Está en la página 1de 3

Mensaje al meeting Rimini (19/08/2013)

Excelencia Reverendísima:

Con alegría le transmito el saludo cordial del Santo Padre Francisco a Su


Excelencia, a los organizadores y a todos los participantes del Meeting para la amistad
entre los pueblos, que llega a su XXXIV edición. El tema elegido —«Una emergencia: el
hombre»— intercepta la gran urgencia de evangelización de la que tantas veces ha
hablado el Santo Padre, siguiendo a sus predecesores, y ha suscitado en él profundas
consideraciones que a continuación le refiero.

El hombre es el camino de la Iglesia: así escribía el beato Juan Pablo II en su


primera encíclica,Redemptor hominis (cf. n. 14). Esta verdad sigue siendo válida,
también y sobre todo en nuestro tiempo, cuando la Iglesia, en un mundo cada vez más
globalizado y virtual, en una sociedad cada vez más secularizada y privada de puntos
de referencia estables, está llamada a redescubrir su propia misión, concentrándose en
lo esencial, y buscando nuevos caminos de evangelización.

El hombre sigue siendo un misterio, irreductible a cualquier imagen que de él


se forme en la sociedad y que el poder mundano trate de imponer. Misterio de
libertad y de gracia, de pobreza y de grandeza. ¿Pero qué significa que el hombre es el
«camino de la Iglesia»? Y sobre todo, ¿qué quiere decir para nosotros hoy recorrer
este camino?

El hombre es camino de la Iglesia porque es el camino recorrido por Dios


mismo. Desde los albores de la humanidad, después del pecado original, Dios se pone
en busca del hombre. «¿Dónde estás?» —preguntó a Adán, que se escondía en el
jardín (Gn 3, 9). Esta pregunta, que aparece al inicio del libro del Génesis y que no deja
de resonar a lo largo de toda la Biblia y en cada momento de la historia que Dios, a lo
largo de los milenios, ha construido con la humanidad, alcanza en la encarnación del
Hijo su expresión más alta. Afirma san Agustín en su comentario al Evangelio de Juan:
«Permaneciendo junto al Padre, [el Hijo] es verdad y vida; haciéndose hombre, se hizo
camino» (i, 34, 9). Por tanto, es Jesucristo «el camino principal de la Iglesia», pero
puesto que Él «es también el camino hacia cada hombre», el hombre se convierte en
«el camino primero y fundamental de la Iglesia» (cf. Redemptor hominis, 13-14).

«Yo soy la puerta», afirma Jesús (Jn 10, 7): yo soy, por tanto, el portal de
acceso a todos los hombres y a todas las cosas. Sin pasar a través de Cristo, sin
concentrar en Él la mirada de nuestro corazón y de nuestra mente, no entenderemos
nada del misterio del hombre. Y así, casi de forma inadvertida, nos veremos obligados
a imitar del mundo nuestros criterios de juicio y de acción, y cada vez que nos
acerquemos a nuestros hermanos en humanidad seremos como esos «ladrones y
salteadores» de los que habla Jesús en el Evangelio (cf. Jn 10, 8). De hecho, también el
mundo, a su modo, está interesado en el hombre. El poder económico, político,
mediático, necesita del hombre para perpetuarse e inflarse a sí mismo. Y por eso a
menudo trata de manipular a las masas, de inducir deseos, de eliminar lo más precioso
que el hombre posee: la relación con Dios. El poder teme a los hombres que están en
diálogo con Dios porque eso les hace libres y no asimilables.

Esta es, por lo tanto, la emergencia-hombre que el Meeting para la amistad


entre los pueblospone este año en el centro de su reflexión: la urgencia de restituir al
hombre a sí mismo, a su más alta dignidad, a la unicidad y preciosidad de toda
existencia humana desde su concepción hasta su término natural. Hay que volver a
tomar en consideración la sacralidad del hombre y al mismo tiempo decir con fuerza
que es sólo en la relación con Dios, es decir, en el descubrimiento y en la adhesión a la
propia vocación, donde el hombre puede alcanzar su verdadera estatura. La Iglesia, a
la que Cristo confió su Palabra y sus Sacramentos, custodia la mayor esperanza, la
posibilidad más auténtica de realización para el hombre, en todas las latitudes y en
todos los tiempos. ¡Qué gran responsabilidad tenemos! No guardemos para nosotros
este precioso tesoro que todos, conscientemente o no, buscan. Salgamos con valentía
al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, de los niños y los ancianos,
de los «doctos» y la gente sin instrucción alguna, de los jóvenes y las familias.
¡Salgamos al encuentro de todos, sin esperar a que sean ellos los que nos busquen!
Imitemos en esto a nuestro divino Maestro, que dejó su cielo para hacerse hombre y
estar cerca de cada uno de nosotros. No sólo a las iglesias y a las parroquias, por tanto,
sino a todos los ambientes, llevemos el perfume del amor de Cristo (cf. 2 Co 2, 15). A
las escuelas, a las universidades, a los lugares de trabajo, a los hospitales, a las
cárceles; pero también a las plazas, a las calles, a los centros deportivos y a los locales
donde la gente se encuentra. ¡No seamos avaros al donar lo que nosotros mismos
hemos recibido sin mérito alguno! No debemos tener miedo de anunciar a Cristo tanto
en las ocasiones oportunas como en las inoportunas (cf. 2 Tm 4, 2), con respeto y con
franqueza.

Esta es la tarea de la Iglesia, y esta es la tarea de todo cristiano: servir al


hombre yendo a buscarlo hasta los rincones sociales y espirituales más escondidos. La
condición de credibilidad de la Iglesia en esta misión suya de madre y maestra es la
fidelidad a Cristo. La apertura hacia el mundo está acompañada, y en cierto sentido es
posible, por la obediencia a la verdad, de la cual la Iglesia misma no puede disponer.
«Una emergencia: el hombre» significa, pues, la emergencia de volver a Cristo, de
aprender de Él la verdad sobre nosotros mismos y sobre el mundo, y con Él y en Él ir al
encuentro de los hombres, especialmente de los más pobres, por quienes Jesús
siempre mostró su predilección. Y la pobreza no es sólo la material. Existe una pobreza
espiritual que aferra al hombre contemporáneo. Somos pobres de amor, sedientos de
verdad y justicia, mendigos de Dios, como sabiamente el siervo de Dios monseñor Luigi
Giussani siempre destacó. La mayor pobreza es la falta de Cristo, y mientras no
llevemos a Jesús a los hombres siempre habremos hecho por ellos demasiado poco.

Excelencia, deseo que estos breves pensamientos puedan ser de ayuda para
aquellos que participan en el Meeting. Su Santidad Francisco asegura a todos su
cercanía en la oración y su afecto; y desea que los encuentros y las reflexiones de estos
días enciendan en el corazón de todos los participantes un fuego que alimente y
sostenga su testimonio del Evangelio en el mundo. Y de corazón le envía a Usted, a los
responsables, a los organizadores de este evento, así como a todos los presentes, una
especial bendición apostólica.

Uno también yo un cordial saludo y aprovecho la ocasión para confirmarme


con sentido de distinguido respeto.

También podría gustarte