podemos hacer para cambiarla Es por ello que el deseo sexual de una
persona es modificable únicamente hasta cierto punto. Podemos trabajar los
puntos anteriores —autoestima, conocimiento y manejo de la propia
sexualidad, confianza, erotización de la vida diaria…—, pero siempre nos
encontraremos con un «tope»...y es que la personalidad de cada uno
condiciona mucho la sexualidad individual.
Una de las teorías de la personalidad más validada y aceptada dentro de la
comunidad científica de la psicología es la de los «Big Five» (los 5 grandes)
cuyas últimas formulaciones, expuestas por Lewis Goldberg en los años 90,
determinan que hay 5 grandes rasgos de personalidad con los que podemos
categorizar a las personas: apertura a la experiencia, responsabilidad,
extroversión, amabilidad y neuroticismo.
Por ejemplo, la gente más extrovertida, alegre, desinhibida, que busca
sensaciones y experiencias nuevas, suele tener más deseo sexual que la que
es más introvertida, seria, comedida, preocupada y pausada. La
personalidad que tenemos condiciona que los hábitos que sería necesario
modificar para aumentar nuestro deseo sexual, sean modificables o no. Por
supuesto, hay numerosas excepciones —pues influye mucho en esta
variable los aprendizajes vitales de cada uno—, pero la tendencia general
suele ser esa.
Suele suceder a menudo que la gente que tiene menos deseo sexual debido a
factores de la personalidad tampoco sienta un gran interés en tener más. No
suelen mostrar curiosidad acerca del sexo en general, no le encuentran
mucho atractivo al tema y no suele ser algo con demasiada relevancia en
sus vidas. Por supuesto, esto hará que sea más difícil trabajarlo (y
posiblemente innecesario).
Trabajé con un chico en la consulta que vino porque su bajo deseo sexual
estaba ocasionando problemas en su relación de pareja. Era un informático
de 28 años, un chico tímido y tranquilo, al que le gustaba mucho pasar
tiempo en casa. Me llamó mucho la atención que, cuando le pregunté por
sus aficiones, me contó que le gustaba hacer puzles, ¡creo que notó mi cara
de sorpresa! Para mí eso era algo que hacían los niños o las personas
ancianas, o algo que se hacía únicamente si estabas aburrido o atrapado en
casa por la nieve, o sin wifi. Además de descubrirme que en realidad es un
hobby más popular de lo que yo creía y quitarme un montón de prejuicios al
respecto, le pude conocer mejor a través de ello. Tenía un gran mundo
interior, le gustaba la tranquilidad y la seguridad, no era muy amigo de
probar cosas nuevas y tampoco sentía inquietud al respecto. Las
experiencias al aire libre, el contacto con otras personas o culturas, o
incluso viajar, no eran cosas que le suscitasen gran interés.
El sexo le gustaba y lo disfrutaba, pero no era algo en lo que pensase muy a
menudo ni que estuviese demasiado presente en su vida. Simplemente, no
formaba parte de sus prioridades ni de su esquema mental. Él estaba a gusto
así, pero su novia le reclamaba más frecuencia y esto causaba conflicto
entre ellos.
Trabajamos en las pocas cosas que eran modificables en sus hábitos y estilo
de vida, pero los cambios no fueron significativos. Realmente él era así y
vivía así su sexualidad: no tenía ningún problema al respecto. A veces, las
personas somos como somos y sentimos como sentimos, y no hay nada
malo en ello.
Decidí entonces trabajar con ambos la aceptación de la diferencia de su
deseo sexual. La aceptación en pareja tiene mucho que ver con dejar de
esperar cambios en el otro y, simplemente, vivir la relación y observar cómo
se sienten. Aceptar no es resignarse, ¡ni mucho menos! Aceptar que el otro
no va a cambiar nos pone en disposición de decidir si lo que tenemos nos
gusta o no, sin estar en lucha constante para que cambie. A veces, cuando
dejamos de luchar, nos sorprendemos con que podemos vivir con ello y
estar en paz. Otras, nos abre la puerta para poder irnos tranquilos.
Es importante recordar (por si aún no lo he dicho suficientes veces) que no
es mejor tener más o menos deseo sexual. Todos somos personas sexuales,
durante toda nuestra vida, independientemente de que lo expresemos más a
nivel genital, de caricias, de palabras o de gestos con nuestros seres
queridos. Lo único relevante es que estemos a gusto con el deseo sexual que
tenemos y con la forma en la que lo expresamos.
Hay personas que no están a gusto con su deseo sexual y les gustaría
sentirlo más, para disfrutar más de la sexualidad genital y el erotismo
propiamente dichos; en ese caso, se trabajarían los puntos que hemos visto
antes. Hay otras personas a las que les gustaría tener menos, pues su alto
deseo les ocasiona algunos problemas (ahí habría valorar si hay algún tipo
de adicción, pero eso no entra en este libro).

Por lo general, la gente suele estar a gusto con su deseo… hasta que existen
diferencias con la pareja, y uno de los dos tiene más ganas que el otro.

El deseo varía con el tiempo y las circunstancias

El deseo sexual fluctúa a lo largo de la vida: la edad, el momento vital en el


que nos encontramos, la pareja con la que estamos, los estudios, el trabajo,
los hijos, las responsabilidades, el duelo tras una ruptura de pareja…
Nuestro deseo sexual no es estable, al igual que nuestra vida, y va variando
con ella.
A veces, cometemos el error de esperar que nuestro deseo sea siempre igual
—y por lo general, tirando a alto—. Cuando no es así, podemos
preocuparnos y frustrarnos. Es importante reajustar nuestras expectativas al
respecto pues, de lo contrario, podemos generar un problema donde no lo
hay. Si pretendemos, por ejemplo, que nuestro deseo sea igual de alto en
situaciones vitales complicadas que cuando estamos más tranquilos, o que
no varíe de una pareja a otra, nos vamos a dar de cabezazos contra un muro.
Haz un poco de memoria y trata de puntuar, del 0 al 10, tu deseo sexual en distintos
momentos de tu vida (siendo 0 nada de deseo, y 10 el máximo de deseo). Observa
cómo ha ido fluctuando en las distintas ocasiones. En algunas personas varía más
que en otras, pero casi todo el mundo observa variaciones al respecto.

SITUACIÓN MI DESEO DE 0 A 10

Estoy soltero

Estoy enamorado y en pareja

Estoy en una pareja estable

Estoy en una pareja estable de más de 3 años

Estoy en una pareja estable de más de 5 años

Estoy en una pareja estable de más de 10 años

Estoy superando una ruptura de pareja

Estoy de exámenes

Estoy en un pico de trabajo

Acabo de tener un hijo/a

Tengo hijos pequeños

Estoy con mi pareja 1 (escribe aquí su nombre)

Estoy con mi pareja 2 (escribe aquí su nombre)

Estoy con mi pareja 3 (escribe aquí su nombre)

Estoy con una pareja con mucho deseo


Estoy con una pareja con poco deseo

Estoy con una pareja que me seduce a menudo para tener sexo

Estoy con una pareja que no me seduce a menudo para tener sexo

Tengo muchas preocupaciones

Llevo una época bastante tranquilo

Estrés y preocupaciones

Silvia trajo a su marido a consulta casi arrastras. Llevaban más de dos años
en los que apenas mantenían relaciones sexuales porque él nunca
encontraba el momento y estaba desesperada. A Gorka no le apetecía nada
venir a verme, pues lo de «contarle su vida a una extraña» le parecía un
engorro y nada natural. Además, no tenía ninguna gana de enfrentarse a lo
que le estaba sucediendo porque la situación le desbordaba, ¡es muy duro
cuando caes en ese pozo y no sabes lo que te pasa ni identificas lo que
sientes! La sensación de pérdida de control y de ir a la deriva se apodera de
uno y es tremendamente asfixiante.
El primer encuentro fue bastante infructuoso, pues apenas conseguí que
abriese la boca en toda la sesión. Ella habló sin parar y le increpaba para
que me contase «su versión de la historia» pero él estaba incomodísimo y
no sabía ni cómo empezar. Decidí tener una sesión a solas con él y la cosa
no cambió demasiado; estaba inexpresivo y contestaba únicamente con
monosílabos. Yo estaba agotada y a punto de tirar la toalla cuando, por fin,
conseguí que conectase con algo que había dicho (ni recuerdo el qué) y
comenzó a hablar.
Se sentía tremendamente perdido pues no sabía lo que le estaba sucediendo:
quería mucho a su pareja y la veía muy atractiva pero siempre le parecía un
mal momento para mantener relaciones sexuales: o estaba muy cansado, o
tenía que contestar unos emails, o iba con prisa al trabajo, o no se había
duchado, o estaban viendo una peli… Siempre le resultaba inoportuno tener
sexo, aunque las pocas veces que lo tenían lo disfrutaba mucho.
Poco a poco se fue soltando y me contó que llevaba mucho tiempo muy
estresado en el trabajo. Habían reducido la plantilla y ahora tenía
muchísima carga de trabajo. Además, su jefe se dedicaba a hacerle la vida
imposible y tenían una guerra abierta en la oficina entre ambos. También
temía que hubiese más despidos, por lo que estaba constantemente alerta y
tratando de que su rendimiento fuese excelente. Cuando llegaba a casa no
era capaz de desconectar y, cuando lo hacía, su cuerpo y su mente seguían
en tensión.
Su mujer no sabía nada de esto; sí que estaba al tanto de la rivalidad con su
jefe, pero Gorka no había querido decirle nada de los despidos para no
preocuparla. Se estaba tragando sus emociones y estaba rumiando
pensamientos sin parar. Estar así le tenía exhausto y, por supuesto, no
quedaba hueco para la sexualidad.
El estrés y las preocupaciones pueden llegar a ocuparlo todo. Si nos
invaden, el cuerpo y la mente priorizan recursos y dejan en un segundo
plano el deseo sexual. Además, si el foco de atención está puesto en
nuestros pensamientos y estamos muy adheridos a ellos, va a ser muy difícil
—por no decir imposible— que el deseo aparezca.
Por supuesto, la creencia de que los hombres tienen que tener deseo
siempre, a toda costa y sea cual sea la circunstancia, no ayuda. Si
mantenemos esa creencia te quedas sin opciones para gestionar la situación:
no hay nada que hacer. En cambio, si asumes que no eres una máquina
todopoderosa, sino un humano con sentimientos y vulnerable a las
circunstancias, podemos empezar a elaborar estrategias para afrontarlo.
Si estamos pasando por un momento transitorio de estrés o preocupaciones
—por ejemplo, un pico de trabajo, una época de exámenes, una mudanza o
un conflicto familiar—, podemos asumir que, mientras dure esa situación,
nuestro deseo sexual no estará tan presente. No es un problema que esto
suceda y debemos considerarlo como parte del funcionamiento normal del
ser humano.
En cambio, si de forma habitual estamos preocupados, con mil cosas en la
cabeza, estresados, y somos incapaces de desconectar y disfrutar, hay que
ponerse manos a la obra para aprender a gestionarlo. De lo contrario,
viviremos en un estado de tensión constante que no nos permitirá
relajarnos, despejar la mente y vivir la sexualidad de una forma placentera.
Gorka tenía varias opciones:

• Cambiar su entorno laboral: intentar mejorar la relación con su jefe,


pedir que le relevasen de algunas responsabilidades, aprender a
gestionar mejor algunas tareas para no llevarse trabajo a casa…
• Gestionar de forma más eficaz sus emociones: aceptar la
incertidumbre laboral, confrontar los miedos, asumir que tenía poco
margen de maniobra para cambiar la situación, compartir sus
preocupaciones con su pareja y amigos, meditación, deporte…
• Salir de la situación: a veces queremos sentirnos bien en situaciones
dañinas y nocivas para nosotros. Es como esperar que no nos duela si
nos pegan un puñetazo en la cara. En ocasiones lo mejor que
podemos hacer es irnos de ahí cuanto antes, en este caso, dejar el
trabajo.

Dependiendo de las circunstancias de cada uno, hay que escoger unas


estrategias u otras. En el caso de Gorka intentamos inicialmente las dos
primeras y, aunque avanzamos bastante, seguir en ese trabajo era
insostenible. Finalmente llegó a un acuerdo con la empresa para que le
arreglaran los papeles del paro y renunció a su puesto. Tuvimos que trabajar
un poco el miedo que le supuso encontrarse sin empleo por primera vez en
su vida, y más en un panorama laboral difícil en aquella época, pero poco a
poco su deseo empezó a resurgir. Rápidamente se sintió aliviado de salir de
aquel puesto de trabajo, empezó a descansar mejor y su mente dejó de estar
en estado de alerta constante. Tenía tiempo libre, su estado de ánimo mejoró
y su humor volvió a ser el que era.
Muchas veces, cuando la gente viene a la consulta a trabajar su sexualidad,
lo que trabajamos es, en realidad, otra cuestiones muy diferentes: hábitos,
estilo y filosofía de vida, la vida laboral… estos influyen tremendamente en
cómo vivimos el sexo. Al fin y al cabo, no podemos separar unos aspectos
de otros. Las personas somos un todo integrado y pretender
compartimentarnos solo nos lleva a la frustración.

Hacia dónde dirigimos el deseo

Cuando sentimos deseo sexual tenemos varias opciones para gestionarlo:

• Tener sexo con nuestra pareja.


• Masturbarnos.
• Tener sexo con alguien que no sea nuestra pareja.
• No hacer nada para satisfacer ese deseo.

El hecho de que tengamos una pareja estable o la posibilidad de tener


sexo con una pareja ocasional no significa, necesariamente, que tengamos
que dirigir nuestro deseo hacia ellas. Al deseo se le puede dar rienda suelta
de muchas formas, o no darle rienda en absoluto. En cada ocasión podemos
escoger, libremente, qué queremos hacer con él.
Cuando sentimos deseo y nos excitamos podemos querer cosas diferentes
cada vez. A veces, simplemente queremos tener un orgasmo rápido,
aliviarnos y ya. Otras, buscamos un rato de intimidad, a solas, y no
queremos tener que tener en cuenta a nadie. Otras veces preferimos un
encuentro con otra persona, en el que compartir, sentir y excitarnos junto a
alguien.

MASTURBARNOS

Por ello puede ser que, aunque tengamos opción de tener sexo en pareja,
escojamos masturbarnos. Cuando nos masturbamos solo pensamos en
nosotros y vamos a nuestro ritmo, no tenemos que conectar con nadie más
que con nosotros mismos y para algunas personas eso puede resultar más
fácil, rápido y cómodo, sobre todo cuando no buscamos recrearnos mucho y
simplemente queremos un orgasmo.
Este tema es aún muy tabú para muchas personas, pues genera celos e
inseguridades. Mucha gente considera que, si tienes pareja, ya no tienes
ganas de masturbarte, pues ella cubre todas tus necesidades. En
consecuencia, si sí tienes esa necesidad es porque algo va mal en vuestra
vida sexual.
El conflicto puede ir todavía más allá si, además de masturbarte teniendo
pareja, no te apetece mantener relaciones sexuales con ella. De hecho,
muchas discusiones de pareja empiezan porque uno ha «pillado» al otro
masturbándose cuando antes había rechazado un acercamiento.
Sé que puede resultar complicado entender una situación como la que acabo
de describir, pero la clave está en comprender que satisfacemos deseos y
necesidades muy distintos cuando tenemos sexo a solas que cuando lo
hacemos acompañados. Pueden parecerse mucho y «solaparse» en muchos
casos, pero en otras no es así.
Uno de los casos en los que sí pueden solaparse a veces es que cuando
hemos tenido sexo —ya sea a solas o en pareja—, no queremos más. Por
ejemplo, si me he masturbado esta mañana puede que no tenga ganas por la
tarde de tener relaciones sexuales. En realidad, esto suele tener que ver con
los periodos refractarios de cada uno —el tiempo que necesitamos para
recuperarnos y volver a excitarnos después de haber tenido un orgasmo— y
no tanto con que las ganas de tener sexo en pareja hayan sido satisfechas
por la masturbación.

TENER SEXO CON ALGUIEN QUE NO SEA NUESTRA


PAREJA

En ocasiones, aunque tengamos una relación de pareja estable, podemos


dirigir nuestro deseo hacia terceras personas. Es natural y humano sentir
deseo y atracción por otras personas que no sean nuestra pareja y, por
supuesto, perfectamente saludable. El que ese deseo llegue a materializarse
en un encuentro sexual con esa tercera persona dependerá del acuerdo de
exclusividad o no que tengamos con nuestra pareja —o del riesgo que
estemos dispuestos a asumir de que nos pillen si tenemos una relación
cerrada en esos términos —.
Las relaciones abiertas y el poliamor son una opción para muchas parejas
que quieren seguir disfrutando del sexo con otras personas, sin cerrarse en
una relación monógama. Otras prefieren la monogamia tradicional y
deciden no materializar el deseo de puertas afuera.

NO HACER NADA PARA SATISFACER EL DESEO

No todo el deseo sexual que sentimos se tiene que resolver, ni a solas ni en


pareja. Tendemos a pensar que hay que darle una salida al deseo, lo que
normalmente se traduce en algún tipo de práctica sexual genial que
desencadena un orgasmo.
Desear es muy bonito y placentero en sí mismo y es algo de lo que podemos
disfrutar sin necesidad de llevarlo más allá. De hecho, ni siquiera la
excitación tiene que conllevar nada más.
Es maravilloso aprender a disfrutar de ese deseo y vivirlo desde dentro,
sintiendo la energía que se produce, que nos inunda y nos activa. Desear
también nos puede hacer sentir vivos y más atractivos. Además, es una
forma de amar.
Estas tres formas de sentir deseo no tienen por qué ser excluyentes. De
hecho, bien gestionadas pueden ser enriquecedoras las unas para las otras.
Una persona que se masturba y disfruta del sexo a solas, enriquece su vida
sexual, su imaginario, y erotiza su vida diaria. Esto puede hacer que sea
más propicio que aparezca el deseo dirigido hacia la pareja.
Igualmente, el deseo que está dirigido hacia terceras personas ajenas a la
relación puede ser también nutritivo para el de la pareja. El tiempo, la rutina
y la falta de novedad asociadas a las relaciones estables puede verse
enriquecida por el deseo dirigido fuera de la pareja. Esto es una opción para
mucha gente.
Habrá veces en que el deseo no pueda expresarse de forma genital. Por
ejemplo, a veces sentiremos ganas pero no tendremos con quién, no
tendremos intimidad para ello, no tendremos tiempo, nuestra pareja no
tendrá ganas… ¡las opciones son múltiples! Otras veces, no querremos,
aunque sí exista la opción: no querremos acostarnos con alguien para no
correr el riesgo de que nos hagan daño emocionalmente, escogeremos no
acostarnos con alguien que no sea nuestra pareja, nos dará pereza el proceso
que ello conlleva seducir a alguien…
Aunque no expresemos ese deseo con contacto físico, sí podemos
expresarlo de otras formas. Si nuestro deseo está activo, lo podemos reflejar
en la forma en la que nos vestimos, andamos, hablamos con otras
personas… Se puede traducir en seguridad y confianza en uno mismo, en
actitudes positivas y alegres, en conductas de seducción, amabilidad y buen
trato…

EL DESEO SEXUAL EN PAREJA

NOCIONES BÁSICAS DEL DESEO SEXUAL EN PAREJA

EL DESEO DURANTE EL ENAMORAMIENTO

Cuando conocemos a alguien nuevo y decidimos entablar una relación,


suele ser, muchas veces, porque nos hemos enamorado. El enamoramiento
podría equipararse a un estado de enajenación mental transitoria: nuestra
percepción está alterada, solo vemos lo bonito de la otra persona (y lo
negativo lo idealizamos), nos olvidamos del resto del mundo y nos
centramos en la persona amada… Además, llegamos tarde a trabajar, y
dormir y comer dejan de ser necesarios. Estamos tremendamente felices,
todo nos parece fácil y el mundo es de color de rosa. Por supuesto, nuestro
deseo sexual está por las nubes. ¡La revolución hormonal es tremenda!
Tenemos ganas de sexo a todas horas. La atracción y el deseo que sentimos
hacia nuestra pareja son casi constantes e inevitables. Cualquier momento
es bueno para tener sexo y parece que surge de manera fácil y espontánea.
Da igual tener sueño, hambre o sed. Da igual las preocupaciones del
trabajo, la discusión con un amigo o la avería del coche. Cuando buscamos
a nuestra pareja para tener sexo, esta siempre accede con entusiasmo y
parece que esa pasión y desenfreno no se van a acabar nunca.
Pero sí se acaban. El enamoramiento dura lo que dura —por lo general,
entre 3 y 16 meses—. El cuerpo y la mente no soportan más tiempo esos
niveles de activación y de alteración hormonal, por lo que, poco a poco, se
va volviendo al estado normal. Es en ese momento cuando la relación de
pareja cambia —nos vamos acoplando a la realidad, vemos las cosas
negativas de nuestra pareja, establecemos nuevas dinámicas…— y también
cambia el sexo.
Ya no nos apetece hacerlo a todas horas, a veces rechazamos los
acercamientos que nos hacemos el uno al otro, se tienen que dar más
«condiciones» para que surja… Incluso podemos desear a otras personas
que no son nuestra pareja (cosa que algunas personas, cuando están
enamoradas, no sienten). ¿Qué está pasando? Pues que está apareciendo,
por fin, el verdadero deseo sexual de cada uno. El que tenemos de forma
individual, independientemente del amor o atracción que sintamos por
nuestra pareja.

Además de que las hormonas del enamoramiento van disminuyendo, también


desaparecen otras cosas… como la seducción. Dedicamos menos tiempo a seducir
y cultivar la pareja: somos menos detallistas, nos arreglamos menos, pasamos
menos tiempo juntos, planeamos citas menos originales… por lo que es menos
probable que el deseo sexual aparezca.

Es importante entender este proceso como algo normal y no crear un


problema donde no lo hay. Si pretendo tener el mismo deseo y la misma
frecuencia de encuentros sexuales durante toda la relación de pareja, una
vez pasado el enamoramiento, seguramente me voy a sentir muy frustrado y
voy a creer, erróneamente, que mi relación no funciona.
Eso fue lo que les pasó a Enric y a Yolanda. Llegaron a mi consulta bastante
abatidos y desesperanzados; habían acudido previamente a otras psicólogas,
pero no habían conseguido lo que buscaban y, antes de cortar la relación,
querían agotar todos los cartuchos. Era una pareja joven, de unos 30 y
pocos años, y encantadora. Se habían conocido por medio de una amiga en
común y llevaban 5 años juntos. Se querían muchísimo pero su vida sexual
se había convertido en un campo de minas y no podían más.
La presión que sentí cuando llegaron fue espantosa; a veces no puedo evitar
sentirme tremendamente responsable de asegurarme de que su relación
funcione, sobre todo cuando ves a parejas que todavía se quieren tanto y
que están deseosas de arreglar lo que les está separando.
Tras tomarme un segundo para respirar hondo y recolocar toda esa
responsabilidad en mi cabeza, escuché su historia. Al inicio de su relación,
su vida sexual fue estupenda y sin ningún problema, pero, desde hacía unos
meses, Enric había empezado a apagarse cada vez más, hasta el punto de
evitar prácticamente todos los acercamientos de Yolanda y, cuando accedía,
estaba frío y muy pasivo. Esto estaba haciendo que ella se sintiera
rechazada, poco querida y muy sola.
Estuvieron así un tiempo hasta que llegó a oídos de Yolanda que Enric
estaba contando a sus amigos en común que ya no la deseaba, que no la
veía sexy y que se fijaba sexualmente en otras mujeres. Esto desató una
crisis tremenda entre ellos en la que estuvieron a punto de separarse, hasta
que comenzaron su periplo por distintos profesionales.
Cuando les conocí, Yolanda tenía la autoestima por los suelos y Enric un
sentimiento de culpa devastador. Poco a poco fui descubriendo que para
Enric esta era su primera relación formal y que anteriormente había tenido
únicamente relaciones esporádicas sin compromiso a largo plazo. Estaba
experimentando, por primera vez, cómo era el deseo sexual en una relación
estable. Todo le estaba resultando muy novedoso y extraño y pensó,
erróneamente, que si el sexo no era «como al principio» es que era una mala
señal.
En el momento en el que empezó a notar que ya no tenía ganas a todas
horas, que no miraba a su novia con la misma lujuria que antes y que
empezaba a fantasear con otras mujeres ¡se asustó muchísimo!, pues pensó
que eso era un indicador de que su relación iba mal y que tendrían que
romper. No sabía cómo abordar esta conversación con Yolanda pues le daba
mucho miedo hacerle daño, así que decidió explicarles a sus amigos lo que
le estaba pasando. Ella se sintió tremendamente traicionada y avergonzada
cuando se enteró.
Lo cierto es que al principio yo también pensé que quizás él realmente
había perdido el interés sexual con su pareja; eso es algo que sucede con
cierta frecuencia y, aunque no suele ser plato de buen gusto, las parejas
tienden a separarse. Pero cuando hablé a solas con él pude ver claramente
que, simplemente, no estaba interpretando correctamente lo que estaba
sintiendo y viviendo. No solo él estaba confundido, sino que al expresarse
de ese modo, a Yolanda le había llegado un mensaje totalmente
distorsionado y muy doloroso para ella. Además, aunque sí deseaba a su
pareja, estaba tan atormentado por sus propios pensamientos que rechazaba
los encuentros sexuales.
Trabajé con él explicándole cómo evoluciona el deseo sexual en la mayoría
de personas cuando establecen una relación estable y monógama, y que lo
que le estaba sucediendo era perfectamente normal y saludable. Lo primero
que tenía que hacer era decidir, ahora que ya sabía cómo era tener pareja, si
este modelo de relación le gustaba o no. Aunque al principio le supuso
hacer algo de duelo el perder la idea de sexualidad que tenía en la cabeza,
una vez hubo aceptado el cambio decidió que quería continuar con Yolanda.
Después, trabajamos en que pudiese cambiar el discurso con el que se
contaba a sí mismo lo que estaba sintiendo para ajustarlo a la realidad. Una
vez hecho e interiorizado todo esto, pasamos a gestionar la enorme culpa
que sentía por haberle hecho daño a su pareja. Por supuesto, también
sanamos el dolor de ella. Tras todo este proceso tan intenso, la relación
salió muy reforzada. Hace poco me mandaron una foto de su boda, ¡se
habían casado!, y estaban muy contentos. Me sentí tremendamente
orgullosa de todo lo que habían madurado y crecido juntos y, por qué no
decirlo, de lo mucho que confiaron en mí durante todo el proceso.
Es fascinante cómo lo que sentimos se ve tremendamente afectado por la
cultura y la sociedad en la que vivimos. El ambiente nos dice qué debemos
pensar y esperar, lo que por supuesto modula el cómo nos sentimos.

Si nos hemos creído que «la llama no debe apagarse nunca» o que «si te fijas en
otra mujer es que ya no quieres a tu pareja», en el momento en el que te atrae
alguien o no buscas encuentros sexuales con la misma frecuencia, aparecen los
fantasmas de la duda.

Al fin y al cabo, no podemos pretender ser ajenos e impermeables al


entorno que nos rodea… aunque este no siempre esté en lo cierto.

Cuando uno tiene más ganas que el otro

Todas las personas tenemos un deseo sexual que es independiente de


nuestra pareja. Es el que tú tienes de por sí, por cómo eres, por cómo
erotizas tu vida diaria, por cómo te relacionas contigo mismo, con los
demás y con tu sexualidad. Es un deseo que, cuando estás en pareja,
«diriges» hacia tu pareja y disfrutas de él con ella. Deseas a tu pareja desde
tu propio deseo sexual.
Hay veces que, pasado el enamoramiento, algunas parejas tienen un deseo
sexual similar y que se activa en condiciones similares. La mayor parte de
las veces... no suele ser así. Como somos personas diferentes lo más
probable es que nuestro deseo sexual sea diferente, por lo que debemos
entenderlo como algo normal. Igual que a uno puede gustarle más la playa y
al otro la montaña, quedarse en casa o salir, con el deseo pasa lo mismo.
Cuando existen diferencias en la pareja, por ejemplo, en torno a los gustos
en ocio, negociamos y nos acoplamos al respecto —un día al cine y otro al
teatro, un verano al mar y otro a la montaña—. Con el sexo no podemos
negociar del mismo modo —si no apetece, no apetece—, pero sí veremos
maneras de seducir (que no convencer) a la pareja para que comparta
nuestro deseo.
Si uno suele tener ganas por la mañana y el otro por la noche, podemos seducir a la
pareja intentando ponerle nuestro momento favorito un poco más fácil. Por
ejemplo, si yo quiero hacerlo por la noche intentaré que nos vayamos un rato antes
de lo habitual a la cama. Si quiero hacerlo por la mañana, me levantaré primero
para preparar café, calentar la ducha o hacer el desayuno.

Es importante entender la diferencia de deseo en la pareja como algo


normal… sobre todo para evitar sentirnos tan mal. Me explico:

Muchas veces, la persona de la pareja que tiene más ganas:

• Se siente engañada: al inicio de la relación su pareja tenía más y no


entiende por qué eso ha cambiado. Se siente estafada, como si la
hubieran seducido con sexo para después quitárselo, una vez
establecida la relación. «No eres como al inicio» o «no eres la misma
persona que conocí» son reproches frecuentes.
• Se siente poco deseada: piensa que su pareja no la ve atractiva, que
ya no la desea y que no siente atracción por ella.
• Se siente poco querida: cree que su pareja ya no la quiere como al
principio, que su amor ha disminuido, y por ello no tiene tantas ganas
de sexo.
• Puede pensar que su pareja se acuesta con otra persona: a veces,
tenderá a buscar una explicación de lo que sucede en los temidos
cuernos. «Si no se acuesta conmigo, es porque tiene sexo con alguien
más, fuera de casa».

Por otro lado, la persona que tiene menos ganas puede:

• Sentirse presionada: los intentos de seducción de su pareja le harán


sentir mucha presión y, si son continuados en el tiempo, incluso
rechazo.
• Acceder a tener sexo sin ganas: por miedo a no complacer a su
pareja. De ese modo, lo único que conseguirá es sentir aún menos
ganas, pues los encuentros sexuales no serán demasiado satisfactorios
y eso le generará mucha insatisfacción —y pocas ganas de volver a
repetir la experiencia.
• Tener miedo a que su pareja se acueste con otra: «si no le doy lo
que quiere, lo buscará en otra persona».
• Tener miedo a que su pareja la deje: El temor a decepcionar a su
pareja y a que esta se encuentre insatisfecha a su lado puede despertar
el miedo al abandono.

Si eres hombre y tienes más ganas que tu pareja mujer parece «lo
normal». Culturalmente se entiende que eso suele ser así y, muchas veces,
se acepta bastante bien, aunque pueda generar algún desajuste en la
relación. Pero que sea él quien tiene menos ganas que ella suele causar,
como poco, sorpresa y desconcierto.
La masculinidad de él puede verse cuestionada, tanto por él mismo como
por su pareja. Por supuesto, también por el entorno próximo que conozca
este hecho. Ella, incluso, puede ver cómo su autoestima se ve seriamente
afectada si se cree el topicazo de que los hombres siempre tienen que tener
ganas y, si no es así, es porque ella no es lo suficientemente atractiva o
deseable para él.
Por ello, es fundamental que ambos entiendan que el deseo sexual de cada
uno es de uno mismo, y no depende, casi nunca, de la pareja. De este modo,
la autoestima no se verá afectada y no aparecerán los temores al abandono o
a la infidelidad. Me podrá gustar más o menos el deseo sexual que tiene mi
pareja, estaré más o menos satisfecho/a con ello… pero no creeré que es
porque no me quiere o no me encuentra atractivo/a. Pero ojo: si las
diferencias de deseo entre ambos son tan grandes que nos producen mucho
malestar e insatisfacción, es legítimo plantearse la separación. Es un motivo
tan válido como cualquier otro para valorar la compatibilidad de una pareja.
Del mismo modo que si no tenemos ninguna afición en común, tenemos
ideas políticas dispares o uno quiere tener hijos y el otro no, podríamos
plantear la separación.
A Carlos y Laura la diferencia de deseo les estaba costando la relación. Llevaban 20
años juntos y 3 hijos en común cuando llegaron a mi consulta. Tenían muy buena
relación entre ellos, se entendían muy bien en la logística doméstica y su situación
económica era buena. Aunque él viajaba mucho por trabajo, conseguían manejar su
vida familiar, social y de pareja bastante bien. El problema era que, de siempre,
Carlos había tenido mucho más interés en el sexo que ella. Su deseo era casi diario, le
encantaba leer y aprender cosas sobre sexualidad, curioseaba mucho en internet
sobre el tema… En cambio, para Laura no era algo tan importante, y mucho menos
desde que habían empezado a tener hijos. Ella estaba muy centrada en la crianza,
cosa de la que disfrutaba mucho, y quería exprimir al máximo la experiencia.

Las discusiones aparecían, más o menos, cada 2 semanas: Carlos se


cansaba del desinterés de Laura, empezaba a rumiar su enfado y
descontento y se encerraba en sí mismo, castigándola con el silencio y la
indiferencia. Entonces, pasaba 2 o 3 días sin apenas dirigirle la palabra,
mientras ella intentaba ignorar este hecho y seguir con su vida. Al final, ella
accedía a tener relaciones sexuales «para que se le quitase el enfado» y que
todo volviese a la normalidad. Por supuesto, esto estaba pasándoles factura
y haciendo mella en su relación.
Carlos había venido a un par de sesiones conmigo en los últimos 3 años
para consultarme la situación y, aunque ya le había explicado que no
podíamos hacer nada si ella no tenía interés en modificar su deseo sexual, al
final consiguió convencerla para que viniese a la consulta conmigo.
Rápidamente confirmé que el único motivo por el que ella accedía a venir
era porque quería que esas discusiones y días de silencio acabasen, no
porque quisiese mejorar su deseo sexual.
Trabajé varias sesiones con ellos intentando hacerles comprender la
situación que estaban viviendo, pero los dos estaban bastante obcecados y
no conseguían salir del bucle en el que estaban metidos y ver todo esto
desde otra perspectiva. Al final, tuve una sesión bastante dura e intensa con
ellos en la que les confronté muy directamente la situación: el problema no
lo tenía Laura por tener poco deseo; lo tenía Carlos, porque no tenía la vida
sexual que le gustaría tener. El problema que Laura tenía era que, 2 veces al
mes, tenía que soportar varios días de castigo silencioso y acceder a
mantener relaciones sexuales sin ganas para calmar los ánimos de él.
Como al informático amante de los puzles del que hablábamos antes, les
planteé la aceptación de la situación: ambos tenían ideas muy distintas
sobre la vida sexual y eso podría ser motivo de incompatibilidad para la
relación de pareja. Tenían que averiguar si serían capaces de asumir esa
diferencia entre ellos y dejar de luchar para cambiarla. Solo de ese modo
podrían disfrutar de la relación y vivir en paz. Si no, la mejor opción sería
separarse.
Para Carlos era imposible aceptar la idea de que Laura no sintiese el mismo
deseo que él. Para ambos, también era impensable perder la estructura
familiar y económica que habían construido. Tras darles un par de meses de
reflexión, les animé a volver a otra sesión para seguir trabajando, pero
decidieron no volver y quedarse como estaban. Quizás para ellos la
aceptación consistía en asumir que él iba a estar insatisfecho el resto de su
vida y, para ella, que tendría que aguantar su mal humor y tener sexo a
desgana de forma periódica para sostener el resto de facetas de su vida que
sí les gustaban.
Cuando me acuerdo de ellos quiero creer que, efectivamente, llegaron a un
punto de aceptación, y no de resignación. Todas las relaciones tienen partes
feas y desagradables; ojalá consiguieran suavizar las suyas al máximo.
He de reconocer que no siempre es fácil no juzgar las decisiones que toman
mis pacientes. A veces me gustaría «guiarlos hacia el camino que YO
considero adecuado», pero ¿qué es lo adecuado? Cada persona tiene su
vida, sus circunstancias, sus necesidades, sus miedos, sus valores… y todo
ello dentro de un momento vital concreto. Las psicólogas, por mucho que
lleguemos a conocerlos y a profundizar en ellos, no podemos jugar a ser
adivinas ni jueces. Son ellos mismos los deben decidir y nosotras darles las
mejores herramientas que sepamos para que puedan tomar dichas
decisiones.

Hay algunas veces —las menos— en las que el deseo sexual de uno de los dos
puede disminuir a causa del otro: si la pareja ha cambiado drásticamente de
aspecto —ha engordado o adelgazado, o ha hecho un cambio importante de look
—, descuida su higiene y aseo personal, no presta atención a las necesidades
emocionales de la pareja, desatiende el buen trato y no seduce de manera activa, el
deseo sexual de la persona puede disminuir.
PENSAMIENTOS Y CONDUCTAS OBSESIVAS

Hay veces que cuando un hombre tiene más deseo sexual que su pareja
puede llegar a obsesionarse con el tema. Dedica mucho tiempo, energía y
atención en intentar cambiar la situación y, a veces, se convierte en
«monotema».

• Dedica horas y horas del día a buscar información que le ayude a que
su mujer tenga más ganas.
• Acude a talleres y a terapia para aprender trucos para estimularla
mejor.
• Está constantemente prestando atención a las «señales» que le
indiquen que ella pueda tener ganas o estar receptiva.
• Elabora escenarios complejos para conseguir que ella acceda (reserva
noches de hotel, regala lencería y juguetes, etc.).
• Dedica mucho tiempo a buscar vídeos porno, relatos eróticos,
imágenes, cómics… que satisfagan sus fantasías.
• Intenta una y otra vez acercamientos, aunque ella le haya dicho que
no.
• Le plantea ir a terapia.
• Inicia conversaciones sobre el tema una y otra vez.
• Discuten y se enfadan de forma periódica.

Muchas veces esto también coincide con que son hombres que no tienen
más cosas que les hagan sentir bien y su único refuerzo es su pareja y el
sexo. Es frecuente que no tengan amistades, hobbies o proyectos fuera del
trabajo o la pareja. Esto es un caldo de cultivo perfecto para los
pensamientos obsesivos, pues se focalizan en un punto —la carencia de
sexo percibida— y tratan de solucionarlo a toda costa.
Cuando tenemos un problema o algo que nos importa, dedicamos tiempo y
recursos para resolverlo. Hay veces que, cuando no podemos resolverlo —
como en este caso, porque no sé cómo hacerlo o porque no depende de mí
—, puedo caer en el bucle de estar pensando todo el día en ello y acabar
teniendo pensamientos y conductas obsesivas al respecto.
El focalizarse tanto en ello hace que aumente exponencialmente su
malestar. Además, consiguen lo contrario a lo que pretenden: que ella se
aleje aún más y que rechace radicalmente el sexo.

Cuando un hombre tiene más deseo que su pareja e intenta convencerla y seducirla
para tener sexo de forma constante suele provocar el siguiente efecto:

• Genera sensación de rechazo en ella.


• Se muestra demasiado disponible —lo cual afecta negativamente
al deseo de ella.
• Se muestra «necesitado», lo que no suele resultar agradable.
• Puede perder atractivo a ojos de ella.
• Presiona y acosa a su pareja.

Es fundamental trabajar con ellos los pensamientos obsesivos para reducir


su malestar y el de sus parejas. Suele ser necesario también fomentar otras
formas de ocio fuera de la relación de pareja que les sirvan como estímulo y
fuente de bienestar. Una vez hecho esto, sintiéndose en otro lugar y con otra
perspectiva, y con menos ansiedad, podemos trabajar la aceptación para,
después, valorar qué opciones tienen en la relación de pareja.

Deseo sexual reactivo

Hay algunas personas que solo sienten deseo sexual cuando su pareja las
seduce o las estimula de algún modo. Si su pareja se les acerca de forma
sugerente, las besa con pasión, les acaricia el cuello o les mete mano…
pueden encenderse, sentir deseo y disfrutar de un encuentro sexual muy
satisfactorio. En cambio, el resto del tiempo no sienten deseo sexual.
Pueden olvidarse del sexo durante mucho tiempo, no pensar en ello y no
echarlo de menos. Lo que a estas personas les enciende es que su pareja las
busque y estimule. No fantasean, no erotizan su vida diaria, no piensan en
sexo, no estimulan su mente ni su cuerpo de forma erótica… el único
estímulo sexual que tienen es su pareja.
Esto puede llegar a ser muy frustrante para la pareja. Las quejas
fundamentales suelen ser las de «siempre tengo que empezar yo» o «es que
nunca me buscas para tener sexo». Pueden llegar a sentirse poco queridas,
poco atractivas o poco deseable sexualmente.
Igual que antes, cuando hablábamos de lo que sucede cuando uno de los dos
tiene menos ganas que el otro, es fundamental entender que el deseo sexual
de cada uno funciona de manera distinta. A cada persona le encienden unas
cosas, y no por ello ama más o menos, o encuentra a su pareja más o menos
atractiva. Simplemente, los mecanismos por los que funcionamos son
distintos.

Una de las grandes falacias en el sexo es la de que los dos miembros de la pareja
tienen que tener el mismo deseo sexual: con la misma frecuencia, en los mismos
momentos y en las mismas situaciones. A esto se le añade también la de que
ambos deben buscar e iniciar los encuentros sexuales de forma «equitativa» —el
mismo número de veces cada uno—. Realmente, no tiene más valor un encuentro
sexual dependiendo de quién de los dos lo haya iniciado. Tampoco va a ser más
placentero o satisfactorio.

¿Qué más da quién lo inicie, si el otro accede con ganas al encuentro? Es


común la creencia de que «si tengo que pedirlo, ya no me vale» o que «es
mejor que salga de ti» (de hecho, a veces eso lo llevamos al terreno de las
relaciones personales, no se limita solo a lo sexual propiamente dicho).
Cada persona funciona de una forma distinta y a cada uno nos activan y
mueven estímulos distintos. No por ello tiene más o menos valor una cosa u
otra. Por supuesto, a todos nos resulta muy agradable que la otra persona
nos busque y nos desee de forma más activa. Nos sentimos halagados,
queridos y deseados. Una vez más, debemos valorar la importancia que
tiene para nosotros el que nuestra pareja inicie los encuentros sexuales…
pero debemos hacerlo desde la certeza de que no es más valioso, no nos
quiere más y no nos encuentra más atractivos si lo hace.
Si eres tú el que tiene menos deseo que tu pareja, o el que necesita que sea
la otra persona la que inicie los encuentros sexuales, será fundamental que
puedas transmitirle todo esto. Muchas veces las mujeres tienen interiorizada
esa idea de que el hombre siempre tiene más deseo sexual que ellas y que
siempre está «dispuesto». Si no es así, pueden tender a culparse a sí mismas
(la culpa ha sido la gran compañera de las mujeres a lo largo de la historia):
«no me encuentra atractiva», «no me quiere», «prefiere a otras», «no soy
suficiente» son algunos de los auto-mensajes más frecuentes.
Rafa era uno de estos hombres con un deseo sexual reactivo. Él realmente disfrutaba
de los encuentros sexuales, pero su mujer era la que iniciaba siempre los encuentros.
Él podía pasarse semanas sin acordarse del tema pero, cuando ella se acercaba,
solía reaccionar positivamente. En el caso de esta pareja, esto no suponía ningún
conflicto; al principio a ella le preocupó que él no tomase la iniciativa pero, cuando
comprendió que su deseo se activaba de forma diferente al de ella, le dio la vuelta a
la tortilla: lejos de sentirse poco querida y deseada, se sintió fuerte y poderosa por ser
capaz de despertar en su pareja las ganas de sexo a voluntad, erotizando
enormemente la dinámica que ambos mantenían.

LA erótica de la conquista

El deseo sexual puede ser tremendamente dependiente de la novedad, la


variedad de estímulos y la no disponibilidad de los mismos para mucha
gente. Del mismo modo, lo rutinario y lo conocido pueden ser grandes
enemigos de la libido.
La conquista de la mujer más atractiva, más inaccesible y menos disponible
puede ser un afrodisíaco tremendo. Seducir a alguien «de alto valor» en este
sentido puede suponer todo un reto muy estimulante. También el hecho de
que, simplemente, sea alguien nuevo y desconocido, resultará muy tentador.
Muchas veces el deseo sexual funciona con las mismas leyes del mercado.
Lo que tiene más valor es lo que está menos disponible, de lo que hay
menos unidades, lo más caro, lo más exclusivo y lo más difícil de
conseguir. Son de sobra conocidas las enormes colas que se forman para
conseguir el carísimo y ultimísimo modelo de smartphone, días antes de
que este salga a la venta. ¿Qué sentido tiene tenerlo primero? Si días
después puedes tener lo mismo, de forma más cómoda, sin pasar penurias y
seguramente con algún descuento. Pero para muchas personas conseguir
eso tiene un gran valor. Con el sexo, a veces, se produce el mismo efecto.
Hay que tener en cuenta que en la etapa de seducción las emociones son
muy potentes, mucho más que en cualquier otra etapa de las relaciones.
Estamos de «subidón» constante mientras nos conocemos, mostramos
nuestra mejor faceta, hacemos los planes más interesantes y nos
sorprendemos constantemente. Cuando se acaba la novedad y la seducción
ya se ha «completado», las emociones se equilibran y el «subidón» va
desapareciendo, los planes que hacemos son menos estimulantes,
mostramos otras facetas nuestras no tan atractivas...
Además, la conquista y la seducción son un «chute» de autoestima. Cuando
seducimos a alguien nuestro ego puede inflarse como un globo y hacer que
nos sentimos maravillosamente bien, llenos de seguridad, confianza y amor
propio. Esto puede generar cierto enganche en algunas personas.
Si nos acostumbramos al chute de autoestima y al subidón de emociones de
la etapa de seducción podemos generar habituación y, por tanto, que dejen
de resultarnos atractivas las mujeres que ya conocemos y que están
disponibles para nosotros. Además, dejamos de darle valor a lo que es fácil,
cómodo y sencillo.
El problema puede venir cuando únicamente sentimos deseo por una mujer
nueva y, cuando esta se convierte en «habitual»... perdamos el interés una y
otra vez. Sobre todo si nuestro deseo es el de conocer a alguien para tener
una relación estable. Esto le está sucediendo a mi amigo Javier. Hace unos
años sufrió un desengaño amoroso que le hizo mucho daño y decidió
alejarse de las relaciones estables, centrándose en las esporádicas. Javier es
un chico muy atractivo y con grandes dotes para la seducción: sabe cómo
hablar, qué decir en cada momento, cómo moverse, cómo actuar… tiene
perfectamente estudiada su estrategia y disfruta con ella. Ha pasado mucho
tiempo ligando con muchas mujeres, saliendo de fiesta, teniendo «rollos de
una noche» y disfrutando del sexo ocasional. Ahora, una vez superada la
ruptura, le apetecería tener pareja, pero se está encontrando con el problema
de que, aunque conoce a chicas fabulosas, muy interesantes y compatibles
con él… se aburre sexualmente con ellas pasadas las primeras semanas. Al
final, acaba evitando las situaciones en las que se podría dar un encuentro
sexual (no las invita a su casa, pone excusas para no ir a las suyas, se va de
la cita con cualquier pretexto…) hasta que, finalmente, rompe con ellas.
La autoestima de Javier ha estado, durante muchos años, muy basada en su
capacidad de conquista: las etiquetas de ser «el más ligón del grupo», el que
«puede conseguir a la que quiera», el que «está siempre con las tías más
buenas» han sido su seña de identidad. Además, el ambiente de la noche
tiende a fomentar, promover y dar mucho valor a ese tipo de cuestiones, por
lo que recibía mucho refuerzo del entorno. Ahora, tiene que construir su
autoestima en base a otras cuestiones y contarse otro relato sobre quién es
él. Al final, aunque es un chico cariñoso, leal y muy talentoso en su trabajo,
la faceta de «ligón» ha eclipsado todo.
Suele resultar muy útil, por lo que he visto con otros chicos en su situación,
puede resultar muy útil trabajar la autoestima para construir otra imagen de
sí mismo y potenciar los puentes fuertes que ya tiene. Además, sería
necesario promover otro tipo de ocio —él tiende a centrarse mucho en el
nocturno— para desarrollar otras facetas, conocer otras formas de divertirse
y ver gente con otras formas de relacionarse, con otros valores que
promueven y erotizan los cuidados y los vínculos duraderos.

El miedo a la ejecución

Ya hemos hablado de la enorme presión a la que los hombres se ven


sometidos en la cama: ser buen amante, tenerla grande, durar mucho,
tenerla siempre dura… Para algunos, la presión es tan grande que les afecta
al deseo sexual.
¿Cómo vas a tener ganas si te sientes constantemente a prueba? Como en un
examen en el que tienes que sacar nota para medir tu virilidad. Además, el
éxito del encuentro sexual depende de que tu pene «funcione» y eso no es
algo que se pueda hacer a voluntad.
Si encima has tenido malas experiencias al respecto y temas que se vuelvan
a repetir, la anticipación de las consecuencias negativas de tener un
encuentro sexual harán que el sexo se vuelva poco apetecible.
Mi amigo Guille lo pasó fatal con esto. Su novia le dejó, conoció a otra
chica y se le bajó la erección en plena faena: hacía mucho que no estaba con
nadie que no fuese su expareja y los nervios le traicionaron. En vez de
entenderlo como algo normal, se asustó mucho. Un día quedamos en una
terraza a tomar algo y lo estuvimos hablando:
—Ya no tengo ni ganas —me dijo—. Solo de pensar en conocer a otra tía y follar me
entra una angustia que no veas. Me paralizo, no puedo hablar con ella.
—Hombre, pero si la acabas de conocer, ¿ya estás pensando en acostarte con ella?
—le respondí—. ¡Si todavía no sabes si te gusta, ni os habéis besado ni nada!
—Ya, ya, lo sé, pero no puedo evitarlo. Es que lo paso tan mal prefiero evitarlo, de
verdad.
—¡¡Pero no vas a estar siempre así, sin conocer a nadie!!
—Pues no sé qué decirte, quizás solo funciono con mi ex y ya está. Me da rabia
porque algún día me gustaría volver a tener pareja, pero si ya no tengo ni ganas de
echar un polvo, lo veo difícil.

La anticipación del fracaso puede paralizarnos por completo ¡el miedo es


muy poderoso! Pues no hace falta que esté sucediendo en realidad para que
nos sintamos como si estuviese pasando ahora; basta con que yo lo reviva
en mi mente.
Hay veces en las que me gustaría tener una varita mágica para poder quitar
de golpe todo ese sufrimiento; sería una varita que borraría de la mente
todos esos «deberías» y «tendrías» y permitiría a los hombres vivir su
sexualidad más allá de su pene.
—¡Anda, anda, cómo vas a funcionar solo con tu ex! A ver, date tiempo, cuando te
acuestas con alguien nuevo siempre hay nervios y las cosas no son muy fluidas, eso
nos pasa a todos, ¡hasta a mí! A ver si te vas a creer tú que eres el único que quiere
quedar guay cuando conoces a alguien que te mola. Yo seré muy sexóloga y todo lo
que tú quieras, pero también me pongo nerviosa y hago muchas absurdeces cuando
le quiero gustar a un tío.
—¡Habría que verte a ti! —se rio—. ¡Menudo espectáculo!
—Bueno, majo, ¡no te pases! —me reí también y le golpeé el brazo—.
—Tía, en serio, ¿qué hago? Es que solo de pensarlo me da algo y claro, cuando estoy
en situación… pues la lío.
—Pues chico, te lías tú solito… Si se te baja o te corres rápido, le comes el coño y listo
¡si ya está todo inventao! Tú, cero presión, y ella más contenta que unas pascuas. No
veo el problema, de verdad.
—Ya, pero eso lo dices porque tú eres psicóloga, pero el resto de las tías no opinará
como tú ni será tan comprensiva —me respondió.
—Bueno, claro, a ver, alguna habrá que se ralle o que no le mole, pero esas tías
tampoco te interesan, ¿no? Es decir, que si no son capaces de respetar los ritmos de
cada uno y la muchacha es coitoncéntrica perdida… pues pasando.

Una vez más, la anticipación de «lo que tiene que suceder» supone un
impedimento para el disfrute de la sexualidad. Recordemos que el sexo es
placer y disfrute, únicamente. Cuando nuestra cabeza va por delante de lo
que realmente está sucediendo estamos más centrados en nuestros
pensamientos que en el placer, pues no estamos en el momento. De ese
modo, es imposible que nuestro cuerpo reaccione bien.

EL DESEO SEXUAL EN PAREJA ESTABLE DE LARGA


DURACIÓN

«EL GUION», UN GRAN ENEMIGO DEL DESEO

En la introducción hablaba del «guion», ese patrón que la cultura nos


impone y que tendemos a seguir en muchos casos. Comentábamos que en
ese guion hay dos elementos que son fundamentales: la penetración y el
orgasmo. Esos dos elementos son los que nos sirven de guía para calificar
un encuentro sexual de placentero, exitoso y completo. Si alguno de los dos
falta… podemos pensar que el encuentro no ha sido del todo válido.
Este guion puede resultarnos útil en algunas situaciones —por ejemplo,
cuando estamos conociendo a alguien nuevo—. Incluso puede resultar muy
placentero para algunas personas. El problema es que este guion puede no
ser tan placentero para mucha gente y, además, puede limitarnos mucho la
vida sexual.
En cuanto al deseo se refiere, que es lo que tratamos en este capítulo, el
guion puede interferir enormemente
Por un lado, si eres una de esas personas a las que el guion no les resulta
demasiado placentero o excitante… lo más probable es que tu deseo sexual
disminuya ante la perspectiva de un encuentro sexual poco placentero.
Lógicamente.
Por otro lado, el guion hace que los encuentros sexuales sean casi siempre
bastante parecidos, rutinarios y predecibles. Eso puede convertirlos en
aburridos, pues elimina casi por completo el factor de la novedad, la
espontaneidad y la sorpresa, grandes alicientes para el deseo.
Hay otra cosa que sucede cuando pretendemos que el guion sea lo que rija
nuestra vida sexual… y es que la presión por cumplir una serie de requisitos
mate el deseo. Si cada vez que mi pareja me besa con pasión eso significa
que tenemos que acabar echando un polvo, es probable que mi deseo
disminuya. Si cada beso o caricia más íntima significa que me tengo que
excitar, tener una erección, hacer que ella se excite, tener los mal llamados
preliminares, metérsela, tener un orgasmo y hacer que lo tenga ella…
seguramente me dé una pereza tremenda. Y más si sé cómo se va a
desarrollar todo, paso a paso.
Esto puede hacerse aún más complicado si, además, estoy cansado,
estresado, con mil cosas en la cabeza, hambriento, enfadado… Si mi cuerpo
y mi mente no están para nada en modo erótico, el anticipar todo lo que se
supone que tiene que pasar, obligatoriamente, para tener un encuentro
sexual que se pueda clasificar como satisfactorio… me puede echar para
atrás.
Por todo esto, suele resultar muy útil cambiar el modelo de sexualidad que
tenemos tan interiorizado… y deconstruirlo. Para ello, lo primero es hacer
consciente qué es lo que realmente me gusta en la cama, qué es lo que
quiero hacer y hasta dónde quiero llegar cada vez. Cada día, cada momento
y con cada persona me siento de manera distinta y, por tanto, los encuentros
sexuales no deberían ser los mismos. Si un día estoy cansado, a lo mejor no
me apetece tener un orgasmo… pero sí me apetece acariciarme y excitarme
con mi pareja. Con una persona me puede gustar mucho masturbarnos…
pero a lo mejor no tanto con otra. Si estoy conociendo a alguien nuevo, a lo
mejor no me apetece tener sexo oral… pero sí penetración.
Es importante hacer consciente qué es lo que me apetece cada vez y, sobre
todo, permitirme no cumplir con el guion cuando no me apetezca, sin
sentirme mal por ello. Nadie, y cuando digo nadie es nadie, encaja en ese
guion a la perfección siempre y en todas las ocasiones. A veces nos
podemos sentir cómodos y satisfechos con él, pero lo más probable es que
no encajemos en él una gran parte de las veces. El problema es que mucha
gente se siente un bicho raro por no encajar ahí, y piensa que es el único al
que le pasa. Por tanto, nos callamos y no lo expresamos.
Curiosamente, cuando nos permitimos hacer en la cama únicamente lo que
queremos, sin seguir ninguna pauta preestablecida, y comunicamos nuestros
deseos a nuestras parejas, estas suelen reaccionar muy bien, con
comprensión y apoyo. Es más, les solemos abrir la puerta a que ellas
puedan contarnos también lo que les apetece, con libertad y sin miedos,
sabiendo y asumiendo que somos personas distintas, con deseos distintos y
que, si hablamos de ellos, podremos coordinarnos mejor y crear el
encuentro sexual que ambos deseamos.
Por supuesto, alguna vez no obtendremos la respuesta que queremos, o no
seremos capaces de comunicarnos y seducirnos para crear un encuentro
sexual satisfactorio para los dos. En esos casos, a lo mejor cada uno ¡puede
irse por su lado! Suele ser mejor no tener sexo… que tener un sexo poco
placentero, sintiéndose obligado o presionado a cumplir unas expectativas.
Cada vez que tenemos sexo aburrido, por cumplir o porque «toca», se
genera un recuerdo en nuestro cuerpo y en nuestra mente que hará que en el
futuro nos apetezca menos repetir la experiencia y, poco a poco, el sexo se
vaya convirtiendo en algo cada vez menos apetecible.
Tanto vosotros los hombres como nosotras podemos sentir los efectos
negativos del guion en el deseo sexual. Conocer el guion y sus efectos nos
ayudará a comprendernos mejor, mejorar la dinámica de la relación y a
seducir a la pareja con mejores resultados. Trabajé con una pareja en la que
era él quien tenía menos deseo sexual que ella. Ella erotizaba mucho su
vida diaria: se sentía atractiva, era muy fan de la literatura erótica, se
cuidaba mucho… él, por el contrario, trabajaba demasiado, no le gustaba su
cuerpo y no dedicaba prácticamente nada de tiempo al hedonismo. Ella se
esforzaba, con la mejor de sus intenciones, en seducirle… pero conseguía el
efecto contrario al deseado: cada vez que él la veía andar por casa con
lencería fina, encendiendo velas y abriendo una botella de vino... ¡él sentía
una presión tremenda y encontraba cualquier excusa para irse de casa! Para
él, todo este despliegue de seducción significaba que había que echar un
polvo con su consiguiente penetración y orgasmo. Y le daba una pereza
horrible.
Cuando esta pareja cambió su dinámica de relaciones sexuales y el hecho
de estar desnudos, ponerse ropa bonita, encender velas o acariciarse dejó de
implicar que, necesariamente, tuviesen que acabar echando un polvo,
mejoró todo mucho. Aumentó el contacto físico entre ellos, los encuentros
sexuales se volvieron mucho menos rutinarios y no se sentían obligados a
tener siempre contacto genital, penetración u orgasmo.
Una de las cosas maravillosas que suceden cuando quitas el guion de en
medio es que aumentan las relaciones sexuales: he de decir que me resulta
fascinante a la par que gracioso el que los seres humanos nos comportemos
todos de manera tan parecida y predecible. Lo que más me divierte es que,
cuando mis pacientes me están contando su historia y les acabo la frase
diciéndoles lo que sienten o lo que hicieron en una determinada situación,
se sorprenden muchísimo, como si les estuviese leyendo la mente. Me
encantaría tener ese poder, pero en realidad es que he oído esas historias
una y otra vez.
Una situación que se repite constantemente es aquella en la que ella se
acerca a besarle y acariarle con intención de tener sexo y él, si no tiene
ganas, rechaza el beso y las caricias para evitar «que la cosa vaya a más».
La cuestión es que si ella tiene (vamos a cuantificar esto para simplificar y
entendernos) un deseo sexual de nivel 7 y él de nivel 0, la expectativa de
ella le va a suponer muchísima presión y, por tanto, va a tratar de evitarlo a
toda costa. En cambio, si quitamos el guion de en medio y el hecho de que
ella esté en 7 y le bese acaloradamente no implica más que un beso, él
puede disfrutar de ese beso —que no supone ninguna presión— y quizás
ese beso le haga subir hasta un 2 o un 3. Quizás en ese 3 le apetezcan otro
tipo de caricias más íntimas, que le lleven a un 5… y así hasta llegar a un
10. También se puede dar el caso de que no suba más de un 2 o un 3, pero si
se queda ahí habrán disfrutado de un beso maravilloso, ¡que también es un
encuentro sexual!

Novedad, disponibilidad y rutina

Cuando estamos en una relación estable y monógama la novedad va


desapareciendo a la vez que la rutina se impone. Mantenemos sexo siempre
con la misma persona, adquirimos un cierto guion en los encuentros
sexuales, nos conocemos bastante bien el uno al otro… Si a eso le sumamos
que, con el tiempo, dedicamos menos tiempo a la seducción, los encuentros
sexuales pueden hacerse menos interesantes.
Puede suponer también un problema si esperamos que ese subidón de
emociones y autoestima se mantengan eternamente y no aceptamos que
forman parte del proceso transitorio que es el enamoramiento. A veces
podemos pensar que «hay un problema» en mi relación si el deseo o
atracción disminuye pasado un tiempo… en vez de aceptarlo como algo
normal, como vimos en un caso anteriormente.
Es importante aprender a erotizar lo conocido y a disfrutar de las ventajas
que tiene mantener relaciones sexuales con alguien con el que tenemos
confianza, podemos ser nosotros mismos y nos permite soltarnos y
desinhibirnos. Con alguien nuevo no solemos tener tanta ocasión de
explorar, probar cosas nuevas y hacerlo en confianza (aunque solo sea
porque no nos hemos visto tantas veces) y nos limitamos a «lo básico», a
seguir el guion del que ya hemos hablado.
Cuando llevamos entre 1 y 4 meses de relación suele ser cuando más deseo
hay: todo es novedoso y emocionante, ya hemos cogido la suficiente
confianza como para relajarnos y desinhibirnos, queremos jugar y probar
cosas nuevas, dedicamos mucho tiempo y energía a la seducción… Si
además nos hemos enamorado, las hormonas hacen su papel y mantienen la
libido por las nubes.
Cuando formalizamos una relación y ya llevamos un tiempo juntos,
establecemos nuestro propio guion y unos roles, tanto en la cama como
fuera de ella. Es por ello que a veces nos puede resultar incómodo e incluso
vergonzoso probar cosas nuevas en pareja. Salirnos del guion hace que nos
mostremos de otra manera y salirnos del rol ya establecido puede no ser tan
fácil, ya sea por miedo al rechazo o por pudor. Suele ayudar mucho exponer
abiertamente esta dificultad a la pareja para, de ese modo, permitirnos
mostrarnos en otras facetas, pedir otras formas de estimulación, realizar
nuevas fantasías…
Debemos recordar que, cuando estamos en una relación, la disponibilidad
no debe darse por sentada. Es decir, no nos creamos que nuestra pareja va a
estar ahí siempre, pase lo que pase, y que va a seguir sintiéndose atraída por
nosotros independientemente de lo que hagamos. La seducción debe darse a
diario. Hay que «ligarse» a la pareja todos los días (o al menos, muchos
días). Una de las cosas fabulosas que tiene estar en pareja es que uno puede
relajarse en la seducción y saber que la pareja ya te quiere; eso es genial,
siempre y cuando no lo llevemos al extremo y dejemos de cuidar… y
cuidarnos.

En las relaciones de largo recorrido suele funcionar muy bien jugar a que nos
acabamos de conocer durante un día. ¿Cómo me vestiría si nos acabásemos de
conocer? ¿Llevaría esta ropa? ¿Cómo planearía la cita? ¿Cómo estaría mi casa si la
invitase a cenar? ¿De qué hablaría con ella? De este modo nos acordamos de
seducir, mostrar nuestra mejor cara y cuidar la relación

La fusión

Otra de las cosas que sucede con frecuencia cuando estamos en una relación
de pareja estable y monógama es que tendemos a acomodarnos en el resto
de facetas de nuestra vida y nos recluimos en la vida en pareja. Dejamos de
hacer las cosas que nos gustan, de ver a los amigos o, incluso, apartamos a
un lado nuestros sueños a nivel laboral. Esto hace que dejemos de resultar
interesantes a los ojos de nuestra pareja (y a los nuestros propios) y que,
además, resultemos demasiado disponibles y accesibles.
Además, se pierden unos de los momentos en los que vemos más atractiva a
nuestra pareja: cuando la vemos hacer algo que le fascina y se le da bien.
Ver a nuestra pareja practicando un hobby o una habilidad en la que es una
experta, desenvolviéndose con su grupo de amigos o brillando en su trabajo
es muy seductor. Nos atraen las personas seguras de sí mismas y a las que
admiramos. Admirar a la pareja es un factor muy importante para el deseo,
por lo que es fundamental que sigamos desarrollándonos y creciendo para
alimentar el deseo sexual.
Trabajé unos meses con una pareja a la que aún recuerdo con mucho cariño.
Se habían conocido en la universidad y llevaban más de 20 años juntos.
Tenían muy buena relación, la convivencia era muy buena y tenían mucho
en común: habían estudiado la misma carrera, los dos practicaban los
mismos deportes y les gustaba mucho viajar juntos. Además, los dos eran
bastante tímidos y tendían a socializar muy poco y, cuando lo hacían, lo
hacían juntos.
Durante todos estos años habían madurado y crecido juntos. Tan juntos que no
sabías dónde empezaba el uno y acaba el otro. Lo compartían todo, tomaban todas
las decisiones en pareja, el ocio era el mismo… el único rato en el que se separaban
era para ir a trabajar.

Lo cierto es que esta dinámica les funcionaba estupendamente y estaban


muy a gusto así pero querían mejorar su vida sexual pues, aunque era
placentera, también resultaba escasa y monótona.
El proceso lo enfocamos en que empezasen a crear espacios de forma
individual para disfrutar y desarrollarse. Es más difícil que deseemos algo a
lo que estamos todo el día «pegados» y que conocemos a la perfección.
Para desear algo tiene que haber un componente de distancia y de
polaridad; seguro que alguna vez has oído la frase de que «los polos
opuestos se atraen», ¿verdad? Esto lo podemos aplicar aquí en el sentido de
que lo que ya está junto no se puede «atraer», ¡pues ya está aquí! Esta
pareja estaba tremendamente fusionada, por lo que era necesario fomentar
el que se «polarizasen» un poco y se construyesen a sí mismos fuera de la
relación.
Él se apuntó a unas clases de teatro y ella buscó un club nuevo para
practicar natación. Además, descartamos algunos planes con las familias
políticas y con los amigos del otro (que eran pocos, pues la mayoría eran
comunes). Incluso hicieron algunas escapadas con amigos por separado. El
proceso fue muy duro, sobre todo para él, porque el separarse en esos
momentos despertó algunas inseguridades, como los celos y la carencia de
habilidades sociales a la hora de crear nuevas amistades. Además, tuvieron
que aprender a divertirse y a desconectar sin que el otro estuviera delante,
cosa que no hacían en más de 2 décadas. Poco a poco fueron
reconstruyendo su vida y cultivando el resto de facetas de su persona. Esto
les permitió echarse de menos, verse más atractivos y crear algo de
«misterio» entre ambos.
Estar en pareja debería ser algo que nos permita y nos impulse a crecer y
desarrollarnos en el resto de facetas de nuestra vida. Aunque la pareja sea lo
más importante, el resto de cosas no deben abandonarse del todo si
queremos mantener una relación saludable y enriquecedora. Si hacemos
esto, además, mantendremos siempre vivo el factor de novedad y no
disponibilidad total… tan importante para mantener el deseo y el interés en
las relaciones sexuales.
La tendencia general de muchas parejas cuando quieren alimentar su deseo
es la de intentar cosas nuevas en la cama. Esto a veces puede ser muy
efectivo, pero otras veces sucede lo que comentábamos en el apartado
anterior: da vergüenza, pudor y nos cuesta salir del rol que ya tenemos
establecido. Además, muchas veces, la falta de deseo no está causada por la
falta de variedad de prácticas sexuales, por lo que «hacer cosas nuevas» no
soluciona la cuestión. Por eso muchas veces es necesario contar con el
profesional adecuado que nos guíe a la raíz del problema y nos indique qué
«teclas» debemos tocar para no dar vueltas en círculos.
La dificultad para seducir

Iniciar un encuentro sexual no siempre es fácil para muchas personas:


algunos no saben cómo acercase, otros cómo mostrar sus intenciones sin ser
invasivos, otros se pasan de bruscos y directos… Esto genera conflictos en
las parejas pues, incluso aunque ambos tengan ganas, no consiguen
entenderse.
He visto a hombres que, cuando quieren tener un encuentro sexual, se acercan a su
pareja y directamente les tocan los genitales. También he visto a otros ser tan sutiles
en sus acercamientos que sus parejas no se daban ni cuenta de que estaban
intentando algo.

Hay hombres que tienen esta dificultad desde siempre, pues no cuentan
con habilidades de seducción; otros han empezado a tenerlas cuando
estaban en una relación de pareja en la que había diferencia de deseo entre
ambos.
Sea como fuere, el factor común siempre es el mismo: el acercamiento
pretende «llegar hasta el final» así que la presión es demasiado grande para
el que lo recibe y las expectativas poco ajustadas para quien lo hace. Ya
hemos hablado del famoso guion que tanto condiciona las relaciones
sexuales: si me acerco con un beso a mi pareja esperando que le apetezca
echar un polvo, en vez de simplemente ir con ese beso hasta donde nos
apetezca, corremos el riesgo de entrar en una espiral de rechazos muy
desagradable.
A mi amigo Mathew le cuesta mucho seducir; de hecho, es un concepto que
le cuesta entender. Tiene algo más de 50 años y es muy inteligente, con un
CI muy superior a la media, y su mente funciona de una forma muy
particular.
Él compartimenta todas las situaciones de su vida y es muy práctico
gestionando su tiempo y sus emociones. Por ejemplo, si está trabajando, su
vida privada no interfiere en modo alguno: se aísla, se concentra y no existe
nada más. Es capaz de dejar las preocupaciones y las emociones fuera de la
ecuación por un rato, lo cual le convierte en una persona muy efectiva en
todo lo que hace.
Cuando está con una mujer que le gusta también aplica esa practicidad y
compartimentariedad: en vez de acercarse poco a poco o rozar su mano para
ver cómo reacciona y comprobar si está receptiva, directamente le pregunta
si le gustaría acostarse con él. Si ha quedado con alguien con quien ya se ha
acostado con anterioridad y sabe que ella quiere repetir, separa el rato de
estar cenando y charlando del rato de irse a la cama: no tontea durante la
cena, ni tiene miradas o caricias furtivas ¡y mucho menos un beso! Cuando
acaba la cena, la invita a su casa para «pasar al siguiente punto de la
noche».
Mathew me comentó que algunas mujeres se habían quejado de que
«pasaba de 0 a 100» y echaban en falta un poco de más continuidad en las
citas con él. Él entendía lo que ellas le decían, pero le resultaba muy difícil
aplicarlo: si estaba charlando, estaba concentrado en la charla y nada más
interfería ahí. Le costaba incorporar a la charla besos, caricias o pequeñas
insinuaciones. Cuando consideraba que ya era la hora de tener sexo, lo
hacía de una forma muy mecánica y directa para ellas.
Es importante recordar que la sexualidad es un continuum que lo engloba
todo, desde el cómo hablamos a lo puramente genital. Si recordamos esto
nos resultará más fácil seducir, disfrutando de cada acercamiento y
considerando eso ya un encuentro sexual. Cuando seducimos para
conseguir un objetivo concreto es probable que nos cueste entendernos con
la pareja, que ella se encuentre en un punto distinto del que no quiera
moverse, que nos sintamos torpes y que aparezcan los conflictos.

La falacia de la espontaneidad

Está muy extendida la creencia de que el sexo surge de forma espontánea,


sin que tengamos que hacer nada. Parece que el deseo es algo que aparece
porque sí, de forma «natural»... pero ya hemos visto que no es así.
El problema es que, cuando conocemos a alguien e iniciamos una relación,
suele ser porque nos hemos enamorado. Si juntamos las hormonas del
enamoramiento con la novedad y la no seguridad de la disponibilidad de esa
persona… seguramente experimentemos mucho deseo. Bajo esas
circunstancias tendremos muchas veces ganas casi a cada momento,
cualquier lugar será adecuado, dará igual el cansancio o los problemas del
día a día… Muchas veces, cuando la relación se va asentando y
consolidando, e incluso nos vamos a vivir juntos… el deseo va cambiando.
Pero aun así, esperamos que este surja «de forma espontánea», sin que
tengamos que hacer nada para ello. Incluso, si vivimos juntos, parece que
será más fácil que el sexo pueda aparecer en cualquier momento, pues habrá
más ocasión de ello, dado que supuestamente pasaremos más tiempo juntos
en el mismo espacio.
He escuchado a muchos hombres decir que quieren que «el sexo salga
natural como al principio» y que «se dé de manera espontánea» o incluso
que «fluya como antes». De hecho, muchas veces esa es su principal
demanda cuando vienen a la consulta.
Esta espontaneidad es, en realidad, una ilusión. El sexo nunca ha sido
espontáneo… por mucho que las hormonas del enamoramiento puedan
habernos puesto las cosas más fáciles en un determinado momento.
Recordemos por un momento esa época de jóvenes, casi adolescentes, o
cuando estamos conociendo a alguien nuevo. Nos mandamos mensajes a
todas horas, preparamos los encuentros con muchas ganas, decidimos si
será en su casa o en la nuestra, evitamos que estén nuestros padres o
compañeros de piso… Además, preparamos el encuentro con ilusión:
recogemos la casa, cambiamos las sábanas, nos aseguramos de tener
comida en casa, nos afeitamos o depilamos, nos vestimos para la ocasión…
¡¡Todo eso no es nada espontáneo!! Forma parte de un proceso de seducción
muy elaborado en el que, además, fantaseamos muchísimo con lo que va a
suceder.
Si esperamos que, cuando la relación se haya asentado o cuando vivamos
juntos, el deseo aparezca de forma espontánea, sin hacer todas estas cosas…
nos vamos a sentir muy frustrados. El sexo hay que provocarlo, motivarlo,
desarrollarlo… Las condiciones que se dan en una relación estable de
pareja, si no se tiene cuidado, forman el terreno perfecto para que el deseo
no aparezca. Una de las estrategias para cuidar la relación en este sentido
es, como veíamos antes, el jugar a que nos acabamos de conocer. De ese
modo desplegamos nuestras mejores armas de seducción para incentivar
nuestro deseo y el de la pareja.
Ramón y Pamela son una pareja con la que trabajé en mi consulta. Tenían una
relación fantástica, se entendían muy bien y tenían muy buena comunicación. Ambos
tenían una profesión que les encantaba y a la que dedicaban mucho tiempo. Se
habían casado hacía un año y, desde entonces, vivían juntos. Tenían un piso grande y,
cuando llegaban a casa del trabajo, comían juntos. A continuación, cada uno se iba a
una habitación, a seguir trabajando con el ordenador o dedicarse a sus hobbies. A
veces cenaban juntos, otras veces no, y no se esmeraban demasiado en la comida.
Muchas veces él se iba a la cama antes que ella, por lo que cuando ella se acostaba...
él ya estaba dormido. Por otro lado, los dos eran muy intelectuales y no le daban
demasiada importancia al aspecto físico ni a la estética. ¿Te imaginas lo que les
sucedía? Apenas tenían relaciones sexuales ni contacto físico de ningún tipo. La
seducción no formaba parte de su dinámica de relación, aunque se llevaban
estupendamente bien y no había más problemas entre ellos.

No caigamos en pensar que el sexo puede surgir en cualquier momento,


y mucho menos que si vivimos juntos habrá más posibilidades de ello que si
cada uno vive en su casa. No importa tanto el tiempo que pasemos juntos
como lo que hagamos durante ese tiempo. Suele funcionar muy bien el
programar los encuentros sexuales. Con esto no me refiero a programar «los
polvos», sino a programar el tener un rato de intimidad para la pareja. Hay
que planificar citas.

Esperar que el sexo surja es como esperar a ir al gimnasio «cuando tenga tiempo»;
a no ser que planifique con antelación a qué día y hora voy a ir, nunca encontraré
ese hueco.

Las citas son encuentros, planes que creamos con nuestra pareja, que
organizamos con antelación y en los que nos proponemos hacer algo
interesante que nos permita conectar con la pareja, charlar, tener intimidad,
conocernos mejor, hacer algo divertido juntos… y seducirnos. Es por ello
que planificamos la intimidad... no el sexo. Ya vimos que, si planificamos
echar un polvo, es posible que nos pueda la presión por las expectativas a
cumplir. Si nuestra cita va a consistir en salir a cenar, darnos un baño juntos
o pasear, ya estaremos creando un momento de intimidad entre los dos, en
el que comunicarnos, tener contacto físico y prestarnos atención. Eso ya es
sexualidad.
A veces, con las obligaciones del día a día, no encontramos mucho tiempo
para el ocio y la pareja. Los planes sencillos y breves, de 10 a 30 minutos,
en los que nos dediquemos atención plena (sin móviles, sin niños, sin
emails de trabajo) pueden cambiar el día por completo, acercarnos y
permitirnos disfrutar el uno del otro. Estos pequeños ratos de acercamiento
pueden hacer que el miembro de la pareja que necesita conectar, relajarse e
ir poco a poco para tener un encuentro sexual, esté mucho más
predispuesto. Si el sexo genital sigue sin apetecer, al menos habremos
disfrutado de otro tipo de encuentro sexual, también muy placentero y
satisfactorio.
Si el tener citas o encuentros de calidad no forma parte de la dinámica de la
relación de pareja, podemos anticiparnos. Un ejercicio que recomiendo
mucho en la consulta es el de que cada uno escriba, en 10 papelitos, 10
planes para citas que le apetezcan. Los 20 papelitos se meten en una caja o
en un bote y cada semana se saca uno al azar; ese plan se hará el día
acordado por ambos. Se pueden hacer cajas con planes para el finde, para
los días de diario o planes breves de 15 minutos para cuando no hay
demasiado tiempo. Te dejo algunos planes que ha escrito una pareja que
viene ahora a mi consulta:

Planes para el fin de semana:

• Jugar a los bolos.


• Ir a una exposición de pintura.
• Darse un baño juntos.
• Trekking en la montaña.
• Ir al cine.
• Salir de compras.
• Ver una película en casa.
• Probar un restaurante nuevo.

Planes de diario:

• Ir al cine el día del espectador.


• Pedir comida china para cenar juntos en casa.
• Salir a dar un paseo por el barrio.
• Tomar una cerveza en el bar de la esquina.
• Cocinar juntos la cena.
• (ESCRIBE AQUÍ TUS PROPIA IDEAS)
• ... ... ...

Planes breves:

• Ducharse juntos por la mañana.


• Levantarse 10 minutos antes y desayunar juntos.
• Poner el despertador 10 minutos antes y quedarse acurrucados juntos
y acariciándose antes de levantarse.
• Leer juntos en la cama el mismo libro (uno lee en voz alta al otro)
durante 15 minutos.
• Contarse qué tal ha ido el día antes de cenar.
• Irse 10 minutos antes a la cama para charlar y acariciarse.
• (ESCRIBE AQUÍ TUS PROPIA IDEAS)
• ... ... ...

Suele estar bien tener también una lista en la que se incluyan,


directamente, planes en los que haya contacto físico propiamente, del
tipo que sea. Te dejo algunos ejemplos:

• Ducha juntos.
• Masaje con aceite corporal.
• Pasear de la mano.
• Masaje de pies y piernas en el sofá.
• Dormir desnudos.
• Acariciarse en la cama antes de dormir.
• Masaje genital a la pareja con gel lubricante.
• (ESCRIBE AQUÍ TUS PROPIA IDEAS)
• ... ... ...
El tema del deseo sexual masculino es tan extenso y variado que podría estar
páginas y páginas hablando sobre ello y no acabar jamás. Me encantaría ser capaz
de transmitirte todas y cada una de las píldoras de conocimiento que he ido
adquiriendo a lo largo de estos años y transmitirte la fascinante complejidad del
tema en toda su amplitud, pero todavía hay muchas más cosas de las que quiero
hablarte.
Voy a ir cerrando y quiero hacerlo facilitándote un listado de algunos motivos más
por los que los hombres pueden experimentar falta de deseo; aunque no pueda
detenerme en profundizar en cada uno de ellos, si has leído este capítulo del libro
creo que serás capaz de entenderlo extrapolando los conocimientos que has
adquirido.

• Ideas erróneas sobre la sexualidad (es algo malo, es sucio, es


peligroso…).
• Desconocimiento del propio cuerpo y del funcionamiento del propio
placer.
• Ausencia de un ambiente erótico (entorno descuidado, no agradable,
sin intimidad…).
• Falta de autoestima (no estar a gusto con uno mismo afecta al deseo).
• Problemas de pareja (discusiones, celos, inseguridades, falta de
afecto…).
• Complejos corporales y baja autoestima física (no estar a gusto con el
propio cuerpo afecta al deseo).
• Dificultad para llegar al orgasmo (si no se tienen orgasmos o cuesta
mucho alcanzarlos, el sexo se convierte en algo menos apetecible).
(ESCRIBE OTROS MOTIVOS QUE CONOZCAS)
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CAPÍTULO 2

EXCITACIÓN Y ERECCIONES

POR QUÉ LAS ERECCIONES SON TAN IMPORTANTES


Si los hombres pudiesen tener una erección siempre que quisiesen, creo que
yo no tendría trabajo. Ni siquiera el control de la eyaculación les traerían a
mi consulta si, después del orgasmo, siguiesen teniéndola dura. Al fin y al
cabo, lo que la sociedad espera es que ellos sigan penetrando para darle
placer a ellas y, así, convertirse en «superhombres». Daría igual que ellos ya
no estuviesen excitados si pudiesen seguir penetrando. De hecho, los
tratamientos médicos para la «disfunción eréctil» no tienen en cuenta el
placer, sino la cuestión mecánica de la erección para permitir que el coito se
lleve a cabo. Igualmente, muchos tratamientos para el control de la
eyaculación consisten en mantener la erección tras la eyaculación —ni
siquiera se centran en impedir la eyaculación, eso es secundario siempre y
cuando la erección continúe.
Es posible que ni la falta de deseo les trajese a muchos a mi consulta si, a
pesar de no tener ganas, pudiesen tener una erección cuando su pareja
reclamase tener un encuentro sexual. Como vemos en el capítulo sobre
deseo, uno de los motivos por el que los hombres acuden a mi consulta es
cuando sus parejas tienen más libido que ellos y ellos sienten que no pueden
«cumplir» con las demandas de ellas. Por supuesto, ninguno ha venido
jamás porque tenga dificultades de erección a solas —porque no suelen
tenerlas, y porque si las tienen no les supone un problema suficiente como
para buscar ayuda—.
Sí, sé que estoy generalizando y caricaturizando mucho la situación, y que
muchos hombres sí se preocuparían por sentir placer y disfrutar de la
sexualidad, pero creo que has entendido la idea. Lamentablemente, como ya
hemos ido viendo a lo largo de este libro, vivimos en una cultura
tremendamente coitocéntrica… a pesar de que la mayoría de las mujeres no
sienten orgasmos únicamente con la penetración vaginal, sino que necesitan
la estimulación en el clítoris para ello. La teoría de Freud de que los
orgasmos femeninos realmente válidos son los vaginales y causados por un
pene, y los de clítoris son infantiles e inmaduros, sigue demasiado presente
en el inconsciente colectivo. (Sobre esto hablaré un poco más en el capítulo
del control dela eyaculación).
Muchos hombres se someten a dolorosas inyecciones en el pene, toman
medicamentos con grandes efectos secundarios, se embarcan en
complicados tratamientos, compran complejos artilugios o intentan
conseguir fármacos sin receta, poniendo en riesgo su salud, para conseguir
la ansiada erección a demanda.
Aun a día de hoy me sigue sorprendiendo el increíble temor que sienten
tantos y tantos hombres a que se les baje la erección en la cama. Suelen
llegar a mi consulta aterrados y desesperados por encontrar una solución.
Muchas veces toda su autoestima, bienestar y seguridad gira en torno a eso
y parece que se les va la vida si no logran ponerle remedio.
Dificultades para conciliar el sueño, incapacidad para concentrarse en el
trabajo o los estudios, pensamientos intrusivos constantes a lo largo del día,
palpitaciones, sudor frío, dolor de estómago, pérdida del deseo sexual y
evitación de los encuentros sexuales: son solo algunos de los síntomas que
experimentan los hombres con miedo al «gatillazo». Impresionante,
¿verdad?
Lo cierto es que, aunque me sorprenda, lo puedo entender. Todo el concepto
de masculinidad está construido en torno al pene erecto: cuanto más duro y
cuanto más tiempo aguante así, mejor. La figura del pene erecto está
tremendamente erotizada y, desde luego, no ocurre lo mismo con el pene en
reposo. Hay toda una cultura en torno al pene en erección. Si la erección
falla, por el motivo que sea, para la sociedad en la que vivimos dejas de ser
un hombre deseable, respetable, masculino y querible.
Por supuesto, cuando se habla del tamaño del pene se habla siempre,
siempre, del pene en erección. A nadie le parece relevante cuánto mide el
pene en reposo, ¡ni se plantean medirlo de ese modo!, pues lo que importa
es la erección. El pene en erección es el que puede penetrar y, por tanto, dar
placer a la vagina.
Una vez atendí a un chico que quería tener una erección en cuanto su pareja le
quitase los calzoncillos; para él, el hecho de que su pareja le viese el pene en reposo
no era una opción. Daba igual que no estuviese excitado todavía, que esa chica no le
gustase mucho, que hubiese bebido o que estuviese nervioso. La sola idea de que le
viesen con el pene flácido le causaba muchísima vergüenza; tanto, que hacía
verdaderas virguerías para impedirlo e, incluso, llegaba a evitar los encuentros
sexuales.

Hay mucha mitología respecto a la sexualidad masculina y las


erecciones. Se supone que los hombres siempre sienten deseo y que se
excitan con facilidad en cualquier ocasión. El deseo y la excitación de los
hombres es algo que se presupone, que está siempre presente, que forma
parte de la «naturaleza» masculina. Si un hombre no se pone cachondo a la
mínima, es que pasa algo raro.
Es curioso cómo por lo general los hombres piensan que todos los demás
hombres del planeta funcionan como máquinas en la cama: siempre con
ganas, siempre dispuestos y siempre con una erección que no se baja nunca.
Todos… menos ellos mismos.
Lo cierto es que las erecciones no son más que un reflejo que se da cuando
el hombre está relajado y excitado. Si el hombre está a gusto, tranquilo,
centrado en su placer, cómodo con su pareja y seguro de sí mismo, las
erecciones funcionarán con normalidad, de forma acompasada a la
excitación.
Es un error frecuente creer que las erecciones tienen que ir siempre «in
crescendo» durante todo el encuentro sexual. Parece que, una vez que se
tienen, han de permanecer intactas hasta el orgasmo: si pierden dureza o se
bajan del todo es que algo va mal y se empieza a hablar de «gatillazo».
En realidad, las erecciones suelen acompañar a la excitación durante el
encuentro sexual y, por tanto, pueden fluctuar a lo largo del mismo sin que
ello se considere un problema o una patología. Durante un encuentro la
excitación va variando y no estamos siempre igual de excitados: a veces nos
gustan más unas prácticas que otras, nos centramos más en dar placer que
en recibirlo o, simplemente, nos despistamos y se nos va la cabeza a otro
sitio durante unos momentos. De forma lógica la erección puede
experimentar variaciones y subir o bajar junto con la excitación. Las
mujeres también experimentamos estas fluctuaciones en la excitación
durante el sexo, pero no hay un indicador tan claro y visual como el de las
erecciones que lo delate.
Vamos a ver qué correlato tiene todo esto en el sistema nervioso para
entender mejor cómo funciona la relación cuerpo-mente: el sistema
nervioso autónomo consta de dos ramas, la simpática y la parasimpática.
Son dos ramas que no pueden estar activas en el cuerpo a la vez; unas veces
está activa una y otras veces la otra. La rama simpática se encarga de los
estados de activación. Es la que funciona cuando estamos nerviosos,
preocupados, ansiosos… Cuando hablamos de lo sexual, es la que se activa
en la fase de deseo y durante el orgasmo.

Este esquema sobre el funcionamiento del sistema nervioso autónomo y su relación con las distintas
fases de la respuesta sexual nos ayuda a comprender cómo funciona el deseo, la excitación, las
erecciones, los orgasmos y la eyaculación.

Para que tengas una erección tienes que estar a gusto, relajado, cómodo en la
situación y confiado con tu pareja; de ese modo, tu sistema nervioso parasimpático
se activará y podrás tener una erección. En cambio, si estás preocupado por tener
una erección, porque ella se lo pase bien, o distraído con cosas del trabajo o
cualquier otra cuestión, se activará tu sistema nervioso simpático y, por tanto, la
erección se bajará.
En el esquema verás que el sistema nervioso simpático está también relacionado con
el orgasmo. Esto significa que, si estás ansioso, unas veces perderás la erección y
otras perderás el control y eyacularás. Esto dependerá en gran parte de la estabilidad
que haya alcanzado tu erección. Al inicio de tener una erección ésta suele ser más
frágil y se pierde con más facilidad; en cambio, cuando la erección ya lleva un rato se
estabiliza y se consolida, de manera que si se activa el simpático, eyacularás.

Para muchos hombres puede ser muy dramático si la erección se baja.


En vez de aceptar que ese es el funcionamiento normal del cuerpo humano,
luchan para evitarlo a toda costa y se avergüenzan mucho si sucede. Desde
luego, todo sería mucho más fácil si simplemente continuasen jugando en la
cama con otras prácticas que no requieren una erección. De ese modo, se
centrarían de nuevo en el placer y seguramente la erección volvería. Y si
no, habrían seguido disfrutando.
Trabajé con una pareja que vino a mi consulta porque tenían problemas en la cama y
el sexo se había convertido en un motivo de discusión, lo cual estaba a punto de
costarles la relación. Una de las cosas que les sucedía es que, cuando a él se le
bajaba un poco la erección, se enfadaba mucho, se daba la vuelta y daba por
concluida la sesión de sexo. Entonces, ella se enfadaba aún más porque no entendía
por qué no podía seguir masturbándola o haciéndole sexo oral mientras se le volvía a
levantar. Aquella situación solía acabar en una batalla campal de gritos y
acusaciones muy desagradables.

Cuando una pareja viene a terapia y me plantea una situación así a veces
me cuesta mucho que no se me note quién de los dos creo que «tiene razón»
y está actuando bien, y quién no. En este caso, el planteamiento de ella me
parecía el más acertado —aunque no tanto los gritos con los que lo hacía—,
pero también entendía perfectamente la frustración que sentía él cuando
perdía la erección y que le hacía replegarse y cerrarse en banda.
Es muy curioso cómo la gente repite en mi despacho las mismas
discusiones que tiene en casa: son como coreografías perfectamente
aprendidas que repiten una y otra vez, siempre con los mismos argumentos
y las mismas palabras, sin escucharse realmente el uno al otro. Es difícil
que lo hagan, pues suelen centrarse más en lanzar acusaciones y en
defenderse de los ataques que en expresar lo que realmente sienten al
respecto de la situación.
Muchas veces no me queda más remedio que, simplemente, limitarme a
esperar a que acaben, pues no consigo que me dejen meter baza para
interrumpirles y calmar las aguas. Cuando terminan y se calma un poco
suelo pedirles que traduzcan toda esa conversación que han tenido a
sentimientos y emociones.
Muchas veces están tan saturados con el tema que son incapaces de
expresar lo que sienten realmente sin volver a caer en el monólogo que tan
bien aprendido tienen... así que me suele tocar a mí poner palabras a sus
sentimientos: él se siente abrumado, presionado, avergonzado, poco
hombre, impotente, temeroso de perder a su pareja, celoso por si ella busca
en otro lo que él no le puede dar, ansioso ante la perspectiva de un
encuentro sexual, inseguro, receloso por si ella le cuenta lo que le sucede a
sus amigas… Por otro lado, ella se siente frustrada, poco deseada, poco
querida y nada atractiva. Se siente mala amante por no ser capaz de hacer
que él tenga una erección e, incluso, teme que él sí «funcione» en la cama
con otras mujeres y que se acueste con ellas. Echa de menos tener intimidad
con él y la complicidad de un encuentro sexual fácil y satisfactorio para los
dos.
¡Cuánto miedo y dolor alrededor de las erecciones! Son tantas las
expectativas que hay en torno a ellas que pueden llegar a convertirse en el
centro de la vida de una pareja, lo quieran ellos o no.
Hace unos años trabajé con un chico que había orquestado toda su vida en torno a
este tema: sus pensamientos sobre el miedo a perder la erección le dificultaban
concentrarse en el trabajo, había modificado su alimentación en base a lo que había
leído que era beneficioso para estimular las erecciones, hacía ejercicios de Kegel
constantemente, la preocupación le impedía conciliar el sueño…

Además, todo esto había condicionado su relación con las mujeres: sí


tenía citas con ellas… pero nada más. Estas citas estaban perfectamente
planeadas para impedir que acabasen en la cama: quedaba muy entrada la
noche cuando sabía que tenían que madrugar al día siguiente, escogía un
bar que estuviese muy lejos de la casa de ambos o, incluso, agendaba la cita
los días en los que ellas tenían el periodo. Por supuesto, muchas veces esto
no era suficiente para que ellas no quisiesen acostarse con él, así que ponía
cualquier excusa para escabullirse de la situación. Las dificultades de
erección hacen que muchos hombres eviten las relaciones sexuales por
miedo al fracaso.
Lo cierto es que la mayoría de los hombres que vienen a mi consulta tienen
dificultades de erección por motivos «lógicos» que desde luego yo no
catalogaría como «disfunción eréctil». Es fundamental que podamos quitar
las etiquetas clínicas de estos casos para no patologizar sin sentido.
Además, al patologizar dejamos sin control a los hombres, pues les cae
encima el «tengo una enfermedad» y eso suele ser algo ajeno sobre lo que
no podemos hacer nada más que ir al médico y confiar en que nos de la
medicación adecuada. En cambio, si lo nombramos como «dificultad»
estamos usando un término más realista y ajustado a la situación y sobre el
que sí podemos actuar y tomar las riendas.

ALGUNAS CAUSAS DE LAS DIFICULTADES DE ERECCIÓN

LA COMPROBACIÓN

Si hay algo que es común a todos los casos de dificultades de erección es la


comprobación constante y sistemática del estado del pene; el miedo a no
funcionar hace que estos hombres intenten asegurarse de que tienen una
erección tocándose con la mano, mirando, rozándose o llevando la atención
de algún modo hacia sus genitales. Estos gestos de comprobación se
vuelven automáticos y repetitivos con el afán de asegurarse de que todo
«funciona» bien.
Esta comprobación no suele limitarse únicamente a los momentos en los
que tienen un encuentro sexual; también pueden llegar a hacerlo cuando se
están masturbando a solas. Además, también están pendientes de las
erecciones espontáneas que tienen a lo largo del día o de las veces en las
que se despiertan con una erección. Incluso, llegan a ponerse «a prueba»
poniéndose un vídeo porno, fantaseando con algún recuerdo o mirando a
una chica atractiva por la calle para ver cómo reacciona su pene. Se
«contabiliza» la «erección» o la «no erección» (si ocurre o no ocurre), pero
también se mide la calidad de la misma; se llegan a construir complejos
sistemas de clasificación en los que analizan cada detalle y cada pequeña
variación en sus erecciones, tratando de descubrir si estas mejoran o
empeoran.
La comprobación suele iniciarse un día cualquiera, normalmente tras un
episodio en el que han tenido un «gatillazo» (una noche con demasiado
alcohol, un día de mucho cansancio, un momento con muchas
preocupaciones, etc); ese episodio hace que se genere un miedo a que se
vuelva a repetir y, en la búsqueda de la seguridad y el control, empiezan las
comprobaciones.
Todos los hombres han experimentado fluctuaciones en la erección en
muchos momentos de su vida y esto no ha supuesto que caigan en el círculo
de las comprobaciones. Suele haber algún episodio más relevante para ellos
en el que, por algún motivo, se quedan «enganchados» y les cuesta salir. Es
decir, «gatillazos» se tienen habitualmente, pero a veces hay uno al que se
le da más importancia y ahí es cuando empieza el problema.
Lamentablemente, es muy fácil caer en una espiral de comprobación: te da
miedo fallar así que compruebas y, como estás comprobando, se te baja y,
como se te ha bajado, el miedo se ve reforzado y aumenta, así que vuelves a
buscar tener control comprobando… y así entramos en un bucle infinito que
hay que cortar de raíz.

Precisamente por estar comprobando una y otra vez que tu erección funciona provocas lo que más
temes que ocurra: que no funcione.
Estas comprobaciones pueden llegar a convertirse en algo obsesivo e
interferir muchísimo en la vida diaria de estos hombres. Pensamientos
intrusivos constantes, alteración de sus rutinas, vida social y amorosa muy
condicionada…Suelen ir acompañadas de otras conductas que van
encaminadas a asegurarse de que se tiene y se mantiene la erección:
practicar solo algunas posturas que saben que les excitan más, evitar
cambiar de postura para no distraerse, autoestimularse con la mano para
«asegurarse» una buena erección, apresurarse a penetrar en cuanto se pone
dura para «aprovechar»...
Todo esto condiciona tremendamente los encuentros sexuales y, además,
hace más mal que bien. Toda esta preocupación lo único que consigue es
que se active el sistema nervioso simpático, el que tiene que ver con la
activación y la ansiedad —y no con el placer y la relajación— y, por tanto,
que la erección se pierda o no aparezca.
Es frecuente que ellas también participen en toda esta comprobación,
mirando y tocando el pene para ver si está duro. Además, muchas veces se
afanan en masturbar o hacer sexo oral a sus parejas para conseguir
provocarles una erección. Esto solo suele servir para que él sienta la
expectativa de ella como una presión y, por tanto, no funcione.
Lo cierto es que intentar tener una erección es lo peor que puedes hacer
para tener una erección. Recordemos que las erecciones son un reflejo y
que, por tanto, no podemos provocarlas a voluntad; lo único que podemos
hacer para tener una erección es centrarnos en lo que las provoca: la
excitación, el placer y la relajación.
Me gusta poner el siguiente ejemplo a mis pacientes: intentar tener una
erección es como intentar mantener un bolígrafo suspendido el aire
sosteniéndolo con la mirada. Imposible, ¿verdad? Podemos intentarlo una y
otra vez, con todas nuestras ganas y con la mejor intención y motivación…
que jamás lo conseguiremos. Lo único que lograremos es frustrarnos y
sentirnos abatidos e inútiles. Este sentimiento no es porque nos falten
habilidades, constancia o sabiduría, sino porque nos estamos marcando un
objetivo que es imposible.
Al final, es mejor que aceptemos que solo podemos mantener un bolígrafo
en el aire si lo sostenemos con la mano, antes que ponernos a luchar contra
la fuerza de la gravedad o intentar tener poderes mentales. Con las
erecciones pasa lo mismo: cuando antes asumamos que no tenemos control
sobre ellas, y que lo único que podemos hacer es centrarnos en disfrutar,
mejor que mejor.
Con Anthony tuve que trabajar mucho para que consiguiese mantener la
atención en el placer y no es su cabeza. Utilizamos, entre otras cosas, una
técnica de focalización de la atención muy sencilla y efectiva que consiste
en buscar algún elemento sensorial de la situación en el que podamos
anclarnos —y al que poder volver cuando nos distraigamos.
Te dejo algunos ejemplos que pueden resultarte útiles:

• El olor del pelo de tu pareja


• El roce de las sábanas contra tu espalda
• El sonido de la respiración de tu pareja
• Las manos de ella en tu piel

¿Te has descubierto alguna vez pensando alguna de estas cosas durante un encuentro
sexual?

«Venga, concéntrate, que no se te baje».

«A ver si hoy consigo tenerla bien dura».

«¡Que no se dé cuenta de que se me está bajando!»

«No tendría que haberme masturbado esta mañana».

«Voy a recordar ese vídeo porno que vi el otro día, a ver si se me levanta».

«Como se te baje se va a decepcionar».

Dejar de practicar la penetración durante un tiempo es lo mejor que puedes hacer


para confrontar las dificultades de erección.
• La penetración es una única práctica sexual en la que es necesario que tengas
una erección.
• Se produce un alivio de la presión sobre las relaciones sexuales.
• Plantéaselo como un juego a tu pareja, «hoy no vale tener penetración».
• Disfruta del resto de prácticas sexuales. Eso te permitirá conocerte mejor a ti
mismo y a tu pareja.

Conocer a una chica nueva

Conocer a una chica nueva, querer acostarse con ella y «quedar bien» es
uno de los factores más estresantes que puede vivir un chico y que le
pueden causar dificultades a la hora de tener o mantener una erección.
Cuando estamos muy preocupados y sentimos mucha presión porque el
encuentro sexual vaya bien la atención se va a la cabeza y no al placer; de
ese modo, al no estar disfrutando tanto, las erecciones se dificultan.
A veces, esa presión viene porque esa chica nueva resulta muy importante,
tenemos sentimientos hacia ella y nos gustaría que la relación «cuajase» y
fuese hacia delante. Otras, simplemente, la preocupación viene por el deseo
de quedar bien, de sentirse masculino y viril por ser capaz de tener un rollo
de una noche o de hacer que una chica se lo pase bien en la cama.
Luis llevaba 14 años con Andrea cuando lo dejaron. Durante todos esos años él había
sido infiel varias veces acostándose con otras mujeres. Durante estos encuentros se
había puesto nervioso y había tenido algunos problemas de erección pero, como
habían sido encuentros furtivos y esporádicos, no le había dado más importancia.
Ahora, que ya se encontraba soltero y tenía libertad de acostarse con chicas de una
manera más legítima y calmada, se estaba dando cuenta de que le costaba relajarse
y disfrutar con libertad.

Me presentaron a Luis en una fiesta de cumpleaños de un amigo en


común. Al enterarse de que era sexóloga y con unas cuantas copas en el
cuerpo, se puso a contarme lo que le sucedía. Las 3 de la mañana es la hora
favorita de la gente de contarme sus intimidades sexuales en un bar, aunque
yo en ese momento no suelo estar precisamente receptiva ni con ganas de
trabajar (rarezas que tiene una, ya ves). Aun así, como me pareció divertido
me puse a escucharle y resultó que a Luis le pasaba lo que a tantos y tantos
chicos: tras una ruptura, le costaba relacionarse con alguien nuevo.
Desnudarse frente a una mujer no era fácil para él. Además, como llevaba
tantos años con la misma pareja se sentía algo torpe a la hora de dar placer a
otras y no sabía muy bien qué hacer, cómo comportarse y qué se esperaba
de él. A veces se sentía intimidado por la facilidad y libertad con la que las
chicas con las que se acostaba se comportaban en la cama, y esto hacía que
su timidez e inseguridad en este terreno saliesen a relucir. Charlamos un
rato más y continuamos con la fiesta cada uno por su lado.
Después de aquella noche le perdí la pista y no le volví a ver hasta un año
después, de nuevo en el mismo cumpleaños. Esta vez, con algo menos de
alcohol en el cuerpo pero sí visiblemente «contento», me puso al día de su
situación: había conocido a una chica con la que llevaba un año saliendo y
estaba muy feliz. El sexo ahora funcionaba perfectamente pero me confesó
que habían pasado casi 3 meses hasta que consiguió una erección suficiente
para tener penetración. Durante esos meses iniciales él todavía estaba
haciendo el duelo por la ruptura con su ex, por lo que todavía estaba triste.
Además, sentía que de alguna forma la estaba traicionando al estar
enamorándose de otra y acostándose con ella.
Poco a poco Luis fue haciendo su duelo y vinculándose con su nueva
pareja. Además, fue cogiendo confianza y desinhibiéndose en la cama, pues
ella le dio libertad y tranquilidad al respecto, disfrutando de otras prácticas
y dejando la penetración de lado durante un tiempo.
Años después volví a encontrarme con Luis en otro encuentro con amigos
comunes y, una vez más, me volvió a poner al día de su vida sexual. Como
veis, la vida social de una sexóloga a veces está interrumpida por las
entregas «en fascículos» de las intimidades de los demás. Esta vez agradecí
que me contase cómo le iban las cosas: ¡ya que me contaba su historia,
quería saber cómo acababa y no quedarme con la intriga! Tras 3 años con
ella habían cortado la relación y se había dado cuenta de que, al conocer a
otra nueva, le había vuelto a pasar lo mismo. Esta vez no le pilló
desprevenido y ya sabía cómo funcionaba su cuerpo y su mente en estas
situaciones: necesitaba dejar pasar algo de tiempo, superar la relación
anterior y coger confianza con la siguiente para relajarse, centrarse en el
placer y tener erecciones sin problema. Ese tiempo ya había pasado y estaba
feliz con su nueva relación y su vida sexual.
Me pareció maravilloso que Luis hubiese comprendido y aceptado cómo
funcionaba su sexualidad en la situación de conocer a una chica nueva. Al
fin y al cabo, su capacidad para excitarse y tener una erección iba acorde a
su capacidad de superar a la chica anterior y coger confianza con la
siguiente. Lamentablemente, no todos los chicos lo entienden y aceptan así.
Juanma era uno de estos; tras 10 años de relación estaba soltero y ansioso
por, en sus propias palabras, «recuperar el tiempo perdido y acostarse con
muchas mujeres». Se había dado cuenta de que le resultaba muy difícil
conocer chicas nuevas en su círculo social más cercano, pues la mayoría de
sus amigos ya estaban emparejados, salían poco y no había ocasiones de
que le presentasen gente nueva… así que había recurrido a las aplicaciones
de ligar y aquello se le daba muy bien.
A la par que hacía el duelo por su relación anterior y conocía chicas por
internet, había dejado su trabajo, estaba estudiando para una oposición y
había vuelto a vivir a casa de sus padres. Todo esto le hacía sentir sensación
de fracaso y le agobiaba mucho. Su principal vía de escape era quedar con
chicas y sentir que tenía éxito con ellas. Cuando llegaba el momento de
acostarse con alguna, las erecciones brillaban por su ausencia y eso hacía
que se pusiese muy nervioso. A pesar de ello, ellas seguían queriendo
quedar con él, hacían planes y se divertían, le daban su tiempo y no le
presionaban… pero él no se daba ese permiso. Llegó a mi consulta muy
ansioso con este tema y quería solucionarlo a la mayor brevedad posible.
Tuvimos varias sesiones juntos y, aunque él sabía que debía solucionar
primero otros problemas de su vida, descubrir su sitio y volver a sentirse él
mismo, pretendía hacerlo únicamente a través de las relaciones sexuales.
No estaba listo para hacer ese proceso todavía. Tenía que lamerse las
heridas un poco más y dar un par de tumbos antes de poner orden en su vida
y reconstruirla. Decidimos parar las sesiones de Juanma durante un tiempo,
pues todavía no estaba listo para enfrentarse a ello. Muchas veces lo que se
trabaja en la consulta se utiliza y surte efecto más adelante, cuando la
persona está lista para ello. Por más que a mí me gustaría solucionarlo todo
y siempre de forma inmediata, cada persona tiene su ritmo y su proceso
para ello.

La falta de deseo

Con frecuencia recibo a hombres que vienen a mi consulta aquejados de


dificultades en la erección pero, en realidad, lo que tienen es falta de deseo.
El problema viene desde mucho antes de meterse en la cama… pero lo
confunden, pues lo más evidente es la falta de erección. No tienen ganas de
sexo y, por tanto, las erecciones no aparecen o no son muy consistentes
cuando intentan mantener relaciones sexuales.
Una vez más, el problema radica en la ausencia de erección. Si pudiesen
tener erecciones sin deseo sexual, es probable que ni la mitad de ellos
llegasen a mi consulta. Lo más importante es poder penetrar, o tener una
erección que signifique que su sexualidad va bien.
Si no sienten deseo sexual, por el motivo que sea, pero aun así se obligan a
tener relaciones sexuales, va a ser muy difícil que tengan una erección. Pero
muchas veces los hombres ni se cuestionan que puedan tener falta de deseo,
pues eso es algo que se da por hecho que tienen que tener «porque los
hombres siempre tienen ganas». Este pensamiento es tan limitante y está tan
interiorizado que ni se cuestiona que pueda no ser así y, por tanto, limita
muchísimo el autoconocimiento sexual de los hombres.
Esto fue exactamente lo que le pasaba a Carlos. Carlos era un sociólogo
apasionado de su trabajo, dedicado a la investigación y a la vida académica
en cuerpo y alma. Se pasaba el día sumergido en los libros, analizando
datos y desarrollando experimentos. Tenía jornadas laborales interminables
y, cuando llegaba el fin de semana, lo dedicaba también casi al completo a
seguir trabajando desde casa. Llevaba una vida tranquila, apacible y
monótona, aunque también estresante debido a la enorme carga de trabajo
que tenía siempre. Su mujer trabajaba con él y era otra apasionada de su
trabajo, pero sí desconectaba más y se dedicaba a disfrutar de otras cosas.
Carlos vino a mi consulta porque su mujer quería mantener más relaciones
sexuales y, en sus propias palabras «no podemos tener más porque a mí me
cuesta mucho tener una erección». Por supuesto, tenía muy integrado el
modelo de sexualidad coitocéntrico.
En la primera entrevista que tuvimos comprendí rápidamente que Carlos no es que
no tuviese erecciones, sino que no sentía deseo. Estaba muy enfocado en su trabajo,
¡le apasionaba!, y dejaba muy poco espacio para el disfrute hedonista. Cuando su
mujer se le insinuaba para tener sexo él, por lo general, tenía la cabeza en sus cosas.
Con frecuencia rechazaba dichos acercamientos y, cuando accedía, lo hacía sin
muchas ganas, solo por complacerla.

Esto suponía que su excitación fuese muy baja o nula y, por tanto, que
las erecciones no apareciesen o que fuesen de poca calidad. De ese modo,
mantener relaciones sexuales empezó, poco a poco, a convertirse en una
presión tremenda: quería tener una erección y fijaba toda su atención en
ello, comprobando constantemente si lo había conseguido… y agobiándose
todavía más cuando veía que no era así.
Esto derivó en que evitase las ocasiones en las que podía surgir el sexo,
para no enfrentarse a un casi seguro «fracaso». Otras veces simplemente se
dedicaba a hacerle sexo oral a su mujer; así se encontraba cómodo, pues
sentía que «cumplía» con ella y su falta de erección pasaba a un segundo
plano.
En una de las citas que tuvimos le pedí que invitase a su mujer a unirse a
nosotros; quería conocer la versión de la historia de ella para conocer mejor
la situación a la que nos enfrentábamos. Ella me confirmó todo lo que me
había contado él y, además, me recalcó que ella no echaba tanto en falta el
echar un polvo como tal, sino tener más intimidad física con su marido: no
le importaba si un encuentro sexual no acababa con penetración u orgasmo,
pero sí echaba mucho de menos sentirse deseada y excitarse con más
frecuencia juntos.
El trabajo con Carlos fue largo y muy intenso: estuvo más de un año y
medio viniendo a mi consulta y hubo momentos en los que pensé en tirar la
toalla, pues los avances eran mínimos y muy lentos. Hablamos mucho sobre
sexualidad, sobre el coitocentrismo y sobre las distintas formas de vivir el
sexo en pareja. Hicimos muchos ejercicios para reestructurar los mitos
sobre el sexo que tan instaurados tenía, practicamos nuevas formas de
masturbación a solas, prohibimos el coito e incentivamos nuevos juegos en
pareja.
Tuvimos incluso que crear un imaginario erótico para él, pues no lo tenía, y
aprender a descubrir qué cosas le encendían sexualmente, dado que nunca
había prestado atención a esas cosas. Transversalmente a todo eso, hicimos
un trabajo muy importante de cambio de hábitos y estilo de vida:
modificamos los horarios de trabajo, reorganizamos las tareas y las
prioridades, descartamos algunos proyectos laborales... todo con el objetivo
de dejar tiempo libre para el ocio y el disfrute. Así, volvía antes del trabajo,
estaba más relajado y dormía mejor. Se apuntaron a clases de baile juntos,
iban más al cine y quedaban con amigos.
Durante todo el proceso de terapia le fui dando herramientas para que fuese
trabajando él por su cuenta, implementándolas poco a poco. Le citaba cada
3 o 4 semanas para ir viendo los progresos y, además, hicimos varias pausas
de 2 o 3 meses. Durante todo este tiempo ella se planteó dejar la relación un
par de veces, pues no conseguíamos grandes cambios y, aunque le apoyaba
pacientemente, se sentía muy frustrada.
Un día llegaron a mi despacho agarrados de la mano y muy sonrientes. Me
puse a prepararles un té y, antes de que el agua hubiese hervido, me
contaron que ya habían conseguido solucionarlo. Él lo llamaba «el clic»:
«Es como si de pronto hubiese conseguido interiorizar todo lo que hemos
trabajado —me dijo—. Todas las charlas, los ejercicios, el descanso... de
repente, un día empecé a sentirme seguro sexualmente, a no tener miedo a
perder la erección o a que el encuentro fuese un fracaso. Empecé a tener yo
la iniciativa en las relaciones sexuales, no solo a reaccionar de forma pasiva
a sus acercamientos».
Ella estaba igualmente encantada con los resultados: volvía a sentirse
deseada y tenía por fin el tipo de vida sexual que quería tener. Me contó que
tenían penetración con frecuencia y que se lo pasaban fenomenal en la
cama. A veces él no tenía una erección, pero disfrutaban de otras cosas y no
les suponía un problema. No todos los encuentros acababan en orgasmo y
eso tampoco les causaba malestar.
Estaban muy agradecidos por el trabajo que habíamos hecho y también
sorprendidos por el repentino cambio que había sucedido. Por mi parte, yo
estaba sorprendida y aliviada de comprobar que todo lo trabajado había
dado sus frutos. Es frecuente que algunos pacientes hagan su proceso de
esta forma: trabajan durante semanas e, incluso, meses, sin percibir grandes
avances... hasta que un día parece que lo resuelven todo de golpe.
El proceso de cada persona es muy distinto: cada uno tiene sus ritmos, su
forma de aprender y sus propios mecanismos internos. Algunas personas
experimentan el cambio de golpe y solo cuando consiguen tenerlo todo
integrado, como fue el caso de Carlos. Otras, en cambio, van notando
pequeños avances según van trabajando los distintos ejercicios y
herramientas.
Cuando las cosas transcurren como en el caso de Carlos es importante ser
muy constante y confiar en el proceso. Es mucho más duro y frustrante —
tanto para ellos como para mí— porque tienes la sensación de estar
trabajando para nada, sin resultados, pues no te ves reforzado por pequeños
avances ni logros durante el transcurso del camino.
Esto sucede mucho en los casos de falta de deseo masculino, y más cuando
esa falta de deseo ha hecho que se obcequen con las erecciones. Me sigue
sorprendiendo mucho la dificultad que tienen algunos hombres para hacer
un ejercicio de introspección sobre su propia sexualidad. No distinguen el
deseo de la excitación; es más, no distinguen el deseo de la erección. La
señal del «buen funcionamiento» de la sexualidad de los hombres es la
erección: si hay erección, es que todo va bien. Si hay erección, no se atiende
a nada más. Si no hay erección, muchas veces cuesta ver más allá y
reconocer qué es lo que está sucediendo. Por eso, a menudo su demanda es
sobre las erecciones, no sobre el deseo.

El miedo a no encontrar a otra mujer

Lo que voy a contar ahora es una causa de las dificultades de erección, pero
también una consecuencia de estas: muchos hombres, cuando tienen
dificultades de erección, se aferran a su relación de pareja con uñas y
dientes, aunque no sean felices en ella. Creen que su pareja actual es la
única que va a «soportar» su problema y que, si intentasen acostarse con
otra, esta les rechazaría al «descubrir» lo que les sucede en la cama.
La inseguridad que les crea el no sentir control sobre sus erecciones les mantiene en
relaciones de pareja insatisfactorias durante mucho tiempo, sin atreverse a dar el
paso de romper. Es tal el miedo al rechazo que creen que van a sufrir que se
paralizan. Están convencidos de que el resto de las mujeres se burlarán de ellos y de
que si dejan su relación actual se quedarán solos para siempre.

Los pensamientos catastrofistas a este respecto pueden ser muy intensos


y dolorosos. Lamentablemente, el imaginario popular juega en nuestra
contra una vez más. ¿Cómo no van a creer esto con la cantidad de chistes
que hay acerca del gatillazo? ¿Con la cantidad de bromas que se gastan al
respecto? Cuando hablamos de las dificultades de erección normalmente lo
hacemos desde la broma, con desdén y cierto desprecio. No solo los
hombres lo hacen, sino que también es frecuente escuchar a las mujeres
hablar con cierta fanfarronería de la decepción que sienten ante un gatillazo.
Cuando hablamos de sexo por lo general lo hacemos siempre de una forma
muy superficial y «soltando» topicazos sin pensar demasiado en lo que
estamos diciendo. El hablar de esa forma es muchas veces un modo de
conectar socialmente con los demás, algo divertido y liviano... pero lo cierto
es que casi nunca nos identificamos realmente con lo que estamos diciendo.
Aun así, creemos que es eso lo que debemos decir y que los demás sí se
identifican con todas esas frases.
Cuando trabajo con hombres con estas creencias tan arraigadas, es muy
difícil que les pueda convencer de lo contrario. Tienen que experimentarlo,
comprobar en su propia piel que el resto de las mujeres tampoco van a salir
corriendo a la primera de cambio… pero eso supone que hagan un
tremendo salto de fe dejando a sus parejas y lanzándose al mercado del
ligue.
Todo esto lo trabajé con Miguel Ángel, un chico de 35 años que llevaba
unos 4 años con su chica. La relación era fácil, pero él ya no estaba
enamorado de ella ni la quería: seguía a su lado por comodidad y por el
terror que le daba enfrentarse al rechazo de otras mujeres. Cuando tenían
relaciones sexuales estaba más preocupado por «cumplir» que por disfrutar.
Muchas veces no tenía ningún problema y tenía erecciones firmes y
duraderas, pero otras veces se le bajaba o no conseguía una erección
suficiente como para tener penetración. Aunque eran las menos, no
conseguía entender por qué le sucedía y sentía que no tenía ningún control
sobre su sexualidad.
Cuando vino a mi consulta, la demanda de Miguel Ángel era solucionar sus
dificultades de erección para, después, dejar su relación de pareja, con más
seguridad y confianza en sí mismo. Por supuesto, no pudimos llevar a cabo
el plan que él tenía en la cabeza, pues uno de los factores que hacía que
tuviese dificultades con sus erecciones era el hecho de que ya no estaba
enamorado de su chica y no sentía una gran atracción hacia ella.
Mientras continuaba en su relación, trabajamos su autoestima, su noción de
masculinidad y su identidad en general. Hicimos un cambio de hábitos
importante para conseguir que él tuviese una mejor percepción de sí mismo
—ejercicio, alimentación, vida social— e incluso trabajamos los valores
con los que él se identificaba —inicialmente muy superficiales y
materialistas—.
Tras todo este trabajo conseguimos que se sintiese más seguro de sí mismo
y que se valorase más. Por supuesto, también trabajamos con algunos
ejercicios para que mejorasen sus erecciones a solas, aprendiese a manejar
los pensamientos intrusivos que tenía cuando se masturbaba y se centrase
en el placer.
Finalmente, Miguel Ángel dio el paso y se decidió a terminar su relación,
más confiado y también determinado a no hacerle perder más el tiempo a su
pareja. Cuando lo hizo se sintió aliviado y realizó su duelo con bastante
rapidez.
Aun así, se sentía muy inseguro a la hora de ligar con las chicas —no sabía
ni cómo entablar una conversación con ellas— y temía el momento de irse a
la cama con alguna. Trabajamos por tanto las habilidades sociales y varias
estrategias de acercamiento que le dieron confianza, aunque realmente no
tuvo que utilizarlas mucho, pues se metió de lleno en el mundo de las
aplicaciones de ligue y encontró pareja rápidamente.
La relación se inició tranquilamente y los encuentros sexuales se dieron
poco a poco. Insistimos mucho en que el sexo fuese siempre respetando sus
tiempos, permitiéndose coger confianza con esta chica y sintiéndose seguro
con ella. Las primeras veces que se vieron no hubo penetración y las
erecciones fueron poco estables, pero disfrutaron mucho y Miguel Ángel no
hizo ningún drama por ello; ella tampoco.
Ahora tienen relaciones sexuales con total libertad, incluyendo la
penetración. Miguel Ángel ha conseguido sentir mucho más control sobre
su sexualidad, sabe cómo funciona su cuerpo y su mente y qué necesita para
estar relajado, excitarse y tener una erección. Le ha perdido el miedo a los
«gatillazos» y, cuando se le baja la erección o no consigue tenerla, sabe
centrarse en el placer y no darle mayor importancia.
De lo que estoy especialmente orgullosa es de que haya conseguido estar en
una relación de pareja estable y satisfactoria. Se siente lo suficientemente
seguro y confiado para saber que, si las cosas van mal con ella, podrá
volver a ligar, acostarse con otras mujeres y volver a tener una relación si lo
desea. Está con ella de una forma sana, sin dependencias ni apegos nocivos
para él. Sus erecciones ya no le condicionan la vida.

El alcohol
Muchas veces se nos olvida que el alcohol puede tener efectos negativos en
la sexualidad. Sí que es cierto que, en pequeñas cantidades, puede facilitar
el momento del ligue y la seducción, pues nos desinhibe y disminuye las
vergüenzas. Pero pasada esa fase del encuentro sexual, y sobre todo si nos
excedemos en las cantidades, puede tener un efecto anestésico que afecte a
la capacidad de tener y mantener erecciones.
Puede incluso que estemos muy lanzados, seguros y confiados en la cama…
pero que el cuerpo no «responda» en consecuencia. La excitación suele ser
más mental que física, con la consecuente frustración que eso produce. Los
hombres que han sufrido esto suelen explicarlo con palabras del tipo «yo
tenía muchas ganas, pero mi cuerpo iba a su bola», o «me moría de ganas
de hacerlo, pero mi pene no reaccionaba».
Con frecuencia estos encuentros sexuales se producen a altas horas de la
madrugada, con varias horas de fiesta a las espaldas y mucho cansancio
acumulado. Todo esto, sumado al alcohol, forma un caldo de cultivo
perfecto para el temido gatillazo.
Por lo general, cuando esto sucede se asume con naturalidad y no se le da
mayor importancia; se entiende que las dificultades de erección son debidas
al alcohol y, por tanto, momentáneas y transitorias. El problema viene
cuando se genera un miedo —injustificado— a que esto vuelva a suceder en
otras circunstancias en las que no haya alcohol de por medio.
Muchos de los casos de «disfunción eréctil» que recibo se originaron en una
noche de fiesta y borrachera. El caso de Raúl es muy prototípico: Raúl
llevaba más o menos un año y medio con dificultades a la hora de tener una
erección. Esto se había convertido en un tema que le atormentaba en su día
a día y apenas podía dejar de pensar en ello; le condicionaba enormemente
el conocer chicas, evitaba los encuentros sexuales y hasta había dejado
pasar a una chica que le gustaba mucho por la vergüenza y malestar que le
supuso un «gatillazo» con ella.
Las psicólogas siempre tratamos de averiguar en qué momento se originó el
problema para poder entender y abordar la causa de origen del mismo
siempre que sea posible; me resulta muy curioso la precisión y exactitud
con la que muchos hombres recuerdan el momento en el que tuvieron su
«primer gatillazo»: son capaces de decirte el día y la hora exactas en las que
sucedió, las circunstancias concretas en las que se encontraban y todo lo
que rodeaba ese momento. Raúl era uno de ellos y me contó que estaba de
fiesta en el cumpleaños de un amigo cuando conoció a Aurora. Empezaron
a hablar, se gustaron, se besaron y acabaron unas horas más tarde en casa de
ella. Llevaban toda la noche bebiendo y, cuando se metieron en la cama,
Raúl tenía muchas ganas pero su pene no estaba por la labor.
A raíz de ese día Raúl desarrolló un miedo enorme a que eso le volviese a
suceder; pensaba en ello todo el rato, analizaba la situación una y otra vez y
su mente se ponía en lo peor fantaseando con lo que podría pasarle en
futuras ocasiones: que no se le volviese a levantar nunca más, que la chica
de turno se riese de él, que no volviese a disfrutar del sexo, que ninguna
quisiese ser su pareja por su «disfunción»...
Así, cada vez conocía a una chica y se lanzaba a intimar con ella, estaba
más pendiente del funcionamiento de su pene que de otra cosa. Sus
pensamientos iban en la línea de «a ver si esta vez funciona» y, por tanto,
como no se centraba en el placer, no se le levantaba.
Una única situación —una noche de borrachera— puede ser el
desencadenante de un problema que se mantiene en el tiempo si no se
gestiona adecuadamente. He visto este mismo proceso con otro tipo de
situaciones en las que se sucede un «gatillazo» que bien podría haberse
considerado algo lógico y puntual: acostarse con una chica que en realidad
no te gusta mucho, liarse con alguien cuando ya se tiene pareja y el
sentimiento de culpa no te deja disfrutar o, simplemente, un día en el que
estás cansadísimo y en realidad no tienes muchas ganas.
¡Qué importante es que los hombres conozcan cómo funciona su cuerpo!
Sobre todo, que normalicen sus mecanismos y que no esperen funcionar
como máquinas en todo momento, independientemente de las
circunstancias en las que se encuentren. Si no, la presión por «cumplir» se
apodera de ellos y puede generar un problema donde, realmente, no lo
había.
En este apartado estoy hablando del alcohol, pero hay otras sustancias,
medicamentos y drogas también pueden afectar a la función sexual de algún
modo. En la tabla que encontrarás en la página 182 tienes una lista de
algunos de estos medicamentos y también las condiciones médicas que con
más frecuencia afectan a la respuesta sexual.

Los condones

Muchos hombres se quejan de que pierden la erección en el momento en el


que van a ponerse el preservativo. Para algunos esto es algo casi
matemático, ¡les sucede siempre!, por lo que evitan su uso, exponiéndose a
situaciones de riesgo de contraer una infección de transmisión sexual o un
embarazo no planificado.
Lo cierto es que, por mucho que la publicidad o las campañas de
concienciación del uso del preservativo se empeñen, con el condón no se
siente igual que si no llevases nada puesto. Por muy finos que los hagan,
¡hay algo envolviendo el pene que cambia la sensación! Aun así, este no es
el motivo por el que se pierde la erección.
Algunos motivos por los que se pierde la erección en el momento de poner
el preservativo:

• Anticipar el gatillazo por haber interiorizado la creencia popular de


que «con el preservativo no se siente nada» o «se te baja».
• Distraerse del placer mientras se busca el condón, lo abres y lo pones.
• No tener integrado el ponerse el preservativo dentro del juego erótico.
• Falta de hábito en su uso.
• Focalizar la atención en el hecho de llevar el condón puesto, y no en
el placer.
• Usar una talla incorrecta de preservativo —demasiado grande o
demasiado pequeña—, que haga que no se ajuste bien al pene y, por
tanto, se «note» más de la cuenta.
• Ponérselo demasiado pronto, cuando la erección aún es muy frágil.
He visto cómo muchos hombres, cuando se habitúan al uso del condón,
no tienen ningún problema en usarlo y disfrutan plenamente de sus
relaciones sexuales. Veo también con frecuencia cómo, cuando lo dejan de
usar durante un tiempo —por ejemplo, porque su pareja usa algún tipo de
anticonceptivo hormonal— y luego quieren retomar su uso, les cuesta un
poco hasta que vuelven a adaptarse.
A veces es necesario aprender algunas técnicas de focalización de la
atención, como la que he comentado en el apartado de «La comprobación»
para no estar pensando todo el rato en el preservativo y perder la excitación.
Otras, es más que suficiente con dejar los condones a mano, incluso dejar
uno abierto en cuanto empiece el encuentro sexual, para que todo sea más
rápido y fluido y nos distraigamos menos. También ayuda a veces el que sea
la pareja la que lo ponga mientras te masturba, el seguir besándonos a la vez
o realizar cualquier otro juego que mantenga la excitación y la atención.
Justo el otro día hablaba de este tema con mi amigo Philip, por eso decidí escribir
sobre ello en este libro. Él siempre ha vivido con mucho conflicto su relación con los
preservativos y solo pensar en tener que usarlos le pone nervioso. Ha tenido también
un par de «sustos» por no usarlos y está intentando tomárselo más en serio. Me
cuenta que ahora, cuando se acuesta con la chica que está conociendo, se pone el
condón en cuanto tiene una erección «para aprovechar que está dura» y penetrar
rápidamente. Por supuesto, cuando hace esto se le baja rápidamente, pues no está
suficientemente excitado y la erección aún no es lo suficientemente consistente y,
además, vive el proceso con cierta ansiedad.

Otra de las cosas que sucede cuando un hombre tiene dificultades para
mantener la erección con el preservativo es que eso también afecta a la
mujer que está con él. Lamentablemente, veo con mucha frecuencia en la
consulta a mujeres que acceden a tener relaciones sexuales sin condón en
contra de su voluntad porque su pareja le presiona. Hace poco trabajé con
una chica que estaba saliendo con un hombre mucho mayor que ella y
estaba muy «deslumbrada» con él; quería que la relación funcionase a toda
costa y le costaba mucho negarle nada, pues temía que él no estuviera a
gusto y la rechazase. Además, él lo sabía y jugaba mucho con eso para
conseguir lo que quería y salirse siempre con la suya.
El uso del preservativo era una de las pocas luchas que ella intentaba ganar,
pues le daba pavor quedarse embarazada, pero él se ponía a la defensiva y
de mal humor cada vez que ella sacaba el tema… así que acababa cediendo
a regañadientes. Por supuesto, cuando hacía esto era incapaz de disfrutar del
encuentro sexual, pues estaba más pendiente de que él no eyaculase que del
placer. Cuando el miedo al gatillazo de un hombre se junta con la
complacencia de una mujer —ya sea por falta de asertividad, dependencia,
miedo al rechazo u otro factor—, lo más probable es que se omita el uso del
condón.

Ella quiere que él tenga erecciones siempre y desde el


inicio

Muchas veces son ellas las que esperan que ellos siempre tengan ganas y
que tengan una erección al instante, sin apenas estimulación (o sin
estimulación alguna) y que no se les baje en ningún momento. Cuando esto
no sucede así, es frecuente que tiendan a culparse a sí mismas: «no soy lo
suficientemente atractiva», «no soy buena en la cama», «no le gusto», pues
se da por hecho que los hombres «funcionan» siempre, no se contempla otra
posibilidad; por tanto, si algo falla, tiene que ser culpa de ellas.
Este era el caso de un chico con el que he estado trabajando en la consulta
hace poco. Óscar era un chico muy nervioso, perfeccionista y analítico. Era
nutricionista, hacía mucho deporte y cuidaba mucho su aspecto. Aunque era
consciente de su atractivo físico le costaba mucho ligar, pues era muy
tímido y le costaba relacionarse. Además, debido a estos nervios había
tenido problemas de erección en sus relaciones pasadas, lo cual le causaba
mucha inseguridad a la hora de relacionarse con las chicas nuevas que iba
encontrando en su vida. Cuando vino a mi consulta, hacía 4 meses que
había conocido a Rosa y estaba encantado con ella: también era muy
deportista, les gustaban las mismas cosas, era muy cariñosa con él y se
llevaban fenomenal.
El problema era que a Óscar le costaba tener una erección más de lo que le
gustaría. Una vez que la conseguía la mantenía, pero la dificultad estaba en
conseguirla. En realidad él solo necesitaba estimulación directa en el pene
para lograrlo… pero esto no le bastaba: él quería que con solo ver a su chica
medio desnuda, o simplemente al besarse con ella, su pene se pusiese
erecto.
Es cierto que muchos chicos pueden tener erecciones de esa forma, pero
Óscar era muy nervioso y le costaba relajarse —requisito fundamental para
tener una erección—, por lo que era frecuente que, para concentrarse y
meterse en la situación, necesitase contacto directo en el pene. Además,
como él mismo se había empeñado durante años en que no quería que esto
fuese así, se dedicaba a comprobar el estado de su erección cuando veía a su
chica en ropa interior o cuando ella se acerba a besarle (y por supuesto, esta
comprobación le alejaba del placer y de la excitación).
Trabajamos durante algunas sesiones y el avance de Óscar fue espectacular:
se empoderó mucho con su sexualidad y su manera de vivirla. Además,
conseguimos que no se enredase tanto en sus pensamientos sobre el tema y
que dejasen de molestarse en el día a día. Iba mucho más confiando a sus
citas con Rosa y disfrutaba mucho con ellas. Él se fue empoderando en su
forma de sentir placer y tener erecciones, pero para ella eso no era bastante.
Rosa había aprendido a basar su autoestima en su capacidad de despertar deseo y
excitación en los hombres. Además, tenía muchas inseguridades con su cuerpo, por lo
que el hecho de que su novio no tuviese erecciones nada más verla le despertaba
todos sus temores.

Tuve la ocasión de hablar con ella directamente sobre este tema y fue
capaz de entender el funcionamiento de la sexualidad de su pareja, así que
decidió darse un tiempo para procesarlo e intentar aceptarlo; ella estaba
encantada con la relación y se sentía muy afortunada de haber conocido a
Óscar y quería darse una oportunidad.
Le propuse trabajar en la consulta su autoestima, pero lo rechazó porque
«no creía en psicólogos». Lamentablemente, a las pocas semanas Óscar me
llamó y me dijo que ella le había dejado: Rosa no había sabido afrontar todo
esto y había sufrido demasiado. Afortunadamente, el trabajo que hice con él
dio sus frutos y fue capaz de asimilar la ruptura muy bien, sin sentirse
culpable y colocando perfectamente cada pieza de esta historia en el sitio
que correspondía.
Este caso no es muy frecuente pero a veces sucede. Lo más habitual es que
las mujeres reaccionemos mucho mejor que vosotros a las fluctuaciones de
las erecciones pues, aunque suene a broma, hemos visto más hombres en la
cama y gatillazos que vosotros: lo tenemos mucho más normalizado y
aceptado. Uno de los grandes problemas de la sexualidad masculina es que,
como rara vez habláis con honestidad del tema entre vosotros, tendéis a
pensar que sois los únicos a los que les pasan estas cosas.

Altas capacidades

Estoy trabajando estas semanas con un chico con el que me río muchísimo
en la consulta; es de esas personas que te hacen sentir bien por la buena
energía que transmiten y el humor con el que se lo toman todo. Cuando ayer
vi su nombre en mi agenda al empezar el día me alegré, pues había tenido
una semana dura y me vendría muy bien una sesión fácil y fresca. Paco
había estado saliendo con la misma chica casi durante toda su vida. Hacía
cosa de un año que lo habían dejado y estaba disfrutando de su soltería y
conociendo personas nuevas. Había tenido varios «rollos de una noche» y
todo había ido fenomenal… hasta Rebeca. Se había enrollado con ella un
día en el que él estaba muy cansado y con pocas ganas de sexo y,
obviamente, la erección se le había bajado. Cuando me lo contó el día que
nos conocimos me pareció muy normal lo que le había sucedido, pero a él
aquello le había supuesto un mundo. Era la primera vez que le sucedía y no
entendía por qué.
A raíz de ese día Paco se había obsesionado con el tema: le daba pavor que
eso le volviese a pasar y se había lanzado a llamarme para que la situación
no se cronificase. Normalmente, cuando la gente viene a mi consulta es
cuando tiene el problema ya muy enquistado, pero él había venido
rápidamente, a las dos o tres semanas del suceso.
Cuando le fui conociendo descubrí que Paco era una persona
tremendamente resiliente: había tenido una infancia y una adolescencia
durísima debido a la terrible situación de su familia: abandono del padre,
enfermedad mental de la madre, el suicidio de otro familiar, bullying en el
colegio... Aun así, él se las había apañado para salir adelante: había
estudiado un módulo, se había refugiado en el deporte, había creado un
grupo de amigos maravillosos que le apoyaban, había ayudado a su familia
a reconstruirse y era muy valorado en su puesto de trabajo.
En la segunda sesión con él empecé a sospechar que tenía altas capacidades
—lo que antes se conocía como superdotación intelectual— y en la tercera
no me quedó ninguna duda. La forma en la que pensaba y procesaba la
información, junto al resto de sus características personales y emocionales,
y algunos datos más que él me aportó sobre su época escolar, lo hicieron
muy patente. Tenía una inteligencia superior a la media, por lo que su
capacidad de profundizar en los pensamientos y la rapidez de los mismos
era asombrosa. Las altas capacidades, además, suelen ir acompañadas
también de una extraordinaria sensibilidad. Ambas características le hacían
también más vulnerable a pensar demasiado sobre el tema si no
conseguíamos que aprendiese a gestionar adecuadamente la situación.
La relación con Rebeca no había ido a más y, tras el «incidente» con ella,
había evitado acostarse con otras chicas por miedo a que se repitiese… a
pesar de que había conocido a una que le gustaba mucho, Sandra. Sandra
tenía también sus dificultades particulares en la cama, pues lo había pasado
muy mal en su relación anterior y ahora quería ir despacio en el sexo… lo
cual a Paco le venía muy bien, pues quería solucionar su «problema»
conmigo en consulta antes de enfrentarse a un encuentro sexual con ella.
Hice todo el proceso de psicoeducación sexual con él: le expliqué que era
normal que la erección no hubiese funcionado con Rebeca, pues estaba
cansado y sin ganas. Le expliqué que eso forma parte del funcionamiento
normal de un cuerpo sano, que le sucede a todos los hombres y que,
además, era algo que le volvería a pasar más veces en su vida, y que no por
ello se podía considerar que tuviese un problema. Además, aprovechamos
que Sandra quería ir despacio para que pudiese aplicar la primera pauta que
las sexólogas damos en estos casos: dejar de practicar la penetración
durante un tiempo, para aliviar la presión por tener que tener una erección y
permitirse centrarse en el placer y en el resto de prácticas sexuales en las
que no es necesario tenerla dura.
Todo esto funcionó a la perfección desde el primer día: iba tranquilo cuando
tenía una cita con ella, disfrutaba de su compañía, se lo pasaban fenomenal
en la cama y, además, tenía erecciones —y orgasmos— sin problema.
Incluso, como la cosa iba tan bien, se saltó en varias ocasiones la restricción
de no tener penetración.
El problema real de Paco era el malestar que le suponía pensar que, quizás,
en el futuro, volvería a tener un gatillazo. Es más, lo que a él realmente le
preocupaba es que eso le volviese a pasar y que, además, no fuese capaz de
solucionarlo y le durase toda la vida. Pensar en esto era, lógicamente, muy
doloroso para él y le causaba mucha ansiedad. Estaba afectando mucho a su
estado de ánimo: estaba triste, no se veía tan alegre y enérgico como
siempre y no podía quitarse este pensamiento de la cabeza. Sentía que tenía
que despedirse de la idea de ligar con facilidad y acostarse con mujeres sin
problemas. Le daba mucho miedo también el hecho de que alguna
comentase en el círculo de amigos comunes que se le había bajado la
erección y convertirse en la comidilla de todos.
Más que el problema en sí, era el pensar en la posibilidad de que el
problema se convirtiese en una realidad lo que le atormentaba. Todo esto
sucedió en un momento de la vida de Paco en la que se encontraba tranquilo
y se sentía bastante pleno en los demás aspectos de su vida: por primera vez
en vida sentía que no tenía que luchar contra todo ni esforzarse para superar
una y mil adversidades. De ese modo, su cabeza privilegiada tenía
demasiado tiempo libre y energía y se había obsesionado justo con lo único
sobre lo que no tenía control: las erecciones.
Paco había aprendido, como casi todo el mundo, que si quieres conseguir algo debes
esforzarte, concentrarte y poner toda tu atención en ello. Él se había vuelto un
experto en esto y se sentía muy eficaz en ese aspecto ¡estaba muy orgulloso de todo
lo que había conseguido superar y alcanzar en su vida!, pero con el tema de las
erecciones se sentía incapaz.
Le costaba aceptar que tener una erección no estaba en su control. No
podía asumir que no podía hacer nada para ello y que tenía que confiar en
su cuerpo y en su capacidad para sentir placer. Lo único que podía hacer era
dejarse llevar, centrarse en el placer y disfrutar... y él no estaba
acostumbrado en absoluto a eso. Toda esta preocupación y pensamientos
obsesivos sobre el tema no solo estaban afectando a su estado de ánimo,
sino que estaba haciendo que evitase en ocasiones los encuentros sexuales y
que pusiese en peligro la posibilidad de tener una relación de pareja.
Necesitábamos sacarle un poco (o mucho) de su cabeza, para que no pasase
tanto tiempo ahí, adherido a sus pensamientos y creyéndose lo que estos
decían. Para ello, le expliqué el funcionamiento particular de su mente y
cómo esta trabajaba de forma diferente a la de los demás: su capacidad de
análisis y de procesamiento de la información era muy potente, mucho más
que la del resto. Por otro lado, también lo era su capacidad de sentir las
emociones, de ahondar en ellas y de sumergirse en sus sentimientos. Esto
hacía que viviese todo con muchísima intensidad y que a veces sus
pensamientos y sentimientos le desbordasen.
El hecho de comprender sus particularidades ayuda mucho en estos casos,
pues les ayuda a entender su mente y a no estar en lucha constante con ella.
Por otro lado, potenciamos mucho el que siguiese haciendo deporte, planes
con amigos y se centrase en el trabajo, para que su mente estuviese ocupada
en cosas positivas y constructivas. De ese modo, no habría tanto espacio
para recrearse en los pensamientos sobre las erecciones y, además, podría
tomar distancia de ellos para verlos con más perspectiva.
Pero lo que fue fundamental en su caso fue el hecho de empezar a practicar
meditación: esto le ayudó muchísimo a calmar su mente, a aceptar sus
pensamientos y a distanciarse de ellos. Además, le sirvió para asumir que
las erecciones son un reflejo y que, por tanto, no podía hacer nada para
controlarlas, salvo permitirse disfrutar y relajarse.
Todo este proceso nos llevó únicamente 5 sesiones, espaciadas a lo largo de
unos 3 meses aproximadamente. Todavía a día de hoy alguna vez le vuelven
estos pensamientos acerca de las erecciones y le genera bastante ansiedad,
pero ya es capaz de manejarlos para que no duren mucho y, por tanto, no le
impidan seguir con su vida. Además, ya no evita los encuentros sexuales y,
si alguna vez se le baja la erección, maneja la situación adecuadamente y no
le impide disfrutar. Nos volveremos a ver dentro de un mes para ver qué tal
va todo pero, por lo que me cuenta alguna vez a través de WhatsApp, le va
fenomenal. Creo que la próxima sesión será la última vez que le vea y he de
reconocer que echaré en falta su maravillosa energía y sentido del humor.
Todos los pacientes que pasan por mi consulta dejan huella de algún modo
en mi pero hay algunos, como Paco, de los que aprendo muchísimo y que
dejan parte de su luz en mí.
Por supuesto, no todos los hombres que se obsesionan con el tema de las
erecciones tienen altas capacidades. Es algo que veo con mucha frecuencia
en muchos, pero los que tienen AACC lo hacen de un modo muy especial,
con una fijación extrema y con una ansiedad por el futuro tremenda. Uno de
los chicos con AACC con los que trabajé había leído más libros que yo
sobre el tema y, como Paco, resolvió todo rápidamente; lo que más le costó
fue aprender a lidiar con sus pensamientos.
A veces creo que el mundo gira en torno a las erecciones. Afectan a la identidad de
todos, tengas pene o no, te des cuenta o no. Tú, que eres hombre, sentirás cómo tu
autoestima, tu masculinidad y tu valor se ven en muchas ocasiones afectadas por
ellas. Si te sientes seguro y confiado con ellas, es posible que te relaciones mejor con
las mujeres, con más confianza e iniciativa. Esta seguridad a veces no se limita al
terreno sexual, sino que se extrapola al resto de facetas de la vida: trabajo,
amistades, deporte…
Igualmente, si algo falla en las erecciones y tienes dificultades con ellas, la
inseguridad que eso puede generarte influirá en tu confianza a la hora de ligar, en tu
estado de ánimo, en tu satisfacción con la vida… por supuesto, eso afecta en el
puesto de trabajo, en la relación con los amigos y en cualquier aspecto.
Esto es además una vía de doble sentido: si te sientes seguro, sabes relacionarte, te
mueves de forma confiada por la vida y sabes disfrutar del ocio y los placeres, tus
erecciones serán también mejores. Al fin y al cabo, no podemos separar el
funcionamiento del cuerpo del de la mente.
Durante esta parte del libro he intentado hacerte comprender mejor el
funcionamiento de tu sexualidad en general, y de tus erecciones en particular. Como
habrás podido descubrir a lo largo de estas páginas, lo más importante es centrarse
en disfrutar de las emociones y sensaciones placenteras ¡es lo único que puedes
hacer para tener una erección! El resto, no es controlable.
Casi al final del libro, en Otros factores que afectan a la respuesta sexual en la
página 178 encontrarás una lista con algunos factores más que pueden afectar a la
respuesta sexual en general, y a las erecciones en particular. Te puede resultar útil
conocerlas por si, en algún momento, te sientes identificado con alguna de ellas.
CAPÍTULO 3

LAS DIFICULTADES PARA LLEGAR


AL ORGASMO

DEFINICIÓN Y FUNCIONAMIENTO DE LOS ORGASMOS


FRANCISCO Y SU IMPOSIBILIDAD DE SENTIR ORGASMOS
EN PAREJA

Cuando Francisco llegó, estaba muy nervioso. Se sentó en la silla y apenas me


miraba. Se dedicó un buen rato a observar el despacho, palmo a palmo, para dilatar
lo máximo posible el momento de empezar.
Comencé con las preguntas de rigor para rebajar la tensión y naturalizar la situación:
«¿qué tal has llegado?», «¿qué edad tienes?», «¿a qué te dedicas?». Después, para ir
entrando en materia, le pregunté si tenía pareja. En ese momento, cogió carrerilla y
soltó de un tirón, y casi sin respirar, el motivo que le había traído a la consulta:
—Mira, tengo pareja desde hace seis meses, y en realidad vengo porque ella me lo ha
pedido. Todo nos va fenomenal, pero a mí me cuesta llegar al orgasmo cuando nos
acostamos. Bueno, lo cierto es que no he llegado nunca. Para mí no es un problema,
pero Clara quiere que yo disfrute más, así que… aquí estoy.
Pues sí, ahí estaba, lo que se suponía que nunca me iba a encontrar en mi carrera
profesional: un hombre con dificultades para llegar al orgasmo.
—Ahá…, dije. ¿Y con parejas anteriores te pasaba lo mismo?
—Sí, creo que nunca he tenido un orgasmo con ninguna.
Así, poco a poco, Francisco fue narrando su situación: sí alcanzaba orgasmos cuando
se masturbaba, a solas y viendo porno, sin ningún problema. En cambio, cuando
estaba en la cama con su pareja era incapaz… y no tenía muy claro por qué.
¡Nuestra tarea era descubrirlo!

Los orgasmos son, probablemente, uno de los principales motivos por


los que las personas tenemos relaciones sexuales. Constituyen un pico de
placer maravilloso y muy especial. Mientras los experimentamos, nos
desinhibimos, descontrolamos y dejamos llevar: liberamos toda la
excitación acumulada durante unos segundos que son fascinantes. Después,
suele aparecer una enorme sensación de bienestar, calma y paz,
acompañada de plenitud y satisfacción.
Un orgasmo es un reflejo del cuerpo. Para sentirlo, han de darse dos
componentes fundamentales: por un lado, un gran acúmulo de excitación; y,
por otro, la existencia de un mecanismo de descontrol y desinhibición que
nos permita liberarla. ¿En cuál de ellos tenía la dificultad Francisco?
—Cuéntame, ¿te gusta acostarte con Clara? Es decir, ¿te lo pasas bien con ella en la
cama?, ¿te gustan las cosas que hacéis?
—Sí, sí —contestó con rotundidad—, ¡me lo paso fenomenal! Clara es genial, me
pone muchísimo y me excito un montón con ella. Aun así, no sé por qué no consigo
llegar. Así que… me centro mucho en que ella se lo pase bien. Tengo que ser un buen
amante para que esté feliz y satisfecha.

Un orgasmo es un reflejo del cuerpo. Para sentirlo, tienen que darse dos
componentes fundamentales. Por un lado, un acúmulo de excitación muy grande; y,
por otro, un mecanismo de descontrol y desinhibición que nos permita liberarla
completamente.

Lo del «tengo que ser un buen amante» hizo saltar todas mis alarmas. Si
Francisco se sentía muy presionado para ser un buen amante… seguramente
no se centraría demasiado en su placer, no se excitaría lo suficiente y, desde
luego, no estaría en disposición de soltarse y desinhibirse.
Llegados a este punto de la sesión decidí darle un respiro (sabía que estaba
siendo un gran esfuerzo para él contarme todo esto) y me puse a hablar yo.
Aproveché para explicarle cómo funciona el orgasmo a nivel de sistema
nervioso, esperando que eso le ayudase a comprender mejor lo que le estaba
pasando.

Este esquema ya nos resultará familiar, pero me parece importante traerlo a colación de nuevo para
tenerlo presente y comprender mejor cómo funciona la conexión cuerpo-mente.

Decíamos antes que, para sentir un orgasmo, hay que tener excitación y
descontrol. Para ambas cosas necesitamos estar tranquilos, seguros,
confiados, centrándonos en el placer… Si tenemos alguna preocupación,
estamos intranquilos o no estamos disfrutando del todo, será bastante difícil
(por no decir imposible) que nos excitemos lo suficiente. Para sentir un
orgasmo lo primero que necesitamos es estar muy excitados. Luego,
descontrolar.
Lamentablemente, Francisco parece que no se encontraba demasiado relajado que
digamos. Andaba tan preocupado por quedar bien, con «estar a la altura», y con que
Clara se lo pasase bien en la cama, que no conseguía dejarse llevar. En ese sentido,
estaba más «pensando» que «sintiendo».
Además, ante la preocupación de su pareja, él «intentaba» llegar al orgasmo y ¡no
hay nada peor para tener un orgasmo que intentar tenerlo!
Cuando «intentamos» conseguir un orgasmo, estamos esforzándonos, persiguiendo
un objetivo; y eso es todo lo contrario a lo que es este por definición: sentir placer,
olvidarse de todo y descontrolar.
Después de esta explicación, continué preguntándole por su relación con Clara. Así
descubrí que esta no era tan «fenomenal» como me dijo al principio de la sesión, sino
que se sentía muy inferior a ella, lo cual le acomplejaba bastante y le hacía sentir
muy inseguro. Para él, Clara era «mejor que él». Tenía un mejor trabajo —ella era
arquitecta y él cajero en un supermercado—, ganaba más dinero, resultaba más
atractiva, tenía más amigos... Esas diferencias hacían que la tuviese endiosada…
poco menos que en un pedestal constante al que nunca conseguía subir.
De algún modo, se había propuesto reducir la diferencia que percibía mediante el
sexo: si era un amante excelente, compensaría sus carencias y podría ser digno de
ella. Demasiada presión para la cama, ¿no?
La verdad es que esto de no lograr orgasmos en pareja le había resultado útil a
Francisco durante mucho tiempo. No los tenía, no, pero sí erecciones, por lo que
podía dedicarse a dar placer y aproximarse al ideal de amante perfecto: ninguna
mujer podría quejarse de que se corría «demasiado rápido», ni echarle en cara que
no estaba satisfecha.
Hablando un poco más con él descubrí que esa inseguridad no se limitaba
únicamente a Clara, sino que comprendía también a sus exparejas e, incluso, a todas
las mujeres de su vida. Desde su madre a sus hermanas, compañeras de trabajo y
amigas… todas las mujeres eran, a sus ojos, mejores que él. ¡Teníamos un enorme
trabajo que hacer!

Francisco fue el primero, pero después de él llegaron otros con las


mismas dificultades para llegar al orgasmo. Sus motivos eran diferentes,
pero el padecimiento, el mismo.
CAUSAS DE LAS DIFICULTADES PARA LLEGAR AL
ORGASMO

LOS EFECTOS DEL PORNO. LA HABITUACIÓN A LA


PORNOGRAFÍA

A Raphael le estaba costando abrirse y contarme lo que le estaba


sucediendo. Sí me había dicho que tenía algunas dificultades para llegar al
orgasmo en pareja, pero cada palabra le suponía mucho esfuerzo e íbamos
muy despacio. Me comentó de pasada que solía masturbarse con
pornografía y que no le costaba ningún esfuerzo llegar al orgasmo de ese
modo, pero quise indagar más. Así, descubrí que no solo es que se
masturbarse con pornografía sino que, sin ella, no era capaz de hacerlo.
Esto es algo bastante frecuente. La pornografía nos proporciona un estímulo
visual y auditivo muy potente. Las escenas son rápidas, directas y
explícitas. Algunas webs, incluso, ofrecen la opción de ver en multipantalla
varios vídeos a la vez. Podemos adelantar las escenas e ir directamente a la
que más nos excita… ¡es muy fácil! Además, hoy en día, cualquiera con un
Smartphone e internet tiene la posibilidad de acceder fácilmente a este tipo
de contenidos.
Lamentablemente, esta forma de estimulación tan sencilla y poderosa puede
hacer que nos volvamos un poco «vagos». La mente se vuelve cómoda, y
nos cuesta más fantasear y concentrarnos en nuestro interior. Muchas
personas, cuando ven porno con frecuencia, se habitúan a ello y, cuando
intentan masturbarse «sin», les implica un esfuerzo mucho mayor. En el
caso de los hombres, pueden llegar a tener dificultades tanto para excitarse
y desarrollar una erección, como para alcanzar el orgasmo.
El cuerpo, por otra parte, también aprende a reaccionar ante la pornografía.
Hay veces en las que, tan solo el hecho de coger el móvil, la tablet o el
ordenador para buscar un vídeo, hacen que el cuerpo reaccione y se prepare:
la disponibilidad del porno se convierte entonces, en sí misma, en un
desencadenante de la excitación, un estímulo condicionado.
Esta habituación afecta a la masturbación a solas, pero también al sexo en
pareja. Si nos habituamos a la estimulación del porno, cualquier otro
estímulo que sea menos intenso —es decir, la vida real— puede resultar
insuficiente para excitarnos.
Además de la habituación, la pornografía puede generar una serie de
expectativas que luego no se van a satisfacer en la vida real. Recordemos
que el porno es ficción y no está hecho para representar el sexo real (y
mucho menos para educar en sexualidad) sino para excitar. Cuando salimos
del cine de ver la última peli de Star Wars no esperamos que nuestro coche
se haya convertido en una nave espacial, ni tampoco nos frustramos porque
no sea así. Lamentablemente, esa distinción a veces no está tan clara en el
porno.
Recuerdo la película «Don Jon» (Joseph Gordon-Levitt, 2013), con Scarlett
Johansson, Julianne Moore y el propio Joseph Gordon-Levitt. El
protagonista, Jon Martello, es un joven adicto a la pornografía que intenta
desesperadamente que el sexo de la vida real alcance sus expectativas de la
pantalla. No es capaz de disfrutar sin porno, por lo que llega al extremo de
tener que poner, junto a la cama, el ordenador portátil con un vídeo mientras
mantiene relaciones sexuales con una chica. ¡Una película muy
recomendable para saber más sobre este tema!
Esto no significa que todo el que consume porno se vaya a habituar a él:
hay personas más o menos vulnerables a su influencia. Lo que sí que parece
aconsejable, en todo caso, es no condicionar la masturbación a su uso: por
ejemplo, intercalando veces en la que recurrimos al mismo con otras en las
que tiramos de imaginación.
Después de todo, la pornografía puede ser muy divertida si la consumimos
adecuadamente, con conciencia y con cierta moderación. Nos puede abrir
las puertas a nuevas fantasías, ofrecernos una estimulación fácil y rápida
cuando no queremos recrearnos demasiado, ampliar el abanico de
posibilidades con las que podemos disfrutar en la cama, etc.
EJERCICIO

Si crees que te has habituado al porno, ¡lo primero es comprobarlo! Prueba un día a
masturbarte sin mirar la pantalla. Si te cuesta excitarte o llegar al orgasmo, es
probable que sí lo hayas hecho.
Para deshabituarte, lo ideal es que dejes de consumirlo durante una temporada. De
ese modo, tu cuerpo y tu mente se irán «desintoxicando» progresivamente y se
volverán más receptivos a los estímulos de la vida real. La masturbación sin porno
se irá haciendo más fácil… ¡y hasta puede que mucho más placentera que con él!:
no resultará tan automática, será más consciente, sentirás más las sensaciones, etc.
Es posible que al principio que te cueste elaborar una fantasía y centrarte en ella;
pero poco a poco lograrás ir entrenando tu mente al respecto y recuperarás esa
capacidad tan fantástica. Incluso, llegará un momento en el que seas capaz de
masturbarte sin necesidad de fantasear, simplemente atendiendo a las sensaciones
físicas de tu cuerpo.
También puede suceder que las primeras veces no llegues al orgasmo, o que,
incluso, te cueste conseguir una erección. No pasa nada si estás varios días o
semanas sin conseguirlo. A veces es mejor dejar que el cuerpo se vaya
desintoxicando poco a poco y que se vaya cargando de excitación. Asume que las
primeras veces no vas a llegar al orgasmo y/o que no vas a tener una erección.
En caso de que el proceso se te esté haciendo muy cuesta arriba —es decir, si no
ves manera de excitarte y/o correrte—, te recomendaría entonces la deshabituación
progresiva. La idea es que disminuyas la estimulación visual de forma gradual. En
orden de mayor a menor intensidad, utiliza comics, relatos y novela eróticos. Los
primeros aúnan la parte visual y la escrita; los relatos son breves y las historias van
directas al grano —para que te masturbes—; las novelas contienen muchas escenas
a lo largo de las páginas, pero no todo su contenido es erótico. Eso sí, procura no
acomodarte y no vayas directo a los cómics; prueba primero con los relatos —
internet está plagado de ellos y pueden ser muy excitantes—.
Sé que puede costar al inicio y resultar un poco frustrante, pero ¡merece la pena el
resultado!

Acostumbrarse a masturbarse a solas

Iván no había tenido muchas parejas sexuales. Sí algunas relaciones breves en el


pasado, de pocos meses, pues sus inseguridades con las mujeres las habían ido
dinamitando. Esto, sumado a una gran carga de trabajo y al poco tiempo libre de
que disponía, había hecho que se centrase casi exclusivamente en la masturbación
para disfrutar de la sexualidad.

Es muy frecuente que muchas personas tengan dificultades para llegar al


orgasmo en pareja, pero no a solas. Esto suele tener que ver con cómo
aprendemos a masturbarnos y a sentir orgasmos.
Por lo general, las personas aprendemos a sentir orgasmos en un momento
determinado de nuestra vida —muchos hombres en la infancia o en la
adolescencia— y tendemos a repetir esa misma forma una y otra vez.
Imaginémonos un adolescente que aprende a sentir orgasmos estimulándose
el pene con la mano derecha, deslizándola arriba y abajo, con un ritmo
rápido y constante. Poco a poco desarrolla una técnica bastante precisa que
sabe que le «funciona» para conseguir su objetivo con relativa facilidad.
Por tanto, lo repite una y otra vez, durante su adolescencia y también en la
edad adulta. Es probable que, como esta forma de estimularse le funcione,
no explore otras maneras y se limite a esta.
Cuando nos masturbamos siempre de la misma manera podemos llegar a
automatizar bastante el proceso. Sabemos qué vamos a sentir, cómo vamos
a sentir y en qué momento vamos a sentir cada cosa. Incluso, algunos
hombres llegan a automatizarlo tanto que consiguen «sacarse» los orgasmos
sin apenas sentir excitación previa, evocando la parte más mecánica de los
orgasmos.
Recordemos que para sentir un orgasmo debe haber descontrol y
desinhibición. Cuando mecanizamos tanto el proceso de masturbación… el
descontrol que llegamos a sentir es mínimo. Apenas necesitamos
descontrolar para corrernos y tenemos unos orgasmos que, muchas veces,
apenas son placenteros. En algunos casos pueden llegar a ser una mera
descarga que ni siquiera deja después una sensación de satisfacción.
Incluso, nos deja ganas de más… pero ya no podemos seguir.
El problema llega cuando se está en la cama con otra persona. Es ella la que
te está estimulando o la estás penetrando. Las sensaciones que sientes son
placenteras… pero no son las que tú identificas habitualmente cuando te
masturbas; no son las que has aprendido que te llevan al orgasmo. Además,
ahora desinhibirte es más difícil: no estás a solas, hay otra persona contigo,
no tienes el control total de lo que estás sintiendo… y dejarse llevar no es
tan fácil. Un orgasmo es un salto al vacío: hay que tener confianza, dejarse
llevar y lanzarse. Puede provocar sensación de abismo pues, aunque sepa
que lo que voy a sentir es positivo y placentero… desconozco cómo va a ser
(pues las sensaciones previas son distintas a lo que estoy acostumbrado).
Además, como ya comentamos un orgasmo puede ser un momento de
absoluta vulnerabilidad; implica exponerse delante de la pareja y eso no
siempre es fácil.

EJERCICIO

Voy a comentarte algunas pautas que pueden resultarte útiles si te cuesta llegar al
orgasmo en pareja. Por supuesto, es fundamental trabajar la confianza en uno
mismo y en la relación de pareja (es posible que para eso sea necesaria la terapia).
Mientras tanto, prueba esto:

No busques sentir lo mismo que sientes cuando te masturbas a solas. Cuando estés
con otra persona sentirás cosas distintas que, igualmente, pueden llevarte al
orgasmo. Un orgasmo se puede alcanzar por múltiples caminos. Es posible que,
cuando estés acompañado, descartes las sensaciones nuevas etiquetándolas con
algo como «sí, esto está bien, pero no me va a llevar a ningún lado». Esto hará que,
en vez de centrarte en el placer y dejarte llevar, te centres en esa etiqueta, en el
juicio que estás haciendo de esa caricia o de esa sensación.
Déjate llevar y ábrete a las nuevas sensaciones. Asume y acepta que no vas a sentir
lo mismo que a solas ¡y eso puede ser fantástico! Con cada persona, cada día y
cada situación podemos descubrir cosas distintas que pueden ser muy positivas.
Permítete explorarlas, sin expectativas y con curiosidad. ¡Te sorprenderá el
resultado!
No intentes llegar al orgasmo. Recuerda que cuando «intentas» llegar al orgasmo te
centras más en tu preocupación que en disfrutar. Un orgasmo es un reflejo y, por
tanto, no hay nada que podamos hacer para provocarlo… salvo estimular los dos
factores que nos llevan a él: la excitación y el descontrol. Por tanto, para sentir un
orgasmo, lo único que está en tu mano es excitarte y desinhibirte. El orgasmo
vendrá como consecuencia de eso… no porque tú lo provoques.
Es más, asume que no vas a llegar al orgasmo. Céntrate en disfrutar y asume que
no vas a llegar. Eso te liberará de expectativas y presiones al respecto. El orgasmo
es solo una parte de un encuentro sexual, no el fin último. ¡Que no se te olvide
disfrutar de todo el proceso

¿Los hombres fingen orgasmos?

Voy a recuperar a Francisco en este apartado, pues creo que su caso ayudará
a ilustrar por qué los hombres fingen los orgasmos. A él, esto de no llegar al
orgasmo en pareja no le importaba demasiado. Le hubiese gustado disfrutar
de ellos, claro, pero su foco de atención estaba puesto en compensar sus
supuestas carencias convirtiéndose en el amante perfecto.
Al principio de la relación Clara estaba encantada: tenía un amante
entregado y cariñoso entre las sábanas y, aunque él no se corría, creía que
sería cuestión de tiempo y de que fuese cogiendo confianza.
Fueron pasando las semanas —y los meses— y la cosa no cambiaba. Clara,
que era una mujer de armas tomar, decidió ponerse manos a la obra para
buscarle solución al asunto. Ella estaba muy satisfecha en la cama pero
quería sentir cómo él también se lo pasaba bien. Al fin y al cabo, si hay algo
en lo que hombres y mujeres estamos de acuerdo es que, a la mayoría, lo
que más nos excita en la cama es ver disfrutar a nuestra pareja. Ya había
hablado con él del tema varias veces pero no habían sido capaces de
resolverlo, así que le animó a consultar a una profesional.
A Francisco no le apetecía en absoluto (no creo que nadie dé saltos de alegría por ir
a la sexóloga, la verdad), así que retrasó el momento todo lo que pudo. Pensó que
quizás Clara se quedaría más tranquila si «creía» que el problema se había resuelto…
así que probó a fingir un orgasmo.

Sí, los hombres también fingen orgasmos a veces. Además, lo hacen por
el mismo motivo que las mujeres: para que la pareja se quede tranquila y
crea que todo va bien. Incluso, para aumentar la autoestima sexual de la otra
persona. A Francisco le pareció la solución perfecta.
Orgasmo y eyaculación suelen ir unidos en la mayoría de los casos, de
modo que no iba a bastar con montar un pequeño teatro a lo actor porno
para fingir uno; iba a requerir de bastante imaginación y destreza. No quería
que Clara le pillase así que diseñó detalladamente un plan para que todo
fuese creíble.
Le pidió a Clara las llaves de su casa y fue allí un par de horas antes de que
ella saliese de trabajar. Preparó la cena, puso la mesa con velas, música de
fondo, vino... toda la parafernalia clásica. Después, fue al dormitorio, puso
sábanas limpias, incienso y unas velas Por último, lo más importante: dejó
sobre la mesilla de noche un par de preservativos y una caja de pañuelos de
papel.
La idea era hacerle creer a Clara que en una noche tranquila, romántica, con
un ambiente especial, él estaría más cómodo y confiado, el sexo sería mejor
y, por tanto, tendría el orgasmo que ella esperaba. Tenía sentido, ¿verdad?
—Cuando llegó el momento —me contó Francisco—, estaba muy nervioso, pero
animado a la vez porque iba a zanjar el asunto de una vez por todas. Después de la
cena y la conversación fuimos a la cama. Todo fue, como siempre, ¡muy bien! Cuando
llegó el momento de la penetración, me puse un condón y empecé a fingir más
entusiasmo del habitual —en este punto, hizo una mueca de fastidio.
—¿Qué sucedió entonces? —le pregunté.
—¡Pues creo que fui demasiado entusiasta muy pronto! —exclamó—. En el orgasmo
tendría que haber llegado al punto álgido de la actuación… pero ya estaba
demasiado alto cuando llegó ese momento. Total, que me quedó muy sobreactuado
—resopló él.
Yo no pude evitar una carcajada. Él me miró muy sorprendido, pero se
rio también. Se relajó bastante —no hay nada como el humor para quitarle
dramatismo a una situación como esa— y prosiguió.
—Aun así, seguí con mi plan. Me derrumbé encima de ella, como si estuviese
exhausto por el placer. La besé, la sonreí y me incorporé despacio para salir de ella.
Me di la vuelta, dándole la espalda para que no viese lo que hacía, y me quité a toda
prisa el condón… escondiéndolo en un pañuelo de papel.
—¿Y funcionó? —le pregunté—, ¿se lo creyó?
—¡Para nada! —me contestó. ¿Qué te crees que hago aquí si no?

Cuando un hombre tarda mucho en llegar al orgasmo:


eyaculación retardada

Siempre me ha llamado la atención que, cuando se trata de mujeres, se


habla de «anorgasmia»; en cambio, cuando se trata de hombres, de
«eyaculación retardada». Los manuales diagnósticos que utilizamos los
profesionales así lo recogen. No suele usarse el término «anorgasmia
masculina» pues se considera que es algo poco frecuente (ya te digo yo que
no lo es tanto). Incluso muchas veces se dice que no existe y que,
simplemente, es que «son hombres que aguantan mucho» o que «duran
más».
El principal motivo por el que esto se entiende así es porque para la
sociedad en la que vivimos esto no es un «problema real». Mientras un
hombre tenga una erección, no se le baje y de placer a su pareja con su
pene… ¡todo está perfecto! El hombre ya ha cumplido lo que se esperaba de
él.
Además, el placer de él se da por hecho; ni se plantea la posibilidad de que
no lo pueda sentir. Se presupone que un hombre siempre tiene que tener
ganas y que lo pasa bien. El problema está en si tarda poco en correrse…
¡no en si tarda mucho!
Una noche estaba tomando algo con unas amigas y el novio de una se me
acercó para hacerme «una consulta»: cuando se acostaba con su chica
tardaba un montón en llegar al orgasmo… aunque al final sí lo conseguía.
Esto suponía un esfuerzo tal para él que hacía que muchas veces evitase las
relaciones sexuales, pues sabía que iba a ser «un trabajo enorme acabar y le
daba pereza».
Es por ello que muchos hombres se sienten raros y avergonzados cuando no
funcionan como creen que deberían. Además, no suelen buscar ayuda para
ello, aunque les provoque mucho malestar en sus relaciones sexuales y estas
se acaben convirtiendo en una fuente de frustración, creen que sí sería
motivo de consulta si tardasen demasiado poco o no se les levantase, pero
tener dificultades para llegar al orgasmo, no.
Es algo que puede suceder tanto en pareja como a solas. Muchos hombres
requieren mucho tiempo y concentración para masturbarse y conseguir un
orgasmo con ello. Tardar más no tiene por qué ser un problema en sí
mismo, sino que dependerá de cómo lo viva cada hombre en concreto.
Para algunos, el sexo se convierte en un esfuerzo, en un trabajo. No es fácil
ni sencillo. Nuestra cultura no contempla la posibilidad de tener sexo sin
orgasmo (recordemos que si sucede eso es que «te has quedado a medias»).
Cuando se trata de la masturbación a solas, esto se hace aún más
importante, pues casi nadie se masturba si no es para tener un orgasmo.
Recuerdo una conversación con un grupo de amigos hace unos 3 años.
Estábamos cenando en mi casa y los chicos empezaron a reírse de Arturo:
entre todos era bien sabido que, cuando quería hacerse una paja, tardaba
entre una hora y una hora y media. Cuando salía el tema siempre se
burlaban de él y hacían chistes al respecto. Lo cierto es que a él no le
suponía ningún problema. No podía masturbarse con tanta frecuencia como
le hubiese gustado (no todos los días tenía tanto tiempo para dedicarse a
eso) pero no le importaba en absoluto. Arturo es, en general, una persona
que va despacio por la vida: camina despacio, come despacio, siempre se le
ve tranquilo, suele llegar tarde a todos sitios... ¡se toma las cosas con calma
y se recrea en ellas!

Cuando un hombre eyacula sin sentir placer


Hace un rato comentaba que orgasmo y eyaculación no tienen por qué ir
siempre unidos. Lo cierto es que con frecuencia es así… pero no tiene por
qué. En realidad, el orgasmo y la eyaculación son dos reflejos distintos: uno
es del sistema nervioso autónomo y el otro, del sistema motor. Cuando un
hombre eyacula, el sistema motor genera una contracción que expulsa el
semen.
Históricamente ambos reflejos se han dado de forma simultánea, ¡era la
forma que tenía la madre naturaleza de hacer la reproducción divertida! Si
orgasmo y eyaculación se daban a la vez, aumentaban las posibilidades de
que la especie se reprodujese y, por tanto, que no se extinguiese.
A día de hoy la especie está muy evolucionada (aunque sabemos que
algunos individuos concretos quizás no tanto ) y, cuando mantenemos
relaciones sexuales no es porque queramos tener prole. Lo hacemos por
placer, por ocio, por conectar con otra persona, para liberar el estrés...
Además, la forma en la que cada persona vivimos y sentimos la sexualidad
es muy particular. Por tanto, ambos reflejos pueden darse por separado. No
todos los hombres han vivido esta experiencia pero, desde luego, es más
frecuente de lo que creemos.
Javier es un claro ejemplo de ello. Cuando le conocí tenía unos 26 años y nunca
había sentido un orgasmo. Cuando se masturbaba sí eyaculaba, pero no sentía ese
pico de placer. La eyaculación le resultaba, en cierto modo, agradable y liberadora,
pero nunca se quedaba satisfecho. Es por ello que empezó a masturbarse una y otra
vez, hasta 7 veces en cada ocasión, eyaculando en todas ellas.

Casi de forma compulsiva intentaba experimentar ese placer, esa


satisfacción. Lamentablemente, haciendo esto conseguía todo lo contrario:
eyaculaciones cada vez más automáticas y mecánicas, sin apenas excitación
y nada placenteras. Además, cuando decidía parar, se sentía frustrado y
vacío.
En general, Javier tenía una gran desconexión consigo mismo, tanto con su
cuerpo como con sus emociones y pensamientos. Había tenido varias
experiencias muy dolorosas y traumáticas a lo largo de su vida y la única
forma que había encontrado para sobrellevarlas era desconectándose.
Cuando trabajamos esas cosas empezó a sentir algunos orgasmos en pareja
e, incluso, a solas.

Y ellas, ¿qué pintan en todo esto?

A Clara no le bastaba con pasárselo bien ella en la cama; también quería


que su novio disfrutase. Sabía que él se lo pasaba bien, pero no llegaba al
orgasmo de ningún modo. Como las semanas pasaban y la cosa seguía
igual, decidió tomar cartas en el asunto e intentar convertirse en la amante
más complaciente y dedicada posible: largas sesiones de sexo oral, juguetes
para hombres, lubricantes, masajes eróticos, lencería sexy… Todo resultó
en vano. Llena de frustración, una tarde lo comentó con sus amigas:
—Las cosas con Francisco van bien pero… en la cama hay algo que no acaba de
funcionar —dijo preocupada.
—¿Qué le pasa… no se le levanta? —contestó una—.
—No, no... no es eso —contestó pensativa.
—¡No me digas que no te come el coño! —dijo otra, y todas se rieron.
—La cuestión es que… no se corre.
—¿Cómo que no se corre?
—Pues eso, que no eyacula. Que no tiene orgasmos —todas la miraron muy
sorprendidas—.
—No sé si estoy haciendo algo mal o es que él tiene un problema, pero estoy
empezando a agobiarme con este tema.

Se quedaron en silencio durante unos segundos. Después, estallaron en


carcajadas de nuevo.
—A ver, Clara, no te ralles…¡que seguro que no es tu culpa! Los tíos también tienen lo
suyo, ¿sabes? Pueden ser muy inseguros. ¿Lo has hablado con él?
—Joder, claro, tres veces. Siempre me dice que no me preocupe, que él se lo pasa
muy bien conmigo y que es algo que le pasa de toda la vida.
—¿¿¿De toda la vida??? ¿Nunca se ha corrido?
—No, no es eso. Parece que nunca se ha corrido con una mujer, pero si se hace una
paja no tiene problema.
—Bueno, entonces claramente le pasa algo que va más allá de ti, nena. ¿Y por qué no
va al psicólogo?

Cuando un hombre no llega al orgasmo lo más probable es que su pareja


se preocupe. Esta preocupación suele tomar la forma de la culpa. Las
mujeres tienden a culparse a sí mismas en muchos ámbitos de la vida pero,
cuando se trata del placer de su pareja, más todavía. La cultura nos dice que
si una mujer es atractiva y su pareja la aprecia, él se lo va a pasar de
maravilla en la cama (es decir, tendrá deseo, erecciones y orgasmos sin
problema). De hecho, apenas se considera necesario que ella sea una
experta en artes amatorias; el simple hecho de estar allí y ser mujer
«debería» despertar automáticamente el placer de él. Si esto no es así… es
que ella no es suficiente: no es suficientemente atractiva, o querida, o buena
para él. Esto puede parecer una idea un poco arcaica —troglodita, diría yo
—, pero lamentablemente está muy presente en el ideario sexual actual, ya
sea de forma consciente o no.
Cuando una mujer se siente culpable es probable que intente «remediar lo
que ella ha provocado», por eso Clara hizo ese despliegue de medios para
intentar ser la amante del siglo con su chico. Como ya sabemos, esto no
funciona —ni con Francisco ni con nadie—. Cuando uno nota que la pareja
está «intentando» que llegue al orgasmo, sentirá más presión y, por tanto,
no se centrará en el placer, no descontrolará y no llegará. Es algo casi
matemático.
El problema de Francisco no afecta a Clara únicamente en esto, sino que va
más allá. Ya hemos comentado que él, para intentar suplir sus supuestas
carencias, se afanaba en darle placer a ella. Además, como no llegaba al
orgasmo pero sí mantenía la erección, dedicaba largos ratos a la
penetración.
Inicialmente esto era muy placentero y positivo para Clara, ¡disfrutaba
mucho! pero poco a poco fue convirtiéndose en una gran carga. El éxito y la
calidad de su vida sexual en pareja dependía única y exclusivamente de que
ella se lo pasase bien. Él centraba toda su atención y expectativas en ella…
y eso es mucho que soportar.
Además, estos ratos taaaaan largos de penetración, por muy idealizados que
los tengamos ¡no son tan placenteros! pues ella, como una gran parte de las
mujeres, necesitaba la estimulación del clítoris para excitarse y sentir
orgasmos. Al final, acababa cansada e, incluso, dolorida e irritada de una
fricción tan continua y prolongada en la zona vaginal.
Clara seguía deseando mucho a Francisco y se lo pasaba muy bien con él,
pero empezaba a necesitar que las cosas cambiasen en ese aspecto.
Llegados a este punto me pareció que lo más apropiado sería que ella
viniese también a la consulta. De ese modo, podría darle indicaciones para
aliviar su malestar y algunas pautas para mejorar los encuentros sexuales.
Aunque en este caso el problema lo tenía él, ella también estaba implicada
en todo el embrollo y podía sernos de gran ayuda.

RECOMENDACIONES PARA ELLAS


Vamos a comentar algunas cuestiones que deben tener en cuenta las mujeres
que se acuestan con hombres con dificultades para llegar al orgasmo. Si
eres una mujer que le ha quitado el libro a su pareja, lee atentamente; sino,
transmítele estas ideas a tu chica, le serán de gran ayuda:
Sus dificultades no son culpa tuya. Sé que puede ser complicado, pero
intenta no responsabilizarte de su problema. Lo que le pasa no es por tu
culpa y tampoco es tu responsabilidad resolverlo. Además, aunque lo
intentases… ¡no podrías! No eres su psicóloga ni su sexóloga.
Seguramente, tampoco haces magia, ¿no?
No intentes que él llegue al orgasmo. Cuando estéis en la cama, céntrate
en disfrutar. Cuanto más intentes que él llegue al orgasmo, más presionado
se va a sentir y solo lograrás lo contrario a lo que quieres. Si quieres darle
placer ¡estupendo! hazlo siempre y cuando tú te pongas cachonda cuando lo
estés haciendo. Es frecuente que nos cansemos, nos fatiguemos e incluso
nos aburramos cuando intentamos sin éxito que alguien llegue al orgasmo.
Si eso es así, él lo va a notar y va a ser contraproducente. Dale placer solo si
a ti te está resultando excitante y, cuando te canses, para o pasa a otra cosa.
Asume que no se va a correr. Reajusta tus expectativas en los encuentros
sexuales. Si asumes que él no va a llegar al orgasmo y lo aceptas, dejarás de
intentar conseguirlo. El orgasmo es solo una parte más de los encuentros
sexuales. Puede ser una parte importante ¡no le vamos a restar importancia!
pero no dejes de disfrutar del resto del encuentro sexual porque falte el
orgasmo.
Si él puede llegar al orgasmo tocándose él, ¡que lo haga! Hay muchos
casos en los que ellos no son capaces de llegar al orgasmo si eres tú la que
le está estimulando, pero sí pueden conseguirlo masturbándose ellos. A lo
mejor tú puedes estar a su lado mientras lo hace, besarle, acariciarle,
hablarle... Es algo que puede ser muy excitante.

Estas pautas, por supuesto, te las puedes aplicar a ti mismo también. Si


estás teniendo dificultades para llegar a un orgasmo lo primero es que dejes
de intentarlo y sigas estas pautas. Eso aliviará la presión y te hará salir de la
espiral en la que, probablemente, estés metido. Hay una cosa fundamental a
tener en cuenta cuando intentamos resolver un problema: si lo que has
probado hasta ahora no funciona, ¡tienes que cambiar de estrategia! Si no,
lo único que conseguirás será una sensación de descontrol bastante
desagradable. Después, llámame y cerramos una cita en la consulta (a mí, o
a cualquier otra sexóloga de confianza… aunque si me llamas a mí me hará
ilusión, la verdad ).
Este no es un libro de autoayuda sexual (si es que tal cosa pudiese existir),
sino un libro para que los hombres podáis comprender cómo funciona
vuestra sexualidad. Si solo con leer el libro pudieseis interiorizar todas las
ideas que en él aparecen vuestra satisfacción y plenitud sexual estaría,
modestia aparte, garantizada. Lamentablemente la mente humana no
funciona de forma tan simple y a veces, aunque entendamos un concepto y
estemos de acuerdo con él, no significa que lo hayamos hecho nuestro y
haya pasado a formar parte de nuestro ideario. Espero que este libro pueda
ser el inicio del cambio.
CAPÍTULO 4

EL CONTROL DE LA
EYACULACIÓN

QUÉ ES REALMENTE LA
EYACULACIÓN PRECOZ
Uno de los principales motivos por el que los hombres van a la consulta de
una sexóloga es porque les gustaría durar más en la cama. Muchos incluso
acuden con su autodiagnóstico de «eyaculación precoz» debajo del brazo, el
cual plantan encima de la mesa con una súplica del estilo de «por favor,
cúrame».
«Cúrame», porque estoy enfermo. «Cúrame» porque no funciono bien.
«Cúrame», porque estoy defectuoso. «Cúrame», porque esto es vergonzoso.
«Cúrame», porque no soy un verdadero hombre. Todas estas emociones y
pensamientos tan dolorosos están presentes la mayoría de las veces detrás
de ese «cúrame».
El DSM-V, el manual de clasificación diagnóstica que utilizamos las
psicólogas, dice que un hombre padece eyaculación precoz si tiene «un
patrón persistente o recurrente en que la eyaculación producida durante la
actividad sexual en pareja sucede aproximadamente en el minuto siguiente
a la penetración vaginal y antes de que lo desee el individuo».
Aunque en una nota del DSM-V se indica que la eyaculación precoz se
puede sufrir también en prácticas que no incluyan la penetración vaginal
(sin especificar tiempos), ni científica ni popularmente se suelen tener en
cuenta.
Cuando se habla de eyaculación precoz, se mide el tiempo que el hombre
tarda en eyacular desde que se inicia la penetración vaginal. Con esto
quieren decir que, si tardas poco en eyacular desde que la metes, es porque
tienes una enfermedad. Esta idea está basada en los siguientes preceptos:

• La penetración es la práctica sexual más importante de todas.


• Tienes que dar placer a tu pareja con la penetración.
• Tu pareja tiene que llegar al orgasmo con la penetración.
• El tiempo de estimulación y excitación previa a la penetración «no
cuenta».
• Que el encuentro sexual sea placentero o no, no es lo más relevante.

Creo que ningún hombre ha acudido jamás a la consulta de su médico de


cabecera ni ha buscado una sexóloga porque dure poco cuando se la chupan
o cuando le masturban. Es posible que eso también le suceda pero lo que le
lleva a la consulta, lo que de verdad le preocupa, es cuánto dura en la
penetración.
Lo que te hace «un hombre válido» es durar mucho. Aunque te aburras,
aunque te canses, aunque no sea placentero... es por ello que, como veíamos
en el capítulo anterior, si un hombre tiene dificultades en llegar al orgasmo
no suele considerarlo un problema por el que acudir a un especialista. En
cambio, si dura «poco», sí.
Aquí, como ya estarás pudiendo imaginar, vamos a redefinir qué es lo que
se considera un problema y qué no. No vamos a definir el problema en
términos de tiempo, sino en base a la sensación de control que tenga el
hombre sobre su orgasmo y en base a su satisfacción con su vida sexual.
Muchos hombres no tienen sensación de control sobre su orgasmo. No
saben qué es lo que más les excita, qué menos o qué les hace perder el
control. No conocen los mecanismos por los que se rige su sexualidad
porque nunca han prestado una atención plena y consciente a su placer.
Otros, incluso, ni siquiera ven venir el orgasmo pues no notan la escalada
de excitación ni identifican la sensación preorgásmica —ese «cosquilleo»
que te avisa de que el orgasmo es inminente e inevitable—. De repente, se
han corrido y no saben cómo han llegado hasta ahí. Eso les provoca,
lógicamente, mucho malestar y frustración.

Recogemos de nuevo este esquema para recordar el papel que tiene la activación del sistema nervioso
simpático en el desencadenamiento de la eyaculación.
Otros, aunque duren un tiempo que podamos considerar adecuado, no se
sienten satisfechos: creen que su vida sexual podría ser de más calidad si
durasen más. Tienen tan arraigada esta idea de que durar mucho es signo de
éxito, felicidad y placer que se obcecan en ello y son incapaces de disfrutar
de todo lo bueno que sí tienen en su vida sexual.
Recuerdo un hombre que llegó a mi consulta hace unos años. Era un tipo
alegre, confiado y decidido a que le enseñase a durar más en la cama. No
creía tener eyaculación precoz pero estaba convencido de que, si conseguía
durar más, su pareja estaría mucho más feliz. Cuando le pregunté por su
vida sexual en aquel momento, me sorprendió mucho su respuesta: tenían
una vida sexual súper creativa, jugaban un montón, disfrutaban mucho del
erotismo, practicaban el intercambio de parejas con cierta regularidad y su
relación en la vida cotidiana, con sus dificultades lógicas, era bastante
buena. Después de escuchar todo aquello le pregunté por qué quería durar
más en la cama, pues yo no veía motivo para ello. Mantuvimos, os lo
prometo, el siguiente diálogo:
—Jesús, ¡os lo pasáis de maravilla! ¿Para qué quieres durar más en la cama?
—Sí, la verdad es que somos afortunados pero yo sé que si duro más en la cama mi
pareja va a ser mucho más feliz.
—Ahá —le contesté. ¿Y ella qué te dice al respecto?
—Bueno, ella me ha dicho que ya se lo pasa muy bien en la cama, que no necesita
más.
—Mmm… ¿y entonces?
—Ya… ella dice eso, pero yo «sé» que ella disfrutaría mucho más.
—Por cierto, ¿ella sabe que has venido a mi consulta hoy?
—Sí, sí, por supuesto.
—¿Y qué opina al respecto?
—Bueno... —respondió—. Cree que es una pérdida de tiempo y de dinero, no ve
motivo alguno para que venga.
—Perdóname, Jesús, no estoy entendiendo nada —contesté divertida—, ¡no entiendo
qué haces aquí! Ella te lo ha dejado muy claro, ¿no?
—Ya, pero yo estoy «seguro» de que si consigo durar más, se lo va a pasar mejor.
En realidad, esto del «durar mucho» es una invención de la vida
moderna. La selección natural primaba a los individuos que conseguían
aparearse con rapidez y eficacia: el que sobrevivía y se reproducía era el
que podía eyacular con mucha rapidez. Por un lado, estaba menos tiempo
expuesto y vulnerable durante el coito. Por otro, no se perdía tiempo en esos
menesteres y se podía dedicar a otros que garantizasen la supervivencia
inmediata, como la búsqueda de alimentos, la crianza, la protección del
hogar... Evolutivamente hablando, lo atractivo era el hombre que se corría
rápido. Ese era el más atractivo y deseable de los individuos machos. Nada
que ver con lo que sucede ahora, ¿verdad?
Además, algunas teorías hablan de que, cuando el ser humano todavía se
desplazaba a cuatro patas, la cadera y la pelvis de la mujer eran más anchas
y estaban rotadas hacia delante. Esto hacía que el clítoris se encontrase en el
interior de la vagina y, por tanto, se estimulase directamente durante la
penetración vaginal. Por tanto, el que ella llegase al orgasmo con la
penetración era mucho más fácil de lo que puede ser ahora: cuando nos
pusimos en posición bípeda el cuerpo de la mujer modificó su estructura,
estrechándose la cadera y rotando la pelvis hacia atrás… quedando el
clítoris en el exterior, en la vulva.
Esto hace que tenga aún menos sentido que la penetración sea tan
importante a día de hoy. La mayoría de las mujeres tienen orgasmos con la
estimulación del clítoris, pero este no se estimula de forma directa durante
la penetración. El coitocentrismo sería algo que viene poco menos que de la
época de las cavernas y se sostiene a pesar de que el ser humano no es ni
remotamente el mismo que era entonces.
En nuestra cultura la religión así se encargó de ello: se promovió el coito
como la principal —y única— forma de relacionarse sexualmente y,
además, debía hacerse dirigido a la procreación. Todo lo que se saliese de
ahí estaba mal visto y considerado algo sucio y pervertido. Cuando la forma
de sentir placer genital de la mujer cambia (porque el clítoris no se estimula
con la penetración), pero no así los hábitos sexuales, la mujer deja de sentir
tanto placer.
No podemos echar la culpa de todo esto a la religión. La ciencia también
tuvo un papel muy relevante en todo esto. En pleno siglo XIX el placer de
la mujer era un concepto bastante confuso. La película «Hysteria» (Tanya
Wexler, 2011) refleja muy bien esa situación. En ella se cuenta cómo se
inventó el vibrador en la época victoriana en Londres para curar la histeria.
La histeria, por aquel entonces, se consideraba una enfermedad nerviosa
crónica que afectaba a las mujeres y cuyo origen estaba en el útero. En la
película el doctor Mortimer Granville masajea los genitales de las mujeres
para que tengan convulsiones y, así, liberarlas de su malestar.
En realidad lo que estaba haciendo el querido doctor era masturbar a estas
mujeres y las convulsiones que ellas experimentaban eran, obviamente,
excitación y orgasmos. El pobre tuvo que inventar el vibrador porque tenía
tal afluencia de pacientes que su mano se resentía —supongo que tendría
desde agujetas a tendinitis— y no podía ayudarlas a todas. Aun así no se
consideraba para nada algo sexual. Era un procedimiento absolutamente
carente de erotismo para este médico y para los maridos que enviaban a sus
esposas a la consulta. La masturbación femenina era algo cuya posibilidad
ni se contemplaba. El placer de la mujer no existía sin el hombre.
Poco después, en Viena, Sigmund Freud, al que se considera el padre del
psicoanálisis, en su libro Tres ensayos sobre teoría sexual (1905) habló de
dos tipos de orgasmos: los vaginales y los de clítoris. Por un lado, los
orgasmos desencadenados por el clítoris eran los llamados orgasmos
inmaduros e infantiles. Por otro, los orgasmos vaginales eran los deseables,
los propios de la mujer madura y adulta. Aquí sí se contemplaba el placer
de la mujer, pero se menospreciaba el que no tuviese que ver con la
penetración del pene de un hombre.
No fue hasta mucho tiempo después cuando el placer de la mujer dejó de
ser algo secundario. En España, en pleno siglo XX, la Sección Femenina —
el sector del gobierno falangista que se encargaba de la educación de las
mujeres— educaba a las mujeres para ser las perfectas esposas y amas de
casa. Esto incluía el débito conyugal en el que se animaba a las mujeres a
estar siempre disponibles para el hombre, atender sus necesidades en ese
ámbito siempre de buena gana y a fingir los orgasmos para la tranquilidad
(y ego) de ellos. En este punto de la historia aún no era tan importante
cuánto durasen ellos, porque el placer de ellas no se contemplaba. Es más,
para muchas podía suponer un alivio que él terminase cuanto antes para
dejar atrás ese trámite nada placentero.

Extractos de «Sección Femenina» de la Falange Española y de las JONS (partido


único del movimiento nacional). Editado en 1958.
Ten preparada una comida deliciosa para cuando tu marido regrese del trabajo.
Especialmente, su plato favorito. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono
bajo, relajado, placentero.
Prepárate: retoca tu maquillaje, coloca una cinta en tu cabello, hazte un poco más
interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo y
uno de tus deberes es proporcionárselo.
Durante los días más fríos deberías preparar y encender un fuego en la chimenea
para que él se relaje frente a él. Después de todo, preocuparte por su comodidad te
proporcionará una satisfacción personal inmensa.
Minimiza cualquier ruido. En el momento de su llegada, elimina zumbidos de
lavadora o aspirador. Salúdale con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo de
complacerle. Escúchale, déjale hablar primero. Recuerda que sus temas de
conversación son más importantes que los tuyos. Nunca te quejes si llega tarde o si
sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. Intenta, en cambio, comprender su
mundo de tensión y estrés, sus necesidades reales.
Haz que se sienta a gusto, que repose en un sillón cómodo o que se acueste en la
recámara. Ten preparada una bebida fría o caliente para él. No le pidas
explicaciones acerca de sus acciones o cuestiones su juicio o integridad. Recuerda
siempre que es el amo de la casa.
Anima a tu marido a poner en práctica sus aficiones e intereses y sírvele de apoyo
sin ser excesivamente insistente. Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle
hablándole de ella, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con
los de los hombres. Al final de la tarde, limpia la casa para que esté limpia de nuevo
en la mañana. Prevé las necesidades que tendrá a la hora del desayuno. El
desayuno es vital para tu marido si debe enfrentarse al mundo interior con talante
positivo.
Una vez que ambos os hayáis retirado a la habitación, prepárate para la cama lo
antes posible, teniendo en cuenta que aunque la higiene femenina es de máxima
importancia, tu marido no quiere esperar para ir al baño. Recuerda que debes tener
un aspecto inmejorable a la hora de la cama… si debes aplicarte crema facial o
rulos para el cabello, espera hasta que él esté dormido, ya que eso podría resultar
chocante para un hombre a última hora de la noche.
En cuanto respecta a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es
importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de
dormir, que sea así y no le presiones o estimules la intimidad. Si tu marido sugiere la
unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su
satisfacción es más importante que la de una mujer.
Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es
suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido
te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes. Es probable que
tu marido caiga entonces en un sueño profundo, así que acomódate la ropa,
refréscate y aplícate crema facial para la noche y tus productos para el cabello.
Puedes entonces ajustar el despertador para levantarte un poco antes que él por la
mañana. Esto te permitirá tener lista una taza de café para cuando se despierte
¡A mí este texto me parece realmente impresionante! Cuando lo leí por
primera vez me sobrecogió —hasta pensé que era solo un guion de una
película o un extracto de una novela—. Incluso, cuando se reconocía que la
mujer podía ser también un ser sexual, se hacía advirtiendo que en ese caso
sería alguien de poco fiar, sin inteligencia ni aptitudes para nada más que el
sexo:

La mujer sensual
«La mujer sensual tiene los ojos hundidos, las mejillas descoloridas, transparentes
las orejas, apuntada la barbilla, seca la boca, sudorosas las manos, quebrado el
talle, inseguro el paso y triste todo su ser.
Espiritualmente, el entendimiento se oscurece, se hace tardo a la reflexión: la
voluntad pierde el dominio de sus actos y es como una barquilla a merced de las
olas: la memoria se entumece. Solo la imaginación permanece activa, para su daño,
con la representación de imágenes lascivas, que la llenan totalmente. De la mujer
sensual no se ha de esperar trabajo serio, idea grave, labor fecunda, sentimiento
limpio, ternura acogedora».
(Padre García Figer en ‘Medina’, revista de la Sección Femenina, 12 de agosto de
1945)

Todo esto no hacía más que echar leña al fuego de la eyaculación precoz: el
placer de la mujer, o no existía, o dependía del pene de su pareja. El centro
de toda la vida sexual en pareja era la penetración y la forma legítima de
que ellas sintiesen placer era con esta práctica. A día de hoy, si una mujer
tiene un orgasmo con la estimulación del clítoris —con sexo oral o
masturbación— está muy bien pero, si lo tiene con la penetración… da más
puntos al hombre. Muchos más.
Cuanto más arraigada está la idea de que la mujer debe llegar al orgasmo
con la penetración

Presión por la ejecución del pene


Activación del Sistema Nervioso Simpático

Pérdida del control de la eyaculación

Hasta 1978 no se legalizó el uso y la comercialización de la píldora


anticonceptiva, más de dos décadas después que en otros países europeos.
Esto supuso un gran cambio en la forma de entender y vivir las relaciones
sexuales. Por un lado, implicaba que el sexo ya no se tenía únicamente por
motivos reproductivos, sino que se hacía por placer. Además, la mujer
tomaba el control de su fertilidad y, por tanto, gran parte del poder sobre sí
misma. La mujer empezaba a mantener relaciones sexuales porque las
deseaba y esperaba disfrutar de ellas.
Llegados a este punto, como la reproducción ya no era lo más importante, el
coito deja de ser el único protagonista. Además, se empieza a divulgar la
existencia del clítoris con más fuerza y, por tanto, a visibilizar otras formas
de sentir placer de la mujer. Incluso se evidencia que el placer de la mujer
ya no depende tanto del hombre, sino que ella tiene por sí sola la capacidad
de disfrutar.
El hombre ya no tenía que tener una erección y durar mucho para ella se lo
pase bien. El placer de ella no dependía del pene, ni de su rendimiento y
ejecución. Todo esto debería haber supuesto un alivio de la presión para
ellos… pero no fue así.
Por un lado, aún está muy presente lo que dijo Freud de los orgasmos
inmaduros y maduros. Por otro, el hecho de que la mujer pueda conseguir
placer sin depender de un pene es una idea que causa inseguridad y rechazo
en el género masculino; los hombre se sienten desplazados, pues pierden
protagonismo y control sobre la vida de la mujer. Así que tratan de
recuperarlo mediante la penetración y la búsqueda de los orgasmos
vaginales maduros, «los de verdad».
Creo que con esto ha quedado bastante claro que lo de eyaculación precoz
es algo muy cultural, una construcción sobre la identidad sexual masculina
y su papel en el placer femenino. El ideal de masculinidad está lleno de
todos estos «deberías». Veremos que sí hay algunos casos —pocos— en los
que sí es necesario intervenir considerando problemático el funcionamiento
sexual del hombre cuando él no sienta control sobre su orgasmo o no
disfrute del placer sexual por este motivo.

ALGUNAS CAUSAS DE LA EYACULACIÓN PRECOZ

LA MASTURBACIÓN ADOLESCENTE

La masturbación es, con frecuencia, de las primeras experiencias de


sexualidad genital que tienen los hombres. Muchos niños pequeños, cuando
les quitan los pañales, descubren sus genitales y empiezan a jugar con ellos;
se tocan, los acarician, se frotan contra la cama o los cojines... De esa forma
se estimulan y pueden conseguir mucho placer. Cuando son tan pequeñitos
esta práctica no tiene la misma connotación que cuando son adultos: es
únicamente placer, juego y diversión… sin todo lo que rodea a la sexualidad
adulta. Lo hacen sin miedo, sin esconderse, delante de otras personas, sin
culpa…
Lamentablemente, los adultos están ahí y empiezan a socializar esto. Por
ejemplo, si un bebé se toca el pene lo comentarán, lo señalarán, se reirán...
Esto ya le está indicando al bebé que tocarse los genitales no es igual que
tocarse un pie o un codo: es distinto y pone nerviosos a los adultos.
Si avanzamos en edad y ya es un niño el que se estimula abiertamente los
genitales casi seguro obtendrá una reacción mayor del entorno adulto: es
posible que le regañen o le griten y le obliguen a parar. Muchos
reaccionarán con vergüenza y nervios y se sentirán confusos y abrumados.
En el mejor de los casos, los adultos más formados en estos temas indicarán
al niño que está bien que se toque, pero que debe hacerlo en privado —en
casa, en su habitación o en el cuarto de baño, y nunca delante de otras
personas—.
De este modo, cuando los chavales llegan a la adolescencia, la
masturbación se ha convertido en algo que hay que hacer a escondidas y sin
que te pillen. Es algo placentero y de lo que quieren disfrutar pero, a la vez,
es motivo de vergüenza. Así, los adolescentes empiezan a masturbarse
rápido, con prisa, para terminar lo antes posible y no ser descubiertos.
Aprenden a alcanzar el orgasmo rápidamente.
Comentábamos antes que el orgasmo es un reflejo y, como tal, se
condiciona. Si aprendemos a masturbarnos muy rápidamente y a «sacarnos»
el orgasmo de forma mecánica es posible que eso se generalice a las
relaciones sexuales en pareja y, por tanto, cueste mucho controlar la
eyaculación. Al fin y al cabo, el aprendizaje que se ha hecho de la
sexualidad es desde el nerviosismo y con el objetivo de alcanzar el
orgasmo.
En el capítulo de deseo comentaba cómo los chavales de mi colegio se
escapaban en la hora del recreo para hacerse una paja en grupo. Ahí
también aprendían a tener los orgasmos rápidamente, pues tenían que
volver a clase y no disponían de mucho tiempo, y porque competían entre
ellos a ver quién eyaculaba antes. De este modo, las primeras experiencias
masturbatorias de gran parte de los chavales tienen que ver con la rapidez y
la inmediatez.
En algunos casos, estos adolescentes —y adultos— apenas sienten ni
disfrutan de la fase de excitación. Cuando se excitan, el objetivo que tienen
en mente es el de sentir el orgasmo, la experiencia más intensa de placer, y
el resto queda en segundo plano. A veces, queda tan en segundo plano que
apenas se percibe.
Felipe me hizo sudar la gota gorda en la consulta. Desde el primer momento
en el que entró en mi despacho me dejó muy claro que no se fiaba de mí y
que no «creía» en los psicólogos. Se había animado a coger una cita
conmigo únicamente porque una buena amiga suya se lo había
recomendado pero quería dejar patente que yo estaba a prueba. Me hacía
sentir muy incómoda, pues se mostraba distante y desafiante conmigo; hasta
tenía un tono agresivo. A la hora de pagar la consulta me dejaba siempre
muy claro que le parecía excesivo, que aquello era un timo y que no estaba
a gusto en absoluto. Hasta me «regateaba» la agenda, espaciando nuestros
encuentros más de lo debido «para que no le timase» y no tener que pagar
por algo que no lo valía.
Cuando llegó a mi consulta llevaba un par de años evitando acostarse con
mujeres: quedaba con ellas, se besaban y se metían mano, pero al final él
les «daba largas» y salía poco a poco de sus vidas para no enfrentarse a esa
situación. Si alguna vez se atrevía a acostarse con alguna, siempre se corría
muy rápido... y se sentía tan avergonzado que no las volvía a llamar.

Una compañera sexóloga me dijo un día, bromeando delante de un café, que


fantasea con la posibilidad de coger el teléfono y llamar a todas esas chicas que
salen con sus pacientes para explicarles por qué nunca las volvieron a llamar.

Muchas seguro que se quedaron pensando que ellas no les gustaban lo suficiente,
que no eran atractivas, que no eran buenas amantes… y un montón de cosas más
pensamos las mujeres cuando un hombre desaparece y no vuelve a dar señales de
vida.
Seguro que les aliviaría saber que no es por ellas, sino que él se avergüenza de su
funcionamiento. Ellas, pensando en qué habrán hecho mal; ellos, pensando en su
pene.
Vaya panorama.

Felipe no disfrutaba del proceso de masturbación, solo del orgasmo. Desde muy
pequeño había aprendido a masturbarse con mucha rapidez, pues no tenía
demasiada intimidad en casa. Ya de adulto, con 35 años, solo podía evaluar sus
masturbaciones en base a la calidad del orgasmo y no sabía identificar si se lo
estaba pasando bien o no hasta que no se corría.

Felipe tampoco identificaba la sensación preorgásmica —esa sensación


que nos indica que el orgasmo es inminente e inevitable—, ni a solas ni en
pareja. Esto le causaba mucho malestar porque, cuando estaba con una
chica, duraba muy poco tiempo antes de eyacular, con la consiguiente
vergüenza y sensación de fracaso propias de esta dificultad.
Para conseguir que Felipe tuviese control sobre su eyaculación lo único que
hice fue enseñarle a disfrutar de la masturbación. ¿Alguna vez te lo has
pasado tan bien masturbándote que no querías terminar? ¡Él no! Tuvimos
que cambiar por completo la forma en la que lo hacía para conseguir que
disfrutase, tanto que, en lugar de querer llegar al orgasmo cuanto antes, no
quisiese acabar nunca.
Se trata únicamente de encontrar la clave para convertir la masturbación en
algo mucho más divertido y menos mecanizado y rutinario. Para ello, hay
que hacerlo de forma diferente a como se hace habitualmente. Muchas
veces claves tan sencillas como hacerlo con la otra mano, realizar
movimientos más suaves y lentos, utilizar un lubricante o un juguete erótico
son más que suficientes para romper el patrón. Cuando lo hacemos la
masturbación se vuelve más consciente y plena; nos conectamos más con
nuestras sensaciones, prestamos más atención, disfrutamos más… y
tenemos más control.
Tras estos ejercicios mejoró muchísimo; se hizo más consciente de su
masturbación y excitación y empezó a comprender lo que le sucedía —
aunque desde luego no me lo reconoció—. Después, le recomendé que
fuese a una tienda erótica y se comprase un juguete erótico tipo huevo
masturbartorio para seguir con el proceso. Por supuesto, se mostró muy
reacio al principio . En su caso, una vagina de látex y silicona fue la clave
que le permitió redescubrir su sexualidad, encontrándola mucho más
placentera y enriquecedora; con ella consiguió esa sensación tan placentera
de «me lo estoy pasando tan bien que no quiero que se acabe» que él no
había sentido nunca. Estaba tan contento cuando volvió a mi consulta que
no pudo evitar que se le escapase una sonrisa. Además, descondicionamos
la rapidez con la que se producía su orgasmo y aprendió cómo funcionaba
su excitación, su placer y su descontrol.
Me dejó caer también que se había atrevido a acostarse con una chica y que
había ido bien, pero no quiso darme detalles «porque eso no era de mi
incumbencia» y que «Madrid era muy pequeño». ¡Qué difícil resulta a
veces enfrentarse a nuestros propios miedos!
Esto, junto con algunas cositas más que habíamos ido trabajando a nivel de
pensamientos —los «deberías» que ya conoces— solucionaron sus
dificultades de control de la eyaculación con las mujeres.
No todos los hombres que tienen dificultades en el control de la eyaculación
es porque hayan aprendido a masturbarse muy rápido en la infancia.
Algunos sí han tenido espacio y tiempo para recrearse. Otros simplemente
no han sentido ese miedo a que les pillasen. Además de los «deberías
complacer a tu pareja con el pene» y el mal aprendizaje de los orgasmos,
hay otros factores que afectan en el descontrol de la eyaculación.

La aceleración de la fantasía

Una de las cosas buenas que hace nuestra cultura con los varones
heterosexuales es que les enseña a fantasear. No solo les enseña sino que,
además, se lo legitima y les proporciona contenido para ello.
Es frecuente ver a grupos de hombres de cualquier edad comentando el
atractivo físico de las mujeres que pasan por la calle. Las miran, hablan de
su cuerpo, de la excitación que les despierta, de las cosas que les gustaría
hacer con ellas en la cama… Esto se hace desde la camadería (y la
fanfarronería en muchos casos). Es algo que muchas veces genera vínculo
entre los hombres, les une, les da tema de conversación...
Por otro lado, la cultura pone a disposición de los hombres todo un
despliegue de estímulos eróticos que alimentan el imaginario popular: el
cuerpo de la mujer se ha erotizado a lo largo de la historia de un modo que
no se ha hecho con el cuerpo del hombre. Es frecuente escuchar que el
cuerpo de la mujer es más bonito y erótico que el del hombre… y no es algo
casual. Durante siglos se ha prohibido que la mujer mostrase ciertas partes
de su cuerpo —los tobillos, las rodillas, el cabello, los hombros, el escote...
—, creando alrededor de estas un halo de misterio y sensualidad. Además,
se ha incentivado a las mujeres a adornarse con pulseras, collares y
pendientes. A maquillar su piel, ojos y labios. A usar ropa que realce las
formas de su cuerpo. Así, la mujer, con su sola presencia, se convierte en un
estímulo erótico en sí mismo. Por otro lado, es de sobra conocido que la
publicidad utiliza el erotismo de la mujer para vender casi cualquier cosa.
De este modo, los hombres están expuestos a estímulos eróticos potentes
todo el día: cuando ven mujeres en la calle, en el trabajo, en su círculo de
amistades… o cuando ven la televisión o esperan en la marquesina del
autobús. La pornografía, además, ha creado todo un imaginario sexual
repleto de estímulos eróticos muy potentes que facilitan la estimulación
constante de los hombres en el día a día —aunque en el capítulo sobre las
erecciones vimos cómo a veces el porno es contraproducente con la fantasía
—.
A los hombres se les enseña a fantasear con facilidad, rapidez, con mucha
frecuencia y de forma muy nítida. Esto hace que se produzca un doble
fenómeno cuando llegan a un encuentro sexual en pareja: por un lado,
cuando el encuentro sexual se inicia, es probable que estén mucho más
receptivos a éste que sus parejas, pues llevan todo el día (y toda la vida)
recibiendo y autoprovocándose estímulos eróticos que les preparan para
ello. Es por eso que muchas veces se dice que los hombres se excitan más
rápido que las mujeres, ¡pero no es así! No es que se exciten más rápido…
¡es que han empezado antes!
Lucas y Ramona son una pareja de amigos míos que ejemplifica a la
perfección esta situación. Él tiene una mente muy despierta, es muy curioso
con los temas sexuales, le gusta divertirse y fantasear. Ella disfruta mucho
del sexo, pero en su día a día el erotismo no está demasiado presente: su
mente se centra en trabajar, cuidar de la casa y atender responsabilidades.
Cuando Lucas llega a casa, aunque lleve todo el día trabajando, ha estado
estimulando su mente y atendiendo a los estímulos eróticos que tiene en su
entorno. Cuando va conduciendo de vuelta va pensando en ver a Ramona,
en desnudarla, besarla y acostarse con ella. Cuando llega a casa y se acerca
a su mujer él ya está excitado. Por su parte, ella recibe el acercamiento de
su marido como demasiado intenso e, incluso, agresivo. Lógicamente, ella
no entiende toda esa efusividad que él le está manifestando, ¡no sabe de
dónde viene! pues ella no está, ni mucho menos, en ese punto. Por supuesto,
Lucas llega muchas veces al orgasmo antes que Ramona y, muchas otras
veces, sin demasiado control al respecto.
Por otro lado, esto se explica con un segundo fenómeno que va en paralelo
al primero. Cuando Lucas está besando a Ramona no está experimentando
un nivel de excitación acorde a un beso; su fantasía va por delante de eso y,
por tanto, su excitación puede ser comparable a la de la felación o a la del
coito. Por eso, cuando llega el coito, puede perder rápidamente el control de
su excitación, pues esta ya es elevadísima. La fantasía es muy intensa y se
adelanta a lo que está sucediendo en el momento.

EJERCICIO

Cuando esto sucede es fundamental recordarse a uno mismo la importancia de


permanecer en el presente, en lo que está sucediendo ahora mismo, y no en la
siguiente caricia o en la siguiente postura. A muchos hombres les ayuda mucho el
narrarse a sí mismos, en la cabeza, lo que está sucediendo en el momento, para así
«obligarse» a centrarse en lo que está sucediendo: «estamos en la cama, nos
estamos besando, entrelaza sus piernas con las mías, le agarro el culo…». Esto
funciona muy bien si lo acompañamos de una focalización más sensorial: centrar la
atención en el olor de mi pareja, en el roce suave de las sábanas contra mi cuerpo,
en el sonido de su respiración...

Esta aceleración de la fantasía la sufren muchas veces hombres que viven


su vida, en general, de forma muy acelerada. Van con prisa a todos lados,
les faltan horas en el día y, aun así, siempre se involucran en más
actividades. Raúl es un hombre extraordinario y al que siempre recuerdo
con mucho cariño, que llegó hace un par de años a mi consulta. Atractivo,
carismático, muy inteligente y divertido. Tiene un trabajo que le encanta y
que vive con gran pasión; además, su mente es muy inquieta y le encanta
seguir aprendiendo idiomas, conocer gente nueva, hacer deporte, leer libros,
desarrollarse en actividades culturales... tiene tantas ganas de comerse el
mundo y exprimirlo que abarca más de lo que nadie puede sobrellevar.
Raúl, que hace malabares con su tiempo para no perderse nada, no le saca
todo el jugo que podría a lo que hace: cuando está en un sitio sabe que en
breve tendrá que irse corriendo a otro, por lo que se pasa el día anticipando
lo siguiente que va a hacer.
Esto le pasaba factura en la cama: llegaba a los encuentros sexuales con su
mujer con muchas ganas, ansioso, deseando disfrutar de cada centímetro de
su cuerpo, probar a mil juegos... Como ya imaginarás, toda esta ansia se
traducía en una sobreactivación de su sistema nervioso simpático,
perdiendo el control de la eyaculación.
Raúl buscaba disfrutar de todo y exprimir cada minuto del día con las
actividades que más le gustaban. Otros hombres, en cambio, viven
acelerados intentando cumplir con todas sus obligaciones y tareas
pendientes, muy alejadas del placer. En muchos casos estos hombres,
cuando llegan al encuentro sexual, también pueden sufrir la pérdida del
control de la eyaculación.
En estos casos, además de las técnicas de focalización que comentaba antes,
suele ser importante entrenar a estos hombres en técnicas de relajación
pero, sobre todo, enseñarles a establecer prioridades y aceptar que no
pueden llegar a todo. Muchas veces nos cuesta renunciar a la idea de
hacerlo todo o vivirlo todo. Nos exigimos mucho a nosotros mismos, al
igual que se lo exigimos a la vida. Así, pretendiendo conseguir un objetivo
imposible, nos estresamos, nos frustramos y no le sacamos tanto jugo como
podríamos a las situaciones que sí estamos viviendo. El estilo de vida que
llevamos y la filosofía de vida con la que nos enfrentamos a ella puede
afectar mucho más de lo que creemos a la sexualidad. Al fin y al cabo, no
podemos separar lo que somos dentro y fuera de la cama.

Intentar no llegar al orgasmo

Cuando un hombre tiene mucha presión por quedar bien en la cama y cree
que durar más es la clave del éxito va a «intentar aguantar» todo lo posible
antes de correrse. Si además ha tenido ya alguna experiencia en la que ha
durado menos de lo que le gustaría seguramente pondrá aún más empeño en
que eso no se vuelva a repetir. Estos intentos de controlar la situación pasan
por masturbarse antes de ir a una cita para tener «menos ganas», recitar
mentalmente la alineación de fútbol del equipo de turno para distraerse del
placer, aguantar la respiración, tensar los músculos del cuerpo, anticipar y
rumiar sobre los encuentros sexuales que va a tener para elaborar un guion
sobre ellos en los que pueda controlar la situación, evitar las posturas en las
que sabe que se corre con más facilidad…¡todo un despliegue de medios!
Vicente era de los que intentaba controlar su orgasmo. El primer día que se
sentó en el sofá de mi consulta estaba bastante nervioso. Sentía mucha
vergüenza por lo que me iba a contar y le costó un poco empezar a hablar.
Una vez me expuso su situación —creía que tenía eyaculación precoz—, le
pregunté lo que les pregunto a todos: y tú, ¿qué haces para intentar
controlar la eyaculación? Empezó a hacerme una larga y pormenorizada
lista de todo lo que hacía, tanto en su día a día como cuando estaba ya in
situ en la cama con una chica. Voy a transcribir las notas que yo tomé a
mano ese día sobre las estrategias que me contó:

• Me masturbo antes de ir a la cita (lo aprendió de adolescente viendo


la película «Algo pasa con Mary» (Peter y Bobby Farrelly, 1998).
• Hago ejercicios Kegel a diario, lo he visto en internet y dicen que va
bien para controlar.
• Cuando estoy con una chica, retraso la penetración todo lo posible y
me dedico mucho a hacerle sexo oral, para que ella tenga un orgasmo
de esta forma y que si me corro rápido no sea tan grave.
• Si noto que me viene el orgasmo, me hago una lista mental de las
tareas que tengo que hacer al día siguiente en el trabajo, para
distraerme y durar más.
• Antes de quedar con ella, me preparo en la cabeza cómo quiero que
sea el encuentro sexual y qué posturas vamos a hacer para evitar todo
aquello que me haga perder el control.
• Me quedo quieto, tenso el cuerpo entero, aprieto el suelo pélvico y
dejo de respirar para evitar el orgasmo.
• Me digo a mí mismo «venga, concéntrate, no te corras todavía,
aguanta un poco más».
Por supuesto, todo esto le llevaba un montón de tiempo, energía mental
y atención. Gran parte de los pensamientos de su vida diaria iban
encaminados a intentar buscar una solución a su problema, lo cual le dejaba
exhausto… y además no le daba el resultado que esperaba pues intentar
controlar genera más descontrol. Esto sucede en todas las áreas de la vida,
incluyendo la sexual.
Recordemos que el orgasmo es un reflejo y que se desencadena cuando
entra en juego el sistema nervioso simpático, es decir, el que tiene que ver
con la ansiedad y las preocupaciones. Por tanto, todos los intentos de
controlar que nacen desde el agobio van a resultar absolutamente
contraproducentes. Además, como reflejo no podemos controlarlo; lo único
que podemos hacer es tratar de mantener activado el sistema nervioso
parasimpático y, para eso, tenemos que estar tranquilos y relajados.

Recordemos que cuando un hombre tiene una erección mientras mantiene


relaciones sexuales tiene activado su sistema nervioso parasimpático. Si se pone
nervioso por el motivo que sea se activará su sistema nervioso simpático. El sistema
simpático es el que se corresponde con las fases de deseo (en la que aún no hay
erección) y con la de orgasmo.
El que un hombre pierda la erección o eyacule cuando se pone nervioso dependerá
de la erección que haya alcanzado previamente. Si la erección era consistente y
estable tenderá a eyacular. Por el contrario, si la erección era débil, inestable o
llevaba poco tiempo, tenderá a perderla por completo o casi por completo.

Sí, ya sé que eso de estar tranquilos y relajados no es tan fácil, pero espero
que este libro te esté ayudando a liberar carga y presiones al respecto.
Relación de pareja estable y rutinaria

Javier y Claudia llevaban 12 años juntos cuando les conocí. Fue ella la que
se puso en contacto conmigo por teléfono para pedirme una cita y
acordamos un día para vernos los tres por videoconferencia. Habían pasado
por un montón de cosas en su relación: la pérdida del trabajo, el
fallecimiento del padre de Claudia, varias mudanzas y otro montón más de
cambios vitales importantes. Habían conseguido construir una relación
bastante estable y sólida, sin grandes altibajos emocionales entre ellos.
En cuanto al sexo, tenían lo que yo llamo el «sexo de mantenimiento»: se
acostaban cada 10 o 15 días más o menos y lo hacían aunque no tuviesen
demasiadas ganas. A veces sí que lo hacían con mucho deseo y excitación
pero otras lo hacían simplemente «porque ya tocaba» —decía él—, «por
mantener viva la relación» —decía ella—.
Estos encuentros sexuales eran bastante predecibles y similares entre sí:
generalmente se iniciaban en el sofá y, después, continuaban en la cama. Se
ceñían bastante a nuestro ya famoso guión de besos-
caricias-«preliminares»-coito vaginal-orgasmo la mayoría de las veces, lo
cual ambos reconocían que le quitaba bastante emoción al asunto.
Claudia me explicó que creía que Javier «se estaba volviendo eyaculador precoz».
Desde hacía un par de años cada vez tardaba menos en eyacular y ahora había
veces que se corría al poco de meterla. Javier corroboró esto algo confundido y se
lamentó por no saber la causa de este cambio. «Antes no me sucedía, no entiendo
qué está pasando. No es que pierda el control por completo pero ahora, cuando la
penetro, siento que me excito mucho más que antes y mi orgasmo viene mucho más
deprisa. Tardo mucho menos que antes, la diferencia es muy evidente».

Esto que le sucede a Javier es en realidad bastante frecuente. Le sucede a


muchos hombres y algunos lo notan de forma más acusada que otros. Con
frecuencia es algo que dejan pasar, no le prestan más atención y no les
supone un gran problema, pero Javier y Claudia querían entenderlo y
solucionarlo. «Si ya follamos poco y el día que lo hacemos duro tan
poquito... ¡es una mierda!» me soltó Javier muy convencido.
Lo que le estaba sucediendo a Javier es que su orgasmo se estaba
condicionando al momento de la penetración. Los orgasmos son reflejos
que se pueden condicionar fácilmente y más si los tienes durante décadas
siempre de la misma forma y con la misma práctica sexual. Su cuerpo y su
mente habían asociado la penetración al orgasmo y por eso cada vez tardaba
menos en correrse cuando empezaba a penetrar a Claudia.
Esto, sumado al hecho de que muchas veces mantenían relaciones sexuales
casi como un trámite, creó un maravilloso caldo de cultivo para que la
eyaculación se diese mucho antes de lo que ambos deseaban. Cuando
tenemos relaciones sexuales «por cumplir la cuota de polvos» también se
vuelve más mecánico el tener orgasmos. Si no estamos disfrutando mucho
del encuentro sexual podemos desencadenar los orgasmos sin apenas sentir
excitación y tenerlos de una forma muy mecánica, que a veces se siente casi
como algo artificial.
En el caso de esta pareja la pauta a seguir fue muy simple: dejar de lado
durante una temporada la penetración. Esto les dio la oportunidad de
disfrutar del sexo de otras maneras y de que Javier tuviese orgasmos con
otras prácticas sexuales. Pasadas unas semanas volvimos a introducir la
penetración en el repertorio, pero esta solo podía durar unos segundos y
después tenían que continuar disfrutando de otras cosas; de este modo,
Javier podía tener orgasmos con otras prácticas y la penetración dejó de
asociarse al orgasmo.
Poco a poco, una vez que integraron bien esto, volvieron a tener
penetración durante más tiempo y Javier pudo tener orgasmos con ella. De
este modo conseguimos dos cosas: romper la asociación penetración-
orgasmo y sacar a esta pareja de la monotonía sexual en la que habían
caído.

Ella solo quiere penetración

Enrique me contactó por Instagram para pedirme una cita. Quería venir a mi
consulta con su mujer pues, según me dijo, su vida sexual iba fatal y temía
que su matrimonio se fuese al garete por este motivo. Le urgía mucho tener
la primera cita, pues la situación en casa se estaba haciendo insostenible y
temía que, por una nueva bronca sobre el tema, su relación se rompiese.
Como estábamos en pleno confinamiento por el Covid-19 acordamos un día
para vernos por videoconferencia.
Cuando llegó el momento ellos se conectaron conmigo desde el salón de su
casa. Tal y como me había planteado Enrique, la gravedad de la situación en
su mensaje me esperaba otra cosa, pero estaban los dos sentados en el sofá,
cogidos de la mano y muy sonrientes. Todos nos presentamos y, a
continuación, les pedí que me contasen su problemática. Ella le miró y le
animó a que fuese él quien empezase a hablar, pues «estamos aquí por ti».
Enrique me contó muy calmado y paciente que desde hacía un par de años
no se entendían en la cama. Él no conseguía que Belén se lo pasase bien en
la cama y eso era motivo de discusión frecuente. Además me contó que,
debido a este motivo, ella apenas tenía ganas de mantener relaciones
sexuales, por lo que cada vez que él intentaba hacer algún acercamiento era
todo muy incómodo para los dos: él no sabía cómo seducirla, ella se
apartaba y se quejaba de su torpeza, empezaban a discutir, la conversación
se les iba de las manos y acaban por plantearse el divorcio si la cosa
continuaba así.
De repente, como un resorte, Belén empezó a hablar muy rápido,
interrumpiendo a su pareja, pues quería aclararme la situación para que yo
entendiese «realmente» lo que estaba pasando: según ella, Enrique se corría
muy rápido y eso hacía que no pudiese disfrutar de la penetración —que era
lo que a ella realmente le gustaba—. Si él controlase su eyaculación no
tendrían ningún problema, motivo por el cual habían decidido contactarme:
para que yo le entrenase a él a durar más.
Cuando Enrique intentó volver a hablar y añadir más datos al asunto, ella le
interrumpía y, poco a poco y en escalada, empezó a desarrollarse una fuerte
discusión. Esta discusión era claramente de esas que ya se han repetido una
y mil veces con anterioridad: los mismos argumentos, las mismas quejas y
los mismos reproches de siempre, casi ensayados al milímetro,
representados para mí, como una espectadora en una obra de teatro. Estas
situaciones son muy difíciles, y más cuando las presencias a través de una
pantalla… pues los recursos para intervenir y pararlo son más limitados. Lo
curioso es que ella estaba muy alterada, alzaba la voz y lanzaba acusaciones
sin parar… y él, aunque respondía y daba sus argumentos como podía,
estaba extrañamente calmado, hasta complaciente.
Poco a poco fui comprendiendo lo que estaba sucediendo: Belén quería limitar casi
exclusivamente sus encuentros sexuales a la penetración: no disfrutaba cuando su
marido le hacía sexo oral o le masturbaba; es más, le resultaba incómodo y molesto.
Además, darle placer a él no era algo que ella disfrutase en exceso: lo hacía, sí, pero
casi como un trámite para que él tuviese una erección y se la metiese.

Además, a Belén no le gustaba demasiado cómo era Enrique en la cama:


quería que él fuese más directo, menos suave y delicado a la hora de
seducirla o tocarla. Tenía muy metida en la cabeza esta idea del
«empotrador». Cuando él intentaba complacerla en este sentido tampoco
funcionaba y, con frecuencia, volvían a discutir.
Cuanta más presión sentía Enrique por la penetración, menos duraba. De
hecho, al inicio de la relación sentía que controlaba mucho más la
eyaculación, pero ahora había llegado a un punto en que esta se
desencadenaba a los pocos segundos de meterla.
El inicio del tratamiento habitual cuando se trabaja el control de la
eyaculación es, precisamente, prohibir la penetración durante un tiempo…
pero en este caso eso era algo contra lo que Belén se oponía frontalmente: si
le quitábamos lo único que ella disfrutaba, ¿qué le quedaba?
Cuando la fui conociendo un poco mejor descubrí que ella no se
masturbaba nunca. Lo había intentado en alguna ocasión animada por su
pareja, pero no encontraba el menor interés en ello. Aunque ella decía lo
contrario, estoy convencida de que nunca había sentido un orgasmo en
pareja tampoco. Por supuesto, no conocía su vulva, no estaba a gusto
desnuda delante de su pareja, necesitaba hacerlo siempre con la luz
apagada, le incomodaba abrirse de piernas…Por otro lado, para que su
deseo sexual se pusiese en marcha tenían que darse tantas condiciones a la
vez que era casi imposible que este apareciese: debía tener mucho tiempo,
estar descansada, haber completado todas sus tareas del día, no tener
preocupaciones en la cabeza... Estas cosas apenas sucedían de forma
separada, ¡y mucho menos juntas!
Belén se negaba a afrontar su responsabilidad en toda esta situación. Poco a
poco conseguí que fuese accediendo a hacer pequeñas tareas con las que
fuimos avanzando para que ella se sintiese un poco más cómoda en la cama,
disfrutase cuando su pareja le masturbaba o le hacía sexo oral, hacerlo con
un poco de luz... incluso aumentó la frecuencia de sus encuentros sexuales.
Por otro lado, a pesar de que yo consideraba que era en absoluto
innecesario, seguí el protocolo para mejorar el control de la eyaculación con
Enrique de forma individual: por supuesto, los ejercicios que le mandé para
practicar masturbándose a solas los dominó enseguida sin ningún esfuerzo.
Hice esta parte porque ellos me lo demandaban y pensé que, si lo hacía,
conseguiría reforzar mi vínculo con ellos para conseguir el objetivo de que
tuviesen una buena vida sexual juntos… pues estaba convencida de que lo
que mantenía el descontrol eyaculatorio era la presión que ejercía Belén
sobre el tema.
Mi foco con Enrique, más que en el control de la eyaculación, estaba en
empoderarle tanto dentro como fuera de la cama. Quería estimular su
egoísmo positivo para que se centrase en su placer y sedujese a su mujer a
su modo, sin estar tan pendiente y cuidadoso con ella. Esto era algo que a
ella no le resultaba atractivo y, además, a él le alejaba del placer.
Conseguimos hacer bastantes avances en este sentido.
Con esta pareja me encontré con un tope bastante importante: por un lado,
él era un hombre súper optimista, con un sentido del humor extraordinario y
una filosofía de vida basada en la calma y la aceptación. Esto es algo
maravilloso, pero a veces le hacía olvidarse de lo que realmente quería, de
pedirlo, de exponer sus necesidades, de protegerse cuando alguien no le
trataba correctamente... Por otro lado, ella no estaba dispuesta a afrontar
todo el dolor y a ir derribando los muros que había construido en torno a
ella misma para protegerse. Aunque hizo un trabajo extraordinario al
respecto, mi sensación es que nos quedamos a medias del camino.
La última sesión que tuve con ellos estaban muy contentos. Se mostraron
muy agradecidos por los avances que habían ido haciendo y me informaron
de que ya no era necesario seguir con la terapia. Intenté disuadirles y les
pedí que hiciesen 3 o 4 sesiones más, para poder avanzar y cerrar el
proceso. Desde mi punto de vista ¡estaba todo tan en el aire! Ella tenía aún
mucho recorrido que hacer para disfrutar realmente de la sexualidad, y él
podía empoderarse y prestar más atención a sus deseos y necesidades.
Por supuesto, no continuamos con el proceso porque ellos ya estaban
satisfechos. Como psicóloga a veces me resulta difícil dejar a un lado mis
propios objetivos y centrarme en los de ellos. Parecía que habían llegado a
un estado de equilibrio en el que estaban contentos. Sabían que no era lo
ideal, pero les era suficiente: no necesitaban trabajar más. En estos casos,
aunque me cueste, es mi labor no crearles un problema donde no lo tienen y
dejarles seguir con su relación y su proceso. Al fin y al cabo, no todo tiene
que solucionarse ni ser perfecto para estar bien, ¿verdad?

Acostarse con una mujer nueva, querer que la relación


funcione y la soledad

Acostarse con una mujer nueva puede ser una situación estresante para
muchos hombres. Las ganas de que todo salga bien y de impresionar son
muy traicioneras y pueden hacer que ocurra precisamente lo que estamos
tratando de evitar: corrernos antes de lo que nos gustaría. Por otro lado, es
frecuente que la mente vuele demasiado rápido, fantaseando con cómo va a
ser ese encuentro sexual con esa maravillosa mujer, haciendo que lleguemos
sobreexcitados al momento. Además, si nos sentimos intimidados por ella,
tendremos la tormenta perfecta para perder el control de la eyaculación.
Miguel era sin duda uno de esos hombres a los que le ponía muy nervioso
acostarse con una chica nueva. Cuando le conocí tenía unos 27 años: era un
chico guapo, alegre y muy carismático. Tenía pinta de ligar con facilidad y
así me lo confirmó él mismo en nuestra primera consulta. Él se sentía
bastante seguro en ese aspecto y sabía que, cuando salía, podía ligar casi
con la chica que quisiera.
Cuando llegó a mi consulta hacía unos 7 u 8 meses que no se acostaba con
nadie. Aunque a veces salía y conocía a chicas atractivas que se mostraban
muy interesadas en él, evitaba acostarse con ellas para no enfrentarse al
«fracaso de la eyaculación precoz». Alguna vez se besaba con ellas, pero
después se las ingeniaba para escabullirse del local de turno y desaparecer
del mapa.
Miguel llevaba unos 4 años sin tener pareja. A pesar de ligar tanto no había
conseguido que ninguna relación funcionase, y eso era algo que pesaba.
Tenía muchas ganas de encontrar a alguien y sentirse querido. Además,
últimamente también se sentía muy desconectado de sus amistades: todos
parecían haber tomado rumbos distintos al suyo y se sentía distanciado.
Todo esto hacía que con frecuencia se sintiese solo y triste.
Se había decidido a pedir cita conmigo precisamente por esta tristeza de la
que os hablo. Se había dado cuenta de que perder el control de la
eyaculación le estaba limitando a la hora de encontrar pareja y quería
ponerse manos a la obra para solucionarlo.
En su caso, las ganas de que ella se llevase una buena impresión de él en la
cama era lo que hacía que perdiese el control de la eyaculación. Miguel se
sentía demasiado solo y tenía tantas ganas de tener pareja que sentía que se
jugaba mucho en ese momento.
Además, sentía mucho la presión de tener que ser un «empotrador»: me
contó que tenía el pene bastante grande y creía que las chicas esperaban
más del «rendimiento» en la cama de un chico con un pene así. De ese
modo tener un pene grande, lejos de darle la seguridad que se espera
culturalmente, era un lastre para él.
Él sabía perfectamente que, cuando tenía más confianza con una chica, estaba
cómodo con ella y se sentía seguro y querido, se relajaba y recuperaba el control de
su eyaculación. El problema estaba en que para él era muy difícil traspasar esa
barrera y llegar al punto de la confianza con alguien: en los encuentros sexuales se
afanaba al máximo con el sexo oral para asegurarse de que ella se quedaba
satisfecha. Se sentía seguro en en ese terreno y sabía lo que hacía bien. Después,
cuando consideraba que llegaba el momento de la penetración, se ponía nervioso y
duraba poco.
Entonces es cuando empezaba realmente el problema. El coito se
acababa y, aunque ellas se mostraban muy satisfechas y cariñosas, él se
ponía, en sus propias palabras, «raro»: dejaba de hablar, se daba la vuelta en
la cama, se ponía serio, se levantaba y se vestía... Esto las dejaba bastante
perplejas, pues él en ningún momento les explicaba el motivo de su
incomodidad ni su sensación de fracaso. De este modo, ellas lo
interpretaban como una señal de rechazo por su parte. Aun así, muchas de
ellas le seguían llamando e intentaban volver a quedar con él. Como ya
podéis imaginar, él normalmente rechazaba estos encuentros.
La forma en la que se masturbaba tampoco ayudaba. Si estaba en casa y se
sentía solo y ansioso tendía a masturbarse muy rápido para conseguir un
momento de bienestar inmediato. Así, condicionaba su orgasmo, lo cual no
ayudaba en absoluto cuando tenía sexo en compañía.
Para trabajar con Miguel tuvimos que meternos a trabajar de lleno en su
ansiedad, en su soledad y en su dependencia emocional. A veces, detrás de
la pérdida del control de la eyaculación hay mucho más que un mal
aprendizaje de los reflejos del cuerpo.

Anteportas

Hay un tipo de eyaculación precoz que puede ser muy inhabilitante para
aquellos hombres que la experimentan: se le llama «eyaculación
anteportas» porque el reflejo eyaculatorio se produce «a las puertas», antes
de que se produzca la penetración. Incluso, este puede desencadenarse
mucho antes, por ejemplo durante los besos y cuando aún se tiene la ropa
puesta.
La sensación de pérdida de control que se tiene es muy importante, pues
son incapaces de pararlo y, muchas veces, ni siquiera lo ven venir;
simplemente, se han corrido y no han podido hacer nada para evitarlo.
Debido al periodo refractario que tienen muchos —el tiempo que se tarda
en volver a estar listo para excitarse tras tener un orgasmo— no pueden
seguir disfrutando del encuentro sexual como les gustaría y la mayoría
decide parar.
Por supuesto, la vergüenza que sufren cuando esto sucede es enorme; el
miedo al juicio, a la burla y al rechazo es tremendo. Es por ello que muchos
evitan relacionarse de forma íntima con mujeres, pues la situación les
parece inmanejable.
Algunos hombres han sufrido esta pérdida de control tan grande forma
puntual, como un hecho aislado en su vida. Por lo general se queda ahí, en
una anécdota curiosa, pero otras veces la cabeza puede jugar malas pasadas
y, como ya hemos visto, hacer que estemos alerta e hipervigilando para que
no vuelva a pasar… lo que provoca que se desencadene aquello que
tratamos que evitar.
La primera vez que esto le sucedió a Quique era muy joven y poco
experimentado; era la tercera vez que quedaba con una chica que le
encantaba y estaba muy emocionado, pues ya se habían besado otras veces
y creía que ese día, por fin, iban a dar un paso más. Habían decidido ir
juntos al cine y, en cuanto se apagaron las luces y comenzó la película, se
abalanzaron el uno sobre el otro apasionadamente.
Él estaba muy excitado mientras se besaban y acariciaban. Le había levantado la
camiseta y le tocaba los pechos muy entusiasmado cuando ella le acarició el pene
por encima del pantalón: en ese momento, sintió un tremendo orgasmo con la
consecuente eyaculación.

Quique se quedó muy sorprendido e inmóvil durante unos segundos:


parecía que ella no se había dado cuenta de lo sucedido, pues seguía
besándole y acariciándole como si nada, aunque él notaba la humedad del
pantalón. En cuanto procesó lo que acababa de pasar, sintió una vergüenza
espantosa y se apartó de ella de forma muy brusca. Vieron el resto de la
película sin tocarse, mientras esperaba a que terminase cuanto antes para
poder irse a casa, ¡solo quería desaparecer!
Tras ese día, no volvió a contestar sus mensajes y se las arregló para no
volver a coincidir con ella y con los amigos que tenían en común. Sufrió
durante muchas semanas por ello e, incapaz de gestionar su dolor, decidió
enterrarlo y alejarse de las mujeres. Estuvo así un par de años, hasta que se
cruzó en su camino Silvia: atractiva, segura de si misma, arrolladora… ¡y
estaba interesada en él!
Lamentablemente, la presión que sentía porque todo saliese bien, el
«acelerón» que llevaba en su fantasía y el recuerdo anticipatorio de lo que
había sucedido aquella ocasión en el cine, hicieron que volviese a eyacular
cuando aún tenía los pantalones puestos. Esta vez sí que fue capaz de
hablarlo y explicar lo que le había pasado y, además, ella reaccionó muy
bien, con humor y quitántole hierro al asunto.
Siguieron viéndose y, aunque esto volvió a sucederle varias veces más,
poco a poco fue cogiendo confianza con ella, relajándose y aprendiendo a
manejar su excitación. Hizo un trabajo de instropección maravilloso, ¡no
hay mucha gente que consiga hacerlo por sí misma! y logró disfrutar de su
sexualidad y adquirir control sobre ella.

Algunas causas de la eyaculación «anteportas»:

• Presión por cumplir.


• Idealización de la mujer.
• Aceleración de la fantasía.
• Condicionamiento del orgasmo.
• Ansiedad anticipatoria.
CAPÍTULO 5

OTROS FACTORES QUE AFECTAN


A LA RESPUESTA SEXUAL

FACTORES PSICOLÓGICOS Y EMOCIONALES


El libro está llegando a su fin, ¡y siento que aún tengo tantas cosas que
contar que me resulta muy difícil poner punto y final! Como no puedo
extenderme eternamente, he decidido enumerar algunas cuestiones más que
pueden afectar a la respuesta sexual en cualquiera de las fases de deseo,
excitación y orgasmo.
Estoy segura de que, con lo ya hemos comentado a lo largo de estas
páginas, te resultará fácil entender cómo funcionan estos factores y los
mecanismos que se desencadenan en el cuerpo y la mente cuando aparecen:

1. El miedo al embarazo: si un hombre teme la posibilidad de un


embarazo no planificado seguramente no se relaje en la cama, no
disfrute y no se deje llevar.
2. Intentar conseguir un embarazo: a veces, aunque un hombre haya
tomado la decisión de que quiere tener un hijo, puede experimentar
dificultades para sentir deseo, excitarse o eyacular. Los nervios, la
presión por conseguirlo, por lograr el objetivo… hacen que aparezca
una dificultad que antes no existía.
3. Miedo al compromiso: para muchas personas el momento de sentir
un orgasmo te vincula a pareja. Puede ser un momento muy íntimo y
de mucha vulnerabilidad, pues perdemos todas nuestras inhibiciones
y nos quitamos las máscaras, mostrándonos tal y como somos.
Todas las barreras se caen por un momento y eso puede hacer que
un hombre no se deje llevar si le asusta el compromiso.
4. Miedo al abandono: si un hombre cree que su pareja le puede dejar,
o que no va a querer volver a quedar con él, difícilmente estará lo
suficientemente relajado como para sentir un orgasmo.
5. Vergüenza: la vergüenza a descontrolar, dejarse llevar y soltarse
delante de la pareja es algo muy frecuente. Siempre ha parecido algo
más propio de mujeres, pero a muchos hombres también les pasa. Al
fin y al cabo, durante el sexo gemimos, hacemos ruidos raros,
ponemos caras extrañas… y mucha gente necesita mucha, mucha
confianza para ello.
6. El tamaño del pene: una de las grandes inseguridades de los
hombres es el tema del tamaño. Si un hombre cree que su pene es
pequeño, que va a decepcionar a su pareja o que no va a ser capaz
de dar placer con él… afectará a su confianza y, por tanto, a su
capacidad de sentir placer.
7. Inseguridad con el aspecto físico: si no se está a gusto con el
aspecto físico, es posible que esto interfiera en la capacidad de
disfrutar e, incluso, de la autopercepción como persona sexual
deseable y deseante.
8. Cansancio, estrés y preocupaciones varias: si un hombre está
cansado, agobiado por los problemas, con mucha actividad en su
vida diaria o gestiona mal el estrés, es probable que le dificulte
disfrutar del sexo.
9. Pérdida del empleo: la pérdida del trabajo es una de las
preocupaciones que más afecta a la sexualidad de los hombres.
10. Exceso de control y/o perfeccionismo: cuando se intenta tenerlo
todo controlado en la vida diaria, que todo esté en orden y estamos
en estado de alarma constante, será difícil que cambiemos el chip en
la cama.
11. Problemas de pareja: si la relación de pareja no va bien, hay
discusiones, celos, inseguridades… es posible que no esté tan
receptivo para disfrutar del sexo.
12. Obsesión con el placer de la pareja: si siento mucha presión por
complacer a mi pareja, porque se lo pase bien en la cama, por
quedar bien y dar la talla… difícilmente podré sentir mi propio
placer.
13. Idealización de la mujer: si un hombre se siente inferior a las
mujeres (o a una en concreto), las idealiza y se siente inseguro, no
podrá alcanzar la excitación o desinhibición suficiente.
14. Ideas erróneas acerca de la sexualidad: si un hombre piensa que el
sexo es algo sucio, inmoral o incluso pecaminoso, no disfrutará
tanto de él.

Seguramente ya te has dado cuenta pero, durante todo el libro, hemos


visto cómo algunos factores influyen en algunos momentos de la respuesta
sexual y, aunque no lo haya explicitado, también pueden influir en otros.
Por ejemplo, hemos hablado de cómo la habituación a la pornografía puede
afectar a la capacidad de sentir orgasmos, pero también puede influir en la
capacidad de tener una erección, excitarse y hasta sentir deseo. Te animo a
que releas algunas partes si necesitas fijar tu atención en algunos detalles
que podrías haber pasado por alto y con los que puedas sentirte identificado
al observarlos con una nueva mirada.

Medicamentos, sustancias y condiciones médicas que


pueden afectar a la respuesta sexual

Durante todo el libro hemos estado hablando de los factores psicológicos y


emocionales que pueden afectar a la respuesta sexual, pero me gustaría
también facilitarte una lista de algunos medicamentos, sustancias y
condiciones médicas que son susceptibles de condicionar negativamente el
deseo, las erecciones y la capacidad de sentir orgasmos y eyacular.
Es importante conocerlos para identificar y descartar los motivos por los
que sentimos que algo está fallando en nuestra vida sexual y, por tanto,
adquirir control y actuar al respecto. He visto personas que creían que ya no
se sentían atraídas por su pareja cuando, en realidad, la medicación que les
habían recetado estaba afectando a su capacidad de tener una erección.
Cada uno de estos elementos afectará a una o varias de las fases de la
respuesta sexual (deseo, excitación y resolución). Algunos inciden
específicamente en el orgasmo; otros, en la erección. Los que inciden en el
deseo afectan, por ende, también al resto de fases.
Esta lista no pretende ser exhaustiva, ¡hay muchísimos factores biomédicos
que pueden afectar a la respuesta sexual! pero sí recoge los más frecuentes
y conocidos.
Por otro lado, recordemos que los medicamentos no afectan de igual
manera a todas las personas y que sus efectos pueden ser muy variados;
algunos hombres no notarán efectos secundarios que afecten negativamente
en su vida sexual, mientras que otros sí sufran claramente sus
consecuencias.
Además, cuando hay algún tipo de dificultad o malestar con la vida sexual
es importante analizarlo siempre desde una visión multifactorial y
multidisciplinar, para tener una visión completa y no caer en establecer
causas y soluciones simplistas que no ataquen el problema de raíz y en su
totalidad.
Ante cualquier duda con la medicación es imprescindible consultar el
prospecto y acudir a un profesional cualificado que pueda orientarnos sobre
los efectos de la misma y, en caso de ser necesario y posible, cambiar la
dosis o buscar posibles alternativas en otros medicamentos.

ALGUNOS MEDICAMENTOS Y SUSTANCIAS QUE PUEDEN AFECTAR


NEGATIVAMENTE A LA RESPUESTA SEXUAL

Antihipertensivos

Antidepresivos

Antipsicóticos

Benzodiacepinas

Anticonvulsivos

Esteroides anabolizantes, corticosteroides y estrógenos

Antihistamínicos

Medicamentos para el tratamiento del cáncer

Medicamentos para el tratamiento de la enfermedad de Parkinson

Medicamentos para las úlceras

Las estatinas y los fibratos se usan para tratar la hipercolesterolemia

Antihipertensivos

Tratamientos hormonales para la alopecia

Alcohol

Opiáceos
ALGUNAS CONDICIONES BIOMÉDICAS QUE PUEDEN AFECTAR A LA
RESPUESTA SEXUAL

Dolor crónico

Fibromialgia

Depresión

Alteraciones hormonales o problemas endocrinos

Estrés y ansiedad

Enfermedades cardíacas

Diabetes

Cualquier condición biomédica que afecte al estado de ánimo y/o produzca dolor
CAPÍTULO 6

EL PLACER Y LA MULTIORGASMIA
MASCULINA
Llevo todo el libro hablando de los problemas y dificultades que tienen los
hombres en la cama pero quiero también dedicar unas páginas a dar unas
pinceladas sobre cómo aumentar el placer y empezar a vivir la sexualidad
de forma más rica y plena. Al fin y al cabo, como muy bien explica Pere
Estupinyà en el prólogo de este libro, los hombres pueden disfrutar de su
placer mucho más de lo que imaginan. Hay una creencia muy extendida de
que el disfrute masculino es limitado, pero no tiene por qué ser así.
Sí que es cierto que a día de hoy la sexualidad masculina está centrada, por
norma general, en el pene. No solo en lo relativo a la ejecución y su buen
funcionamiento, como hemos visto hasta ahora, sino también al placer.
Durante un encuentro sexual la mayor parte de las caricias están dirigidas al
pene: es casi la única zona erógena de muchos hombres. Por su puesto, la
forma mayoritaria de tener orgasmos es con la estimulación del mismo.
Parece que los hombres tienen menos zonas erógenas que las mujeres pero
esto solo es así porque lo han aprendido de ese modo. En realidad, hombres
y mujeres tienen las mismas terminaciones nerviosas en la piel y, por tanto,
la misma capacidad de sentir placer. Históricamente se ha hecho una gran
erotización del cuerpo femenino, pero no así del masculino. Por ejemplo, a
las mujeres se nos ha adornado con pulseras, collares, peinados y
maquillaje; también se nos ha prohibido enseñar los tobillos, el escote o el
cabello, dotándolos de ese modo de misterio y erotismo.
Esto ha hecho que el efecto que provoca ver un hombro desnudo no sea el
mismo si es femenino o masculino. Igualmente pasa con los pezones, las
piernas, el escote… Es frecuente escuchar que «el cuerpo de la mujer es
más bonito que el del hombre» o que «en el arte tiene más sentido
representar a las mujeres, pues son más estéticas». Todo esto es una
construcción que nada tiene que ver con la capacidad real de dar o sentir
placer, pero sí que influye en la forma en la que vivimos la sexualidad.
Si un hombre no percibe ciertas partes su cuerpo como elementos eróticos,
y las mujeres con las que se acuesta tampoco lo perciben de ese modo, se
pierden muchas fuentes de placer: visualmente no resultan estimulantes, no
se le dedicarán caricias a esas zonas y, por tanto, no se disfrutará de ellas.
Además, la percepción que tendrá él sobre su propio potencial erótico será
también muy limitada.
Es una espiral de la que puede resultar muy difícil salir, pues, cuando se
intenta estimular alguna zona que no sea el pene, los «resultados» suelen ser
bastante limitados y no se observa gran excitación. Esto puede producir
frustración y hacer que se abandone rápidamente la nueva estrategia para
volver al pene de inmediato. Si no me funciona, ¿para qué insistir?
En realidad, sentir es algo que se aprende: si un hombre tiene aprendido que
sus pezones no son eróticos, es posible que al estimularlos se sienta «raro»
o ridículo. Aunque la sensación sea intensa —pues hay muchas
terminaciones nerviosas en esa zona—, su mente no lo interpretará como
algo sensual. La sensación física estará ahí, pero la manera en la que la
perciba está condicionada por aprendizajes previos.
Uno de los ejemplos más claros que podemos ver con respecto a este
fenómeno es el que sucede con la zona anal y perianal. El ano y el periné —
el área que va desde los testículos al ano— son extremadamente sensibles y
tienen un montón de terminaciones nerviosas. Esto hace que estimularlos
pueda resultar muy placentero, pero muchos hombres lo viven con cierto
rechazo: son zonas del cuerpo que no están integradas dentro del juego
erótico habitual, se viven como algo «extraño» y, además, se perciben como
poco «masculinas». La zona anal suele asociarse popularmente con el
placer de los hombres homosexuales y muchos hombres hetero se sienten
incómodos con ello.

Sobra decir que el hecho de que disfrutes de una parte de tu cuerpo no tiene nada
que ver con tu orientación sexual. Cuando te quitas esos prejuicios de la cabeza, la
zona anal y perianal puede convertirse en una gran fuente de placer, ¡incluso de
orgasmos!

Otras zonas potencialmente erógenas —además del pene— en el cuerpo del


hombre:

• Pezones.
• Ano.
• Punto P.
• Zona perianal.
• Cuello.
• Orejas.
• Pies.
• Testículos.
• Nuca.

Estimular estas y otras zonas erógenas del cuerpo masculino puede ser
no solo muy placentero, sino también provocar orgasmos. Hay una creencia
muy extendida de que los orgasmos se obtienen únicamente con la
estimulación de los genitales pero, en realidad, podemos conseguirlos con
cualquier cosa que nos resulte lo suficientemente estimulante.
Ya hemos comentado que, para tener un orgasmo, es necesario que se den
dos factores fundamentales: excitación y desinhibición. Estos pueden
aparecer sin la necesidad de estimular los genitales. El ejemplo más claro de
esto es cuando se tienen orgasmos durante el sueño; en esa situación no
estás recibiendo ningún tipo de estimulación física —únicamente es mental,
el cerebro está autoestimulándose mientras duermes—, y aun así los
orgasmos pueden ser muy potentes.
Para muchos hombres la estimulación de los testículos o del ano puede ser
tan placentera y excitante que puede conducirles al orgasmo. Otros lo
consiguen con los pezones, el periné o las orejas. Esta excitación también
puede venir de la estimulación mental que produce el ver una película
porno o una escena erótica en un local de ambiente liberal, ¡las
posibilidades son infinitas!
Además, tener orgasmos sin la estimulación del pene puede hacer que los
hombres consigan con más facilidad la multiorgasmia y que tengan varios
orgasmos dentro de un mismo encuentro sexual.
Esto es debido a que:
• Las terminaciones nerviosas del pene son muy sensibles y, si las
estimulamos consiguiendo un orgasmo con ellas, es probable que sea
necesario un periodo refractario/de descanso mayor hasta volver a
excitarse y tener un orgasmo.
• Suele ser más fácil separar la eyaculación del orgasmo.
• Tener orgasmos sin eyaculación puede facilitar la multiorgasmia.

El orgasmo y la eyaculación en el hombre se dan con frecuencia de


forma simultánea pero, en realidad, son dos reflejos del cuerpo
independientes que pueden aparecer por separado.

• Orgasmo: sistema nervioso autónomo.


• Eyaculación: sistema nervioso motor.

Ambos reflejos pueden aparecer de forma simultánea, o el uno sin el


otro.

La sensación de placer del orgasmo viene dada por un reflejo del sistema
nervioso autónomo. En cambio, la expulsión del semen es debida a una
contracción muscular provocada por el sistema nervioso motor. Por una
cuestión biológica y evolutiva, ambos reflejos suelen condicionarse e ir de
la mano; de ese modo, se propicia la reproducción de la especie haciendo
que aparearse sea muy placentero.
Muchos hombres siempre experimentan ambos reflejos a la vez, pero
también es frecuente encontrarse hombres que eyaculan sin sentir placer y
otros que sienten orgasmos sin eyacular. Los dos casos pueden ser
perfectamente naturales y normales.
Suele ser difícil que los hombres heterosexuales se animen a explorar las
zonas erógenas de su cuerpo para descubrir nuevas formas de placer:
muchos no saben que pueden disfrutar mucho sin el pene o consideran que
otras formas de estimulación no son muy masculinas.
Además, cuando finalmente se deciden, suelen encontrarse con un
obstáculo importante: muchas veces, aunque el placer sea muy alto, no va
acompañado de erección. Con frecuencia los hombres refieren que cuando
estimulan zonas como el ano, el punto P, el perineo o los testículos sienten
un tipo de excitación «diferente» y el pene se mantiene flácido.
Esto hace que, por un lado, se confundan: puede resultar difícil identificar
la excitación si esta no va acompañada de la erección, por lo que se pueden
interpretar erróneamente las sensaciones que se están teniendo. Por otro,
puede producir temor y la consiguiente búsqueda de la erección con las
formas habituales de estimular el pene, abandonando las nuevas zonas
erógenas.
Cuando se toma conciencia de todo esto los hombres se permiten abrirse a
nuevas formas de placer no falocéntricas, se abre un enorme mundo de
posibilidades para vivir la sexualidad de una manera totalmente nueva,
plena y enriquecedora.

Los hombres multiorgásmicos pueden diferenciar distintos tipos de orgasmos.


Aunque todos son reflejos que se originan en la parte baja de la médula espinal,
pueden aparecer y expresarse de distintas formas.

• Orgasmos acompañados de eyaculación. Son los más frecuentes. La


sensación de placer orgásmica va a acompañada de la expulsión de semen.
• Orgasmos sin eyaculación. Son menos frecuentes que los anteriores pero
también suceden. Los hombres multiorgásmicos aprenden a separar la
sensación orgásmica de la eyaculación, lo que les facilita el poder tener más
de un orgasmo en un mismo encuentro sexual.
• Orgasmos sin erección: cuando se estimulan zonas erógenas distintas al pene
es frecuente que la excitación no conlleve erección, pero sí orgasmo.
• Orgasmos con erección: son los más frecuentes y también suelen ir
acompañados de eyaculación.
También existe la eyaculación sin orgasmo, es decir, la expulsión de semen sin la
sensación de placer orgásmica. Bastantes hombres lo experimentan.

Pues con esto ¡cerramos el libro! Espero que hayas disfrutado de la lectura
y que te lleves una visión renovada de la sexualidad masculina.
Seguramente te hayas sentido identificado con muchas cosas de las que he
tratado; otras quizás no vayan contigo, pero te hayan hecho pensar y
revisarte.
La sexualidad de los hombres heterosexuales tiene un potencial enorme y
creo que, cuando te liberes de todas las presiones, le des una vuelta de
tuerca al concepto de masculinidad y comprendas cómo funciona tu cuerpo,
la vivirás de una forma mucho más rica y plena. Además, esto no sólo
tendrá beneficios para ti, sino también para todas aquellas personas con las
que te relaciones.
¡A disfrutar!
Diseño de cubierta:
Goyo Rodríguez

Responsable editorial:
Eva Margarita García

Copyright textos © 2022 Ana Lombardía

Copyright textos del prólogo © 2022 Pere Estupinyà

Copyright imágenes de interior © 2022 iStockphoto LP/ Getty Images

© EDICIONES OBERON (G. A.), 2022


Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid

ISBN ebook: 978-84-415-4571-7

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