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DIFUSIONISMO
A pesar de estas evidentes anomalías. durante los años veinte y treinta las
escuelas americanas continuaron desperdiciando una gran cantidad de es-
fuerzos en el intento de usar el concepto de área cultural para explicar las
semejanzas y las diferencias culturales. Wissler trató de superar algunas de
las dificultades atribuyendo los rasgos característicos de cada área a un
..centro cultural» desde el cual ese agregado de rasgos se habr-ía difundido
hacia la periferia. Desde un principio, en este COncepto de ..centro cultural»
se hicieron evidentes todos los efectos del dilema básico: cómo combinar
los condicionantes ecológicos con la libertad aparentemente caprichosa de la
cultura. Así hay que entender las vagas referencias de Wissler a dos facto-
res étnicos y el accidente histórico».
El origen de un centro cultural parece deberse más a factores étnicos que a factores
geográficos. La situación de tales centros es en gran parte cuestión de accidente histó-
rico, mas una vez situados y adaptados la estabilidad del entorno tiende indudablemente
a hacer persistir cada tipo particular de cultura en su localidad inicial, por muchos que
sean los cambios en la sangre y en el lenguaje [1926, p. 372].
resulta con frecuencia más útil para predecir rasgos culturales que la cau-
salidad psicofuncional, en ningún caso puede esa proximidad geográfico-
histórica constituir una explicación válida de las semejanzas y de las dife-
rencias culturales. Primero que nada: la difusión es manifiestamente incapaz
de dar cuenta del origen de ningún rasgo cultural, salvo «pasando el muer-
to» en una regresión infinita: A f- B e- e é- .. ? Tan pronto como admitimos,
como la arqueología del Nuevo Mundo nos obliga a hacerlo hoy, que la in-
vención independiente se ha producido en una escala masiva, la difusión
es por definición más que superflua: es la encarnación misma de la anti-
ciencia. Pero incluso si nos aferramos obstinadamente a la suposición de
que la invención independiente es una rareza, nada más obvio que el hecho
de que entre distancia y tipo cultural no hay una relación simple. De hecho,
todos los evolucionistas estarían de acuer-do en que hay una receptividad
diferencial a las influencias culturales que es independiente de la distancia.
Si ello es así, entonces inevitablemente tenemos que embarcarnos en la con-
sideración de todos los factores del medio, la tecnología, la economía, la
organización social y la ideología, o sea, de todos los factores de que se
ocupan quienes tratan de explicar las diferencias y las semejanzas socio-
culturales en términos de principios nomotétícos, principios que versan so-
bre las clases generales de condiciones bajo las que resultan más probables
las diversas clases de instituciones. Desde luego, es verdad que la forma es-
pecífica en que estas instituciones se manifiestan usualmente depende de
si han sido introducidas por invención o lo han sido por difusión. Las in-
novaciones difundidas tienden a mostrar mayores semejanzas de detalle que
las inventadas independientemente. Pero el interés de las explicaciones no-
motéticas no se centra en la finura de detalles, sino en la categoría general,
estructural y funcional, de la cual la institución particular es un ejemplo.
La innovación difl,!odida, lo mismo que la inventada con independencia, tie-
ne que resistir las presiones selectivas del sistema social antes de convertir-
se en parte integrante del repertorio cultural. Desde esta perspectiva, el
proceso de adopción de las innovaciones, difundidas o independientemente
inventadas, es siempre el mismo. La esterilidad de la perspectiva exclusiva-
mente histórica reside en último extremo en el hecho de que los principios
nomotéticos sólo son adecuados en la medida en que pueden explicar ejem-
plos específicos de invención independiente y de difusión. La difusión, sin
embargo, por definición no puede explicar la invención independiente.
Mas si pudiera demostrarse que la invención independiente ha sido un
accntecírníento poco común y no muy significativo y que todas las ínven-
ciones importantes en la historia del mundo se han descubierto una vez
y sólo una, entonces la necesidad de las explicaciones nomotéticas puede
rechazarse de un modo que resultaría inadmisible para los boasianos. Y da-
das las recompensas previstas para quien refutara la posición nomctétíca,
no puede en absoluto sorprendernos que precisamente esta interpretación
se desarrollara no una, sino dos veces, casi simultáneamente, en Alemania
y en Inglaterra.
328 Marvin. Harrís
Los difusionistas alemanes, dominados por miembros del clero católico, fue-
ron responsables de un último y grandioso intento de reconciliar la prehis-
toria antropológica y la evolución cultural con el libro del Génesis. La es-
cuela inglesa, menor y menos influyente, se dedicó a probar que casi todos
los rasgos socioculturales que interesaban a los antropólogos habían sido
inventados una sola vez y precisamente en Egipto, desde donde se habían
difundido al resto del mundo. Ambas escuelas estaban en clara decadencia
a mediados de este siglo, y si hoy reclaman nuestra atención es sólo en la
medida en que prueban el alcance internacional de la ofensiva contra los
principios nomotéücos. Respecto de una de esas escuelas, la de los dífusio-
nistas británicos, los boasíanos se mostraron abiertamente despectivos. Con
los prosélitos de la otra, el Kulturkreís vienés o' escuela de los círculos cul-
turales, los boasíanos fueron críticos, mas no hostiles. Sin embargo, puede
demostrarse que unos y otros, ingleses y alemanes, rivalizaron en un mismo
esfuerzo: el de convertir la ciencia de la historia en un estudio de acciden-
tes y extravagancias.
De las dos escuelas se ha dicho convencionalmente que insistían en la
difusión y que en consecuencia se oponían necesariamente a la evolución.
El carácter enteramente artificial de esta dicotomía lo hemos denunciado
ya al exponer las opiniones de los evolucionistas del siglo XIX. Fueron los
ideógrafos ingleses los que incurrieron en el error de pensar que Margan
y Tylor no se hablan dado cuenta de la importancia de los contactos y de
las migraciones en la difusión de las innovaciones culturales {cf. LOWIB,
1938, p. 172). Y es a los propios ideógrafos, tanto alemanes como británicos,
a quienes por sus repetidos ataques contra el evolucionismo hay que hacer
responsables de la generalizada opinión que les identifica como antievolu-
cionístas. Esta confusa situación ha hecho inútiles los esfuerzos de Lowie
por llamar la atención sobre la distinción que los alemanes hacen entre
evolución y evolucionismo. Y aun ni siquiera Lowie llegó a captar toda la
medida en que la escuela del Kulturkreis dependía de teorías y de métodos
evolucionistas, y ni él ni nadie se ha apercibido del componente evolucio-
nista en los esquemas británicos. Sólo un modo hay de acabar con esta
confusión: proclamar abiertamente y categóricamente que los ideógrafos
alemanes, y lo mismo los británicos, eran evolucionistas. Su contribución
distintiva, y esto Lowie nunca lo captó adecuadamente, fue la negación
de las regularidades y las leyes en la historia.
Sólo una «falacia de moda» indujo a los antropólogos desde los tiempos
de William Robertson (eestudíoso cartesiano», dicen de él) a asumir que
los ingredientes de la civilización eran cosas obvias que el hombre ínevíte-
blemente tenía que inventar. «Si hubiera algo de verdad en tal opinión,
¿por qué esperó el hombre todos esos cientos de miles, tal vez' millones
Diiusíonismo 331
llamó la atención sobre las semejanzas observables entre las máscaras, las
casas, los tambores, la vestimenta y los escudos de Melanesia, de Indonesia
y del Africa occidental. Según Wilhelm Schmidt, Frohenius
probó aS! que existían semejanzas no sólo entre elementos aislados de la cultura. sino
también entre complejos culturales e incluso entre círculos culturales completos, de ma-
nera que hemos de contar no sólo con migraciones de elementos culturales individuales
aislados. sino también de circulas culturales completos [1939, p. 26].
Con los numerosos paralelos en puntos de detalle entre las culturas prehistórícas y las
esferas etnológicas de la cultura podemos establecer un doble paralelismo en la clasifi-
cación de estas dos series de resultados: 1) la división etnológica entre culturas primi-
tivas y culturas primarias coincide casi completamente con la división prehistórica entre
los periodos inferior y superior del paleolítico; 2) la división etnológica entre las culturas
primitivas y primarias, por un lado. y, por el otro, las culturas secundarias y terciarias
se corresponde con la división prehistórica entre los periodos paleolítico y neolítico
[ibidem, p. 104].
Sin duda Kant tenía razón al sostener que el conocimiento es imposible sin la aplica-
ción de principios interpretativos, y, en el estado actual de nuestros conocimientos
sobre el hombre y sobre el universo. los principios interpretativos subyacentes en la
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metafísica de la Iglesia Católica Romana son intelectualmente tan respetables como cua-
lesquiera otros. Yo creo que debemos evitar rigurosamente cualquier tentación de desca-
lificar a la Kulturkreislehre por estar basada en «prejuicios. [ibidem, p. 173].
No; tiene que haber sido . na personalidad tremenda, poderosa, que se presentó a los
hombres capaz de cautivar su íntcjecto con verdades luminosas, de captar su voluntad
con sus nobles y elevados mandamientos morales, de ganarse sus corazones con su arre-
batadora belleza y bondad. Más aún tal personalidad no puede haber sido meramente
una imagen interna producto de la mente y de la imaginación, porque una imagen así
no podría en modo alguno haber tenido los efectos que notamos en esta religión más
antigua. Más bien tiene que haber sido real y verdaderamente una personalidad que se
presentó a los hombres desde fuera, y que precisamente por la fuerza de su realidad
les eonv<.'lleió y les subyugó [SCHMtDT, 1939, p. 183].
Leslíe White confunde el planteamiento del problema. Es falso que haya hoy antropó-
logos respetados que profesen una filosofía antievolucíonista como la que él presume.
El «antievolucionismo» de los bcasianos y de la Ku/turkreis/ehre nada tiene que ver con
las teorías degeneracionistas de De Maistre, por ejemplo [LOWIE, 1960, p. 423: origi-
nal, 1946],