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El concepto de artista ha implicado numerosas acepciones a lo largo de la historia de la humanidad,

y es que siempre han existido manifestaciones dignas de ser consideradas artísticas, así como
artistas a quienes las concibieron, y usamos el término concebir porque implica este tanto la
ideación como la ejecución, pues hoy se incluye muchas veces bajo el abrigo del concepto artista a
quienes meramente idean conceptos o situaciones. No obstante, si se echa la vista muy hacia atrás
puede comprobarse que la labor física siempre ha estado presente en el denominado trabajo
artístico. Dado que desde antiguo la labor del artesano ha estado emparentada con la del artista, no
extraña que incluso en los tiempos actuales muchas sean las ocasiones en que se produce un
momento de intersección entre el obrero u operario y el artista, no en vano se manejan en
similares o idénticas técnicas, si bien en aras de alcanzar uno u otro objetivos muy diferentes.
El arte surgió en la noche de los tiempos vinculado a actividades de subsistencia que fueron
evolucionando hacia la condición de manifestaciones artísticas cuando las comunidades fueron
alcanzando mayores estadios de confort en lo relativo a la supervivencia y a la perpetuación. En la
antigüedad clásica no se atribuía valor al creador de las obras de arte, las que, curiosamente, sí
gozaban de gran aprecio por parte del cuerpo de ciudadanos, siendo un producto digno de
veneración. Y era precisamente porque, a diferencia de otros creadores, como el poeta, el escultor,
por ejemplo, convivía con la suciedad y el esfuerzo, no generando discurso intelectual. La Edad
Media relegó el legado técnico-teórico de la Antigüedad en favor de la atribución de un mayor peso
a los maestros constructores, más vinculados directamente con la materia. En este tiempo el artista
no conocía el concepto de dignidad personal, pues todo el mérito le era concedido al constructor,
pues dicho artista se atenía a lo pautado. En la época renacentista por fin el artista obtuvo el respeto
de los humanistas. Se empezaron a vincular las artes con los avances científicos, surgiendo,
asimismo, las primeras academias de Diseño, como la de Vasari en Florencia. En el siglo XVIII se
empezaron a regularizar las pautas y disciplinas, deslindando de manera más nítida los conceptos de
artista y artesano. Los primeros venían librando, de hecho, una lucha denodada para obtener el
reconocimiento de un estatus diferenciado con respecto a los segundos. En el XIX será cuando surja
un aura de espiritualidad en torno al artista, centrándose este más en la expresión de su subjetividad,
proceso que iría generando el caldo de cultivo que desembocaría en las llamadas vanguardias
históricas, tras las cuales nada volvió a ser igual, hallándonos en la actualidad en un paradigma que
no es sino la ausencia de un paradigma claro. En el arte se da una contradictoria cohabitación de
tendencias, parámetros y paradigmas, siendo más un arte de investigadores el que impera que de
creadores, en el que prolifera un cierto desdén hacia el oficio en favor de la imaginación. El artista,
como el obrero, se beneficia de los avances tecnológicos de cada tiempo en el desempeño de su
labor, pero a diferencia del segundo emparenta también en cierto modo con el científico en lo que
respecta al prurito investigador. El artista siempre suele indagar en fórmulas y procedimientos no
solo poéticos, sino procedimentales. Hoy muchos artistas adscritos al empleo de las más
tecnológicas herramientas, ejercen las veces de operario si bien de operario cualificado en dichas
prácticas de última generación relativas a la informática, por ejemplo, porque cambian los tiempos
pero no el hecho de que el artista tenga ideas o intuiciones y busque medios y procedimientos para
materializarlas.

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