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La canción dice “Las nenas con las nenas, los nenes con los nenes” y, aunque fue popular
en la Argentina hace ya 30 años, todavía hoy, cuando empieza a sonar en las fiestas de
casamiento, todo el mundo sale a bailar euforizado. Parece que aún nos resulta simpático
un mundo así: las nenas por acá, los nenes por allá. Eso explicaría tantas cosas. Miro el
loguito de Sara, una nueva aplicación que ofrece autos para mujeres conducidos por
mujeres en Buenos Aires. Es un loguito rosa. Rosa nena, rosa bebé, rosa inocente, rosa
frágil, rosa pelotudo: rosa mujer. No es la única aplicación en su tipo. Están She Drives Us,
en Chile; Línea Rosa, en El Salvador; los vagones de metro solo para mujeres en México;
los taxis conducidos por y para mujeres de Omán. Pasé por Dubái hace algunos años, y al
ver la fila de autos pintados de rosa y a sus conductoras con hiyab fucsia en el aeropuerto
sentí que el mundo retrocedía doscientos años. ¿La solución a las violaciones, los
manoseos, los maltratos y el miedo es que aceptemos vivir en un corral? Esas aplicaciones
y esos taxis dicen que las mujeres solo estamos seguras entre nosotras; acentúan la
irritante idea de que todas las mujeres somos buenas (yo, de hecho, no lo soy, pero
además, ¿no podrían ser las conductoras o las pasajeras personas violentas o
maltratadoras?); y se sostienen en el concepto de que el lado hembra del mundo está
formado por seres decimonónicos y vulnerables a los que hay que proteger manteniéndolos
alejados del peligro (masculino). Lo que se necesita para que ninguna mujer suba a un taxi
aterrada es educar (a mujeres y a hombres: ellas también bailan con fervor la cancioncita
fatal en los casamientos) y legislar de manera poderosa. Jamás aceptaré que vivir en un
gueto sea un avance.
Resulta sorprendente que tras tantos años de buscar la igualdad entre hombres y mujeres,
la gente siga coreando canciones discriminatorias, se utilice el color rosa para distinguirlas o
se creen aplicaciones que ofrecen taxis para mujeres conducidos por mujeres. Al parecer,
hay quien piensa que encerrar a las mujeres en “corrales”, separarlas de los hombres, es la
única manera de protegerlas de los abusos machistas: como si todos los hombres fueran
malos y todas las mujeres buenas. La solución no es aislar a las mujeres, sino desarrollar
políticas educativas y legislativas eficientes contra el maltrato.
Tema y estructura
2- La actitud del autor es muy subjetiva y apasionada. La autora parece sentirse indignada
por lo que ella considera un contrasentido: defender los derechos de las mujeres mediante
la discriminación. Desde una postura feminista Leila Guerriero, condena la discriminación de
la mujer, aunque sea en aras de su protección frente a las agresiones machistas. Se
muestra absolutamente convencida de que las mujeres son iguales a los hombres: son
personas antes que mujeres y exige por tanto igual trato que a los hombres. No le gusta una
sociedad en que mujeres y hombres tengan que vivir separados. Cree que el color rosa que
distingue a las mujeres es cursi y estúpido: “Es un loguito rosa. Rosa nena, rosa bebé, rosa
inocente, rosa frágil, rosa pelotudo: rosa mujer”. Igual de estúpido que esas canciones de
moda que separan la sociedad por sexos. “Las nenas con las nenas, los nenes con los
nenes.” Reservar vagones o taxis para mujeres, con la excusa de evitar agresiones, le
parece un retroceso en la lucha por la igualdad de la mujer, porque es en el fondo una forma
de infravalorarlas, de considerar que son “Seres decimonónicos y vulnerables a los que hay
que proteger manteniéndolos alejados del peligro (masculino).” También considera que es
discriminatorio para los hombres, pues estas medidas dan por hecho que ellos son los
malos y ellas las buenas, cosa que es evidentemente falso.
Frente a estas medidas que sitúan a las mujeres en “corrales” o “guetos”, la autora defiende
la integración total de la mujer en una sociedad en la que ambos sexos son iguales en
derechos y obligaciones. Las agresiones machistas se evitarán con unas medidas
legislativas y educativas eficientes:
“Lo que se necesita para que ninguna mujer suba a un taxi aterrada es educar (a mujeres y
a hombres (…) y legislar de manera poderosa.” Pues, como afirma con rotundidad al final
del texto “ Jamás aceptaré que vivir en un gueto sea un avance.”
La subjetividad del texto se relaciona con la función emotiva de la lengua y se manifiesta en
la presencia de la 1ª persona, tanto del singular -cuando se refiere a sus propias opiniones y
experiencias- como del plural, cuando engloba en un “nosotras” a todas las mujeres:
"pasé" sentí" "aceptamos" "aceptaré", lo cual provoca subjetividad. Utiliza estos verbos
para describir una anécdota suya y cómo se sintió en dicha situación. Y también para
expresar que ella no está dispuesta a vivir en un gueto, es decir, apartada de las personas
las cuales en teoría quieren agredirla, cuando no es del todo cierto.
Otros indicadores de subjetividad son el uso de coloquialismos, como el adjetivo despectivo
argentino “pelotudo”, el uso del diminutivo también despectivo “loguito”, los adjetivos
valorativos “euforizado” “irritante” “decimonónico” o el léxico connotativo sobre las
agresiones machistas “manoseos” “violaciones” “maltratos” o el propio título “corrales”. En
absoluto pasa por desapercibido el título del texto "Corrales" la autora ha puesto este título
ya que es la representación de dónde se encuentran las mujeres para no ser agredidas por
los hombres. Un lugar donde solo hay mujeres, las cuales en teoría no quieren hacer daño a
otras mujeres, por el mero hecho de ser mujeres ya que son "frágiles" e "inocentes". Dando
pie al argumento de que son los hombres los violentos y los maltratadores. Olvidando que
esas características son de las personas y no del género de la persona.
Además, muestra una actitud crítica respeto al siguiente enunciado "acentúan la irritante
idea de que todas las mujeres somos buenas" mostrando que las personas agresoras no
son solo los hombres, acentuando que una persona violenta puede ser tanto un hombre
como una mujer "¿no podrían ser las conductoras o las pasajeras personas violentas o
maltratadoras?"
Incluso se mostró pesimista cuando contó la anécdota de cuando estuvo en Dubái "pasé por
Dubái hace algunos años y al ver la fila de autos pintados de rosa y esos conductoras con
hiyab fucsia en el aeropuerto sentí que el mundo retrocedía doscientos años” mostrando su
indignación respecto a los autos dirigidos por y para mujeres, para que éstas se sientan
seguras alejadas de los hombres.
Predominan los verbos en presente de indicativo, esto se relaciona con la función
referencial “bailan”, “están”, puesto que se está refiriendo a la situación de la mujer en el
mundo actual.
En cuanto a la intencionalidad, hay que precisar que aunque se dirige a todo tipo de
personas, parece centrarse más en las mujeres como receptoras de su mensaje, pues en
ese “nosotras” parece incluir a ella y sus posibles lectoras, y en último extremo a la totalidad
de las mujeres. La intencionalidad última es convencer de su punto de vista a los lectores,
tanto a los hombres como a las mujeres. Esto se relaciona con la función conativa de la
lengua y se manifiesta en procedimientos lingüísticos de esta función. Algunos de estos
procedimientos coinciden con los de la función expresiva y otros son específicos de esta
función, como las preguntas retóricas que suponen una interpelación directa al receptor:
“¿La solución a las violaciones, los manoseos, los maltratos y el miedo es que aceptemos
vivir en un corral?”. La interrogación retórica, además de un recurso literario, una forma de
apelar a las lectoras, ya que son las mujeres las que se supone que deben de estar en un
corral, y mostrar su enfado por estas desigualdades, y que las mujeres que lo lean se
posicionen de su parte.
La finalidad que persigue la autora con su texto es buscar la reacción de las mujeres y que
se den cuenta de que están en un corral ya que la sociedad dice que ellas son débiles y
vulnerables, cuando no es así. Y que se den cuenta de que estar en un gueto apartadas no
es igualdad sino un paso hacia atrás alejándose de la verdadera igualdad entre hombres y
mujeres.
La autora es una escritora periodística y articulista que trata un tema de gran actualidad que
parece preocuparle mucho, por lo que, busca un lenguaje directo, apasionado y efectista.
Utiliza un registro estándar, en el que domina un vocabulario dirigido a expresar que la
separación entre géneros no es la solución para rebatir las actitudes y conductas machistas;
detectamos la presencia de alguna expresión genuinamente argentina (“pelotudo”), que
junto a la mención de la canción famosa en Argentina que le sirve de introducción nos
hacen pensar que la autora tiene esta nacionalidad.
La autora firma con su nombre, por lo que, se responsabiliza de sus opiniones y se muestra
subjetivo. Habla desde la posición de una ciudadana más del país, no como autoridad, ni
como experta en el tema de la violencia de género…. Su tono es muy apasionado. Parece
hablar con la libertad que le da una postura personal de defensa de sus propias opiniones,
que en cualquier caso busca compartir con los lectores, estableciendo mayor cercanía con
aquellos que opinan de forma similar a ella y no creen que la solución ante las conductas
machistas sea la separación entre el hombre y la mujer.
Los recursos lingüísticos en los que se manifiesta la subjetividad del texto, propios de la
función emotiva o expresiva, además de los coloquialismos a los que nos referimos antes,
son la abundancia de adjetivos valorativos (“simpático”, “inocente”, “bueno”, “irritante”…), el
uso de la primera persona, tanto en singular (“pasé”, “soy”, “sentí”..), como en plural, en
sentido generalizador, ya que se incluye a ella misma en el grupo de mujeres.(“”somos”,
“estamos”, “nos resulta”,), el uso de marcadores textuales (“de hecho”) y el uso del un léxico
connotativo (“violaciones”, “manoseos” ”vulnerables”… O el propio título “corrales”, una
metáfora que resulta muy gráfica, pues encorrales se encierra a las gallinas.
Encontramos también, además de esta metáfora, otras figuras retóricas, como el uso de la
interrogaciones retóricas y las anáforas y paralelismos con que expresa su desagrado hacia
el color rosa como distintivo de las mujeres: “Rosa nena, rosa bebé, rosa inocente, rosa
frágil, rosa pelotudo: rosa mujer.”
En ocasionas, las medidas que adoptamos para “solucionar” los problemas existentes,
como en el caso de los derechos y la seguridad personal de la mujer, no siempre son
eficaces e incluso, puede llegar a poner de manera involuntaria a la mujer en un papel
secundario o marginal. Desde hace tiempo, por ejemplo, los centros de enseñanza permiten
la enseñanza sin distinción de sexo. No obstante, todavía existen propuestas de nuevas
segregaciones, tal y como recuerda la autora, en algunos medios de transporte.
En efecto, coincido con Leila Guerriero, la autora, en que cualquier tipo de segregación,
aunque sea por un intento de protección, es más un paso atrás que un avance en la
igualdad de derechos. Esta creación “corrales” o vías diferenciadas, como en el caso
mencionado de la educación, podría verse además propiciada por mentalidades o creencias
de tipo conservador o religioso que aprovecharían estas medidas de protección para volver
a reclamar separaciones entre hombres y mujeres en cualquier tipo de ámbito: se empieza
por los taxis y se termina en hospitales y escuelas. Ni un paso atrás.