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José Manuel González Calvo – La gramática. Concepto y partes. Morfología y sintaxis.

LA GRAMÁTICA. CONCEPTO Y PARTES. MORFOLOGÍA Y SINTAXIS

ISBN - 84-9822-366-0

JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ CALVO


jmgzalez@unex.es

Palabras clave: gramática, fonología, morfología, sintaxis, textología,


lexicología, fraseología, semántica, fonética, pragmática.

Artículos relacionados: 2. La estructura interna de la palabra. Morfemas y


alomorfos. 6. La palabra, el sintagma y la estructura interna de la oración.
Clases de palabras y de sintagmas. 27. Los conceptos de proposición, oración
y enunciado. La frase nominal. 29. La oración compuesta: coordinación,
yuxtaposición y subordinación. Discurso directo e indirecto

Resumen

Las diferentes maneras de entender el objetivo o alcance de la gramática


repercuten en la fijación de sus partes. El enfoque restrictivo considera que la
gramática tiene solo dos partes: morfología y sintaxis. Otros enfoques agregan
la fonología. La perspectiva más amplia incluye esas tres partes y añade la
llamada “gramática del texto”, que aquí se nombra como textología. La
segunda parte del tema analiza las posturas de distinción y no distinción entre
morfología y sintaxis. En las dos partes del tema, se contrastan críticamente las
diversas teorías y se apuntan algunas conclusiones orientadoras, sin olvidar las
dificultades que encuentran los docentes de la enseñanza media, incluso de la
universitaria, por la disparidad de criterios.

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1. La Gramática. Concepto y partes

Se suele afirmar que toda lengua es un sistema social de comunicación


mediante signos orales. Ante esta aseveración, no debe extrañar que pueda existir
una disciplina que intente analizar científicamente la estructura y funcionamiento de
esos sistemas o códigos que llamamos lenguas. A esa disciplina la podemos llamar
gramática, y es un aspecto o parte esencial de la lingüística. Ahora bien, en los
estudios lingüísticos actuales del español coexisten varias maneras de entender el
alcance de la gramática. El más restringido se ciñe únicamente a la posibilidad o no de
distinguir entre morfología y sintaxis. Por poner un ejemplo, la Gramática descriptiva
de la lengua española (1999), dirigida por Ignacio Bosque y Violeta Demonte, no
contiene una sección de fonología. La “Introducción” comienza con estas palabras:

La gramática es la disciplina que estudia sistemáticamente las clases de


palabras, las combinaciones posibles entre ellas y las relaciones entre esas
expresiones y los significados que puedan atribuírseles. Esas propiedades,
combinaciones y relaciones pueden formalizarse de maneras diversas y puede
haber, por lo tanto, muchas gramáticas de la Gramática de una lengua
(volumen 1, p. XIX).

El estudio del funcionamiento de los sonidos en una lengua cae así fuera de
esta gramática colectiva, que sin embargo incluye una parte de lo que se conoce como
‘gramática del discurso’ (la Cuarta Parte lleva por título: “Entre la oración y el discurso”,
y está en el volumen 3; la Quinta Parte se dedica a la Morfología). Más aún, lo que
llamamos formación de palabras más la flexión, cuestión atendida con cierta amplitud
en la sección aludida de Morfología, no está presente en la caracterización que se
hace de la gramática en la introducción de la obra, ya que no dice nada sobre el
estudio sistemático de las clases de morfemas, las combinaciones posibles entre ellos
y las relaciones entre esas secuencias morfológicas y los significados que puedan
atribuírseles. Que no aparezca esto en la definición no es obstáculo para defender sin
paliativos, en la página XXV de la “Introducción”, la inclusión de la formación de
palabras en la gramática:

Ni que decir tiene que las gramáticas no incluyen habitualmente capítulos sobre
la formación de palabras como los que conforman la última parte de este
tratado.

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Los gramáticos latinos, seguidores de los griegos, habían establecido tres


partes en la gramática: prosodia, analogía y sintaxis. Nuestras gramáticas
tradicionales se atuvieron, en general, a esas tres porciones, que hoy podemos
nombrar como fonología, morfología y sintaxis. No obstante, la dificultad de abordar el
estudio de la formación de palabras condujo a no incluir ese aspecto en conocidas
gramáticas de la segunda mitad del siglo XX. Se puede notar, por ejemplo, en el
Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (1973), de la Real Academia
Española (redactada por los académicos don Samuel Gili Gaya y don Salvador
Fernández Ramírez), en la Gramática española (1975) de Juan Alcina Franch y José
Manuel Blecua, y en la Gramática de la Lengua Española (1994) de Emilio Alarcos
Llorach. Sirva como ejemplo ilustrativo la siguiente justificación que aparece en el
“Prólogo” (p. 12) de la citada gramática de 1975:

Con bastante dolor y con más sentido crítico, el autor de la primera parte, a
quien se le había encomendado la redacción del capítulo titulado “Formación
de palabras”, ha preferido dejarlo en el telar para mejor ocasión. De esta
manera nuestro libro nace dentro del tópico casi general en la estructuración de
las obras descriptivas de la lengua española.

En todas estas maneras de concebir y formalizar el alcance de la gramática, la


oración, o enunciado según los diversos enfoques, es la unidad superior del estudio
gramatical. Se piensa que las relaciones que existen más allá de la oración se atienen
a unas reglas de coherencia y cohesión que no son como las reglas de la gramática.
Por ello, se distingue entre gramática por una parte (con morfología y sintaxis, o con
fonología, morfología y sintaxis) y lingüística del texto o análisis del discurso por otra.
Alarcos Llorach (1994: 256) lo explica con firmeza:

Existen mensajes más amplios, que no son sino combinación de varios


enunciados concatenados por el sentido de sus referencias a la experiencia
comunicada, sin que entre ellos se establezcan por fuerza relaciones
funcionales, ya que cada uno de por sí podría constituir un acto de habla
independiente. Por ejemplo, no hay ninguna conexión gramatical entre los dos
enunciados contiguos: “¿Por qué has salido sin abrigo? No te conviene”.

Ya en un trabajo de 1978, recogido ahora en su volumen La oración y sus


funciones, Salvador Gutiérrez Ordóñez (1997: 14) había escrito lo siguiente:

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Admitimos la existencia de estructuras superiores a las del enunciado, pero las


relaciones que se establecen entre estas unidades de orden superior son
anisomórficas respecto a las que contraen los componentes significativos de la
unidad mínima de comunicación. Son niveles de pertinencia opuestos y, por
consiguiente, objeto de dos disciplinas diferenciadas.

Por lo expuesto, que no es más que una síntesis simplificadora, se deduce que,
no importa con qué método, en la actualidad solo tenemos teorías gramaticales
insatisfactorias con desconexión entre las escasas secciones atendidas, no una teoría
gramatical con partes organizadas y jerarquizadas dentro de un todo. Si no sabemos
distinguir entre morfología y sintaxis, y si la fonología y la lingüística del texto no
encajan en el entramado gramatical, ¿para qué se quiere la gramática? ¿Qué utilidad
científica puede dar? ¿Cómo puede ser efectivo un quehacer docente en estas
condiciones? Otros enfoques son posibles. Por ejemplo, Manuel Casado Velarde
(1993: 9-15) se apoya en Eugenio Coseriu y T. A. Van Dijk para distinguir entre
lingüística del texto y gramática del texto. La primera se ocupa del análisis de los actos
de habla que realiza un determinado hablante en una situación concreta. Estudia,
pues, los textos en cuanto tales, independientemente de la lengua o lenguas en que se
presenten. En cambio, la gramática del texto se encarga del texto como nivel de
estructuración de una lengua determinada, y representa la gramática más allá de la
oración. El objeto de la gramática del texto está constituido “por los procedimientos
idiomáticos orientados hacia la construcción de textos”. No procede, por tanto,
contraponer la gramática del texto a la gramática a secas, ya que una gramática del
texto incluye una gramática de la oración.
Es posible plantear algunas dudas ante este enfoque de la gramática del texto.
¿Por qué contraponer una lingüística del texto a una gramática del texto? Se entiende
lo que se quiere decir, pero, ¿por qué no distinguir, paralelamente, entre lingüística del
morfema y gramática del morfema, entre lingüística de la palabra y gramática de la
palabra, entre lingüística de la oración y gramática de la oración, incluso entre
lingüística del fonema y gramática del fonema? Por otra parte, acaso la denominación
de gramática del texto perturbe más que aclare. El plano textual de la gramática puede
ser investigado por una parte de ella que puede tener un nombre preciso. En algunos
ámbitos lingüísticos anglosajones se usa el término Textology, fácilmente adaptable al
español como Textología. Si se consideran las lenguas como sistemas de
comunicación específicos, es en el plano textual donde el dinamismo comunicativo
alcanza su última razón de ser y su sentido. A ello colaboran los planos intermedios, el

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morfológico y el sintáctico, a partir del plano fónico, pues las lenguas son sistemas de
signos orales. ¿Son necesarias dos disciplinas (gramática y lingüística del texto) para
estudiar los elementos de una lengua y su organización? ¿Se necesitan tres:
fonología, gramática y lingüística del texto? ¿O basta con una, gramática, para explicar
mejor la relación, implicación o articulación de los planos del sistema de una lengua?
Ante todo, véase cómo define “gramática” en la época actual el Diccionario de
la Real Academia Española (DRAE). La 21ª edición (1992) da como primera acepción
ésta: “Arte de hablar y escribir correctamente una lengua, y libro en que se enseña”.
La segunda acepción es: “Ciencia que estudia los elementos de una lengua y sus
combinaciones”. En la 22ª edición (2001), la segunda acepción vista pasa a ser la
primera, mientras que la primera acepción de 1992 pasa ahora a ser la cuarta. El
reajuste es claro, y más en consonancia con los tiempos que corren. Desde esta
perspectiva, si las oraciones o enunciados son “elementos de una lengua” que se
combinan con coherencia y cohesión en un texto realizado en un discurso, habrá que
deducir que la gramática tendrá que ocuparse de esos elementos y sus
combinaciones. Y si la gramática, además de una ciencia es un arte (en la acepción
latina a este respecto), el arte de hablar y escribir correctamente una lengua, tendrá
que enseñar a ordenar debidamente las oraciones o enunciados en los textos, en la
estructura sintagmática de los textos. Para semejante labor no nos sirven las reglas de
la sintaxis; es preciso descubrir y describir reglas nuevas, las reglas textuales. Tanto
las reglas sintácticas como las textuales son reglas gramaticales. Por las mismas
razones, salvando las distancias entre planos del sistema, si los fonemas de una
lengua son elementos que se combinan en la sílaba, la gramática tendrá que
analizarlos, como ha de ver los morfemas y sus combinaciones, y las palabras y sus
combinaciones. Tampoco las reglas fonológicas son como las sintácticas, lo que no
impide que en ambos casos estemos ante reglas gramaticales.
Con el máximo respeto hacia las otras posturas, cada una de ellas muy válida
desde su enfoque y método, véase la orientación por ampliación de objetivo gramatical
de José Manuel González Calvo, extraída de sus trabajos citados en la bibliografía. Se
parte de la hipótesis de que el plano textual es también objeto de la gramática de una
lengua, no solo los planos fónico, morfológico y sintáctico. Las oraciones y enunciados
son componentes del texto, hasta el punto de que únicamente desde él pueden ser
comprendidos y analizados. Mejor que entre gramática de la oración y gramática del
texto, es preferible distinguir, dentro de la gramática, entre plano sintáctico y plano
textual. Así pues, los planos de la gramática son cuatro: el fónico, el morfológico, el
sintáctico y el textual. Y son cuatro las partes o disciplinas gramaticales que se ocupan
de esos planos: fonología, morfología, sintaxis y textología. No es posible trabajar en

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la fonología de una lengua sin el auxilio de la fonética, por lo que es muy frecuente
usar la denominación de “fonética y fonología” cuando se estudian los sonidos de una
lengua. Lo que entendemos por fonética viene a ser una especie de “pragmática del
sonido”, al menos en buena medida. Lo cierto es que sin criterios fonéticos
(articulatorios, acústicos y auditivos) resulta imposible establecer los fonemas de una
lengua y sus alófonos o variantes, así como la recepción auditiva de los mensajes, lo
que ineludiblemente repercute en el estudio del sistema fonológico de esa lengua.
Basta con el término fonología, como hace Alarcos Llorach en su gramática citada,
para nombrar la parte de la gramática que analiza el sistema fónico. La semántica es
una disciplina lingüística, pero no una “parte” delimitada de la gramática. La semántica
impregna, dando contenido, los planos morfológico, sintáctico y textual. No es posible
hacer morfología, sintaxis y textología sin semántica. Los criterios semánticos son
imprescindibles incluso en el plano fónico para aplicar con rigor la técnica de
conmutación de fonemas. Los fonemas no son unidades significativas, pero sí
distintivas porque intervienen en la distinción de significados. Si la fonética se muestra
necesaria para establecer y analizar las variantes de los fonemas, la semántica
interviene para aclarar los valores distintivos de los fonemas. Hay que ir más allá. En
fonética y fonología, los llamados elementos prosodémicos o suprasegmentales
(entonación, pausa…) proyectan valores distintivos (para distinguir significados) y no
distintivos en los planos sintáctico y textual. La curva de entonación se convierte en
una clase de signo lingüístico (con sus dos caras, la del significante y la del
significado) cuando mediante ella diferenciamos, por ejemplo, los contenidos de
modalidad declarativo e interrogativo: “Tienes tres coches” / “¿Tienes tres coches?”.
La gramática generativa consideró la semántica como un componente de la gramática,
componente interpretativo de la sintaxis. Los semantistas generativos, posteriormente,
dieron más relieve a la semántica dentro de la gramática. Hoy se ven las cosas de otra
manera, pero no cabe duda de que con la gramática generativa se impulsó el estudio
de la relación entre semántica y sintaxis.
La semántica tiene un nombre específico cuando se ocupa del significado del
léxico: lexicología. Es ineludible para explicar en gramática el significado de los
morfemas y de las palabras. La fraseología, disciplina de más reciente desarrollo,
investiga el significado de las unidades fraseológicas, por lo que es otra parte de la
semántica, no de la gramática, aunque la gramática no puede prescindir de sus
aportaciones. La semántica léxica, la semántica fraseológica y la semántica oracional
llenan de contenido las estructuras gramaticales morfológicas y sintácticas, tanto en
sus relaciones sintagmáticas como funcionales. Aún nos queda otra disciplina reciente
no gramatical (no es una parte específica de la gramática), pero que sin ella no es

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posible investigar en gramática: la Pragmática. Se suele asociar a la lingüística del


texto, aunque le sucede como a la semántica: es forzosa para el estudio sintáctico y
morfológico, incluso para el fónico. Es cierto que su valor y operatividad son mayores
en el plano textual. Por los dos extremos de las partes de la gramática nos
encontramos con dos disciplinas no gramaticales, y en aspectos esenciales ni siquiera
lingüísticas: la fonética y la pragmática. No obstante, sin ellas nunca habrá estudios
gramaticales adecuados. Todo está implicado en la gramática, pero no conviene
confundir las partes de la gramática con disciplinas, lingüísticas o no, imprescindibles
para la correcta interpretación de las estructuras gramaticales en cada uno de sus
verdaderos planos. Parece conveniente separar con el fin de relacionar con precisión
lo que está inevitablemente asociado. En cualquier caso, y mírese como se mire, no se
puede hacer textología sin semántica y sin pragmática. Lo exige el dinamismo
comunicativo que entraña toda lengua, como instrumento de comunicación social. En
suma, la gramática de una lengua ha de elaborar y formalizar las reglas que permitan
explicar los planos del sistema y la articulación entre ellos, así como la evolución del
sistema en el tiempo si se adopta una perspectiva diacrónica. Para hacer “Gramática
comparada” es preciso conocer muy bien los códigos de las lenguas que se comparan.

2. Morfología y sintaxis

La discusión sobre la división de la gramática en morfología y sintaxis parte de


la acepción restringida de la gramática que se expuso antes. Ciñéndose
exclusivamente a la relación entre morfología y sintaxis, se puede decir que son tres
las posturas que todavía hoy coexisten, no siempre de manera pacífica. Las
gramáticas latinas, siguiendo a las griegas, tenían clara la distinción. La morfología (la
antigua analogía) se ocupaba del estudio de la estructura interna de las palabras, es
decir, de la derivación (que acogía la derivación propiamente dicha, la composición y
la parasíntesis) y de la flexión. La sintaxis tenía como objetivo el análisis de las clases
de palabras y sus funciones, así como el de la oración y las clases de oraciones. La
Gramática descriptiva (1999) citada muestra en líneas generales, salvando las
distancias de tiempo, conocimientos y método, esta orientación. También Jesús Pena
(2000: 235) insiste en que la morfología es la parte de la gramática que tiene como
objeto de estudio la estructura interna de la palabra, por lo que se divide en dos partes:
la morfología flexiva y la morfología léxica o formación de palabras. No olvidemos que
la voz “sintaxis” procede del griego y significa ‘juntar o combinar con orden’, y se
centró en la combinación de las palabras. Los latinos emplearon el término constructio,
de ahí que estudiasen asimismo la constructio ornata. La distinción planteada por los

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gramáticos greco-latinos llegó hasta la segunda mitad del siglo XIX, sin graves
polémicas. Pero a finales del siglo XIX, John Ries planteó reorganizar el alcance de
ambas materias. Esencialmente, agrandó el objetivo de la morfología al proponer que
se ocupase también de las palabras y clases de palabras, con lo que el cometido de la
sintaxis se redujo al estudio de la oración y de las clases de oraciones. Las dos
posturas descritas entraron en el siglo XX. En el primer tercio del siglo XX apareció la
tercera postura, la que considera que no existe una separación tajante entre
morfología y sintaxis. Se pasa de los procedimientos morfológicos a los sintácticos sin
solución de continuidad, por lo que la distinción, si se quiere seguir con ella, tiene más
bien una justificación metodológica o pedagógica que propiamente técnica o científica.
Ferdinand de Saussure defendió esta posición, que pasó a coexistir con las otras dos.
Se sucedieron las polémicas y los debates a lo largo de la primera mitad del siglo XX
entre los lingüistas, lo que repercutió en un cierto abandono de la morfología como
parte de la gramática. En amplios sectores, el estudio de la formación de palabras se
desplazó de la gramática a la lexicología. Ejemplos ilustrativos de la indistinción entre
morfología y sintaxis los tenemos en la “Glosemática” de Louis Hjelmslev (la
“pleremática” se ocupa de lo morfológico y sintáctico) y en la Gramática Generativa (la
“sintaxis” como componente de la gramática se ocupa de ambos aspectos). Perdura
en los estudios lingüísticos y gramaticales del español el término “morfosintaxis” como
parte de la gramática que engloba procedimientos morfológicos y sintácticos (Bernard
Pottier, Vidal Lamíquiz…).
La historia de la polémica sobre la división de la gramática en morfología y
sintaxis durante la primera mitad del siglo XX la explicó muy bien Antonio Llorente
Maldonado (1955 y 1963), y en José Roca Pons (1973b: 125-134) se encuentra una
síntesis ajustada. No merece la pena insistir en toda esta confusión, pues los intentos
de arreglo distintivo o indistintivo no mejoran lo que se tiene en las gramáticas
tradicionales. Tal vez por ello, se elude en la actualidad el entrar en debates sobre la
separación de los aspectos morfológicos y sintácticos. Se adopta una u otra postura
sin planteamientos previos conflictivos. Por ejemplo, Alarcos Llorach, en su Gramática
(1994), nombra así los tres grandes apartados de la obra: 1) Fonología. 2) Las
unidades en el enunciado: forma y función. 3) Estructura de los enunciados: oraciones
y frases. En el volumen Introducción a la lingüística española (2000), dirigido por
Manuel Alvar, la morfología es entendida con el alcance que le otorgó J. Ries. La
Gramática española de Alcina y Blecua, que no incluye el apartado de formación de
palabras, dice en el prólogo (p.12) que Juan Alcina Franch es el autor de los capítulos
de “Morfología” y “Sintaxis”; sin embargo, tanto en el texto como en el índice se
nombran los apartados con “Las palabras” y “Sintaxis”. Existen reparos para poner al

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frente de una parte de la gramática el nombre de morfología. La Gramática española


2002) de Francisco Marcos Marín y otros autores elude en los títulos de los capítulos
los nombres de morfología y sintaxis. En cambio, como se vio, en la Gramática
descriptiva dirigida por Ignacio Bosque y Violeta Demonte, se concibe la morfología
como en su momento la orientaron los gramáticos griegos y latinos. La gramática de
Marcos Marín y otros (2002: 487) incluye la “Formación de palabras” al final de la obra,
y su primer apartado se titula “Morfología léxica”; se afirma que en este capítulo de
formación de palabras interesa la morfología léxica y no la flexiva. Leonardo Gómez
Torrego, en su Gramática didáctica del español (1998: 4), evitó dividirla en Morfología
y Sintaxis, y la estructura en cinco capítulos con este orden: Introducción, Clases de
palabras, Oraciones y grupos, Fonética y Fonología, Ortografía. No obstante, divide la
“Introducción” en “Partes de la Gramática” y “La Morfología: objeto de estudio”; el
segundo apartado se ocupa de la formación de palabras. Demasiadas vacilaciones e
insuficiencias se descubren en todas las posturas. Cualquier gramática que incluya la
morfología (léxica y flexiva) o la formación de palabras (solo morfología léxica) fuera
del lugar que le corresponde distorsiona el cuerpo gramatical, altera técnicamente su
estructura y perturba la organización del conjunto. J. Roca Pons (1973a: 174) insistió
en la indistinción entre morfología y sintaxis con estas palabras:

El criterio unitario que hemos defendido ha pesado mucho en la lingüística


moderna después de Saussure en Europa. Por el contrario, en América, la
distinción se ha mantenido con mayor vigor, por lo menos hasta la aparición del
transformacionalismo (…). Creemos que una tendencia hacia una unidad entre
morfología y sintaxis se va imponiendo.

Si se relacionan debidamente todos los planos gramaticales, acaso se


encuentren propuestas más convincentes y coherentes, menos confusas y
acomodaticias. Véase lo que González Calvo propone, partiendo de su percepción
expuesta sobre los planos y partes de la gramática. En el cuerpo humano es posible
distinguir tres partes: cabeza, tronco y extremidades. Las tres partes se enlazan y
encajan de manera condicionada y articulada, lo que impide una separación nítida en
las periferias de la inserción entre partes. A pesar de ello, el desglose en partes tiene
no solo un sentido metodológico y pedagógico, sino también técnico. Son las zonas
fronterizas o lindantes las que permiten mejores movimientos y cambios. Un método
científico no debe orillarlas, sino intentar analizarlas. Salvando el salto comparativo,
para dejarlo en meramente ilustrativo, las partes de la gramática están asimismo
condicionadas y articuladas con zonas limítrofes que dan fe de la cohesión entre los

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planos. La operatividad y la vida de una lengua se explican mejor desde esas fronteras
en su relación con las zonas centrales, más claramente distinguidas. Con esta
perspectiva, acaso los reajustes metodológicos conduzcan a revisiones relativamente
profundas.
En la lengua española, la diferencia de objetivos entre morfología y sintaxis no
ofrece excesivos escollos, al menos no más de los que surgen entre fonología y
morfología o entre sintaxis y textología. Como punto de partida, se puede afirmar que
la morfología tiene como objetivo el estudio sistemático de la estructura interna de las
palabras. Para ello, ha de descubrir, formalizar y formular las reglas que expliquen
cómo se sitúan y se combinan los morfos de los morfemas en el interior de la palabra,
cómo actúan o funcionan morfológicamente y qué contenidos o significados aportan
hasta llegar al significado global de la pieza léxica. Esto quiere decir que la unidad de
la morfología es el morfema, unidad mínima con significante y contenido, ya sea éste
léxico o gramatical. La morfología ha de fijar las clases de morfemas en una lengua
para poder investigar sus combinaciones. Los morfemas, con su significante y su
contenido, se unen y disponen sintagmática, funcional y semánticamente en el
esquema de combinación que compone la estructura interna de la palabra. A la
morfología le interesan los morfemas como tales, como entidades constituidas. Ahora
bien, por la parte del significante el morfema está compuesto de material fónico, sus
componentes o constituyentes son sílabas: una o más sílabas. En este sentido, la
morfología ha de echar mano de criterios fónicos para establecer los morfos de los
morfemas, para juzgar con qué variante ha de aparecer un morfema en el interior de
determinada palabra, y para explicar por qué en ocasiones surgen alteraciones fónicas
en un morfo al unirse con el siguiente morfo de otro morfema. Este análisis se hace
desde la morfología con el auxilio de criterios fónicos, y no resulta apropiado crear,
como se ha hecho en variados círculos, una nueva disciplina gramatical o lingüística,
la “morfonología”, con su unidad el “morfonema”. Por la parte del contenido, el
morfema posee rasgos cuyo estudio necesita el uso de criterios semánticos,
lexicológicos en este plano, para interpretar convenientemente la coherencia
significativa del esquema morfológico. Sin la utilización de criterios fónicos y
semánticos, el estudio de la combinación de morfemas carecería de soporte físico y de
llenado comunicativo. Es preciso ir más allá.
En el plano fonológico se considera que la sílaba es el esquema mínimo de
combinación de alófonos de fonemas. Es el esquema elemental de relaciones
sintagmáticas fónicas. Eugenio Coseriu llamó a la sílaba “sintagma fónico”, pero
parece conveniente dejar el término sintagma para el plano sintáctico. El fonema es la
unidad de la fonología, con su estructura interna de rasgos fónicos y su actuación

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externa en la sílaba a través de uno de sus alófonos. Al ser unidad paradigmática, el


procedimiento de la conmutación aísla y organiza en paradigmas los fonemas de una
lengua con el amparo de criterios semánticos y de posición sintagmática. La sílaba,
como esquema mínimo de combinación fónica, se basa en la dimensión sintagmática.
Forzando un poco el concepto de unidad del lenguaje, tal vez sea posible hablar de
dos magnitudes o unidades en el plano fónico, una paradigmática, el fonema, y otra
sintagmática, la sílaba. De nada sirven los fonemas si a través de sus alófonos no
pueden situarse y combinarse en la sílaba. Y de nada sirven las sílabas si no pueden
acoger estructuradamente los alófonos de los fonemas. Además, basta un alófono de
un fonema para formar sílaba: “a-é-re-o”. No por ello confundimos fonema y sílaba,
pues depende de la dimensión de la que se parta para hablar de sílaba que consta de
un fonema o de un fonema que forma sílaba. En español, solo los fonemas vocálicos
pueden ser cumbre silábica, y formar sílaba por sí mismos. Los fonemas
consonánticos actúan siempre en los márgenes silábicos y nunca, salvo en el uso
metalingüístico, pueden constituir sílaba por sí mismos. No por ello dejan de ser
fonemas con sus alófonos.
Es posible aplicar esta manera de ver las cosas al plano morfológico. El
morfema es la unidad de la morfología, con su estructura interna fónica (una o más
sílabas), su contenido y, así constituido, con su actuación externa en la estructura
interna de la palabra. Al ser unidad paradigmática, el procedimiento de conmutación
aísla y organiza en paradigmas los morfemas de una lengua. Sin embargo, de nada
sirven los morfemas si a través de uno de sus morfos (si tienen más de uno) no
pueden ocupar un lugar y combinarse en el interior de las palabras. La estructura
interna de la palabra es el esquema mínimo de combinación morfológica, es decir, el
esquema elemental de relaciones sintagmáticas morfológicas. No existe un nombre
para designar ese esquema, que se correspondería con lo que es la sílaba en el plano
fónico. El lingüista francés André Martinet utilizó la voz “sintema” para tratar el
esquema de formación de palabras, por los que los morfemas flexivos quedaban fuera
del sintema. González Calvo usa este término para dar nombre al esquema mínimo de
combinación morfológica, en el que, como es obvio, encajan también los morfemas de
flexión. El sintema, como esquema de relaciones sintagmáticas morfológicas, se basa
en la dimensión sintagmática; es la unidad o magnitud sintagmática de la morfología.
Basta un morfo de un morfema para formar sintema: “luz”. No por ello se ha de
confundir morfema con sintema, pues depende de la dimensión de la que se parta
para hablar de sintema que consta de un morfema o de un morfema que compone
sintema. Cada lengua ha de investigar qué morfemas pueden ser núcleo de sintema, y
por tanto formar sintema por sí mismos, y cuáles no, salvo en metalenguaje. En este

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último caso, no por eso dejarán de ser morfemas con sus morfos. Una palabra consta
de sintema (su estructura sintagmática), de significante fónico y de significado más o
menos complejo, todo ello estructurado en su interior. Ahora bien, la palabra así
constituida, como entidad propia, se sitúa y combina con los significantes de otras
palabras en el interior de los sintagmas. Hemos accedido al plano sintáctico, con su
unidad paradigmática (la palabra) y su magnitud sintagmática o esquema mínimo de
combinación sintáctica (el sintagma). El engarce entre el plano fónico y el plano
morfológico se basa en la sílaba, porque ésta tiene una estructura sintagmática (uno o
más fonemas combinados) y una actuación externa (sola o con otras sílabas) para
formar el significante de los morfemas. El enganche entre el plano morfológico y el
sintáctico se asienta en el sintema, porque éste tiene una estructura sintagmática (uno
o más morfemas) que forma el cauce en el que se vierten estructuradamente los
significantes, contenidos y cometidos morfológicos de los morfemas en él reunidos (si
hay más de uno). La estructura del morfema está compuesta de material fónico, pero
el morfema, como entidad hecha que actúa con otros morfemas, es unidad de la
morfología. La estructura de la palabra está compuesta de material morfológico, pero
la palabra, como entidad hecha que actúa con otras palabras, es unidad sintáctica. No
resulta convincente reducir los planos morfológico y sintáctico a un solo plano, el
morfosintáctico, del que se encargaría la disciplina gramatical “morfosintaxis”, ¿acaso
con su unidad el “morfosintaxema”? Todo lo más, si se cree en la morfonología como
parte de la gramática que está a caballo entre la fonología y la morfología, se podría
hablar de la morfosintaxis como parte que enlaza la morfología con la sintaxis.
Demasiadas partes, ilustrativas y comprensibles, pero meramente descriptivas sin
llegar a captar la estructuración del cuerpo gramatical.
Es necesario plantear otra dificultad que complica la separación entre
morfología y sintaxis. Las palabras de una lengua se aprenden por tradición, con sus
significantes, su estructura interna y su significado. Los componentes de los sintemas
guardan entre sí un orden fijo en torno al núcleo o raíz de la palabra. En sintaxis, el
orden de palabras no es tan fijo, ni mucho menos. Ahora bien, las locuciones y frases
hechas, material que se engloba hoy bajo el nombre de “unidades fraseológicas”, se
aprenden asimismo, como el léxico, por tradición. El concepto de fijación, formal y
semántica, caracteriza esas unidades, pero el grado de fijación varía de unas a otras.
Desde las más fijas y menos motivadas semánticamente hasta las menos fijas y
semánticamente más motivadas, existen muchos grados intermedios. En realidad, las
unidades fraseológicas surgen originariamente de la sintaxis, son sintagmas, e incluso
oraciones y enunciados (se habla entonces de “enunciados fraseológicos”), que con el
tiempo adquieren mayor o menor grado de fijación. Los hablantes las repiten como

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unidades complejas lexicalizadas en su estructura interna y con actuación externa


sintáctica, como hacen las palabras y sintagmas. Esto quiere decir que se está ante
material sintáctico muy especial, pues en mayor o menor medida dejan de funcionar
las reglas formales y semánticas de la sintaxis. Solo desde la sintaxis es posible
observar cómo, por qué y en qué grado dejan de funcionar. La relación entre
“compuestos léxicos” y “unidades fraseológicas” es grande, con algunas fronteras
difíciles de precisar en ocasiones. Los compuestos léxicos, como destripaterrones o
ciudad jardín, son formaciones que se construyen desde la morfología, con
procedimientos morfológicos de formación de palabras. En cambio, las unidades
fraseológicas, como salirse por la tangente o “Me hicieron una faena de órdago a la
grande”, son construcciones que emanan de la sintaxis para adquirir determinado
grado de fijación. Se han elaborado desde la sintaxis, con procedimientos sintácticos.
Los componentes de los compuestos léxicos son morfemas, aunque parezcan
palabras. Son palabras que se transponen a morfemas o, mejor, que actúan o
funcionan como morfos de morfemas, y se juntan en un sintema. No sucede así con
las unidades fraseológicas, ya que sus componentes son palabras, no morfemas, por
lo que el conjunto es un “grupo sintemático” (grupo de sintemas) con la misma función
que un sintema. En la actualidad hay eruditos que emplean, no sin tino, las
designaciones de “compuestos léxicos” y “compuestos sintagmáticos” en sus análisis
de estas cuestiones.
Semánticamente, parece que las unidades fraseológicas han de ser atendidas
por la lexicología, y la confección de diccionarios fraseológicos conduce a esa
interpretación. No obstante, se podría pensar en la posibilidad de que no es la
semántica léxica la que resolverá las dificultades del estudio del significado de las
unidades fraseológicas, sino más bien la semántica oracional, aunque proyectando la
perspectiva de la mayor o menor falta de motivación semántica entre los componentes
de la unidad fraseológica. Es un aspecto específico de la semántica, de ahí que sea la
“fraseología”, como una parte relativamente autónoma de la semántica, la que se
ocupe de este asunto. Semántica léxica, semántica fraseológica y semántica oracional
se relacionan inevitablemente sin por ello confundirse. Los criterios lexicológicos son
necesarios para una mejor investigación en semántica fraseológica. Por las
dificultades expuestas, se comprende que, como han hecho y hacen variados eruditos,
se conciba la fraseología como una parte de la lexicología. Y que la lexicografía acoja
en su labor la elaboración de diccionarios fraseológicos, o que se incluya el material
fraseológico en los diccionarios léxicos. No obstante, acaso una mayor autonomía
entre lexicología y fraseología ayude a comprender mejor las peculiaridades de esos
dos campos, sin negar su relación e implicación. Si la lexicografía se ocupa de las

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variedades de diccionarios léxicos, la hoy llamada fraseografía se centra en la


elaboración de diccionarios fraseológicos. No es extraño que en la actualidad los
diccionarios de la lengua española acojan material fraseológico, cada vez con más
intensidad.
Es preciso pasar al objetivo de la sintaxis, que ahora estará condicionado por lo
dicho sobre el objetivo de la morfología. Es posible, por ello, ir con mayor rapidez en la
explicación, aunque aumenta de forma considerable la complejidad de análisis. La
sintaxis es la parte de la gramática que ha de dedicarse al estudio sistemático de la
estructura interna de las oraciones, es decir, de la combinación de palabras y
sintagmas en la oración. Para ello, ha de descubrir, formalizar y formular las reglas
que expliquen cómo se sitúan y combinan las palabras en el interior de los sintagmas
simples (nominal, verbal, adjetivo, adverbial: SN, SV, SAdj., SAdv.) o entre sintagmas
(coordinando, subordinando), qué papel sintáctico cumplen en ellos o entre ellos
(nuclear, marginal, nexo), qué contenidos o significados aportan y qué coherencia
semántica se desprende de la combinación. Los sintagmas simples, así conformados,
se pueden combinar entre sí formando grupos sintagmáticos, de manera estructurada
que va más allá de lo puramente lineal, funcionando unos dentro de otros de modo
jerárquico y con coherencia semántica hasta componer la estructura interna de la
oración o sintagma oracional (SO). No se debe confundir cualquiera de los tipos de
sintagmas simples (sobre todo el SV) con el SO, pues éste puede estar formado por
cualquiera de ellos o por mezcla ordenada de varios de ellos con no importa qué tipo
de núcleo regente o principal. Basta un sintagma simple que conste de una única
palabra para constituir oración y enunciado: “Llueve”, o “Silencio”, o “Fuera”. Todas las
corrientes gramaticales coinciden en que el estudio de la oración y las clases de
oraciones es objetivo también de la sintaxis. Por tanto, la sintaxis ha de establecer y
formalizar las reglas gramaticales que permitan explicar cómo se genera o produce la
organización estructurada del sintagma oracional (SO) o estructura interna de la
oración, y cómo es (descripción consecuente) esa organización. Y ha de trabajar con
las clases de oraciones. Esto último es más delicado.
González Calvo estima que la oración, como entidad constituida que puede
combinarse con otras, es la unidad paradigmática del nivel enunciativo del plano
textual, no pertenece al plano sintáctico. En ese nivel, el enunciado es la
correspondiente unidad sintagmática, el esquema mínimo de posición y combinación
de oraciones, por lo que, como en la sílaba, sintema y sintagma, basta un significante
de una oración para formar un enunciado. En tal caso, depende de la dimensión en la
que nos situemos (paradigmática o sintagmática) para hablar de una oración que
forma enunciado o de un enunciado que consta de una oración. Por tanto, para el

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citado autor el objeto de la sintaxis es solo el estudio de la estructura interna de las


oraciones. Si no se confunde o identifica SV con SO, parece claro que lo que
tradicionalmente se entiende por oración compuesta por subordinación es “una
oración” con más de un SV (uno regente y otros regidos), y su estructura interna será
objeto de la sintaxis. Algo muy distinto se palpa en la llamada oración compuesta por
coordinación o por yuxtaposición de oraciones. En tales casos, no estamos ante “una
oración”, sino ante un conjunto de oraciones (“grupo oracional” lo llama Alarcos)
combinadas en el interior del enunciado. En este terreno, las reglas de la sintaxis no
pueden actuar, ya que formalmente (no semánticamente) solo existen relaciones
paratácticas entre las oraciones relacionadas en el enunciado, es decir, nunca
aparecen entre ellas las hipotácticas o de subordinación sintáctica. Las conjunciones
que aparecen en la coordinación oracional son eso, de coordinación, coordinantes, sin
posibilidad de oponerse a nexos subordinantes. Acaso fuera más adecuado hablar en
estas circunstancias de marcadores discursivos enunciativos. Las dependencias o,
mejor, interdependencias semánticas entre las oraciones del enunciado pueden ser
muy fuertes, pero esto sucede asimismo con la relación de párrafos en la estructura
sintagmática discursiva. El “discurso” es, en la concepción gramatical de González
Calvo, la unidad sintagmática del nivel comunicativo del plano textual, el esquema de
combinación (configurado con elementos de cohesión y coherencia amparados por los
elementos pragmáticos) de párrafos y partes del texto. Concibe el “texto”,
correlativamente, como la unidad paradigmática del nivel comunicativo del plano
textual. Este asunto no entra en el tema de la división de la gramática, así que se ha
de abandonar para poder centrarse en la consideración de la sintaxis como el análisis
de la estructura interna de la oración, tal como ahora ha quedado explicada.
La reglas que ha de fijar la sintaxis así entendida son, al menos, de cuatro tipos
mutuamente condicionados: 1) sintagmáticas, 2) de función o cometido sintáctico, 3)
semánticas, 4) informativas. La “Pragmática” (con sus teorías de la actuación verbal,
de la cortesía, de la relevancia, de la argumentación) opera con fuerza en el nivel
sintáctico (no solo en el textual) para dar sentido o interpretación ajustada al conjunto
que se consigue con la aplicación de los cuatro tipos de reglas. Para este estudio,
habría que tener claro qué unidades son las propias de la sintaxis. Conocemos la
proliferación desesperante de términos para aludir a pretendidas unidades. Pululan por
trabajos y manuales “palabra”, “sintagma”, “oración”, “enunciado”, “cláusula”,
“suboración”, “proposición”…Excesiva confusión terminológica que manifiesta escasa
claridad conceptual. No es de extrañar que el funcionalismo español representado por
Alarcos Llorach deseche los conceptos de palabra y oración para quedarse con los de
sintagma (entendido como unidad paradigmática, no solo sintagmática) y enunciado.

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Ya vimos que González Calvo se queda con palabra y sintagma, subiendo oración y
enunciado al plano textual. Las gramáticas tradicionales consideraban que la unidad
de la sintaxis era la oración, y la definían como la reunión de palabras con sentido
completo. Al distinguir entre oración simple y oración compuesta, entendían que la
compuesta era una oración formada por oraciones, bien por la principal y la
subordinada o subordinadas, bien por oraciones coordinadas o por oraciones
yuxtapuestas. Lo de oración compuesta de oraciones no tiene nada de riguroso, pero
ha sido eficaz. Para paliar la insuficiencia, determinadas gramáticas tradicionales
introdujeron el término “proposición”, sacado de la lógica, y aplicado a la gramática
como la estructura con sujeto y predicado (con verbo conjugado). Así, la oración
compuesta por subordinación constaba de proposición principal y proposición
subordinada (o proposiciones subordinadas). Hay menos confusión en esta
terminología, si bien en la coordinación y yuxtaposición de oraciones estamos ante
oraciones independientes sintácticamente entre sí, no solo ante meras proposiciones.
Estos asuntos serán tratados con más detenimiento en otros temas del programa, por
lo que, respetando todas las opciones que se conocen, se intentará justificar solo una
de ellas.
La palabra y el sintagma son las unidades de la sintaxis, la primera
paradigmática y la segunda sintagmática. Las palabras, como entidades hechas, se
sitúan y combinan en los sintagmas a través de sus significantes. El sintagma es el
esquema mínimo de combinación sintáctica, es decir, el esquema elemental de
relaciones sintagmáticas sintácticas. Basta el significante de una palabra para
constituir sintagma, sin que por ello se haya de confundir palabra con sintagma:
“María”. Depende de la dimensión, paradigmática o sintagmática de la que se parta,
para hablar de una palabra que forma sintagma o de un sintagma que consta de una
sola palabra. De la misma manera que no todos los fonemas de una lengua pueden
ser núcleo de sílaba, ni por ello formar sílaba por sí mismos, tampoco todas las clases
de palabras de una lengua pueden ser núcleo de sintagma ni formar sintagma por sí
mismas. Que el artículo en español, o las preposiciones y conjunciones, por ejemplo,
no puedan ser, fuera del metalenguaje, núcleo de sintagma ni constituir por sí solas
sintagmas (no tienen autonomía oracional con su correspondiente entorno melódico),
no quiere decir, al meno solo por ello, que no puedan ser palabras. Alarcos Llorach y
los lingüistas que en esto siguen su orientación piensan que el sintagma es lo que se
indica en el paréntesis anterior, afirmando en vez de negando. El artículo es
considerado como un morfema, no como sintagma. La postura es muy coherente y
muy respetable, y se ha extendido considerablemente. González Calvo, como se ve,
adopta otro enfoque. En un esquema oracional complejo (SO), los sintagmas simples

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se agrupan estructuradamente en grupos sintagmáticos hasta componer la estructura


interna de la oración: “El hijo pequeño de mi hermana Sonsoles juega todos los días al
fútbol en el parque”. El núcleo oracional es “juega”, y todo lo demás (palabras
integradas en sintagmas simples, y sintagmas simples organizados entre sí) gira en
torno al núcleo. Si el interior del morfema posee material fónico y si la estructura
interna de la palabra consta de material morfológico, la de la oración está cumplida
con material sintáctico. Si el morfema como entidad constituida es unidad de la
morfología (no de la fonología), y la palabra como conjunto hecho lo es de la sintaxis
(no de la morfología), la oración como entidad constituida es unidad enunciativa de la
textología (no de la sintaxis). Para establecer las clases de morfemas en una lengua
es necesario utilizar, junto a los morfológicos, criterios fónicos y semánticos, lo que no
impide que el morfema pertenezca a la morfología. Para fijar las clases de palabras en
una lengua se necesitan, junto a los sintácticos, criterios morfológicos y semánticos, lo
que no es obstáculo para que la palabra sea una unidad de la sintaxis. Para trabajar
sobre las clases y subclases de oraciones en una lengua se precisan, junto a los
textuales enunciativos, criterios sintácticos, semánticos y pragmáticos, lo que no es
escollo insalvable para poder estimar que la oración no pueda ser una unidad de la
textología.

3. Conclusiones

El controvertido asunto de las partes de la gramática, o división de la


gramática, está muy lejos de estar resuelto. Problema viejo en odres nuevos, pero
problema al fin y al cabo. Se comprenden las palabras, citadas al principio, de la
Gramática descriptiva de la lengua española: puede haber muchas gramáticas de la
Gramática de una lengua. Depende del enfoque del que se parta para hacer una
gramática más amplia o más restrictiva. Los diversos enfoques cuentan con eruditos
de prestigio, por lo que han de ser respetados aunque individualmente se parta con
firmeza de uno de ellos. Se está lejos de llegar a un acuerdo más o menos flexible
sobre el concepto de gramática, sus partes y la conexión de esas partes. Todas las
posturas ayudan a reflexionar sobre la gramática de la lengua con la misma lengua.
Esto, que es un acicate en la investigación, resulta ser una rémora o un inconveniente
en la docencia, sobre todo en niveles inferiores. Urge en la enseñanza unos acuerdos
conceptuales y terminológicos que ayuden a los docentes a ser operativos y eficaces
en su quehacer social. Poco se ha avanzado en este terreno, donde el desconcierto y
el desánimo se asientan a menudo por falta de un asidero metodológico, no
necesariamente rígido, que debería surgir del cientificismo didáctico. La observación

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de los hechos ha de conducirnos al sistema que los sustenta, y la comprobación del


sistema con hechos nuevos ha de permitir la reorganización del sistema. Es un camino
de ida y vuelta que hará más consistente la enseñanza práctica en niveles inferiores.
Mientras todo esto no sea posible, se impone la prudencia. Es cierto que la secuencia
“Lengua Española” (o “Castellana”) como nombre de una asignatura evita entrar en
complejas disquisiciones sobre lo que es o no gramática de esa lengua. Importa la
descripción coherente y rigurosa de los hechos lingüísticos, aunque falte a veces el
marco más abstracto que los estructura y organiza. No obstante, el contraste de
posturas sólidas enriquece al docente, y también al discente o alumno universitario.
Ese ha sido el objetivo de la exposición de este tema.

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BIBLIOGRAFÍA

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