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El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos
colma de la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto
del Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos
reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en
paz. Y ésto lo hemos sentido todos, en el corazón, cuando vamos a confesarnos, con un peso en el
alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos el perdón de Jesús, ¡estamos en paz! Con aquella paz
del alma tan bella, que sólo Jesús puede dar, ¡sólo Él!
Quisiera preguntarles, pero no respondan en voz alta ¿eh?, cada uno se responda en su corazón:
¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Cada uno piense. ¿Dos días, dos semanas, dos
años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta, y cada uno se diga a sí mismo: ¿cuándo
ha sido la última vez que yo me he confesado? Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día
más! Ve hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que
los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sé valiente, y adelante con la Confesión.
Con ánimo preocupado sigo todo lo que en estos días está sucediendo en Kiev (Ucrania). Aseguro
mi cercanía al pueblo ucraniano y rezo por las víctimas de las violencias, por sus familiares y por
los heridos. Invito a todas las partes a cesar todo tipo de violencia y a buscar la concordia y la paz
en el País.
1. EXAMEN DE CONCIENCIA
El examen de conciencia consiste en recordar los pecados que hemos cometido y las causas
o razones por las cuales estamos cometiendo esas faltas. Deberíamos, como buenos
cristianos, hacer examen de conciencia todos los días en la noche, antes de acostarnos. Así
iríamos formando bien nuestra conciencia, haciéndola más sensible y recta, más pura y
delicada. Los grandes Santos nos han recomendado este medio del examen de conciencia
diario
¿Cómo se hace?
1. Pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos recuerde cuáles son los pecados nuestros
que más le están disgustando a Dios.
2. Vamos repasando:
a) Los diez mandamientos.
b) Los cinco mandamientos de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
c) Los siete pecados capitales.
d) Las obras de misericordia.
e) Las bienaventuranzas.
f) El mandamiento de la caridad.
g) Los pecados de omisión: el bien que dejamos de hacer: no ayudar, no hacer apostolado,
no compartir los bienes, no hacer visitas a Cristo Eucaristía, no dar un buen consejo.
También es bueno confesarse de la siguiente manera:
a) Deberes para con Dios: mi relación con la voluntad de Dios.
b) Deberes para con el prójimo: caridad, respeto.
c) Deberes para conmigo: estudios, trabajo, honestidad, pureza, veracidad.
d) Deberes para con ese Movimiento o Institución eclesial a la que pertenezco: fidelidad a
los compromisos, apostolado
2. DOLOR DE LOS PECADOS Y LA CONTRICIÓN DEL CORAZÓN
No basta sólo hacer un buen examen de conciencia para una buena confesión: es necesario
un segundo paso: dolerme interiormente por haber cometido esos pecados, porque ofendí a
Dios, mi Padre. Es lo que llamamos dolor de los pecados o contrición del corazón
No es tanto “me siento mal… no me ha gustado lo que he hecho… siento un peso encima…”
¡No! Este dolor de contrición es otra cosa: “Estoy muy apenado porque ofendí a Dios, que es
mi Padre, le puse triste”.
Jesús cuenta, que un publicano fue a orar, y arrodillado decía: “Misericordia, Señor, que soy
un gran pecador” y a Dios le gustó tanto esta oración de arrepentimiento que le perdonó (cfr
Lucas 18).
¿Cuántas clases de arrepentimiento hay? Hay tres:
1. La contrición perfecta: es una tristeza o pesar por haber ofendido a Dios, por ser Él quien
es, esto es, por ser infinitamente bueno y digno de ser amado, teniendo al mismo tiempo el
propósito de confesarse y de evitar el pecado. Es el ejemplo del rey David, o de Pedro.
2. Contrición imperfecta o atrición: es una tristeza o pesar de haber ofendido a Dios, pero
sólo por la fealdad y repugnancia del pecado, o por temor de los castigos que Dios puede
enviarnos por haberlo ofendido. Para que esta atrición obtenga el perdón de los pecados
necesita ir acompañada de propósito de enmendarse y obtener la absolución del sacerdote en
la confesión.
3. El arrepentimiento o remordimiento: (morder doblemente) es una rabia o disgusto por
haber hecho algo malo que no quisiéramos haber hecho. Es la conciencia la que nos muerde.
No nos da tristeza por haber ofendido a Dios, sino porque hicimos algo que no nos gusta
haber hecho. Ejemplo de Judas. El remordimiento no borra el pecado.
“Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona
querida, sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras
dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿De verdad existirá la vida
después de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he
amado?”, dijo en la Audiencia.
Es esto lo que emerge de modo claro desde el primer texto que ha sido escrito,
es decir, desde la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje
que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer
anuncio cristiano. La comunidad de Tesalónica era una comunidad joven,
fundada de hace poco; no obstante las dificultades y las diversas pruebas, está
enraizada en la fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del
Señor Jesús. El Apóstol entonces se alegra de corazón con todos, porque cuantos
renacen en la Pascua se convierten de verdad en «hijos de la luz, hijos del día»
– así los llama él – (5,5), en virtud de la plena comunión con Cristo.
En este sentido, esta carta se presenta más actual que nunca. Cada vez que
nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona querida,
sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras dudas,
toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿De verdad existirá la vida después
de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado?”. Esta
pregunta me la ha hecho una señora hace pocos días en una audiencia. Me dijo:
¿Encontraré a mis seres queridos? Una incógnita… También nosotros, en el
contexto actual, tenemos necesidad de regresar a las raíces y a los fundamentos
de nuestra fe, para que así tomemos conciencia de lo que Dios ha obrado por
nosotros en Cristo Jesús y que cosa significa nuestra muerte. Todos tenemos un
poco de miedo; la muerte, por esta incertidumbre, ¿no? Aquí viene la palabra
de Pablo. Me viene a la memoria un viejito, un anciano, bueno, que decía: “Yo
no tengo miedo a la muerte. Tengo un poco de miedo verla venir”. Y tenía miedo
de esto.
Pablo, ante los temores y las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme
sobre la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos
más difíciles de nuestra vida, “la esperanza de la salvación”. Es un yelmo. Es
esta la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados
a comprenderla según el significado común del término, es decir, en relación a
algo bello que deseamos, pero que puede realizarse o tal vez no. Esperemos que
suceda, pero… esperemos, como un deseo, ¿no? Se dice por ejemplo: “¡Espero
que mañana haga buen clima!”; pero sabemos que al día siguiente en cambio
puede hacer un mal clima… La esperanza cristiana no es así. La esperanza
cristiana es la espera de algo que ya ha sido realizada; está la puerta ahí, y yo
espero llegar a la puerta. ¿Qué cosa debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy
seguro que llegaré a la puerta.
Así es la esperanza cristiana: tener la certeza que yo estoy en camino hacia algo
que es y no lo que yo quiero que sea. Esta es la esperanza cristiana. La
esperanza cristiana es espera de una cosa que ya ha sido realizada y que
ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra
resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, pues, no es una cosa que
puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en cuanto está fundada
en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar pues significa aprender vivir
en la espera. Aprender a vivir en la espera y encontrar la vida. Cuando una mujer
se da cuenta de estar embarazada, cada día aprende a vivir en la espera de ver
la mirada de ese niño que llegará… También nosotros debemos vivir y aprender
de estas actitudes humanas y vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar
al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: a vivir en la espera. Esperar significa
e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está
lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí
mismo.
Escribe aún Pablo: «Él que murió por nosotros, a fin de que, velando o
durmiendo, vivamos unidos a Él» (1 Tes 5,10). Estas palabras son siempre
motivo de grande consolación y de paz. Asimismo para las personas amadas que
nos han dejado estamos pues llamados a orar para que vivan en Cristo y estén
en plena comunión con nosotros. Una cosa que a mí me toca el corazón es una
expresión de San Pablo, siempre dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de
la seguridad de la esperanza. Dice así: «Y así permaneceremos con el Señor
para siempre» (1 Tes 4,17). ¡Qué bello! Todo pasa. Pero, después de la muerte,
por siempre estaremos con el Señor. Es la certeza total de la esperanza, la
misma que, mucho tiempo antes, hacia exclamar a Job: «Yo sé que mi Redentor
vive […]. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos» (Job 19,25.27). Y así por
siempre estaremos con el Señor. ¿Ustedes creen esto? Les pregunto: ¿Creen
esto? Más o menos, ¡eh! Pero para tener un poco de fuerza los invito a decirlo
tres veces conmigo: “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Todos juntos:
“Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con
el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Y allá, con el Señor, nos
encontraremos. Gracias.