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HOMILÍAS DIARIAS DEL PAPA EN SANTA MARTA

Confesémonos ante Dios sin miedo. (25 de octubre)


Tener el coraje ante el confesor de llamar a los pecados con su nombre, sin esconderlos. En su
homilía de la Misa celebrada esta mañana en la Casa de Santa Marta, el Papa se centró en el Sacramento
de la Reconciliación. Confesarse, dijo, es salir al encuentro del amor de Jesús con corazón sincero y con la
transparencia de los niños, sin rechazar, sino acogiendo la “gracia de la vergüenza”, que nos hace percibir
el perdón de Dios.

Para muchos creyentes adultos confesarse ante el sacerdote es uno esfuerzo insostenible – que
induce con frecuencia a esquivar el Sacramento – o una pena tal que transforma un momento de verdad
en un ejercicio de ficción. San Pablo, en su Carta a los Romanos – comentó el Papa – hace exactamente lo
contrario: admite públicamente ante la comunidad que en “su carne no habita el bien”. Afirma que es un
“esclavo” que no hace el bien que quiere, sino que realiza el mal que no quiere. Francisco observó que esto
sucede en la vida de la fe porque “cuando quiero hacer el bien, el mal está junto a mí”:

“Y esta es la lucha de los cristianos. S nuestra lucha de todos los días. Y nosotros no siempre
tenemos el coraje de hablar como habla Pablo de esta lucha. Buscamos siempre una vía de justificación:
‘Pero sí, somos todos pecadores’. Lo decimos así, ¿no? Esto lo dice dramáticamente: es nuestra lucha. Y si
nosotros no reconocemos esto, jamás podemos tener el perdón de Dios. Porque si ser pecador es una
palabra, un modo de decir, una manera de decir, no tenemos necesidad del perdón de Dios. Pero si es una
realidad, que nos hace esclavos, tenemos necesidad de esta liberación interior del Señor, de esa fuerza.
Pero más importante aquí es que para encontrar el camino de salida, Pablo confiesa a la comunidad su
pecado, su tendencia al pecado. No la esconde”.

La confesión de los pecados hecha con humildad es “lo que la Iglesia pide a todos nosotros”,
recordó el Papa, y citó también la invitación de Santiago: “Confiesen entre ustedes los pecados”. Pero “no
– aclaró Francisco – para hacer publicidad”, sino “para dar gloria a Dios” y reconocer que “es Él quien me
salva”. He aquí porqué, añadió el Santo Padre, para confesarse se va al hermano, “el hermano sacerdote”:
es para comportarse como Pablo. Y sobre todo, subrayó, con la misma “concreción”:

Algunos dicen: “Ah, yo me confieso con Dios”. Pero es fácil, es como confesarte por e-mail, ¿no? Dios
está allá, lejos, yo digo las cosas y no hay un cara a cara, no hay un a cuatro ojos. Pablo confiesa su
debilidad a los hermanos cara a cara. Otros: “No, yo voy a confesarme”, pero se confiesan cosas tan
etéreas, tan en el aire, que no tienen ninguna concreción. Y eso es lo mismo que no hacerlo. Confesar
nuestros pecados no es ir a una sesión de psiquiatría, ni siquiera ir a una sala de tortura: es decir al Señor:
“Señor soy pecador”, pero decirlo a través del hermano, para que este decir sea también concreto. “Y soy
pecador por esto, por esto y por esto”.

Concreción, honradez y también – dijo el Papa Francisco – una sincera capacidad de avergonzarse
de las propias equivocaciones: no hay sendas en sombra alternativas al camino que lleva al perdón de Dios,
a percibir en lo profundo del corazón tu pecado y su amor. Y en este punto el Pontífice dijo que hay que
imitar a los niños:
“Los pequeños tienen esa sabiduría: cuando un niño viene a confesarse, jamás dice una cosa
general. “Pero, padre he hecho esto y he hecho esto a mi tía, al otro le he dicho esta palabra” y dicen la
palabra. Son concretos, ¡eh! Tienen esa sencillez de la verdad. Y nosotros tenemos siempre la tendencia a
esconder la realidad de nuestras miserias. Pero hay una cosa bella: cuando nosotros confesamos nuestros
pecados como son ante la presencia de Dios, siempre sentimos esa gracia de la vergüenza. Avergonzarse
ante Dios es una gracia. Es una gracia: “Yo me avergüenzo”. Pensemos en Pedro, cuando, después del
milagro de Jesús en el lago dice: “Pero, Señor, aléjate de mí, yo soy pecador”. Se avergüenza de su pecado
ante la santidad de Jesucristo”.

Capaces de avergonzarse. (26 de octubre)


La gracia de la vergüenza es la que experimentamos cuando confesamos a Dios nuestro pecado y
lo hacemos hablando “cara a cara” con el sacerdote, “nuestro hermano”. Y no pensando en dirigirnos
directamente a Dios, como si fuera “confesarse por e-mail”. Es con estas eficaces expresiones que el Papa
Francisco llamó la atención sobre uno de los sacramentos fundamentales de la salvación humana, la
confesión. Habló de ello la mañana del viernes 25 de octubre, durante la misa celebrada en la capilla de
Santa Marta.
San Pablo, después de haber experimentado la sensación se sentirse liberado por la sangre de
Cristo, por lo tanto “recreado”, advierte que en él hay algo que le hace esclavo. Y en el pasaje de la carta a
los Romanos (7, 18-25) propuesto por la liturgia el apóstol —recordó el Pontífice— se define
“desgraciado”. Por lo demás “Pablo ayer hablaba, anunciaba la salvación en Jesucristo por la fe”, mientras
que hoy “como hermano cuenta a sus hermanos de Roma la lucha que él tiene dentro de sí: 'Sé que lo
bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no.
Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. Y si lo que no deseo es
precisamente lo que hago, no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita en mí'. Se confiesa
pecador. Nos dice: 'Cristo nos ha salvado, somos libres. Pero yo soy un pobre hombre, yo soy un pecador,
yo soy un esclavo'”.
Se trata de la que el Papa llamó “la lucha de los cristianos”, nuestra lucha de todos los días.
“Cuando quiero hacer el bien —explicó el Pontífice— el mal está junto a mí. En efecto, en lo íntimo
consiento a la ley de Dios; pero en mis miembros veo otra ley, que combate contra la ley de mi razón y me
hace esclavo”. Y nosotros “no siempre tenemos la valentía de hablar como habla Pablo sobre esta lucha.
Siempre buscamos una justificación: 'Pero sí, somos todos pecadores'”.
Es contra esta actitud que debemos luchar. Es más, “si nosotros no reconocemos esto —advirtió el
Santo Padre— no podemos tener el perdón de Dios, porque si ser pecador es una palabra, uno modo de
hablar, no tenemos necesidad del perdón de Dios. Pero si es una realidad que nos hace esclavos,
necesitamos esta liberación interior del Señor, de aquella fuerza”. Y Pablo indica la vía de salida: “Confiesa
a la comunidad su pecado, su tendencia al pecado, no la esconde. Esta es la actitud que la Iglesia nos pide a
todos nosotros, que Jesús pide a todos nosotros: confesar humildemente nuestros pecados”.
La Iglesia en su sabiduría indica a los creyentes el sacramento de la reconciliación. Y nosotros,
exhortó el Papa, estamos llamados a hacer esto: “Vayamos al hermano, al hermano sacerdote, y hagamos
esta confesión interior nuestra: la misma que hace Pablo: 'Yo quiero el bien, desearía ser mejor, pero usted
sabe, a veces tengo esta lucha, a veces tengo esto, esto y esto...'”. Y así como “es tan concreta la salvación
que nos lleva a Jesús, tan concreto es nuestro pecado”.
El Pontífice se refirió después a cuantos rechazan el coloquio con el sacerdote y sostienen
confesarse directamente con Dios. Cierto —comentó— “es fácil, es como confesarse por e-mail... Dios está
allí, lejos; yo digo las cosas y no existe un cara a cara, no existe un encuentro a solas”. Pablo en cambio
“confiesa su debilidad a los hermanos cara a cara”.
Del Papa también un llamamiento a los que ante el sacerdote “se confiesan de muchas cosas
etéreas, que no tienen ninguna concreción”: confesarse así “es lo mismo que no hacerlo”, precisó. Y
añadió: “Confesar nuestros pecados no es ir a una sesión psiquiátrica ni tampoco ir a una sala de tortura.
Es decir al Señor: 'Señor, soy pecador'. Pero decirlo a través del hermano, para que este decir sea también
concreto; 'y soy pecador por esto, por esto y por esto...'”.
El Pontífice confió que admira el modo en que se confiesan los niños: “Hoy hemos leído en el
Aleluya —observó—: 'Te doy gracias, Padre, señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas
a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños' (Mateo 11, 25). Los pequeños tienen una
cierta sabiduría. Cuando un niño viene a confesarse, jamás dice algo general: 'Padre, he hecho esto, he
hecho esto a mi tía, he hecho esto a la otra, al otro le he dicho esta palabra' y dicen la palabra. Son
concretos, tienen la sencillez de la verdad. Y nosotros tenemos siempre la tendencia a esconder la realidad
de nuestras miserias”. En cambio, si hay algo bello es “cuando nosotros confesamos nuestros pecados
como están en la presencia de Dios. Siempre sentimos esa gracia de la vergüenza. Avergonzarse ante Dios
es una gracia. Es una gracia: 'Yo me avergüenzo'. Pensemos en lo que dijo Pedro tras el milagro de Jesús en
el lago: 'Pero Señor, aléjate de mí, que soy un pecador'. Se avergüenza de su pecado ante la santidad de
Jesucristo”.
Ir a confesarse “es ir a un encuentro con el Señor que nos perdona, nos ama. Y nuestra vergüenza
es lo que nosotros le ofrecemos a Él: 'Señor, soy pecador, pero mira, no soy tan malo, soy capaz de
avergonzarme'”. Por ello “pidamos —concluyó el Papa— esta gracia de vivir en la verdad sin esconder nada
a Dios y sin esconder nada a nosotros mismos”.

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