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-
Catharine Good Eshelman y
Marina Alonso Bolaños
coordinadoras
Contiene
Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica
y caracteres culturales
Paul Kirchhoff
México, 2019
F1434
U55
Idioma: spa
isbn: 978-607-539-351-3
Colección: Ochenta Años. enah
Cuidado de la edición: Departamento de Publicaciones enah
Jefe del Departamento de Publicaciones: Luis de la Peña Martínez
Diseño de portada e interiores: Constanza Hernández Careaga
Corrección de estilo: Adriana Nayelhy Jiménez León
Distribución y promoción editorial: Daniel Isaac Rivera Sánchez
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa
autorización por escrito de los titulares de los derechos de esta edición.
11 NOTA EDITORIAL
Luis de la Peña Martínez
19 MESOAMÉRICA
SUS LÍMITES GEOGRÁFICOS, COMPOSICIÓN ÉTNICA
Y CARACTERES CULTURALES
Paul Kirchhoff
41 1. Introducción
Andrés Medina
49 2. Unidad y diversidad en Mesoamérica: una aproximación
desde la etnografía
Johannes Neurath
61 3. Unidad y diversidad etnográfica en Mesoamérica:
una polémica abierta
Saúl Millán
73 4. Unidad y diversidad en el estudio etnográfico en México
Alfredo López Austin
81 5. Unidad y diversidad en los pueblos de tradición mesoamericana
Leopoldo Trejo Barrientos
11
Presentación a U
M
1
El título completo de esta revista era Diario de Campo, Boletín interno de los investigado-
res del área de antropología, Gloria Artís (ed.). Coordinación Nacional de Antropología-Instituto
Nacional de Antropología e Historia. México. Los números son 92, 93, 94, correspondientes
a mayo-junio, julio-agosto y septiembre-octubre del año 2007, y se pueden localizar en línea.
<https://www.revistas.inah.gob.mx/index.php/diariodecampo/issue/archive/2>.
13
Catharine Good Eshelman Marina Alonso Bolaños
14
Presentación a Unidad y diversidad en Mesoamérica
Dividimos el volumen en tres partes que corresponden a diferentes etapas del de-
bate. La primera parte, Abriendo la polémica: Enfoques sobre Mesoamérica, empieza
con una reflexión de Andrés Medina, que introduce los usos del concepto de
Mesoamérica en la investigación antropológica. Los cuatro capítulos siguientes son
versiones ampliadas de un grupo de ponencias que se presentaron en una reunión
especial del seminario “Signos de Mesoamérica”, coordinado por Alfredo López
Austin y Andrés Medina en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la
Universidad Nacional Autónoma de México (unam) [véase Medina et al. 2015].
Dos autores, Johannes Neurath y Saúl Millán, cuestionan la relevancia del término
Mesoamérica para la investigación etnográfica; Alfredo López Austin defiende su
utilidad para dar coherencia a los estudios históricos y actuales sobre pueblos indí-
15
Catharine Good Eshelman Marina Alonso Bolaños
16
Presentación a Unidad y diversidad en Mesoamérica
Bibliografía
17
Paul Kirchhoff
MESOAMÉRICA
Paul Kirchhoff
19
En la tercera Edición*
(1967)
21
Paul Kirchhoff
parte de dicha tarea deberían tomarla otros a su cargo. En esta esperanza quedé defrau-
dado, pues mientras que muchos han aceptado el concepto “Mesoamérica”, ninguno,
que yo sepa, lo ha hecho objeto de una crítica constructiva o lo ha aplicado o desarrolla-
do sistemáticamente. Ahora, la iniciativa de los estudiantes de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia de volver a publicar este trabajo, me hace abrigar nuevamente
la esperanza de que sea un investigador joven el que siga el camino que yo señalé hace
años.
PAUL KIRCHHOFF
Instituto de Historia
Universidad Nacional Autónoma de México
22
E n las clasificaciones geográficas de las culturas indígenas de América, que abar-
can el Continente entero o que enfocan por lo menos determinada región
desde un punto de vista continental, se distingue fácilmente dos tipos.
En el primero, se acepta una u otra de las divisiones corrientes del Conti-
nente Americano, basadas en la Geografía Política o en la Biogeografía. La mayoría
de los americanistas, o divide el Continente simplemente en Norte y Sudamérica, o
intercala entre las dos partes una tercera, sea “México y Centroamérica” o, como lo
hacen algunos antropólogos norteamericanos, Middle America. En el primer caso,
por regla general, se acepta como límite entre Norte y Sudamérica, la línea divisoria
biogeográfica que sigue el curso del río San Juan, entre Nicaragua y Costa Rica.
En el segundo caso, en “México y Centroamérica” se incluye todo el territorio
comprendido entre la frontera septentrional de la República mexicana y la frontera
oriental de Panamá; en Middle America la misma región, excluyendo, unas veces, el
norte de México, incluyendo, otras, las Antillas.
Ambas divisiones y sus variantes, que aquí dejamos de mencionar, tienen
grandes inconvenientes cuando se usan para algo más que una mera localización
geográfica de fenómenos culturales del mundo indígena, o para fijar los límites geo-
gráficos de programas de investigación o publicaciones. La frontera biogeográfica
entre Norte y Sudamérica, aunque coincide con una frontera local entre regiones
con características culturales bien marcadas, no constituye sin embargo una fronte-
ra cultural entre Norte y Sudamérica, puesto que al norte de ella, la cultura de los
sumo y misquito y aun la de los paya y ficaque, es tan “sudamericana” como la de
los chibcha centroamericanos. De hecho este calificativo carece de todo significado
preciso, ya que en Sudamérica, cualquiera que sea la extensión que queramos dar
a este término, existen culturas tan distintas entre sí como las de los fueguinos, los
caribe y los inca. Por otro lado, las culturas restantes de Centroamérica y México,
con excepción del norte de México, no ostentan de ninguna manera caracteres
“norteamericanos”, sino que, por el contrario, tal vez tienen más en común con
ciertas culturas de Sudamérica que con cualquiera de Norteamérica. Efectivamen-
te, sus semejanzas con ciertas áreas culturales norteamericanas, como las del Sures-
te y en parte del Suroeste de Estados Unidos, se refieren en gran medida a aquellos
rasgos que ambas tienen en común con ciertas áreas culturales de Sudamérica.
23
Paul Kirchhoff
Los inconvenientes de la triple división citada son tal vez más grandes. Ni
el conjunto de las repúblicas de México y Centroamérica, ni Middle America en
cualquiera de los sentidos antes explicados, constituye para el antropólogo una
región que resalte de las demás culturas del Continente, y por lo tanto merezca
estudio aparte. De hecho, aquellos que aceptan una u otra de estas triples divisio-
nes, lejos de considerar “México y Centroamérica” o Middle America como una
unidad cultural —opuesta como tal, tanto a Norte como a Sudamérica— siguen
reconociendo como básica la división entre Norte y Sudamérica, asignando ciertas
culturas de esta región a Norteamérica y otras a Sudamérica.
El segundo tipo de clasificación geográfica agrupa las culturas indígenas
americanas en cinco grandes zonas:
Los antropólogos que aceptan este tipo de división, el cual, como el anterior, tiene
muchas variantes que no mencionamos, reconocen explícita o implícitamente que
dentro de la zona de los llamados cultivadores superiores se incluyen, como excepción,
tribus individuales o a veces áreas culturales enteras que no se pueden considerar
de cultivadores superiores, ni en cuanto a su nivel cultural general, ni en cuanto a
plantas y técnicas de cultivo. De la misma manera se incluyen, a veces, recolectores
y cazadores en las zonas de cultivadores inferiores.
Se justifica su inclusión dentro de zonas de cultura superior por el hecho de
que, a pesar de ser de nivel más bajo, comparten con las demás tribus de la zona,
en que se incluyen un número considerable de rasgos culturales; débase a que estas
tribus han quedado rezagadas respecto a las más adelantadas preservando parte de
la antigua cultura común o a difusiones culturales recientes. Este modo de pensar
deja su individualidad a las áreas culturales (en el sentido de conjunto de tribus
con una cultura no sólo superficial sino básicamente semejante), y permite a la vez
agruparlas en “superáreas” y subdividirlas en “subáreas”. Dentro de la zona de los
cultivadores inferiores de Norteamérica, el “Sureste” y el “Suroeste” (en el sentido
de The Greater Southwest o “La Norteamérica Árida”) son tales superáreas; y dentro
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M
Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales
1. Tribus que hablan idiomas hasta ahora no clasificados, como tarascos, cuitlateca,
lenca, etcétera.
2. Todas las tribus de las familias lingüísticas maya, zoque y totonaca. Según ciertos
investigadores, los idiomas de estas tres familias, a los que probablemente hay que
agregar el huave, forman un grupo que podríamos llamar zoque-maya o
macro-mayance.
3. Todas las tribus, menos dos, de las familias otomí, chochopopoloca y mixteca que
parecen formar, junto con la familia chorotegamangue, un grupo llamado otomangue;
y todas las tribus de las familias trique, zapoteca y chinanteca que otros consideran
emparentadas con el grupo anterior, formando un gran grupo llamado
macro-otomangue.
4. Todas las tribus de la familia nahua y una serie de otras tribus de filiación
yuto-azteca, entre ellas los cora y huichol, cuya agrupación en familias todavía no
es definitiva.
5. Todas las tribus de las familias tlappaneca-subtiaba y tequisisteca que pertenecen
al grupo hokano de Sapir.
25
Paul Kirchhoff
a. De todas las familias lingüísticas que forman parte de Mesoamérica, sólo una, la
otomí, tiene algunos miembros (los pame y jonaz que tal vez sólo sean dos
subdivisiones de una sola tribu), que no pertenecen a este conjunto cultural.
b. Dos grupos lingüísticos, formados por algunas de estas familias, el zoque-maya y el
macro-otomangue, en caso de que su existencia quede comprobada, quedarían en
su totalidad dentro de Mesoamérica.
c. Tribus de estos dos grupos y también de la familia nahua llegan, probablemente
como resultado de migraciones, hasta los últimos límites geográficos de Mesoamérica,
tanto en el Norte (del grupo zoque-maya, los huaxteca; del macro-otomangue, los
otomí; y de la familia nahua, los cazcán y los mexicanos) como en el Sur (del grupo
zoque-maya, los cholchortí; del macro-otomangue, los chorotega; y de la familia nahua,
los nicargo).
Todo esto demuestra la realidad de Mesoamérica como una región cuyos habitantes,
tanto los inmigrantes muy antiguos como los relativamente recientes, se vieron uni-
dos por una historia común que los enfrentó como un conjunto a otras tribus del
Continente, quedando sus movimientos migratorios confinados por regla general
dentro de sus límites geográficos una vez entrados en la órbita de Mesoamérica.
En algunos casos participaron en común en estas migraciones tribus de diferentes
familias o grupos lingüísticos.
A pesar de haber unido sus destinos firmemente a los de Mesoamérica, la
familia nahua, tanto por tener muchos parientes lingüísticos más o menos cercanos
fuera de Mesoamérica, como por sus tradiciones acerca de una o varias inmigracio-
nes desde el Norte, demuestra haber desempeñado dentro de nuestra zona un papel
histórico muy distinto frente a las familias lingüísticas listadas bajo el número 2.
Éstas, al igual que las tribus lingüísticamente todavía no clasificables, parecen carecer
de parientes lingüísticos a razonable distancia de Mesoamérica, lo que nos hace pen-
sar que tanto unos como otros, es decir, las familias maya, zoque, totonaca, tarasca,
cuitlateca, etcétera, no sólo radican desde mucho dentro del territorio ocupado por
el conjunto cultural Mesoamérica, sino que tal vez hayan desempeñado un papel
importante en el proceso mismo de su información.
El grupo macro-otomangue, o por lo menos su subgrupo otomangue com-
puesto de las familias otomí, chocho-popoloca, chorotega y tal vez mixteca, a pesar
de su diseminación dentro del territorio mesoamericano, no nos da la impresión
de que tenga un arraigo igualmente profundo y que haya desempeñado un papel
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Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales
27
Paul Kirchhoff
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Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales
Caracteres culturales
Para los fines de esta primera exposición de los problemas de Mesoamérica, pre-
ferimos juntar en una sola lista, tanto elementos que se encuentra exclusivamente
en Mesoamérica, como aquéllos que, aún cuando se hallan algunas veces fuera de
ella, parecen sin embargo característicamente mesoamericanos. En cuanto a estos
29
Paul Kirchhoff
30
M
Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales
ii
1
Para esta primera orientación reconocemos, en forma enteramente provisional, las siguientes superáreas (los
nombres de las superáreas de cultivadores superiores van con cursivas):
Suroeste (de Norteamérica, en el sentido de “The Greater Southwest” o “La Norteamérica Árida”, es decir,
incluyendo tanto cultivadores como recolectores-cazadores).
Sureste (de Norteamérica).
Chibcha (excluyendo aquellos que tiene afinidades culturales andinas como los muisca).
Andes (incluyendo la costa árida de Sudamérica).
Amazonia (incluyendo toda la selva tropical de Sudamérica y las Antillas, pero excluyendo a los chibcha de la
selva tropical).
31
Paul Kirchhoff
perro mudo cebado, pato; escudos entretejidos, picas; metalurgia; calzadas empedradas;
mercados. Estos elementos en contraste con los del grupo anterior, llegan con
excepción de escudos entretejidos y picas, hasta la frontera norte de Mesoamérica.
k. Mesoamérica, Andes: clanes del tipo calpulli-ayllú; sacar corazón a hombres vivos; rociar
santuarios con sangre de víctimas sacrificadas.
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M
Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales
hecho de que estos rasgos llegan hasta la frontera meridional de Mesoamérica, sin
rebasarla, tiende a separar a Mesoamérica de las otras grandes áreas de cultivadores
superiores, así como de los inferiores de Sudamérica (con los cuales, por otro lado,
comparte rasgos tan significativos). Pero hay que recordar que estos elementos carac-
terísticos de cazadores y recolectores no son ni pueden ser básicos y constitutivos de
la cultura mesoamericana, aunque indudablemente le prestan un “sabor” distinto del
de las otras áreas de cultivadores, sobre todo aquellos elementos que, como el baño
de vapor, han llegado a ligarse íntimamente a la cultura mesoamericana. Si bien es
verdad que dichos elementos encuentran el fin de su distribución norteamericana en
la frontera meridional de Mesoamérica, no se pueden llamar rasgos “norteamericanos”
puesto que se hallan también entre los recolectores y cazadores de Sudamérica, a
menos que también queramos dar ese epíteto a estos últimos.
Para poder llegar hasta el extremo sur de Sudamérica, a través de toda la
región recientemente ocupada por cultivadores superiores e inferiores, estos rasgos
debieron difundirse antes de la formación no sólo de Mesoamérica y las otras áreas
de cultivadores superiores, sino antes de los principios del cultivo mismo, desapa-
reciendo después en ciertas regiones.2 Su presencia en Mesoamérica y ausencia en
las otras áreas de cultivadores de Sudamérica permite una de dos explicaciones: o
desaparecieron sólo en la región de los cultivadores (superiores e inferiores) situa-
dos al sur de Mesoamérica, pero no en ésta, o desaparecieron primero en ambas
regiones, para ser reintroducidos después a Mesoamérica desde el norte, por nuevos
invasores cazadores y recolectores. En cualquier caso la existencia de estos elementos
hasta la frontera meridional de Mesoamérica, aún cuando no da a Mesoamérica un
carácter “norteamericano” ni permite trazar una frontera etnográfica entre Norte
y Sudamérica que coincidiera con nuestra frontera meridional de Mesoamérica,
demuestra lo firmado en párrafos anteriores y con argumentos distintos: el hecho
de que Mesoamérica es una indudable unidad cultural que desde mucho tiempo
ha tenido su propia historia, común a todos sus habitantes, aún en cuanto aquellos
rasgos que no le son básicos.
2
Conocemos sólo un caso del uso del baño de vapor entre los recolectores y cazadores de Sudamérica. El
segundo caso sudamericano, hasta ahora no citado en la literatura comparada y que deben ser el resultado de una
difusión distinta y muy posterior desde una Mesoamérica ya existente como conjunto cultural, lo encontramos entre
los cultivadores superiores de la costa del Ecuador. Desgraciadamente no hay detalles sobre el baño de vapor de este
último lugar, de manera que no sabemos si tenía las características estructurales que distinguían el baño mesoamericano
del de las tribus más norteñas.
33
Paul Kirchhoff
iii
Los elementos del tercer grupo cuya distribución atañe al problema de Mesoamé-
rica son aquellos cuya ausencia en Mesoamérica es característica. Este grupo se
divide en varios subgrupos:
Estos tipos de distribución, a los cuales probablemente se deban agregar otros más,
hacen pensar que tratamos con elementos una vez presentes en Mesoamérica, sea
sólo en el territorio posteriormente mesoamericano o dentro del conjunto cultural
mesoamericano mismo. Especialmente sugestivo es el caso de la costumbre de beber
los huesos molidos de los parientes muertos, a la cual parece corresponder dentro
de Mesoamérica una costumbre que tal vez pueda interpretarse como una fase más
evolucionada que haya tomado su lugar: la costumbre de beber el agua con que se
bañó al pariente muerto.
Con los anteriores contrastan algunos rasgos culturales de los cultivadores de
Sudamérica que llegan hasta la frontera meridional de Mesoamérica sin rebasarla:
La distribución de estos dos grupos de elementos nos permite pensar que nunca
formaron parte de la cultura mesoamericana.
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Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales
35
Paul Kirchhoff
Cultivo
Cerámica
Maíz
Frijol
Calabaza
Batata
Cerbatana
Trofeos de cabeza
Canibalismo
Confesión
Algodón
Yuca dulce
Chile (ají)
Piña
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Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales
Aguacate
Papaya
Zapote
Spondia
“Perro mudo” cebado
Pato
Escudos entretejidos
Picas
Metalurgia
Calzadas empedradas
Mercados
Aventador de cestería
Platones para cocer pan
Juego con pelota de hule
Tambor de madera con lengüetas
Clanes matrilineales
Beber huesos molidos de
parientes muertos
Armas envenenadas
Coca
Palmeras
Presencia
Ausencia
En el noroeste
37
U M
D , ,
Parte i
Abriendo la polémica:
enfoques sobre Mesoamérica
39
1. Introducción
Andrés Medina
41
Andrés Medina
Comentario introductorio
42
Introducción
Antecedentes
43
Andrés Medina
Diversos autores han señalado el profundo impacto que provoca la propuesta del
área mesoamericana en la comunidad antropológica nacional, al grado de conver-
tirse en su paradigma, como lo habrán de mostrar los tópicos a los que se dedican
las Mesas Redondas organizadas por la Sociedad Mexicana de Antropología [véase
García 1973], en cada una de ellas se ponen a prueba propuestas derivadas de la
aplicación de la perspectiva mesoamericanista. Así, en la primera se resuelve el
44
Introducción
La impugnación
Aun cuando desde la aparición del texto clásico de Kirchhoff fue aplicado a dife-
rentes temas de investigación, las críticas fueron apareciendo mucho después y de
ello da fe el propio autor en la segunda edición de su texto, hecha en 1964 por la
Sociedad de Alumnos de la enah, donde en la breve nota introductoria a esa edición
lamenta la falta de críticas a su propuesta original. Sin embargo, la poderosa reac-
ción crítica al autoritarismo presidencialista y al nacionalismo extremo del Estado
45
Andrés Medina
46
Introducción
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Andrés Medina
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2. Unidad y diversidad en Mesoamérica:
una aproximación desde la etnografía
Johannes Neurath*
Introducción
1
Ed. Trotta, Madrid, 2002: 65-66.
49
Johannes Neurath
es inevitable si queremos plantear bien este problema. Por otra parte, la cita de
Humboldt indica que la diversidad es un fenómeno necesario, que no resulta
solamente de la "división natural de los pueblos". Aun si no hubiera etnias habría
diversidad. Pues ésta es, en sentido teleológico, el quid de la creatividad y la ex-
presión humana que nunca es mera repetición.2
Como es bien sabido, el concepto de Mesoamérica fue planteado a mediados
del siglo xx, pensando en las necesidades de la historia del siglo xvi. Hoy día, la
preocupación excesiva de Kirchhoff [1943: 92-107; 1954: 529-550] y Kroeber
[1931: 248-265; 1939] por definir áreas culturales y ordenar la información etno-
gráfica puede parecer un tanto "quisquillosa" o burocrática. ¿Cuál es la necesidad
de encasillar y reducir los fenómenos culturales usando taxonomías rígidas, cuando
la diversidad es lo más interesante? Por otra parte, las pretensiones enciclopédicas
de los antropólogos de antaño parecen, ahora, extremadamente ingenuas y justifi-
cadas solamente a la luz de una gran fe en la ciencia y su progreso, entonces toda-
vía vigente.
La construcción de Mesoamérica en cuanto objeto de estudio no estuvo pen-
sada ni desde, ni para la etnografía. En esta época, la etnografía de pueblos indíge-
nas de México o Centroamérica estaba totalmente subordinada al proyecto de
historia antigua o arqueología. Las culturas indígenas eran tepalcates, fragmentos,
survivals, restos, huellas del pasado, por no decir, basura. La razón de ser de estos
estudios dedicados a los "montones de basura de la historia" yacía en "rescatar"
evidencia para reconstruir el pasado: Mesoamérica.
Esta Mesoamérica ideológica,3 con su línea limítrofe demasiado gruesa alrededor
que marca el abismo entre pueblos civilizados con historia y "tribus primitivas" sin
ella, expresaba las contradicciones de la coexistencia de un discurso nacionalista
volcado hacia el pasado con otro colonialista hacia el interior. No es difícil imaginar
2
W. V. Humboldt. Über das vergleichende Sprachstudium. 1820. Donatella di Cesare. Wilhelm von Humboldt y el
estudio filosófico de las lenguas. Barcelona. 1999: 49. Sobre Humboldt véase P. Alcocer. Elementos humboldtianos en las
teorías de la religión y de la magia de Konrad Theodor Preuss. Journal de la Société des Américanistes, 88. 2002: 47-68.
3
Tengo entendido que Paul Kirchhoff se deslindó en numerosas ocasiones del uso acrítico que se hizo del
concepto de Mesoamérica planteado por él. La crítica que planteo se dirige, más bien, a otros mesomericanistas, con-
temporáneos y epígonos suyos. Por cuestiones de espacio, no puedo profundizar sobre el proceso de ideologización
del concepto de Mesoamérica. Por otra parte, quiero aclarar que mis críticas no implican la intención de plantear la
posibilidad de una "ciencia pura", no contaminada por ideologías, etc. Un planteamiento de este tipo sería aún más
ideológico. Como lo explica Zizek, siguiendo a Althusser, lo más "ideológico" es la idea de que pueda existir una
sociedad sin ideología. Slavoj Zizek. Ei sublime objeto de la ideología. Siglo xxi editores. México. 1992.
50
Unidad y diversidad en Mesoamérica
que éste no era precisamente el ambiente intelectual más propicio para apreciar la
diversidad.
Entre los desarrollos positivos ocurridos en el campo de las ciencias sociales de las
últimas décadas del siglo xx figura un nuevo acercamiento entre la antropología y
las disciplinas históricas, caracterizado por un genuino interés en la diversidad.
a) Mesoamérica i
Recuerdo muy bien la clase de Alfredo López Austin los viernes a las 8 a.m., en la
que nos explicaba que solamente existe, desde un punto de vista marxista, una
única ciencia social, y que ésta es la historia. Me parece recordar al mismo Alfredo,
decir que no era tan importante cómo se la llamara: antropología o historia o quién
sabe qué; lo que él enfatizaba era el carácter integral de una disciplina histórica
ideal.
Por mi parte, estoy completamente de acuerdo. La antropología solamente es
posible si es histórica y procesual. Esto obedece a la naturaleza de su objeto de
estudio. Las transformaciones, los cambios, los procesos históricos no son los ac-
cidentes de una supuesta sustancia "cultura", son el faktum,4 ya por eso no pueden
obviarse en cualquier análisis antropológico.5
4
Kant define como faktum un objeto existente que puede someterse a una crítica (véase Cassirer. Das mythis-
che Denken, en Philosophie der Symbotischen Formen, vol. 2. Primus Verlag, Darmstadt. 1997 (1925): vii).
5
Entre los autores que plantean la importancia de estudiar procesos históricos desde la antropología, se en-
cuentra, por ejemplo, M. Sahlins. Goodby to Tristes Trapes: Ethnography in the Context of Modern World History.
Journal of Modern History, 65. 1992. What is Anthropological Enlightenment? Some Lessons of the Twentieth Cen-
tuty. Annual Review of Anthropology. 1999: i-xxiii. Culture in Practice. Zone Books. Nueva York. 2000.
51
Johannes Neurath
6
Inspirado en Derrida, Gordon Brotherston crítica el fonocentrismo en la antropología de la "oralidad".
7
Según R. Rosaldo la visión "nostálgica" de etnias que, "apenas descubiertas", siempre se consideran "a punto
de desaparecer" es parte de una ideología imperialista. M. Sahlins (1999) señala cómo, durante todo el siglo xx, los
expertos subestimaron las etnias y sobrestimaron Occidente.
52
Unidad y diversidad en Mesoamérica
Problemas de metodología
a) El paradigma arqueológico
Quizá uno de los problemas más serios de la etnografía en México es que se rige
por el "paradigma arqueológico", tomando de las disciplinas históricas metodolo-
gías que no convienen a su objeto, en especial, la "metodología del rompecabezas".
Los historiadores (de la época prehispánica) reúnen diligentemente la eviden-
cia fragmentaria. La receta es así: tepalcates, iconografía, una cita de un texto de
algún cronista del siglo xvi, un dato etnográfico (de preferencia de los grupos
menos "contaminados" como los huicholes), una página de algún códice y está
lista la interpretación.
8
Entre los primeros antropólogos que plantearon la posibilidad de una etnogénesis permanente figuran los
especialistas del Caribe [Mintz et al. 1989; Price et al. 2005: 161-215].
9
Por otra parte, una aportación importante de una antropología histórica-procesual sería demostrar que la
"hibridación" de las culturas (García Canclini) no necesariamente es un fenómeno reciente.
53
Johannes Neurath
Desde el punto de vista de las disciplinas históricas esto no tiene nada de malo.
Así se tiene que trabajar. Se toman en cuenta todas las fuentes posibles y se elabo-
ra una reconstrucción hipotética. El problema es que los etnógrafos también tra-
bajan así, y esto no puede ser.
El concepto de cultura implica que toda cultura es una totalidad, que no hay
culturas a medias. Al mismo tiempo, la cultura nunca es algo acabado, dado para
siempre, sino que la dinámica de su generación (etnogénesis) es un proceso per-
manente. La inteligibilidad de un proceso cultural no es otra cosa que encontrar el
sentido de los elementos en su contexto. Esto no implica que las culturas conformen
todos armónicos, pero sí descarta la posibilidad de comprender a partir de frag-
mentos.
Casi nunca las reconstrucciones de los historiadores alcanzan a dar cuenta de
contextos culturales completos, sin embargo, esto no es lo que se espera de ellas.
De la etnografía, en cambio, sí cabe esperar esto. La historia vale por la especulación,
la etnografía por la experiencia.
b) El método etnográfico
54
Unidad y diversidad en Mesoamérica
10
Haber tematizado la importancia de la escritura en etnografía es uno de los méritos de C. Geertz.
11
Equivalente al ateísmo metodológico que se plantea para los estudios antropológicos sobre religión, o el anti-
esteticismo metodológico (methodological philistinism) que Gell pide para los estudiosos de la antropología del arte.
55
Johannes Neurath
Enfatizar la diversidad
12
Intenté un trabajo con estas características en mi ensayo Cosmogonic Myths, Ritual Groups, and Initiation:
Toward a New Comparative Ethnology of the Gran Mayar and the Southwest of the U.S. Journal of the Southwest,
47. The Southwest Center. University of Arizona. Tucson: 571-614. Cario Severi contrasta el esquematismo de Lévi-
Strauss, regido por un "criterio de organización de datos", con un estructuralismo más dinámico, basado en la morfo-
logía de Goethe, donde estructura o "forma interna" refiere a un "principio de inteligibilidad" y principio generador
de diversidad. Structure et forme originaire, en Les idees de /'Anfhroplogle, Armand Colin, Philippe Descola, Gérard
Lenclud, Cario Severi, Anne-Christine Taylor. París. 1988: 117-201.
56
Unidad y diversidad en Mesoamérica
13
Hasta hace no tanto tiempo los estudiosos norteamericanos de los aztecas (seguidores de la tesis de Morgan
y Bandelier) negaban la civilización de las culturas prehispánicas, planteando que los aztecas o los mayas eran "tribus
prehistóricas".
57
Johannes Neurath
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58
Unidad y diversidad en Mesoamérica
59
3. Unidad y diversidad etnográfica en
Mesoamérica: una polémica abierta
Saúl Millán*
61
Saúl Millán
se me oculta, como consecuencia, que me sitúo en una posición hasta cierto punto
delicada, la cual navega contra una corriente cada vez más dominante al interior
de la antropología nacional.
Si bien es cierto que los vínculos entre la historia y la etnografía han resultado
fructíferos, también lo es que han conducido con demasiada frecuencia a la
"búsqueda frenética de elementos prehispánicos que pueden permanecer escondi-
dos en las culturas indígenas contemporáneas", de tal manera que diversos estudios
sobre los grupos indígenas contemporáneos, como advierte Lupo [1991: 1],
terminan por "confundir lo que fue con lo que es". La tendencia a considerar la
diversidad como una manifestación superficial, argumentando que la unidad his-
tórica reinaría en lo profundo, ha llevado en efecto a sugerir que la herencia pre-
hispánica es predominante para comprender las cosmovisiones indígenas actuales.
Siguiendo esta línea de argumentación, algunos autores estiman que, a fin de
apreciar la riqueza etnográfica de las fiestas indígenas contemporáneas, resulta "útil
hacer la interpretación a partir de la realidad prehispánica, cuando cosmovisión y
ritual indígena formaban parte de un sistema autónomo y coherente" [Broda 2001:
227]. Entre sus posibles virtudes, este método interpretativo encierra, sin embargo,
dos riesgos complementarios, cuya aplicación indiscriminada puede inducir a
generar falsos modelos de la realidad.
El primer riesgo consiste en suponer que, después de 500 años de cristiandad,
represión eclesiástica y colonialismo, en las ceremonias actuales no han sobrevivido
más que unos cuantos huesos del ancestral cuerpo de creencias. Con ello no sólo
se niega la fuerza con que se proyectan las representaciones coloniales sobre el
ámbito ceremonial de los pueblos indígenas, sino, sobre todo, la capacidad que
subyace en este ámbito para organizarse como un sistema coherente. La articulación
lógica de las cosmovisiones y los rituales indígenas no es un atributo exclusivo del
pasado prehispánico y puede, por el contrario, encontrarse entre los grupos indí-
genas contemporáneos cuando se analizan aquellas categorías que no destacan tanto
por su recurrencia como por su singularidad. Ya se trate de un discurso verbal o
ritual, o bien de prácticas sociales asociadas a distintos ámbitos, esas representacio-
nes no se inscriben en el lenguaje como fisonomías directamente perceptibles, sino
como significados culturalmente construidos, que sólo es posible advertir a través
de sus desplazamientos semánticos al interior de la lengua y del pensamiento en
que han sido formulados.
62
Unidad y diversidad etnográfica en Mesoamérica
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Saúl Millán
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Unidad y diversidad etnográfica en Mesoamérica
65
Saúl Millán
66
Unidad y diversidad etnográfica en Mesoamérica
1
"En esta cosmovisión destaca magna (y al mismo tiempo filtrada en todos los ámbitos) una oposición dual de
contrarios que segmenta el cosmos para explicar su diversidad, su orden y su movimiento. Cielo y tierra, calor y frío,
luz y oscuridad, hombre y mujer, fuerza y debilidad, arriba y abajo, lluvia y sequía, son al mismo tiempo concebidos
como pares polares y complementarios, relacionados sus elementos entre sí por su oposición como contrarios en uno
de los grandes segmentos, y ordenados en una secuencia alterna de dominio" [López Austin 1980: 59].
67
Saúl Millán
68
Unidad y diversidad etnográfica en Mesoamérica
69
Saúl Millán
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Unidad y diversidad etnográfica en Mesoamérica
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4. Unidad y diversidad en el estudio
etnográfico en México
73
Alfredo López Austin
Mi deducción
Saúl Millán supone que el rechazo puede ser punto de partida de una nueva pro-
puesta.
Mi deducción
Hay en Saúl Millán una preocupación mucho más marcada por levantar barreras
de ortodoxia que acoten la etnografía, que por establecer vías de comunicación
interdisciplinarias.
Mi deducción
1
Saúl Millán. Historia de un encuentro: Etnografía y Antropología en México, 2005: 88-89.
74
Unidad y diversidad en el estudio etnográfico
Mi deducción
Mi posición
Justificación
75
Alfredo López Austin
Esta práctica es común dentro del ejercicio científico. Sin embargo, en el caso, el
mero abuso no generalizable es justificación insuficiente para el rechazo, y menos
cuando la directriz criticada es actualmente válida y muy productiva.
La propuesta de cancelación puede conducir a efectos sumamente negativos
entre las jóvenes generaciones y de ello existen numerosos antecedentes en el campo
de la antropología mexicana. La impugnación desde la autoridad del magisterio ha
producido entre nuestros estudiantes la simplificación y banalización de los pro-
blemas y la elección de caminos que justifican el excesivo acotamiento de los
estudios y la ignorancia.
El enfoque de Saúl Millán es relevante. Sin embargo, parece que confunde la pro-
puesta de una corriente metodológica con un supuesto derecho de veto a otras
corrientes dentro de la etnografía y aún se llega a menospreciar el valor de los
enfoques de otras disciplinas.
76
Unidad y diversidad en el estudio etnográfico
2
Uso aquí el término representación en su acepción de imagen o concepto en que se hace presente la concien-
cia un objeto interior o exterior (Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española).
77
Alfredo López Austin
Contra este supuesto, estimo que, para estudiar la diversidad en la tradición me-
soamericana, debe recurrirse a la apreciación de la historia que ha motivado la
producción del pensamiento. Así, se podrán ubicar los elementos estudiados en su
posición lógica y jerárquica dentro del gran complejo cosmológico. Por ejemplo,
78
Unidad y diversidad en el estudio etnográfico
deberá tomarse en cuenta que el impacto de la Conquista dio fin al estado protec-
tor de las instituciones religiosas; que éstas fueron abatidas por el celo evangelizador;
que muchas expresiones del pensamiento transitaron de las formas artísticas, sun-
tuosas, canónicas, protegidas, a las formas populares y clandestinas. Pero también,
que el impacto de la evangelización fue muy diferente, cualitativa y cuantitativa-
mente, en el orden agrario, mismo que ha sido y continúa siendo el sustento de la
cosmovisión indígena.
Conclusión
79
Alfredo López Austin
Bibliografía
80
5. Unidad y diversidad en los pueblos de
tradición mesoamericana
81
Leopoldo Trejo Barrientos
como arqueólogos y etnólogos sabemos que existe suficiente evidencia para justi-
ficar, más allá de disciplinas, métodos y teorías divergentes, tanto la inclusión de
una enorme diversidad de pueblos en una misma tradición, como su relativa au-
tonomía y desarrollo particular.
Por tanto, el problema no está en determinar si se trata de una unidad o no,
sino en diferenciar los métodos y campos de análisis adecuados para cada uno de
los niveles de realidad a estudiar, teniendo siempre en mente que los resultados en
un nivel y campo no tienen necesariamente que corresponderse con los otros. En
otras palabras, modelos de interpretación construidos para definir y dar cuenta de
un tipo de unidad, por ejemplo, el pensamiento religioso en la Mesoamérica del
contacto, o en su defecto, la ritualidad de los totonacos de la huasteca meridional,
no deben aplicarse mecánicamente ni a otros campos, ni a otros tiempos y espacios;
no tanto porque generen desaciertos, sino porque pueden limitar nuestra mirada
ofreciéndonos respuestas evidentes para el modelo. No hay que olvidar que cada
marco de explicación está construido para dar cuenta de determinada realidad,
situación que nos obliga a modificarlo si es que pretendemos probarlo en otro
campo.
En este punto quiero detenerme un momento ya que en gran medida el abuso,
del que desde mi punto de vista ha sido víctima el modelo de Alfredo y que a final
de cuentas es el que ha despertado nuestro recelo desde la etnología, tiene que ver
con este, diría Zizek, "error de paralaje". Obviamente no basta con mentar el desfase
en las miradas, sino que se vuelve necesario intentar ofrecer una posible explicación
a su presencia. Quizá el origen del problema se encuentre en la tendencia que
tenemos algunos a pensar la totalidad "ya sea Mesoamérica o los totonacos" como
algo dado, o sea, como una unidad expresiva susceptible de ser leída.
Me pongo de ejemplo: recuerdo muy bien que la primera vez que terminé Los
mitos del Tlacuache [López Austin 1998] en mi cabeza resonó, y aún resuena, la
estructura de oposiciones complementarias que, en su flujo helicoidal, ordena el
cosmos apartando y acercando los dos grandes ámbitos de lo divino. Ciertamente
nunca cuestioné con seriedad la naturaleza de tal estructura; a fin de cuentas mis
diarios de campo y el modelo parecían armonizar sin forzar los datos. Fue sólo
después de varias lecturas, pero sobre todo, de una enfocada en el método y su
justificación teórica más que en las conclusiones que pude finalmente leer y atender
la serie de precauciones y restricciones que para su modelo el mismo Alfredo señala.
Althusser [1979], a quien descubrí en Los mitos del Tlacuache, augura larga
82
Unidad y diversidad en los pueblos de tradición mesoamericana
vida a las teorías que son capaces de ver no sólo lo que ven, sino sobre todo lo que
no ven; en otras palabras, a las que tienen claros sus límites y puntos de fragilidad
teórica y además los hacen explícitos. De ser así, auguro sin temor a equivocación
larga vida al modelo de Alfredo, al mismo tiempo que los invito a leerlo sin prestar
demasiada atención a los símbolos, reparando en su lugar en el constante diálogo
que mantiene con diversos autores. No hace mucho, un poco en broma y un poco
en serio, le comentaba a Alfredo que cuando lo leía me daba la sensación de estar
escuchando a un abogado, como en las películas gringas, no sólo entrega a su ad-
versario la documentación de la cual dispone para que el juicio sea justo, sino
además convencido de la inocencia de su cliente, en medio del litigio tiene la ha-
bilidad de adelantarse a los argumentos y réplicas del fiscal, cerrándole así toda
posibilidad de refutación. Créanme, resulta muy divertido y provechoso seguir los
derroteros de su argumentación, además así nos ponemos a salvo de incurrir en
acusaciones superficiales, al tiempo cuando podemos maquinar nuevos crímenes
de qué acusarlo.
Obviamente, estas dos posibilidades de lectura, que podemos llamarlas reli-
giosa y escéptica, tienen consecuencias divergentes. Si optamos por la primera,
quizá nos sentiremos más tranquilos al vernos envueltos en un mayor consenso.
Sin embargo, al centrar nuestra atención en las conclusiones del modelo, muy
probablemente nuestra actividad de investigación se limite a la identificación de
las respuestas y explicaciones adecuadas a nuestros predicamentos. Como el pen-
samiento de tipo religioso suele hacer énfasis en el reconocimiento, nos veríamos
tentados a ver en la larga duración de la historia un discurso de homogenización,
en tiempo y espacio, capaz de garantizarnos el tránsito fluido entre el pasado y el
presente a través del uso indiscriminado de la inferencia analógica. Al final y sin
darnos clara cuenta de ello, terminaríamos memorizando las conclusiones hacién-
dolas pasar injustamente como código. Procediendo de esta forma trataríamos al
todo social como a un libro abierto, proyectando sobre su diversidad una lectura
que más que unidad, terminaría siendo una extraña mismisidad, en tanto todo
parecería ser lo mismo. Un efecto secundario sería pensar al pasado prehispánico
como la coherencia de referencia y al presente como el resultado de la sucesión de
los diferentes periodos históricos.
Pero si en lugar de esto intentamos conocer, recrear los resortes que llevaron
al autor a pensar de la manera en que lo hizo, aunque corremos el enorme riesgo
de tergiversarlo alejándonos cada vez más de un posible consenso, por lo menos
83
Leopoldo Trejo Barrientos
84
Unidad y diversidad en los pueblos de tradición mesoamericana
85
Leopoldo Trejo Barrientos
86
Unidad y diversidad en los pueblos de tradición mesoamericana
mológica de la creencia. Pero no me hagan mucho caso en esto último pues aún
no logro entender del todo bien estos dos conceptos.
Finalmente, no me queda sino agradecer a Alfredo López Austin, a Saúl Millán
y a Johannes Neurath, tres maestros míos, la oportunidad de compartir con ellos
la mesa, pero más aún, la palabra.
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Parte ii
Estudiando los pueblos indígenas
en el siglo xxi
89
6. Unidad y diversidad en Mesoamérica
Presentación
91
Catharine Good Eshelman
El problema de la etnografía
92
Unidad y diversidad en Mesoamérica
periodo crítico que requiere del conocimiento profundo de las condiciones sociales
y culturales en las diferentes regiones del país. Este hecho nos obliga a preguntar
sobre el tipo de etnografía que hace falta en México hoy. En este sentido cobra
relevancia una corriente de la antropología contemporánea que ha sustentado teó-
ricamente al método etnográfico y sus usos en el mundo actual [Bloch 1990; Mintz
1996, Price et al. 2005; Ortner 1999, 2006] mientras toma distancia de las pro-
puestas de la antropología simbólica, interpretativa [Geertz 1973]. Sugerimos que
la metodología etnográfica sigue siendo una herramienta poderosa para el conoci-
miento de la realidad social que se puede aplicar en distintos contextos, no sola-
mente las supuestas "sociedades tradicionales" y en casos históricos. También su-
gerimos, de acuerdo con Ortner [2006], que la etnografía implica una postura
intelectual y un posicionamiento ético por parte del investigador.
Mi artículo en este número critica la etnografía descriptiva que se hacía en
México, pero la polémica sobre Mesoamérica revela otras inquietudes. Hay un
rechazo justificable al énfasis en la sociedad prehispánica como punto de partida
para entender a los indígenas actuales: esto tiene que ver con la tradición académica
e institucional de la antropología en el proyecto político del estado revolucionario
en el siglo xx. Una parte importante del debate surge de la relación entre etnogra-
fía e historia y el peso predominante de la arqueología sobre el estudio del indígena
actual.
El problema de la historia
Con respeto al problema de la historia, mucho depende del tipo de historia que se
hace y cómo se usa para abordar a los indígenas actuales. Es válido cuestionar el
énfasis desproporcionado en las culturas prehispánicas, tomarlas como la expresión
más auténtica de las tradiciones culturales indígenas, o la tradición de abordar a
los indígenas actuales en busca de continuidades. Pero no hay que descartar todo
uso etnográfico de la historia por estas deficiencias. Hace falta distanciarnos de las
nociones más convencionales en el manejo de la historia como la idea de partir del
pasado para mover hacia el presente, considerar que hacer historia consiste en
ordenar datos cronológicamente, tratar el presente como un derivado del pasado
o legitimar el estudio de las culturas indígenas hoy con la presencia de rasgos "pre-
hispánicos".
93
Catharine Good Eshelman
94
Unidad y diversidad en Mesoamérica
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Catharine Good Eshelman
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7. Unicidad y diversidad en Mesoamérica;
una discusión inacabada
Alicia M. Barabas*
Presentación
97
Alicia M. Barabas
puntos de vista, sino construir entre todos otro momento más de la discusión sobre
las implicaciones de Mesoamérica en la antropología nacional.
Primero
Segundo
Pienso que toda polémica fructífera debe sustentarse no sólo en la lectura de las
obras de etnógrafos teóricos actuales, por no decir de moda, sino también en otras
escritas en México y otros países de América Latina, además, por supuesto, de la
relectura de los clásicos de la antropología, que muchas veces ya han escrito sobre
lo que ahora vuelve a discutirse sin recurrir a ellos.
En este caso quiero presentar un breve apunte sobre una orientación antro-
pológica que comenzó a construirse hacia 1970, a partir de las reuniones y decla-
raciones del Grupo de Barbados [Bartolomé 2006].1 No tengo espacio para
1
Ver los libros y las cuatro Declaraciones del Grupo de Barbados (1972, 1974, 1979 y 1995).
98
Unicidad y diversidad en Mesoamérica
enumerar las fuentes teóricas que sustentaron este pensamiento en nuestra especia-
lidad, pero sí tengo que recalcar que ésa fue una década clave porque la discusión
sobre los derechos indígenas a la diferencia se abrió en distintos foros; las agencias
internacionales de derechos humanos, la iglesia llamada entonces de teología de la
liberación, la antropología y otras ciencias sociales y, tal vez lo más importante, se
consolidaron en América del Norte y surgió en América del Sur, una nueva forma
de movimientos indígenas, que nosotros llamamos etnopolíticos, que buscan rei-
vindicar sus derechos a la diferencia cultural y a la autogestión integral de sus
proyectos existenciales. En México los movimientos indígenas de este tipo salieron
a la luz pública en los tardíos años setenta del siglo xx y se consolidaron como
independientes en los ochenta.
No quiero abundar en esta historia,2 sino traer a la olvidadiza memoria que
la "diferencia cultural" y las consecuentes dinámicas identitarias han sido, desde
hace mucho, un fuerte tópico de reflexión de la antropología. En nuestra orienta-
ción antropológica, respetuosa de la diferencia y del pluralismo cultural, la discu-
sión se fue concretando en diversos planteamientos teóricos y numerosas etnogra-
fías que hicieron manifiesta la diferencia cultural interna y plantearon la necesidad
de reconocimiento de la pluralidad étnica existente "de hecho", por parte de los
estados nacionales latinoamericanos.3 La gran mayoría de ellas, sin renunciar al
"estudio de comunidad" para llegar al fondo de la cultura estudiada (para lo cual
hay necesariamente que dominar la lengua de la cultura en cuestión), inauguraba
una nueva forma de hacer etnografía de campo que, empleando con rigor el método
etnográfico, ampliaba el universo de estudio a grupos etnolingüísticos completos,
para poder comparar los datos entre las distintas comunidades, pero también para
presentar la situación demográfica, socioeconómica, territorial y política del grupo.
2
Entre muchos otros títulos recientes puede consultarse: Miguel Bartolomé. Gente de costumbre y gente de
razón. Editorial Siglo xxi. México, 1997 y 2004; Miguel Bartolomé (coord.). Visiones de la Diversidad. Relaciones in-
terétnicas e identidades indígenas en el México actual, 4 vols. Colección Etnografía de los Pueblos Indígenas de México.
inah, 2005; Alicia Barabas, La rebelión Zapatista y el movimiento indio en México, en Etnia e Nacao na América
Latino, G. Zarur (coord.). oea. Washington, 1996.
3
Existe numerosa bibliografía sobre la ideología y práctica del multiculturalismo. La antropología latinoa-
mericana prefiere con frecuencia nombrar el tema como "pluralismo cultural", entendiendo que se refiere a nuevas
políticas de derechos de los pueblos originarios y de articulación con los estados nacionales; un pluralismo de "dere-
cho" que supone pero se diferencia del pluralismo"de hecho". La Coordinación Nacional de Antropología del inah
ha publicado recientemente un Suplemento-libro de Diario de Campo, Boletín interno de los investigadores del área
de antropología (núm. 39, octubre, 2006), titulado Diversidad y Reconocimiento. Aproximaciones al Multiculturalismo
y la Interculturalidad en América Latina, coordinado por Alicia Barabas, que recoge la discusión contemporánea en
varios países de América Latina.
99
Alicia M. Barabas
La experiencia de campo acumulada por esos etnógrafos les permitió más tarde
elaborar panoramas etnográficos de mayor amplitud, regionales o nacionales.4
Muchas de ellas constituían verdaderas denuncias sobre la situación de colo-
nialismo interno que vivían los indígenas, otras se dirigían más a elaborar nuevos
conceptos y categorías de análisis que mostraban en forma inédita las relaciones
entre "indios" y "blancos", y las condiciones de construcción de las identidades
étnicas en contextos de pluralismo cultural desigual.5 Podría decirse que con esta
práctica etnográfica esa antropología latinoamericanista entraba en la arena política,
comprometida con el derecho de los indígenas a la diferencia y la autogestión,
sustentándose en la descripción y análisis etnográfico de esas diferencias culturales.
Pienso que desde entonces quedó establecida una vez más la relación entre la ciencia
y el compromiso político con los llamados "objetos de estudio", que puede no
compartirse, pero no puede ignorarse.
Creo que lo que también interesa aquí es recordar, porque dos de los deba-
tientes tratan enfáticamente este punto, que la discusión sobre los alcances de la
etnografía: lo local (la comunidad) y lo global (el grupo étnico, la región interét-
nica, etc.), es antigua. Pero, sobre todo, recalcar el problema que puede significar
emitir tajantes juicios de valor y decir que una, la local, es la "buena" —y única
válida— etnografía, en tanto que todo etnógrafo que busca categorías de análisis
de mayor alcance es señalado de hacer "mala" etnografía. Por el contrario, pienso
que las etnografías de lo local son disgregadoras de la realidad indígena si no van
acompañadas de una comprensión de los ámbitos etnoculturales mayores.
Saúl Millán propone abocarse al estudio de lo local, lo particular, a buscar
diferencias en lugar de observar similitudes y apela a circunscribirse al punto de
vista nativo para clasificar la realidad estudiada, en lugar de intentar interpretacio-
nes más comprensivas. La generalización comparativa le parece siempre construida
por clasificaciones demasiado amplias, contrarias a su perspectiva etnográfica
centrada en el estrecho ámbito de la comunidad.
4
Por ejemplo: Nelly Arvelo-Jiménez. Relaciones Políticas en una sociedad tribal. Ediciones Especiales, 68 (iii).
México, 1974; Richard Chase Smith. Las comunidades nativas y el mito del gran vacío amazónico. Lima, 1983; Miguel
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5
Entre otros: Roberto Cardoso de Oliveira. Identidade, etnia e estrutura social. San Pablo, 1976; Darcy Ribeiro.
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en el oriente de la Península de Yucatán. Serie Científica 53, inah. México, 1977 y 1982.
100
Unicidad y diversidad en Mesoamérica
Johannes Neurath va más allá y afirma que la verdadera etnografía debe rea-
lizarse en pequeñas áreas y enfocarse en un tema de interés teórico. Ya no servirán
las etnografías subregionales o regionales que, fundándose también en descripcio-
nes de nivel local, pretenden sin embargo superar ese nivel fragmentador de la
identidad étnica y brindar información sobre todo de un grupo etnolingüístico. ¿Y
respecto al tema, la etnografía-etnología sólo deberán estudiar las religiones?, ¿ya
no serán válidas las etnografías generales, no por ello planteadas como "listas de
mercado", o estudiar otros temas de la realidad indígena? Por el contrario, hoy en
día, no son los temas, ni siquiera el localocentrismo y el uso del método etnográ-
fico, lo que hace específica a la antropología en el concierto de las otras ciencias
sociales y humanísticas, sino el recurrir a las creaciones de su propia historia y re-
cuperar los conceptos y conocimientos etnográficos de los clásicos, si se quiere para
criticarlos o reelaborarlos, pero, sobre todo, para reproducir en el cada vez más vasto
mundo de la ciencia la diferencia de nuestra especialidad; esa "mirada etnográfica"
de las cosas que ha caracterizado a la antropología, como señalaba Roberto Cardoso
de Olivera [1998].
Cuando Johannes Neurath critica la antropología simbólica (ésta sí es una
clasificación demasiado amplia; imagino que ha de pensar desde alguna de las
corrientes teóricas que le agrade, aunque no lo indica), que ha sido referencia para
los estudios etnográficos sobre lo que él, en forma muy casera y generalizada, llama
"el culto a los cerros"; me pregunto ¿a cuáles etnografías puede referirse? ya que no
nombra autores para no ser políticamente incorrecto. ¿Podrá ser tal vez a los 20
ensayos publicados en cuatro volúmenes en el año 2003-2004, coordinados por
mí, con el tema de "las simbolizaciones indígenas sobre el espacio en las culturas
indígenas de México"? Si no es así, que Johannes Neurath me perdone, aunque a
algún colega se refiere cuando escribe, por lo que mi comentario siguiente conserva
su valor. Sí, desde su punto de vista, las herramientas teóricas utilizadas en las in-
vestigaciones o la calidad de los datos etnográficos no resultan satisfactorios, sería
no sólo recomendable sino necesario que expusiera sus divergencias en una
ponencia, artículo o reseña analíticos y, en especial, propositivos, en lugar de tender
un injustificado halo de no credibilidad sobre la/s obra/s en cuestión. Lo mismo
puede decirse sobre su comentario acerca de los estudios sobre sistemas de cargos.
Creo, hay que mantener la seriedad en el foro académico y estudiantil; la
crítica es indispensable, pero debe ser fundamentada y apoyada también por el
conocimiento bibliográfico de etnografías y etnologías anteriores, que han tratado
101
Alicia M. Barabas
los temas que en estas ponencias aparecen sin historia, como surgidos de las galeras
de sus autores. Pienso que la "mejor" teoría, o el método etnográfico "mejor" no
han sido innovados todavía, pero si alguien ha tenido ya la revelación, sería enri-
quecedor que la expusiera. Por lo pronto me parece, aunque puede que me equi-
voque, que valdría la pena revisar el ambiguo concepto de Gran Mayar, área que
agrupa e identifica culturalmente a huicholes, coras y tepehuanes del sur sin pre-
sentar documentación etnográfica completa más que de los huicholes. Por otra
parte ¿existe entre los tres grupos alguna forma de identificación compartida?, ¿o
se trata de un área cultural construida por los antropólogos con base en afinidades
que sus protagonistas desconocen?, ¿dónde ha quedado aquí el rechazo de la unidad
a ultranza, la renuencia a las generalizaciones y la búsqueda de las diferencias, que
proclama Johannes Neurath?
Me parece que la confusión deviene que estos colegas han hecho casi sinóni-
mos la etnografía y el estudio de las cosmovisiones y religiones indígenas. Es cierto
que la descripción de los principios de la cosmovisión, los mitos, los rituales, las
fiestas religiosas, orientan al etnógrafo hacia lo local y, si domina la lengua, podrá
realizar interpretaciones más profundas. Pero de allí a suponer que esta temática
de investigación es equiparable a toda la etnografía, es dejar de lado un vastísimo
universo de viejos y nuevos temas que la especialidad trata y que, por supuesto,
pueden llevarse a cabo en ámbitos más amplios que la comunidad, sin menospre-
cio de su calidad. Esta postura, en lugar de buscar vinculaciones con las otras es-
pecialidades de la antropología (etnohistoria, antropología social, etc.), se cierra
sobre sí misma y termina por olvidar la vida terrenal de los creadores de los símbolos
religiosos.
Tercero
Son conocidas las implicaciones teóricas del concepto presentado por Kirchhoff,
sustentado en los difusionistas europeos y el particularismo etnográfico boasiano,
para construir macroáreas culturales, como intentos de mapeo y comprensión de
procesos amplios de la historia cultural. Las implicaciones epistemológicas también
han sido señaladas al advertir que esta forma de conocimiento parte de elementos
desagregados y aislados de los contextos espaciotemporales y los reúne en una unidad
homogénea y territorialmente delimitada a la que llama área cultural —Mesoamé-
102
Unicidad y diversidad en Mesoamérica
103
Alicia M. Barabas
104
Unicidad y diversidad en Mesoamérica
forzadas, que sólo buscan probar la relación de continuidad entre la historia cultural
y las actuales manifestaciones culturales de los pueblos indígenas. Éstas, repito,
pueden ser las perspectivas etnográficas que parecen querer impugnar Saúl Millán
y Johannes Neurath y de manera más suave, Leopoldo Trejo. La polémica es refres-
cante y posiblemente contribuya a revisar el concepto mismo de área cultural y a
clarificar el de Mesoamérica, en particular su aplicación a la etnografía y la etnología.
Cuarto
Hay que ser muy cuidadosos cuando se utilizan conceptos en un medio estudian-
til que absorbe el conocimiento brindado por sus maestros sin formularle críticas.
Me refiero en este caso al uso del concepto de etnogénesis, que hace Johannes
Neurath siguiendo a Catharine Good, quien a su vez lo toma de otro autor. Claro
está que una palabra, sobre todo si es nueva, puede tener múltiples interpretaciones.
Sin embargo, la más frecuente y reconocida en el medio antropológico se refiere al
surgimiento o resurgimiento de grupos étnicos que habían sido considerados como
extintos [Roosens 1989; Bartolomé et al. 1996; Bartolomé 2006]. Pienso que debe
aclararse cuando se utiliza para nombrar de un modo aggiornado a los procesos de
cambio cultural o, mejor dicho, de transfiguración cultural, que sería la generación
permanente de la cultura a la que alude Johannes Neurath y que, en efecto, cons-
tituyen una dinámica común y constante de todas las culturas, en especial de
aquellas sometidas a procesos de imposición política, económica o cultural; tal
como ya hace muchos años lo demostrara Georges Balandier [1951] al definir la
"situación colonial".
Se plantea igual problema cuando Johannes dice sobre la necesidad de "dar
cuenta de los contextos culturales completos", ¿a qué se refiere con contexto
cultural?, ¿abarca éste a las relaciones económicas, políticas, sociales y cotidianas,
o sólo a los símbolos religiosos vinculados con las creencias y los rituales?, ¿qué
alcance debe tener ese contexto: una comunidad local, un grupo de comunidades
del mismo grupo etnolingüístico, ¿un ámbito regional ocupado por todo el grupo?
Desde mi perspectiva, como ya he dicho antes, es legítimo que un antropó-
logo que ha realizado varias etnografías entre grupos vecinos de un ámbito, descri-
biendo y analizando los textos y los contextos culturales, opte más tarde por elaborar
también artículos, ensayos o libros de síntesis en los que pueda comparar, genera-
105
Alicia M. Barabas
Quinto
Perdonen los lectores el hacer un poco de historia personal, no con afán protago-
nista sino para traer a la arena el tipo de etnografía que más frecuentemente hemos
realizado en Yucatán y por supuesto en Oaxaca. Miguel Bartolomé y yo llegamos
desde Argentina a México en 1972, y pronto fuimos contratados como investiga-
dores del inah. Ocasionalmente, apoyados por otros colaboradores, hemos prefe-
rido siempre realizar estudios etnográficos de mayor dimensión, abarcando a la
totalidad de un grupo etnolingüístico, lo que nos permitió trazar los contextos
sociales, económicos, políticos y culturales desde el nivel regional hasta el local, sin
perder por ello el método etnográfico, cualitativo, participativo y de residencia
prolongada, que nos brindó la posibilidad de acercarnos a la cultura del grupo con
cierta profundidad. Podrá decirse que no hemos escarbado cada dato cultural hasta
llegar a la médula, pero a lo largo de 30 años de práctica etnográfica en Oaxaca
hemos aportado etnografías actualizadas sobre grupos para los cuales sólo se contaba
con las monografías del Handbook of Middle American Indians, y uno que otro
artículo (muy ocasionalmente libros) de los primeros etnógrafos de campo o de
algún estadounidense o europeo, frecuentemente doctorandos en trabajo de campo.
Esta escueta producción etnográfica era el resultado concreto del paradigma
marxista ingerido pero no digerido por la antropología de los años sesenta y setenta,
marcado por la supresión de las categorías étnicas y culturales, y la adopción de las
106
Unicidad y diversidad en Mesoamérica
107
Alicia M. Barabas
Sexto
108
Unicidad y diversidad en Mesoamérica
109
Alicia M. Barabas
6
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110
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111
8. Ritualidad y cosmovisión: procesos
de transformación de las comunidades
mesoamericanas
* hasta nuestros días*
Johanna Broda**
113
Johanna Broda
114
Ritualidad y cosmovisión
115
Johanna Broda
La definición de conceptos
116
Ritualidad y cosmovisión
tos" [1991: 462]. Esta actividad contiene una serie de elementos "científicos", es
decir de observación exacta y se basa en datos empíricos concretos.
Si bien estoy consciente de que puede resultar polémico hablar de "ciencia"
en el México prehispánico, me adhiero a la posición la cual afirma que uno de los
principios básicos del método científico es "la construcción de un sistema basado
en hechos observables cuyos resultados pueden ser comparados sistemáticamente
con las observaciones subsiguientes para confirmar su exactitud" [Coleman 1967:
31]. La observación científica se aplica al mundo natural que rodea al hombre, al
medio en que vive como ser físico y social. Esta posición teórica nos permite situar
la problemática por estudiar dentro de una perspectiva histórica y analizar así los
conocimientos científicos de un pueblo en su contexto sociocultural.
La actitud hacia la naturaleza y su conceptualización constituyen una reela-
boración en la conciencia social —a través del "prisma" que esta conciencia cons-
tituye— de las condiciones naturales mediatizadas por la cultura. Estas últimas
nunca se presentan de forma igual en diferentes sociedades; no existe una percep-
ción "pura" desligada de las condiciones e instituciones sociales en las cuales nace
[Broda 1991: 462]. En este sentido, vemos que "la naturaleza" o "el mundo natural"
también se han conceptualizado de manera peculiar en las diferentes etapas histó-
ricas y en las culturas. Sin embargo, si bien se trata de estudiar la variación en las
representaciones o imágenes de la naturaleza que las culturas han creado, partimos
aquí de la posición de que el mundo real (la naturaleza) efectivamente existe siendo
percibido e interpretado de distintas maneras por las culturas, pero las representa-
ciones no tienen la primacía sobre el mundo real. Esta aclaración sirve en cuanto
a la postura de ciertas corrientes teóricas que dan la primacía a la idea sobre la
realidad.
Quizá precisamente por esto nos importa afirmar que la cosmovisión prehis-
pánica en cuanto contemplación de, y reflexión sobre la naturaleza, contenía un
cúmulo de observaciones exactas. En esta perspectiva nos acercamos a la religión
mesoamericana y su exuberante mitología y ritualidad, partiendo de su fundamen-
to en la observación de la naturaleza. Una de las principales motivaciones subya-
centes de la religión y del culto público era la de controlar las manifestaciones
contradictorias de los fenómenos naturales mediante los ritos. Al mismo tiempo
hay que señalar que la observación precisa que se evidenciaba en muchas de estas
prácticas, se entremezclaba también con el mito y la magia. Existía una relación
117
Johanna Broda
Coincido con Eric Wolf, quien considera el concepto de ideología como un eje de
primera importancia para examinar las distintas formas asumidas por la conciencia
social. Según he argumentado en anteriores trabajos, la ideología constituye el
producto histórico de las sociedades complejas en las que ha surgido una diferen-
ciación interna entre los gobernantes y el pueblo, sociedades que han creado formas
estatales de gobierno e instituciones que propagan la versión oficial de la ideología
y la cosmovisión. De esta manera, el concepto de ideología implica distinguir entre
"la realidad social objetiva" y la "explicación" que una sociedad concreta da de esta
realidad [Broda 1991].
En esta misma perspectiva Eric Wolf ha señalado, sobre todo en su obra más
reciente [2001], que la construcción de las ideologías como producto histórico se
118
Ritualidad y cosmovisión
La naturaleza no da sus significados a las cosas; los hombres son los que los desarrollan
e imponen[...] Esta capacidad de otorgar significados, de 'nombrar' (dar nombre) a las
cosas, actos e ideas, es una fuente de poder. El control de la comunicación permite a los
administradores de ideología establecer las categorías por medio de las cuales se va a
percibir la realidad... Por consiguiente, la construcción y mantenimiento de un conjunto
de comunicaciones ideológicas es un proceso social, que no puede ser explicado mera-
mente como la actuación formal de una lógica cultural interna[...] [Y finalmente], si la
edificación de ideología es por naturaleza un acto social, la consecuencia que se sigue es
que los procesos por medio de los cuales se construyen las ideologías tienen lugar dentro
del tiempo histórico y bajo circunstancias definibles [2001: 468, 469].
[La etnología constituye una parte integral del estudio] de la sociedad humana en
general. Dicha ciencia es la historia. Porque la única manera de estudiar la sociedad
humana en todas sus manifestaciones e interrelaciones, es estudiarla en su cambio
continuo, es decir, en su desarrollo, su evolución, su historia[...] [Kirchhoff 1979: 11].
119
Johanna Broda
[…] de acuerdo con la visión teórica de una antropología social interesada en estudiar
los hechos como procesos de formación, lo que consideramos el presente, sólo puede
ser aprehendido en su complejidad estructural si partimos de su desarrollo histórico
[1988: 24].
120
Ritualidad y cosmovisión
121
Johanna Broda
1
Vale la pena retomar los textos fundamentales de Aguirre Beltrán sobre estos temas [1986, 1991a, 1991b;
véase también Bartolomé et al. 1982; Barabas 2006; Millán 2001].
122
Ritualidad y cosmovisión
Virgen María y al culto a los santos patronos, produjo efectos profundos en América
que permitieron la gestación de un sincretismo en la religión popular que incor-
poró muchos elementos de la cultura indígena. La religiosidad barroca, a partir de
la política de la misma Iglesia católica, permitió la elaboración de estos cultos en
las fiestas católicas con una amplia participación popular.
En cuanto al estudio de la historia colonial, hay que mencionar la obra de
Serge Gruzinski [1991, 1994] quien se enfoca en la imposición del cristianismo,
el profundo efecto que tuvieron las imágenes y los confesionarios sobre la mente
de los recién evangelizados y las clases populares en las ciudades de la Nueva España.
También hay que señalar las importantes aportaciones del historiador Antonio
Rubial [1996, 1999] al respecto.
Por otra parte, el antropólogo Félix Báez-Jorge se ha adentrado de manera
significativa en estos temas —aporta un cúmulo de datos empíricos y ha delineado
un enfoque teórico novedoso y creativo—. En su libro Los oficios de las diosas [1988]
investigó la conceptualización de las diosas de la tierra, el agua y la luna y su per-
manencia en el imaginario colectivo de los diferentes grupos indígenas de México.
En su libro Entre los naguales y los santos [1998] versa acerca de la reinterpretación
simbólica que diferentes grupos étnicos han hecho alrededor de santos y vírgenes,
los santuarios mexicanos y la dinámica de las devociones populares. De esta manera
hace una importante aportación a la discusión de la religiosidad popular en la
Nueva España y en el México actual.
Con referencia al proceso histórico, Báez-Jorge constata que:
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Johanna Broda
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Ritualidad y cosmovisión
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Johanna Broda
Bibliografía
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9. Mesoamérica, cultura y cambio:
conceptos problemáticos en el estudio
etnográfico de los pueblos indígenas
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Catharine Good Eshelman
1
Para mencionar algunos, Geertz [1973], Wolf [1982], Mintz et al. [1989] y Ortner [2006].
2
El Guía Murdock para clasificar datos etnográficos y el proyecto de formar los Human Relations Área Files
reflejan la lógica de este enfoque en la investigación antropológica.
3
El libro Heritage of Conquest, editado por Sol Tax en 1952 ilustra este tipo de etnografía.
132
Mesoamérica, cultura y cambio
133
Catharine Good Eshelman
una gran deuda con dos maestros: John Murra, que dedicó su vida a la región
andina y Sydney Mintz, que enfocó su esfuerzo intelectual en las culturas afroame-
ricanas del Caribe. El trabajo de estos eminentes especialistas estableció sus respec-
tivas regiones como áreas etnográficas reconocidas por la antropología internacio-
nal. Sus propuestas y estrategias para formularlas son sugerentes para repensar la
definición de Mesoamérica y buscar otros ejes que caractericen nuestra región; una
breve descripción de estas dos propuestas ilustra las diferencias con la delimitación
que se hizo de Mesoamérica.
La obra magistral de Murra explora la estructura política y económica de las
sociedades andinas [1975], basándose en su análisis detallado del Estado Inca
[1978] identifica las características excepcionales de estas sociedades y hace énfasis
en lo que distingue a los andes de otras regiones etnográficas. Para Murra, la pre-
sencia en sí de un estado no explicaba nada, ya que surgieron en muchas partes del
mundo antiguo; más bien le interesaba la lógica detrás de la organización de este
estado, como expresión de principios andinos únicos, compartidos por los campe-
sinos, los señores étnicos locales y hasta las élites del Estado Inca. Esta lógica
consistía en estrategias particulares para aprovechar el medio ambiente, la recau-
dación de tributo en trabajo humano, pero no en especie y la circulación de bienes
por medio de relaciones sociales.
Murra preguntaba cómo los pueblos andinos se movilizaban social y políti-
camente para prosperar en un medio ambiente único en el mundo; elaboró las
definiciones de "archipiélago vertical" y "complementariedad ecológica" para
explicar la solución andina.4 Además, descubrió que los señores étnicos y el mismo
Estado Inca recibían "tributo" en energía humana de las poblaciones sujetas, pero
no en bienes producidos con los recursos caseros. Finalmente, al notar la marcada
ausencia de moneda, comercio y mercados,5 Murra analizó detenidamente las re-
laciones de reciprocidad y redistribución que permitían el movimiento de produc-
tos en todos niveles [Good 2007, elabora sobre este modelo].
En otro ejemplo Sydney Mintz [1974] caracterizó el Caribe con base en
procesos históricos y culturales compartidos; éstos conducen a la heterogeneidad
4
Consistía en la ocupación simultánea y permanente de diversos pisos o nichos ecológicos, en asentamientos
geográficamente dispersos; los colonos pertenecían a un mismo grupo étnico-político, que mantenía un centro rector
en la sierra alta.
5
Murra subrayó dos diferencias entre Mesoamérica y los Andes: en Mesoamérica existía tributo en bienes
junto con tasaciones de tributo en trabajo y la circulación de bienes se lograba por tratos comerciales, mercados y
comerciantes especializados.
134
Mesoamérica, cultura y cambio
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Catharine Good Eshelman
6
A diferencia de las propuestas de Kirchhoff, o de la antropología simbólica [véase Good 2004].
136
Mesoamérica, cultura y cambio
Consideraciones finales
7
Apuntes del Curso Memoria ritual impartido por Carlo Severi, viernes, 20 de octubre, 2006. cnan-inah.
Véase también Ortner [2006].
137
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Mesoamérica, cultura y cambio
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140
10. Diversidad y unidad en Mesoamérica:
otra perspectiva del debate
David Robichaux*
141
David Robichaux
que un concepto o una teoría son tan buenos como su capacidad para estimular la
investigación antropológica; una tarea cuyo propósito es producir datos propios.
Creo que, en lugar de juzgar un concepto por su supuesta filiación política, un
supuesto propósito hegemónico de la etnohistoria sobre la etnología o del Distrito
Federal sobre la provincia, es necesario, ante todo, discutir la relevancia del concepto
a la luz de su utilidad para generar conocimientos sobre los pueblos que ocupan y
ocupaban un espacio importante de la República mexicana y de la totalidad o de
importantes áreas de los países centroamericanos.
La propuesta de juzgar a partir del criterio de la utilidad va de la mano de otra
que es la de hacer las discusiones a partir de los datos. Al fin y al cabo, el concepto
en cuestión es en realidad una pregunta que gira alrededor de las culturas urbanas
y estatales que surgieron de manera prístina en la geografía de lo que Kirchhoff, en
su clásica definición, denominó Mesoamérica. Desde luego, abordar las cosas así
tiene sus raíces en los planteamientos ya muy antiguos de Julián Steward, Karl
Wittfogel y Ángel Palerm sobre las características de las sociedades que surgieron
antes de 1519 [véase Palerm 1997]. Se trata de un enfoque de corte materialista
—"marxiano" para usar el término de Palerm— que ponía el énfasis en las relacio-
nes entre el hombre y el medio, y en el surgimiento de organizaciones como res-
puesta a la necesidad de asegurar la producción de alimentos y otros bienes, así
como el flujo de tributos [Palerm 1989].
Antes de proceder estos datos relativos al área mesoamericana tienen serias
implicaciones que no deben olvidarse en cualquier discusión en torno a la antro-
pología mexicana y mexicanista: el objeto de estudio de ésta son pueblos con una
larga historia de formar parte de sociedades estatales, estratificadas por definición
y característico de estas últimas, con una larga memoria histórica oral, además de
escrita, fundada no sólo en millones de fojas de documentación colonial sino
también en códices, relatos y descripciones etnográficas recogidas por cronistas
como Sahagún y Durán. Esta dimensión histórica nos hace ver cuán dependiente
es (o debe ser) una disciplina de sus datos disponibles. Así, no debemos olvidar que
las antropologías estadounidense y británica —y la francesa de Lévi-Strauss— hacen
sus debates en un vacío histórico. No puedo dejar de distinguir este hecho por el
grave peligro de cual nos advierten los críticos del concepto de Mesoamérica sobre
la supuesta imposición de modelos fijos y únicos sobre una realidad que —según
ellos—, lejos de ser caracterizada por la unidad, es diversa ad infinitum. ¿No hay
un peligro de traer a Mesoamérica, como si fuera a un vacío, modelos que más
142
Diversidad y unidad en Mesoamérica
tienen que ver con traumas gringos o franceses que con lo que pasa en la realidad
mexicana y las necesidades de conocerla? ¿No podría ser que el rechazo de los
modelos y la predilección por lo diverso son manifestaciones locales de algo muy
propio de la tradición particularista estadounidense? Esto lo encontramos muy
presente en la obra de Clifford Geertz, el apóstol de la sociología de Talcott Parsons,
que relegó la "cultura" al significado. Como ha señalado Roy D'Andrade [195:
249], al abocarse a este esfuerzo la antropología acepta una tarea imposible y se
deja menos parada para comprender y explicar la sociedad.
Pero, al decir esto, tocamos otro punto de un proyecto de antropología que
pretende "interpretar" y rehusar cualquier propósito de explicación. En otras de
sus manifestaciones es una antropología que ambiciona estudiar la cultura, cen-
trándose en las narraciones de los actores, confundiendo frecuentemente éstas con
el significado; es una antropología que privilegia lo ideológico sobre el mundo
concreto material; la cual que ni siquiera plantea la pregunta de la relación entre
ese mundo concreto y material y el mundo de las ideas, los valores y los significados;
es una antropología que, por su propia autodefinición, no puede hacer más que
cojear, pues elimina de su enfoque economía y relaciones sociales y se pierde en las
representaciones, todo en nombre de un respeto por los conceptos locales que, al
fin y al cabo, es lo único que la antropología debe estudiar [véase Robichaux 2005a:
212-214].
Y para no olvidar de lo que estamos hablando: es una antropología que no
sabe qué hacer con la historia. En una palabra, es una antropología que, si es capaz
de plantear preguntas interesantes de investigación o de estimular a ésta, tendría
que demostrar su capacidad de adaptarse y asimilar el hecho de la pertenencia de
Mesoamérica la cual Eric Wolf llamó "la gente sin historia", sólo en la medida en
que tiramos por la ventana a Chimalpahin, Sahagún, Alva Ixtlixóchitl y otros que,
si bien deben examinarse críticamente —como los trabajos de cualquier etnógra-
fo— nos proporcionan una mirada al pasado. Por encima de eso, las ya menciona-
das millones de fojas de archivos, guardadas por las autoridades coloniales y el
abundante registro arqueológico, que nos permiten observar una larga duración en
una dimensión nunca imaginada por los padres de la antropología británica y es-
tadounidense que dieron poca importancia a la historia, pues a diferencia de la
antropología mexicana, no tuvieron con qué. Hay excepciones, desde luego, sobre
todo en la antropología estadounidense, pero en la práctica, la gran mayoría de los
143
David Robichaux
144
Diversidad y unidad en Mesoamérica
desde luego, implica largas estancias de convivir con personas que en México, ge-
neralmente han sido denominadas como "indígenas" o "campesinos" y compartir
con ellos momentos que no sean sólo aquellos de la entrevista formal. Es decir, es
entrar en un tipo de contacto de una duración e intensidad que nos permiten
plantear, como lo hizo Malinowski, la existencia de los llamados "imponderables
de la vida".
Tal vez sea muy pronto para saber los resultados del proyecto parsoniano,
encarnado en la antropología de Geertz y Schneider que, de manera consciente o
inconsciente, los antropólogos en muchos países, de manera acrítica, han asumido
como suyo. ¿Será que la búsqueda del significado ha sido la causa del notable de-
caimiento de la etnografía que se manifiesta en relatos de antropólogos que, más
que nada, nos reportan sobre sus sentimientos en el campo? Todo el desprecio de
los "datos" y el cuestionamiento de los motivos de la antropología, de sus asocia-
ciones con los estratos hegemónicos y con el imperialismo, y la postura de un
supuesto compromiso del antropólogo con las causas "políticamente correctas"
parecen ser, en gran medida, traumas estadounidenses. Si bien puede haber motivos
en la antropología mexicana para cuestionarse, no hace falta ir a buscar los estímu-
los en otra sociedad. Aunque la tarea de hacer este balance ya se ha iniciado, en el
futuro estas recientes importaciones parsonianas descontextualizadas de debates
mexicanos, también tendrán que ponerse en la balanza a la hora de juzgar a la
antropología mexicana. La cuestión que debe hacerse al respecto sería si la búsqueda
del significado y la dedicación exclusiva a éste como ente sin relación con el mundo
material y social produjo alguna etnografía significativa. A fin de cuentas, lo que
dura de un antropólogo es su etnografía —sus datos de campo— y no alguna moda
teórica que flotaba por ahí como parte del Zeitgeist.
A estas alturas, nos hemos ido, aparentemente, lejos de la discusión sobre
Mesoamérica pero lo anterior tuvo como propósito señalar al menos parte del
trasfondo ideológico de algunas de las críticas esbozadas al respecto en la mesa de
Antropológicas del 20 de abril. Yendo al grano de la crítica hecha por los neocul-
turalistas de Geertz y Schneider, lo que rescataría de su proyecto es su énfasis en la
necesaria tarea de la antropología de descubrir los conceptos locales. Pero me dis-
tancio de ellos en cuanto a su método y la aplicación de sus conceptos. Me parece
que el mayor impacto de los neoculturalistas está en el discurso y no tanto en la
práctica, lo que aparentemente tiene malas consecuencias para la buena etnografía.
Ya asimilada esta lección de la importancia de los conceptos locales ¿a dónde vamos
145
David Robichaux
146
Diversidad y unidad en Mesoamérica
entenderse que se trata de una lectura personal, sesgada por mis prejuicios teóricos
que sólo traté tangencialmente aquí. Por eso, me atrevo a agrupar estas propuestas
de una manera no muy convencional. Comienzo, sin embargo, por lo más tradi-
cional, es decir, por las propuestas que parecen arraigarse en una noción tradicional
de Mesoamérica. Me refiero a los postulados de Alfredo López Austin y de Johanna
Broda con respecto al discutido término de "cosmovisión mesoamericana", en sus
distintas acepciones y a los míos sobre parentesco o, mejor dicho, sobre un parti-
cular sistema familiar y sus consecuencias estructurales para la organización social
en sus distintas dimensiones. Trataré, en un rubro aparte, algunas propuestas de
Catharine Good con respecto a la noción de ejes culturales, principios culturales
o lógica cultural y sus implicaciones para la construcción de la persona.
El convencionalismo de agrupar a los tres primeros autores radica en que éstos
parten de la existencia desde larga data de sociedades estatales en el área mesoame-
ricana con una serie de pautas ideológicas y organizativas características de forma-
ciones sociales estratificadas, basadas en la producción agrícola campesina. Las
propuestas de Broda y López Austin nos llevan a la importancia del ciclo agrícola
y de las estaciones del año en la vida ceremonial y ritual, en una serie de prácticas
y creencias en lo que ha sido usualmente denominado la "ideología". Tal vez por
haberse habituado a una confusión entre la línea que daba el Estado autoritario y
las propuestas de investigación, algunos siguen presos del autoritarismo y, equivo-
cadamente, han visto estas propuestas como una camisa de fuerza. Todo lo contra-
rio: considero que nos proporciona un buen armazón para realizar comparaciones
en una serie de rubros tradicionales —y no por ello menos importantes— que
debemos cubrir en la buena etnografía mexicana. Nos llevan no sólo al mundo,
frecuentemente ocultado u olvidado, de las prácticas rituales, el ciclo agrícola y las
creencias, sino que también nos preparan para captar al menos una parte de su
significado.
Al decir esto, destaco mi rechazo a la idea de que el significado de los actores
sea el único significado que el antropólogo debe buscar. Hay significados más
profundos que los mismos actores no ven. Si en la etnografía examinamos estas
propuestas podemos estar en una posición para reformular, rechazar o redefinir
Mesoamérica. En mi propia experiencia, las propuestas de Broda y López Austin
me han permitido ubicar una serie de prácticas en un contexto más amplio, como
parte de una gran tradición milenaria a la vez que particular de una determinada
región [Robichaux 1997]. Pienso que las propuestas de estos autores no constituyen
147
David Robichaux
148
Diversidad y unidad en Mesoamérica
chaux 2002, 2005a y 2005b]. Me permitió entablar diálogos con otras disciplinas
y proponer interpretaciones desde la antropología de algunas representaciones de
la realidad nacional. Esto fue posible gracias al método comparativo que me llevó
a revisar de manera casi exhaustiva los materiales relativos a la herencia de la tierra,
la casa y la residencia postmarital [2005a y 2005b]. Debo decir que me confieso
sociólogo e historiador y no me arrepiento de lo que serían pecados para los cultu-
ralistas al saltarme las trancas de los conceptos de nativos y cuantificar y trabajar
con conceptos etic.
De sus largos años de trabajo etnográfico en el Alto Balsas, Catharine Good
[véase 2005] ha destacado la importancia de una serie de conceptos de los nahuas
relativos a tequitl que, aunque se traduce mal como "trabajo", en al menos algunas
de sus acepciones se puede traducir como tal. Permite abordar la reciprocidad, las
relaciones sociales, la conformación de los grupos y la construcción de la persona.
De ninguna manera se puede calificar esta propuesta como una imposición del
antropólogo sobre la realidad, acorde con el guion mesoamericanista hegemónico.
Más bien se trata de una serie de ejes conceptuales o lógicas culturales, desarrolla-
das a partir de una acuciante observación de la realidad durante largos periodos.
Este desarrollo conceptual muestra que las descripciones etnográficas sistemáticas
pueden llevarnos más allá de la mera descripción —sin buscar significados— y
formular conceptos con capacidad explicativa de los fenómenos que, a la vez, nos
conducen a los significados. Pero, al igual que las ideas de Broda, López Austin y
el que escribe estas líneas, no se trata de una doctrina, sino de una propuesta para
la investigación. Si los investigadores quieren deificar estas ideas y hacer de ellas
dogmas, entonces simple y sencillamente se revelan como incapaces de investigar
por manifestar una relación dogmática, enfermiza con la teoría y los conceptos.
En resumen, estos conceptos nativos de la antropología mexicana constituyen
acercamientos más apegados a las realidades concretas del área puesto que fueron
desarrollados a partir de estas últimas. No pretendo que estas ideas agoten la agenda
de temas de investigación de los etnógrafos; hay otras y surgirán todavía siempre
que exista una sana interacción entre la teoría y los datos, es decir, mientras se haga
etnografía. Y el único parámetro mediante el cual podemos evaluar dichas propues-
tas o cualquier teoría o concepto es su capacidad para estimular la investigación
empírica. Con un armazón construido a partir de tales ideas y adicionado con
algunas otras extraídas de realidades concretas, la etnografía en México tiene por
149
David Robichaux
delante mucha tarea por hacer. Y, al abocarse a ella, más podrá decir —y con fun-
damento— sobre la diversidad y la cuestionada unidad de Mesoamérica.
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2005c Principios patrilineales en un sistema bilateral: Herencia y residencia y
el sistema familiar mesoamericano, en Familia y parentesco en México
150
Diversidad y unidad en Mesoamérica
151
Parte III.
Acercando la Etnografía, la Historia
y la Antropología
153
11. Unidad y diversidad en Mesoamérica
Saúl Millán*
1
Me refiero, en específico, a los trabajos titulados Cuerpos y ofrendas: la dimensión sim-
bólica de una jerarquía indígena y Sintaxis y semántica en los rituales indígenas contemporáneos,
presentados en el 52 Congreso Internacional de Americanistas y el vi Coloquio Paul Kirchhoff,
respectivamente.
155
Saúl Millán
máticas que les impide ser simplemente acumulativas. De ahí que el interés inicial
no consistiera en reproducir los términos de una polémica que ya había medido
sus alcances entre arqueólogos e historiadores, acostumbrados a debatir el concepto
de Mesoamérica y sus posibles fronteras, sino en examinar las posibilidades de dos
disciplinas, como la historia y la etnografía, que se interesan por la unidad y la
diferencia del mundo indígena que tienen a su alcance.
¿Cuál es, entonces, la naturaleza del nuevo debate? En primer lugar, es nece-
sario coincidir con la observación que nos hace Pedro Pitarch desde las primeras
líneas de su contribución, en el sentido de que una polémica de estas características
lleva implícita "la percepción, cada vez más extendida, de que algunas de las difi-
cultades que experimenta la etnografía mesoamericana guardan relación con la
'dependencia' que muestra ésta respecto de los estudios prehispánicos". Esa per-
cepción, en efecto, no es ilusoria. En buena medida, deriva de la inclinación que
muestran algunos estudios etnográficos a subrayar la dependencia de las culturas
indígenas hacia el mundo prehispánico, en detrimento de la descripción cultural
y de la comprensión de los conceptos indígenas contemporáneos. Interesada en la
continuidad, que constituye una de las modalidades de la concepción unitaria, la
historia del mundo prehispánico parece ejercer un enorme esfuerzo de reducción
sobre su objeto de estudio, a fin de estabilizar un "canon" cultural que la etnogra-
fía no reconoce como tal. El resultado, como advierte Pitarch, es una disciplina
que tiende a producir versiones canónicas y se aleja en esa medida de la descripción
etnográfica, acostumbrada por el contrario a la enorme inestabilidad de los mate-
riales orales y a la dificultad de constituirse en el modelo canónico de sí misma.
En la contribución que hoy nos ofrece Andrés Medina, advierte con razón
que el debate en curso abre nuevamente la discusión hacia las relaciones que se
tienden entre la historia y la etnografía. Sin duda, ésta es una de las múltiples aristas
que encierra una polémica centrada en la unidad y la diversidad, ya que en ella se
juega "la explicación de los cambios y de las continuidades en la cultura de los
pueblos indios", como anota Medina. No puedo dejar de señalar, sin embargo, que
hay algo paradójico en el hecho de que una disciplina como la historia, abocada
tradicionalmente a examinar los cambios y las transformaciones, tome en este caso
el partido de las semejanzas y las continuidades, mientras su contraparte etnográ-
fica se encuentre por el contrario interesada en las rupturas y las discontinuidades.
En otro escenario, sin duda, los papeles estarían invertidos. Pero, a pesar de las
mejores intenciones de todos aquellos que empleamos el término por comodidad
156
Unidad y diversidad en Mesoamérica
157
Saúl Millán
trabajos de Pedro Pitarch, Marina Alonso y Andrés Medina, obligan a pensar sobre
una de sus salidas posibles, como es la relación entre la etnografía y la historia. El
lector advertirá que otras aristas, otras ópticas y otros ángulos, están presentes en
sus valiosas contribuciones. Todas ellas demuestran que el valor intelectual de un
argumento no depende solamente de su validez, sino también de la diferencia que
propone frente a las unidades conceptuales de antaño.
Bibliografía
Chance, John K.
1998 La conquista de la sierra: españoles e indígenas en la época de la Colonia.
Instituto Oaxaqueño de las Culturas, Oaxaca: 76.
158
12. M ... o de cómo los
etnógrafos recurren a la historia y los
historiadores a la etnografía
159
Marina Alonso Bolaños
1
Lo cual no quería decir para este autor que el hombre fuese únicamente un ser espiritual sino que en tanto
constituía una unidad de vida, existía una interconexión con el mundo natural.
2
Es interesante que la lectura de la obra de Dilthey haya sido introducida a México por los refugiados españoles
que se habían formado en Alemania.
160
M ...
3
A esto se agrega el hecho de que haya etnografías buenas y etnografías malas, como bien afirma Catharine Good.
161
Marina Alonso Bolaños
cambio o se le concibe como pérdida sobre la cual hay que incursionar para des-
cubrir los restos de una tradición milenaria.
Al observar mujeres chamulas en San Cristóbal de Las Casas elaborando no-
vedosos diseños textiles con técnicas de cera —al mismo tiempo que realizan el
bordado tradicional tzotzil— muchos investigadores han pensado que se está frente
a un fenómeno de "pérdida" de identidad, entre otras razones, debido al gusto y
las demandas de consumo turístico, al sistema de libre mercado, a la vida urbana,
a la migración, a la modernidad, u otros factores habitualmente considerados
embates de la globalización contra el patrimonio cultural de los indígenas. Sin
embargo, la existencia de este tipo de textiles responde a una situación social y
económica menos simplista y que requeriría de un estudio detallado: en 1995, un
grupo de personas expulsado por diversos motivos de San Juan Chamula, que se
había adscrito inicialmente al protestantismo, se convirtió al Islam, adquiriendo
con ello, una serie de prácticas culturales del mundo musulmán tales como el es-
tampado de telas con cera.4 Como este ejemplo, muchos otros nos indican que la
búsqueda de elementos prehispánicos encarna las nociones de unidad y continuidad
cuando no necesariamente se trata de problemas históricos ni antropológicos. Esto
es, las formas posibles de hacer historia no pasan por la búsqueda de continuidades,
porque ésta siempre termina bajo una prospección ideológica, relacionada con el
poder, que no produce conocimiento en la medida que yuxtapone el pasado y el
presente. Así se crean los anacronismos. Tampoco se trata de una reflexión antro-
pológica si no se problematiza, sino se plantean nuevos argumentos e interrogantes
acerca de lo que creemos que cambia o que no cambia.5 Es decir, para ser un tema
antropológico, debe ser construido como problema, debe entrar en debate con
otros textos que abordan el mismo objeto de estudio o casos semejantes, cuestionar
las categorías usadas por otros autores y proponer nuevos enfoques.
Por otro lado, la continuidad del canon mesoamericano sin más, se ha aplicado
por etnógrafos y etnohistoriadores basándose en los planteamientos —apabullantes
por su lógica y contundencia— de Alfredo López Austin. La obra de este autor ha
construido modelos de análisis que sin proponérselo, se han concretado —como
4
Sobre este tema están las investigaciones del antropólogo Gaspar Morquecho.
5
Al respecto, Catharine Good ha insistido en que la noción de reproducción cultural señala que las tradiciones
no continúan automáticamente, sino que la característica esencial de la transmisión cultural consiste en que aquello
que se transmite cambia; estas posturas discutieron y se apoyaron al mismo tiempo de los planteamientos sociológi-
cos de P. Bourdieu y de la llamada historia cultural y antropología histórica: Peter Burke; Michel De Certau; Roger
Chartier, entre otros [Good 2007].
162
M ...
6
Es preciso decir que varios etnohistoriadores —en el contexto del proyecto Etnografía de las regiones in-
dígenas de México en el Nuevo Milenio— han escrito etnografías estupendas, mejores incluso que la de muchos
etnólogos (v.g. Julieta Valle, Patricia Gallardo, Ulises Fierro, Carlos Heiras, Antonio Reyes, Eduardo Saucedo, Bardo
Hernández, Israel Lazcarro, por mencionar unos cuantos).
163
Marina Alonso Bolaños
7
Tenemos ejemplos hermosos como el de Juárez, quien manejó la ejecución de Maximiliano como la defensa
de la antigua nación indígena y como una venganza a la muerte de Motecuhzoma y Cuauhtémoc, porque la invasión
había constituido una agresión al Anáhuac y "a mi progenitor Cuatimoctitzin". Citado en Florescano, op. cit., p. 436.
8
Los románticos creyeron que los indios eran diferentes del resto de la sociedad por derecho, mas no de hecho,
por tanto, la proclamación de la igualdad ante la ley, terminaría por resolver el problema indígena. Así, los indios
dejaron de ser indios en 1821 cuando se promulgó el Plan de Iguala. [González et al.1996: 157-158].
9
'No podemos permitirnos esto porque tenemos un gran reto científico y social frente al futuro. Justo apenas
hace unos días el comisionado para el desarrollo de los pueblos indígenas de México, Luis H. Álvarez, declaró que la
tarea más importante para la institución que encabeza es la construcción de caminos y comunicaciones para que los
indígenas logren acercarse a "la civilización".
164
M ...
No sólo las sociedades cambian, sino que las exigencias científicas deberán
modificarse con el trascurrir del tiempo. Los grupos indígenas actuales son irreduc-
tibles a su pasado prehispánico y en esa medida el empleo del concepto de Meso-
américa para la praxis actual de la etnología se ha tornado prácticamente insoste-
nible. No se trata de hacer tabula rasa, sólo debemos asumir que estamos ante una
nueva profesionalización de nuestras ciencias histórico-antropológicas.
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del área de antropología, 92, mayo junio, Gloria Artís (ed.). Coordinación
166
M ...
167
13. Trabajo agrícola y ritualidad: notas
para una reflexión sobre la unidad y la
diversidad en Mesoamérica
Andrés Medina*
169
Andrés Medina
170
Trabajo agrícola y ritualidad
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Andrés Medina
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Trabajo agrícola y ritualidad
mixteco y otomí), que incluye a casi el 60% de los hablantes de lenguas amerindias
en México, de acuerdo con el censo del año 2000.
La base económica de estas sociedades era el cultivo del maíz y el sistema
tributario que canalizaba los excedentes hacia la clase dominante, la nobleza. El
trabajo agrícola en torno al maíz implica de hecho, un complejo de cultígenos que
proporcionaba la dieta básica para el mantenimiento y la reproducción social de
estas sociedades. Sin embargo, poco sabíamos de todas las implicaciones técnicas
y rituales que rodean el ciclo agrícola. Las fuentes históricas, como las de los cro-
nistas españoles y la nobleza de las sociedades de la Cuenca de México, han sido
parcas al respecto y no es sino hasta los años cincuenta, del siglo xx, cuando
comienza la investigación sistemática sobre las técnicas agrícolas; las formas variadas
de irrigación; los instrumentos tradicionales de trabajo; las variedades de los cultí-
genos principales, así como sobre el manejo de los recursos ofrecidos por la diver-
sidad ambiental.
Sin embargo, no era suficiente la elaborada información sobre los aspectos
técnicos de la agricultura centrada en la milpa para acceder al conocimiento del
carácter de las sociedades agrarias sostenidas por su producción agrícola, era nece-
sario desplegar el espacio ritual del trabajo agrícola, el ceremonialismo desarrollado
a lo largo de las diferentes etapas del cultivo. Una sugerente pista es propuesta por
Johanna Broda a partir de sus investigaciones sobre la ritualidad agrícola de los
pueblos de la Cuenca de México en el siglo xvi; apoyándose en las crónicas reconoce
la importancia política de los rituales a los dioses de la lluvia, aquellos que regían
sobre el trabajo y la suerte del cultivo del maíz, centro del culto de los campesinos,
o sea, los macehuales. Una mirada a la condición contemporánea de los pueblos
originarios de la Cuenca de México le permitió reconocer la vigencia de numerosos
rituales mesoamericanos, aunque entramados con un catolicismo que asumía muy
diversas formas, pero que, por otro lado, revelaba la vitalidad de una concepción
del mundo con profundas referencias a la tradición religiosa mesoamericana, como
la ha denominado A. López Austin [Broda 1971; López Austin 1998].
Desde muy temprano Johanna Broda centró sus investigaciones en los rituales
relacionados con la petición de lluvias, que abre el periodo de trabajo intenso en
las milpas, los que tienen como un referente temporal el periodo que va de la fiesta
de San Marcos, el 25 de abril, a la de San Isidro Labrador, el 15 de mayo, pero que
tiene como su eje principal en la gran fiesta de la Santa Cruz. Esto le condujo al
reconocimiento del culto a los cerros y a la base astronómica de los sistemas calen-
173
Andrés Medina
dáricos, lo que le permitió establecer una muy sugerente comparación de los datos
históricos con aquellos de la etnografía y encontrar así, sorprendentes continuida-
des. El campo que se abre a la reflexión y a la discusión es el de las relaciones entre
la historia y la etnografía, es decir, el de la explicación de los cambios y de las
continuidades en la cultura de los pueblos indios.
El planteamiento, sin embargo, merece una mayor elaboración; hasta ahora
tenemos ya algunas muy buenas descripciones y análisis desde diferentes perspec-
tivas teóricas, de los rituales de petición de lluvias, pero muy pocas del ciclo ritual
completo, que va de la preparación del terreno al levantamiento de la cosecha.
Un hecho fundamental para entender la especificidad del trabajo agrícola en
la tradición mesoamericana, es decir, aquella relacionada con el complejo agrícola
que rodea al maíz. A diferencia de la tradición cristiana occidental, en la que el
trabajo es un castigo divino, en la concepción mesoamericana el trabajo agrícola es
un diálogo intenso con las entidades que inciden en el crecimiento y maduración
del cereal; ello implica una concepción del mundo que otorga un carácter vital a
las fuerzas de la naturaleza. La lluvia, los vientos, la tierra, los cerros, tienen una
condición que encarna a dioses con los cuales se establece una compleja relación
de reciprocidad; los hombres necesitan de esas entidades para producir sus alimen-
tos y los bienes necesarios a su existencia; sin embargo, como se expresa en la mi-
tología y en los rituales respectivos, tales entidades necesitan también de los
hombres, para ser alimentados con los rezos, con las esencias vitales contenidas en
las ofrendas, los cantos y las danzas, en el esfuerzo desplegado para organizar los
rituales mismos. Esta concepción ha sido investigada a profundidad en los trabajos
de Catharine Good, particularmente en las nociones que rodean al término tequiti,
entre los nahuas de la cuenca del Balsas, en el estado de Guerrero [Good 2001,
2004].
Hay otra concepción compleja que incide en el trabajo agrícola, la de sacrifi-
cio. La roza y quema de las plantas silvestres, la penetración de la tierra con el palo
sembrador, que es relacionada con el acto sexual, son una agresión a las entidades
implicadas, básicamente la tierra, que requiere un ritual para pedir autorización,
pero sobre todo exige un sacrificio, cuyo componente más valioso es la sangre, lo
que constituye el "supremo acto nutricio", como lo llama Sybille de Pury [1979].
En las "peleas de tigres" que se realizan en los pueblos nahuas de la Montaña de
Guerrero, se ofrece la sangre derramada por los combatientes en el ritual de petición
de lluvias, pero también se sacrifica a guajolotes y gallinas en la cima de los cerros
174
Trabajo agrícola y ritualidad
sagrados, escurriendo la sangre sobre las piedras que marcan el sitio y en la tierra
misma, en un hoyo excavada específicamente para tal fin [Díaz 2000].
El acto mismo de sembrar los granos en la tierra implica un ritual, dirigién-
dose a la tierra, a los granos mismos, a las herramientas de trabajo, con elaboradas
metáforas y respetuosos gestos. De hecho el día de la siembra, a la que se convoca
a amigos y parientes, se realiza un complejo ceremonial que influye ofrendas y
peticiones, hechas en un altar situado en el centro de la milpa y que se extiende a
las cuatro esquinas. Al final se realiza un banquete y se consumen diversas bebidas
embriagantes.
Así, cada etapa del trabajo agrícola está marcada por muy diversos rituales.
Desafortunadamente tenemos muy poca información al respecto, por lo que
resultan altamente iluminadores los datos que nos ofrecen algunas investigaciones,
como las de Catharine Good y las de Arturo Gómez (con los nahuas del Balsas y
los de la Huasteca, respectivamente) sobre los rituales relacionados con las primicias
y con la llegada de las primeras mazorcas a la casa; pero todavía es mucho lo que
nos falta saber de otras regiones del país sobre este respecto.
En cambio sobre la fiesta de los muertos tenemos muy ricas descripciones, la
suntuosidad desplegada en la mayor parte de los pueblos indios, muestran una gran
diversidad de bienes procedentes de los campos de cultivo. Es una fiesta de la
cosecha que se ha desarrollado en complejidad en la segunda mitad del siglo xx y
se le ha creado un vínculo muy fuerte con el nacionalismo; sin embargo, mantiene
los elementos básicos de la tradición religiosa mesoamericana.
El ámbito del trabajo agrícola y de los rituales con los que se articula constitu-
ye el referente fundamental en el proceso de producción y en el de la reproducción
social y cultural; es el espacio a partir del cual se establece lo que Nicos Poulantzas
llamó la matriz espacio-temporal, es decir, los ejes estructurantes de la cosmovisión.
Es a partir del trabajo agrícola, de la experiencia cotidiana y de la incertidumbre
sobre el logro del esfuerzo desplegado por la acción de las entidades, que inciden en
el resultado final, como se aguza el sentido y se exploran los cielos, los vientos, los
ritmos de las lluvias, el movimiento del sol, y se genera un conocimiento estrecha-
mente entramado con la ritualidad correspondiente. No existe el conocimiento fuera
del contexto social y cultural en el que emerge y en las condiciones del trabajo en el
campo se articula en los discursos diversos constituyentes de la ritualidad.
El trabajo agrícola es también una experiencia social de gran intensidad; en
un primer plano implica al grupo familiar participante, pero esto se muestra con
175
Andrés Medina
176
Trabajo agrícola y ritualidad
177
Andrés Medina
indios, pues el reparto de la tierra abre paso a una etapa de reconstitución de las
comunidades a partir de su tradición mesoamericana, se introducen entonces las
formas de organización relacionadas con el manejo de la propiedad agraria —la
mesa directiva con presidente, tesorero, vocales y otros puestos— que se incorporan
al escalafón tradicional. Esta situación impone la hegemonía política del gobierno
federal, pero por otro lado, permite la transformación social y cultural de las co-
munidades. De hecho, la propia acción indigenista y la creciente experiencia de los
pueblos indios en sus relaciones con los centros urbanos, da pie a la configuración
de una nueva dirigencia en los pueblos indios que reivindican sus derechos políti-
cos y comienza a recuperar una memoria histórica que se articula a la milenaria de
los pueblos mesoamericanos.
El proceso desemboca, en la actualidad, en los reclamos de autonomía y en
la construcción de la misma en la práctica, ante la cerrazón de las autoridades
gubernamentales; la experiencia de los "caracoles" entre los zapatistas chiapanecos
y la organización de policías comunitarias, entre otras iniciativas orientadas en la
misma dirección, muestran la importancia capital de este espacio político, la crea-
tividad desde una tradición política colonial que se ha convertido en un instru-
mento de lucha y de negociación de importancia estratégica para la continuidad
de una antigua concepción del mundo, diseñada en la experiencia del trabajo en
torno al maíz.
Finalmente, con respecto a las diversas explicaciones sobre la religiosidad de
las comunidades indígenas, no es difícil reconocer la densa impronta impuesta por
el catolicismo y el etnocentrismo europeo. Como parte del lenguaje usado desde
la intolerancia religiosa que ve en las formas no apegadas a la ortodoxia impuesta,
formas impuras que deben ser eliminadas, aparecen diversas calificaciones marcadas
también por el racismo; y la mejor expresión de ello es el esquema evolucionista
del desarrollo de la humanidad. Gradualmente se han ido eliminando muchos de
los términos impuestos por esta perspectiva teórica, en la que por cierto, emerge el
primer paradigma de la antropología. El concepto de "tribu" hace tiempo se ha
desechado para calificar la organización tradicional de los pueblos indios, aunque
las mismas implicaciones aparecen en el "grupo étnico", tan inasible teórica y
políticamente.
El término sincretismo procede de la tradición católica para calificar a aquellas
formas que considera impuras, "mezcladas", es un término que descalifica y no
permite establecer las diversas especificidades históricas y culturales. Una opción
178
Trabajo agrícola y ritualidad
Reflexión final
Con estas notas he tratado de referirme a algunos de los problemas de orden teórico
y metodológico que encuentro en mi propio trabajo de investigación; intento
también contribuir a la discusión abierta con puntos de vista que han sido signifi-
cativos en mi experiencia personal. Me parece que los señalamientos de Catharine
Good en la presentación del segundo grupo de propuestas son fundamentales para
decantar los más importantes problemas implicados, particularmente aquellos que
tienen que ver con las perspectivas teóricas puestas en juego. Hay un hecho evidente,
la crisis de la perspectiva teórica y política construida por el nacionalismo mexicano
en torno a Mesoamérica; en ello tiene que ver, por supuesto, la crisis misma del
nacionalismo. Sin embargo, no podemos enfrentar esta situación cerrando los ojos
y pretender que es posible comenzar desde cero; la compleja tradición académica
y teórica que se ha establecido en la segunda mitad del siglo xx tiene que ser con-
frontada a través de un conocimiento profundo y honesto de sus propuestas; la
descalificación, la negación o, peor aún, esquematizar y distorsionar los datos
impiden aquello que nos hemos propuesto desde el comienzo de la polémica: es-
tablecer un diálogo abierto.
179
Andrés Medina
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181
Andrés Medina
182
14. El canon prehispánico*
Pedro Pitarch**
* Este texto corresponde al guion, un poco modificado, de una plática que di en el inah en junio de
2007, como parte de un seminario más amplio. Agradezco a la Coordinación Nacional de Antropología
del inah y, muy especialmente, a Marina Alonso por su invitación a dar el seminario. El texto tiene un
carácter más bien informal y carece del respaldo factual de un artículo convencional. He procurado,
no obstante, incorporar y responder algunos de los comentarios que se hicieron a mi presentación,
especialmente aquellos formulados por Catharine Good, Saúl Millán y Johannes Neurath, a quienes
agradezco sus observaciones.
183
Pedro Pitarch
1
Una línea diferente de estudios indígenas —más reciente y cada vez más vigorosa en la medida en que está muy
influida por los estudios de las universidades estadounidenses— se interesa especialmente por cuestiones de política,
política de la cultura. Se ocupa de los indígenas en tanto que sujetos políticos, más como grupos subordinados que
como poblaciones culturalmente diferenciadas. Esta orientación se mueve en el paradigma de la dominación-resisten-
cia: los indígenas como campesinos, mujeres, pobres, es decir, grupos subalternos (por supuesto, hay antropólogos
que trabajan en ambos campos y algunos tratan de combinarlos. Pero aun así no son fáciles de combinar y tienden a
permanecer conceptualmente diferenciados). Ahora bien, en esta perspectiva, la definición de lo indígena no es pro-
blemática; la diferencia cultural se da por sentada. Más exactamente, la "cultura" tiende a equipararse con aquello que
los indígenas ponen en funcionamiento para proteger, resistir, adelantar (o hacer lo que sea que haga) la identidad y
184
El canon prehispánico
la autonomía. El estudio de las prácticas culturales, en todo caso, interesa en la medida en que son utilizadas para esos
fines. Evidentemente, el tema de las relación entre el estudio de las culturas prehispánicas y contemporáneas es muy
secundario, cuando no simplemente irrelevante a esta orientación de investigación.
185
Pedro Pitarch
La obviedad de que no es lo mismo tratar con los vivos que con los muertos. Por
más extensas y fiables que sean las fuentes de que disponemos, es una información
o bien culturalmente mediada, o bien de la que carecemos la exégesis indígena, o
ambas cosas. Con los vivos es otra cosa: podemos dialogar, conocer no sólo su
creencia, sino su opinión —tanto mejor si es en lengua indígena—. Podemos, in-
terrogarles por el sentido de una acción y si, como suele suceder, nos responde que
no lo sabe o que "es la costumbre", esta repuesta será mucho más significativa que
lo que nos pueda decir cualquier interpretación. Todo esto demasiado evidente,
pero si es así, ¿por qué confiamos entonces, implícita, a veces abiertamente, más
en las fuentes históricas que en las actuales?, ¿por qué nos parecen aquellas más
sólidas y coherentes?, ¿por qué, en fin, debiéramos conceder más crédito y valor a
lo que escribió un tal Bernardino, del pueblo de Sahagún, en Castilla, que a las
palabras dichas por un indígena otomí o quiché (por más que esas palabras hayan
sido pronunciadas en un Vips de la Ciudad de México)?2
La etnografía trabaja sobre un terreno movedizo. Los indígenas, como nos
sucede al resto de los miembros de la especie, no siempre tienen las ideas claras, se
contradicen, las opiniones varían. El conocimiento local elabora ciertos campos,
no otros. Sobre todo, no es fácil reconocer qué problemas se plantean como tales
las culturas indígenas, del mismo modo que los problemas que plantea nuestra
cultura —más específicamente, nuestra pequeña cultura académica— no tienen
por qué ser problemas para ellas (es dudoso, por ejemplo, que el tema de este debate
represente mínimamente un problema para las culturas indígenas). Las ideas indí-
genas acerca de la naturaleza, la sociedad, la persona, la política, etcétera, son tan
distintas que nos obligan a tensar nuestra imaginación y forzar nuestros automa-
tismos intelectuales y lingüísticos. Nos fuerzan a dudar continuamente (por
ejemplo, ¿qué es un cuerpo en cierta lengua indígena?, ¿cuántos cuerpos tiene una
persona?, etcétera). Como resultado, la información de campo tiende a mostrar
una incoherencia y ambigüedad incómodas. Sólo mediante un enorme esfuerzo de
reducción y limado de aparentes contrasentidos nuestros escritos alcanzan un aire
de coherencia mínima para ser legibles. Pero, como cualquiera se mostrará de
acuerdo, hay una buena dosis de infidelidad en todo ello.
En contraste, la historia prehispánica aparenta proporcionar esquemas mucho
2
A lo largo de este texto estoy hablando, por supuesto, desde el punto de vista del etnógrafo. Me interesa el
efecto que tiene la tendencia a la "canonización" del pasado prehispánico en la etnografía, no en la historiografía, que
imagino se planteará sus propios problemas y discusiones y entre los cuales ignoro si se encuentra éste.
186
El canon prehispánico
187
Pedro Pitarch
sición. Y en este tipo de trabajo no hay diferencia entre el estudio del pasado y el
presente indígena.
En definitiva, no hay razones científicas o factuales como para que la historia
prehispánica funcione como precepto de la etnografía. Las razones por las cuales
aquella se ha constituido en el canon de ésta son de otro tipo. En general, sabemos
que la tradición occidental tiende a fabricar pasados ideales. Nada hay de extraño
en ello: forma parte de la llamada "invención de la tradición". Como recuerda
irónicamente Marshall Sahlins, en los siglos xv y xvi un grupo de intelectuales
europeos se dedicaron a formular un canon basado lejanamente, de manera selec-
tiva y uniformitaria, en la antigüedad grecolatina. Lo conocemos como "Renaci-
miento". Casualmente surgió cuando los turcos estaban a las puertas de Europa.
En el caso de México, el canon prehispánico es en parte resultado del propio desa-
rrollo de la ideología nacionalista. Como observó hace ya tiempo Octavio Paz, la
legitimación posrevolucionaria del Estado mexicano dependía de su vinculación
con el pasado prehispánico. La Conquista pasó a representar una usurpación; la
Independencia y, sobre todo, la Revolución, una restauración. No es casual, por
supuesto, que el "canon prehispánico" etnográfico se base en las culturas del México
central, inmediatamente anterior a la conquista europea.
El penetrante comentario de Octavio Paz sobre el sentido ideológico del
diseño de las salas del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México
es sumamente pertinente al tema del debate. Entrar en el Museo de Antropología
—dice Paz— es penetrar en una arquitectura hecha de la materia solemne del Mito.
Toda la organización de las salas de la historia prehispánica está dispuesta en función
de la exaltación del antiguo México-Tenochtitlan. El Museo se convierte en un
templo que da culto al origen, un origen que es la fuente de poder y legitimidad.
Paz no hace mención del segundo piso del Museo, donde se encuentra la exposición
de las culturas indígenas actuales, pero el lugar que ocupan éstas en la "arquitectu-
ra del Mito" se desprende fácilmente de su comentario. Su lugar es igual estratégi-
camente marginal. Los indígenas contemporáneos se encuentran justo encima de
las culturas prehispánicas, sobrepuestos a ellas (el Museo, por cierto, se ha tragado
el piso intermedio del periodo virreinal y también del siglo xix). Pero estar estra-
tigráficamente arriba es ocupar un lugar menor. Los pocos visitantes que después
de un recorrido deslumbrante y agotador por la historia prehispánica se animan a
subir a la sección etnográfica quedarán un poco decepcionados. Se trata de salas
considerablemente menos lujosas, más pequeñas y de techos —esto es quizá lo más
188
El canon prehispánico
notable— más bajos. Por añadidura, las vitrinas exponen —al menos así era hasta
hace algunos años, cuando visité el Museo por última vez— unas culturas indíge-
nas sin mácula de modernización: no hay trastes de plástico, ni radios ni aparatos
de televisión, ni mucho menos mujeres indígenas con el pelo teñido de rubio. La
exposición recurre a un tipo de procedimiento mimético —lo que Kirshenblatt-
Gimblett llama una aproximación in situ— que expande los límites del objeto
etnográfico para incluir más de aquello que fue dejado atrás. En este caso, me
parece, lo que fue dejado atrás no es sólo el contexto del que se han extraído los
objetos, sino también las civilizaciones prehispánicas que se encuentran justo
debajo. El segundo piso es un reflejo del primero, pero un reflejo pálido. En
realidad, excepto por el hecho mismo de su contigüidad espacial, no es fácil percibir
la relación entre ambos. Pero desde el punto de vista de la función del Museo, es
un reflejo necesario: el edificio estaría incompleto sin tratar de marcar la persisten-
cia del pasado en el presente.
La investigación etnográfica en México —el estudio de las culturas indíge-
nas— ha estado estrechamente vinculada a la acción gubernamental y, como parte
de ésta, a las formas ideológicas de legitimación del Estado. Todo esto es algo bien
conocido. Pero debemos reconocer que las implicaciones que ha tenido esta con-
dición para la etnografía en términos de su contenido científico es algo mucho
menos pensado. Por una parte, no sabemos exactamente cuánto y en qué forma el
conocimiento de las culturas indígenas de México es el resultado de esta subordi-
nación instrumental. ¿Sería muy distinta la imagen que tenemos de las culturas
indígenas si la etnografía hubiera dependido menos de la acción indigenista? Por
otra parte, casi más significativo es el escaso reconocimiento del hecho mismo, es
decir, que el contenido científico de la etnografía ha sido determinado por su papel
institucional. Tengo la impresión de que éste ha sido un aspecto reprimido en las
discusiones sobre la etnografía. Por los menos así ha sido hasta ahora, aunque
probablemente esté comenzando a cambiar. En cierto artículo, Roberto Da Matta
observa que aquello tratado en la etnografía de otras culturas es simplemente una
descripción, cuando se trata en la propia se convierte en una política. Ciertos temas
no son neutros; desatan emociones, sentimientos y actitudes, especialmente acti-
tudes políticas. A menudo, por una suerte de censura inconsciente, es preferible
mantenerlos fuera de discusión. Es por esto que los grandes centros de antropolo-
gía de EU y Europa tienden a inhibir los estudios de su propia cultura: demasiado
discutibles, poco "científicos".
189
Pedro Pitarch
3
También la etnografía estadounidense y hasta cierto punto la europea de las culturas indígenas mesoamerica-
nas ha tendido a invocar un modelo prehispánico ideal. En este caso, no obstante, me parece que intervienen razones
más bien de carácter romántico que propiamente institucionales (aunque sabemos que entre ambas también existe
cierta relación. Podría resultar rnuy revelador pensar por qué los estadounidenses marcan como modelo la civilización
maya, mientras que los mexicanos la de los "antiguos nahuas"). En todo caso, esto sugiere que el canon prehispánico
no puede explicarse exclusivamente por razones de legitimación política y que parecen existir razones más difusas que
tienen que ver, como observaba antes, con un más general sentimiento de idealización del pasado. No obstante esto,
también los etnógrafos extranjeros parecen haber sido con frecuencia abducidos por el indigenismo de las institucio-
nes mexicanas. Por poner un ejemplo, Jan Rus ha mostrado cómo el lanzamiento del proyecto Harvard-Chiapas en
los años cuarenta estuvo determinado, al menos en sus inicios, por las necesidades ideológicas del Instituto Nacional
Indigenista (ini). De hecho, sino hubiera sido por el ini el proyecto no habría existido.
190
El canon prehispánico
191
Pedro Pitarch
que a veces los temas se estudian simplemente porque es "lo que se supone que se
debe estudiar". Sólo ahora estamos comenzando a superar la travesía del desierto
de los estudios de la "identidad indígena".
Durante décadas las culturas indígenas han representado un patrimonio
cultural del nacionalismo que el indigenismo, y con él la etnografía, debían gestio-
nar. Pero los cambios en el Estado mexicano y en la propia lógica nacionalista están
volviendo esta función innecesaria. En cierto modo, la etnografía, tal y como la
conocemos, se está quedando desempleada, lo cual permite deshacerse de esa carga
instrumental que le fue asignada. Es probable que esto implique cierto grado de
marginación de la disciplina en el espacio público: de estar en una posición relati-
vamente central (aunque tampoco hay que exagerar), pasaría a una posición más,
por así decir, académica. En compensación, la etnografía podría desembarazarse de
la rigidez de la convención y explorar perspectivas y posibilidades de trabajo más
estimulantes. En otras palabras, podemos rehusar la equivalencia tácita entre
"indígena" y "prehispánico". Podemos pasar de considerar a las culturas indígenas
como una cápsula del tiempo constituyendo la esencia o el basamento de la nación
—fósiles culturales políticamente útiles— a formas culturales diferenciadas cuyo
interés reside, entre otras cosas, en su propia diferencia. Toda la perspectiva etno-
gráfica puede girar sobre sí misma. Puede cambiar, por ejemplo, la flecha del
tiempo. En lugar de ser pensadas casi exclusivamente vinculadas con el pasado,
podríamos pensarlas con relación a la modernidad. ¿Qué dice la modernidad de
las culturas indígenas? ¿Y qué dicen las culturas indígenas de la modernidad? ¿Cómo
interpretan, domestican, o —para tomar la expresión de Sahlins— "indigenizan"
la modernidad? Éste me parece un reto fascinante para una etnografía de las culturas
indígenas que ya no dependa de la autoridad del pasado.
192
UNIDAD Y DIVERSIDAD EN MESOAMÉRICA
DEBATES ANTROPOLÓGICOS, ETNOGRÁFICOS, HISTÓRICOS
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