Está en la página 1de 12

Catequesis del Papa Francisco sobre el sacramento de la Confesión

Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!: A través de los Sacramentos de la iniciación


cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo.
Ahora, todos lo sabemos, esta vida, nosotros la llevamos “ en vasos de barro” (2 Cor 4,7), estamos
todavía sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del pecado, podemos incluso
perder la nueva vida. Por esto, el Señor Jesús, ha querido que la Iglesia continúe su obra de
salvación también hacia sus propios miembros, en particular, con el Sacramento de la
Reconciliación y el de la Unción de los enfermos, que pueden estar unidos bajo el nombre de
“ Sacramentos de sanación” .

El sacramento de la reconciliación es un sacramento de sanación. Cuando yo voy a confesarme, es


para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien. El ícono bíblico
que los representa mejor, en su profundo vínculo, es el episodio del perdón y de la curación del
paralítico, donde el Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los cuerpos
(Mc 2,1-12 / Mt 9,1-8; Lc 5,17-26).

1- El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación – nosotros lo llamamos también de la


Confesión – brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de Pascua el Señor
se apareció a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y luego de haberles dirigido el saludo “ ¡Paz
a ustedes!” , sopló sobre ellos y les dijo: “ Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los
perdonen” (Jn. 20,21-23). Este pasaje nos revela la dinámica más profunda que está contenida en
este Sacramento. Sobre todo, el hecho que el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos
darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: “ Yo me perdono los pecados” ; el perdón se pide, se
pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús.

El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos
colma de la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto
del Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos
reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en
paz. Y ésto lo hemos sentido todos, en el corazón, cuando vamos a confesarnos, con un peso en el
alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos el perdón de Jesús, ¡estamos en paz! Con aquella paz
del alma tan bella, que sólo Jesús puede dar, ¡sólo Él!

2- En el tiempo, la celebración de este Sacramento ha pasado de una forma pública – porque al


inicio se hacía públicamente – ha pasado de esta forma pública a aquella personal, a aquella forma
reservada de la Confesión. Pero esto no debe hacer perder la matriz eclesial, que constituye el
contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar en el cual se hace presente el Espíritu, el
cual renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una sola cosa, en
Cristo Jesús. He aquí por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio
corazón, sino que es necesario confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al
ministro de la Iglesia.

En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la


comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida
su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de
conversión y de maduración humana y cristiana. Alguno puede decir: “ Yo me confieso solamente
con Dios” . Sí, tú puedes decir a Dios: “ Perdóname” , y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados
son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia y por ello es necesario pedir perdón a la
Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote. “ Pero, padre, ¡me da vergüenza!” . También
la vergüenza es buena, es ‘ salud’ tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no
tiene vergüenza, en mi País decimos que es un ‘ senza vergogna’ un ‘ sinvergüenza’ . La
vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con
ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona. También desde el punto de vista humano,
para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote estas cosas, que pesan tanto
en mi corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no
tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas estas cosas –
también la vergüenza – pero luego, cuando termina la confesión sale libre, grande, bello,
perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión.

Quisiera preguntarles, pero no respondan en voz alta ¿eh?, cada uno se responda en su corazón:
¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Cada uno piense. ¿Dos días, dos semanas, dos
años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta, y cada uno se diga a sí mismo: ¿cuándo
ha sido la última vez que yo me he confesado? Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día
más! Ve hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que
los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sé valiente, y adelante con la Confesión.

Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo


afectuoso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos aquella bella, bella
Parábola del hijo que se fue de casa con el dinero de su herencia, despilfarró todo el dinero y luego,
cuando ya no tenía nada, decidió regresar a casa, pero no como hijo, sino como siervo. Tanta culpa
había en su corazón, y tanta vergüenza. Y la sorpresa fue que cuando comenzó a hablar y a pedir
perdón, el Padre no lo dejó hablar: ¡lo abrazó, lo besó e hizo una fiesta! Y yo les digo, ¿eh? ¡Cada
vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta! Vayamos adelante por este camino. Que
el Señor los bendiga.

Llamada por Ucrania:

Con ánimo preocupado sigo todo lo que en estos días está sucediendo en Kiev (Ucrania). Aseguro
mi cercanía al pueblo ucraniano y rezo por las víctimas de las violencias, por sus familiares y por
los heridos. Invito a todas las partes a cesar todo tipo de violencia y a buscar la concordia y la paz
en el País.

Los pasos de la confesión


Las cinco cosas necesarias para hacer una buena y fructífera confesión.
Para explicar las cinco cosas necesarias para hacer una buena y fructífera confesión, lo
haremos desde la parábola del hijo pródigo, narrada por San Lucas en el capítulo 15 de su
Evangelio.
Cinco pasos son necesarios:

1. Exámen de conciencia. (El hijo pródigo examina su conciencia).


2. Dolor de los pecados y la contricción del corazón. (Se arrepiente).
3. Confesar todos los pecados. (Hace propósito de volver al padre).
4. Propósito de enmienda. (Vuelve y pide perdón).
5. Cumplir la penitencia. (Paga con buenas obras sus pecados)

Es decir, reflexiona, se arrepiente, se corrige, se acusa y expía.

1. EXAMEN DE CONCIENCIA

La confesión no tendrá efecto y fruto si entramos en la Iglesia y rápido nos confesamos,


sin haber hecho primero un buen examen de conciencia sereno, tranquilo, pausado, y si
es por escrito mejor, para que así, no nos olvidemos ni un pecado.

¿Cómo hacer este examen de conciencia?

El examen de conciencia consiste en recordar los pecados que hemos cometido y las causas
o razones por las cuales estamos cometiendo esas faltas. Deberíamos, como buenos
cristianos, hacer examen de conciencia todos los días en la noche, antes de acostarnos. Así
iríamos formando bien nuestra conciencia, haciéndola más sensible y recta, más pura y
delicada. Los grandes Santos nos han recomendado este medio del examen de conciencia
diario
¿Cómo se hace?
1. Pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos recuerde cuáles son los pecados nuestros
que más le están disgustando a Dios.

2. Vamos repasando:
a) Los diez mandamientos.
b) Los cinco mandamientos de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
c) Los siete pecados capitales.
d) Las obras de misericordia.
e) Las bienaventuranzas.
f) El mandamiento de la caridad.

g) Los pecados de omisión: el bien que dejamos de hacer: no ayudar, no hacer apostolado,
no compartir los bienes, no hacer visitas a Cristo Eucaristía, no dar un buen consejo.
También es bueno confesarse de la siguiente manera:
a) Deberes para con Dios: mi relación con la voluntad de Dios.
b) Deberes para con el prójimo: caridad, respeto.
c) Deberes para conmigo: estudios, trabajo, honestidad, pureza, veracidad.
d) Deberes para con ese Movimiento o Institución eclesial a la que pertenezco: fidelidad a
los compromisos, apostolado
2. DOLOR DE LOS PECADOS Y LA CONTRICIÓN DEL CORAZÓN

No basta sólo hacer un buen examen de conciencia para una buena confesión: es necesario
un segundo paso: dolerme interiormente por haber cometido esos pecados, porque ofendí a
Dios, mi Padre. Es lo que llamamos dolor de los pecados o contrición del corazón

Contrición de corazón o arrepentimiento es sentir tristeza y pesar de haber ofendido a Dios


con nuestros pecados.

No es tanto “me siento mal… no me ha gustado lo que he hecho… siento un peso encima…”
¡No! Este dolor de contrición es otra cosa: “Estoy muy apenado porque ofendí a Dios, que es
mi Padre, le puse triste”.

El Salmo 50 dice: “Un corazón arrepentido, Dios nunca lo desprecia”.

Jesús cuenta, que un publicano fue a orar, y arrodillado decía: “Misericordia, Señor, que soy
un gran pecador” y a Dios le gustó tanto esta oración de arrepentimiento que le perdonó (cfr
Lucas 18).
¿Cuántas clases de arrepentimiento hay? Hay tres:

1. La contrición perfecta: es una tristeza o pesar por haber ofendido a Dios, por ser Él quien
es, esto es, por ser infinitamente bueno y digno de ser amado, teniendo al mismo tiempo el
propósito de confesarse y de evitar el pecado. Es el ejemplo del rey David, o de Pedro.

2. Contrición imperfecta o atrición: es una tristeza o pesar de haber ofendido a Dios, pero
sólo por la fealdad y repugnancia del pecado, o por temor de los castigos que Dios puede
enviarnos por haberlo ofendido. Para que esta atrición obtenga el perdón de los pecados
necesita ir acompañada de propósito de enmendarse y obtener la absolución del sacerdote en
la confesión.
3. El arrepentimiento o remordimiento: (morder doblemente) es una rabia o disgusto por
haber hecho algo malo que no quisiéramos haber hecho. Es la conciencia la que nos muerde.
No nos da tristeza por haber ofendido a Dios, sino porque hicimos algo que no nos gusta
haber hecho. Ejemplo de Judas. El remordimiento no borra el pecado.

¿Cuándo debemos tener este dolor de contrición y arrepentimiento de los pecados?


Sobre todo cuando nos vamos a confesar, pues si no estamos arrepentidos, no quedamos
perdonados. Pero es bueno también arrepentirnos de nuestras faltas cada noche antes de
acostarnos. A Dios le gusta un corazón arrepentido.

¿Qué cualidades debe tener nuestro arrepentimiento?


Tres son las cualidades:
1. Arrepentirse de todo los pecados sin excluir ninguno (a no ser por olvido).
2. Que el arrepentimiento no sea sólo exterior sino que se sienta en el alma.
3. Que sea sobrenatural, o sea no sólo por los males materiales que nos trae el pecado, sino porque
con él causamos un disgusto a Dios y nos vienen males para el alma y para la eternidad.
¿Qué ayuda para conseguir el dolor de contrición o arrepentimiento perfecto?
1. Recordar el Calvario y todo lo que Jesús sufrió por nosotros en su Pasión.
2. Recordar el Cielo y pensar en las alegrías y felicidades que allá nos esperan.
3. ¡Todo esto lo perderé, si peco! Ir con la imaginación a los castigos eternos y pensar que allá
podemos ir también nosotros si no abandonamos nuestros pecados y malas costumbres.
¡A cuantos les ha salvado esto, y les ha alejado de sus pecados!
Una poesía resume este arrepentimiento sincero:
“No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno
tan temido para dejar por ello de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en esa
cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afectas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara y aunque no
hubiera infierno te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no
esperara, lo mismo que te quiero te quisiera” (Anónimo).
3. CONFESAR TODOS LOS PECADOS
El sacramento de la penitencia o confesión está en crisis en algunas partes porque, como dijo el
Papa Juan Pablo II, “al hombre contemporáneo parece que le cuesta más que nunca reconocer los
propios errores… parece muy reacio a decir ‘me arrepiento’ o ‘lo siento’; parece rechazar
instintivamente y con frecuencia irresistiblemente, todo lo que es penitencia, en el sentido del
sacrificio aceptado y practicado para la corrección del pecado” (Reconciliación y Penitencia n. 26).
Pío XII manifestó en un radiomensaje del Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos,
en Boston (26 de octubre de 1946): “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”.
El tercer paso para hacer una buena confesión es confesar todos los pecados mortales y graves al
confesor.
¿Qué es la confesión de boca? Es manifestar al confesor sin engaño, ni mentira los pecados
cometidos, con intención de recibir la absolución. Dice la Biblia: “No te avergüences de confesar
tus pecados” (Eclesiástico 4,26)
Para que Dios perdone, por medio del confesor, es necesario decir los pecados. Así lo dispuso el
mismo Cristo al instituir el sacramento del la Penitencia. “A quienes se los perdonéis, quedarán
perdonados; a quienes se los retuviereis les quedarán retenidos” (Jn. 20, 23).
Los apóstoles, y sus sucesores, los obispos y los colaboradores, los sacerdotes, para poder absolver,
necesitan conocer lo que perdonan, es decir, necesitan escuchar los pecados del penitente.
¿Cuáles son las cualidades para una buena confesión de boca?
1. Sincera: no debo ocultar lo que en conciencia es grave.
2. Verdadera: sin ocultar o disimular lo que debo manifestar, ni dar vueltas, tratando de
justificarme.
3. Completa: todos los pecados graves, según su especie, número y circunstancias que cambian la
especie.
4. Sencilla y humilde: con pocas palabras y sin rodeos.
Omitir voluntariamente la confesión de pecados graves o circunstancias que cambian la especie o
callar voluntariamente algún pecado grave hace que la confesión sea inválida y sacrílega.
Gravedad del pecado
El pecado varía en su gravedad según quién lo comete, con quién se comete y dónde se comete.
-Una cosa es robar a un rico y otra a un pobre.
-Una cosa es robar por hambre y otra para vender.
-Una cosa es robar en el supermercado y otra en una iglesia.
-Una cosa es insultar a un compañero de clase y otra, a mamá o a un sacerdote o al Papa.
-Una cosa es cometer un acto impuro con un soltero/a y otra con un casado/a.
-Una cosa es mentir en casa y otra en la confesión.
¿Qué pecados estamos obligados a confesar?
Solamente los pecados mortales, pero es bueno y provechoso confesar también los veniales, así
iremos fomentando mejor nuestra conciencia; así también el sacerdote nos podrá guiar con toda
seguridad y sabiduría hacia la santidad.
¿Qué hacer cuando sólo tenemos pecados veniales para confesar?
Conviene recordar también algún pecado mortal ya confesado. Así el recuerdo de un pecado grave
hace más fuerte el arrepentimiento y más serio el propósito. Esto si lo considera oportuno el
confesor, porque hay almas con escrúpulos a quienes no conviene que revuelvan el pasado ya
confesado.
¿Qué sucede cuando uno olvida algún pecado grave en la confesión, sin querer?
Obtiene el perdón de los pecados y puede comulgar, pero en la próxima confesión debe confesarse
de ese pecado que olvidó sin querer.
Una norma muy útil: cuando uno termina de decirle al sacerdote los pecados conviene añadir: “Pido
perdón también de todos los pecados que se me hayan olvidado”. Así queda el alma mucho más
tranquila.
1. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo.
2. Se lee una frase del evangelio.
3. Padre hace X días que me confesé, aclaro si cumplí la penitencia o no.
4. Mis pecados son éstos… y me acuso de todos aquellos que en este momento no recuerdo, y de
los pecados de omisión.
5. Después escucho los consejos.
6. Rezo el pésame u acto de contrición lentamente y con dolor.
7. Recibo la absolución del sacerdote.
8. Le agradezco… y voy a cumplir rápido la penitencia.
4. PROPÓSITO DE ENMIENDA
Antes de explicar el cuarto paso, quisiera resumir, de la Institución Pastoral del Episcopado español
del 15 de abril de 1989, los síntomas y raíces de la disminución de la práctica de la confesión en
algunas partes:
1. Por el ateísmo e indiferencia religiosa de nuestros tiempos.
2. La pérdida del sentido del pecado.
3. Las interpretaciones inadecuadas del pecado. Hoy se nos quiere hacer creer que el pecado es algo
superado, es un vago sentimiento de culpabilidad, es como una fuerza oscura del inconsciente, es
como expresión y reflejo de las condicionantes ambientales, se les identifican con el pecado social y
estructural. Algunos ya no ven pecado en casi nada, salvo en lo social, estructural.
4. Crisis generalizada de la conciencia moral y su oscurecimiento en algunos hombres. Esto debido
a la amoralidad sistemática, cuando no inmoralidad.
5. Otra causa que ven los obispos españoles es ésta: indecisión de predicadores y confesores en
materia moral, económica y sexual. Algunos fieles se desconciertan al oír diversas opiniones de
confesores sobre el mismo tema moral. Y claro, muchos optan por hacer caso al más laxo y fácil. Y
al final optan por dejar sus conciencias al juicio de Dios y abandonan la confesión.
Expliquemos ahora sí el propósito de enmienda, que brota espontáneamente del dolor.
¿Qué es el propósito de enmienda?
Es una firme resolución de nunca más ofender a Dios. Y hay que hacerlo ya antes de confesarse.
Jesús a la pecadora le dijo: “Vete y no peques más” (Jn. 8,11). Esto es lo que se propone el pecador
al hacer el propósito de enmienda: “no quiero pecar más, con la ayuda de Dios”. Si no hay
verdadero propósito, la confesión es inválida.
No significa que el pecador ya no volverá a pecar, pero sí quiere decir que está resuelto a hacer lo
que le sea posible para evitar sus pecados que tanto ofenden a Dios. No se trata de la certeza
absoluta de no volver a cometer pecado, sino de la voluntad de no volver a caer, con la gracia de
Dios. Basta estar ciertos de que ahora no quiere volver a caer. Lo mismo que al salir de casa no
sabes si tropezarás, pero sí sabes que no quieres tropezar.
Estos propósitos no deben ser solamente negativos: no hacer esto, no decir aquello… También hay
que hacer propósitos positivos: rezaré con más atención, seré más amable con todos, hablaré bien de
los demás, haré un pequeño sacrificio en la mesa o en el fútbol, callaré cuando esté con ira, seré
agradecido, veré solo buenos programas en la televisión, hablaré con aquella persona que tanto me
cuesta, etc.
¿Y si volvemos a caer?
Pues, nos levantamos con humildad. La conversión y renovación es progresiva, lenta. Por eso es
necesaria la confesión frecuente, no sólo cuando hemos caído, sino para no caer. Allí Dios nos
robustece la voluntad, no sólo para no caer, sino también para lograr las virtudes.
¿Por qué algunos se confiesan siempre de las mismas faltas?
Es muy sencillo: porque no evitan las ocasiones de pecado. Por eso, el propósito de enmienda
implica dos cosas: evitar el pecado y las ocasiones que llevan a él.
Debemos pedir siempre lo que San Ignacio de Loyola pide en los Ejercicios Espirituales cuando
habla de las meditaciones sobre el pecado: “Dame vergüenza y confusión, dolor y lágrimas,
aborrecimiento del pecado y del desorden que lleva al pecado”.
Debemos apartarnos seriamente de las ocasiones de pecar, porque “quien ama el peligro perecerá en
él” (Eclesiástico 3, 27). Si te metes en malas ocasiones, serás malo.
Hay batallas que el modo de ganarlas es evitándolas. Combatir siempre que sea necesario es de
valientes; pero combatir sin necesidad es de estúpidos fanfarrones.
Si no quieres quemarte, no te acerques demasiado al fuego. Si no quieres cortarte, no juegues con
una navaja bien afilada. Sobre todo esto vale para la concupiscencia de la carne o impureza. La
impureza es una fiera insaciable. Aunque se le dé lo que pide, siempre quiere más. Y cuanto más le
des, más te pedirá y con más fuerza. La fiera de la concupiscencia hay que matarla de hambre. Si la
tienes castigada, te será más fácil dominarla.
Por tanto, si el propósito no se extendiese también a poner todos los medios necesarios para evitar
las ocasiones próximas de pecar, la confesión no sería eficaz; mostraría una voluntad apegada al
pecado, y, por lo tanto, indigna de perdón.
Quién, pudiendo, no quiere dejar una ocasión próxima de pecado grave, no puede recibir la
absolución. Y si la recibe, esta absolución es inválida.
Ocasión de pecado es toda persona, cosa, circunstancia, lugar, que nos da oportunidad de pecar,
que nos facilita el pecado, que nos atrae hacía él y constituye un peligro de pecar.
Jesucristo tiene palabras muy duras sobre la obligación de huir de las ocasiones de pecar: “Si tu ojo
es ocasión de pecado, arráncalo… si tu mano es ocasión de pecado, córtala… más te vale entrar en
el Reino de los cielos, manco o tuerto, que ser arrojado con las dos manos, los dos ojos, en el fuego
del infierno” (Mt 18, 8ss).
Una persona que tiene una pierna gangrenada, se la corta para salvar su vida humana, y tú ¿no eres
capaz de cortar esa cosa… para salvar tu alma?
Evitar un pecado cuesta menos que desarraigar un vicio. Es mucho más fácil no plantar una bellota
que arrancar una encina.
Para apartarse con energía de las ocasiones de pecar, es necesario rezar y orar: pedirlo mucho al
Señor y a la Virgen, y fortificar nuestra alma comulgando a menudo.
5- CUMPLIR LA PENITENCIA
Expliquemos el último paso para hacer una buena confesión: cumplir la penitencia.
Pero antes recuerda esto:
1. La confesión es el medio ordinario que ha puesto Dios para perdonar los pecados cometidos
después del bautismo en el día a día. Es un medio maravilloso que renueva, santifica, forma
conciencia y, sobre todo, da mucha paz al alma.
2. Cuesta, o puede costar, porque a la confesión no vamos a decir hazañas, sino pecados y miserias.
Y esto nos cuesta a todos. Es curioso que algunos que ponen dificultades en decir los pecados al
sacerdote confesor los propagan entre sus amigos con risotadas y chascarrillos, y con frecuencia
exagerando fanfarronamente. Lo que pasa es que esas cosas ante sus amigos son hazañas, pero ante
el confesor son pecados, y esto es humillante. Y lo que no tienen tus amigos, secreto, lo tiene el
confesor: él no puede contar ni un pecado tuyo a nadie. A esto se le llama el sigilo sacramental; ha
habido sacerdotes que han dado su vida antes que faltar a este secreto de la confesión.
3. Para confesarse hay que ser muy sincero. Los que no son sinceros, no se confiesan bien. El que
calla voluntariamente en la confesión un pecado grave, hace una mala confesión, no se le perdona
ningún pecado, y, además, añade otro pecado terrible que se llama sacrilegio.
4. Si tienes un pecado que te da vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas el primero. Este acto
de vencimiento te ayudará a hacer una buena confesión.
5. El confesor será siempre tu mejor amigo. A él puedes acudir siempre que lo necesites, que con
toda seguridad encontrarás cariño y aprecio y much comprensión. Además de perdonarte los
pecados, el confesor puede consolarte, orientarte, aconsejarte. Pregúntale las dudas morales que
tengas. Pídele los consejos que necesites. Él guardará el secreto más riguroso.
¿Qué es cumplir la penitencia?
Es rezar o hace lo que el confesor me diga. Esta penitencia, ya sea una oración, una obra de caridad,
un sacrificio, un servicio, la aceptación de la cruz, una lectura bíblica, es para expiar, reparar el
daño que hemos hecho a Dios al pecar. Es expresión de nuestra voluntad de conversión cristiana.
El pecado, sobre todo si es grave, es ofensa grave a Dios. Mereceríamos las penas eternas del
infierno. Esta penitencia que me da el sacerdote en parte desagravia la ofensa a Dios y expía las
penas merecidas.
La confesión perdona las penas eternas, pero no perdona la pena temporal. Esta penitencia que hago
va satisfaciendo, en parte, o disminuyendo la pena temporal debida por los pecados.
Dado que siempre será pequeña esta penitencia que me da el sacerdote, es aconsejable que luego
cada quien elija otras penitencias que están a su alcance: el deber de estado bien cumplido y con
amor; la paciencia en las adversidades, sin quejarse; refrenar y encauzar los sentidos corporales y
espirituales, la imaginación, los deseos o apetencias caprichosas; poner un orden y horario en la
jornada, desde el momento en que está prevista la hora de levantarse; la caridad ejercida por las
obras de misericordia corporales o espirituales; el control de los pasatiempos y diversiones inútiles
y nocivas; la perseverancia en las cosas pequeñas, con alegría (Consultar el Catecismo 1468-1473).
odos los viernes del año, que el Derecho Canónico llama penitenciales (Cánones 1250-1253) son
ocasión para hacer penitencia, como así también especialmente la Cuaresma, por el ayuno, la
abstinencia de carne o la práctica de obras de misericordia, o a privación de algo que nos cueste
(cigarrillos, dulces, bebidas alcohólicas u otros gustos).
Esta satisfacción que hacemos no es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y por
el perdón recibido, porque ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de
la preciosísima Sangre de Cristo. Pero quiere significar nuestro compromiso personal de conversión
y de amor a Cristo.

Catequesis de papa francisco sobre la muerte


El Papa Francisco habló en su catequesis de la Audiencia General sobre la
resurrección de los muertos y en concreto de la de Cristo.

“Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona
querida, sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras
dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿De verdad existirá la vida
después de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he
amado?”, dijo en la Audiencia.

A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las anteriores catequesis hemos iniciado nuestro recorrido sobre el tema de


la esperanza releyendo en esta perspectiva algunas páginas del Antiguo
Testamento. Ahora queremos pasar a poner en evidencia la extraordinaria
importancia que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra
la novedad representada por Jesús y por el evento pascual: la esperanza
cristiana. Nosotros cristianos, somos mujeres y hombres de esperanza.

Es esto lo que emerge de modo claro desde el primer texto que ha sido escrito,
es decir, desde la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje
que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer
anuncio cristiano. La comunidad de Tesalónica era una comunidad joven,
fundada de hace poco; no obstante las dificultades y las diversas pruebas, está
enraizada en la fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del
Señor Jesús. El Apóstol entonces se alegra de corazón con todos, porque cuantos
renacen en la Pascua se convierten de verdad en «hijos de la luz, hijos del día»
– así los llama él – (5,5), en virtud de la plena comunión con Cristo.

Cuando Pablo les escribe, la comunidad de Tesalónica ha sido apenas fundada,


y sólo pocos años la separan de la Pascua de Cristo; pocos años después, ¡eh!
Por esto, el Apóstol trata de hacer comprender todos los efectos y las
consecuencias que éste evento único y decisivo, es decir, la resurrección del
Señor, comporta para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la
dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos
lo creían, sino de creer en la resurrección de los muertos. Si, Jesús ha resucitado,
pero los muertos tenían un poco de dificultad.

En este sentido, esta carta se presenta más actual que nunca. Cada vez que
nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona querida,
sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras dudas,
toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿De verdad existirá la vida después
de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado?”. Esta
pregunta me la ha hecho una señora hace pocos días en una audiencia. Me dijo:
¿Encontraré a mis seres queridos? Una incógnita… También nosotros, en el
contexto actual, tenemos necesidad de regresar a las raíces y a los fundamentos
de nuestra fe, para que así tomemos conciencia de lo que Dios ha obrado por
nosotros en Cristo Jesús y que cosa significa nuestra muerte. Todos tenemos un
poco de miedo; la muerte, por esta incertidumbre, ¿no? Aquí viene la palabra
de Pablo. Me viene a la memoria un viejito, un anciano, bueno, que decía: “Yo
no tengo miedo a la muerte. Tengo un poco de miedo verla venir”. Y tenía miedo
de esto.

Pablo, ante los temores y las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme
sobre la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos
más difíciles de nuestra vida, “la esperanza de la salvación”. Es un yelmo. Es
esta la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados
a comprenderla según el significado común del término, es decir, en relación a
algo bello que deseamos, pero que puede realizarse o tal vez no. Esperemos que
suceda, pero… esperemos, como un deseo, ¿no? Se dice por ejemplo: “¡Espero
que mañana haga buen clima!”; pero sabemos que al día siguiente en cambio
puede hacer un mal clima… La esperanza cristiana no es así. La esperanza
cristiana es la espera de algo que ya ha sido realizada; está la puerta ahí, y yo
espero llegar a la puerta. ¿Qué cosa debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy
seguro que llegaré a la puerta.

Así es la esperanza cristiana: tener la certeza que yo estoy en camino hacia algo
que es y no lo que yo quiero que sea. Esta es la esperanza cristiana. La
esperanza cristiana es espera de una cosa que ya ha sido realizada y que
ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra
resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, pues, no es una cosa que
puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en cuanto está fundada
en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar pues significa aprender vivir
en la espera. Aprender a vivir en la espera y encontrar la vida. Cuando una mujer
se da cuenta de estar embarazada, cada día aprende a vivir en la espera de ver
la mirada de ese niño que llegará… También nosotros debemos vivir y aprender
de estas actitudes humanas y vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar
al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: a vivir en la espera. Esperar significa
e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está
lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí
mismo.

Escribe aún Pablo: «Él que murió por nosotros, a fin de que, velando o
durmiendo, vivamos unidos a Él» (1 Tes 5,10). Estas palabras son siempre
motivo de grande consolación y de paz. Asimismo para las personas amadas que
nos han dejado estamos pues llamados a orar para que vivan en Cristo y estén
en plena comunión con nosotros. Una cosa que a mí me toca el corazón es una
expresión de San Pablo, siempre dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de
la seguridad de la esperanza. Dice así: «Y así permaneceremos con el Señor
para siempre» (1 Tes 4,17). ¡Qué bello! Todo pasa. Pero, después de la muerte,
por siempre estaremos con el Señor. Es la certeza total de la esperanza, la
misma que, mucho tiempo antes, hacia exclamar a Job: «Yo sé que mi Redentor
vive […]. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos» (Job 19,25.27). Y así por
siempre estaremos con el Señor. ¿Ustedes creen esto? Les pregunto: ¿Creen
esto? Más o menos, ¡eh! Pero para tener un poco de fuerza los invito a decirlo
tres veces conmigo: “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Todos juntos:
“Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con
el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Y allá, con el Señor, nos
encontraremos. Gracias.

También podría gustarte