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Cave Canem

“...el A Bao A Qu, sensible a los valores de las almas humanas.


Vive en estado letárgico, en el primer escalón, y sólo goza de vida
consciente cuando alguien sube la escalera.”
Jorge Luis Borges (El libro de los seres imaginarios)

Cuando yo era chico el mundo no estaba en-red-ado y si bien era ancho, tampoco era lo que
se dice tan ajeno, de hecho la chiquillada del barrio, lo considerábamos propio, al margen de
lo que pensaran los mayores al respecto.
Existían por supuesto ciertos limites, a veces físicos (hasta donde podía uno llegar con la bici
antes de cansarse para volver o empezar a sentirse aburrido o asustado) a veces las tácitas
fronteras con las pandillas de otro barrio, y a veces por supuesto estaban las zonas donde no
había mas que zarzas y matorrales impenetrables unicamente interesantes por algún arroyito
o charco grande, donde a veces se encontraba algún sapo desprevenido, pero también
tenían otras cosas rastreras que se escurrían de repente por el suelo y que nunca se veían
del todo ni daban para animarse a perseguirlas.
Con todo el barrio poseía una flora que era algo aparte donde convivían mas civilizadamente
muchas cosas diferentes aunque con algunas con las que no había que meterse muy
abiertamente porque incluían arboles a los que treparse era causa de inmediatos gritos de
“¡bájense de ahí que se van a romper …!!!” (una pierna o brazo, la cabeza, etc.) o jardines
que por alguna razón estaban mas prohibidos que reírse en la misa, donde nuestro legitimo
botín de uvas, higos, ciruelas, naranjas, nueces y otras exquisiteces eran celosa aunque
inútilmente custodiadas para aumentar su deseo y la posterior satisfacción del merecido
festín a escondidas.
Por otro lado existía también una abundante fauna de bichos interesantes que incluía, lo que
nuestros custodios inexplicablemente sentenciaban como “asquerosos” a saber: caracoles,
lombrices, arañas, ciempiés, cascarudos, bichos peludos o sea casi todo lo que o: no tenia
patas o tenia mas de cuatro (con la excepción de las luciérnagas y mariposas que gozaban
de inmunidad y las ratas y ratones que eran inapelablemente asquerosos), lo que dejaba
mas o menos a los perros, gatos y pájaros como opciones aceptables de animales de
compañía aunque tampoco los excluía automáticamente de la censura previa.
Los pájaros claro no podían ser blanco de hondas o victimas de trampas porque eran seres
que NO se lo merecían. (a pesar de que prácticamente en toda casa había una inexplicable
jaula con uno de esos inocentes reos)
Del resto, perros y gatos, entonces quedaban dos clases bien diferenciadas: los que tenían
un dueño claro y reconocido y los que no, que estaban en una zona borrosa entre la
tolerancia mas o menos indiferente y lo indeseable. Estos eran por supuesto (con alguna
excepción) los camaradas habituales de nuestras correrías o fechorías con sus motes y
señas particulares pero sin ninguna pretensión de propiedad particular de alguien.
Entre todos había uno que destacaba, por supuesto un perro, que por ser de los mas
cercano a los absolutamente indeseables para los adultos era el que tenia nuestra
incondicional simpatía.
El Perro (porque así se lo conocía, aunque había muchos otros perros que nos seguían este
lo era por antonomasia) era de raza indefinidamente perruna, ni muy grande ni muy chico,
abundante pelo, de color entre gris y marrón podía decirse, manchado, pero eso parecía
variar con la estación, si había llovido mucho o estaba muy seco, pero era inconfundible aun
de lejos.
Mi abuela que tenia mas años que Matusalén según decía todo el mundo, fue la primera que
me advirtió:
-¡No le des nada a ese cuzco mugriento porque luego te va a seguir siempre!
Obviamente en cuanto pude le conseguí un hueso que logro que la profecía de la abuela se
cumpliera.
Con el tiempo me di cuenta que parecía que todo el mundo había caído alguna vez en lo
mismo y resultaba que el bendito (o maldito, según con quien se hablara) perro le movía la
cola a todos aunque lo amenazaran con un palo o una pedrada que tampoco por razones
inexplicables nunca llegaba al hecho.
El Perro tenia sin embargo dos inflexibles enemigos: uno, un milico retirado, al que todos
saludaban como (con voz seria y bajando los ojos) “Sr. General” y el otro el “Sr. Cura” de la
iglesia que estaba enfrente a la plaza del barrio al que se le dedicaba la misma voz seria
pero mirándolo a los ojos tratando de no aparentar crispación alguna.
Por otro lado también tenia un absoluto y leal partidario, “el Maestro” de cuarto grado de La
Escuela. (ademas de nuestra furtiva complicidad por supuesto)
Como era de cajón esta era otra de las razones de la no muy abierta pero si innegable
enemistad del General y el Cura con el Maestro. Una vez en una de esas cuasi clandestinas
ocasiones en que surgió el tema de El Perro con el Sr. Servetti (el único nombre que le
conocimos) este nos dijo (porque se trataba de determinar la posible genealogía del perro)
con una sonrisa medio torcida que sin duda se trataba de un “canis popularibus dubium”,
obviamente todos nos miramos para saber si alguien había entendido algo, como parecía
que no, aclaro:
-Eso es en un idioma que se llama Latín que se usa entre otras cosas para ponerle nombre a
grupos grandes de animales y plantas, todas las razas de perros del mundo se agrupan bajo
la denominación común de “canis lupus familiaris” lo que mas o menos viene ser “perro de la
familia pariente de los lobos”, pero que este mas que familiar es seguro “el dudoso perro del
pueblo sin parientes conocidos”. Pasaron años hasta que logre entender el chiste (no se si
alguien mas lo logro), pero lo cierto es que empece a fijarme mas en El Perro, siempre
andaba por ahí como zonceando y de vez en cuando encontraba a algún vecino
deambulando serio mirando el piso con pinta de estar rumiando algo que no terminaba de
tragar, entonces movía la cola y se ponía a seguirlo, la persona en cuestión miraba a El Perro
y a veces intentaba echarlo, le hacia gestos y le gritaba ¡Shuuu! y esas cosas para que se
fuera, a veces El Perro se alejaba un poco, pero al rato volvía seguirlo. Entonces el otro se
rendía buscaba donde sentarse y se ponía a hablarle, a veces un rato largo, a veces con
grandes aspavientos, (El Perro mientras tanto lo miraba fijo y movía la cola de vez en
cuando) cuando parecía que ya había dicho todo la persona se levantaba y se iba y El Perro
también pero para el otro lado. Muchas veces vi esa escena a veces incluso con vecinas que
estaban barriendo la vereda, y lo amenazaban con la escoba, pero igual, al final terminaban
apoyándose en ella y proseaban con El Perro. El caso era que todos los involucrados
parecían quedar muy satisfechos del lance (aunque probablemente no supieran explicar
porque) y por lo general si se lo mencionaban ponía cara de no saber de que se le hablaba.
Las únicas excepciones eran por supuesto el General y el Cura, que cuando lo veían
rondando por lo que consideraban “Su Territorio” llamaban a los perreros del municipio, esto
tenia el efecto de que cuando se divisaba la inconfundible y destartalada camioneta gris
cundía la alarma por todo el barrio y la chiquillada y algún vecino a veces (hay que decirlo)
ponía resguardo a cuanto chucho andaba en la vuelta.
Esto no valía para El Perro porque él de alguna manera siempre los esquivaba por su
cuenta.
Cuando llegaban nunca estaba cerca de la casa del General ni de la Iglesia, si los perreros lo
veían atravesando la calle en el cruce siguiente, cuando llegaban traqueteando al lugar ya no
estaba, si preguntaban a alguien, les decía que recién había pasado, pero ahora no se lo
veía por ningún lado. Después de unas horas de ir para arriba y para abajo por el barrio con
una que otra acelerada que los dejaba en esquinas absolutamente huérfanas de canes, se
daban por vencidos y se iban.
Era entonces cuando El Perro reaparecía trotando manso por frente a la Iglesia o la vereda
de la cuadra del General.
El Maestro Servetti sin embargo siempre se cruzaba con El Perro y siempre tenia algo para
darle y El Perro lo acompañaba un rato hasta La Escuela o a su casa y luego seguía viaje sin
rumbo aparente.
Cuando empece a “investigar” a El Perro también surgieron otro par de cosas medio raras:
una era que nadie sabia cuanto hacia que andaba por el barrio , mi abuela, que como ya dije
era viejisima me dijo que se acordaba que cuando era chica como yo, alguien le había dicho
que hacia mucho había vivido en el barrio otro maestro de nombre ruso o polaco o alemán a
lo mejor judío que lo había traído y que cuando se fue o se murió (no estaba segura) El Perro
se quedo por ahí. Esto lo confirmaban unos y otros lo desmentían asegurando que no era el
mismo perro, de hecho si se lo preguntaba a algún par de veteranos sentados en la plaza era
seguro que uno diría una cosa y el otro lo contrario y terminaran discutiendo acerca de la
senilidad y los daños que la bebida le hace a la gente.
Lo otro es que tampoco nadie sabia a ciencia cierta era donde vivía, no era de nadie claro,
pero en algún sitio tenia que guarecerse cuando llovía mucho o por las noches de invierno
cuando se congelaba hasta el agua de la fuente de la plaza. Algunos creían que tenia que
ser la casa en ruinas y rodeada de cardos y otras plantas pinchudas y arboles medio secos
donde nadie querría subirse, que constaba en nuestra lista de lugares prohibidos (pero con
mayúsculas rojas y subrayado), por muchas y variadas razones según quien nos previniera
de no pisarla nuuuuunca: “porque se iba a caer al primer estornudo”, “porque era un basurero
lleno de porquerías y ratas, arañas, víboras y otras pestes”, y por supuesto, “porque estaba
embrujada y allí vivían varios fantasmas infantofagos, el Hombre del saco y las brujas que la
cuidaban para cuando el Diablo tenia que pasar la noche en el barrio”.
Esto parecía también era la razón de la tirria del Cura con El Perro, que para él, confirmaba
que estaba maldito.
Era uno de los lugares donde los de la perrera siempre revisaban (desde afuera) cuando
venían, miraban por las ventanas sin vidrios y las puertas que colgaban de las bisagras,
pero de El Perro ni la sombra.
La casa por supuesto seguía tan campante no importa cuanto temporal espantoso cayera
sobre el barrio con vientos que abolían gallineros, granizadas que arruinaban techos y rayos
que partían arboles.

Ahora voy a tener que contarles del “extraño caso del Sr. Servetti”. Como ya dije era uno de
los mal vistos por el General y el Cura, a lo mejor porque nunca iba a misa y se lo había visto
con cara de aburrido parado y cambiando de pie de apoyo (como hacíamos nosotros) en los
Actos de La Escuela, era tipo un poco raro (en parte por ser el único maestro varón que
habíamos visto) y por supuesto nos caía simpático a los que estábamos por aquel entonces
cursando el cuarto grado.
Ya mencione que tenia una relación especial con El Perro, por ejemplo, se los veía a veces
en la plaza donde el Maestro siempre con algún libro se sentaba a leer y parecía comentar
con El Perro sus lecturas que echado cerca levantaba una oreja o movía la cola o a veces
bufaba como siguiendo las disquiciones del otro. ¡Incluso a veces parecian discutir ! El
Maestro remarcando con un movimiento del dedo indice lo que decía a El Perro y este
ladrandole a la cara y cuando alguien que pasaba los miraba asombrado, paraban y lo
miraban también como diciendo ¿Que pasa?
Otra cosa era que no quería que lo llamáramos Sr. Maestro, sino solo Sr. Servetti, el a su vez
no nos llamaba como Las Maestras, Pérez o García a secas, sino Sr. Pérez o Srta. García
(en aquellos años no era políticamente incorrecto llamarle así a una niña) con total seriedad y
respeto.
También tenia “ocurrencias”, como por ejemplo las “redacciones” que nos mandaba de tarea
en casa no eran simplemente “La Vaca” o “El Verano”; no La Vaca tenia que ser “La Vaca
sabia” y El Verano tenia que ser el del Polo Norte, lo que lograba que nuestros padres se
atragantaran cuando les preguntábamos en la cena, cosas como:
-¿Cuanto calor hace en verano en el Polo Norte? O ¿Que estudian las vacas?
Cuando le decíamos al Sr. Servetti que no teníamos ni idea para el tema de la redacción,
levantaba una ceja y decía:
-Hagan como siempre, si no saben lo inventan. Y agregaba (a veces con cara de pícaro)
cosas como:
-A lo mejor la Vaca sabe si Papa Noel usa bermudas rojas.
Tampoco se conformaba con usar solo los libros que siempre venían en “El Indice Oficial
Obligatorio de Textos Escolares” del Ministerio, así que junto con la “LA ARITMETICA”
aprendíamos matemáticas con Malba Tahan, en nuestro portafolio la “LA GEOGRAFIA”
compartía sitio con Los viajes de Gulliver (aunque nunca pudimos encontrar en el Atlas de la
pared los países que visito) “EL LENGUAJE” miraba de reojo a “Emilia en el país de la
gramática”, y nos enteramos de algunas cosas interesantes como que “El Prócer” no siempre
había tenido esa pinta de broncínea dureza de la estatua de la plaza y que Tarzan había
salido de un libro que el único dibujo que tenia estaba en la tapa, no como las revistas que
nos compraban en el quiosco de Don Alejandro en la plaza.
El General y el Cura nunca lo saludaban cuando se lo cruzaban, aunque al primero lo
habíamos escuchado soltarle: “acrata”, cosa que nuestro diccionario no nos aclaro nada (el
Sr. Servetti nos había hecho descubrir que no solo servia para saber donde llevaban la tilde
las palabras o cuando iban con “b” o “v”) porque “acrata” decía (algo también ignoto)
anarquista y “anarquista” era acrata. Después de conferenciar entre nosotros decidimos que
era mejor diferir esa sabiduría que animarse a preguntarle a nuestros padres (cosa para la
que de todas formas no había voluntarios) con quien sabe que explosivas consecuencias.
Por otro lado cuando era el Cura con el que se cruzaba con el maestro (casi siempre con
algún libro frente a la cara) levantaba la nariz y agarraba con fuerza el crucifijo mirando para
arriba como para ver si llovía, luego miraba la espalda de Servetti que se alejaba, otra vez el
cielo, negaba con la cabeza antes de seguir por su lado. El siguiente domingo era clavado
que el sermón del la misa iba ir de herejes.
Nosotros asistíamos a esta sucesión de escenas sin que nada ni nadie nos desayunara de
que iba la obra por no decir el titulo, pero con un interés entre desconcertado y divertido que
nos mantenía en alerta. Así era que nos esforzábamos en seguir toda la peripecia de los
personajes convirtiéndonos en inconscientes corresponsales de una crónica cuyos retazos
hilvanábamos pacientemente con las instantaneas que cada uno recopilaba cuando por
casualidad (o no) le tocaba ser testigo.
La conducta y dichos de Maestro eran los que parecian el combustible de aquella maquina y
nosotros los espectadores privilegiados lo que hacia que como estábamos pendientes
siempre de lo que hacia y decía el Sr. Servetti aun (cosa inaudita) en clase. Nuestras
calificaciones eran notables a fuerza de que repasábamos todas sus lecciones y lo que nos
mandaba estudiar porque no queríamos perdernos alguna posible pista de lo que estaba
pasando.
Por supuesto esto hizo sospechar de favoritismo lo que origino una desusada agenda de
visitas de “Inspectores Educativos Ministeriales” queriendo encontrar donde se originaba
aquella anomalía, que quedaba muy desconcertados al comprobar que efectivamente
estábamos enterados en abundancia de la vida y obra de los números quebrados y las
facciones, pasando por el prolijo descuartizamiento de extensos polisilavos y la exacta
relación de efemérides nacionales.
Esto tenia algunos efectos colaterales inesperados como ser: un día mi padre escuchando
las noticias suelta un grito “¡Togo! ¿¡Togo!? ¿Qiuen diablos sabe donde queda Togo? Mirando
enojado la radio. Yo estaba manso con mi revista de historietas y sin levantar la vista
automáticamente respondo:
-país africano de la costa de los esclavos, capital Lome, idioma francés-
Después de un momento me di cuenta que mi padre (ya olvidado de las noticias de Togo) me
estaba mirando con una cara rara como inseguro de que reacción tener
Pero volviendo al Sr. General y al Sr. Cura las cosas que mas les torcía la jeta a los dos era
cuando al Sr. Servetti le daba por hacer “experimentos” en clase.
El que los saco definitivamente de quicio fue el siguiente: un día el Sr. Servetti nos dijo que
para la siguiente clase teníamos que traer papel de la panadería y un poco de alambre
(facilisimo).
Al otro día con esas cosas y un poco de engrudo armo algo que parecía una de esas
cometas que les dicen “barriletes”, era cuadrado por todos lados con papel por cuatro de
ellos sin fondo ni tapa y que todos sabíamos que no se iba a poder remontar ni que soplara
un huracán. Pero el Sr. Servetti dijo que era para un “experimento”, y que no iba a haber
ninguna trampa ni magia, que el iba a poner una cosa adentro de aquel barrilete y nosotros
teníamos que adivinar por la sombra que era. Así que puso el barrilete en el medio del
escritorio con una esquina apuntando al medio del pasillo que separaba las dos filas de
bancos de la clase con una lampara de cada lado de atrás, después con cuidado para que no
lo viéramos coloco algo adentro y encendió las lamparas y pregunto:
-¿Que es?
Desde la fila de la derecha donde yo estaba sentado se veía muy claramente un rectángulo
alargado, así que todos gritamos, “un ladrillo” , pero los de la izquierda estaban gritando “una
pelota” hubo un cruce de miradas que decía que los de la otra fila estaban alucinando.
El Sr. Servetti puso cara de estar dudando y dijo:
-A lo mejor hay que hacerlo de vuelta. Apago las luces y murmuro:
-Mejor acomodo esto- metió la mano un momento en el barrilete y volvió a encender las
luces ahora de mi lado veíamos la sombra redonda de una pelota y por la cara de los de la
otra fila era evidente que estaban viendo la de un ladrillo. Otra vez se apagaron las luces, el
Sr. Servetti se encogió de hombros y abrió las manos como diciendo:- ¿Y bueno? Nadie se
animo a decir ni mú por un rato, así que al final el Sr. Servetti levanto el barrilete y vimos que
lo había que adentro era un como un tronco liso de madera, (clavado por el medio en un
pincho bien finito con una base de metal chata) que claro, si se miraba de frente era redondo
como una pelota pero de costado parecía un ladrillo.
-¿Entonces, que conclusión sacamos?
Insistió el Maestro.
Nuevo silencio total, hasta que se alguien levanto la mano.
¿Sr. Moreira...?
Inquirió el Sr. Servetti, entonces se paro Moreira (Manolo, para los de la banda) que para lo
único que siempre había levantado la mano era para pedir ir al baño, y dijo con voz un poco
insegura pero clara:
-Todas las monedas tiene dos caras pero de canto no se puede distinguir cual son
El Sr. Servetti quedo como tomado por sorpresa levanto mucho las cejas y luego de un
momento una sonrisa le estiro la cara como nunca, y exclamo:
- ¡Sobresaliente, para el Sr. Moreira! (dicho sea de paso, fue el único que consiguió nunca
que se supiera)
Después, para sorpresa de todos decreto día libre y deberes: que todos contáramos el
experimento a nuestros padres y traer las respuestas.
Las reacciones de nuestros mayores variaron según los casos desde la risa hasta un cierto
ofuscado desconcierto.
La historia termino saltando al decir del padre de Manolo que era dueño del boliche del barrio
“como escupida en plancha” (imagen que me ha perseguido siempre, hasta el punto de que
nunca he pedido ni un huevo frito en un bar).
El domingo el sermón (de ¡HEREJIA! claro) fue memorable, porque poco falto para alguien
llamara a la emergencia medica porque el Sr Cura parecía al borde de un ataque, con una
mano en el pecho y el puño en alto, el sudor y las lagrimas le corriendole por el rostro a ratos
rojo a ratos blanco, rompiendo todos los niveles de decibelios que se recordaran. En primera
fila el General era una estatua de granito gris, las cejas juntas, la boca apretada de una
forma que dejaba claro que ni usando una palanca la iba a abrir.
La demás gente del barrio se acogió de forma espontánea y por unanimidad a un voto de
silencio digno de cartujos acerca del experimento.
El lunes la vuelta a clase fue en un ambiente pesado como bajo una nube negra de tormenta.
Pese al cual encontramos al Sr. Servetti con un animo muy calmado para nuestro gusto.
Algo adivinó porque se adelanto y nos dijo:
-No se preocupen, no hace falta ser Jeremías para saber la suerte mía...
Nos reímos un poquito porque le había salido un versito.
Al mediodía (los deberes no se habían mencionado siquiera) estábamos en un ritmo normal
(como si tal cosa hubiera existido alguna vez), cuando vino el bedel a decirle al Maestro que
(insólito de lo insólito) lo querían ver en la Dirección.
Cuando volvió al rato, nos explico que parecía que “Alguno de Arriba” (los únicos que
conocían quien estaba “Arriba” solo podían ser el General y el Cura claro) había llegado a la
conclusión de que precisaba una licencia por tiempo indefinido y que nos iban a poner a
alguien de suplente por lo que quedaba del año que era poco.
Nos toco el turno de quedar de piedra, pero antes que estallara el motín o lo que fuera que
se nos ocurriera levanto las manos para tranquilizarnos y mientras reunía sus cosas, dijo:
-No se preocupen ni se calienten, como vimos en el experimento lo único Cierto es La
Incertidumbre.
-Ademas los dejo con mi Colega que se las sabe todas (agrego con un gesto, señalando a la
ventana)
Nos dimos vuelta para mirar y vimos a El Perro sentado en la vereda de enfrente tan orondo
y lirondo como siempre.
-Una cosa mas... (remato antes de cerrar la puerta) ¿Saben que es hembra, verdad?

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