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Las 5 Leyendas de
Zacatecas Más Populares
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Algunas de las leyendas de Zacatecas


más conocidas son la calle de las Tres
Cruces, el Cerro de la Bufa o la piedra
negra. La historia de este pueblo es
contada por sus habitantes a través de
leyendas tan impresionantes e impactantes
como la magia de su arquitectura.
Síguenos en este recorrido cultural por uno
de los estados más excepcionales de
México.

No en vano, Zacatecas es conocida como


“la ciudad con rostro de cantera y corazón
de plata”. La frase le hace honor a sus
calles coloniales de estilo barroco. El color
rosa de su imponente cantera transmite
una atmósfera mágica perpetuada en los
tiempos actuales como un tesoro inmortal
del pasado.

Catedral Basílica de Zacatecas. Iris Alejandra Gonzalez Perez [CC


BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)]

Su corazón de plata refiere la extracción de


minerales, una de sus principales
actividades económicas que comenzó a
principios de la era moderna, entre los
siglos II y X, y que hoy se mantiene
vigente.

Además de su belleza arquitectónica —que


presume a su centro histórico como
Patrimonio Cultural de la Humanidad—,
Zacatecas exuda un aire de misticismo en
cada calle, vereda y callejón.

Sus caminos evocan las memorias de la


época colonial, contada por su pueblo a
través de leyendas que ponen los pelos de
punta. Esa es precisamente la experiencia
que viviremos a continuación, con las 5
leyendas más impactantes del estado
mexicano de Zacatecas:

La calle de las Tres Cruces

Corría el año 1763. Don Diego de Gallinar


era un hombre apegado a la tradición.
Vivía con su sobrina, Beatriz Moncada, una
joven muy hermosa que llegó en casa de
su tío luego de haber perdido a sus padres.
Por su belleza y juventud, era el centro de
todas las miradas en la calle de las Tres
Cruces.

Pero no cualquier pretendiente era capaz


de cautivarla, solo un joven indígena
llamado Gabriel, a quien había conocido en
una festividad de la zona. Inspirado por el
amor más puro, Gabriel le dedicaba una
serenata cada noche, mientras Beatriz le
correspondía religiosamente desde su
balcón.

Don Diego, lejos de creer en cuentos


románticos, le había impuesto a su sobrina
un matrimonio arreglado con su hijo,
Antonio de Gallinar, quien anhelaba el
momento de consumar la alianza con la
joven más deseada del pueblo.

Hasta que una noche, cuenta la leyenda,


don Diego descubre las serenatas
nocturnas de Gabriel y le impone
marcharse con autoridad y agresividad. El
joven indígena responde firme que se va
por compromiso y respeto, más no por
temor a la violencia de don Diego.

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Él, al sentirse afligido y retado, ataca a


Gabriel con su espada, cuando entre el
forcejeo termina herido de muerte con su
misma arma. De repente Gabriel, aún
despistado ante la escena terrorífica, siente
una puñalada por la espalda.

Fue un sirviente de don Diego que, al verlo


distraído, lo asesina a sangre fría de la
manera más vil y cobarde, cobrando
venganza por su jefe. Beatriz no soporta la
desgracia, cae del balcón desmayada y el
impacto le quita la vida al instante, justo
encima de los otros dos cuerpos.

Así obtuvo su nombre la calle de las Tres


Cruces, una parada inminente entre los
turistas.

El Cerro de la Bufa

Esta leyenda se remite a la época colonial.


Se dice que el Cerro de la Bufa resguarda
en sus entrañas un tesoro inigualable:
paredes de oro, pisos de plata, todo
iluminado por el resplandor de piedras
preciosas que encandilan como al ver al
sol.

Cada año por las noches, durante las


festividades del pueblo, una
despampanante mujer se posa en lo más
alto del Cerro de la Bufa, casi como un
ángel celestial, armoniosa y proporcional
en todos sus rasgos.

Serena, espera pacientemente que un


hombre se pasee por la vereda.
Aparentando ser una princesa encantada,
magnética e hipnótica por su belleza, pide
a cualquier curioso infortunado que la lleve
en sus brazos hacia el altar mayor de la
Basílica de Zacatecas.

Ese es el precio que hay que pagar para


hacerse con la propiedad de todos los
tesoros que esconde el cerro. La mujer
solo pone una condición: está prohibido
mirar hacia atrás una vez que comienza el
recorrido con ella en brazos.

Lo que no sabe el hombre que decide


llevarla, es que a sus espaldas le espera un
infierno de suspenso. Ruidos
desesperantes, como gritos de almas en
pena, hacen sudar a todo aquel que
emprende el camino hacia el altar con la
mujer a cuestas.

Al no poder evitar la curiosidad, asustado y


angustiado, el hombre finalmente voltea,
mira hacia atrás y provoca que la mujer se
transforme en serpiente y acabe con su
vida.

Hasta hoy, el tesoro del cerro sigue siendo


considerado un misterio más que una
leyenda, aunque todavía nadie ha podido
demostrarlo y reclamarlo.

La piedra negra

Misael y Gerardo eran dos mineros muy


jóvenes que llegaron a Vetagrande, cuna
de la minería en Zacatecas, buscando una
oportunidad para trabajar y salir adelante
en la década de los años 1800.

Ambos comenzaron su exploración en


dicha tierra cargada de recursos y riquezas
minerales, hasta que hallaron una cueva
misteriosa que llamo su atención. Una vez
adentro de la cueva, saltó a la vista una
roca dorada enorme y brillante,
resplandeciente.

Parecía que aquella piedra estaba bañada


en oro. Misael y Gerardo no lo dudaron y
de inmediato llegaron a un acuerdo: vigilar
la piedra toda la noche y sin descanso,
sentados alrededor de ella, para llevarla a
casa juntos al día siguiente.

Pero la noche se hizo larga y más oscura.


Misael y Gerardo no pararon de mirarse
fijamente, envenenados por la avaricia,
visualizando una riqueza tan grande que
no querrían compartirla el uno con el otro.

Al día siguiente, los dos jóvenes mineros


amanecieron muertos. La piedra comenzó
a tornarse negra con el paso del tiempo,
como si poseyera a cualquiera que se fijase
en ella, tomara su alma y la volviera
maligna.

La noticia corrió como pólvora entre los


residentes del pueblo, hasta que el obispo
de Zacatecas se enteró del mal augurio
que traía consigo la piedra, antes dorada,
ahora cada vez más negra, que ya se había
cobrado varias vidas.

El hombre de Dios se llevó consigo la


piedra para evitar que la codicia humana
terminara en más muerte. La colocó en la
Catedral, debajo del campanario, en la
parte trasera del templo. Ahí la piedra se
oscureció más y más, hasta quedar
completamente negra.

La última confesión

Martín Esqueda era un sacerdote clásico de


pueblo. Párroco del templo de Santo
Domingo, en Zacatecas, pasaba los días
predicando la palabra a sus fieles sin
muchas novedades. Era costumbre de los
habitantes visitarlo a cualquier hora del día
y de la noche, pidiendo piadosamente
alguna confesión para un hombre o mujer
en su lecho de muerte.

Pero en el año 1850, un evento cambiaría


todo lo que conocía hasta ese momento.
Bien entrada la noche, una anciana llegó a
su puerta solicitando una última confesión
para un familiar suyo que, muy
probablemente, no sobreviviría al
amanecer.

El padre Martín accedió sin chistar, pues


para él era completamente normal hacer
ese tipo de confesiones a domicilio, sin
importar en qué lugar se posaran las
agujas del reloj. Recogió sus instrumentos
religiosos convencionales: la biblia, un
rosario y su estola característica, que
representa el signo de Jesús.

Junto con la anciana, emprendió el


recorrido a pie hasta las adyacencias de la
Plaza de Toros. Allí había un conjunto de
casas muy antiguas y deterioradas por el
paso del tiempo. Ella le abrió una de estas
casas hasta llegar a un cuarto muy
pequeño donde un hombre reposaba,
claramente débil y enfermo.

En el mismo instante en el que el padre


entró al pequeño cuarto, la anciana se dio
vuelta y sin decir una sola palabra, se
marchó. Martín practicó su ritual de
confesión habitual sin ninguna
irregularidad. Regresó a casa y así terminó
su noche.

Al día siguiente, el padre notó que falta


algo muy importante: había olvidado su
estola en aquella casa antigua. Decidió
enviar a dos emisarios de su iglesia para
recuperarla, pero ambos volvieron sin éxito
al templo. Nadie en la casa del enfermo les
abrió la puerta.

El padre Martín decide ir por sí mismo a


recuperarla, pero al igual que sus
emisarios, no recibió ninguna respuesta
desde adentro. Cuando el dueño de las
casas deterioradas avista la insistencia del
padre al tocar la puerta, se acerca y se
muestra sorprendido.

Han pasado muchos años desde la última


vez que una de esas casas fue habitada. El
propietario decide abrir la puerta al
sacerdote, y el escenario no era el mismo
de la noche anterior: entre polvo, animales
rastreros y telarañas, la sotana yacía
colgada en la estaca de madera donde el
padre Martín la había olvidado.

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Impactado por este extraño suceso, ni


siquiera pudo ofrecer la eucaristía del día.
Quedó pasmado. Poco tiempo después de
esa noche, cuenta la leyenda que el padre
Martín enfermó y al pasar de unos años
murió. Nunca fue el mismo desde esa
última confesión.

El espejo francés

Las sonatas que tocaba Matilde Cabrera en


su piano de cola endulzaban el día de
cualquier transeúnte que pasase por su
ventana. Su instrumento de melodías
decorosas se posaba en el salón de su
casa, al frente de un ventanal que daba a
la calle principal donde vivía.

La joven interpretaba su recital en soledad


cada tarde, sin falta. Miembro de una
familia muy conservadora, Matilde asistía
con frecuencia a la iglesia. Allí conoció a un
atractivo caballero que se robó su corazón
a primera vista.

Respetando sus tradiciones familiares, ella


muy poco se acercaba a su enamorado. Se
comunicaban entre señas para
demostrarse el amor que se tenían. Era un
romance como pocos, donde el afecto y las
caricias se sentían sin necesidad de
tocarse.

Inspirada por su amado, se las ingenió


para verlo todas las tardes desde su casa,
cuando se sentaba religiosamente a tocar
el piano. Colocó sobre el un espejo de
acabado francés para ver, como en un
retrovisor, como su caballero pasaba todos
los días a hacerle gestos de amor desde el
ventanal, gestos que solo ellos entendían,
su propio código de amor.

Un día, el hombre partió sin previo aviso


para alistarse en el ejército y librar las
batallas que acaecían esos días. Matilde
nunca perdió la esperanza, se arreglaba
cada vez más para esperar a su amado. Se
perfumaba, peinaba y vestía obsesionada
todas las tardes, mirando a través de su
espejo francés a la espera de ver el reflejo
de un hombre que nunca más vería.

Ahora resonaban sonatas melancólicas en


las afueras de la casa de Matilde. Su
enamorado jamás volvió. Con el pasar de
los años, los vecinos comenzaron a
llamarle la loca del espejo, pues día tras
día seguía tocando el piano, esperando.

Ahora, si te animas a visitar Zacatecas y


pasas por la llamada Calle del Espejo, no
tendrás problemas en contarle la leyenda a
tus compañeros.

Referencias
1. La bufa, el cerro que guarda tesoros. Artículo
del diario El Universal de México, publicado el
05 de enero de 2017.

2. Zacatecastravel.com, sitio web oficial


gubernamental-turístico del estado de
Zacatecas.

3. Visitmexico.com, sitio web oficial turístico del


gobierno de México.

4. Amet Pamela Valle, Leyendas de Zacatecas


(2014).

5. Juan Francisco Rodríguez Martínez, Leyendas


de Zacatecas, cuentos y relatos (1991).

APA

Cajal Flores, Alberto. (25 de junio de


2019). Las 5 Leyendas de Zacatecas
Más Populares. Lifeder. Recuperado de
https://www.lifeder.com/leyendas-de-
zacatecas/.
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Licenciado en Magisterio. Maestro de Instituto. Me
encanta leer, la ciencia y escribir sobre lo que conozco
y sobre cosas nuevas que aprender.

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