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ISBN - 84-9822-366-0
Resumen
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© 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
José Manuel González Calvo – La gramática. Concepto y partes. Morfología y sintaxis.
El estudio del funcionamiento de los sonidos en una lengua cae así fuera de
esta gramática colectiva, que sin embargo incluye una parte de lo que se conoce como
‘gramática del discurso’ (la Cuarta Parte lleva por título: “Entre la oración y el discurso”,
y está en el volumen 3; la Quinta Parte se dedica a la Morfología). Más aún, lo que
llamamos formación de palabras más la flexión, cuestión atendida con cierta amplitud
en la sección aludida de Morfología, no está presente en la caracterización que se
hace de la gramática en la introducción de la obra, ya que no dice nada sobre el
estudio sistemático de las clases de morfemas, las combinaciones posibles entre ellos
y las relaciones entre esas secuencias morfológicas y los significados que puedan
atribuírseles. Que no aparezca esto en la definición no es obstáculo para defender sin
paliativos, en la página XXV de la “Introducción”, la inclusión de la formación de
palabras en la gramática:
Ni que decir tiene que las gramáticas no incluyen habitualmente capítulos sobre
la formación de palabras como los que conforman la última parte de este
tratado.
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José Manuel González Calvo – La gramática. Concepto y partes. Morfología y sintaxis.
Con bastante dolor y con más sentido crítico, el autor de la primera parte, a
quien se le había encomendado la redacción del capítulo titulado “Formación
de palabras”, ha preferido dejarlo en el telar para mejor ocasión. De esta
manera nuestro libro nace dentro del tópico casi general en la estructuración de
las obras descriptivas de la lengua española.
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José Manuel González Calvo – La gramática. Concepto y partes. Morfología y sintaxis.
Por lo expuesto, que no es más que una síntesis simplificadora, se deduce que,
no importa con qué método, en la actualidad solo tenemos teorías gramaticales
insatisfactorias con desconexión entre las escasas secciones atendidas, no una teoría
gramatical con partes organizadas y jerarquizadas dentro de un todo. Si no sabemos
distinguir entre morfología y sintaxis, y si la fonología y la lingüística del texto no
encajan en el entramado gramatical, ¿para qué se quiere la gramática? ¿Qué utilidad
científica puede dar? ¿Cómo puede ser efectivo un quehacer docente en estas
condiciones? Otros enfoques son posibles. Por ejemplo, Manuel Casado Velarde
(1993: 9-15) se apoya en Eugenio Coseriu y T. A. Van Dijk para distinguir entre
lingüística del texto y gramática del texto. La primera se ocupa del análisis de los actos
de habla que realiza un determinado hablante en una situación concreta. Estudia,
pues, los textos en cuanto tales, independientemente de la lengua o lenguas en que se
presenten. En cambio, la gramática del texto se encarga del texto como nivel de
estructuración de una lengua determinada, y representa la gramática más allá de la
oración. El objeto de la gramática del texto está constituido “por los procedimientos
idiomáticos orientados hacia la construcción de textos”. No procede, por tanto,
contraponer la gramática del texto a la gramática a secas, ya que una gramática del
texto incluye una gramática de la oración.
Es posible plantear algunas dudas ante este enfoque de la gramática del texto.
¿Por qué contraponer una lingüística del texto a una gramática del texto? Se entiende
lo que se quiere decir, pero, ¿por qué no distinguir, paralelamente, entre lingüística del
morfema y gramática del morfema, entre lingüística de la palabra y gramática de la
palabra, entre lingüística de la oración y gramática de la oración, incluso entre
lingüística del fonema y gramática del fonema? Por otra parte, acaso la denominación
de gramática del texto perturbe más que aclare. El plano textual de la gramática puede
ser investigado por una parte de ella que puede tener un nombre preciso. En algunos
ámbitos lingüísticos anglosajones se usa el término Textology, fácilmente adaptable al
español como Textología. Si se consideran las lenguas como sistemas de
comunicación específicos, es en el plano textual donde el dinamismo comunicativo
alcanza su última razón de ser y su sentido. A ello colaboran los planos intermedios, el
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morfológico y el sintáctico, a partir del plano fónico, pues las lenguas son sistemas de
signos orales. ¿Son necesarias dos disciplinas (gramática y lingüística del texto) para
estudiar los elementos de una lengua y su organización? ¿Se necesitan tres:
fonología, gramática y lingüística del texto? ¿O basta con una, gramática, para explicar
mejor la relación, implicación o articulación de los planos del sistema de una lengua?
Ante todo, véase cómo define “gramática” en la época actual el Diccionario de
la Real Academia Española (DRAE). La 21ª edición (1992) da como primera acepción
ésta: “Arte de hablar y escribir correctamente una lengua, y libro en que se enseña”.
La segunda acepción es: “Ciencia que estudia los elementos de una lengua y sus
combinaciones”. En la 22ª edición (2001), la segunda acepción vista pasa a ser la
primera, mientras que la primera acepción de 1992 pasa ahora a ser la cuarta. El
reajuste es claro, y más en consonancia con los tiempos que corren. Desde esta
perspectiva, si las oraciones o enunciados son “elementos de una lengua” que se
combinan con coherencia y cohesión en un texto realizado en un discurso, habrá que
deducir que la gramática tendrá que ocuparse de esos elementos y sus
combinaciones. Y si la gramática, además de una ciencia es un arte (en la acepción
latina a este respecto), el arte de hablar y escribir correctamente una lengua, tendrá
que enseñar a ordenar debidamente las oraciones o enunciados en los textos, en la
estructura sintagmática de los textos. Para semejante labor no nos sirven las reglas de
la sintaxis; es preciso descubrir y describir reglas nuevas, las reglas textuales. Tanto
las reglas sintácticas como las textuales son reglas gramaticales. Por las mismas
razones, salvando las distancias entre planos del sistema, si los fonemas de una
lengua son elementos que se combinan en la sílaba, la gramática tendrá que
analizarlos, como ha de ver los morfemas y sus combinaciones, y las palabras y sus
combinaciones. Tampoco las reglas fonológicas son como las sintácticas, lo que no
impide que en ambos casos estemos ante reglas gramaticales.
Con el máximo respeto hacia las otras posturas, cada una de ellas muy válida
desde su enfoque y método, véase la orientación por ampliación de objetivo gramatical
de José Manuel González Calvo, extraída de sus trabajos citados en la bibliografía. Se
parte de la hipótesis de que el plano textual es también objeto de la gramática de una
lengua, no solo los planos fónico, morfológico y sintáctico. Las oraciones y enunciados
son componentes del texto, hasta el punto de que únicamente desde él pueden ser
comprendidos y analizados. Mejor que entre gramática de la oración y gramática del
texto, es preferible distinguir, dentro de la gramática, entre plano sintáctico y plano
textual. Así pues, los planos de la gramática son cuatro: el fónico, el morfológico, el
sintáctico y el textual. Y son cuatro las partes o disciplinas gramaticales que se ocupan
de esos planos: fonología, morfología, sintaxis y textología. No es posible trabajar en
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la fonología de una lengua sin el auxilio de la fonética, por lo que es muy frecuente
usar la denominación de “fonética y fonología” cuando se estudian los sonidos de una
lengua. Lo que entendemos por fonética viene a ser una especie de “pragmática del
sonido”, al menos en buena medida. Lo cierto es que sin criterios fonéticos
(articulatorios, acústicos y auditivos) resulta imposible establecer los fonemas de una
lengua y sus alófonos o variantes, así como la recepción auditiva de los mensajes, lo
que ineludiblemente repercute en el estudio del sistema fonológico de esa lengua.
Basta con el término fonología, como hace Alarcos Llorach en su gramática citada,
para nombrar la parte de la gramática que analiza el sistema fónico. La semántica es
una disciplina lingüística, pero no una “parte” delimitada de la gramática. La semántica
impregna, dando contenido, los planos morfológico, sintáctico y textual. No es posible
hacer morfología, sintaxis y textología sin semántica. Los criterios semánticos son
imprescindibles incluso en el plano fónico para aplicar con rigor la técnica de
conmutación de fonemas. Los fonemas no son unidades significativas, pero sí
distintivas porque intervienen en la distinción de significados. Si la fonética se muestra
necesaria para establecer y analizar las variantes de los fonemas, la semántica
interviene para aclarar los valores distintivos de los fonemas. Hay que ir más allá. En
fonética y fonología, los llamados elementos prosodémicos o suprasegmentales
(entonación, pausa…) proyectan valores distintivos (para distinguir significados) y no
distintivos en los planos sintáctico y textual. La curva de entonación se convierte en
una clase de signo lingüístico (con sus dos caras, la del significante y la del
significado) cuando mediante ella diferenciamos, por ejemplo, los contenidos de
modalidad declarativo e interrogativo: “Tienes tres coches” / “¿Tienes tres coches?”.
La gramática generativa consideró la semántica como un componente de la gramática,
componente interpretativo de la sintaxis. Los semantistas generativos, posteriormente,
dieron más relieve a la semántica dentro de la gramática. Hoy se ven las cosas de otra
manera, pero no cabe duda de que con la gramática generativa se impulsó el estudio
de la relación entre semántica y sintaxis.
La semántica tiene un nombre específico cuando se ocupa del significado del
léxico: lexicología. Es ineludible para explicar en gramática el significado de los
morfemas y de las palabras. La fraseología, disciplina de más reciente desarrollo,
investiga el significado de las unidades fraseológicas, por lo que es otra parte de la
semántica, no de la gramática, aunque la gramática no puede prescindir de sus
aportaciones. La semántica léxica, la semántica fraseológica y la semántica oracional
llenan de contenido las estructuras gramaticales morfológicas y sintácticas, tanto en
sus relaciones sintagmáticas como funcionales. Aún nos queda otra disciplina reciente
no gramatical (no es una parte específica de la gramática), pero que sin ella no es
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2. Morfología y sintaxis
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gramáticos greco-latinos llegó hasta la segunda mitad del siglo XIX, sin graves
polémicas. Pero a finales del siglo XIX, John Ries planteó reorganizar el alcance de
ambas materias. Esencialmente, agrandó el objetivo de la morfología al proponer que
se ocupase también de las palabras y clases de palabras, con lo que el cometido de la
sintaxis se redujo al estudio de la oración y de las clases de oraciones. Las dos
posturas descritas entraron en el siglo XX. En el primer tercio del siglo XX apareció la
tercera postura, la que considera que no existe una separación tajante entre
morfología y sintaxis. Se pasa de los procedimientos morfológicos a los sintácticos sin
solución de continuidad, por lo que la distinción, si se quiere seguir con ella, tiene más
bien una justificación metodológica o pedagógica que propiamente técnica o científica.
Ferdinand de Saussure defendió esta posición, que pasó a coexistir con las otras dos.
Se sucedieron las polémicas y los debates a lo largo de la primera mitad del siglo XX
entre los lingüistas, lo que repercutió en un cierto abandono de la morfología como
parte de la gramática. En amplios sectores, el estudio de la formación de palabras se
desplazó de la gramática a la lexicología. Ejemplos ilustrativos de la indistinción entre
morfología y sintaxis los tenemos en la “Glosemática” de Louis Hjelmslev (la
“pleremática” se ocupa de lo morfológico y sintáctico) y en la Gramática Generativa (la
“sintaxis” como componente de la gramática se ocupa de ambos aspectos). Perdura
en los estudios lingüísticos y gramaticales del español el término “morfosintaxis” como
parte de la gramática que engloba procedimientos morfológicos y sintácticos (Bernard
Pottier, Vidal Lamíquiz…).
La historia de la polémica sobre la división de la gramática en morfología y
sintaxis durante la primera mitad del siglo XX la explicó muy bien Antonio Llorente
Maldonado (1955 y 1963), y en José Roca Pons (1973b: 125-134) se encuentra una
síntesis ajustada. No merece la pena insistir en toda esta confusión, pues los intentos
de arreglo distintivo o indistintivo no mejoran lo que se tiene en las gramáticas
tradicionales. Tal vez por ello, se elude en la actualidad el entrar en debates sobre la
separación de los aspectos morfológicos y sintácticos. Se adopta una u otra postura
sin planteamientos previos conflictivos. Por ejemplo, Alarcos Llorach, en su Gramática
(1994), nombra así los tres grandes apartados de la obra: 1) Fonología. 2) Las
unidades en el enunciado: forma y función. 3) Estructura de los enunciados: oraciones
y frases. En el volumen Introducción a la lingüística española (2000), dirigido por
Manuel Alvar, la morfología es entendida con el alcance que le otorgó J. Ries. La
Gramática española de Alcina y Blecua, que no incluye el apartado de formación de
palabras, dice en el prólogo (p.12) que Juan Alcina Franch es el autor de los capítulos
de “Morfología” y “Sintaxis”; sin embargo, tanto en el texto como en el índice se
nombran los apartados con “Las palabras” y “Sintaxis”. Existen reparos para poner al
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planos. La operatividad y la vida de una lengua se explican mejor desde esas fronteras
en su relación con las zonas centrales, más claramente distinguidas. Con esta
perspectiva, acaso los reajustes metodológicos conduzcan a revisiones relativamente
profundas.
En la lengua española, la diferencia de objetivos entre morfología y sintaxis no
ofrece excesivos escollos, al menos no más de los que surgen entre fonología y
morfología o entre sintaxis y textología. Como punto de partida, se puede afirmar que
la morfología tiene como objetivo el estudio sistemático de la estructura interna de las
palabras. Para ello, ha de descubrir, formalizar y formular las reglas que expliquen
cómo se sitúan y se combinan los morfos de los morfemas en el interior de la palabra,
cómo actúan o funcionan morfológicamente y qué contenidos o significados aportan
hasta llegar al significado global de la pieza léxica. Esto quiere decir que la unidad de
la morfología es el morfema, unidad mínima con significante y contenido, ya sea éste
léxico o gramatical. La morfología ha de fijar las clases de morfemas en una lengua
para poder investigar sus combinaciones. Los morfemas, con su significante y su
contenido, se unen y disponen sintagmática, funcional y semánticamente en el
esquema de combinación que compone la estructura interna de la palabra. A la
morfología le interesan los morfemas como tales, como entidades constituidas. Ahora
bien, por la parte del significante el morfema está compuesto de material fónico, sus
componentes o constituyentes son sílabas: una o más sílabas. En este sentido, la
morfología ha de echar mano de criterios fónicos para establecer los morfos de los
morfemas, para juzgar con qué variante ha de aparecer un morfema en el interior de
determinada palabra, y para explicar por qué en ocasiones surgen alteraciones fónicas
en un morfo al unirse con el siguiente morfo de otro morfema. Este análisis se hace
desde la morfología con el auxilio de criterios fónicos, y no resulta apropiado crear,
como se ha hecho en variados círculos, una nueva disciplina gramatical o lingüística,
la “morfonología”, con su unidad el “morfonema”. Por la parte del contenido, el
morfema posee rasgos cuyo estudio necesita el uso de criterios semánticos,
lexicológicos en este plano, para interpretar convenientemente la coherencia
significativa del esquema morfológico. Sin la utilización de criterios fónicos y
semánticos, el estudio de la combinación de morfemas carecería de soporte físico y de
llenado comunicativo. Es preciso ir más allá.
En el plano fonológico se considera que la sílaba es el esquema mínimo de
combinación de alófonos de fonemas. Es el esquema elemental de relaciones
sintagmáticas fónicas. Eugenio Coseriu llamó a la sílaba “sintagma fónico”, pero
parece conveniente dejar el término sintagma para el plano sintáctico. El fonema es la
unidad de la fonología, con su estructura interna de rasgos fónicos y su actuación
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último caso, no por eso dejarán de ser morfemas con sus morfos. Una palabra consta
de sintema (su estructura sintagmática), de significante fónico y de significado más o
menos complejo, todo ello estructurado en su interior. Ahora bien, la palabra así
constituida, como entidad propia, se sitúa y combina con los significantes de otras
palabras en el interior de los sintagmas. Hemos accedido al plano sintáctico, con su
unidad paradigmática (la palabra) y su magnitud sintagmática o esquema mínimo de
combinación sintáctica (el sintagma). El engarce entre el plano fónico y el plano
morfológico se basa en la sílaba, porque ésta tiene una estructura sintagmática (uno o
más fonemas combinados) y una actuación externa (sola o con otras sílabas) para
formar el significante de los morfemas. El enganche entre el plano morfológico y el
sintáctico se asienta en el sintema, porque éste tiene una estructura sintagmática (uno
o más morfemas) que forma el cauce en el que se vierten estructuradamente los
significantes, contenidos y cometidos morfológicos de los morfemas en él reunidos (si
hay más de uno). La estructura del morfema está compuesta de material fónico, pero
el morfema, como entidad hecha que actúa con otros morfemas, es unidad de la
morfología. La estructura de la palabra está compuesta de material morfológico, pero
la palabra, como entidad hecha que actúa con otras palabras, es unidad sintáctica. No
resulta convincente reducir los planos morfológico y sintáctico a un solo plano, el
morfosintáctico, del que se encargaría la disciplina gramatical “morfosintaxis”, ¿acaso
con su unidad el “morfosintaxema”? Todo lo más, si se cree en la morfonología como
parte de la gramática que está a caballo entre la fonología y la morfología, se podría
hablar de la morfosintaxis como parte que enlaza la morfología con la sintaxis.
Demasiadas partes, ilustrativas y comprensibles, pero meramente descriptivas sin
llegar a captar la estructuración del cuerpo gramatical.
Es necesario plantear otra dificultad que complica la separación entre
morfología y sintaxis. Las palabras de una lengua se aprenden por tradición, con sus
significantes, su estructura interna y su significado. Los componentes de los sintemas
guardan entre sí un orden fijo en torno al núcleo o raíz de la palabra. En sintaxis, el
orden de palabras no es tan fijo, ni mucho menos. Ahora bien, las locuciones y frases
hechas, material que se engloba hoy bajo el nombre de “unidades fraseológicas”, se
aprenden asimismo, como el léxico, por tradición. El concepto de fijación, formal y
semántica, caracteriza esas unidades, pero el grado de fijación varía de unas a otras.
Desde las más fijas y menos motivadas semánticamente hasta las menos fijas y
semánticamente más motivadas, existen muchos grados intermedios. En realidad, las
unidades fraseológicas surgen originariamente de la sintaxis, son sintagmas, e incluso
oraciones y enunciados (se habla entonces de “enunciados fraseológicos”), que con el
tiempo adquieren mayor o menor grado de fijación. Los hablantes las repiten como
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Ya vimos que González Calvo se queda con palabra y sintagma, subiendo oración y
enunciado al plano textual. Las gramáticas tradicionales consideraban que la unidad
de la sintaxis era la oración, y la definían como la reunión de palabras con sentido
completo. Al distinguir entre oración simple y oración compuesta, entendían que la
compuesta era una oración formada por oraciones, bien por la principal y la
subordinada o subordinadas, bien por oraciones coordinadas o por oraciones
yuxtapuestas. Lo de oración compuesta de oraciones no tiene nada de riguroso, pero
ha sido eficaz. Para paliar la insuficiencia, determinadas gramáticas tradicionales
introdujeron el término “proposición”, sacado de la lógica, y aplicado a la gramática
como la estructura con sujeto y predicado (con verbo conjugado). Así, la oración
compuesta por subordinación constaba de proposición principal y proposición
subordinada (o proposiciones subordinadas). Hay menos confusión en esta
terminología, si bien en la coordinación y yuxtaposición de oraciones estamos ante
oraciones independientes sintácticamente entre sí, no solo ante meras proposiciones.
Estos asuntos serán tratados con más detenimiento en otros temas del programa, por
lo que, respetando todas las opciones que se conocen, se intentará justificar solo una
de ellas.
La palabra y el sintagma son las unidades de la sintaxis, la primera
paradigmática y la segunda sintagmática. Las palabras, como entidades hechas, se
sitúan y combinan en los sintagmas a través de sus significantes. El sintagma es el
esquema mínimo de combinación sintáctica, es decir, el esquema elemental de
relaciones sintagmáticas sintácticas. Basta el significante de una palabra para
constituir sintagma, sin que por ello se haya de confundir palabra con sintagma:
“María”. Depende de la dimensión, paradigmática o sintagmática de la que se parta,
para hablar de una palabra que forma sintagma o de un sintagma que consta de una
sola palabra. De la misma manera que no todos los fonemas de una lengua pueden
ser núcleo de sílaba, ni por ello formar sílaba por sí mismos, tampoco todas las clases
de palabras de una lengua pueden ser núcleo de sintagma ni formar sintagma por sí
mismas. Que el artículo en español, o las preposiciones y conjunciones, por ejemplo,
no puedan ser, fuera del metalenguaje, núcleo de sintagma ni constituir por sí solas
sintagmas (no tienen autonomía oracional con su correspondiente entorno melódico),
no quiere decir, al meno solo por ello, que no puedan ser palabras. Alarcos Llorach y
los lingüistas que en esto siguen su orientación piensan que el sintagma es lo que se
indica en el paréntesis anterior, afirmando en vez de negando. El artículo es
considerado como un morfema, no como sintagma. La postura es muy coherente y
muy respetable, y se ha extendido considerablemente. González Calvo, como se ve,
adopta otro enfoque. En un esquema oracional complejo (SO), los sintagmas simples
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3. Conclusiones
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BIBLIOGRAFÍA
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