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trévete

SOQIV
dBill O’Hanlon, uno de los principales especialistas en terapia breve, nos ofrece las
pautas básicas para poder abordar el cambio en nuestra vida.
Este fascinante libro enseña al lector a cultivar el potencial de uno de nuestros talentos
más esenciales, incomprendidos y a menudo desaprovechados: nuestra
capacidad innata de saber cuándo, por qué y cómo hacer cambios positivos en nuestra
vida,y en la de los demás.
O’Hanlon nos explica los factores clave que concurren en el cambio, y en cada capítulo
nos enseña un método o planteamiento específico que nos permitirá cambiar: desde
avanzara pequeños pasos para romper esquemas y adoptar nuevas perspectivas, hasta
propiciar el cambio con la ayuda de un mentor, a través de las relaciones personales, las
crisis y -por qué no- siendo más uno mismo. El autor ilustra sus explicaciones con diversos
ejemplos procedentes de casos clínicos reales, anécdotas y cuestionarios, facilitando la cor
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Atrévete

PAIDÓS
a cambiar

Bill O’Hanlon es especialista en salud mental, además de terapeuta y consejero matrimonial


y familiar.
Graduado en Programación Neuro- lingüística, mientras estudiaba conoció a Milton Erikson,
pionero en la aplicación de las técnicas de hipnosis a la psicoterapia y precursor de la psico-
terapia breve. Los siguientes años de su carrera los dedicó a la divulgación de las
enseñanzas de Erikson y después desarrolló su propio método, enfocado en identificar y
utilizar nuestros puntos fuertes para alcanzar y superar metas y netos.
Es miembro de la American Association for Marriage and Family Therapy y autor de
numerosos libras, entne ellos Pequeños grandes cambios, Amor es amar cada día,
Crecer a partir de la crisis, Guía breve de terapia breve, En busca de soluciones y
Raíces profundas, todos ellos publicados por Paidós
.B I L L O ' H A N L O N
Divulgación/Autoayuda
Últimos títulos publicados
M. Bosqued, Mobbing
E. J. Langer, La creatividad consciente
E. Giménez de Abad, Cómo poner límites a los hijos
J. Moix, Cara a cara con tu dolor. Técnicas y estrategias para reducir el dolor crónico
A. Aparicio y T. Muñoz, Después del silencio. Cómo sobrevivir a una agresión sexual
E. Lukas, El sentido del momento. Aprende a mejorar tu vida con logoterapia C. Zaczyk, Cómo
tener buenas relaciones con los demás
F. Réveillet, Diez minutos. Más de 400 consejos y ejercicios para sentirte mejor
todos los días
A. Freixas, Nuestra menopausia. Una versión no oficial Viviana Embarazo transformador
A. Ellis, Usted puede ser feliz
F. Réveillet, Diez minutos de pequeñas alegrías
J. M. Gottman y J. S. Gottman, Diez claves para transformar tu matrimonio
B. J. Jacobs, Cuidadores
M. McKay y P. Fanning, Cómo resolver conflictos. Técnicas y estrategias para superar las situaciones
problemáticas con éxito M. Lavilla, D. Molina y B. López, Mindfulness. O cómo practicar el aquí y el
ahora M. Bosqued, Quemados. Qué es y cómo superarlo W. Glasser y C. Glasser, Ocho lecciones para
un matrimonio feliz J. Kabat-Zinn, Mindfulness en la vida cotidiana. Donde quiera que vayas, ahí
estás M. Bosqued, Superwoman. El estrés en la mujer T. Attwood, Guía del síndrome de Asperger
S. Berger y F. Thyss, Diez minutos para sentirse zen. Más de 300 consejos y ejercicios para alcanzar la
serenidad M. Williams, J. Teasdale, Z. Segal y J. Kabat-Zinn, Vencer la depresión. Descubre el poder
del mindfulness L. Purves, Cómo no ser una madre perfecta
G. Cánovas Sau, El oficio de ser madre. La construcción de la maternidad
C. André, Guía práctica de psicología para la vida cotidiana
M. McKay y P. Rogers, Guía práctica para controlar tu ira. Técnicas sencillas para mejorar tus relaciones
con los demás S. Güilo y C. Church, El shock sentimental. Cómo superarlo y recuperar la capacidad
de amar
R. Brooks y S. Goldstein, El poder de la resiliencia. Cómo superar los problemas y la adversidad
B. O’Hanlon, Atrévete a cambiar
C. Coria, Decir basta. Una asignatura pendiente

Bill O'Hanlon
*
PAIDÓS
Barcelona Buenos Aires México

Atrévete a cambia
rTítulo original: Change 101
Publicado en lengua inglesa por W. W. Norton & Company, Inc. Traducción de Alex Gombau Cubierta
de Ma José del Rey
1.a edición, octubre 2010
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema
informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad
intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
© 2006 by O’Hanlon and O’Hanlon, Inc.
© 2010 de la traducción, Alex Gombau © 2010 de todas las ediciones en castellano Espasa Libros, S.
L. U.,
Paseo de Recoletos, 4. 28001 Madrid
Paidós es un sello editorial de Espasa Libros S. L. U.
www.paidos.com
ISBN: 978-84-493-2436-9 Depósito legal: M-38050-2010
Impreso en Artes Gráficas Huertas, S.A.
Camino viejo de Getafe, 60 - 28946 Fuenlabrada (Madrid)
Impreso en España - Printed in Spai
nA
Steffanie,
' agente transformador y el amor de mi vida,
ya
La Galletita, por abrir mi corazón y cambiarme para bien sistemáticament
eSumario

Agradecimientos
Como siempre, al equipo de Norton Professional Books: Deborah Malmud, Andrea
Costella, Michael McGandy, Kevin Olsen y a todos los demás que trabajaron entre
bastidores para convertir mi cuero en unos zapatos. Gracias. A veces los he escuchado y
otras no, como en proyectos anteriores.
A Milton Erickson, el jinete de la salvia púrpura, por hacerme entrar pronto en la
mollera que el cambio era posible. Y por confundirme tanto que me sentí motivado a
entender lo que hiciste por mí.
A mis pacientes, que, a lo largo de los años, me han enseñado mucho más que mis
profesores y los libros de texto

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.Introducción
La mayor violencia se da cuando atacas a alguien con la idea de que no tiene remedio,
que no puede cambiar.
SEAN PENN
Cuando era terapeuta novel en la facultad, tuve un profesor que decía lo siguiente:
«¡La única persona que realmente quiere un cambio es un bebé meado!». Me dejó
consternado y esperaba que estuviera equivocado. En aquella época, yo había leído la
obra de un terapeuta que ejercería una gran influencia en mi vida personal y laboral: el
excéntrico y creativo psiquiatra Milton H. Erickson. Erickson tenía una opinión diferente
sobre el proceso de cambio. En la introducción del libro Change (Watzlawick, Weakland
y Fisch, 1974), Erickson escribía sobre cómo echar mano de las fuerzas indómitas hacia
el cambio, inherentes en los individuos, las parejas y las familias, y canalizarlas en
direcciones positivas. Las fuerzas indómitas hacia el cambio. Eso ya me gustaba más.
Tal disparidad de opiniones me despertaba un cierto interés personal. Me había
sentido muy deprimido a lo largo de gran parte de mi adolescencia e inicio de la edad
adulta, y buscaba desesperadamente métodos de cambio que me ayudasen a sentirme
menos infeliz. Tenía que creer que el cambio era posible. Al estar deprimido, mi vida
dependía literalmente de encontrar esta esperanza. Y Erickson me la ofrecía, pero
también de forma práctica y esquematizada. De manera que, como un verdadero
náufrago, me aferré al salvavidas de la obra de Erickson. De hecho, muchos de los
ejemplos de este libro se han extraído de sus casos clínicos, ya que él sabía más que nadie
sobre cómo ayudar a cambiar a la gente, y sus casos a menudo son ejemplos explícitos de
los principios del cambio puestos en práctica.
Creo que las personas que quieren una terapia son como era yo: esperan encontrar
esperanza y alguna manera de salir de la depresión y del sufrimiento que viven. Darles el
mensaje tácito de que el cambio no es posible o que podría llevarles muchos años de
esfuerzo equivale a hacerles añicos sus esperanzas. Al mismo tiempo, hemos de
proporcionar medios efectivos de hacer realidad esas esperanzas; no pueden ser falsas
esperanzas o métodos ineficaces.
Por tanto, este libro surge a partir de estas dos necesidades: encontrar una perspectiva
esperanzadora de las posibilidades de cambio y proporcionar una guía sobre métodos
efectivos para efectuarlo.
El primer caso que encontré en la obra de Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) me
decepcionó y me entusiasmó a la vez; además apuntaba claramente a que era posible
cambiar, incluso en circunstancias desesperadas y aun cuando las personas se mostrasen
inicialmente reacias o poco dispuestas a colaborar.
Una mujer empezó la terapia con Erickson y dijo que tenía planes para suicidarse
definitivamente a tres meses vista. Había reflexionado mucho sobre el asunto y había
llegado a la conclusión de que no merecía la pena vivir la vida, pero que antes de llevar a
cabo la decisión final, lo pensaría con racionalidad; por ello había decidido ir a un
psiquiatra para que le confirmase su conclusión de que no se podía cambiar nada en su
situación y que sus razonamientos eran acertados. Estaba dispuesta a colaborar en todo,
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pero si el doctor Erickson intentaba ingresarla, ella sencillamente fingiría que estaba en
su sano juicio y renunciaría temporalmente a la idea de suicidio para poner en práctica el
plan más adelante sin más miramientos.
Erickson aceptó verla, pero con una condición: la mujer debía avenirse a hacer todo
lo que él le pidiese en la terapia, a menos que, por supuesto, fuese algo inmoral, ilegal o
peligroso. La mujer le garantizó a Erickson que aceptaría su condición y que ella era una
persona de palabra.
Empezó la terapia, y Erickson descubrió que la mujer había sido criada por unos
padres que le habían dejado muy claro que era una hija no deseada y que le habían
dedicado unos cuidados y un afecto mínimos. La vistieron y la alimentaron, le dieron una
educación básica, y eso fue todo. Nunca la abrazaron ni le expresaron ningún tipo de
cariño. Sus padres estaban totalmente pendientes el uno del otro y no se interesaban ni lo
más mínimo por ella ni por nadie más. No conocía a ningún pariente, puesto que sus
padres habían cortado los lazos familiares. Después del instituto se marchó de casa y
empezó a trabajar, sólo veía a sus padres alguna que otra vez, hasta que, cuando rondaba
los veintitantos, murieron en un accidente de coche. Desde entonces había ido de un
trabajo mal pagado a otro, normalmente de secretaria o de recepcionista, del que, al cabo
de un año más o menos, se hartaba, y buscaba otro empleo similar. Rondaba los treinta
cuando empezó la terapia con Erickson. El psiquiatra se enteró de que tenía cinco mil
dólares ahorrados (un buen pellizco a principios de la década de 1960, cuando tuvo lugar
esta terapia) y que la mujer no tenía nadie a quien dejar este dinero a su muerte. El
psiquiatra le propuso que empleara parte del dinero para tratarse. Había observado que la
mujer se esforzaba mucho por no parecer atractiva (llevaba ropa poco favorecedora y no
se maquillaba). Erickson la mandó a que se comprara ropa nueva y a unos cursillos de
maquillaje. Ella no le veía la utilidad, pero el doctor Erickson le recordó que había
aceptado hacer lo que él le pidiera a menos que fuera algo inmoral, ilegal o peligroso.
Pronto, la mujer adquirió mejor presencia. El psiquiatra descubrió que se consideraba
poco atractiva, hasta el punto de despertar repulsión, y que lo que más la avergonzaba era
el pequeño espacio que tenía entre las dos piezas dentales frontales. Erickson ni siquiera
se había percatado de ese detalle, pero a la mujer le parecía que era enorme y ostensible
para todo aquel que la veía sonreír. Procuraba no sonreír jamás ni mostrar la dentadura.
Erickson le puso como deberes que aprendiese a echar agua a través del hueco entre los
dientes mientras se duchaba, hasta que lo hiciera con precisión y llegara a una distancia
de entre dos y tres metros.
Erickson le sonsacó otras dos cosas más que pronto utilizaría en la terapia. En primer
lugar, se enteró de que la mujer no tenía ningún recuerdo feliz. También averiguó que, a
pesar de que la paciente no lo reconocía, por lo visto, había un joven del trabajo que esta-
ba interesado en ella. La mujer contó a Erickson que, cada vez que iba a beber agua a la
fuente, el joven aparecía como por arte de magia e intentaba hablar con ella. Ella, por
supuesto, se batía en retirada rápidamente a su mesa, temiendo que el joven se diera
cuenta de lo fea que era.
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Después de aproximadamente un mes de tratamiento, Erickson le dijo a la joven que
se le había ocurrido un plan para que ella tuviera un buen recuerdo, dado que, según la
opinión del psiquiatra, nadie debía morir sin tener al menos un recuerdo feliz. Ella encon-
tró ridicula la idea y no podía concebir cómo, en su situación, podía tener una experiencia
memorable.
A medida que Erickson le esbozaba su plan, la joven se sentía más y más turbada. El
próximo lunes se tenía que vestir con su ropa nueva favorita, se tenía que maquillar y
acudir al trabajo. Debía ir a la fuente a cada hora. Cuando el joven apareciera, ella se
llenaría la boca de agua, se la lanzaría al chico, daría un paso hacia él, daría media vuelta
y «pondría pies en polvorosa». Al principio ella se resistió a hacerlo, pero el doctor
Erickson le recordó el acuerdo de colaboración al cual habían llegado. Esta iniciativa,
aunque comprometida, no era ni inmoral, ni ilegal ni peligrosa. Finalmente, la joven
accedió a llevarla a cabo.
Cuando el joven apareció por la fuente, ella hizo lo que el doctor le había dicho, y
acto seguido salió corriendo. Él la persiguió, la atrapó y, como jugando, le dio un beso.
Así comenzó un idilio arrollador que sacó de la cabeza de la muchacha cualquier idea de
suicidio.
Cuando leí este caso, me sentí eufórico y desconcertado a la vez. ¿Cómo consiguió
Erickson que su paciente hiciera una cosa tan descabellada? ¿Cómo se le ocurrió la idea
de aprovechar el espacio entre dientes de la chica como parte de la solución a su
problema?
¿Cómo supo que funcionaría? El caso mostraba claramente que la gente puede cambiar y
que puede hacerlo con relativa rapidez, pero ¿sería yo capaz de hacer estas cosas? El
efecto fue electrizante, y me llevó a una búsqueda que duró muchos años: primero, para
intentar comprender las ideas de Erickson sobre la capacidad de cambio de las personas y
sobre el modo de conseguir implicarlas en el proceso de cambio; y después, para
averiguar cómo podía aplicar yo estas ideas en el ejercicio de mi profesión y en mi propia
vida. Los resultados de esta investigación personal y profesional se recogen en las
páginas de este libro. He incluido muchas anécdotas personales en el texto. Si eres
terapeuta, espero que disfrutes con este pequeño bocado. Si no es así, espero que, por lo
menos, lo aguantes. Muchas de las lecciones y métodos que intento transmitir aquí han
sido analizados en el campo de pruebas de mi experiencia, y diría que confieren más
realismo a algunos de los ejemplos. También he incluido ejemplos de la obra de Milton
Erickson. Teniendo en cuenta que he aprendido tanto de él sobre el proceso de cambio a
lo largo de los años, también parece de lo más acertado, y espero que el lector sabrá
apreciar estos ejemplos lo suficiente como para investigar la obra de Erickson por su
cuenta.
Hace más de treinta años que soy terapeuta y he estudiado gran parte de las
principales tesis sobre cambio terapéutico, pero lo más importante es que he observado
qué funciona y qué no para llevar a cabo el cambio en la terapia y en la vida a lo largo de
los cincuenta años y pico que llevo de existencia.
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Intento escribir libros que sean amenos y sencillos, pero también con la esperanza de que
no sean demasiado simplistas. Ya hay demasiados libros llenos de jerigonza y teorías
densas que la mayoría de las veces quedan sin leer en la mesilla de noche del terapeuta.
Yo quiero que el mío se lea y se ponga en práctica. He oído por boca de muchos
terapeutas que sus pacientes han leído los libros que he escrito para un público
profesional y les han sacado mucho provecho. Sinceramente, espero que el material de
este libro os sea de ayuda y que, si sois terapeutas, ayude a aquellos con quienes trabajáis

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1

.Nunca pretendas enseñar a un cerdo a cantar: encontrar la


motivación y la energía para cambiar
Si de verdad quieres entender algo, intenta cambiarlo.
KURT LEWIN
El cambio terapéutico no tiene lugar porque sí. Uno debe
estar motivado para buscar terapia y efectuar el cambio. Tal y
como veremos más adelante, el individuo aludido no siempre es
la persona que se presenta en la consulta del terapeuta, sino que
este «individuo» debe estar dispuesto a buscar el cambio y a
llevarlo a cabo aunque le cueste cierto esfuerzo. En este capítulo
detallaremos las condiciones sine qua non para cambiar en la
terapia y en la vida: la energía y la motivación.
Anatomía de la motivación
La motivación es el punto de partida para el cambio.
Demasiado a menudo, la gente intenta realizar el cambio sin
motivación, lo que se refleja en la frase del título del capítulo:
«Nunca pretendas enseñar a un cerdo a cantar», porque tú
perderás el tiempo, y el cerdo se enfadará. La gente ha de tener
energía para cambiar, sin energía el esfuerzo es una pérdida de
tiempo para todos los implicados.
Si uno toma en consideración la historia humana, puede
observar rápidamente que hay dos cosas que motivan a los seres
humanos: lo que quieren evitar o aquello de lo que quieren
librarse, y lo que desean o aquello a lo que aspiran. Para más
comodidad, llamemos a estas dos motivaciones negativas (lo que
la gente quiere evitar, de lo que se quiere librar o lo que desea
tener menos presente en su vida) o positivas (lo que la gente
quiere, lo que busca o desea).
En este capítulo examinaremos las variaciones de estos dos
temas principales. Más adelante dividiremos estos tipos de
motivación según el tiempo: pasada, presente y futura. Lo cual
nos deja con seis variaciones en nuestros dos tipos
motivacionales principales:
Motivación pasada negativa Motivación pasada positiva
Motivación presente negativa Motivación presente positiva

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1

Motivación futura negativa Motivación futura positiva


A continuación se enumeran algunas señales y pistas que
ayudan a determinar desde qué punto de vista actúa un paciente:
• Si vuestro paciente habla más que nada del pasado (de lo que
le desagradaba o de lo que le dolía), probablemente actúe por
una motivación pasada negativa.
• Si vuestro paciente habla más que nada de lo bien que solían
ir las cosas antes o vuelve una y otra vez a los buenos
tiempos pasados, probablemente actúe por una motivación
pasada positiva.
• Si vuestro paciente se centra en lo que le disgusta de la situa-
ción actual, probablemente actúe por una motivación
presente negativa.
• Si vuestro paciente habla más que nada de lo que va bien ac-
tualmente, probablemente actúe por una motivación presente
positiva.
• Si vuestro paciente habla con miedo o preocupación sobre
todo lo malo que podría suceder en el futuro o sobre cómo se
le podría torcer la vida, probablemente actúe por una motiva-
ción futura negativa.
• Si vuestro paciente habla esperanzadoramente sobre lo bien
que le podrían ir las cosas o sobre qué le gustaría que le suce-
diera en la vida, probablemente se sienta orientado hacia una
motivación futura positiva.
Examinaremos cada uno de estos casos a su debido tiempo y
aportaremos ejemplos para ilustrarlos y proponer la manera
como podríais averiguar o descubrir qué motivación sigue
vuestro paciente.
Motivación pasada negativa
Tuve un paciente a quien su tutor del instituto le dijo que no
se molestara en matricularse en la universidad porque no tenía
«madera de universitario». Ese comentario lo puso furioso.
Cuando se licenció en la universidad, dejó una nota para aquel
tutor del instituto.
Y le envió otra cuando obtuvo el máster. Y otra más cuando
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1

acabó el doctorado. ¿Qué pensáis que lo empujó a pasar


por todas esas aburridas clases, enrevesadas lecturas y
trabajos académicos durante el transcurso de toda esa
formación universitaria? Intentaba demostrar a ese tutor
que se había equivocado con él y que escaparía de esa
maldición del pasado.
Se trata de un ejemplo excelente de motivación negativa
originada por el pasado. Por regla general, esta variación de
motivación surge de algo doloroso o desagradable en el pasado,
que se intenta evitar, corregir o tirar por la borda.
A veces la gente se siente más motivada por sus desgracias
que por sus dichas.

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Patsy Rodenberg prepara a actores para que encuentren y ejerci-
ten su voz. Cuando la entrevistaron le hicieron la siguiente
pregunta: «¿Tuvo usted algún problema vocal cuando era
joven?». Y ella contó que tuvo un problema de dicción (no sabía
pronunciar ciertos sonidos) y que la enviaron a un «profesor de
elocución» que la aterraba. La niña era incapaz de reproducir los
sonidos que el logope- da le indicaba. También tartamudeaba, y
los otros niños se burlaban de ella. «Siempre me ha dado miedo
comunicarme», confesaba. «No creo que se pueda preparar a
alguien con empatia y comprensión a menos que se haya tenido
problemas similares.»
Esta anécdota ilustra otra fuente de motivación negativa del
pasado: estar sensibilizado ante el sufrimiento del otro o de uno
mismo y reconvertir esa energía para ayudar a los demás o
cambiar el mundo de una u otra forma. A esta motivación la
llamo «actuar según tu herida». Con esto quiero decir que, si uno
utiliza sus heridas como medio para activar acciones
constructivas, incluso la negativa puede ser una fuerza positiva.
El psicólogo Sam Keen lo expuso muy bien: «Todos salimos
de la infancia con heridas. Con el tiempo podemos transformar
nuestro legado en talento. Las lacras que marcan la psique
pueden llegar a ser la fuente de la belleza de un hombre o de una
mujer. Las heridas que hemos sufrido nos invitan a asumir la más
humana de todas las vocaciones: curarnos y curar a los demás».
PASOS PARA ACCEDER A LA MOTIVACIÓN PASADA
NEGATIVA Y USARLA
EN EL PROCESO DE CAMBIO
1. Escuchar las quejas, el sufrimiento o las heridas del pasado.
Cuando se mencione una, averiguar algo más sobre los deta-
lles y las emociones relacionadas con el incidente o la situa-
ción. Hacer preguntas como las siguientes: ¿cómo influyó
ese incidente o esa herida en lo que concierne al problema
que has mencionado?, ¿qué decidiste o aprendiste de esa
situación antiguamente hiriente que te pueda ayudar a
superar el mal momento actual?
2. Averiguar de qué maneras la persona ha cambiado o se ha
quedado atascada por lo que se refiere a los acontecimientos
negativos pasados.

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3. Vincular las actividades terapéuticas propuestas (como, por
ejemplo, ejercicios o debates en el aula de terapia) y modifi-
carlas en la medida necesaria para evitar un sufrimiento simi-
lar a otro pasado del cual la persona desea huir.
Por ejemplo, un marido puede pasarlo mal en la terapia de pareja si
se lo obliga a hablar de la aventura que tuvo, ya que para él es
embarazoso. Yo podría llevar la conversación a su motivación
por una herida del pasado (el divorcio de sus padres) y explicarle
que es importante hablar de ello para impedir que él y su mujer
se acaben divorciando, lo que podría causar un trauma a sus hijos
similar al que él sufrió en su infancia.
O podría relacionar la reflexión escrita sobre un trauma cada noche
durante quince minutos con la motivación del paciente para
detener finalmente el sufrimiento a causa de su trauma. Le diría
al paciente que hay un montón de estudios que demuestran que
escribir, aunque sólo sea durante quince o veinte minutos al día
cuatro días seguidos, puede ayudar a disminuir y solucionar el
sufrimiento postraumático.
Motivación pasada positiva
A veces las personas tienden a recordar o evocar alguna
buena experiencia del pasado. Tal vez hubo un tiempo en que se
sintieron alegres o en paz o ligadas con el mundo, y ahora
sienten que han perdido esa sensación.
El cambio orientado a solucionar el problema se basa en
parte en esta tendencia. Según este enfoque, se pregunta a la
gente qué funcionó en el pasado en relación con los problemas
actuales. Las preguntas podrían ser las siguientes: ¿ya te has
sentido deprimido antes y, si es así, cómo tiraste adelante?; ¿qué
hiciste para superar la depresión?
PASOS PARA ACCEDER A LA MOTIVACIÓN PASADA
POSITIVA Y USARLA EN
EL PROCESO DE CAMBIO
1. Escuchar los buenos recuerdos o los mejores momentos pasa-
dos. Cuando se mencione uno, averiguar alguna cosa más so-
bre los detalles y las emociones relacionadas con el incidente
o la situación.
2. Averiguar maneras en que la persona haya efectuado cambios
basados en lo que recuerda o extraídos de la situación o del

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recuerdo pasado positivo.
3. Vincular las actividades terapéuticas propuestas (como poner
por escrito todo lo que la persona pueda recordar sobre la
experiencia pasada positiva y lo que haya aprendido de ella o
pueda usar en el mal momento actual) y modificarlas para
propiciar que la persona tenga más de esas experiencias pasa-
das positivas.
Por ejemplo, una paciente contó que los días de su infancia más
tierna, antes de empezar a ir al colegio, fueron los más felices. Se
le pidió que escribiera sobre aquellos tiempos y lo que recordara
de ellos, y que a continuación extrajera alguna lección o alguna
cosa de lo escrito que pudiera utilizar en el mal momento actual
(estaba demasiado gorda). La escritura y el proceso de
razonamiento que siguieron la llevaron a darse cuenta de que se
había sentido feliz porque en aquellos años no tenía obligaciones
y simplemente podía seguir sus caprichos. Dedujo que tenía una
agenda demasiado apretada y demasiados compromisos, y que
esto le producía estrés, que ella sobrellevaba comiendo en
exceso. Eliminó obligaciones y fue capaz de encontrar tiempo
libre para hacer más cosas que la complacieran, lo que la llevó a
comer menos «impulsivamente» y a tener más tiempo para hacer
deporte.
Motivación presente negativa
En el inicio de mi carrera como terapeuta, tuve un trabajo
que se dividía en dos funciones. Primero, por la tarde atendía mi
consulta, y luego, por la tarde-noche, que era cuando se
producían las crisis suicidas y otras crisis mentales, respondía al
teléfono del centro de salud mental. Al cabo de algunos meses de
trabajo, observé una cosa interesante: las personas que llamaban
al teléfono en plena crisis cambiaban mucho más rápidamente
que las personas que recibía en mi consulta. Las personas del
teléfono sufrían justo en ese momento y buscaban algo que les
aliviara ese dolor. Se mostraban más abiertas y motivadas para el
cambio. Mientras que, a menudo, el sufrimiento de las personas
que atendía en la consulta, con cita previa, era menos profundo y,
por tanto, se sentían menos motivadas para cambiar. En parte, es
esto lo que me atraía de la terapia breve: picar mientras el hierro

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está caliente y hacer que la gente progrese hacia el cambio tan
rápido como sea posible.
Pocos años más tarde, me contrataron para tratar pacientes
hospitalizados de un psiquiátrico cercano a mi casa. El hospital
había contratado una mutualidad de ámbito nacional que
informaba al director general, al final del tratamiento, sobre si se
tendía o no a hospitalizaciones más cortas y si el psiquiátrico
necesitaba reducir en diez días las estancias medias para estar
acorde con los promedios nacionales. Como yo era de allí y
enseñaba terapia breve, me pidieron que hiciera un poco de
seguimiento y de formación. De manera que pedí al personal y a
la dirección que me describieran el típico tratamiento que se
dispensaba a un paciente nuevo. Me quedé pasmado al descubrir
que la mayoría de los pacientes no recibían ninguna terapia
durante los primeros días de hospitalización. «¿Por qué no?»,
pregunté. «Ah, porque les damos un poco de tiempo para que se
habitúen a la unidad y evaluamos la medicación que están
tomando para averiguar si es la acertada o no durante esos
primeros días. Después comenzamos las intervenciones.»
Les sugerí una analogía: «Si entraseis en un hospital con un
dolor de origen desconocido y el personal simplemente os diera
una cama, os observase y os dejara que os aclimatarais al
hospital, ¿cómo reaccionaríais?». Todos admitieron que se
sentirían decepcionados y que se quejarían, que querrían un
diagnóstico y sentirse mejor tan pronto como fuera posible.
Les dije que con su manera de proceder estaban disipando
buena parte de la motivación que los pacientes tenían cuando
llegaban al hospital. Los pacientes normalmente se sienten muy
frustrados cuando llegan a un hospital y, a menudo, se sienten
motivados para cambiar porque ellos u otros están sufriendo.
Muchas veces la gente está motivada para cambiar porque se
siente incómoda o porque sufre en su situación actual. Las
historias de alcohólicos que tocan fondo son otro ejemplo más.
Muchos dicen que llegan a lo más bajo de su vida y que
entonces, finalmente, encuentran la motivación suficiente para
superar el difícil proceso de parar o reducir el consumo excesivo

16
de alcohol.
En uno de mis talleres, hablaba sobre crear motivación en
niños dejando que experimenten con el mayor cuidado las
consecuencias de sus actos. Un hombre que se llamaba Butch
vino y me contó su historia. Cuando tenía unos 2 años, su padre
consiguió un nuevo trabajo de lechero. Un viernes le habían
dado un camión de reparto nuevo y brillante, y el sábado y el
domingo se llevó a Butch a dar una vuelta con el camión.
Cuando llegó el lunes, el padre de Butch salió por la puerta de
atrás para coger el camión y empezar la ruta de reparto. El crío lo
siguió sin que su madre se diera cuenta de nada. Cuando Butch
vio que su padre iba a arrancar el camión para irse sin él, dijo:
«Quiero camión». Su padre le replicó con firmeza: «No, Butch,
entra en casa. Hoy no puedes venir con papá. Papá ha de
trabajar». «Quiero camión», contestó Butch más fuerte. Su padre
le insistió en que volviera a casa y se negó a dejarlo subir al ca-
mión. A Butch le dio un berrinche; pataleaba y gritaba:
«¡QUIERO CAMIÓN!». Cuando Butch vio que su padre no se
ablandaba, se lanzó de cabeza contra el muro de piedra que
rodeaba el camino de entrada. Se abrió el cráneo y la sangre le
salía a borbotones. Su padre bajó de un salto del camión y llamó
a su mujer. Contuvieron la sangre, y la madre se lo llevó para
que le pusieran unos puntos. Todo se calmó durante algunos días.
Pero el viernes de esa misma semana, cuando sus padres ya
habían bajado la guardia, Butch volvió a las andadas. Siguió a su
padre hasta el camino de entrada y empezó con la pataleta.
«¡QUIERO CAMIÓN!», gritó. Su padre subió al camión de un
salto, miró a Butch directamente a los ojos y dijo: «Mira, es tu
cabeza», y acto seguido se marchó. Mientras miraba por el
retrovisor, vio que Butch observaba ora el camión que se alejaba,
ora el muro de piedra, y que parecía deliberar un momento;
luego entró en casa.
Milton Erickson utilizó, muchas veces y con efectividad, este
método de motivación presente negativa en terapia. Uno de los
ejemplos más destacados fue el de un señor jubilado, un tal
Harlan, que buscó la ayuda del doctor Erickson para solucionar

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un problema grave de insomnio. Erickson (O’Hanlon y Hexum,
1991) averiguó que Harlan, desde que su esposa murió, se
revolvía y se movía sin parar toda la noche, noche tras noche, sin
pegar ojo durante semanas enteras. Se acostaba temprano y
consultaba la hora cada quince minutos más o menos,
esforzándose por dormir. Harían vivía en una casa grande con su
hijo, y ambos eludían la necesaria tarea de encerar los
inacabables suelos de madera de la casa. Erickson le prometió a
Harlan que podría curarle el insomnio si cooperaba en el plan
que se le había ocurrido. A Harlan sólo le costaría ocho horas de
sueño. «Ocho horas —replicó Harlan—. Pierdo muchas más en
una sola noche.»
El plan de Erickson era sencillo. Harlan se iría a la cama a la
hora de costumbre (normalmente a las nueve de la noche). Si aún
seguía consultando la hora cada quince minutos, Harlan se
tendría que levantar y encerar el suelo hasta la hora habitual de
despertarse (sobre las seis de la mañana). La primera noche, tal
como esperaba, Harían la pasó encerando suelos. La siguiente, a
pesar de que estaba agotado, también enceró suelos toda la
noche. La tercera, comenzó a encerar suelos a las nueve y cuarto,
pero pronto se sintió tan cansado que pensó en descansar un rato
antes de continuar. Se quedó dormido en seguida y durmió toda
la noche. La siguiente, también durmió toda la noche, y así cada
noche hasta que vio a Erickson en la siguiente visita. Harlan se
sentía bastante culpable por no haber acabado la tarea de la
tercera noche, pero el doctor Erickson le dijo que no pasaba
nada. También le recordó a Harlan que aún le debía dos noches
más de encerar suelos si algún día volvía a tener insomnio. Pero
Harían no lo llegó a hacer. El doctor Erickson bromeaba sobre el
tema: «Harían hubiera hecho cualquier cosa por evitar tener que
encerar suelos... ¡incluso dormir toda la noche!».
Mi amiga Margie usaba un método similar para motivarse a
perder peso. Quería perder siete kilos como fuera, pero tan sólo
acababa perdiendo un poco de peso y volviéndolo a recuperar.
Después de algunos años así, finalmente decidió tomárselo en
serio. Dio un cheque con todos sus ahorros, quinientos dólares, a

18
un abogado amigo suyo. Se dejaría caer por su despacho cada
viernes y se pesaría. Si no había perdido al menos medio kilo esa
semana, el abogado tenía que enviar por correo los quinientos
dólares, junto con una carta llena de alabanzas por su labor, al
Ku Klux Klan, una organización que ella detestaba. Perdió el
peso y no lo recuperó. Sabía muy bien cómo motivarse
utilizando motivación presente negativa.
Otro caso de Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) muestra la
importancia de la motivación para realizar cambios. Un hombre
buscó la ayuda de Erickson para dejar de beber alcohol en
exceso. Al escuchar su historia, Erickson le preguntó al hombre
si estaba casado. El hombre respondió: «Casadísimo». Y le contó
que él y su mujer estaban muy unidos y que pasaban varias
semanas cada verano en la cabaña que tenían en el norte de
Arizona. Sólo se tenían el uno al otro por toda compañía y,
habiendo hecho acopio de las provisiones necesarias, se pasaban
las dos semanas completamente desnudos; una libertad de la cual
ambos disfrutaban. No vivía nadie en kilómetros a la redonda y
gozaban de una completa intimidad. Al oír esto, el doctor
Erickson propuso un plan para que el hombre dejara de beber. Él
y su esposa irían hasta la cabaña y se desharían de todo el
alcohol, lo regalarían o se lo llevarían a la casa de Phoenix. A
continuación un amigo de la esposa los llevaría en coche a la
cabaña, los dejaría allí y se llevaría toda su ropa, que la mujer
pondría en el coche del amigo. Éste volvería al cabo de dos
semanas con el coche y la ropa. Entonces él ya habría superado
la desintoxicación y su ansia de alcohol habría disminuido
mucho. Después de escuchar el plan, sin embargo, el hombre
decidió que, al fin y al cabo, en realidad no quería dejar de beber.
Erickson comentó compungidamente cuando contaba esta
historia: «Habría funcionado. Pero el alcohólico ha de ser
sincero».
PASOS PARA ACCEDER A LA MOTIVACIÓN PRESENTE
NEGATIVA Y USARLA EN EL PROCESO DE CAMBIO
1. Preguntar a la persona qué es lo que no le gusta de su situa-
ción actual y qué es lo que quiere cambiar.

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2. Relacionar los ejercicios de terapia para cambiar esa situa-
ción actual que le hace sentirse desgraciada.
Motivación presente positiva
Trataba a una pareja y el marido no se mostraba muy
dispuesto al cambio. Decía que le parecía que era incapaz de
cambiar; que él era así y que no había nada que hacer. Me volví
hacia él y le hice una pregunta muy sencilla:
—¿Te quieres divertir más y pasar más buenos ratos con tu
esposa?
—Por supuesto —respondió.
—Te mostraré cómo hacerlo sin que tengas que cambiar lo
que eres en el fondo; simplemente haz algunas cosas de manera
diferente y habla un poco mejor con tu mujer.
—De acuerdo —dijo, y ésa fue la última objeción que
escuché de él durante el proceso de terapia. Una vez le hube
sonsacado sus intereses y le hube asegurado que no lo haría
ceder (desactivando su motivación futura negativa), se mostró
cooperativo y motivado.
De nuevo, el doctor Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991),
siempre sagaz en los métodos de motivación, proporciona un
bonito ejemplo de uso de esta motivación presente positiva. Un
sábado, su hijo menor se quejaba de tener que ayudar en una
desagradable tarea del hogar porque le habría gustado mucho
más jugar. Le tocaba barrer el suelo del sótano. El doctor
Erickson no lo dejó escurrir el bulto, apareció al final de las
escaleras del sótano y vigiló mientras su hijo barría con desgana
el suelo. Era evidente que su falta de ganas prolongaba una tarea
que habría estado lista en poco tiempo. El doctor Erickson hizo
un comentario cuando observó que los dibujos que describía la
escoba en el polvo le recordaban el avance de los ejércitos del
Norte y del Sur durante la guerra civil estadounidense (que vaya
por dónde resulta que era el apasionante centro de interés de su
hijo por aquellos tiempos). Acto seguido dio media vuelta y se
marchó. Cuando el doctor Erickson volvió al cabo de algunos
minutos y dio un vistazo al sótano, vio que su hijo barría
vigorosamente dos líneas de polvo la una hacia la otra. La tarea
estaría lista en un tiempo récord.

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PASOS PARA ACCEDER A LA MOTIVACIÓN PRESENTE
POSITIVA Y USARLA EN EL PROCESO DE CAMBIO
1. Preguntarle a la persona qué funciona o qué le gusta de la si-
tuación actual en el ámbito que desearía cambiar. Lo que
quiero decir con esto es que uno acostumbra a no sentirse
infeliz en lo que atañe a su vida presente, sino sólo con lo
que se refiere a las partes problemáticas. Con frecuencia digo
algo como: «Puesto que no lo queremos lanzar todo por la
borda, ¿me puedes hablar de cosas de tu vida que vayan bien
o que te gusten en estos momentos?».
2. Buscar maneras de ampliar los aspectos de la situación que
funcionan para esa persona o que le gustan. Por ejemplo, le
podría preguntar: «¿Puedes encontrar el modo de aumentar lo
que funciona actualmente en tu vida y de reducir lo que no?».
O le podría pedir que hiciera una lista de todas las cosas que
no quiere cambiar de su situación actual.
3. Sacar provecho de lo que funciona, para estimular capacida-
des o mecanismos de afrontamiento positivos a fin de utili-
zarlos en el proceso de cambio.
Motivación futura negativa
El padre de mi colega de profesión Jim Wilk, con el que
comparto la autoría de uno de mis libros, ejercía de dentista en
Chicago. Después de muchos años en el mismo sitio, trasladó la
consulla a otra parte de la ciudad. Años más tarde, volvió al
vecindario de la anterior consulta y decidió visitar al
farmacéutico que solía preparar las recetas de sus pacientes.
Habían tenido mucho roce profesional, pero había perdido el
contacto después de su traslado.
Cuando el doctor Wilk se pasó por la farmacia, detrás del
mostrador encontró un farmacéutico diferente. Preguntó por su
antiguo compañero, y el nuevo farmacéutico dijo que sentía
decirle que el hombre había muerto hacía poco más de un año.
—Caray, qué pena. Tenía mi edad. ¿Y sabe cómo murió? —
preguntó el doctor Wilk.
—Sí, tenía cáncer de pulmón. Ya me entiende, fumaba de
toda la vida —contestó el farmacéutico.
—Sí, sé que fumaba. El tabaco es terrible —comentó el

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doctor Wilk, sacudiendo la cabeza.
—Sí —dijo el farmacéutico—. ¿Fuma usted?
—Antes sí, pero lo he dejado —respondió el doctor Wilk.
—Ah, ¿y cuándo lo dejó? —preguntó el farmacéutico.
—Hará unos cinco minutos —replicó el doctor Wilk al
asombrado farmacéutico mientras salía por la puerta. Nunca más
volvió a fumarse otro cigarrillo.
Había vislumbrado un futuro negativo y al instante se sintió
motivado a cambiar.
Mi paciente, Mary, no se decidía a dejar correr el matrimonio
o a intentar salvarlo. Se sentía desgraciada con un marido frío
que acostumbraba a insultarla cada dos por tres, pero no estaba
segura de si lo quería abandonar. Se había pasado meses en una
especie de tira y afloja. Y ahora estaba atascada. Ni lo podía
dejar ni podía seguir con él. Finalmente le esbocé este panorama.
—Hace ahora cinco años que te casaste. ¿Cómo te va?
Y dijo al instante:
—Lo dejo. La idea de cinco años más en este infierno no es
lo que quiero.
—De acuerdo —dije yo—, ahora imagina que ya hace cinco
años que te separaste. ¿Cómo te va?
—Mucho mejor, aunque acabe sola —replicó.
Repito el mismo proceso, pero, si el corto período de tiempo
no da la suficiente claridad o motivación para cambiar, en vez de
cinco años paso a un futuro mucho más lejano («De acuerdo,
tienes 90 años y...»).
Un joven que tomaba barbitúricos vivía con su amigo, otro
adicto a los barbitúricos y, además, camello. Durante los meses
que vivió con este camello, el joven observó que el compañero
de piso a menudo no alimentaba como debía a su hijo pequeño ni
a las mascotas. El joven se preocupaba mucho por el niño y las
mascotas, y esta situación lo empezó a angustiar. Un día se le
ocurrió que, si continuaba tomando drogas, se podría convertir
en el tipo de persona que se preocupaba más por las drogas que
por los hijos o las mascotas. Esto fue el detonante que lo llevó a
dejar los barbitúricos.

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De forma análoga, una consumidora de metanfetaminas vio
morir al padre de su hijo a causa de una sobredosis, y esto fue el
detonante que la llevó a entrar en un programa de rehabilitación.
Una vez apareció una mujer en mi consulta, en una cita de
última hora de la tarde, que llevaba gafas de sol. Me dijo que no
se quitaría las gafas porque debajo tenía un cardenal. Su novio le
había pegado. Todos sus amigos, sus padres, sus familiares e
incluso su pastor (era miembro de una Iglesia que no veía bien el
divorcio) le habían insistido que dejase esta relación violenta
porque temían por su vida. El novio le había roto diversas
costillas y la nariz en otras palizas anteriores. Lo que todas esas
personas no acababan de entender, me dijo ella, era que el novio
era un buen hombre y que estaban muy enamorados. No podía
dejarlo. Ella se imaginaba que yo le diría que tenía que dejarlo.
Yo contesté que ella ya sabía que era el paso más sensato y que
ya había escuchado ese consejo, de manera que no se lo repetiría.
¿Por qué había venido a verme?, pregunté. El último
episodio la había asustado más que los otros porque su hija
estaba delante, y casi había resultado herida cuando la madre
cayó sobre una mesa cerca de la pequeña. Y por eso había
decidido buscar consejo. Hablamos sobre cuánto quería a su hija
y a su novio. Hablamos sobre el probable futuro de la hija y del
novio. Y llegamos a la conclusión de que, si él continuaba
comportándose de forma violenta con ella, lo más probable fuese
que acabara matándola y encarcelado. Su hija, razonamos,
resultaría herida en uno de estos episodios de violencia, o tal vez
acabara viendo normal una relación con una persona que fuera
físicamente violenta.

23
Después de esta conversación, le dije que estaba convencido de
que amaba a su novio y a su hija, pero que no estaba seguro de
que los amase lo suficiente. Ella protestó y dijo que sí. Y yo le
contesté que estaba convencido de que su novio podía renunciar
a su violencia, pero que no era probable que lo hiciera sin la
motivación suficiente. La chica sabía que lo que más lo
motivaría a cambiar sería la posibilidad de que ella lo dejara (ya
lo había dejado en una ocasión y él había reprimido su violencia
durante algún tiempo, pero después hubo otro incidente violento
y ella había continuado con él). Aceptó volver a casa y decirle a
su novio que lo quería y que creía tanto en él que estaba
dispuesta a dejarlo para ayudarlo a hacer las cosas como Dios
manda. Si algún día volvía a ponerse violento o amenazaba con
hacerlo, ella lo dejaría y no volvería nunca. Él lo aceptó y no se
mostró violento durante unos seis meses. Después se volvió a
comportar de manera violenta y ella lo dejó. Cuando su
determinación flaqueaba, se recordaba el negativo futuro que les
aguardaba a su hija y a su novio si ella se echaba atrás.
PASOS PARA ACCEDER A LA MOTIVACIÓN FUTURA
NEGATIVA Y USARLA
EN EL PROCESO DE CAMBIO
1. Descubrir cuál es el «futuro» que la persona no desea o que
quiere evitar.
2. Relacionar los ejercicios de terapia para evitar ese futuro te-
mido o no deseado.
Por ejemplo, a un paciente que quería que su esposa se plantease la
reconciliación porque ella pensaba divorciarse, se le pidió que
hiciera cuadrar el libro de cheques (algo que odiaba) y que
hiciera la última declaración de la renta antes de que su esposa
tuviera previsto llenar los papeles del divorcio (sólo disponía de
una semana para cumplir con lo que se le había pedido). El
hombre aceptó porque su oposición al divorcio era mayor que su
oposición a esas desagradables tareas. Su esposa se había
disgustado con él en parte a causa de su irresponsabilidad
financiera, de manera que esos trámites probablemente le
hicieron reconsiderar el divorcio.
3. Preguntar a la persona qué iniciativas debería emprender a
corto plazo para asegurarse de que ese futuro temido o no
deseado no tenga lugar.
Motivación futura positiva
James Stockdale, oficial de alto rango confinado en los
campos norvietnamitas de internamiento de prisioneros durante
la guerra de Vietnam, habla de los prisioneros que perdían la
esperanza y que se derrumbaban. «Los optimistas no lo
lograban», decía. Eran los que creían que los liberarían el día de
Acción de Gracias. Pero pasaba ese día y entonces decidían que
sería por Navidad. Pero Navidad también pasaba y entonces
ponían sus esperanzas en Pascua. El siguiente día de Acción de
Gracias, se derrumbaban y a menudo se dejaban morir. Stockdale
explicaba que la manera de seguir tirando era no abandonar
nunca la fe en que algún día los liberarían, pero sin fijarse
demasiado una fecha en concreto. Hablaba de hacer uso del
futuro positivo para continuar motivado en el presente.
PASOS PARA ACCEDER A LA MOTIVACIÓN FUTURA
POSITIVA Y USARLA
EN EL PROCESO DE CAMBIO
1. Averiguar cuál es el «futuro» que la persona quiere
realmente.
2. Trabajar en retrospectiva desde ese futuro deseado y hacia él.
Preguntar a la persona qué haría a corto plazo para propiciar
ese futuro deseado. Hacer que enumere las cosas que ocurri-
rían en ese futuro, y a continuación elaborar una lista, paso
por paso, de todo aquello que pueda propiciarlo.
Por ejemplo, una paciente muy tímida quería con locura tener más
amigos. Cuando le pregunté cómo sería un futuro con amigos,
dijo que iría al cine una vez por semana con alguno de ellos o
con varios, que comerían juntos varias veces a la semana, que se
iría de fiesta al menos una vez al mes y que hablaría con gente
nueva.
Yo le pregunté si ahora tenía amigos a los que les gustaría ir al cine
o salir a comer con ella. Tenía una amiga a la que le gustaba ir al
cine, pero prefería la primera sesión, con descuento, a la que
difícilmente podía ir mi paciente porque normalmente empezaba
poco después de que ella saliera del trabajo. A lo largo de nuestra
conversación, decidió que podía pedirle a un compañero del
trabajo que la cubriese durante la última media hora con la
condición de que ella iría pronto a trabajar y le cubriría la
primera media hora de trabajo. Seguimos una vía similar para
cada uno de los otros elementos de su futuro deseado, y pronto
salió a comer con amigos cada semana y al cine con una amiga
una vez a la semana.
3. Relacionar las actividades de terapia propuestas y modificar-
las para que la persona tenga más experiencias positivas del
pasado. Hacer que la persona experimente o se devane los
sesos sobre cómo superar las barreras o los problemas en la
puesta en práctica.
¿Quién está motivado?
Un hombre de unos 67 años vino a mi consulta por primera
vez.
—¿Qué lo trae por aquí? —pregunté.
—Mi agente de seguros me ha dicho que usted podría hacer
que yo dejara de fumar.
—Se equivoca —repliqué yo—. No he hecho nunca que
nadie deje de fumar.
—Me dijo que usted podía utilizar la hipnosis y hacer que lo
dejara.
—La hipnosis no hace que la gente deje de fumar, en
realidad; pero tal vez ayude a dejarlo. Permítame que le haga una
pregunta: ¿usted quiere dejar de fumar?
—En realidad, no —contestó.
—Bien, entonces quizá podamos zanjar esto rápido. ¿Por qué
ha venido hoy aquí?
—Porque mi agente de seguros pensó que yo debía dejar de
fumar.
Y prosiguió contándome una historia. Cuando fue dado de
alta de la marina de Estados Unidos en 1946, le dijeron que
bebía y que fumaba demasiado y le pronosticaron que en diez
años estaría muerto. A pesar de todo, el hombre había continuado
bebiendo hasta que el médico le dijo en 1980 que tendría que
dejarlo. Él dejó de beber en seguida. Después, pocos años más
tarde, el médico le dijo que tenía que acabar con los alimentos
grasos. También había seguido este consejo. Me contó que antes
le gustaba comerse un bistec y beberse un vaso de whisky
escocés cada noche, para seguir con algunos cigarrillos. Ahora
los cigarrillos eran su único placer.
—¿Le ha dicho el médico que lo deje?
—No —respondió—, me dijo que haría bien si lo dejaba,
pero no dijo que tenía que dejarlo.
—Bien, si se lo dijera, ¿lo haría?
—¡Claro que sí!
—Hombre, en ese caso no creo que necesite usted la
hipnosis. Cuando su médico diga que ha llegado el momento de
dejarlo, usted probablemente lo dejará. Si lo pasa mal entonces,
será un placer recibirlo en mi consulta. Pero, de momento, creo
que simplemente le desearé que pase un buen día y le diré que
me alegro de haberlo conocido y que no le cobraré por esta breve
visita. Quizá debería decirle a su agente de seguros que se ocupe
de sus propios asuntos.
El hombre se puso de pie, me dio la mano y dijo:
—Es usted muy sensato. Gracias.
Y se marchó.
Para empezar la terapia, es importante identificar a la persona
motivada y tener acceso a ella, es decir, a la persona que busca o
desea cambiar. A veces esa persona no es la que se presenta a la
consulta o al lugar de tratamiento. Esto no significa
necesariamente que no se pueda hacer terapia si la persona que
aparece no está motivada en un principio.
Cuando trabajaba en centros sociales de salud mental, solía
tener pacientes que venían por vía judicial y que llegaban a la
consulta enfadados porque los enviaban a terapia a pesar de que
afirmaban que no tenían ningún problema. Después de algunos
casos desastrosos, aprendí a responder rápidamente: «Perfecto —
y me ponía de pie—. Escribiré una carta al juez (o a su asistente
social) y le diré que usted ha dicho que no tiene ningún problema
y que prefiere ir a la cárcel que recibir terapia. Adiós». Mientras
me dirigía a la puerta, la mayoría replicaba: «Espere. Sí que
tengo un problema». Cuando me volvía, les decía: «Ahora no
estoy seguro de si sólo lo dice para no ir a la cárcel o si de
verdad tiene usted un problema de tipo terapéutico». Los
siguientes minutos se los pasaban detallándome la naturaleza de
su problema. Mi esposa, antigua terapeuta, lo resumía de manera
sucinta: si eres el terapeuta, no seas nunca la persona más
motivada de la sala de terapia.
Un caso mío lo ilustra muy bien. Visitaba a un niño de 12
años con su familia porque el chaval había dejado de ir a la
escuela. Su madre lo llevaba al colegio cada mañana, pero
entonces él se escabullía y se pasaba el día sentado y aburrido en
el terrado del edificio de apartamentos de la familia. El chiquillo
no tenía ninguna explicación para este comportamiento, sino que
simplemente no le apetecía ir a la escuela. No sufría acoso, era
muy buen estudiante y, en general, no era rebelde. Tenía amigos
en el colegio. Era un chaval simpático, y la escuela le había dado
muchas «segundas oportunidades». Finalmente lo mandaron a
terapia. Durante el siguiente mes, aproximadamente, intenté, por
todos los medios, que ambos llegáramos al fondo de la cuestión
y averiguáramos por qué no iba a la escuela, para así conseguir
que volviera a clase; pero fue en vano. Pasé horas consultando a
colegas de profesión y leyendo libros a la búsqueda de algo que
me pudiera ayudar con este chico. Por fin, recibí una llamada del
colegio para informarme de que el niño debería repetir curso si
no volvía a la escuela y no faltaba ni un día a partir del martes.
Me vi con la familia el lunes por la tarde y les confesé mi
perplejidad y mi decepción por no haberlos ayudado. Les hice
saber lo que el colegio me había dicho y me disculpé por no
haber sido más efectivo.
El chaval fue al colegio el día siguiente. Cuando hablé con él
esa misma semana, más tarde, dijo que continuaba esperando
que yo averiguase por qué no iba él a la escuela. Cuando
finalmente se dio cuenta de que tendría que repetir curso y que
yo no lo averiguaría, decidió que volvería al colegio. Casi me caí
de la silla y deseé haber «tirado la toalla» mucho antes.
Crear motivación
Por descontado, aunque la persona que se presenta a la
terapia no esté motivada inicialmente, los terapeutas (o los
padres o el trabajo o el colegio o el gobierno) pueden crear el
contexto para esa motivación. El padre de Butch, en la historia
que ya se ha visto anteriormente, creó un contexto para que
Butch se sintiera motivado a abandonar los berrinches. Al-Anon
ofrece preparación a esposas, miembros de la familia y amigos
de personas que beben o consumen drogas. Reciben clases para
que dejen de sacar las castañas del fuego a la persona que
consume substancias adictivas y para que permitan que ésta
asuma las consecuencias de su conducta destructiva. También las
prepara para que dejen de excusarla (como llamar para decir que
está enferma cuando en realidad está borracha o con resaca).
Para crear motivación, el terapeuta debe tener acceso a los
amigos y a la familia del paciente, y estar al corriente de su
«entorno» (colegio, trabajo u otros contextos que puedan
ocasionar consecuencias positivas o negativas para el paciente).
Tratar con la gente del entorno del paciente para hacerle ver las
consecuencias (tanto positivas como negativas) que supone su
conducta deseada o no deseada.
Esta técnica se ha utilizado con consumidores de drogas y de
alcohol desde hace muchos años. Establecer límites y hacer com-
prender las consecuencias del consumo de drogas y alcohol, y las
conductas relacionadas con ello, puede ayudar a aumentar las
motivaciones negativas en el presente. Si la pareja del adicto
dice que la familia se irá de casa o que romperá la relación si el
aludido conduce bajo los efectos del alcohol o las drogas una vez
más, puede proporcionar el empujón necesario para que esta
persona busque ayuda o cambie.
A continuación se resumen los pasos que intervienen en la
creación de motivación:
1. Identificar la situación o conducta que al paciente le gustaría
cambiar.
2. Encontrar algo de esa situación o conducta que el paciente
considere agradable y deseable, o detestable e indeseable.
3. Hacer que la familia y los amigos del paciente (aquellos que
tienen poder para crear y ocasionar consecuencias) originen
las consecuencias deseables o indeseables, dependiendo de
cómo quiere el paciente que se produzca el cambio.
Por ejemplo, un paciente bebía en exceso bastante a menudo, y sus
amigos, sus compañeros de trabajo y su familia estaban
preocupados. Su esposa habló con él, pero el hombre negaba que
tuviera algún problema. Su esposa habló entonces con sus
compañeros de trabajo y estuvieron de acuerdo en que veían
signos de consumo problemático de alcohol. Por consiguiente,
juntos, elaboraron un plan. Los compañeros de trabajo, con
quienes el paciente viajaba o salía de copas después de la jornada
de vez en cuando, se dirigieron a él uno tras otro en privado en
algún momento libre para expresarle su preocupación por su
consumo excesivo de alcohol. Al cabo de algunas semanas, el
hombre abordó a su esposa y le dijo que sí creía que tenía un
problema con el alcohol y le pidió ayuda para buscar un
tratamiento.
Relacionar la motivación con el cambio deseado
Tan pronto como se encuentre la motivación, hay que
relacionarla con el deseo de cambio.
Joan, que había perdido a sus hijos cuando se los llevaron de
su casa, estaba enfadada con los Servicios Sociales para la
Protección de la Infancia y se negaba a colaborar en los planes
de tratamiento. Los Servicios Sociales habían decidido que no
estaba motivada y que no lo reconocía. Cuando estudié el caso,
Joan y la trabajadora social que habían asignado a su caso
estaban enfrentadas. Los Servicios Sociales pensaban que Joan
era codependiente. Y Joan no estaba de acuerdo. Discutían y
discutían sobre la naturaleza del problema mientras los hijos se
consumían al cuidado de extraños, quejándose de que querían
volver a casa con su madre.
Pregunté a la trabajadora social de Protección de la Infancia
qué había provocado que se llevaran a los niños. Dijo que Joan
dejaba solos a los niños en casa mientras se iba de bares con
hombres. Los vecinos llamaban a la policía y ésta se llevaba a
los niños. En poco tiempo, esto se había repetido varias veces,
hasta el último incidente, cuando los Servicios Sociales para la
Protección de la Infancia intervinieron para quitarle a Joan la
custodia de los niños de forma permanente. Entonces la mujer
pidió que los Servicios Sociales le dieran una oportunidad para
cambiar. Yo le dije a la trabajadora social que daba por sentado
que el objetivo último de la situación era garantizar que los niños
recibían la seguridad y el cuidado debidos.
Y estuvo de acuerdo. Le pregunté a Joan si opinaba que era
importante para los niños que estuvieran cuidados y
seguros. Ella opinaba que sí. Después le pregunté a la
trabajadora social, para tranquilizarla, qué debería hacer
Joan respecto al cuidado de sus hijos. Y respondió que
Joan debería quedarse con ellos en casa o dejarlos a cargo
de un adulto responsable para asegurarse de que recibían
la atención debida. Le pregunté a Joan si estaba
realmente motivada o no para recuperar a sus hijos. Y
dijo que sí lo estaba. Entonces le expliqué que la manera
como podía demostrar su sinceridad era no volver a ir de
bares y no volver a dejar a sus hijos solos y desatendidos,
o bien que, si no podía estar con sus hijos, buscase a un
miembro de la familia o un amigo responsable que se
quedase con los niños. Joan también debía aceptar que la
trabajadora social se pasara por casa alguna que otra vez
para verificar que cumplía los compromisos al pie de la
letra. Entonces me espetó: «¿Podría recuperar a mis hijos
si hiciera eso?». Después de discutirlo con la trabajadora
social, la funcionaría de los Servicios Sociales accedió a
que Joan recuperara a sus hijos si las cosas iban según el
plan acordado, durante un período de prueba de dos
meses. Joan aceptó en seguida.
La mujer estaba motivada para recuperar a sus hijos. Una vez
que comprendió lo que se le exigía, accedió a colaborar. En reali-
dad no tenía ningún interés en participar en el tratamiento de
code- pendencia, pero sí que lo tenía en hacer lo que fuera por
recuperar a sus hijos.
Qué cambiar y cómo identificar la base del cambio
A menudo, los terapeutas noveles preguntan cómo pueden
saber cuál es la base del proceso de cambio en curso. La
respuesta obvia es: la base de lo que preocupa o cualquiera que
sea la referencia del paciente. Yo suelo hacer la broma de que
nosotros, los terapeutas, damos problemas a nuestros pacientes.
Los pacientes llegan sólo con preocupaciones y quejas, o como
representantes de las preocupaciones y quejas de otro. Y nosotros
ayudamos a transformar esas preocupaciones, quejas y
sufrimiento en problemas. Este proceso de transformación queda
influido por nuestras teorías, nuestros métodos de recopilación
de información y de evaluación, y por nuestra sensibilidad
personal. Por supuesto, yo propongo que los terapeutas hagan
todo lo posible por transformar la masa informe de las quejas en
problemas solubles; pero, para evaluar si se ha acertado en el
motivo de preocupación correcto inicial, también hay otra
sencilla opción: preguntar a quienes están motivados (pacientes o
representantes) cómo sabrán cuándo se ha producido el cambio
terapéutico. ¿Qué les garantizará que se ha producido el
resultado o cambio deseado?
De hecho, normalmente empiezo con una pregunta sobre ese
objetivo final: «¿Cómo sabrás cuándo has conseguido aquello
por lo que has venido?». O, si alguien los ha mandado venir (el
juez, el asistente social, los padres, el jefe del trabajo): «¿Cómo
sabrán que has hecho los cambios que querían que hicieras
aquí?». Y puede que lo enlace con otras preguntas más concretas,
como: «¿En qué habrás cambiado después de esto?», «¿Qué
notarán los otros que les demuestre este cambio sin que ni
siquiera se lo menciones?».
Si los pacientes se presentan con varios temas o
preocupaciones, yo les pregunto cuál los inquieta más, o bien
intento encontrar algún tema que relacione entre sí los diferentes
asuntos. Por ejemplo, un paciente me dijo que bebía en exceso
demasiado a menudo y que también se metía en peleas con
regularidad. Llegamos a la conclusión de que lo que ligaba
ambos problemas era que, cuando bebía, se peleaba, y que
actuaba por impulso tanto cuando bebía como cuando se peleaba.
Acordamos que beber era el principal problema en el que
debíamos centrarnos. Lo cual no sólo lo ayudaría a dejar de
pelearse, sino que también en otros aspectos lo ayudaría a no
actuar de manera impulsiva.
¿Cómo se llevaría a la práctica todo esto en una típica sesión
de terapia? Tomemos este diálogo de una primera sesión a modo
de ejemplo:
TERAPEUTA: ¿Qué lo trae por aquí?
Paciente: No puedo dormir. Doy vueltas en la cama toda la
noche.
T.: Doy por sentado que ya ha buscado ayuda médica y otras
soluciones. ¿Cómo le ha ido y qué espera de la terapia para que
lo ayude a dormir?
P.: Hombre, pues he acudido al médico. Y me ha recetado co-
sas, pero no acaban de ir bien. El mes pasado fui a una clínica
del sueño y pasé ahí la noche. Tampoco saqué nada en claro. He
pensado que quizás usted me podría hipnotizar para hacerme
dormir.
T.: Bien, ya veremos. Antes necesito saber alguna cosa más.
De todas maneras, cuando lo logremos, ¿cuánto dormirá usted?
Quiero decir, ¿qué resultados desearía? ¿Qué querría que consi-
guiéramos usted y yo?
P.: Si pudiera tener seis horas de sueño cada noche, ya me
¡ría bien. No duermo más que una o dos horas desde hace dos
años. Siete u ocho horas sería fantástico.
Teniendo en cuenta el esquema de clasificación de este
capítulo, este paciente tiene una motivación presente negativa.
Quiere librarse del problema actual de insomnio. También se
podría decir que tiene una motivación futura positiva: conseguir
al menos seis horas de sueño cada noche.
En algunos modelos de terapia y cambio, este motivo no
esclarecería la definición del problema. Un profesional buscaría
otro problema subyacente del cual el insomnio tal vez fuera un
simple síntoma o manifestación superficial. Pero al final, el
paciente probablemente no se daría por satisfecho, aunque el
cambio relevante se hubiera producido, a menos que consiguiera
las seis horas de sueño por noche, independientemente de los
planes de terapia. No se puede ignorar esta motivación ni fijar
otro programa bajo riesgo de no satisfacer al paciente.
A continuación veamos otra situación que ilustra la
motivación.
TERAPEUTA: SU empresa lo ha enviado aquí a través del
programa de ayuda a los empleados, y lo único que sé es que
usted tiene problemas con su supervisora.
Paciente: SÍ, no estoy muy seguro de que tenga que ser yo el
que esté aquí. Mi jefa es una maniática que quiere tenerlo todo
bajo su control. Revisa todo lo que hago. Siempre me vigila, fis-
gando por encima de mi hombro, mirando la pantalla de mi or-
denador, metiendo las narices en mis mensajes telefónicos cuan-
do salgo a comer... Crecí con un padre paranoico que siempre me
controlaba, y ella es igual que él. Cuando me quejé a mis
compañeros de trabajo, uno de ellos le contó lo que yo había
dicho, y, ¡toma!, he acabado viendo al orientador del programa
de ayuda al empleado. ¿Por qué no le habrán enviado a mi jefa
para que la ayude? Es ella quien tiene el problema.
T.: Muy bien, así pues, tanto si usted es la persona que
debería estar aquí como si no, cree que, si no lo hubieran enviado
a verme, su puesto de trabajo estaría en peligro, deduzco.
P.: Eso mismo. Creo que mi jefa me pondría de patitas en la
calle si pudiera hacerlo sin que la demandaran.
T.: Entonces, si decidimos trabajar juntos, quiere que su jefa
lo controle menos, y conservar su puesto de trabajo. Si lo puedo
ayudar en una o en ambas cosas, tal vez encuentre que vale la
pena venir a verme, aunque el problema ante todo sea su jefa,
¿no es así?
P.: Sí, me imagino que sí. ¿Cree usted que podría hacer cam-
biar a mi jefa sin que ella tuviera que venir aquí?
T.: Tal vez.
P.: Bien, apúnteme, entonces. Dudo que lo consiga, pero sería
genial. La verdad es que me gusta mi trabajo y estoy muy a gusto
con algunos de mis compañeros. Si no fuera por el agobio de mi
jefa, estaría muy bien allí.
En este caso, el paciente llegó obligado por alguien y con una
motivación pasada negativa: querer evitar ser controlado como
cuando era pequeño. También tenía, como la mayoría de los pa-
cientes, una motivación presente negativa y una motivación
futura negativa: que su jefa lo controlase menos y no perder el
puesto de trabajo.
Encontrar una base en la terapia
Fundamentalmente tengo en cuenta tres elementos
principales cuando intento encontrar la base para el cambio en la
terapia: el motivo, el paciente o reclamante y el objetivo del
tratamiento. A continuación se enumeran algunas preguntas que
debe hacerse uno mismo para aclarar estos tres puntos.
El motivo (o motivos): ¿qué preocupa suficientemente al
paciente para que busque terapia o para que lo manden a seguir
un tratamiento?
• ¿Quién se queja?
• ¿Quién está alarmado por algo?
• ¿De qué se queja o se siente alarmado?
• ¿Cómo puedes traducir palabras vagas y llenas de reproche
en descripciones concretas de la acción
(videoconferencia)?
• ¿Cuándo se desencadenó el motivo?
• ¿Dónde se desencadenó el motivo?
• ¿Qué rodea o envuelve el motivo?
• ¿Cómo explican el motivo el paciente o las otras personas
implicadas?
El paciente/reclamante (o los pacientes/reclamantes): ¿quién
quiere pagar la terapia y/o hacer algo para llevar a cabo el
cambio?, ¿qué asuntos constriñen o afectan a la terapia?, ¿quién
impulsa el cambio?
• ¿Quién te paga?
• ¿Quién se queja más?
• ¿Quién será capaz de acabar la terapia?
El objetivo (u objetivos): ¿cómo sabrá el paciente (o pacientes) o
el cliente (o clientes) cuándo la terapia ha ayudado lo suficiente
para darla por terminada, o cuándo se han conseguido los
resultados acordados?¿Cuáles son los primeros signos que
indicarán (o que ya han indicado) progresos hacia el objetivo (u
objetivos)?
• ¿Cuáles son las acciones o resultados finales (de nuevo por
videoconferencia —visibles, oíbles, verificables— si es posi-
ble) que indicarán que el problema ya no existe?
• ¿Cómo sabremos cuándo se ha acabado la terapia, cuándo ha
tenido éxito?
• Por videoconferencia, explicar cuál es el objetivo. Traducir
etiquetas o conceptos teóricos en descripciones de la acción
si es posible. Si no lo es, hacer que el paciente valore la
experiencia subjetiva del problema en una escala y que
seleccione un número para cualificar el éxito sobre esa
escala.
También hay que utilizar preguntas orientativas básicas cuan-
do empiece la terapia. Pueden plantearse las siguientes preguntas
al paciente para orientarse desde el principio en el proceso de
cambio.
1. ¿Qué lo ha traído aquí o qué lo preocupa (o quién le propuso
que viniera a verme)?
A esto, a veces, se lo denomina «determinar el cliente». También
aclara el motivo que lleva a alguien a buscar o recomendar
terapia. El hecho de que el terapeuta no lo averigüe y lo tenga
presente durante el tratamiento normalmente indica que cree que
sus teorías sobre los temas referentes a la persona o a la familia
en cuestión son más importantes que los pacientes.
2. ¿Qué resultados se persiguen? ¿Qué mostrará a todos que se
ha logrado ese resultado?
Esto ayuda a definir un punto final satisfactorio para la terapia de
acuerdo con las definiciones del paciente, en vez de con los
valores y el programa del terapeuta. La cuestión sobre
mostrárselo a uno mismo y a los demás es importante porque es
difícil saber cuándo es el momento de dejarlo si no se ha
definido de una manera claramente perceptible.
3. ¿Qué ha funcionado por lo que respecta a tus preocupaciones
y qué no? Esto podría incluir la ayuda anterior que hayas re-
cibido o los anteriores intentos por tu parte o por parte de
otros de resolver tus preocupaciones.
Esta información ayuda a evitar errores del pasado y a centrarse en
aquello que te haya ayudado, y es importante para el cambio.
Lo que acabo de recoger en este capítulo apunta la idea de
que, salvo que tengas motivación (salsa) en la terapia o en la
vida, no ocasionarás el cambio, porque no hay acicate, fuerza o
empuje para realizarlo. Y probar de llevar a cabo el cambio sin
motivación es como intentar enseñar a un cerdo a cantar. No sale
bien, te hace perder el tiempo a ti e irritará al cerdo.
Algunas preguntas que hacer al paciente para comprobar si
hay motivación y para provocarla
¿Qué le gustaría cambiar o que fuera diferente en su vida?
¿Cuál es el asunto más urgente para usted o su familia ahora
mismo?
¿Qué podríamos cambiar para que supusiera una gran dife-
rencia?
¿Qué le ha causado dolor o frustración en el pasado y quiere
asegurarse de que no volverá a ocurrir?
¿Qué le ocurrió y no desea en absoluto que le suceda nunca a
nadie?
¿Qué injusticia o humillación sufrió que lo sensibiliza ante
un dolor o sufrimiento similar en los demás? ¿Qué podría lle-
varlo a esta sensibilización para utilizarla de forma positiva?
¿Qué aspecto de su vida del pasado desea recuperar o con-
tinuar teniendo presente?
(continúa)
¿Qué lo hace sentir a usted tan incómodo actualmente que lo
motive a cambiarlo?
¿Qué otra cosa le gustaría cambiar de su vida o de su situa-
ción actual?
Si lo que lo preocupa ahora mismo se solucionara, ¿cómo lo
afectaría en su vida?
Si sus sueños más queridos se hicieran realidad, ¿dónde se
encontraría y qué haría durante un año? ¿Y durante cinco? ¿Y
durante diez? [Escoger un período de tiempo adecuado.]
Si las cosas continuasen como hasta ahora, ¿qué pasaría en
un año y cómo lo vería usted? ¿Y en cinco años? ¿Y en diez?
[Escoger un período de tiempo adecuado.]
Encontrar la motivación y la energía para cambiar: resumen
• Necesitas tener energía y motivación para cambiar.
• Hay dos tipos de motivación: las cosas de las que te quie-
res desembarazar y las cosas que deseas conseguir.
• Identifica cuáles de estas motivaciones es relevante para tu
paciente.
• Si el paciente que estás tratando no está motivado (cosa
extraña; normalmente al menos lo están para dejar de
acudir a la consulta o para evitar consecuencias jurídi-
cas), averigua quién está motivado en su entorno y escú-
chalo para provocar el cambio.
2

Relaciona la motivación identificada con el cambio deseado.


[Nota: Esto implica invariablemente encontrar una motivación
futura negativa o positiva.]líl viaje de 1.000 km: el método de
cambio de los pequeños pasos
La vida de verdad se vive cuando se producen cambios casi
inapreciables.
LEÓN TOLSTOI
Una vez que se encuentra la energía y la motivación para
cambiar, existen varios métodos para lograr el cambio. Este
capítulo examina uno de los métodos de cambio más fáciles y
más efectivos: un pequeño paso tras otro. La película ¿ Qué pasa
con Bob? hacía un chiste cultural: «pasito a pasito». La película
se burlaba de esta expresión, pero el tratamiento del doctor Leo
para Bob no era tan disparatado. Con frecuencia, resulta más
fácil cambiar una pequeñez que realizar un cambio drástico y
radical. Un cambio importante no sólo suele ser más difícil de
llevar a cabo, sino que puede crear graves trastornos en ámbitos
distintos al que es necesario que se produzca el cambio. Un
cambio pequeño es menos probable que cause estos grandes
trastornos o que nos haga perder el control de la situación.
Además, si el pequeño cambio no produce el resultado deseado,
tampoco se habrá invertido demasiado tiempo ni esfuerzo.
Siempre se puede probar otro método de cambio o se puede dar
otro pequeño paso. Si el cambio se hace en la dirección correcta,
se pueden dar fácilmente más pasos o agrandarlos.
Con los hábitos establecidos ocurre lo mismo. A veces uno
puede dejar un hábito de golpe, pero, como decía Mark Twain,
normalmente se trata de hacer pequeños cambios: «Un hábito es
un hábito, y no debes intentar tirarlo por la ventana, sino
empujarlo por la escalera peldaño a peldaño con mucho
cuidado».
Escribir un libro puede ser un proceso largo y retador, y a
veces nosotros, los autores, nos preguntamos si vale realmente la
pena. Pero, de vez en cuando, vivimos una experiencia que nos
convence de que sí vale la pena.

40
2

Cuando uno de mis anteriores libros salió a la venta, me


entrevistaron en el programa de Oprah Winfrey. Después de la
emisión, recibí un correo electrónico de una mujer que había
visto el programa y que a raíz de ello había comprado el libro.
Me decía que tenía un problema con las drogas y se preguntaba
si le podía recomendar a alguien de este ámbito que trabajase de
la manera que se describía en el libro (terapia orientada a la
solución). Resulta que yo conocía a tres terapeutas que
trabajaban de esa manera en ese campo y le di sus nombres.
Después de un año sin saber nada de ella, recibí un correo
electrónico en el que me contaba su historia. Años antes había
sido adicta a la heroína y vivía en la calle. Había dejado de
consumir drogas cuando se convirtió al cristianismo gracias a
una Iglesia evangélica. Había conseguido un trabajo de secretaria
en la iglesia y durante algunos años llevó una vida desahogada.
Daba testimonio del poder de Jesús contando su historia
frecuentemente en la iglesia, de manera que todos sabían que
había sido drogadicta.
Años antes de ponerse en contacto conmigo, empezó a sufrir
dolores de espalda fuertes y persistentes, por lo cual finalmente
la habían operado. Se había vuelto adicta a los calmantes que le
recetaron en el posoperatorio y había empezado a comprar
pastillas contra el dolor ilegalmente en la calle. Cuando me vio
en la televisión, tomaba más de veintisiete pastillas al día. No se
veía con ánimo de decírselo a nadie de la Iglesia, puesto que
podría perder el trabajo si se sentían defraudados al ver que su
vuelta al cristianismo ya no la apartaba de las drogas.
Después de llamar a los terapeutas que yo le había indicado,
resolvió que, con los problemas económicos que tenía a causa de
las caras drogas ilegales que compraba, no podía pagarse la
terapia. Por consiguiente, decidió releer mi libro y poner en
práctica los
principios para ver si podía solucionar el problema por sí sola. El
libro, Pequeños grandes cambios, tenía una premisa muy
sencilla: cambiar algún detalle para realizar un gran cambio en tu
41
2

vida.
La mujer empezó a reducir un poco la dosis de más de
veintisie- te pastillas al día, creyendo que no notaría un cambio
tan pequeño. Pero funcionó. Cada día redujo un poco más el
número de pastillas. Y repitió el proceso durante ocho meses
hasta que pudo dejar de tomar pastillas del todo. Entonces me
escribió para hablarme de su éxito y darme las gracias. Obviando
lo conmovido que estaba, pensé que era un buen ejemplo del
enfoque de dar pequeños pasos para cambiar.
Pequeñas iniciativas
Colleen, una paciente mía, se encontraba de lleno en el
desagradable proceso de su divorcio. Quien pronto sería su ex
marido había convencido, en el último momento, a los niños de
que anularan sus planes de pasar el día de Acción de Gracias con
ella y de que lo pasaran con él en casa de sus padres. Colleen se
quedó plantada con un enorme pavo y la deprimente perspectiva
de un patético día de Acción de Gracias más sola que la una.
Anteriormente habíamos hablado sobre la posibilidad de que
acudiera a un grupo de ayuda. Había asistido a una sesión y
había decidido que aquello no le iba porque no acababa de
sintonizar con nadie. Yo le había dicho entonces que Alcohólicos
Anónimos tenía la política informal de que, al menos, se tenía
que asistir a tres sesiones antes de decidir si aquello no iba
contigo, y la había animado a seguir el mismo proceder con el
grupo de ayuda. Aquella mañana del día de Acción de Gracias
Colleen decidió ver si alguno de sus vecinos del edificio de
apartamentos se apuntaba al pavo que tenía para comer. No
contestó nadie en la primera puerta a la que llamó, y por poco se
volvió corriendo a su casa; pero entonces recordó nuestra
conversación sobre probarlo tres veces antes de dejarlo correr.
Para sorpresa de
Colleen, en la siguiente puerta a la que llamó obtuvo respuesta, y
una pareja aceptó la invitación de cenar con ella. Siguió
llamando a más puertas y acabó teniendo a siete invitados para
una agradable cena. Nueva en el edificio, ese día hizo amistad
42
2

con algunos vecinos, y estas relaciones llegaron a ser una fuente


de apoyo en los difíciles meses que la esperaban.
Cuando formo a gente en la escritura de libros, les propongo
que empiecen con pequeñas sesiones de escritura, por ejemplo,
de cinco minutos. Casi nadie puede decir que no tiene tan poco
rato, en su ocupada vida, para escribir; de forma que la mayoría
cumple este pequeño compromiso. Por supuesto, una vez que
empiezan a escribir, casi siempre lo hacen más de cinco minutos,
pero, aunque no sea así, escribiendo cinco minutos al día, al final
se termina el libro.

43
Yo solía dejar para más tarde los quehaceres difíciles, como, por
ejemplo, preparar los documentos para hacer la declaración
anual de la renta. Al cabo de algunos años, finalmente di con un
método que me funcionaba. Antes tenía un lío de papeles,
algunos que tenían que ver con la declaración y otros que no.
Decidí que invertiría cinco minutos (parece un número mágico,
¿verdad?) una vez por semana simplemente en clasificar
papelorio. Hice una pila de papeles relacionados con la
declaración y otra de papeles que no. Tan pronto como la pila de
la declaración estuvo acabada, por lo general semanas después,
empecé otro proceso de clasificación de cinco minutos por
semana haciendo pequeñas pilas con cada gran apartado de
papeles de la declaración, por ejemplo: una para ingresos y otra
para gastos. A partir de aquí, hice carpetas con diferentes cate-
gorías de gastos e ingresos durante mis sesiones de clasificación
de cinco minutos. El año en que empleé por primera vez este
sistema, conseguí presentar la declaración de la renta a tiempo.
Los años siguientes llevé a cabo el sistema a principios de año, y
las declaraciones fueron más organizadas desde un buen
comienzo. Todavía había pilas de papeles sin organizar, pero
tenía mi método y sólo me llevó pocas semanas clasificarlos.A
continuación figura una lista de estrategias que los terapeutas
pueden utilizar para conducir a sus pacientes hacia pequeños
pasos:
1. Identificar la situación o el problema que el paciente quiere
cambiar.
2. Hacer que el paciente lleve a cabo una serie de experimentos,
probando en primer lugar un pequeño cambio y después otro,
hasta que uno dé algún resultado palpable.
3. Si la persona está muy motivada, proponer cambios de
acción primero. Si no lo está, primero proponer cambios de
punto de vista o de centro de atención, o implicar a alguien
más del entorno de la persona para que se hagan pequeños
cambios. Por ejemplo, una paciente de mi consulta cogió el
vicio de tocarse granitos de la cara (u otras partes de la piel).
No se podía resistir y, aunque quería parar de hacerlo, no
podía. Entonces pedimos ayuda al novio. Ella le pidió que
escondiera el espejito de aumento que usaba, así, cuando

44
tuviera el impulso de tocarse algún granito, debería pedirle
que se lo diera. La chica se mostraba reacia a pedírselo a
pesar de que el novio nunca la había reprendido ni había
intentado que ella dejara de hacerlo. Al final, el hecho de
implicar al novio redujo drásticamente su conducta obsesiva.
Para poner en práctica este método de los pequeños pasos,
hay que determinar cuál sería la menor acción, relacionada con
el problema, que el paciente podría y (esto es importante)
aceptaría llevar a cabo.
Presentamos ahora un ejemplo de una sesión de terapia:
PACIENTE: Cada vez que hablo con mis padres me enfado
como
una mona.
TERAPEUTA: ¿Cuál es el menor cambio que crees que podrías
hacer para cambiar la situación?
P.: No lo sé. No creo que pueda hacer nada. Son como son y
ya está. No cambiarán nunca. Nunca les ha parecido bien lo que
hago. Cada vez que intento decirles algo positivo que me ha pa-
sado, o me remarcan que no es tan genial como me parece o me
dicen que a la larga no saldrá bien.
T.: Bueno, entonces, tal vez podrías dar la vuelta a la tortilla.
Toma la iniciativa, cuéntales algo bueno y, a continuación, hábla-
les en seguida sobre lo que podría salir mal a la larga y por qué
tampoco es nada del otro mundo. Gánales la mano, quizás esto
dé un giro a la conversación.
P.: No se me había ocurrido. Tendré que pensarlo con tiempo.
Se les da muy bien y yo casi siempre me quedo cortada con sus
salidas. Igual que con otras muchas cosas, soy yo quien empieza
las conversaciones segura de que esta vez se alegrarán por mí y
que no hay nada que me puedan reprochar. Pero al final siempre
lo hacen.
T.: Quizá podrías practicar con una amistad. Ensayarlo. Tú
haces de ti misma y que tu amigo o amiga haga de tus padres.
P.: Eso podría funcionar. Si les pudiese ganar la mano, me
sentiría como si controlara la situación. Incluso podría ser
divertido adelantarme a ellos y entonces no dejarles otra opción
que estar de acuerdo conmigo.

45
Pequeños cambios de punto de vista o enfoque
Roger Bannister fue el primero en correr una milla en menos
de cuatro minutos. Bannister y otros atletas de todo el mundo
estaban a punto de romper la barrera de la milla en cuatro
minutos, pero ninguno, a pesar de sus repetidos esfuerzos,
parecía poder cumplir el objetivo. Muchos llegaron a creer que,
como los mejores corredores no podían conseguirlo, superaba las
posibilidades del cuerpo humano. A Bannister le preocupaba esta
eventualidad, pero encontró una manera de «engañarse». Decidió
no concentrarse en correr una milla en menos de cuatro minutos,
sino sólo en intentar hacerlo 6,25 centésimas de segundo más
rápido cada vez. Sabía que eso era posible. Después de algunas
competiciones con este nuevo objetivo, finalmente rompió la
barrera de los cuatro minutos. Casualmente, después de romper
esa barrera, algunos de sus contrincantes también lo lograron ese
mismo año.
Una mujer había luchado contra la ingestión compulsiva de
alimentos la mayor parte de su vida. Tenía la típica mentalidad
del todo o nada que a menudo acompaña a los problemas de
alimentación. Dio con la idea de pequeños cambios perceptibles
y decidió que le serviría. Empezó a variar su atención de una
manera mínima, pero significativa. Cada vez que se criticaba a sí
misma por comer en exceso, se reprochaba toda la semana de
excesos, en vez de sólo el último incidente con la comida. Con
esta perspectiva más amplia, se relajaba y se daba cuenta de que,
al comer relativamente bien a lo largo de toda la semana, ya no
le aterrorizaba ganar peso. Esto la ayudó a evitar futuros
episodios de comer con exceso, dado que ya no estaba tan
disgustada ni agobiada.
Una paciente de mi consulta que era propensa a tener
episodios depresivos utilizó la misma terapia. Le pedí que
describiera sus ideas y su centro de atención durante los
episodios depresivos y cuando salía de ellos y comenzaba a
sentirse mejor. Descubrió que había una diferencia esencial.
Cuando se sentía muy deprimida, pensaba de forma pesimista y
veía el futuro con miedo. («Siempre estaré así. Probablemente
me ingresarán en un psiquiátrico o tendré que volver con mis

46
padres porque no seré capaz de apañármelas sola ni de ganarme
la vida.») En cambio, cuando se sentía mejor o salía de la parte
más oscura de la depresión, pensaba en algún pequeño logro (o
no tan pequeño) que había conseguido hacer poco antes. Aunque
sólo fuera algo como: «Hombre, hoy me he levantado de la cama
y me he limpiado los dientes», esto parecía suficiente para
ayudarla a sentirse mejor en lo relativo a su vida y a ella misma.
Elaboramos un plan para la semana siguiente, puesto que en
aquel momento estaba muy deprimida: cada día encontraría algo
de lo que estar orgullosa. Lo intentó y vio que cada uno de esos
detalles positivos desencadenaba toda una serie de otras cosas
positivas. Cuando los encontraba, se enorgullecía o se felicitaba
y daba con una inyección de energía. Con esta inyección de
energía, a menudo era capaz de hacer alguna otra cosa más que
la ayudaba a combatir su depresión, su desesperanza o su
aislamiento, como, por ejemplo, llamar a una amiga o realizar
alguna actividad artística.
A continuación se recoge un ejemplo de sesión de terapia que
muestra este aspecto del método de los pequeños cambios:
PACIENTE: Creo que soy muy egoísta.
TERAPEUTA: Hombre, hay egoístas y egoístas.
R: ¿Qué quiere decir?
T.: Pues que un tipo de egoístas son los que se aprovechan de
otros y únicamente piensan en ellos mismos. Otro tipo de egoís-
tas son los que se preocupan de sí mismos o de lo suyo, pero que
no necesariamente se aprovechan de los otros ni les niegan su
ayuda.
P.: Vale, supongo que soy de los segundos. No me aprovecho
de los demás ni los trato mal. Me imagino que me siento un poco
culpable cuando hago las cosas pensando en mí.
T.: Bien, pues yo no lo consideraría egoísmo. Yo lo llamaría
culpabilidad. ¿Alguna vez se ha preocupado de sí mismo y se ha
sentido bien por ello?
P.: Diría que un par de veces.
Pequeños compromisos de tiempo

47
I

Estaba tratando a un hombre que llevaba un retraso terrible en la


finalización de su tesis doctoral. No había trabajado nada en la
tesis desde hacía meses y estaba planteándose abandonar el
doctorado. Aceptó trabajar en la tesis durante quince minutos,
tanto si se sentía de humor como si no. Dudaba que eso
funcionase, dado que ya se había fijado antes dedicar esos
pequeños ratos de trabajo diariamente y nunca había seguido la
disciplina. Le propuse que sólo se tenía que comprometer a
seguir esa disciplina durante una semana. La clave del éxito
resultó ser ese compromiso de una semana. Cada vez que tenía la
tentación de saltarse los quince minutos diarios, se recordaba que
tan sólo era por un corto período de tiempo. Una semana no le
parecía tanto, pero yo sabía un secreto. Por inercia se tiende a
seguir en la misma dirección. El hecho de no trabajar en la tesis
propiciaba que no trabajase en la tesis. Trabajar en ella, aunque
tan sólo fuera por poco tiempo, propiciaba que trabajase más en
la tesis, que fue lo que pasó. Al principio sólo se comprometió a
una semana, pero pronto ya no necesitó comprometerse más para
seguir trabajando. Dejó atrás lo peor y, con el final a la vista,
empezó a automotivarse.
Esta estrategia se puede usar conjuntamente con cualquier
otra de este libro y de este capítulo. Las personas a menudo están
mucho más dispuestas y son más capaces de esforzarse si su
compromiso para esforzarse es por un período relativamente
corto.
A continuación, se recoge un ejemplo de sesión de terapia:
PACIENTE: Fumo demasiada marihuana y quiero dejarlo.
Pero, aunque me digo que fumaré menos, no lo hago. Todavía
fumo la misma cantidad.
TERAPEUTA: ¿Hay algo que te encante hacer y que no
haces cuando has fumado?
P.: Sí. Me gusta hacer pesas. Tengo unas en casa. Si fumo
ma- ría, pierdo toda la motivación. Pero cuando hago pesas, me
siento bien al acabar. Es como liberar endorfinas o así. No es lo
mismo que con la marihuana, pero te coloca un poco.
T.: Bueno, te doy esta posibilidad. Durante las próximas dos
48
I

semanas, cada vez que quieras fumar maría, haz veinte minutos
de pesas. Después, fuma si te apetece.
P.: Dos semanas. No sé. No estoy seguro.
T.: ¿Qué me dices de una semana, y entonces me llamas para
decidir si quieres comprometerte a otra semana más?
P.: Una semana sí que puedo. Por supuesto, la cosa promete.
¿Crees que funcionará?
T.: No lo sé. Estas cosas pueden funcionar o simplemente
puede que nos aporten más información para que podamos dar
con alguna otra cosa si ésta no funciona. En cualquier caso,
probablemente te pondrás un poco más en forma.
P: De acuerdo, mola. Lo intentaré.
Conectar los pequeños pasos con la motivación (positiva o
negativa)
En plena madurez, empecé a plantearme la pregunta que Paul
Simon se hace en una de sus canciones: «¿Por qué soy tan
blando justo en la mitad cuando el resto de mi vida es tan
duro?». No me gustaba la barriga cincuentona que me había
salido. Quería hacer ejercicio, pero no estaba motivado. Era
como con mis primeras experiencias en la escritura de libros. No
me gustaba escribir. Me gustaba haberlos escrito. Me gustaba
haber hecho ejercicio (es decir, deseaba los resultados), pero no
me gustaba el proceso que comportaba. Había leído sobre la
«adicción» que adquieren las personas que hacen ejercicio
regularmente al cabo de algún tiempo de practicar deporte, pero
nunca había sentido una adicción así en mis intentos anteriores
de hacer ejercicio. Por tanto, elaboré un plan sencillo para
conseguirlo. Combinaría el deporte con alguna otra cosa agra-
dable. Me gusta el programa de entrevistas radiofónico Fresh Air
de Terry Gross y soy un incondicional. Me descargaría los
cuarenta y cinco minutos de programa y me prometí que sólo lo
escucharía mientras hiciera deporte. El programa me distraía lo
suficiente de la incomodidad inicial que me producía hacer
ejercicio. Y así empecé poco a poco. Primero sólo quince
minutos en la cinta de andar a una velocidad relativamente baja.
49
I

Después quince minutos, pero acelerando la cinta cada cinco


minutos durante un minuto. Más adelante comencé a incrementar
el tiempo en cinco minutos cada semana. Y ahora, un año
después de haber empezado, corro y camino durante cuarenta y
cinco minutos (llego a escuchar el programa Fresh Air entero en
cada sesión de ejercicio..., es muy gratificante) y he empezado a
hacer pesas. Mi barriga de cincuentón prácticamente ha
desaparecido por completo. Todo ha sido tan gradual que ha
resultado bastante llevadero.
Para recapitular a la luz de los dos últimos capítulos: tenía
una motivación negativa (no me gustaba que mi parte de en
medio se hiciera cada vez más grande) y una positiva (me
gustaba escuchar un programa de radio). Uní estas dos
motivaciones en pequeñas actividades en pro del futuro que
deseaba (una cintura más estrecha) y en contra de mi realidad no
deseada de aquel entonces (una buena barriga).
¿Cómo funcionaría este método en el contexto de una visita
terapéutica? A continuación se recoge un pasaje ilustrativo:
PACIENTE: Me avergüenzo de este hábito que tengo y que
no he contado a nadie. Me arranco el cabello cuando estoy
nerviosa. ¿Lo había oído alguna vez?
TERAPEUTA: Sí, he visitado a alguna otra persona que se
arrancaba el cabello. Esto incluso tiene un nombre:
tricotilomanía.
P.: ¿No le digo? Pensaba que era la única que lo hacía. Me
imagino que tampoco soy tan rara como creía.
T.: Cada uno tiene su manera de afrontar las emociones. Su-
pongo que ha intentado no hacerlo.
P.: Sí, muchas veces. Creo que ahora me he acostumbrado
tanto a este hábito que a veces ni siquiera me doy cuenta de que
lo hago. Y entonces encuentro pelos en el suelo cerca de mí. Ni
siquiera me acuerdo de habérmelos arrancado. Otras veces me
doy perfecta cuenta, pero no puedo parar de hacerlo.
T.: Bueno, ¿me puede decir cuándo es el momento más
probable para que se lo arranque y cómo lo hace exactamente?
50
I

P.: Hombre, como he dicho, normalmente es cuando estoy


nerviosa. Por ejemplo, cuando hablo con mi madre por teléfo-
no. Me saca de mis casillas. Me arranco el cabello prácticamente
todo el rato que estoy hablando con ella. Nunca lo hago cuando
hay alguien más cerca, y me peino de forma que el pelo cubra la
zona que ha quedado calva para que nadie se dé cuenta.
T.: Por tanto, ¿normalmente se lo arranca de una misma zona
del cráneo?
P.: Sí, pero entonces, al cabo de un tiempo, cambio de zona
para que el cabello pueda volver a crecer en ese punto.
T.: ¿Y qué mano utiliza normalmente para arrancarse el cabe-
llo, o lo hace con ambas?
P.: No lo había pensado antes, pero lo hago con la derecha.
Soy diestra.
T.: ¿Y qué hace con el pelo después de arrancárselo?
P.: ¡Ostras! Esto es muy embarazoso. No sabía que
llegaríamos hasta aquí.
T.: ¿Qué parte le resulta embarazosa?
P.: Hombre, si he llegado hasta aquí, más vale que sea
sincera. Mastico la raíz del cabello un rato antes de tragármelo.
¡Por Dios! Esto es raro, ¿verdad?
T.: Por mí no se preocupe. De hecho, esto me da una ¡dea
que quizá la ayude.
P.: ¿Sí? Pues, le he de decir que me siento mejor, ahora que
se lo he dicho. Al menos ahora ya lo sabe alguien.
T.: Tal vez el simple hecho de habérmelo dicho la ayude a
cambiar, puesto que ya no es ningún secreto del que se tenga que
avergonzar o esconderse porque no hay nadie que la comprenda.
Tengo otra idea que puede que también la ayude. Me gustaría
que cambiara su manía un poco. Quizá le resulte un poco
extraño, pero me gustaría que recogiera el pelo y que me lo
trajera en una bolsita con cierre hermético.
P.: Así no me lo podré comer.
T.: Sí, exactamente. Es parte del cambio. La otra parte es que
me deje participar en ese hábito secreto que antes tanto la aver-
51
I

gonzaba. ¿Qué opina? ¿Está lista para un experimento que quizás


ayude?
P.: ¡Caray! Será duro, pero de acuerdo, lo intentaré.
Dejemos que Charles Handy tenga la última palabra: «A
veces, cuando reflexiono sobre las terribles consecuencias que
originan pequeñas cosas, como una palabra fortuita, un golpecito
en el hombro o un céntimo caído al comprar el periódico, me
siento tentado a pensar que eso de que son pequeñas cosas no es
cierto.»
Cosas que tener en cuenta al usar el método de cambio de los
pequeños pasos
¿Cuál es el menor cambio que estás dispuesto a hacer en el ámbito
que quieres cambiar?
¿Cuál es el período de tiempo más corto al que te has comprometido
y que pensabas que serviría para asegurar el cambio que habías
aceptado hacer?
¿Qué pequeña variación del centro de atención podrías hacer en lo
que se refiere a la situación problemática?
¿Cómo puedes relacionar los pequeños pasos que podrías dar con
alguna otra cosa que quieras evitar o borrar de tu vida, o con
alguna cosa que te gustaría mucho tener o que te ocurriera?
El método de cambio de los pequeños pasos: resumen
• Una vez que encuentres la motivación y la energía para
cambiar, una manera de realizar ese cambio es dando pe-
queños pasos.
• La primera clase de pequeños pasos es emprender pe-
queñas iniciativas o introducir pequeños cambios de
(<continúa)
comportamiento en los modelos establecidos del problema.
• El siguiente tipo de pequeño cambio es introducir o adoptar
una pequeña variación del centro de atención o percepciones
que la persona o las personas tienen respecto al problema.
• Este método puede ser efectivo, ya que sólo requiere pequeñas
iniciativas o variaciones. La otra manera de introducir
pequeños cambios es proponer que se adopten compromisos

52
I

para cambiar durante cortos períodos de tiempo, más que de


forma permanente o a largo plazo. Puesto que los pacientes
los perciben como más «factibles» que los cambios más
radicales o a largo plazo, es más probable que los sigan y que
este método tenga éxito.

53
3

Relacionar el pequeño cambio con la motivación que tenga la persona.El mismo tostón
de siempre: el método de cambio de la ruptura de hábitos

r
Aquellas personas que están enamoradas del cambio, a las que les encanta lo nuevo
simplemente porque es distinto de lo viejo, las que disfrutan con cada innovación y
encuentran un raro y sutil placer en todo lo que es nuevo y que no se ha producido antes,
son las más felices en este mundo mutable y turbulento.
AGNES REPPLIER
El siguiente método de cambio, romper con los viejos hábitos que uno ha acabado
adquiriendo, era uno de los preferidos de Milton Erickson, y ha dado infinidad de bonitos
y espectaculares ejemplos en su obra.
El hábito de la visión de la vida
Una de las maneras de pensar en el cambio es plantearse los problemas no como
entidades fijas (cosas), sino más bien como hábitos. Esta perspectiva puede ayudar a
facilitar el cambio tomándose los problemas no tanto como cargas inmutables y
arraigadas, sino más bien como procesos. Los hábitos se pueden cambiar en cualquier
punto del proceso. Las «cosas» son mucho más difíciles de cambiar.
De Milton Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) extraje un modo especial de cambiar
hábitos. En primer lugar, Erickson recalcaba que uno debe poner atención en el hábito.
Esto significa que ha de ser como el antropólogo que estudia y observa atentamente los
elementos que conforman los hábitos, es decir, aquellos elementos que se repiten sin
variación. Entonces, en lugar de intentar detener el hábito, Erickson proponía que se
introdujeran ligeros cambios hasta que se encontrara uno que lo rompiera y que, por
tanto, diera resultado. Introducir pequeños cambios en el hábito es como hacer una
pequeña grieta en la presa y observar cómo la fuerza natural del agua la agranda hasta
que se produce un cambio más importante.
Romper con el hábito
Cuando los investigadores del cáncer intentan solucionar el problema de esta
enfermedad, no parece que se lo tomen como si fuera una cosa. Parece que lo abordan
como si fuera un proceso o un patrón. Dado que tiene un componente genético, algunos
intentan afrontarlo ayudando a identificar los genes que acentúan el riesgo de contraer
cáncer y, entonces, aconsejan a la gente con un alto riesgo de tener la enfermedad que se
hagan controles con regularidad. O incluso intentan alterar los genes que crean las
condiciones para que se contraiga la enfermedad. El cáncer tiene un elemento
alimentario: determinadas dietas parece que inhiben o, al contrario, fomentan el
desarrollo de un cáncer. Por consiguiente, modificar la dieta puede impedir la contracción
de un cáncer o reducir su probabilidad. Estos investigadores hacen lo mismo con las
proteínas, el riego sanguíneo de los tumores, etc.
Al igual que ellos, cuando pienso en cambiar, lo que busco es un punto del proceso en
el que intervenir satisfactoriamente. No me preocupa demasiado cuál es el punto
54
3

«apropiado» del proceso en el que intervenir, como les pasa a algunos terapeutas
teóricamente comprometidos con su trabajo. Los terapeutas cognitivos prefieren
intervenir en las creencias o en las corrientes de pensamiento. Los terapeutas de la
conducta se centran en las iniciativas y en los as- pectos del entorno de la situación. Los
terapeutas para quienes los sentimientos son preponderantes se centran en los aspectos de
las emociones internas del problema. Los psiquiatras para los cuales la neurología
desempeña un papel importante sostienen que la medicación es la manera más efectiva
para abordar el cambio de conducta, los problemas cognitivos o los problemas
emocionales. Casi todos los enfoques para abordar el cambio se centran en un área u otra,
y consideran que es el aspecto decisivo del problema (o de la solución). Pero, para mí, lo
es todo el proceso. Ninguna perspectiva de intervención es inherentemente mejor o tiene
más potencial que otra, ni tampoco es más cierta.
Mis únicos criterios son: ¿funciona (es decir, ayuda a solucionar el problema) y es
respetuosa?
Hay un caso de Milton Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) que ilustra muy bien
este principio. Erickson trataba a un hombre que estaba muy deprimido. Después de
trabajar juntos durante un tiempo sin que la depresión del hombre remitiera, Erickson le
aconsejó que fuese a la biblioteca pública cada día y que se deprimiera allí en lugar de
hacerlo en casa.
El hombre le hizo caso obedientemente, aunque en realidad no le encontraba el
sentido. Al cabo de algunas semanas de sentarse todo el día en la biblioteca
completamente hundido, decidió buscar información sobre un tema que le había
interesado: la espeleología (exploración de cuevas). Con la ayuda de la bibliotecaria,
empezó a leer artículos y libros. Un día, mientras repasaba las estanterías buscando un
libro, otro hombre que había por allí entabló una conversación con él. Aquel desconocido
decía que también le había interesado la exploración de cuevas, pero que nunca lo había
hecho. Y preguntó al deprimido si le podía recomendar buen material sobre el tema. Una
cosa llevó a otra, y los dos hombres decidieron explorar algunas cuevas juntos. Esta
actividad y la nueva amistad poco a poco comenzaron a disipar la depresión.
Cuando leí por primera vez este caso, me pregunté cómo sabía el doctor Erickson que
pasaría eso. ¿Era quizás un genio y, por ello, lo tenía todo previsto? Años más tarde y con
más experiencia propia en este tipo de intervenciones, me di cuenta de que Erickson no
tenía ninguna manera de saber concretamente lo que pasaría. Pero sí sabía que, si el
hombre se quedaba en casa, probablemente pocas cosas cambiarían. Al menos, si salía de
casa, tal vez pasaría algo. Allí solo, en su casa, recibía pocos estímulos nuevos, pero fuera
podían tener lugar cambios al azar con bastante regularidad.
Estoy seguro de que las propuestas del doctor Erickson no siempre llevan a los
resultados deseados. Pero de vez en cuando sí que funcionan. ¿Por qué? Porque rompen
con el hábito. Cualquier cosa que aporte algo nuevo a una rutina tiene la posibilidad de

55
3

romperla y provocar el cambio. Aquí la frase pertinente es «tiene la posibilidad». Puede


que no haga nada. O puede que las primeras intervenciones en la ruptura del hábito o de
la rutina no surtan efecto. Pero tal vez alguna sí que lo consiga.
Al principio quizá parezca exactamente igual que el método de los pequeños pasos
para el cambio, pero es diferente en un aspecto crucial: el pequeño (o gran) paso que se
da aquí está pensado para romper un hábito o una rutina.
Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) trató a otra paciente que no paraba de dar largas
al matrimonio con su novio. Había desarrollado una fobia a toda forma de transporte, y su
novio, en el servicio militar en otro estado, esperaba de ella que resolviera este problema.
Algunos años después, su familia la llevó a la consulta de Erickson para ver si él la podía
ayudar. Una de las primeras cosas que hizo el doctor fue hacer que la joven aceptase ir en
un autobús de línea pública, pero que, al montarse en él, subiera la escalera de espaldas.
Pasó tanta vergüenza llamando así la atención, que se olvidó de sus miedos.
Otro caso más de Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991), por extraño que parezca,
ilustra este método de la ruptura de hábitos. Durante la segunda guerra mundial, Erickson
hizo análisis psiquiátricos para el ejército. La revisión normalmente llevaba tan sólo
algunos minutos, el tiempo suficiente para valorar que no había problemas psiquiátricos
graves que impidieran hacer de soldado. Un joven recluta confesó a Erickson que tenía
un problema que tal vez lo apartaría del servicio militar, aunque el chico estaba ansioso
por ir al frente. Y le reveló que no podía orinar a menos que lo hiciera por un tubo de
madera de veinte centímetros. Cuando era adolescente, lo habían pillado orinando a
través del agujero de una valla metálica, y eso lo había traumatizado. Al cabo de algunos
meses desarrolló la extraña obsesión de orinar a través del tubo de madera, que él mismo
había diseñado. No podía orinar si no tenía el tubo, y lo llevaba con él a todas partes.
Erickson le dijo que, si cooperaba y lo iba a ver cada día, pensaba que le podía solucionar
el problema y que entonces podría certificar que el joven era psíquicamente apto. Lo
primero que Erickson le ordenó hacer fue que se fabricara un tubo nuevo de bambú. Este
ligero cambio no afectó la obsesión del joven. A continuación Erickson le dijo que hiciera
un tubo un poco más largo que el anterior. Cada día, el joven recibía instrucciones para
cambiar ligeramente la longitud del tubo, a veces tan sólo un par de milímetros.
Obligándolo a alargar y a acortar el tubo, y vuelta a empezar, Erickson finalmente
consiguió que el muchacho fuese capaz de orinar a través de un tubo de tres milímetros.
Y, como quien no quiere la cosa, le comentó que aguantarse el pene mientras se orina era
muy parecido a aguantar el tubo. En cuestión de pocos días más, el hombre dejó de
utilizar el tubo.
Me gusta aprovechar esta manera de enfocar las cosas con las parejas que vienen a la
consulta, ya que con frecuencia caen en la detestable y recurrente costumbre de discutir,
insultarse y criticarse. Una pareja que venía a la consulta seguía teniendo problemas por-
que el marido criticaba a la esposa día sí y día no. Ella se desmoralizaba. Al principio se

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3

creía las críticas, pero con el tiempo empezaron a sulfurarla, dado que estaba
completamente segura de que no eran ciertas o de que se trataba de cosas sin importancia
que no merecían unas críticas tan duras.
Él reconoció que era una mala costumbre y que tenía que ponerle fin, pero le
resultaba difícil romperla. Y aceptó llevar a cabo un experimento. Guardaría unos cuantos
globos de helio en casa y, cuando sintiera que le cogían ganas de criticar, inhalaría el
helio para hablar con voz de Mickey Mouse. Su esposa ya no se lo podría tomar en serio
y se desternillaría de risa. Al final, los dos acabarían riendo juntos. Aquella mala
costumbre pronto se cortó de cuajo.
Otra pareja empleó este método de la ruptura de hábitos. Tenían unas discusiones
terribles que se intensificaban hasta el punto de llegar a decirse cosas muy hirientes de las
cuales se arrepentían más tarde. Cuando se enteraron de esta idea de romper con los
hábitos, supieron verle su propio lado humorístico. Si empezaban a caldearse los ánimos
durante una discusión, pedirían tiempo muerto e irían al baño, donde el marido se quitaría
toda la ropa y se echaría en la bañera. Acto seguido proseguirían la discusión, pero al
igual que la pareja del helio, finalmente acababan riendo tanto que no podían continuarla.
Una conocida leyó sobre este método de cambio de hábitos y decidió probarlo con
una mala costumbre muy repetida en su relación. Su marido tenía la manía de pasarse
horas y horas en las librerías de viejo. Se gastaba mucho dinero en esta afición y volvía a
casa con tantos libros que ya no les quedaba sitio donde ponerlos. El momento en que
esto se volvía más molesto era cuando la pareja se iba de viaje. En muchas ocasiones
tenían que comprar una maleta extra simplemente para volver con los libros a casa. El
marido, cada vez que entraban en la tienda, decía a su esposa: «Sólo estaremos una horita
o así»; pero entonces entraba en una especie de trance de librero de viejo, durante el cual
parecía que la noción del tiempo desaparecía. A menudo se llegaban a pasar cuatro o
cinco horas dentro de la tienda, con ella preguntándole constantemente cuándo se
marcharían y él diciéndole que ya casi había terminado. Esto les había creado muchas
peleas que habían dado al traste con más de unas vacaciones. Ella quería acompañarlo a
la librería para poder pasar más tiempo juntos y para reducir el tiempo que el hombre se
pasaba dentro de la tienda. Si no iba pinchándolo, podía desaparecer hasta ocho horas
seguidas.
Después de enterarse del cambio de hábitos, se le ocurrió un plan. Tenían que ir a ver
a unos parientes de una ciudad lejana. Más o menos a una semana del viaje, ella propuso
al marido que, puesto que había una librería de viejo muy grande en la ciudad a la tenían
que ir, debían planificarlo por adelantado y llevarse una maleta extra. Su marido la miró
con sorpresa y cierta desconfianza, pero, al ver que lo decía en serio, tuvo que reconocer
que era una buena idea. Cuando llegaron a la ciudad, ella propuso que planearan un día
para dedicarlo a la librería. Él procuró poner objeciones diciendo que sólo necesitaría
estarse una horita o así. Pero ella le dijo que no se preocupara, ya que sabía que éste era

57
3

uno de los mayores placeres de su vida. Que irían a la librería y que ella se llevaría algo
para leer allí y entretenerse tanto tiempo como él necesitase para hojear los libros. Él se
sorprendió agradablemente con el cambio de actitud. Cuando llegaron a la librería, ella se
instaló en un cómodo sillón y rápidamente se quedó absorta en la novela que llevaba. Su
marido la fue a ver varias veces, preguntándole si quería que se marchasen, pero ella le
aseguró que estaba bien y que se tomara el tiempo que quisiera. Una hora y media más
tarde él se acercó y le dijo que ya podían irse.
Esto la sorprendió. Se le había ocurrido el plan con la intención de evitar peleas entre
los dos y para hacer más agradables los viajes. Pero el cambio de hábito por parte de ella
había surtido un efecto inesperado. El marido se pasaba menos tiempo en las librerías.
Cambiar de hábitos a veces tiene esta especie de efecto inesperado.
Hay cuatro maneras sencillas de poner en práctica este método de la ruptura de
hábitos:
1. Cambiar cualquier conducta relacionada con el hábito problemático.
2. Cambiar la ubicación del hábito problemático.
3. Cambiar el momento o la duración del hábito problemático.
4. Cambiar el entorno que rodea el hábito problemático.
CAMBIAR CUALQUIER CONDUCTA RELACIONADA CON EL HÁBITO
PROBLEMÁTICO
Por ejemplo: he tratado a personas a las que he obligado a comer con la mano derecha
(o al revés) mientras con la izquierda (la mano de la que se sirven habitualmente) se
dedicaban a alguna otra cosa. Ello, al parecer, hace que tomen conciencia de que están
comiendo demasiado, ya que solían hacerlo inconscientemente. También cambia el hábito
de modo que se pueda romper.
CAMBIAR LA UBICACIÓN DEL HÁBITO PROBLEMÁTICO
Por ejemplo: he tratado a parejas que aceptan salir a la calle y discutir como suelen
hacer en el asiento posterior del coche.
Una muestra de diálogo de terapia:
PACIENTE: Me paso horas comprando cosas por Internet. Mis hijos y mi esposa se
quejan de que nunca paso tiempo con ellos.
TERAPEUTA: ¿NO me había comentado que tenía acceso inalámbrico a Internet en
toda la casa?
P: Sí.
T.: ¿Y si traslada el ordenador a la sala de juegos de los niños y sólo se conecta desde
allí?
P.: Podría funcionar. Así estaría allí con ellos y con mi mujer, y me podrían sacar de
mi ensimismamiento con el ordenador más fácilmente. Puedo intentarlo.
CAMBIAR EL MOMENTO O LA DURACIÓN DEL HÁBITO PROBLEMÁTICO
Por ejemplo: he tratado a personas que programaban cinco minutos en el reloj de
cocina cuando de producía la situación problemática. Cuando sonaba la alarma, tenían
que dejar estar el problema durante cinco minutos, a continuación retomarlo durante
58
3

cinco minutos más, etc. De esta manera, la persona podía atiborrarse de comida sólo
durante cinco minutos, descansar otros cinco minutos o hacer alguna otra cosa, después
volver a atiborrarse durante cinco minutos... O una pareja podía discutir durante cinco
minutos, dejarlo o irse a habitaciones separadas durante cinco minutos más, y volver a
discutir otros cinco minutos.
O bien, personas que solían darse el atracón a la hora de cenar aceptaban hacerlo a
primera hora de la mañana.
Una muestra de diálogo de terapia:
TERAPEUTA: Parece ser que las discusiones toman un cariz muy desagradable con
mucha rapidez.
PACIENTE: Sí.
T.: ¿Y si prueba un experimento? Si los ánimos empiezan a calentarse, tómese quince
minutos de tiempo muerto. Ponga la alarma. Váyanse a habitaciones separadas de la casa
y, cuando oigan la alarma, vuelvan a encontrarse y averigüen si han cambiado de humor o
si alguno de los dos se ha calmado.
P.: No estoy seguro de que ella lo quiera hacer, siempre quiere hablar del asunto
inmediatamente cuando se enfada. Yo sí que estaría dispuesto. No soporto estas
discusiones. Las mire por donde las mire no ayudan a que se me pase el enfado. Esperar
quince minutos es una buena idea.
T.: Muy bien, al menos parece una posibilidad. ¿Lo probarán los dos?
P.: Sí.
CAMBIAR EL ENTORNO QUE RODEA EL HÁBITO PROBLEMÁTICO
Una paciente que se ponía de mal humor cuando tenía el período menstrual aceptó
que, cuando sintiera los síntomas del síndrome premenstrual, se vestiría lo más ridicula
posible: un pijama de co- nejito completo con patas y cola que le habían regalado cuando
cumplió los 30 años. De esta manera acababa riendo y su familia quedaba avisada de que
comenzaba a estar irritable, así iban con cuidado durante el período del pijama de
conejito.
Otra paciente que trabajaba desde casa vio que siempre encontraba excusas para no
trabajar. A menudo trabajaba todo el día en bata y pantuflas. De modo que empezó a
ponerse ropa de trabajo formal cada mañana y pudo retomar la costumbre de trabajar.
Pasaje de una sesión de terapia:
PACIENTE: Soy tan tímida y tengo tanto miedo de ponerme en ridículo que nunca
hablo cuando tengo algo que decir. Me siento como si se me escaparan todos los trenes.
Me siento como si nunca hubiera vivido la vida de verdad.
TERAPEUTA: En una ocasión ya escuché esto por boca de una mujer que se
encontraba ante un dilema similar, y a su terapeuta se le ocurrió una ¡dea creativa. Le
propuso que alquilara un disfraz de payaso y que aprendiera a maquillarse como un
payaso para ir al centro de la ciudad a repartir globos, hacer reír a la gente e intentar
hablar con ellos. Dado que iba disfrazada, se podía esconder detrás de la vestimenta de
59
3

payaso y salir del cascarón sin preocuparse del qué dirán. ¿Le gustaría probar algo así?
P.: No lo sé. Me parece que me asusta un poco, pero puede ser divertido en cierto
sentido. Tengo una amiga que trabaja en una de esas empresas que envía gente disfrazada
a felicitar por los cumpleaños y entregar regalos. Quizá podría hablar con ella y averiguar
qué disfraces se pone y cómo lleva el tema.
T.: Sólo es una ¡dea. Simplemente intentaba pensar en algo que la hiciera olvidar su
timidez, y un disfraz parecía una buena posibilidad.
P.: Tal vez lo sea. Ya me lo pensaré.
Aumentar o intensificar el hábito para romperlo o interrumpirlo
Se podría considerar una quinta manera de poner en práctica la ruptura de hábitos.
Por ejemplo, un joven del hospital estatal movía arriba y abajo las manos
compulsivamente sin parar todo el día. Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) hizo que un
ayudante contase el número de veces que el joven las movía por minuto. Eran 125. A
continuación Erickson retó al joven para que las moviese todavía más rápido, hasta llegar
a las 135 veces por minuto. Después Erickson hizo que el joven redujera gradualmente la
velocidad hasta moverlas primero 130 veces por minuto, luego 120, más tarde 125,
después 115, 118, 111, etc., hasta que llegó a uno o dos movimientos por minuto. El
joven finalmente dejó de moverlas porque sí.
Es la clásica ruptura de hábitos de Erickson. En otro caso trató a una mujer que hacía
dietas constantemente hasta que alcanzaba el «peso ideal», que era de 57 kilos. Tan
pronto como se acercaba a los 57, empezaba a pesarse cada pocos minutos y, cuando
finalmente leía 57 en la balanza, comía compulsivamente y volvía a ganar todo el peso
que había perdido con la dieta. Llevaba así años y, según contó a Erickson, estaba
desesperada por parar este aumento y esta reducción de peso cíclicos, y estabilizarse.
Erickson averiguó que el peso máximo que la mujer había alcanzado era de 82 kilos, que
era lo que pesaba cuando buscó su ayuda. El la convenció de que ganara entre uno y dos
kilos más antes de ponerse a perder peso. Y la mujer estuvo pesándose compulsivamente
hasta que dio el peso necesario. Después de haber ganado el kilo propuesto, suplicó a
Erickson que la dejara perder peso, pero él le recordó que el acuerdo era que ganase entre
uno y dos kilos. Ella volvió a casa obedientemente y ganó exactamente 1,7 kilos.
Entonces Erickson le permitió perder peso. La paciente rebajó su peso hasta los 57 kilos
sin pesarse compulsivamente como tenía por costumbre, y nunca más volvió a recuperar
peso.
TERAPEUTA: Respecto a los ataques de pánico, tengo una cosa que podría ir bien.
PACIENTE: ¿Qué?
T.: Hombre, parte de los ataques de pánico tiene que ver con tener miedo a ser presa
del pánico, por tanto, creo que hay un par de maneras de reducir la gravedad o la
frecuencia de los ataques eliminando por lo menos el miedo a tenerlos. Y tiene que ver
con planificar y provocar deliberadamente un ataque de pánico o parte de él. Por ejemplo,

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3

si usted empieza a intuir que se acerca uno, puede intentar provocarlo expresamente en
lugar de procurar evitarlo o pararlo. Escoja un buen lugar para desfallecer, uno que sea
blando y donde no se pueda hacer daño, y convénzase de que será un buen sitio para
desmayarse.
P.: [Risas.] Vale, será diferente.
T.: Sí. Usted tendrá el control de la situación en vez de ver que escapa de sus manos.
Se parece un poco a caer en arenas movedizas. Cuanto más luche, más rápido se hundirá.
Si se relaja un poco más y deja de luchar, se dará la posibilidad de que pueda salir de las
arenas movedizas.
P.: Tiene su lógica. La medicación no ayuda demasiado, y me paso la mayor parte del
tiempo procurando no ser presa del pánico.
T.: También puede intentar ponerse en situaciones que le provoquen pánico, pero de
nuevo hágalo con toda la intención. Recupere un poco su vida provocando ese miedo que
suele evitar.
P.: Esto puede que me resulte más difícil. Pero podría dejarme llevar por el pánico
cuando sienta que estoy a punto de hacerlo. Esto me parece más factible.
T.: De acuerdo.
Relacionar el hábito problemático con alguna otra cosa
Cada vez que se presenta el problema, hay que relacionarlo con otro elemento.
Traté a una mujer que se daba grandes atracones y que después vomitaba. Averigüé
que tenía un par de zapatos preferidos y le pedí que dejase de hacer lo que fuera que
estuviera haciendo cuando estaba a punto de atiborrarse de comida y que se pusiera
aquellos zapatos. Ella cumplió lo que le pedía y descubrió que, con frecuencia, esto la
ayudaba a dejar de comer. Me dijo que el hecho de ponerse los zapatos, de alguna
manera, le permitía tomar conciencia de lo que estaba haciendo y también le recordaba
que estaba siguiendo una terapia para abandonar ese hábito. Anteriormente, solía poner el
piloto automático durante sus episodios de bulimia.
Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) tuvo un paciente que empezó a tener ataques de
pánico antes de aparecer como presentador en las noticias de la noche. Y convenció al
hombre de que padecía un exceso de energía que se hacía patente a través de ataques de
pánico. Erickson le ordenó que, para evitar esos ataque, hiciera cincuenta genuflexiones
lo más rápidamente posible antes de salir por antena, dándose tiempo de recuperar el
aliento antes de que comenzara la emisión. La intervención funcionó y los ataques de
pánico cesaron.
Una muestra de diálogo de una sesión clínica:
TERAPEUTA: Cada vez que eluda hacer la declaración o pagar las facturas, hará
cincuenta abdominales. Tanto da si las hace seguidas o durante el transcurso de una hora,
siempre que las haga antes de dedicarse a cualquier otra actividad.
PACIENTE: ASÍ empezaré a poner un poco de orden en las cosas o tendré el vientre
más plano de la ciudad.
61
3

T.: Exacto. En todo caso, saldrá ganando.


Hábitos de encontrar la solución, destacarla y desarrollarla
El doctor Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) solía ir a buscar a su hijo a la salida del
colegio. Un día su hijo y Jake, el hijo de su
amigo, estaban inusualmente callados cuando subieron al coche. Erickson les preguntó a los
chavales qué pasaba. Jake miró al suelo y continuó en silencio. El hijo de Erickson,
después de un tenso silencio, contó que Jake había sido puesto en ridículo por la
profesora justo cuando acababa la clase. Sostuvo en alto la hoja llena de borrones ante
toda la clase y reprendió a Jake por tener una caligrafía tan mala. Ninguna de las palabras
estaba sobre la línea, se quejaba la profesora. Las letras prácticamente eran ilegibles.
Erickson pidió ver la hoja de Jake, y el niño se la entregó a regañadientes. Erickson dio
un vistazo a la hoja y, a decir verdad, era un desastre. Pero antes de devolvérsela, le
comentó: «Esa te sí que está sobre la línea».
Cada día, después del colegio, Erickson pedía ver la hoja que Jake había hecho ese
día. El segundo día, Erickson dijo: «Esa te y esa hache están sobre la línea y muy bien
separadas la una de la otra». La tercera semana había cada vez más cosas que elogiar a
Jake. Su caligrafía mejoraba. Al final de curso, Jake había ganado el premio de la clase
por los mejores progresos, y el niño estaba muy orgulloso de sí mismo.
Este ejemplo ilustra un método sencillo de cambio de hábitos: fijarse en aspectos de
la situación problemática que no representan ningún problema y darles mucha
importancia.
IMPORTAR MODELOS DE COMPETENCIA DE OTROS MARCOS Y SUSTITUIR
EL MODELO PROBLEMÁTICO
Cuando Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) estudiaba en la universidad, no tenía
demasiado dinero. Pero encontró lo que parecía la situación ideal de alojamiento.
Conseguiría una gran ganga en la casa de huéspedes si aceptaba enseñar a leer a la
propietaria. Ma, como todos la llamaban, había crecido en una familia en la que el padre
había considerado una pérdida de tiempo enseñar a las niñas a leer, ya que en su día
serían esposas de granjero y no les haría ninguna falta esa formación tan innecesaria.
Cuando la mujer se casó, le resultó un lío aprender a leer y a escribir, a pesar de que el
marido intentaba enseñarle y la animaba cuando veía su esfuerzo por dominar ambas
capacidades. Con los años, después de dar a luz varios hijos y de que ellos aprendieran a
leer y a escribir, todos intentaron enseñar a Ma, pero no lo lograron. Ella y su marido
finalmente vendieron la granja y se trasladaron a la ciudad.
Después de la muerte del marido, Ma empezó a alquilar su casa a estudiantes de la
universidad del distrito. En los años siguientes, dio voces de que, si alguien le enseñaba a
leer y a escribir, ella le perdonaría el alquiler. Nadie lo había conseguido hasta que llegó
Erickson. El escogió una táctica diferente. Después de informarse de cómo habían
fracasado todos los demás y del bloqueo mental de Ma, le dijo que quería empezar
haciendo que la mujer se sintiera cómoda simplemente cogiendo el lápiz y haciendo

62
3

garabatos. La tuvo dibujando garabatos al azar un tiempo: líneas rectas, líneas irregulares,
círculos, puntos, etc., por todo el papel. Lo hizo así durante una semana más o menos. A
continuación Erickson le hizo recordar los años que había pasado en la granja (él también
se había criado en una). Le dijo que todavía no quería que intentase leer ni escribir, sino
que quería que comenzase a dibujar cosas corrientes de la granja. Por ejemplo que
dibujase un techo de dos aguas. La mujer lo pudo hacer sin ningún problema. Después
que dibujase una rueda. De nuevo ningún problema. Que dibujase un rastrillo apoyado
contra la pared de un granero. Que dibujase dos rosquillas. Que dibujase una rosquilla
con un mordisco en la parte superior. Que dibujase un escuadrón de ocas volando por el
cielo. A continuación, un tablón que fuera de parte a parte del techo de dos aguas a media
altura.
Pronto, Erickson había enredado a Ma para que dibujase las formas de cada una de las
letras. No le dijo que estaba escribiendo para no provocar el bloqueo. Pero le recordó que
cada uno de los animales de la granja solía tener un nombre. Estaba Bessie, la vaca, y
Henry, el caballo, etc. De igual manera, cada una de estas formas tenía un nombre y ella
se los aprendería. Después de hacer que pusiera todas las formas por orden alfabético,
empezó a enseñarle los nombres. La mujer tenía buena memoria, por haber tenido que
emplearla bastante toda la vida, ya que no se podía apuntar las cosas para recordarlas. Y
memorizó orgullosamente cada uno de los nombres de las figuras que había dibujado.
Acto seguido Erickson le hizo juntar letras y le hizo memorizar los nombres de esos
grupos de letras. También lo logró sin más problemas. Un día, Erickson le hizo juntar
palabras para formar esta frase, que era la frase preferida que el marido dejaba caer de
vez en cuando: «Venga, Ma, prepárame un poco de manduca». Cuando la mujer la leyó
en voz alta, Erickson le dijo que eso era leer. La mujer se puso a llorar cuando finalmente
se dio cuenta de que lo había conseguido. Se enorgullecía de leer las cartas que recibía de
sus hijos, y la Biblia, y hacía rápidos progresos en sus estudios, sin más problemas de
bloqueo mental.
Este ejemplo ilustra el método de encontrar modelos de competencia de otro contexto
y transferirlos al contexto problemático para ayudar a solucionar el problema. A
continuación expongo algunos más.
Trataba a un ingeniero y a su mujer. Ella se sentía desgraciada porque su marido no
expresaba sus sentimientos y por otros problemas del matrimonio. Anteriormente él había
respondido a sus quejas diciéndole que ella no era razonable y que se dejaba dominar
demasiado por sus sentimientos y emociones. Ella no se lo había tomado nada bien y
estaba pensando en pedir el divorcio. Yo encargué al marido que analizara su sistema
marital, que identificara los puntos en que el sistema fallaba y que hiciera una lluvia de
ideas sobre las posibles soluciones de estos problemas técnicos. A la siguiente sesión
volvió con un organigrama que diagnosticaba los problemas característicos y sus posibles
soluciones. La idea lo entusiasmaba mucho y su mujer estaba impresionada de que le

63
3

hubiera dedicado tanto tiempo y esfuerzo. En la tercera sesión, su esposa y yo lo


ayudamos a identificar los requisitos para un buen abrazo. Por lo menos tenía que durar
cuarenta y cinco segundos, con contacto frontal pleno y sin hablar. Y tenía que esperar a
que su mujer empezara a empujarlo antes de separarla. De nuevo se tomó bien esta
propuesta y se mostró abierto a recibir nuevas indicaciones. Una vez que encontramos la
manera de aprovechar su mentalidad racional y analítica, las cosas avanzaron con rapidez
en un sentido positivo y su mujer abandonó los planes de separación.
Cuando hacía talleres con Michele Weiner-Davis (1988, comunicación personal), ella
contó el caso de una mujer de unos 30 años que se lamentaba de que no podía establecer
una relación. Michele sabía que la mujer era una ejecutiva de ventas y marketing de gran
éxito, y le preguntó cómo diseñaría una campaña de ventas y marketing para encontrar la
pareja ideal. La actitud de la mujer pasó del desánimo y la queja al entusiasmo en poco
tiempo. Cuando volvió a la siguiente sesión, ya había empezado a poner en práctica su
plan y mostró los resultados preliminares.
Cuando estuve en el programa de Oprah hablando sobre las ideas de mi libro
Pequeños grandes cambios (O’Hanlon, 2000), la presentadora mostró un vídeo de una
mujer que había intentado el método de cambio de hacer algo diferente. Decía que
siempre había sufrido por tener una baja autoestima. Se ocultaba constantemente la cara
con el pelo, bajando la cabeza y evitando mirar a los ojos a la gente. Años antes se había
quedado anonadada al observar la misma conducta en la nueva prometida del príncipe
Carlos de Inglaterra, Diana. En las primeras conferencias de prensa, Diana parecía tan tí-
mida e incómoda que daba pena, escondía la cara tras el cabello, musitando las respuestas
de las preguntas que le hacían, mirando al suelo, etc. Pero, con el paso de los años, Diana
se había convertido en una persona segura de sí misma que erguía la espalda y miraba a
los ojos a los líderes mundiales, a los niños, a los periodistas, a los enfermos de sida y a
todos los demás. La mujer del vídeo de Oprah había decidido que, para poner en práctica
el experimento de hacer algo diferente, intentaría comportarse como la Diana de los
últimos tiempos durante una semana. Se asombró de los cambios que experimentó. A
pesar de que lo único que hizo fue erguir la espalda y empezar a mirar a los ojos, los
compañeros de trabajo pronto le preguntaron si se había hecho un tratamiento de belleza.
Los hombres empezaron a abrirle las puertas como nunca habían hecho antes. Más aún, al
cabo de algunos días, empezó a sentirse más segura de sí misma.
A continuación pongo un ejemplo de cómo habría podido tener lugar este cambio en
una sesión de terapia:
PACIENTE: Hay una chica del colegio que me gusta, pero me da miedo invitarla a
salir.
TERAPEUTA: ¿Has hecho algo que antes te resultara muy difícil de hacer?
P.: En las colonias de verano hicimos eso de descender por un precipicio en rappel.
Tío, qué cague, pero lo hice.

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3

T.: ¿Cómo conseguiste hacerlo a pesar de que te daba tanto miedo?


P.: Otros pavos que había allí me decían que lo hiciera. Y al final salté y lo hice. No
fue tan horrible una vez que estuve colgado en la pared. Pensar en ello acojonaba más
que hacerlo.
T.: ¿Y si usases la misma estrategia para pedirle a esa chica que salga contigo? Haz
que otros te animen y entonces da el paso.
P.: Nunca me lo había planteado así. Creo que funcionará.
Interrumpir el hábito: ¡No lo hagas!
Hace tiempo leí una historia sobre un hombre que lo había intentado todo para perder
peso. Y, de hecho, a veces había conseguido perderlo, pero lo recuperaba después (a
veces incluso más). Finalmente, desesperado, decidió que ningún experto ni ninguna
dieta ni programa podían ayudarlo. Tenía la impresión de que debía descubrir y afrontar
qué lo llevaba a comer en exceso. Un fin de semana estuvo dispuesto a ponerse manos a
la obra. Tomó un desayuno saludable y normal. Al cabo de un rato sintió que volvía a
tener hambre. Por experiencia sabía que en realidad no le faltaban calorías, sino que se
trataba más bien de una señal emocional. En lugar de comer, que es lo que hacía antes
cuando se sentía hambriento, estaba decidido a averiguar qué se escondía tras estas
señales emocionales de hambre. Se sentó en el sofá y esperó. No tardó en notar indicios
de miedo. Tenía miedo a algo que no podía identificar. El miedo empezó a crecer, pero se
resistió a ceder al impulso de comer. El miedo creció y creció hasta que se convirtió en
auténtico terror. Empezó a temblar y a sudar. Nunca había sentido tanto miedo en su vida,
pero estaba decidido a dominarlo y a averiguar qué lo producía. Al cabo de algunas horas
de temblar y de sudar, se le empezó a pasar el miedo. Nunca descubrió a qué tenía miedo.
Simplemente se trataba de miedo y de terror. Aquel fin de semana repitió el
procedimiento cada vez que sintió la señal emocional de hambre. Poco a poco, el miedo
remitió tanto en intensidad como en duración, hasta que cada episodio sólo duró unos
cinco minutos. Cuando acabó el fin de semana y volvió al trabajo, hacía pausas cortas e
iba a los lavabos para temblar y sudar hasta que el miedo se le pasaba. Paulatinamente, el
hambre emocional y el miedo desaparecieron, y él perdió peso de forma permanente.
Actualmente eso se denomina concienciación, y proviene de una práctica de
meditación budista que consiste en fijarse únicamente en los pensamientos, los
sentimientos y las experiencias de uno mismo. En esta práctica, uno no reacciona, ni
juzga, ni intenta cambiar nada, sino que simplemente toma conciencia de los sentimien-
tos, los pensamientos, las sensaciones y la conducta. Puede ser un modelo de cambio
importante, dado que la mayor parte del tiempo en que tenemos problemas hacemos algo
para cambiar esos problemas. En nuestra cultura de «arreglar las cosas», no hacer nada
puede ser un cambio profundo.
De nuevo, un ejemplo de cómo podría reflejarse en una sesión:
TERAPEUTA: La próxima vez que le vengan ganas de darse un atracón, me gustaría
que probara un experimento. Fíjese en los sentimientos y pensamientos que tiene durante
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3

diez minutos sin reaccionar ante ninguno. Percátese en qué parte del cuerpo tienen lugar
esos sentimientos o esas sensaciones. Fíjese en cualquier tono o timbre de voz
relacionado con sus pensamientos, si es que los hay. Fíjese en qué pensamientos se
repiten, si es que eso sucede. No atienda a nada más, ni haga nada por cambiarlos o
reaccionar ante ellos. Si transcurridos los diez minutos todavía decide darse el atracón,
adelante. Si llegados a ese punto decide que ya no le apetece comer, pase página al
asunto.
El karma de la vida: replantearse y cambiar hábitos más amplios
Hasta ahora los ejemplos que he dado consisten en cambiar problemas concretos,
pero hay una manera más amplia de realizar el cambio. A veces la gente tiene hábitos
problemáticos que se repiten a lo largo del tiempo y en múltiples contextos y relaciones.
Llamo a estos hábitos más amplios el «karma de la vida». Puede que se trate de hábitos
como eludir o rehuir situaciones complicadas. Podría tratarse de hábitos como escoger
cónyuges que recuerdan vagamente a uno de sus padres. Podría tratarse de hábitos como
ser impulsivo. O de hábitos como la preocupación o la ansiedad. O la timidez. O la
autocrítica. O incluso podría tratarse del convencimiento de que estamos predestinados a
no tener nunca suficiente dinero.
Estos hábitos se basan en creencias o premisas, y reciben el apoyo de acciones e
interacciones. Podríamos sentirnos atraídos por una cierta persona o situación porque esa
persona o situación reflejan una premisa, una idea inconsciente o una creencia que tene-
mos. Podríamos creer que no nos merecemos la felicidad o el amor. O podríamos recelar
mucho de la crítica, pero buscarla sin damos cuenta.
A continuación cito la manera en que podría darse uno de estos hábitos del karma de
la vida. Si tienes miedo o te preocupa que te critiquen, tal vez empieces a ocultar
información a tu pareja o amigos que consideras que podría ser susceptible de crítica.
Entonces, cuando tiempo después descubran la información que les has ocultado,
probablemente te criticarán por ser deshonesto o cobarde. La creencia o premisa («puede
que me critiquen y no lo soportaría») queda reforzada por la conducta o la interacción.
Por consiguiente, para replantearse uno de estos hábitos del karma de la vida, hace
falta encontrar la piedra angular que lo aguante todo. Podría ser el caso de la creencia o
premisa subyacente. Puede que uno empiece a ser consciente de cuándo esa premisa
funciona en su vida. A veces digo que estos pensamientos son diferentes de otros
pensamientos porque nos hacen pensar más de lo que habitualmente pensamos. De
manera que uno se podría replantear estos pensamientos. «No pasa nada si a uno lo
critican. Ya me han criticado antes y lo he superado.» O uno se podría replantear las
acciones o interacciones. «Aunque tengo miedo de que me critiquen, sé que ocultar
información no es la mejor solución. Seré franco aunque con ello me gane alguna
crítica.»
Si tu creencia o premisa es que nunca tendrás suficiente dinero, podrías replantearte

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3

esta creencia ahorrando el dinero suficiente para que te sientas seguro


independientemente de lo que ocurra (o, lo que es lo mismo, para intervenir a la altura de
las circunstancias). O podrías intentar llevar a cabo alguno de esos métodos de repro-
gramación como afirmación. Te podrías reeducar en lo referente al dinero o estar de
aprendiz con un mentor que te forme o que te sirva de modelo para adquirir otra manera
de pensar o de actuar.
Joe había dado al traste con cada una de sus tres relaciones estables al tener otras
aventuras sexuales. En su relación actual, la compañera sentimental de Joe, que estaba al
corriente de sus aventuras anteriores, había decidido darle una oportunidad para que
cambiase este hábito. Joe y yo analizamos toda su vida entera. Sufrió abusos sexuales
cuando era pequeño y creció en una familia y una religión que veía el sexo como algo de
lo que avergonzarse. Su sexualidad «cayó en la clandestinidad», tal como él mismo dijo.
Había intentado solucionarlo explorando el sexo de varias maneras y había creído que ya
había superado todo eso hasta su última aventura. Al hablar sobre el tema, el hábito que
se había repetido a lo largo de toda su vida era la masturbación en secreto. Incluso cuando
tenía relaciones sexuales satisfactorias y frecuentes con su pareja, Joe se escabullía y se
masturbaba sin decírselo. Su pareja actual estaba al corriente de este hábito y había dicho
a Joe que no tenía por qué avergonzarse de masturbarse; de manera que no debía tener
ningún reparo en decírselo en vez de ocultárselo. Al principio, esto le había resultado un
alivio. Pero en cierto momento de la relación, Joe se había sentido culpable porque
empezaba a preferir la masturbación que tener relaciones sexuales con su pareja. Ella
había empezado a quejarse de la falta de sexo; y Joe, a ocultar que volvía a masturbarse.
Durante la masturbación, se ponía a fantasear sobre una mujer del trabajo. Poco a poco
esto lo llevó a empezar a flirtear con esta mujer del trabajo y entonces tuvieron un lío.
Joe decidió probar a ver qué pasaba si paraba de masturbarse. Nunca se le había
ocurrido intentarlo antes porque le daba la impresión de que sería como volver a
avergonzarse de ello. Cuando hablamos de cambiar el karma de la vida, Joe pensó que se
trataba de una conducta fundamental cuando le ponía los cuernos a su pareja. Al principio
se comprometió a parar de hacerlo durante un mes. Era todo un desafío, puesto que se
había convertido en un hábito diario; pero Joe empezó a sentirse cada vez menos
compulsivo. Alargó el compromiso a un año. Con algún otro compromiso más, su matri-
monio empezó a superar la infidelidad.
Karin siempre se había sentido atraída por «chicos malos endemoniadamente
guapos», y las relaciones siempre habían acabado mal. Conoció a un hombre, Jim, a
través de una amiga, y él la invitó a salir; pero a ella no le interesó porque no era «su
tipo». Después de que otra relación con «su tipo» se echara a perder, telefoneó a su amiga
y le pidió el número de Jim. Karin y Jim tuvieron una cita, y ella todavía pensaba que no
serviría para nada porque no se había sentido atraída por él. Aun así, Jim le caía bien. Era
inteligente y tenía sentido del humor. A Jim le gustaba mucho Karin y estaba dispuesto a

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ser paciente. Continuaron saliendo de manera informal y, al cabo de seis meses, Karin se
sorprendió de sentirse cada vez más atraída por Jim. Al final se casaron. A Karin le gusta
bromear con sus amigas solteras, que se quejan de no encontrar un buen hombre como
Jim, diciéndoles que deberían probar eso de salir con alguien que no sea su tipo.
A continuación, un pasaje de una conversación de terapia:
PACIENTE: Me da la impresión de que siempre me lío con tíos que tienen miedo de
comprometerse al cien por cien. Ahora mismo estoy con un tío que tiene novia. Continúa
sin decidirse entre ella y yo. No le ha hablado de mí, aunque yo sí que sé de ella. Pero
ésta sólo es la última de una serie de relaciones que parece que no pasan de ahí. Es
increíble.
TERAPEUTA: Si tienes algún motivo inconsciente o alguna idea fundamentada sobre
ti, sobre tu vida o sobre las relaciones que reflejan este hábito, ¿cuál crees que podría ser?
P.: No lo sé. Durante muchos años pensé que era por los hombres, pero tengo amigas
que parece que han podido encontrar tíos que están dispuestos a comprometerse. Quizá
sea que yo misma me lo busco.
T.: No estoy seguro de que sea algo que tú misma te busques, pero quizá tengas parte
de culpa, y eso es lo que debes tener bajo control y lo que has de poder cambiar si
conviene. He visto esta forma de hábito en alguna que otra persona a lo largo de los años
que hace que soy terapeuta, y uno de los puntos comunes que relacionan todas estas
situaciones es que la gente, en el fondo, no cree que se merezca encontrar el amor o ser
feliz. Otro punto es que las relaciones siempre se acaban rompiendo; por tanto, se sale
con hombres que son cambiantes. Así, tu corazón no corre peligro, ya que sabes que no es
seguro entregar tu corazón a una persona ambivalente. Pero podría haber algo más en tu
situación. ¿Te suena algo de lo que he dicho, o tal vez se te ocurre alguna otra cosa?
P.: Siempre he tenido la convicción de que tenía una buena autoestima, pero
últimamente creo que eso tal vez sea en apariencia y que en el fondo no me gusto
demasiado. En realidad soy muy crítica conmigo misma. Quizá no creo que sea digna de
un buen hombre o de una buena relación.
T.: Puede ser. Una manera de averiguarlo sería haciéndote la siguiente pregunta: una
persona que realmente se sintiera bien consigo misma, ¿qué haría en tu situación,
continuaría la relación, le pondría fin o hablaría seriamente con el novio? Si una de estas
amigas tuyas que tienen una relación con un novio que se compromete te diera un
consejo, ¿qué crees que te diría?
P.: Estoy segura de que una persona con una alta autoestima no continuaría así mucho
tiempo más. En el fondo no creo que él se quiera comprometer conmigo nunca.
T.: ¿Qué harías en esta situación, que fuera diferente pero consecuente, con una
persona que se considerase digna de tener estas cosas?
P: No estoy segura, pero lo pensaré desde este punto de vista. Es una nueva
perspectiva y tengo la impresión de que sacaré algo en limpio.

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3

Pautas para cambiar hábitos de vida persistentes que no sirven para nada
1. Fijarse en resultados que no te gusta que se repitan.
Ejemplos:
— Estar siempre endeudado.
—Tener conductas adictivas perniciosas o compulsivas, como
beber en exceso, mantener relaciones sexuales de riesgo o
inapropiadas, comer sin mesura, trabajar demasiado, etc.
— Discutir o pelearse en las relaciones íntimas.
— Ser víctima de abusos regularmente.
— Acomodarse a los demás de modo que se comprometa la integridad o el bienestar
de uno.
2. Investigar las propias acciones, sentimientos e ideas o pensamientos subyacentes en
estas situaciones problemáticas recurrentes, y fijarse en ellos.
Si puedes, identificar qué resultado o sensación intentas evitar o eludir reaccionando o
actuando como lo haces. A menudo, las soluciones que intentamos encontrar a un
problema se convierten en el problema en sí.
Ejemplos:
— Tienes miedo de que te controlen.
— Echas la culpa a otro para que no te la echen a ti.
— Rompes tú antes para que no te dejen, te rechacen o te abandonen.
— Comes para no sentirte tan solo, triste o asustado.
— Te vas de compras para distraerte de tu relación o situación desgraciada.
Pista: Si te resulta difícil identificar alguno de estos elementos, pide ayuda a un amigo
de confianza, a un ser querido o a un terapeuta/psicólogo perspicaz.
3. Hacer algo diferente de tus acciones, reacciones o hábitos de costumbre.
Estrategias posibles:
— Fíjate en el impulso para actuar o reaccionar.
— Fíjate en la sensación que intentabas evitar y quédate con ella.
— Haz algo que en realidad podría provocar la sensación que querías evitar.
— Mantén una situación que normalmente eludirías porque intentas evitar la
incomodidad.
— Escribe o habla con alguien sobre esa sensación, miedo o resultado que intentabas
evitar o prevenir.
4. Repetir hasta romper con el hábito automatizado o dejar de obtener los resultados no
deseados.
Ejemplos:
— Saldas la deuda y continúas sin deber nada.
— Dejas de discutir o de pelear en esta relación o en cualquier otra.
— Continúas una relación más allá del punto en que la habrías roto o abandonado.

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3

— Dejas de beber o dejas de hacerlo de manera que te arruine la vida.


Preguntas que hay que plantearse en relación con el método de cambio de la
ruptura de hábitos
¿Qué resultados repetitivos de tu vida o de tus relaciones te hacen sentirte
desgraciado o frustrado?
¿Cuál es el cambio más pequeño que podrías hacer en tu situación problemática que
consideras que podría dar resultado?
¿En qué punto de la situación problemática continúas repitiendo alguna pauta que
podrías cambiar?
¿Hay alguna capacidad tuya que podrías aprovechar para solucionar este problema?
¿Qué hábitos podrías aportar de este ámbito de tus capacidades para sustituir los hábitos
problemáticos o para empezar a encontrar la salida al problema?
¿Se te ocurre alguna absurdidad que podrías hacer para invertir la situación
problemática?
¿Cuáles son tus interpretaciones automáticas típicas?
¿Qué consideras o qué crees que debes hacer, ser o tener?
¿Qué consideras o qué crees que no puedes hacer, ser o tener?
¿Cuál crees que es la naturaleza de la gente, del mundo, de la vida y de las
relaciones?
¿Qué no haría nunca alguien con unas convicciones como las tuyas?
(continúa)
¿Qué iniciativa podrías emprender que fuera incompatible con una premisa bajo la
cual has estado viviendo?
¿Cómo das con un plan para fijarte en la reacción o interpretación automática de una
situación en que ha dominado una de tus premisas? ; Y para interrumpirla?
Método de cambio de la ruptura de hábitos: resumen
• En primer lugar, reconocer un hábito relacionado con el problema que tú y el
paciente habéis identificado.
— Normalmente es importante conseguir una buena descripción con base sensorial
del hábito en lo que respecta a las acciones y las observaciones, y no a las teorías
y las explicaciones.
— Si no puedes precisar el hábito en lo que se puede observar, descubre hábitos
internos, como una serie de imágenes íntimas o repetitivas, diálogos interiores.
• A continuación, juntamente con tus pacientes, encuentra algún punto del hábito
para interrumpirlo, incorpora algo nuevo o desvíalo en una nueva dirección.
— Encuentra acciones que los pacientes puedan cambiar y que estén dispuestos a
cambiar.
— O encuentra algún giro del hábito interno que los pacientes deseen y sean capaces
de hacer. Esto normalmente constituye un reto mayor que el de convertir los cam-
bios en acciones.

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3

• Haz que los pacientes se comprometan a intentar cambiar el hábito a modo de


experimento, durante el período de tiempo que sea factible y que tú y ellos
consideréis suficiente para averiguar si el cambio da resultado.
(continúa)
• Mantén un control de los pacientes en sesiones posteriores o por teléfono para
averiguar qué ha pasado. Enmarca el cambio de hábito a modo de experimento para
que no se busque una respuesta positiva o negativa, sino tan sólo información.
• Si no cumplen del todo el acuerdo para realizar el cambio, averigua qué se ha
interpuesto. Tal vez necesites reajustar el nivel de energía, la cantidad de tiempo, la
duración o la acción o el cambio relacionados para propiciar el cumplimiento total del
acuerdo. No presupongas resistencia inmediatamente.
• Si, después de los reajustes, los pacientes todavía no cumplen del todo el compromiso,
entonces pregúntales por su motivación y asegúrate de que has relacionado bien el
cambio de hábito con la motivación.
Si los pacientes lo cumplen del todo y no se da el cambio de manera positiva,
significativa o duradera, entonces intenta algún otro cambio de hábito u otro de los
métodos de cambio que se enumeran en este libro

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4

.Escoger las 52 cartas: el método de cambio de la crisis


Las turbulencias son la fuerza de la vida. Brindan oportunidades. Amemos las
turbulencias y sirvámonos de ellas para cambiar.
RAMSAY CLARK
A veces la mejor manera de hacer grandes cambios es servirnos de la oportunidad de
una crisis, cuando los hábitos y las creencias de costumbre todavía rondan temporalmente
por ahí. Es como aquel viejo chiste de niños que trata de la elección de 52 cartas. Un niño
le pregunta a otro: «¿Quieres jugar a escoger las 52 cartas?». El otro, como no sabe la
broma, dice que sí. El primer niño lanza la baraja de cartas al aire y dice: «El juego
consiste en que las escojas todas». Normalmente vamos por la vida con una buena mano
de cartas: nuestros hábitos de costumbre, los lugares en que vivimos, las relaciones que
mantenemos, las creencias que tenemos, un trabajo estable. Cuando se produce una crisis,
no sólo puede resultar perturbadora, sino que también puede ser liberadora. Dado que con
frecuencia es demasiado difícil o alarmante hacer cambios importantes en la vida, cuando
la vida nos arroja a un cambio importante, somos capaces de aprovechar ese momento
que se nos brinda para cuestionamos e incluso cambiar algo. No consiste en minimizar el
dolor que conlleva sufrir o experimentar las crisis de la vida, sino sencillamente en
sugerir que, ya que el dolor y las crisis tal vez sean inevitables, debe de haber una manera
de sacar algo en limpio a parte del trauma en sí.
Se han realizado algunos estudios (Dabrowski, 1964; McMillen, 1999; McMillen,
Curtis y Fisher, 1998) que demuestran que, en contraposición a la idea preponderante que
la mayoría de nosotros tenemos actualmente de que el estrés o las crisis desembocan
inevitablemente en problemas de estrés postraumático, a veces el estrés puede llevar a un
crecimiento positivo.
Las tres C
La «fórmula» más sencilla que puedo dar para convertir una crisis en crecimiento, o
el estrés postraumático en éxito postraumático, es la siguiente: usar las tres C (conexión,
compasión y contribución). He escrito sobre estos tres elementos en varios de mis
anteriores libros (O’Hanlon, 2003, 2006).
La investigación en este campo y mis propias observaciones demuestran que, si uno
puede establecer mejores y más profundas conexiones con uno mismo y con otros, y un
mayor sentido de las cosas o de las implicaciones después de las crisis, uno puede desa-
rrollarse o crecer como resultado de éstas. Sabemos, a partir del ámbito de los estudios
del trauma, que a menudo la desconexión es el resultado del trauma o de la crisis. Las
personas desconectan de su cuerpo, de su memoria o de su experiencia. Se desconectan
de sus relaciones sociales y se retiran del mundo. Y, con frecuencia, su sentido del
significado queda hecho añicos. Echan la culpa a Dios o a la pérdida de fe. Ponen en
duda sus presunciones sobre lo que significa la vida y sobre la posibilidad de confiar en el
mundo o en la vida.
CONEXIÓN
Mi cuñada sufrió un accidente grave y estuvo en el hospital. Hablé con mi hermano
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durante su recuperación y le comenté el trabajo de documentación que estaba haciendo


sobre los potenciales resultados positivos de las crisis y de las tragedias. Me dijo que él y
su mujer habían estado hablando de lo mismo justamente la noche anterior. Mi cuñada
había sido una madre dedicada a las tareas del hogar durante muchos años; entonces
consiguió un trabajo de secretaria en una escuela cercana. Nunca había sentido que su
vida fuera tan importante, pero la cantidad de flores que aparecieron en la habitación del
hospital la impresionaron mucho porque se dio cuenta de lo mucho que significaba para
tantas personas. Se sentía conectada a su red de apoyo social de un modo que nunca
habría sospechado si no hubiera sufrido un accidente. Mi cuñada también le había
comentado a mi hermano que, el hecho de estar en una cama de hospital durante tanto
tiempo, le había servido para saber valorar su cuerpo y su salud como nunca antes lo
había hecho. Le prometió a él y se prometió a sí misma que perdería peso y que se
pondría en forma cuando se recuperara. Había conectado con su cuerpo de una nueva
manera a raíz del accidente. Su matrimonio también experimentó una conexión más
fuerte porque tomaron conciencia de que se podrían haber perdido el uno al otro.
COMPASIÓN
Rudy Giuliani, ex alcalde de la ciudad de Nueva York, era visto por muchos como un
dirigente duro del orden público. Se hizo muy impopular durante su mandato. Entonces
los terroristas atacaron las torres del World Trade Center. En los últimos meses como
alcalde (los meses posteriores a los ataques), se convirtió en una de las figuras más
queridas y admiradas de la ciudad, y también de todo el país. Cuando lo entrevistaron
años después en el programa de Oprah Winfrey, se emitió un vídeo suyo llorando con las
familias de las víctimas y de los supervivientes. Asistió a innumerables funerales,
bautizos y bodas de las víctimas y de sus familias, y se mostró muy emotivo durante esas
ceremonias. Cuando Winfrey le preguntó sobre ese aparente cambio de carácter, él
comentó que había tenido cáncer hacía algunos años. Giuliani dijo: «El momento del
mayor cambio... fue el cáncer de próstata. Me ayudó mucho... Acabó siendo una gran
suerte que me diagnosticaran cáncer de próstata, me hizo crecer mucho como persona...
Fue un regalo... Me convirtió en una persona más profunda. Cuando pasas por una
experiencia traumática como ésa, o te hundes o te haces más fuerte. Creo que el cáncer de
próstata y vivir el 11 de septiembre fueron cosas que me ayudaron a crecer» (2002).
Hemos visto a otros personajes públicos que han protagonizado escándalos y
humillaciones públicas (en particular. Rush Limbaugh, acusado de comprar fármacos
contra el dolor ilegalmente, y Bill O’Reilly, de acoso sexual) y que no parecieron
ablandarse ni volverse más compasivos como consecuencia de sus crisis. A las personas
así les pronostico más problemas postraumáticos.
CONTRIBUCIÓN
La hija de Candy Lightener murió por culpa de un conductor borracho reincidente. En
vez de hundirse o de convertirse en una amargada, Lightener dedicó su vida a reducir y
parar las muertes y los accidentes por conducción bajo los efectos del alcohol. Fundó
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Mothers Against Drunk Driving (MADD).1 Adam Walsh fue raptado y asesinado cuando
tan sólo era un niño. Su padre, John Walsh, se convirtió en un conocido padre coraje, y
presenta un programa de televisión que ha propiciado la detención de muchos criminales
huidos de la justicia. Nelson Mandela soportó veintisiete años de torturas y
encarcelamiento, y decidió sacar partido de la experiencia para ayudar a su país,
Sudáfrica, a pasar del odio del apartheid y la posibilidad de represalias sangrientas a una
sociedad pacífica e integrada. Todas estas personas aprovecharon las crisis para salir del
dolor de sus terribles experiencias y contribuir en la sociedad de alguna manera. Si uno
desea hacer daño a los demás o retirarse de la sociedad, no puede sacar nada bueno de la
crisis o del trauma.
USAR LAS TRES C PARA TRANSFORMAR EL TRAUMA Y LA CRISIS EN
CRECIMIENTO Y EN CAMBIO POSITIVO
Convertir la desconexión en conexiones mejores y más profundas.
Convertir la dureza en compasión.
Convertir el dolor en contribución.
Toque de corneta
Las crisis también pueden servir como toques de cometa. Muchas personas suelen
vivir la vida por inercia. Continuarás por el camino que llevabas, normalmente trazado
por tu familia, tu cultura y las primeras decisiones en la vida, a menos que algo te haga
volver a examinar la dirección que sigues. Las crisis te pueden proporcionar el momento
y la oportunidad para cambiar de curso o para volver a comprometerte con un sueño
anterior ya abandonado. Leslie Lebeau escribió: «A menudo las crisis nos rompen los
esquemas que tenemos del mundo. Una crisis es un regalo, una oportunidad y quizá una
manifestación de que la vida nos ama, haciéndonos una señal para ir más allá en el baile
que en este momento nos toca» (citado en Andreas, 1996). Las crisis pueden ser
oportunidades para profundizar en la verdad y en la introspección.
Charles Darwin desarrolló gran parte de sus muchas ideas sobre la evolución mientras
guardaba cama debido a una grave enfermedad.
La actriz Debra Winger tenía el propósito de convertirse en so- cióloga como su
hermano, pero se cayó de una atracción en el parque de atracciones en el que trabajaba.
Se rompió el cráneo y le tuvieron que hacer una operación muy grave. Durante su
recuperación, reflexionó sobre su vida y decidió que quería hacer algo importante; la
sociología se quedaría corta. En ese momento decidió que se haría actriz, y así fue, con
suficiente talento y pasión para, a la larga, ser nominada a varios Oscar.
El poeta David Whyte (1999) contó una anécdota, en una de sus conferencias, sobre
una reunión con un conocido arquitecto paisajístico de Gran Bretaña, cuando Whyte
intentaba decidir qué hacía con su vida. Ese hombre, sin ninguna duda, tenía mucho éxito
y reconocido prestigio, y parecía adorar su trabajo, relacionado con el diseño de parques
enormes por todo el Reino Unido. El hombre dijo que su historia se salía un poco de lo

1 Madres contra la conducción bajo los efectos del alcohol. (N. del t.)
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corriente, pero la verdad era que había sido drogadicto cuando era joven. Llevaba una
vida bastante sórdida, viviendo en una casa de Londres ocupada ilegalmente con otros
drogadictos. Un día decidió que esa vida no lo conducía a nada y se convenció de que su
única salida era el suicidio. Intentó arrojarse desde una ventana del piso superior. Pero
estaba tan destrozado por las drogas que consumía, que su suéter se le enganchó en un
clavo del alféizar de la ventana y se dio un trompazo de cara contra una jardinera llena de
tierra y plantas muertas que había justamente en el exterior de la ventana. Su estado era
tan lamentable que ni siquiera se pudo liberar del clavo. Mientras estaba ahí tirado, con la
cara embutida contra la tierra, se puso a llorar, lamentándose de sí mismo y de su
desesperada situación. Justo entonces, cuando pensaba que las cosas no podían ir peor,
empezó a llover. Pero estaba atrapado. Mientras estaba allí, se quedó fascinado por los
riachuelos y los dibujos que la lluvia formaba en la jardinera. Horas más tarde, cuando
finalmente estuvo lo bastante despejado para liberarse, se convenció de que aprendería
paisajismo.
El escritor John Lescroart había logrado publicar algo, pero no se dedicaba a tiempo
completo, cuando tuvo una crisis que lo llevó a comprometerse más seriamente con su
labor literaria. Un día de 1989, cuando tenía 41 años de edad, fue a hacer body surfing. Al
día siguiente se encontró en un hospital con meningitis espinal, contraída en el mar. Los
médicos pensaron que sólo le quedaban dos horas de vida. Él luchó contra la muerte
durante once días y, cuando finalmente salió del trance, decidió irse del trabajo y dedi-
carse por completo a la escritura. Desde entonces se gana la vida como escritor y sus
libros ahora son éxitos de ventas cada dos por tres.
En mis primeros años de profesión, tenía el convencimiento de que las crisis graves
eran excepcionales en la vida y que había que resolverlas rápidamente para evitar el daño
que el trauma podía causar. Sin embargo, al haber sufrido varios «descalabros» propios y
al haber observado otros tantos en pacientes y amigos, he llegado a la conclusión de que
las crisis graves son más comunes de lo que me suponía y que pueden ser la oportunidad
que la vida nos ofrece para desprendemos de esa piel que se nos ha quedado vieja y
demasiado pequeña, y así pasar a nuevas fases de nuestra vida. Pongamos un ejemplo
clínico:
TERAPEUTA: Parece que te la hicieron buena cuando te echaron. Ahora estás aquí,
has salido de la cama y de casa, de manera que, según como se mire, parece que te has
recuperado, por lo menos un poco. Permíteme que te pregunte sobre cómo has superado
este revés. ¿La crisis te ha llevado a conectar con otras personas de un modo diferente y
nuevo, o te ha llevado a aislarte más?
PACIENTE: Hombre, me he acercado más a mi hermana, que me ha apoyado en todo
momento. Pero diría que he perdido contacto con algunos amigos, sobre todo con los del
trabajo. Me llamaban, pero yo no les devolvía las llamadas. Estaba demasiado des-
pechado.

75
4

T.: ¿Y crees que este momento de crisis te ha hecho ver tu vida de forma diferente, o
te ha decidido a cambiar partes de tu vida que no funcionaban o que no estaban bien en
cierta manera?
P: Sí, he decidido que nunca me lo volveré a jugar todo a una carta. Creo que quiero
encontrar otro trabajo para que me ayude
a recuperarme económicamente, pero también tengo la ¡dea de crear mi propio negocio y
planes para trabajar en ello a tiempo parcial hasta que lo tenga encarrilado y pueda dejar
ese empleo y trabajar para mí mismo. También me he dado cuenta de que no me gusta
trabajar en programación aunque se me dé bien. Me gustaría más hacer algo como crear
páginas web, lo que exige mucho más contacto con la gente y también saber de diseño
gráfico, que quiero aprender más. He estado pensando en empezar una página web para
personas a las que han acosado en el trabajo o a las que han despedido, para que pueda
ayudarlas a superar el trago mejor de lo que yo lo he hecho. Ya me entiendes, no servirá
para hacer dinero ni nada parecido, sólo para ayudar a la gente.
T.: Suena bien. Ayudando a los demás incluso podría sacarle partido para conseguir
otro empleo o superarlo todo un poco más rápido.
P.: Sí, ya lo tenía presente. Podría encontrar las mejores páginas web para los que
buscan trabajo y páginas para superar la depresión, y agregar otros enlaces.
Preguntas para usar el método de cambio de la crisis
¿Qué crisis has sufrido que te hayan ayudado a hacer cambios positivos?
¿Cómo aprovecharías este momento de crisis para establecer conexiones mejores y
más sólidas contigo mismo y con otros?
¿Cómo puedes aprovechar esta crisis o trauma para volverte más compasivo contigo
mismo y con los demás?
¿De qué manera te ha hecho esta crisis más sensible hacia el sufrimiento de los
demás?
(continúa)
¿Cómo puedes encontrar la manera de contribuir para con los demás y con el mundo
a partir de la experiencia de tu crisis o trauma?
¿Cómo puedes aprovechar esta crisis o este trauma a modo de toque de corneta, dicho
de otra manera, como oportunidad para reconocer alguna verdad dejada de lado o para
tomar una
Método de cambio de la crisis: resumen
• Investigar la manera en que las crisis graves de la vida han llevado a la:
— Conexión: ¿cómo te ha llevado la crisis o el trauma a establecer mejores
conexiones o más profundas contigo y con otros, o a tener una mayor perspectiva
de las cosas o a encontrar un mejor significado?
— Compasión: ¿de qué manera la crisis o el trauma te ha llevado a ablandarte o a
aceptarte a ti y/o a los demás?
— Contribución: ¿cómo te ha llevado la crisis o el trauma a encontrar modos de
ayudar a otras personas que han pasado por problemas similares?
76
4

Toques de corneta: ¿de qué manera la crisis ha reavivado sueños olvidados o anteriores?
¿Cómo ha producido la crisis un cambio de dirección en tu vida? ¿Cómo te ha ayudado la
crisis a tomar conciencia de dónde y cómo te desviaste del camino en tu vida, tus
relaciones o trayectorias personales

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5

?Válgame Dios: el método de cambio del mentor/modelo


Cada uno de nosotros somos ángeles con una única ala, y sólo
podemos volar abrazándonos los unos a los otros.
LUCIANO DE CRESCENZO
Una de las maneras en que la gente cambia es inspirándose en
mentores o en modelos de conducta. A veces servimos de modelo
para gente lejana. Otras, son personas lejanas las que se convierten
en nuestros mentores directos y en nuestros partidarios. A veces se
convierten en mentores o modelos de conducta negativos, mostrán-
donos aquello en lo que no queremos convertirnos o representando
procederes que nos esforzamos en rebatir.
Mentores y modelos de conducta negativos
Cuando por primera vez me di cuenta de que escribiría libros y
de que comenzaría a dar clases prácticas, no tenía una idea clara de
cómo hacerlo. Hablé con un compañero de profesión mayor que yo,
al cual le habían publicado un libro en una ocasión y que también
daba clases prácticas. Los dos habíamos estudiado con Milton
Erickson. Pensé que tal vez me serviría de guía y consejo, y así fue.
«No te publicarán nunca ningún libro teniendo sólo un máster, Bill.
Para que te publiquen algo, necesitas un doctorado. Es la única titu-
lación que te dará credibilidad.» Me quedé un poco atónito. Quería
escribir y enseñar en ese momento. No tenía pensado volver a la
universidad.
Después de recuperarme del golpe inicial, reflexioné sobre el
asunto. Se equivocaba, pensé. Jay Haley, otro de los estudiantes de
Erickson, había publicado muchos libros, y él, como yo, tenía un
máster. Daba clases prácticas y había realizado una importante
contribución en el campo de la terapia. De manera que decidí seguir
adelante como si lo que quería hacer fuese posible. Unas mil
quinientas conferencias públicas y veinticuatro libros después, me
imagino que mi compañero de profesión se equivocaba.
Erickson (O’Hanlon y Hexum, 1991) vivió una experiencia si-
milar. Cuando tuvo la polio, a los 17 años, su médico de cabecera le
envió tres especialistas de la gran ciudad para que confirmasen el
diagnóstico. Llegaron, examinaron a Erickson en su estado febril y
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5

salieron del dormitorio. Erickson los oyó hablar con su madre: «El
chico no pasará de esta noche». Oír el desconsuelo de su madre y la
informalidad con que estos médicos se lo comunicaron sacó de sus
casillas a Erickson; prometió demostrar a esos malditos medicuchos
engreídos de la ciudad que se equivocaban.
Pasó toda la noche con fiebre y casi murió en varias ocasiones,
pero cuando rompió el día insistió en que la familia acercara el to-
cador a la cama para poder contemplar la salida del sol en el espejo
que había encima. Pensaron que estaba desvariando, pero cumplie-
ron la apremiante petición. Y se quedó dormido con una sonrisa en
los labios.
Cuando se despertó, estaba paralizado. Los tres médicos de la
ciudad volvieron, y les oyó decir a su familia: «Veamos, ha sobre-
vivido a la fiebre, pero no volverá a caminar». ¿Cómo creéis que
respondió Erickson a esa nueva predicción? Por supuesto, como ya
podíais imaginar, tomó la determinación de volver a caminar un día.
Le llevó tiempo, pero al final volvió a caminar, contra todo
pronóstico.
Mentores y bendiciones positivas
Hay personas que nos animan directamente a lo largo del cami-
no. Pueden ayudarnos a cambiar y a ir más lejos en nuestra vida y
carrera de lo que nunca habíamos imaginado. Encontré una cita de
Kenny Ausubel: «Cada uno de nosotros lleva una chispa de vida
dentro, y nuestro máximo esfuerzo debería ser hacer saltar esa chispa
de unos a otros». Las personas que nos hacen saltar la chispa son
mentores y gente que nos llena de bendiciones.
En los inicios de mi carrera, cuando era más una leyenda dentro
de mi cabeza que conocido en el campo escogido, me hice amigo del
psicólogo Stephen Gilligan, otro de los estudiantes y protegidos de
Erickson. Acordamos que comeríamos juntos cuando coincidiéramos
en las jornadas de conferencias internacionales. Steve me preguntó
en qué estaba metido por aquel entonces y yo le respondí
exponiéndole con entusiasmo todos mis planes («Estoy escribiendo
tres libros y se me ha ocurrido esta idea emocionante llamada “tera-

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5

pia de soluciones”»). Yo soy un poco nervioso y Steve es prodigio-


samente tranquilo. Esperó hasta que yo terminé de dar saltos en el
reservado del restaurante, me miró profundamente a los ojos y dijo:
«Bill, creo que te has metido en algo grande de verdad». Sentí que
me recorría el cuerpo y el alma una oleada de energía. «Steve lo ve
—pensé—. Quizá se haga realidad. Quizá sí que estoy haciendo
alguna gran contribución en este campo. Tal vez no me esté enga-
ñando a mí mismo.» Esa impresión y ese apoyo me hicieron persistir
en los primeros años de mi carrera. Me pareció como si me hubieran
bendecido.
Tal vez algún familiar te haya dado su bendición al decirte que
podías hacer todo lo que te propusieras. Quizá te haya dado su ben-
dición un profesor que creyó en tu talento.
El psicólogo Patrick Carnes (1990), conocido por su obra origi-
nal en el campo de la adicción sexual, creció en un hogar problemá-
tico en el que no se recibía demasiado apoyo. Patrick escapaba de
este desagradable entorno leyendo libros. La bibliotecaria del colegio
observó su interés y empezó a dirigirlo hacia libros que consideraba
que le gustarían. Por casualidad, o tal vez fue el destino, fue
trasladada al instituto en el que él se matriculó de primer curso, de
forma que mantuvieron una relación de mentor y discípulo durante
cuatro años más. Carnes tuvo la convicción de que fue a la univer-
sidad gracias a la influencia de esta bibliotecaria. Y atribuyó, por lo
menos, parte de la recuperación de sus propias adicciones al apoyo y
a la fe de esta mujer en los primeros años, cuando más lo necesitaba,
los más cruciales.
Los mentores no sólo pueden ver el potencial que hay en noso-
tros y darnos su bendición, sino que también pueden ofrecer ayuda y
guía concreta en momentos cruciales de nuestra vida y de nuestra
carrera.
Me contaron una anécdota de una chica, Jane, que creció durante
los turbulentos años sesenta. Ella, como muchos jóvenes, experi-
mentó con drogas y estilos de vida alternativos. Pero su piedra de
toque durante esos confusos años fue su tía abuela, que era de Texas
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5

y que la había ayudado discretamente a superar muchos momentos


difíciles. Su tía abuela la escuchaba sin juzgarla ni criticarla cuando
Jane le contaba sus desventuras. Lo máximo que le solía decir era:
«A veces, cielo, supongo que una simplemente ha de sobreponerse».
Esta aceptación y este ánimo eran unos de los motivos de la fe y la
confianza que Jane tenía en sí misma. Al final salió de aquellos años
turbulentos y llevó una bonita vida familiar y una carrera de éxito.
De vez en cuando todavía oye la voz de su tía abuela recordándole
que debe «sobreponerse».
Los que nos dan su bendición con este tipo de ánimos nos invitan
al cambio positivo.
Ken Tucker (Gross, 2004), crítico de cine y de rock, contó la
historia de su primer mentor. Se quejaba al director musical del Vi-
llage Voice de que el periódico no cubría una parte crucial de la
escena del rock: las actuaciones para todos los públicos que se cele-
braban en la Academia de la Música de la ciudad de Nueva York. El
director le dijo a Tucker: «De acuerdo, cubre tú esa escena. Pá- sate
un mes allí y escribe una crítica». Cuando Tucker terminó el artículo
un mes más tarde, lo dejó en la mesa del Village Voice, a
continuación se fue a casa y llamó al director. «Es horrible —era el
mensaje que dejó—. Por favor, tíralo a la basura. Lo siento.» Pronto
recibió una llamada del director en la que le recomendaba severa-
mente que nunca más volviera a llamar a un director para echar por
los suelos su propio trabajo. «Es un artículo perfectamente bueno y
ahora me pondré manos a la obra contigo para convertirlo incluso en
algo mejor.» El director acabó cambiando todas las frases de la
crítica e hizo lo mismo con las siguientes críticas de Tucker. Pero
creyó en el talento y el potencial de Tucker. Fue un mentor que le dio
su bendición.
Alian Gurganus (1997) dijo en una entrevista de la revista Bomb:
Cada uno de nosotros tiene la capacidad inherente de pro-
porcionar a los demás puentes, transiciones o ayuda que pueden
hacer un servicio angelical. Hay gente que lo ha hecho por mí.
Puedes llamarlos «hadas madrinas por cuenta propia», pero todos
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5

nos hemos encontrado en situaciones en que nos sentíamos


desesperados y descorazonados, atrapados, y alguien llegó justo en el
momento oportuno, a veces gente que ni siquiera conocíamos y que
dijo: «Te está a punto de caer un piano sobre la cabeza desde un
cuarto piso» o «Llama a esta persona» o «Aquí tienes un trabajo» o
«Acuéstate conmigo». Hay coyunturas en nuestra vida en las que la
gente puede ofrecernos servicios angelicales y divinos. ¡Sin siquiera
darnos cuenta ni de la mitad!
A continuación, un ejemplo del ámbito clínico:
PACIENTE: Me critico a mí mismo. Es como si hubiera una voz
negativa dentro de mi cabeza cargándose todo lo que hago mientras
me dice lo mal que ha ¡do y que me he equivocado. Pierdo mi
confianza en el trabajo, y ahí hay mucha envidia. Si cometo un error,
otros lo aprovecharán para destruir mi labor.
Terapeuta: Por tanto, hay grabaciones y voces negativas. ¿Ha
encontrado alguien que le haya dado apoyo y grabaciones que sean
positivos?
P.: Cuando era joven, leí una biografía de Eleanor Roosevelt. La
gente la atacaba y la criticaba continuamente y ella se hizo más
fuerte gracias a esto. Decía algo así: «Nadie te puede hacer sentir
mal sin tu permiso». Siempre me gustó esta frase. Me imagino que
tengo una grabación de Eleanor Roosevelt que me ha ayudado a
llegar hasta aquí.
T.: ¿Qué piensa que podría hacer para bajar el volumen de la
grabación negativa y subir el de la grabación de Eleanor Roosevelt?
P.: Supongo que podría encontrar esa cita suya y grabármela en
el trabajo y en casa. Eso me ayudaría.
Modelos de conducta lejanos positivos y negativos
Tal vez no necesitemos encontrar modelos de conducta para que
nos ayuden a cambiar. Tengo varios modelos de conducta personales
y profesionales de los cuales he aprendido bastante, pero que no he
conocido nunca personalmente.
Yo sabía que quería una larga carrera como profesor y escritor, y
una de las primeras personas en las que me inspiré fue el músico de

82
5

rock Sting. Leí una entrevista suya en los comienzos de mi carrera,


en la cual le preguntaban cómo había crecido como músico y había
evitado la trampa de «la estrella de rock». Y él respondía que había
pensado mucho en ello cuando soñaba con convertirse en una
estrella. Para citar sus palabras, decía que el camino seguro para
destruirte la vida como músico de rock ya está ahí. Mira Janis Joplin,
Elvis Presley y Jimi Hendrix. Aquí tienes cómo se consigue: haz
demasiadas giras y pierde el contacto con la vida real y cotidiana;
come mal; toma pastillas para dormir después de un concierto
excitante que acaba a altas horas de la noche; toma pastillas para
despertarte el día siguiente; pasa de todos los viejos amigos que
conocías como la persona normal que eres y rodéate de aduladores
que te dirán que eres el mejor del mundo y que no tienes fallos.
«¿Por qué querría yo repetir ese guión? —preguntó Sting—. Ya lo
han hecho otros. Yo intento crear un modelo nuevo en el cual no sólo
sobrevivo, sino que me cuestiono y me reinvento constantemente
mediante una larga carrera.» He observado a Sting desde la distancia
y, como otro de mis modelos, Paul Simon, ha cumplido su objetivo.
Su música se renueva continuamente y ha logrado una carrera de
larga duración. Parece que tiene un hogar y una vida familiar estable.
A Sean no le gustaba su padre, o no lo respetaba, cuando era
joven. Parecía como si su padre nunca perdiera la oportunidad de
menospreciar a sus hijos o a su mujer. El padre de Sean también
fracasaba en cada negocio o iniciativa profesional que emprendía,
pero siempre era a «los otros» a quienes culpaba por sus fracasos. Su
padre despotricaba contra los «malditos judíos» que tenían todo el
dinero, contra los «malditos negros» que estaban llevando a la ruina
el país, y contra los «jodidos políticos» que siempre estaban
subiendo los impuestos y amañándolo todo contra los pobres des-
graciados. Cuando Sean se hizo mayor, él y su mujer adoptaron
varios niños con necesidades especiales de razas diferentes. Sean
procuró dejar bien claro a cada uno de sus hijos el mensaje de que
eran perfectos tal como eran y que creía en su valor y potencial.
Cada vez que se descubría comportándose con impaciencia o desa-
83
5

nimado, le venía a la memoria su padre y se recordaba que había de


asumir sus propias responsabilidades y ser paciente y agradable con
los demás. Para él, su padre se convirtió justamente en el modelo que
no debía seguir.
Como ha dicho el escritor Dennis Bagehot: «El gran placer de la
vida es hacer lo que otros te dicen que no puedes hacer». Los mo-
delos de conducta negativos y la gente que hace predicciones nega-
tivas a veces pueden ser la fuente de muchos cambios positivos en
nuestra vida.
A continuación recojo un ejemplo de la identificación y del uso
de mentores en el proceso de cambio:
PACIENTE: NO paro de aplazar esa llamada de teléfono tan
difícil a mi novio para decirle que hemos acabado. Me siento mal
porque piensa que todo va bien y yo sé que no puedo continuar más
así. No lo quiero de verdad y seguir con él no es bueno para mí ni
para él. Pero me siento muy culpable y eludo esta conversación tan
dura.
TERAPEUTA: ¿Has conocido a alguien a quien se le diera bien
tener conversaciones así de duras?

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P: Mmm, déjame pensar. No estoy segura..., conozco... ,ah, sí, tengo
una amiga del instituto que era muy directa. Decía lo que le rondaba
por la cabeza, y a quien no le gustase que se aguantara. Hablamos
sobre el tema en una ocasión y dijo dos cosas que me llamaron la
atención, porque eran ciertas, pero muy diferentes de lo que yo
pensaba entonces. Dijo que, con el tiempo, la verdad siempre surge;
por tanto, ¿por qué no descubrirla antes en lugar de más tarde? La
otra cosa que dijo fue que, cuando tratas de no ser duro con el otro, a
menudo duplicas su sufrimiento. Puede que se sienta mal porque ya
no te gusta, pero todavía lo empeora que no pienses lo bastante en él
para decírselo. Supongo que tengo que hacer esa llamada. Creo que
ella tiene razón. Si fuese mi caso, querría que mi novio me lo dijera
tan pronto como estuviera seguro en lugar de alargar la cosa. Creo
que eso se lo debo.Preguntas que plantear con respecto a los
mentores y a recibir su bendición
¿Quién te ha inspirado?
¿Quién ha creído o cree en lo mejor de ti?
¿Quién te ha animado?
¿Cuáles son tus modelos de conducta, quién es la gente que te
gustaría emular?
¿Cuáles son tus modelos de conducta negativos, cuál es la gente
a la que estás seguro que no te gustaría parecerte?
¿Has tenido mentores, gente que te ha ayudado a desenvolverte
en algún ámbito de la vida o del trabajo? ¿Qué aprendiste de ellos?
¿Cómo has cambiado a partir de esas relaciones?
¿Conoces a alguien o sabes de alguien que manejaría mejor que
tú esta situación en la que te encuentras? ¿Qué harían ellos o cómo la
verían?
Método de cambio del mentor/modelo: resumen
• Identificar a las personas que han sido un modelo de conducta
negativo para ti, las personas que ejemplificaban una manera
de vivir o de llevar las cosas que no querrías emular.
• Identificar a las personas que te pusieron en tela de juicio y
que te dijeron que el cambio era imposible (las personas
contra las que te rebelaste y que te has esforzado en rebatir).
• Identificar a las personas que creyeron en ti o te animaron en
la vida o durante los momentos difíciles. Encuentra modelos
de conducta positivos que sirvan de ejemplo para saber
manejar bien las dificultades.
(continúa)
6

Determinar si has leído sobre alguien o has observado a alguien desde la distancia que
podría servir de ayuda o de modelo negativo para encontrar la manera de cambiar o de
manejar cualquier problema con el que te enfrentes.Cambio de marco en las
costumbres: el método de cambio de la nueva perspectiva
No es el más fuerte de la especie el que sobrevive, ni tampoco el más inteligente, sino
los más abiertos al cambio.
CHARLES DARWIN
Hace algunos años leí un artículo cuya fuente se me ha olvidado. Lo esencial del
enfoque del autor era simplemente cambiar el concepto que tienen los padres sobre la
mala conducta de un niño al intentar resolver el problema. Si los padres piensan que el
niño está deprimido, los terapeutas sugieren que quizás el niño esté muy enfadado o que
intenta controlarlos. Si al niño le daban pataletas, quizá con esto ocultaba que estaba muy
triste y que no había hablado sobre ello. En lugar de portarse mal, es posible que ellos
sugirieran que el niño estaba emocionalmente alterado. Los autores daban parte de un
buen resultado con este método, que denominaban «bueno, triste o malo». No parecía
importar qué nuevo marco de referencia escogieran, mientras se tratara de uno nuevo que
llevara a respuestas diferentes. Estas respuestas y acciones diferentes por parte de los
padres parecían ser lo que correlacionaba el cambio positivo.
En esencia, éste es un ejemplo del método de cambio de la «nueva perspectiva»:
ayudar a la gente a cambiar su punto de vista o centro de atención. Enjerga de terapia, a
esto se lo llama a menudo reenmarcar: poner un nuevo marco de referencia a un mismo
conjunto de hechos. Este capítulo muestra varias maneras de realizar modificaciones en
el punto de vista y en la perspectiva para hacer que se produzca el cambio.
En Santa Fe, donde vivo, es fácil ver una de esas omnipresentes pegatinas para
parachoques que dice: «NO TE CREAS TODO LO QUE PIENSAS». A mí me gusta una
cita de Emile Chartier: «Nada es tan peligroso como una idea cuando es la única que
tienes». Este capítulo sostiene que el cambio se puede dar cuando la gente pone en
cuestión la manera en que suele pensar o en que enmarca las situaciones, o cuando
cambia el centro de atención.
En un capítulo anterior he expuesto el caso de cómo fui paso a paso para dejar de ser
tímido. Las iniciativas dieron lugar a ese cambio, pero el ímpetu para emprender esas
iniciativas tuvo lugar cuando di con una nueva idea sobre la timidez, que leí en algún si-
tio. Quizá yo no fuese tímido intrínsecamente, quizá simplemente había aprendido a
«ser» tímido. Esa idea fue suficiente para abrirme a la posibilidad de que la timidez fuese
algo que podía cambiar, lo que he hecho, sin duda, durante todos estos años desde que se
me ocurrió la idea.
Poner en cuestión las posturas de imposibilidad
Desde el punto de vista de provocar el cambio, cualquier variación en la forma de
pensar o en la atención cuando uno está atascado (lo que he denominado «cambio de
perspectiva») puede resultar de ayuda. Pero hay modos de ver las cosas que parecen

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6

impedir el cambio. Son los modos de ver las cosas que sugieren que el cambio es
imposible.
Martin Seligman (1998) indicaba uno de los marcos de referencia de la gente que tiene
menos predisposición a deprimirse que el resto. Se trata de aquellas personas que tienen
la sensación de que su situación es más bien cambiante y no fija. Es una manera de
provocar el cambio a través del cambio de los puntos de vista. Buscan el aspecto de la
situación que quieren cambiar que es cambiante o parten del supuesto de que la situación
es cambiante
.He topado con variaciones de ese punto de vista de que el cambio es imposible en
parejas, familias y entre terapeutas. En parejas, uno de los dos miembros decide que el
otro no cambiará nunca o que no lo hará el matrimonio. Normalmente esa perspectiva
lleva al deseo de romper la pareja, dado que es muy desalentadora. Pasa lo mismo en
familias. En una ocasión traté a una familia de adopción que me contaba que a su hijo le
habían hecho demasiado daño y que era incontrolable, y querían devolverlo. Conseguí
calmarlos, y a continuación provocamos el cambio en este hijo supuestamente imposible
de cambiar (en parte cambiando la respuesta de los padres ante su comportamiento).
Entre terapeutas, esto se presenta de modo que el paciente se muestra reacio o demasiado
afectado por su herencia genética o traumas para poder cambiar. Sé de casos de
psiquiatras que decían a sus pacientes que tendrían que medicarse el resto de su vida. He
tenido que morderme la lengua cuando he sabido de estos diagnósticos, porque quería
decir que sólo Dios conoce el futuro y que me temo que los psiquiatras a veces se creen
Dios. Bertrand Russell dijo: «En todos los asuntos es saludable poner un signo de
interrogación en aquella cosas que siempre has dado por sentado».
f
Quizás estas «falsas ilusiones de certeza» tengan una solución sencilla si se les vuelve
a poner el signo de interrogación. Sería el caso de la simple introducción de alguna
variación con las palabras puede o tal vez, lo que llamo «palabras de posibilidad». Si los
psiquiatras hubieran dicho al paciente: «Tal vez necesite medicarse con esto el resto de su
vida», al menos habrían dejado abierta la posibilidad de que el paciente no necesitara
medicarse en algún momento dado, que se pudiera producir el cambio. Si los padres del
hijo adoptado hubieran dicho: «Nos preocupa que nuestro hijo no cambie nunca o que no
deje de portarse mal o que le puedan haber hecho demasiado daño como para
comportarse mejor», se habría ganado mucho, no sólo creando esperanza, sino alentando
la búsqueda de soluciones.
Yo normalmente doy como válida la posibilidad de que el cambio no se produzca o de
que tal vez sea imposible cuando topo con alguien que sostiene esta postura. Y entonces
añado la otra posibilidad, que el cambio se produzca o que sea posible: «Puede que su
esposa no cambie nunca y que este matrimonio no se pueda salvar, pero intentemos algo
para averiguar si es así o no», «Vuestro paciente puede que necesite medicarse el resto de
su vida, pero puede que se descubran nuevas formas de tratamiento o de interpretación de
la naturaleza del problema que tal vez lleven a otras direcciones de intervención o de
solución». Puesto que se incluye y se da por válida la postura de la imposibilidad, la
persona no tiene por qué defender ni rebatir mi opinión sobre el asunto. Entonces yo
introduzco con cuidado el elemento de posibilidad en la situación.
Cambiar el centro de atención
Cuando era pequeño y cruzaba los ojos, mi madre me regañaba con la clásica frase:
«No hagas eso o se te quedarán los ojos así para siempre». De forma análoga, suelo decir
a la gente: «Tened cuidado en dónde fijáis vuestra atención. Puede que se os queden así
vuestros puntos de vista para siempre». William James sostenía que «nuestra experiencia
es aquello en lo que ponemos atención». Cuando quieras provocar el cambio, intenta
cambiar de atención. Sea en lo que sea o como sea que hayas centrado tu atención, intenta
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cambiarla en otra dirección.
Hay muchos puntos en los que centramos nuestra atención sin siquiera darnos cuenta.
A menudo nos centramos en el futuro. Nunca me había dado cuenta hasta que mi esposa
me lo hizo ver después de unos cuantos años juntos. A continuación recojo una lista de
cosas que uno podría intentar para cambiar de atención, con algunos ejemplos que
muestran cómo se podrían poner en práctica.
Del pasado al presente
Una paciente recordaba constantemente su bonita infancia y se lamentaba del hecho
de que la vida ya no era como antes. En terapia, comenzamos con una serie de ejercicios
pensados para conseguir que se centrara más en el presente. La mujer empezó un diario
de agradecimiento que implicaba la enumeración de cinco cosas que hubiesen ocurrido
ese día y de las cuales se sintiese agradecida. También empezó a practicar con la
concienciación, dándose cuenta de la frecuencia con que sus pensamientos volvían al
pasado y cuánto se quejaba. Además, empezó a reducir la ingesta de comida, a dejar de
picar, ya que tendía a comer en exceso y a hacerlo de forma inconsciente. El efecto
combinado de estas cosas se plasmó en un incremento de su sentido general de paz y
felicidad.
Del pasado al futuro
Una paciente traumatizada aprendió a imaginar un futuro mejor cada vez que le
venían a la memoria recuerdos traumáticos del pasado.
Del presente al pasado
Una paciente que era muy autocrítica, cuando se veía criticándose por alguna cosa
que acababa de hacer, empezó a centrarse a propósito en cosas que había hecho bien en el
pasado.
Del presente al futuro
Una paciente que no tenía casa ni trabajo se encontró presa de una depresión debido a
su situación y, por consiguiente, renunció a buscar trabajo. Descubrió que soñar con una
casa donde vivir algún día le daba la motivación necesaria para salir a buscar trabajo.
Del futuro al pasado
Un hombre que tenía una esposa que se quejaba de que él siempre hacía castillos en el
aire y de que eludía hablar sobre cualquier tema escribió unas memorias sobre sus años
de juventud, que detallaban muchos de los temas de su pasado y la manera en que lo ha-
bían conducido hasta parte de los problemas que actualmente tenía. Su esposa se
tranquilizó al ver que su marido podía reconocer sus problemas y plantar cara al pasado.
Al hombre también le resultó de ayuda establecer conexiones con el pasado, lo que lo
ayudó a empezar a cambiar algunas conductas persistentes y problemáticas a largo plazo.
Del futuro al presente
Una pareja que había contraído fuertes deudas pensando que su barco financiero
vendría a salvarlos algún día (que ganarían la lotería, que moriría un pariente y les dejaría
una buena herencia, que uno de los dos inventaría algo o escribiría un libro que los
hiciera ricos, que una de sus inversiones daría fuertes dividendos) aprendió a cambiar su
centro de atención hacia el presente. La pregunta que se tuvieron que plantear fue la
siguiente: ¿se lo podían permitir eso ahora mismo? Si la respuesta era no, ahorrarían
90
hasta podérselo permitir. Sólo después de tener el dinero en mano se lo comprarían.
Hay variaciones de estos cambios de postura. Por ejemplo, uno podría variar su sentido
del tiempo y su actitud; por ejemplo, de un pasado negativo a un pasado positivo, de un
presente negativo a un presente positivo, de un futuro negativo a un futuro positivo. Tuve
una paciente que se preocupaba mucho y que tendía a imaginar el peor futuro, además de
perderse todo lo bueno que había te

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nido o que estaba teniendo lugar. De manera que establecimos una
norma de terapia: por cada cosa negativa, o que le preocupara, que me
contase, tenía que encontrar algo positivo que decir sobre el presente,
el pasado o el futuro. Poco a poco incorporó esta conducta a su forma
de pensar, que llegó a un mayor equilibrio entre lo positivo y lo
negativo. Paulatinamente se volvió menos preocupada.
Cambio de orientación del interior hacia el exterior, y viceversa
En una ocasión me enteré de un caso en que un paciente tuvo
alucinaciones, hablaba sobre fantasmas, demonios y rayos cósmicos
que atravesaban las paredes en la consulta del psiquiatra. El psiquiatra
le pidió al paciente que parara un momento y que simplemente palpara
la textura de la madera de la mesa. Las alucinaciones y los desvarios
cesaron. ¿Por qué? Porque el paciente había quedado atrapado en su
mundo interior, y el psiquiatra había reorientado su atención hacia el
mundo exterior y la realidad.
Yo he hecho cosas similares. Una paciente solía perderse en sus
recuerdos de abusos de forma tan intensa que se olvidaba que estaba
en mi consulta y ni tan sólo era capaz de escucharme cuando le
hablaba. A raíz de algunos incidentes así y de que se perdiera en sus
tortuosos recuerdos, ideamos un procedimiento muy simple. Cuando
comenzara a dejarse llevar por los recuerdos, estiraría el meñique y yo
se lo cogería. Esto produciría el efecto de mantenerla conectada a la
realidad exterior y ya no se desmoronaría completamente en el pasado
y en su mundo interior; así podríamos proseguir con nuestro
tratamiento de terapia.
Por descontado, hay veces en que los pacientes están demasiado
influidos externamente y pierden el contacto consigo mismos. Tuve
una paciente que era propensa a la disociación a raíz de una infancia y
unos primeros años de madurez de abusos y una violación durante una
cita. Se estaba recuperando mediante la terapia, pero había descubierto
que, tan pronto como un hombre le expresaba su interés sexual, ella
perdía el control de la experiencia. Había tenido varias relaciones
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sexuales sin protección durante el transcurso del tratamiento y, como
consecuencia de ello, se había sentido aterrada y enfadada consigo
misma por dejar que esto pasara. Finalmente se le ocurrió un plan.
Pondría una alarma en la otra habitación cuando el hombre con el que
salía viniera a casa con ella. Se dispararía diez minutos después de que
empezaran a acariciarse, lo que normalmente sucedía un poco antes de
que tuvieran relaciones plenas. Ella se levantaría para apagar la
alarma, y eso le daría tiempo para pensar. Cuando volviera a la
habitación, llevaría un preservativo y haría que su compañero se lo
pusiera.
Cambio de causalidad interna a externa, y viceversa
Demasiado a menudo las mujeres que padecen abusos psíquicos o
sexuales creen que, en cierta medida, ellas tienen la culpa. Tal vez sean
sus compañeros quienes se lo digan, o tal vez sean proclives a culparse
ellas mismas. Parte del tratamiento de esta y de otras formas de abusos
es ayudar a las víctimas a darse cuenta de que ellas no tienen la culpa.
Con frecuencia les pasa justo lo contrario a quienes cometen los
abusos. «Ella me obligó a hacerlo. No paraba de fastidiar.» Incluso he
escuchado a un violador decir: «Ella lo quería, pero las mujeres están
programadas por la sociedad para no admitir que lo quieren». A estas
personas lo que las puede llevar al cambio es cambiar la causa del
exterior al interior. Traté a un hombre que, después de pegar a su
esposa, dijo: «Le pegué. Fue una reacción». Hay un sutil cambio de
responsabilidad y de causa hacia el exterior en esta declaración. Yo
simplemente respondí: «Usted le pegó. Aunque fuera una provocación,
fue usted igualmente quien optó por pegarle». Se sentó un momento en
silencio y a continuación dijo: «Sí».Cambio de postura en lo que
respecta a la permanencia
de problemas
Otro de los factores y actitudes que Seligman (1998) encontró en
personas que procuraban ser menos depresivas fue que creían que los
problemas que afrontaban no eran permanentes. Usaban frases como:
«Es una fase difícil por la que estoy pasando» o «Me muero de ganas

93
de que se me pase esta depresión». Las personas que eran más
depresivas tendían a ver el problema como una cosa permanente:
«Tengo depresión» o «Estoy hundido».
Los terapeutas, mediante el lenguaje, pueden ayudar de diversas
maneras a los pacientes a salir de una sensación de permanencia hacia
una postura más transitoria del problema. Una es asumir que llegará el
momento en que el problema se solucionará. «Después de que salga de
la depresión, ¿cómo piensa que esto afectará a su relación con su
compañero/a?», se podría preguntar; o bien: «Cuando supere este
momento difícil, ¿en qué cree que habrá cambiado?».
Otra manipulación lingüística es evitar la utilización de términos
que dan a entender que el problema es permanente o parte del modo de
ser de la persona en cuestión. A veces digo algo como: «Hace tiempo
que vive en el terreno de la depresión. ¿Recuerda cómo era vivir fuera
de este terreno?». O empleo un recurso de un tratamiento denominado
«terapia narrativa»: «¿Cuándo se apoderó de usted la depresión?
¿Cuánto le ha arrebatado en la vida? ¿Cómo podría recuperar algo de
su vida de manos de la depresión?».
Aceptar en vez de intentar cambiar algo
A veces, aunque pueda parecer paradójico, aceptar las cosas es la
mejor manera de cambiar. Si uno ha hecho todo lo que estaba en su
mano para realizar el cambio o uno encuentra que luchar para cambiar
algo crea más problemas, quizá la mejor opción sea rendirse y
aceptarlo. Carl Rogers decía: «La curiosa paradoja es que, cuando me
acepto tal como soy, puedo cambiar». A veces la aceptación lleva a un
gran avance en la capacidad de cambio. Otras, simplemente, aceptar
las cosas crea una sensación de paz que disipa la sensación de
problema.
John Gottman (1995) encontró, en su investigación sobre parejas
felices en relaciones duraderas, que las parejas, al final, llegaban a la
conclusión de que había temas que no resolverían y así conseguían
cierta aceptación y paz en esos ámbitos.
94
Un paciente mío vino a una sesión muy emocionado. Acababa de
leer un artículo y había llegado a la conclusión de que padecía un
trastorno de déficit de atención en adultos. Desde hacía años había
pensado que era perezoso o tonto, pero ahora se había dado cuenta de
que no era una persona tan mala ni irresponsable. A medida que se
hizo a la idea durante los meses siguientes, encontró maneras de
conciliarse consigo mismo en lugar de hacerse reproches. Se volvió
mucho más tranquilo. No quiso medicarse, ni tan sólo trabajar para
mejorar su capacidad de atención. La aceptación trajo consigo la paz.
Expresar gratitud/reconocer lo que tienes o lo que ha ido bien
Los seres humanos parecemos predispuestos a notar los problemas
y cuándo las cosas no van bien. Quizá sea cosa de supervivencia. Si no
nos diéramos cuenta de que un tigre nos acecha o no oliéramos el
humo de un incendio, tal vez ya nos habríamos extinguido. Para
contrarrestar esa predisposición natural, podemos empezar a darnos
cuenta a propósito de lo que va bien o de lo que va mal. Muchas
religiones tienen modos de notar y expresar aquello por lo que se
sienten agradecidas. Cambiar de un marco problemático a uno de
gratitud puede provocar un cambio en nuestra experiencia, o puede
propiciar las condiciones para el cambio, de manera que tengamos más
paz mental y energía con la que afrontar los problemas y su solución.
Una paciente se sentía desgraciada con su vida, y le conté una
anécdota sobre personas que yo conocía y que dejaron de centrarse en
sí mismas para empezar a trabajar como voluntarias en una orga-
nización que ayudaba a los demás. Decidió intentar la misma vía y
acabó trabajando para una organización que compraba pequeños
animales para gente pobre de países extranjeros. A medida que sabía
más sobre todas aquellas personas que vivían sin los alimentos
suficientes y sin techo, se sintió cada vez más agradecida por la can-
tidad de cosas sencillas que anteriormente había dado por descontado
en su vida: atención médica accesible y de la mejor calidad, comida
suficiente, un lugar cálido y cómodo para dormir, etc. Me dijo que, si
95
yo recomendaba esta vía de acción para otros pacientes míos, me
quedaría sin modus vivendi. Nadie querría hacer terapia. Le respondí
que a mí no me importaría.
Adoptar una perspectiva mayor o menor
A veces el cambio puede darse a través de un cambio de pers-
pectiva en nuestra vida y en los problemas que afrontamos. He hecho
que pacientes míos se imaginasen su situación cuando tuvieran 90
años. ¿Cómo la verían entonces? A menudo el problema parece mucho
menos grande o no tan importante desde esa distancia. Hace falta
buscar una perspectiva mayor y averiguar si eso provoca el cambio o
no.
Un paciente estaba frustrado con su esposa, quien, desde su punto
de vista, se implicaba demasiado en los problemas de su madre. Su
suegra había abusado verbalmente de su esposa en la infancia; aún
ahora seguía haciéndolo. El hombre no podía entender por qué su
esposa se pasaba horas al teléfono escuchando las quejas de su madre,
teniendo en cuenta los antecedentes. Su esposa le decía que él no
entendía nada y que la familia era la familia. Él y su esposa discutían
de forma agria sobre el tema. El hombre era religioso, y le pedí que se
imaginara que conversaba con Jesús sobre el problema. ¿Qué diría
Jesús? En seguida sonrió y dijo: «Jesús la querría independientemente
de lo que ella hiciera. Aceptaría a cada uno tal como fuera». Esa tarde
se marchó a casa y se disculpó con su esposa por criticarla y no
comprender su relación con su madre. Con el tiempo, a medida que se
mordía lengua, su esposa estableció mejor los límites con su madre por
su cuenta. Adoptar una mayor perspectiva, a partir de su fe religiosa,
ayudó a este hombre a realizar un cambio positivo.
Por otro lado, a veces nos vemos abrumados por la medida de
nuestros problemas. Una pareja que traté se enfrentaba a las reper-
cusiones de que uno de ellos fuera acusado por robar dinero de la
empresa para la cual trabajaba. La mujer tuvo un juicio, y la pareja se
vio obligada a conseguir dinero para pagarse un abogado e indemnizar
96
a la empresa. Se sentían abrumados por todo lo que tenían que hacer y
afrontar individualmente y como pareja. Les expliqué la anécdota que
se escondía tras el título de un libro de Anne Lamott (1995) llamado
Pájaro a pájaro. Al hermano pequeño de Lamott le entró el pánico al
final de unas vacaciones y confesó llorando a su padre que había ido
dejando para más tarde la elaboración de un extenso trabajo sobre los
pájaros de Norteamérica. Ahora sólo le quedaba un día y no tenía
manera de acabarlo a tiempo. Su padre insistió en que lo hiciera
igualmente. «¿Cómo quieres que lo acabe?», replicó llorando el
hermano de Lamott. «Pájaro a pájaro, hijo, pájaro a pájaro», le
contestó su padre. Después de esto, cuando esta pareja de la terapia se
sentía abrumada, se miraban el uno al otro y se decían: «Pájaro a pája-
ro». Y esto los ayudó.
A continuación cito unas notas que doy a los pacientes para ayu-
darlos a realizar cambios en sus puntos de vista o en sus maneras de
pensar:
No te creas todo lo que piensas: cómo poner en cuestión los
pensamientos inútiles y cómo escapar de ellos
I
No eres tu mente
Eres algo más que tu mente, pero a veces parece como si tu mente o los
pensamientos que tienes te dominaran.
Desidentificación: reconoce que tu mente es sólo tu mente y que tus
pensamientos son sólo tus pensamientos; no equivalen a tu identidad.
Externalización: trata tus pensamientos como si fueran de otra persona.
Concienciación: sé consciente de tus pensamientos o formas de pensar en
lugar de creer en ellos.
Poner en cuestión los pensamientos
Emplear contraargumentos: poner en tela de juicio pensamientos inútiles
con hechos que los contradigan.
Hacer ligeros cambios en las conversaciones con uno mismo o en los
pensamientos que se tengan: en lugar de hablar con uno mismo en
97
términos de todo o nada, cambiar empleando recursos expresivos
como más que nada, normalmente, pocas veces, etc.; en lugar de por
qué, cambiar a cómo puedo, etc.
Atenerse a los hechos
Emplear descripciones basadas en observaciones/impresiones: esto
ayuda a separar interpretaciones y significados impuestos de lo que
ocurre; describir únicamente lo que se puede ver u oír en una cinta de
vídeo sobre la situación o sobre ti mismo

98
.Actuar según los pensamientos en lugar de luchar u
oponerse a ellos
Aceptar y suavizar los propios pensamientos: no oponerse ni
reaccionar a ellos; oponerse refuerza los pensamientos inútiles.
Aquello a lo que te opones suele persistir.
Exagerar: ampliar los pensamientos negativos o que den
miedo hasta que sean absurdos o pierdan su poder de
intimidación.
Establecer el diálogo e interrumpir el monólogo
Con otro/otros: hablar a otra persona o a otros a veces puede
ponerte sobre una pista nueva, proporcionarte un modo de
verificar la realidad y ayudarte a mirar con perspectiva tus
pensamientos.
Con uno mismo/con lo que se piensa: en lugar de aceptar los
pensamientos inútiles, luchar contra ellos o dejarse dominar por
ellos, entablar un diálogo con uno mismo o lo que se piensa;
como en las conversaciones con los demás, puede que se den
nuevos pensamientos o perspectivas.
Pasar a la acción
Hacer algo incompatible con el pensamiento inútil:
emprender una iniciativa que no se espere teniendo en cuenta el
pensamiento inútil.
Hacer algo para rebatir el pensamiento inútil: emprender
alguna iniciativa que refute el pensamiento inútil.
La iniciativa te puede ayudar a salir del atolladero y
cambiar de forma de pensar: no te quedes ahí sentado, haz algo.
Cambiar de entorno, mover el cuerpo físico y otras acciones a
veces pueden sacarte de la rutina mental.
En la vida, muchas cosas escapan a nuestro control. Pero
tenemos algo de libertad. Podemos escoger cómo comemos y en
qué centrar nuestra atención, y cómo damos sentido al mundo.
Ejerciendo esas libertades podemos provocar cambios en nuestra
vida.

99
Preguntas que plantear para ayudar a los pacientes a adoptar
una nueva perspectiva
¿De dónde has sacado la idea de que tú, otra persona o tu
situación problemática no pueden cambiar? ¿Cómo puedes
cambiar eso?
¿Qué suele atraer tu atención o te hace advertir la situación
problemática?
¿De qué te suele distraer este centro de atención, o en qué
más te podrías fijar?
¿Qué es lo que centra normalmente tu pensamiento en la
situación problemática: el pasado, el presente, el futuro? ¿Cómo
puedes cambiar a otra coordenada temporal?
¿Tienes la impresión de que posees una especie de epicentro
interno (es decir, algo que propicia o que es la causa de que
ocurran las cosas), o crees que tu vida la determinan otros o el
mundo? ¿Cómo podrías cuestionar o variar tu orientación actual
en este respecto?
¿En qué podría ayudarte aceptar más que intentar cambiar
algo de la situación problemática?
¿Cómo podría ayudarte en tu problema el hecho de sentir
gratitud o reconocimiento?
¿Cómo podrías ampliar visión, u obtener una mejor pers-
pectiva, o bien concentrar la atención en alguna parte del pro-
blema?
Método de cambio de la nueva perspectiva: resumen
Cambiar la perspectiva:
• cuestionando la idea de que el cambio es imposible;
• cambiando el centro de atención del problema;

100
(<continúa)cambiando la orientación temporal:
— cambiar la atención del pasado al presente;
— cambiar la atención del pasado al futuro;
— cambiar la atención del presente al pasado;
— cambiar la atención del presente al futuro;
— cambiar la atención del futuro al pasado.
— cambiar la atención del futuro al presente;
• cambiando la explicación sobre la fuente de tu problema
de una causa interna a una causa externa, o viceversa;
• aceptándolo en lugar de luchar en contra o de intentar
cambiar algo;
• adoptar o recuperar una sensación de gratitud sobre tu
situación o saber valorar lo que ha salido bien;
obtener una mayor perspectiva o centrar la atención en una parte
más pequeña del problema.Psicoanálisis para pacientes a largo
plazo: la relación como vía para cambiar
Un pesimista es aquel que se ha visto obligado a vivir con un
optimista.
ELBERT HUBBARD
Este capítulo muestra cómo las relaciones pueden ser vías
poderosas para el cambio. Por ejemplo, entrar en contacto con
una nueva cultura y no sólo adoptar nuevas perspectivas y
posibilidades, sino también ser consciente de las propias
inclinaciones y creencias, verdades, conductas y relaciones no
analizadas puede representar un cambio de entorno poderoso.
Las relaciones como vías para el cambio
Cuando estaba de gira para promocionar una de mis primeras
obras, me vino a buscar al aeropuerto un chófer que me llevó por
la ciudad a varias entrevistas. Durante los trayectos me contó su
historia. Había abandonado el instituto cuando le comunicaron
que era el número 277 de los 278 estudiantes de segundo curso y
que probablemente no se graduaría. Se fue a la gran ciudad
cuando tenía 15 años, y consiguió un trabajo de chico de los

101
encargos en un periódico. Cayó bien a los periodistas más
veteranos y le consiguieron un carné falso para que pudiera
entrar en los bares con ellos; de esta manera lo apadrinaron en el
arte del periodismo. Bebió mucho y vivió intensamente durante
los siguientes quince años. Su bebida favorita era el brandi y
solía emborracharse cada día. Tuvo varias

102
relaciones con mujeres y continuó igualmente con sus
borracheras y fiestas hasta altas horas de la madrugada. A los 30
años, conoció a la mujer de sus sueños y empezaron a salir. Sin
embargo, al cabo de algunos meses, ella le dio un ultimátum: o
dejaba de beber o habían terminado. No lo dudó ni un instante,
me dijo. Dejó de beber a partir de aquel momento. Todavía
estaba casado con su gran amor y había estado sobrio desde el
mismo día en que ella le dio el ultimátum. Observaba
irónicamente que Alcohólicos Anónimos tal vez funcionaba para
algunos, pero que para él la solución era su esposa.
Ahora todos sabemos lo difícil que es dejar de beber, pero
este hombre demostraba que a veces las relaciones, si son lo
bastante importantes para nosotros, matan incluso graves
adicciones y dependencias.
Erickson me contó un caso del pequeño pueblo de Wisconsin
en el que creció. Un antiguo vecino del pueblo salió de la cárcel,
y pronto empezaron a producirse pequeños delitos por todo el
pueblo. Se forzaban los locales de negocios y les robaban la caja
del día. Robaban en las casas. Todo el mundo sospechaba de Joe,
el ex preso, pero no se podía demostrar nada. Un día Joe salió al
paso de un coche de caballos que llevaba a una de las chicas más
guapas del pueblo y lo hizo parar. La joven le pidió que la dejase
marchar. Y Joe le contestó: «Sólo si aceptas ir al baile conmigo».
La chica simplemente le replicó lo siguiente: «Si te comportas
como un caballero». A partir de aquel día cesó la oleada de
delitos en el vecindario. Joe pidió en matrimonio a esa chica,
formaron una familia y vivieron en paz en esa comunidad
durante muchos años. El comentario de Erickson sobre la
situación fue: «Si la gente puede generar problemas de repente
[como, por ejemplo, fobias], también puede cambiar de repente»
(O’Hanlon y Hexum, 1991).
En una ocasión trataba a un adolescente que sacaba malas
notas, tomaba drogas y se portaba de forma rebelde en casa. Yo
no conseguía demasiados progresos, de manera que después de

103
varias sesiones le pedí que a la siguiente viniera con dos o tres de
sus amigos íntimos. Estuvo de acuerdo. Cuando expliqué lo que
me proponía, intentar averiguar cosas sobre la situación y
encontrar alguna manera de ayudarlo, él negó que hubiera ningún
problema, a pesar de que el colegio y sus padres me habían
proporcionado pruebas de sobra acerca de sus problemas. Sus
amigos empezaron a hablarle, a decirle que sí que tenía
problemas y que todos estaban preocupados por él y por su
futuro. Expusieron con detalle numerosos incidentes en los que
el chico se había visto involucrado y de los cuales habría podido
resultar gravemente herido. Enfrentado no sólo a estas pruebas,
sino a la preocupación de sus amigos, aceptó colaborar conmigo
para realizar algunos cambios en estos ámbitos.
Se ha puesto de moda en los círculos de terapia sostener dos
creencias: a) no puedes cambiar a los demás, sólo a ti mismo, y
b) no deberías cambiar por una relación o por otra persona. No
me trago estas ideas. Nos cambiamos los unos a los otros
continuamente. Las personas cambian muy a menudo por
aquellos a los que aman.
No obstante, hay una distinción fundamental que debería
hacerse, llegados a este punto. Las mejores condiciones para el
cambio se presentan con la aceptación. «No podemos cambiar
nada a menos que lo aceptemos», sostenía Carl Jung. Lo mismo
se puede decir con respecto a las relaciones. Las relaciones que
dan lugar a cambios positivos son aquellas que propician un
espacio de aceptación de la persona. Yo suelo decir a mis
pacientes: «Estás bien, pero parte de tus conductas y puntos de
vista son un asco y no sirven para nada». Si la persona se siente
aceptada y no se le echa la culpa ni se la critica en el estado de
cerrazón en el que se encuentra, es mucho más probable que se
abra al cambio sin tener que tocarle demasiadas fibras sensibles.
Harville Hendrix y Helen LaKelly Hunt (2004), creadores de
la terapia Imago, sostenían que todo lo que uno necesita lo

104
encuentra a través de una relación de compromiso duradera. Su
premisa básica es que, con el tiempo, uno de los miembros de la
pareja acaba sacando a la palestra temas aparcados y aspectos
descuidados e infravalorados de las personas. Hendrix y Hunt
animan a la gente a no divorciarse ni a romper nunca con la
pareja en una relación duradera porque, al final, sea cual sea el
asunto que haya originado el problema en la relación, volverá a
aflorar en futuras relaciones. Más vale permanecer juntos y
resolverlo en la relación actual.
Estoy de acuerdo en que los asuntos se pueden resolver en
una relación, pero hace falta encontrar la relación adecuada en la
que esto funcione. Se deberá estar con una persona que sea digna
de confianza, que tenga buenas intenciones y que esté dispuesta a
comprometerse en este proceso. Hay gente que no está por esta
labor en una relación. No funcionaría en relaciones en que no
haya un amor o un compromiso básico suficiente. Pero me hago
eco de Hendrix y de Hunt en que muchos de nosotros, sobre todo
en estos tiempos de quererlo todo y ahora, estamos demasiado
predispuestos a huir de la dificultad que representa esforzarse por
arreglar las cosas. Suelo decir en broma que tener una relación
con una pareja fuerte y cariñosa es como someterse a
psicoanálisis intensivo las veinticuatro horas del día, los 365 días
del año: tanto te puede empujar hacia todo aquello que no
quieres saber sobre ti mismo y de lo que no eres consciente,
como te puede ayudar a resolver muchos asuntos pendientes de
la infancia.
Normalmente, al principio de una relación romántica,
idealizamos a nuestra pareja. Con el tiempo, algunas de las cosas
que nos enamoraron empiezan a molestarnos o a sacarnos de
quicio. Sin embargo, si continuamos juntos, tal como Hendrix y
Hunt proponen, podemos pasar de esta fase a otra: la de
aceptación sin reservas del otro.
Una pareja me pidió consejo sobre problemas matrimoniales.

105
Habían emigrado de otro país y, por razones legales y
económicas, debían permanecer casados. Trabajaban juntos en
un negocio que tenían a partes iguales en los bajos de su
vivienda. Se pasaban la mayor parte del tiempo juntos,
discutiendo, criticándose y, en general, sintiéndose desgraciados.
Sospechaban continuamente de los motivos del otro, atribuyendo
las peores intenciones incluso a sus comentarios y acciones más
inocentes. Los traté algún tiempo y pude conseguir que
discutieran mucho menos y que no fueran tan susceptibles el uno
con el otro. Pero nunca fueron capaces de volver a sentir amor o
afecto mutuo. Se dieron por satisfechos con la terapia cuando
acabó, pero a mí me preocupaba que no pudiésemos resucitar el
amor y la amistad que habían compartido antes en su
matrimonio. Aproximadamente un año después me telefonearon
y me dijeron que volvían a estar profundamente enamorados y
que me agradecían el esfuerzo que había realizado por
mantenerlos juntos. Habían dado con la idea de la terapia Imago,
de que cada vez que tu pareja te hace enfadar es un regalo
potencial (lo único que necesitas es reconocer y aprovechar ese
regalo). Puede ser un regalo porque te avisa de asuntos
pendientes o de alguna herida sin cerrar. Se entusiasmaron con
esta idea y decidieron que, puesto que se les daba tan bien eso de
hacer enfadar al otro, se habían casado con la persona precisa
que les podía facilitar el crecimiento personal. A partir de Imago
y de otras lecturas, encontraron maneras de volverse menos
intransigentes el uno con el otro cuando alguno de los dos se
enfadaba. Por medio de estos procedimientos, desarrollaron un
nivel de compasión y de ayuda mutua que creció hasta
convertirse en un amor profundo y renovado.
Las relaciones como vehículos para esclarecer suposiciones y
conductas
Un hombre puede ser un tonto y no saberlo, pero no si está
casado.
H. L. MENCKEN

106
Las relaciones pueden esclarecer fallos en la manera de tomarse
la vida al poner de manifiesto otras maneras de pensar y de hacer
las cosas. Tu pareja también observa tus conductas a lo largo de
la relación y ve las consecuencias positivas y negativas de esas
conductas. Mi esposa, Steffanie, me ha señalado cariñosamente
mi impulsividad y mi incapacidad para prever consecuencias
potencialmente negativas. Esto no siempre es un problema, pero
cuando lo es, me pillo los dedos y me cuesta mucho tiempo,
energía o dinero salir de ello. He aprendido que vale la pena
calmarse y hablar con ella de lo que me entusiasma en aquel
momento dado, para, así, ver su perspectiva de las cosas. Por
tanto, he decidido no seguir adelante con algunos proyectos y
modificar otros. También he empezado a incorporar a mi psique
una «Steffanie interior» que de vez en cuando hace el tipo de
buenas preguntas que mi mujer suele hacer y que me da una
mejor perspectiva de las cosas. Creo que yo también la he
ayudado a ella a reconocer y variar algunas conductas e incli-
naciones.
Steffanie me ha dicho que ha aprendido algo de mí respecto a
ponerse manos a la obra en un proyecto en vez de esperar a que
se den las condiciones perfectas o de esperar a no tener miedo.
Esto la ha ayudado en su carrera de artista.
Crecí en una casa que era un desastre, no sucia, sino
simplemente desordenada. Había papeles por todas partes y
parecía como si las cosas siempre fueran un caos. No sorprende
que mi casa, ahora que soy un hombre adulto, se parezca mucho
a la casa de mis padres. Steffanie preferiría una casa ordenada.
Finalmente llegamos a un acuerdo. Yo podía tener mi despacho
tan desordenado como quisiera, pero el resto de la casa estaría
ordenado. Descubrí que me gustaba una casa ordenada, y mi
despacho va por el mismo camino mientras escribo esto. Ahora sí
que puedo encontrar las cosas que guardo en él.
Por consiguiente, mediante las relaciones podemos aprender
cosas y adaptarnos a las que no nos salen de dentro. También
podemos aprender a reconocer y cambiar a fondo conductas de
las que no somos conscientes.
John creció en una familia muy guasona. Cuando él y June se
fueron a vivir juntos, a ella le gustaba ese sentido del humor,
pero más adelante se dio cuenta de que él utilizaba esa guasa
para comunicarle indirectamente que estaba descontento con
alguna cosa de su relación o que la culpaba sutilmente por algo
de lo que él se sentía culpable en realidad. Cuando June se lo
hizo notar por primera vez, John se sirvió de la guasa para
desviar el tema: «Gracias, Sigmund Freud». Pero June insistió.
Eso no ayudaba en su relación. No llevaba a la solución de los
problemas. Sólo servía para herir y dejar las cosas latentes. Con
el tiempo, sobre todo después de algunas visitas de la familia de
John, él empezó a ver la crueldad que su familia dejaba destilar a
través de la guasa. Y aceptó esforzarse para cambiar de conducta.
A veces se ponía a la defensiva justo después de que June le
reprochara que se burlaba de manera fea, pero él se dio cuenta de
que ella normalmente tenía razón. Poco a poco aprendió a
reprimir el impulso de hacer algún comentario jocoso o de dar al-
gún corte, y a pensar sobre lo que realmente quería decir y que
podía quedar enmascarado por la broma.
June se sirvió de la confrontación con tacto, pero tuvo
cuidado de dejar bien claro a John que lo quería y que creía que
estaba mejorando en su manera de comportarse. Esta
combinación de aceptación y puesta en entredicho normalmente
es la postura de más éxito.
Con el tiempo, los miembros de una pareja se acaban
pareciendo entre sí emocional y psicológicamente, quizás a
través de este proceso de incorporar cosas de su pareja y de
adaptarse a ella. Un dicho criollo reza: «Dime a quién amas y te
diré quién eres».
Encontrar o crear una «relación terapéutica» que te ayude a
crecer
Hasta cierto punto, encontrar una relación así puede ser
asunto de suerte o del destino. Hay personas que encuentran a
alguien, y otras que no (y en realidad hay personas que no
quieren este tipo de relación).
Hace algunos años, colaboré en la redacción de un libro que se
titulaba Love Is a Verb (O’Hanlon y Hudson, 1994), en el cual la
premisa principal era que el amor se puede crear, mantener y
acrecentar mediante acciones. He acabado modificando ese
punto de vista un poco. Empleo la analogía de un jardín. Hace
falta pasar a la acción para mantener y hacer más grande un
jardín: aportar la cantidad correcta de agua, arrancar las malas
hierbas y cultivar la tierra. Pero hay una parte del proceso de
cultivo de plantas que queda fuera de nuestro control: es asunto
de la naturaleza y de la química. Mantengo un punto de vista
similar en lo referente a las relaciones. Amar es verbo, excepto
cuando se transforma en sustantivo. Hay parte de estas relaciones
de mejora del crecimiento que consiste en química y misterio: es
la parte del sustantivo. Hablamos de encontrar a alguien con
quien quieres pasar el resto de tu vida, alguien que te gusta y a
quien respetas lo suficiente para aguantar con él después de que
el deseo y el encaprichamiento se os hayan pasado un poco.
Cuando encuentras a esa persona, entonces es asunto de la parte
del verbo, es decir, que hay cosas que puedes hacer para ali-
mentar este tipo de relación de inducción al crecimiento.
• Aceptar a esa persona tal como es, no intentar cambiarla a
fondo. Lo cual implica no diagnosticar ni etiquetar a tu pareja
y, cuando pidas un cambio, centrarte principalmente en sus
acciones más que en sus cualidades o sentimientos.
• Ser rigurosa y despiadadamente compasivo cuando tu pareja
meta la pata o no viva con integridad o de la manera más dig-
na de admiración. Llamarle la atención por sus meteduras de
pata o por su falta de integridad, y no culparla nunca, sino re-
cordarle su mejor cara y potencial.
• Ser paciente con uno mismo y con la pareja para dar tiempo
al cambio y al entendimiento.
• Ser riguroso también al analizar si uno tiene alguna parte de
responsabilidad en los problemas o en las meteduras de pata
del otro. Si no es así, no preocuparse; pero si es así, admitirlo
y remediarlo.

110
• Mantener el diálogo y preservar la relación, incluso cuando
tengas que abandonar, ceder o romper.
Preguntas que plantearse para esclarecer el cambio a través
de las relaciones íntimas
¿En qué aspecto te parece tu pareja un extraño? ¿Qué puedes
aprender o adoptar de esa diferencia?
¿Cómo te saca de tus casillas o te toca las narices tu pareja? ¿Qué
aspectos pendientes o no resueltos de tu vida podría esclarecer
eso?
¿Cómo has cambiado de manera positiva a través de las relaciones?
¿Qué hábitos o rasgos tiene tu pareja o compañero que te gustaría
desarrollar más en tu vida?
¿Quién te importa lo suficiente para motivarte a cambiar?
¿Qué «cosas que a ti te faltan» podría tener o ejemplificar tu pareja?
La relación como vía para cambiar: resumen
• Las relaciones pueden ser vehículos poderosos para cambiar,
proporcionar motivación y retos íntimos.
• Los mitos de la terapia y de la sociedad son que uno nunca
puede cambiar a nadie, sólo a sí mismo, y que uno no debería
cambiar por nadie.
• Encontrar a alguien que te motive, que te importe y usarlo a
modo de influencia para provocar el cambio.
• Paradójicamente, a veces la mejor manera de cambiar a
alguien es aceptarlo tal como es.
• Las relaciones íntimas pueden esclarecer asuntos fuera de
duda y hábitos y conductas arraigados.

111
8

El amor se mantiene a través de acciones, pero se basa fuertemente en la química y en la


compatibilidad.Ser uno mismo: cómo cambiar siendo uno mismo más que nunca
Quiero a aquellos que cambian para seguir siendo ellos mismos.
BERTOLT BRECHT
Puede resultar paradójico, pero hay personas que cambian reivindicando lo que son y
redescubriéndose a sí mismas. Reina cierta polémica sobre si tenemos realmente un
verdadero yo, pero la mayoría de la gente se siente incómoda cuando intuye que no está
siendo sincera con la persona que «es realmente».
A mí me parece, a medida que me adentro en mi madurez, que toda mi vida ha sido
una búsqueda en pos de quién soy. Me pasé gran parte de mi juventud intentando
demostrar mi valía ante mí y el resto del mundo para satisfacer a los demás. En los
últimos años me he visto poniendo orden en aspectos de mí mismo que había descuidado
o dejado atrás, y dando la alternativa a una sensación de paz y de aceptación.
Ya no sueño que llegaré a ser organizado. Me imagino que siempre seré un poco
nervioso. Cada vez me preocupa menos que pueda tener una larga racha de pereza en la
mitad de mi existencia. He aprendido a moderar mi egoísmo para que no sea demasiado
indecoroso ni hiera a aquellos a los que quiero tanto.
El viaje más profundo, estoy sugiriendo, es vivir cada vez más nuestra vida,
identificarnos con nosotros mismos. Hace muchos años fui a que me repararan la
carrocería. El médico era un conocido mío y, mientras trabajaba conmigo, me comentó:
«Bill, para vivir no te puedes desentender de tu traje terrenal». A pesar de lo
sgiros lingüísticos de moda, entendí lo que quería decir. Yo había sido empujado
sistemáticamente desde mi tierna infancia a no vivir de acuerdo con mi cuerpo. Mi
educación religiosa me enseñó que el cuerpo era territorio del demonio, el hogar de la
lujuria y de los deseos mortales. Y me volví un intelectual, ocupándome de mi mente,
pero a menudo desconectándome de mi cuerpo o descuidándolo. Más aún, había
abandonado otros aspectos de mí mismo, además de mi cuerpo. Me había desentendido
de mi traje terrenal, de mi piel, de mis sentimientos, de mis anhelos y de mis
sensibilidades particulares.
Inicié una búsqueda para recuperar mi vida y vivirla de forma plena e íntegra. A
veces, cuando la gente tiene problemas, éstos son como pretextos en su vida para no
ceder independientemente de las técnicas de cambio que se empleen. Estas personas no
cederán hasta que reclamen todo lo que habían descuidado o perdido, y empiecen a vivir
la vida que querían vivir.
Kevin era un cirujano prestigioso. Lo tenía todo. Un buen matrimonio, hijos guapos e
inteligentes. Dinero. Posición social. A los cuarenta y tantos, Kevin empezó a destrozarse
la vida. Se volvió adicto a los calmantes, lo pillaron y le pusieron en suspenso su licencia
para ejercer. Mientras se rehabilitaba, empezó a darse cuenta de una cosa. En realidad
nunca había querido ser médico. Era el sueño que su padre tenía pensado para él.
Rápidamente reprimió esta conclusión. Durante un tiempo, las cosas parecieron volver a
la normalidad; hasta que Kevin empezó a tener ataques de pánico antes de entrar en el
112
8

quirófano. Se resistía a medicarse contra la ansiedad debido a su antigua adicción, de


manera que buscó ayuda en la psicoterapia. Cuando llegó a mi consulta, en lugar de las
preguntas habituales, mi intuición me dijo que le preguntara: «¿Crees que de verdad has
de ser médico o puedes hacer algo más con tu vida?». Kevin parecía desconcertado, pero
respondió que le acababa de formular la pregunta más importante de su vida. La verdad
era, y le resultó difícil admitirlo porque le trastocaría la vida completamente, que siempre
había querido ser cantante. Tenía talento, pero desde un buen principio había decidido
que eso era un sueño poco realista; y había escogido la vida más lucrativa y estable del
médico. Durante los meses siguientes, Kevin habló con su esposa y sus hijos sobre el
cambio que quería hacer. Para su sorpresa, lo apoyaron mucho. Su padre pensó que se
había vuelto loco, pero su madre le telefoneó en secreto y le expresó su apoyo. Tuvo que
dejar de hablarse con su padre durante algún tiempo porque le estaba haciendo perder la
confianza en sí mismo y denigraba su sueño. Fue a unos estudios, grabó un CD y creó
una web para venderlo. Empezó a actuar en clubes de la ciudad. Los ataques de pánico
cesaron. Gradualmente fue dejando su trabajo de cirujano y ahorró dinero para mantener
a la familia mientras cambiaba de carrera profesional. No había sido nunca tan feliz, y su
esposa y sus hijos aseguraron que estaba mucho más afectuoso y que les dedicaba más
tiempo. Él me dijo que yo le había ahorrado miles de dólares en gastos de crisis de
madurez haciéndole aquella pregunta crucial.
Acabaré la anécdota con una cita de Anáis Nin: «Uno descubre que el destino se
puede dirigir, que uno no tiene que seguir ligado a lo primero que hizo huella en su
sensibilidad de la infancia. Una vez que se ha roto en mil pedazos el espejo
distorsionador, se da una oportunidad a la totalidad. Se da una oportunidad a la dicha».
Preguntas que plantear para determinar si se está siendo uno mismo de verdad o no
¿Te sientes cómodo contigo mismo, en tu situación, en tu vida?
¿Tienes la sensación de que estás haciendo el trabajo correcto?
¿Tienes la sensación de que has dejado partes de ti mismo por el camino o de que las
has perdido?
(continúa)
¿Fantaseas con huir y empezar una nueva vida con una nueva identidad?
Si mañana murieras, ¿estarías satisfecho con la vida que has llevado?
Si las obligaciones económicas no fueran ningún problema, ¿qué estarías haciendo en
la vida?
Cambiar siendo uno mismo más que nunca: resumen
A veces cambiamos volviendo a quienes somos realmente o redescubriéndolo. Lo cual
puede implicar que echemos de menos partes de nosotros mismos, aspectos o sueños que
hemos traspapelado por el camino para mantenernos a salvo, para asegurarnos de que nos
quieran, para adaptarnos o para intentar controlar nuestra vida

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9

.Cómo no cambiar: once estrategias para seguir igual, con un apartado especial
gratis sobre cómo invitar a los otros a no cambiar
No hay pecado más implacablemente castigado por la naturaleza que el pecado de
resistirse al cambio.
ANNE MORROW LINDBERGH
Este capítulo ofrece una mirada irónica sobre cómo evitar o impedir el cambio, lo que
indirectamente ofrece un punto de vista ligeramente diferente sobre cómo cambiar y una
recapitulación de lo que hemos abordado en este libro.
1. No escuchar a nadie
A veces nos empecinamos en nuestras mezquinas maneras de ver o de hacer las cosas.
Los demás pueden ayudarnos a obtener una nueva perspectiva o nuevas posibilidades.
Dicen que viajar nos amplía los horizontes. Yo creo que nos los amplía al exponernos a
otras culturas, formas de pensar y hábitos muy diferentes de los nuestros. Viajar a países
extranjeros también puede poner en entredicho nuestros prejuicios y ni tan siquiera
darnos cuenta de ello. Escuchar a los demás puede tener el mismo efecto. Leer libros, es-
cuchar grabaciones, hablar con los amigos, hablar con gente con la que nunca hubieras
pensado que podías hablar. Exponerte a nuevas ideas.
2. Escuchar a todo el mundo
Al mismo tiempo, dejar que las opiniones de los demás sobre el mundo o sobre lo que
está bien te dominen la vida puede hacerte perder el norte y que hagas caso omiso de tu
intuición. Escucha a los demás, pero continúa haciéndote caso para averiguar lo que te
llama la atención y es más acorde con tu sentido de la integridad. Puede ser fácil dejarse
llevar por la masa y defender opiniones y tendencias sostenidas por todo el mundo. Hay
que ir con cuidado de no tragarse las ideas de las personas influyentes sin reflexionarlas.
Digiérelas por ti mismo. Los mentores y los líderes pueden ser sabios, pero también se
pueden equivocar (o ser interesados).
3. Analizar incesantemente y no hacer cambios
Está bien entender qué te pasa a ti, a los demás y al mundo entero, pero ten cuidado
con la trampa de la parálisis analítica. Yo supe en los inicios de mi vida como escritor que
tenía tendencia a dejar las cosas para más adelante. Si hubiera seguido mis inclinaciones
naturales, habría leído mucho sobre escritura, habría ido a talleres de escritura y habría
pensado sobre aquello que me proponía escribir durante años y años antes de coger lápiz
y papel (o de ponerme a teclear). Decidí saltármelo y empezar a escribir. Hasta ahora me
ha ido bien (con éste llevo veinticuatro libros). Al final he leído esos libros sobre escritura
y también he ido a talleres de escritura para mejorar mi estilo. Y gracias a ello he
descubierto que parte de mis hábitos de escritura rompían todas las normas. Pero también
he descubierto lo que me funcionaba: escribir y no preocuparme de las normas.
El anuncio de la marca de ropa deportiva Nike ya lo aconsejaba: «Just do it». Y eso
funcionará para originar el cambio en la mayoría de las situaciones (por supuesto, salvo
cuando no sea el caso; entonces probablemente seguirás la sentencia: «No lo hagas,
quédate quieto»). La máxima del marinero, «No se puede gobernar un barco hasta que se
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9

pone en movimiento», nos dice que has de hacer algo para originar el cambio. Siempre
puedes hacer correcciones en el rumbo, una vez que empiezas, si ves que vas en la
dirección equivocada. «Una pizca de acción vale como una tonelada de teoría», dijo
Friedrich Engels.
f
El personaje de Woody Allen en Annie Hall juraba que dedicaría veinte años a su
psicoterapia y que, si todavía no daba resultado, tenía pensado visitar Lourdes en busca
de un milagro. Yo le aconsejaría que fuera a Lourdes mucho antes. Woody podría tener
experiencias interesantes e inductoras al cambio por el camino.
Con frecuencia, hacer algo conduce a nuevas ideas como condiciones de cambio en
respuesta a acciones que se emprenden. De este modo, podría surgir el análisis por medio
de la realización del cambio en lugar de lo contrario.
4. Culpar a los demás por tus acciones o problemas
No todo es culpa de los demás. Si ves que esa es tu postura o interpretación habitual,
intenta imaginar que tienes parte de responsabilidad al haber creado esta situación.
Seligman (1998) investigó mucho para demostrar que las personas que tenían la
impresión de que influían en lo que les acontecía en la vida eran más propensas a ser
felices y menos depresivas. Por tanto, aunque sea una ilusión, imagina que puedes
controlar y escoger hasta cierto punto lo que te ocurre en la vida.
A Barry Beck, jugador de hockey sobre hielo de los New York Rangers, le preguntaron
quién había empezado una pelea durante las eliminatorias de la Stanley Cup de la Liga
Nacional de Hockey sobre Hielo. Y contestó: «Sólo podemos culpar a una persona: el uno
al otro» (Pritchett, 1988, pág. 47)

115
.Échate la culpa o censúrate con regularidad
Por otro lado, no siempre has de tener la culpa. Censurarte con
regularidad es probablemente algo que has asumido hace tiempo por
costumbre y que no te hace ningún bien. Te puede desmoralizar y
minar la confianza.
Tengo un paciente que tenía esta costumbre, y yo no podía quitarle
esa idea de la cabeza. Lo mejor que podía hacer era convencerlo de
que él no sabía sin lugar a dudas que todo fuera culpa suya o que todo
lo acusara como la persona tan horrible que era. Mi paciente accedió a
corregir su acto reflejo con una actitud diferente: «No estoy seguro de
si tengo la culpa o no, o si esto dice algo horrible sobre mi persona».
Pasar a una postura más neutral lo ayudó a no desanimarse.
5. Sigue haciendo eso mismo que no funciona
Haz algo diferente si lo que estás haciendo no funciona. Recuerda
que una definición de locura es hacer lo mismo una vez tras otra y
esperar resultados diferentes.
6. Sigue centrándote en lo mismo cuando eso no ayude
Intenta poner tu atención en otra dirección. Dicen que la única
diferencia entre un surco y una tumba son las dimensiones. Sal del
surco.
7. Sigue pensando lo mismo cuando esos pensamientos
no ayuden
No hay nada tan peligroso como una idea cuando es la única que se
tiene, sostenía Emile Chartier. ¡No te creas todo lo que piensas! (Lo
hemos abordado detalladamente en el capítulo 3.)
8. Sigue rodeándote del mismo entorno inútil
Mientras haya maneras de superar el entorno, a menudo resulta
más fácil ahuecar el ala (salvo que sea tu conducta habitual; en ese
caso, intenta quedarte donde estés). Hace años me contaron un caso
análogo que guarda relación con esta idea. Los seres humanos, como
muchos árboles, no salen adelante en entornos donde no hay agua.
Estar rodeado de culpa y negatividad es como estar en un desierto. La
diferencia fundamental entre un ser humano y una planta, no obstante,
es que los seres humanos pueden levantarse y salir caminando del
desierto hasta llegar a orillas de un río.

116
9. Sigue relacionándote con la misma gente que no aporta nada
Probablemente es más sabio reducir al mínimo el contacto con
gente que te menosprecia, que chismorrea, que actúa de manera
mezquina o con la cual acabas sintiéndote invariablemente mal des-
pués de vuestros encuentros.
11. Da más importancia a estar bien que a cambiar
Traté a una pareja que estaba distanciada. Tenían cinco hijos y no
querían, o no se podían permitir, la ruptura. Una de las principales
fuentes de tensión entre ellos era un problema con el sexo. Ella
trabajaba en un turno de tarde y llegaba a casa sobre las once y media
de la noche. Él trabajaba en un turno de día. Después de llegar a casa,
la mujer se relajaba mirando un rato cualquier programa de televisión.
Cada noche él se acercaba a la puerta del dormitorio, abría una rendija,
veía que ella estaba mirando la tele y le preguntaba si se iría a la cama
pronto. Era la contraseña para: «Me gustaría un poco de sexo, pero me
tengo que levantar temprano; así que, ¿podrías dejar de mirar la tele y
venir aquí para tener una sesión de sexo?». Esa presión a ella le
molestaba. Sabía perfectamente bien que él quería sexo, igual que ella,
pero ella necesitaba algunos minutos más de relajamiento. Entonces él
se acercaba a la puerta del dormitorio cada pocos minutos, abría una
rendija, veía que ella todavía miraba la tele y entonces hacía un ruido
con la boca: tse, tse... Eso la fastidiaba más y, tan sólo por fastidiarlo,
se quedaba allí durante horas mirando la tele, a menudo quedándose
dormida en el sofá.
Cuando vinieron a buscar ayuda, fui más directo de lo que soy
normalmente. A través de ella averigüé que ella tenía muchas ganas de
sexo y que, si él simplemente hubiera dejado de hacer tse, tse..., ella
habría estado más predispuesta a hacerlo. Le dije al hombre que dejara
de hacer ruiditos con la lengua durante una semana. Estuvo de acuerdo
y lo cumplió. Después de no tener sexo durante meses, esa semana lo
hicieron tres veces. Ella tomó la iniciativa dos de esas tres veces y dijo
que le gustó.
Para mi asombro, la semana siguiente él empezó con los ruiditos
de nuevo, con los mismos pésimos resultados. Le pregunté el porqué.

117
Y me contestó que pensaba que tenía derecho a hacer saber a su mujer
que él no estaba de acuerdo con que se quedara levantada hasta tarde.
Le dije que tenía razón, pero que eso no estaba ayudando en su
matrimonio ni en su vida sexual. ¿Prefería tener razón que estar
satisfecho o feliz? Reflexionó sobre ello y dijo que sí. Y aquí se acabó
el tema. Mientras que otros aspectos de su relación mejoraron, su vida
sexual nunca lo volvió a hacer. Aunque siguieron juntos, él volvió a su
antigua conducta fastidiosa y sus pequeñas trifulcas nocturnas
continuaron.
Llegados a cierto punto, uno ha de decidir si tener razón es más
importante que obtener resultados positivos. Tal vez acabe teniendo
toda la razón del mundo algún día, y entonces ¿qué?
Apartado especial gratis: cómo invitar a los demás a no cambiar
Probablemente la manera más efectiva de hacer que los demás no
cambien es echándoles la culpa. Culpabilizar pone a la gente a la
defensiva. Tal vez durante algún tiempo consigas que se amolden a tus
deseos si tienes poder suficiente para intimidar (o si eres tú quien
administra el dinero o amenazas físicamente), pero a largo plazo raras
veces se produce el cambio culpabilizando. Echar la culpa
normalmente se hace de dos formas: atribuyendo malas intenciones a
los demás o atribuyéndoles malas cualidades. En el primer tipo,
podrías decirles a los demás que intentan causar problemas o fastidiar.
O que intentan llamar la atención. O que te quieren controlar. Son
atribuciones de malas intenciones. La persona en cuestión tal vez
tenga, o tal vez no, estas intenciones, pero «leerles la mente» de forma
que diga que sabes toda la verdad sobre sus motivos y que esos
motivos son algo menos que honorables o buenos es una de las peores
maneras de hacer que la gente cambie.
El segundo tipo tiene que ver con juzgar el carácter o las cuali-
dades de las personas como malo o deficiente en lo esencial. «Eres
egoísta.» «Eres un controlador.» Este tipo de valoraciones generali-
zadoras crea nuevamente el peor clima para el cambio.
Otra cosa que resulta inútil cuando se intenta provocar un cambio
en los demás es invalidar sus intuiciones y su confianza en su manera

118
de hacer las cosas. «Eres demasiado susceptible», «No era así» o
«Estás loco». Se puede estar en desacuerdo sin invalidar al otro. «No
es así como lo recuerdo» o «Lo veo de manera diferente a la tuya».
Esta forma de abordar las diferencias todavía indica respeto y
validación, preservando aún la diferencia entre tu forma de ver las
cosas y la suya.

119
Una forma excelente de evitar que la gente cambie es darle consejo sin
que lo pida. Esto es especialmente cierto en el caso de los terapeutas.
De nuevo es como intentar enseñar a un cerdo a cantar. Alguna que
otra vez a lo largo de todos estos años, mi madre me llamaba y me
decía que uno de mis hermanos estaba pasando por un mal momento.
«Tú eres terapeuta —decía—. Llámalo y mira si puedes ayudarlo a
resolver esta situación.» Al principio me dejaba engañar y lo hacía,
siempre con resultados desastrosos. Tiempo después, llamaba a mi
hermano con problemas y le decía: «Mamá cree que necesitas ayuda y
que yo soy quien te la debería prestar porque soy terapeuta. Pero en
realidad llamo porque soy tu hermano. Te puedo ayudar a encontrar un
terapeuta si crees que necesitas uno». Ninguno de mis hermanos
aceptó la oferta de buscar un terapeuta, pero evité los desastrosos
resultados que sabía que se habrían producido si yo les hubiese
ofrecido ayuda o consejo sin que me lo pidieran.
Jay Haley (1991) dijo en una ocasión que pasaba mucho tiempo
intentando impedir que los terapeutas ayudaran en situaciones en las
que no les habían pedido ayuda. Los terapeutas, debido a su formación
para reconocer y diagnosticar patologías y problemas, a menudo ven
cosas que sus pacientes podrían cambiar. Dado que los pacientes son
vulnerables frente a la sugestión y a la autoridad del terapeuta, podrían
acatar esta imposición de problemas, o bien convencerse de que tienen
problemas que en realidad no tienen. La vida de las personas a veces
se sostiene en un delicado equilibrio ecológico, y se pueden dar
consecuencias no buscadas a raíz de tales intromisiones e imposiciones
por parte de los terapeutas. La controversia de hace algunos años sobre
la «falsa memoria» en el campo de la terapia mostró las consecuencias
de una influencia demasiado exagerada de los terapeutas en sus ideas
sobre problemas que los pacientes en realidad no presentaban. (La
controversia de la «falsa memoria» se refiere a una serie de casos de
hace algunos años en que algunos terapeutas fueron acusados de influir
en sus pacientes para que «recordaran» que habían sufrido abusos
sexuales o rituales. Algunos de estos casos, cuando se investigaron,
demostraron que los abusos que se habían recordado no habían
sucedido. Los terapeutas que defendían y creían ciegamente en un

120
abuso generalizado y en recuerdos reprimidos tendían a provocar estos
falsos recuerdos la mayoría de las veces. Muchas familias sufrieron
distanciamientos, rupturas y pleitos a causa de estos terapeutas
excesivamente aplicados y rígidos en su trabajo. Varios terapeutas
perdieron su permiso para ejercer cuando se investigaron
los casos.)
La línea que separa ser demasiado comprensivo de ser indiferente
también es muy fina. Si uno simplemente se limita a aceptar comple-
tamente la torpeza y las limitaciones de la gente, o sus problemas,
quizá los ayude, sin darse cuenta, a seguir con su torpeza. Quizá se
sientan justificados para no cambiar, ya que tú has aceptado que son
víctimas o que no lo pueden evitar. Cuestionarlos un poco, además de
mostrarles tu comprensión, puede provocar el cambio.
Puedes hacer que los demás cambien, contrariamente a la creencia
popular. Pero también puedes ser parte de lo que ayuda a la gente a
resistirse al cambio y a atrincherarse en el problema que tiene.
Algunas preguntas que se deben tener en cuenta en el ámbito de la
resistencia al cambio
¿Cuándo te has resistido al cambio o has sido inflexible?
¿Cuándo no has pensado en ti mismo y te has dejado dominar demasiado
por las opiniones de los demás sobre tu situación?
¿Cuándo has empujado a alguien a cambiar de manera inútil o sin
resultados?
¿Cuándo has creado un mal clima para animar a alguien a
cambiar?
¿De qué maneras has culpabilizado o invalidado a alguien que
esperabas que cambiase?
¿De qué maneras has impuesto tus ideas sobre determinados
problemas y has intentado convencer a alguien de que tenía esos
problemas?
(icontinúa)
¿De qué maneras has defendido la idea de que la persona a la cual
intentas ayudar a cambiar es una víctima impotente?
¿De qué maneras has defendido algo en exceso y no lo has

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cuestionado lo suficiente?
Once estrategias para seguir atascado: resumen
1. No escuchar a nadie.
2. Escuchar a todo el mundo.
3. Analizar interminablemente y no realizar los cambios.
4. Culpar a los demás de tus acciones o problemas.
5. Culparte a ti mismo o censurarte con regularidad.
6. Seguir haciendo lo mismo que sabes que no funciona.
7. Seguir centrándote en las mismas cosas cuando es inútil hacerlo.
8. Seguir pensando lo mismo cuando eso es inútil.
9. Seguir rodeándote del mismo entorno inútil.
10. Seguir relacionándote con la misma gente inútil.

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Dar más importancia a tener razón que al cambio.Bibliografía
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