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Escuela Primaria:

Antonio Macera

Cuentos para
disfrutar la lectura

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El árbol mágico

Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un
árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo
verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó


con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras, pero
nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió
una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: "sigue
haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro del
árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

Un minuto para pensar...

¿Has notado el efecto que expresiones como "por favor" y "gracias" provocan en la gente? ¿Te
gusta? ¿Cómo lo describirías?

Una buena conversación

Comenta con tu hijo la alegría que se siente cuando la gente nos trata con buenos modales, y
pídele que les recuerde a los adultos que los usen también con él.

La princesa de fuego
Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que
se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el
regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos
y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos
regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien
se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el
joven, y este se explicó diciendo:

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- Esa piedra representa lo más valioso que te puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es
sincera, porque aún no es nuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se
ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan


enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos
y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada,
terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella
piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser
como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra,
dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo,
las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la
princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola presencia transmitía tal calor
humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de
fuego".

Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había
prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días.

Un minuto para pensar...

¿Qué crees que es lo que le gustó a la princesa del joven del cuento? Este dice al principio que su
corazón aún no pertenece a la princesa ¿crees que tenía algún motivo para quererla? ¿Por qué
crees que termina queriéndola? ¿Se te ocurre alguna forma de conseguir que los demás te quieran
más?

Una buena conversación

A cualquier niño le encanta oír hablar a sus padres sobre su historia de amor. Aprovecha este
cuento para contarle a tu hijo cómo se conocieron y qué es lo que más les gustó de cada uno.
Aprovecha para explicarle que lo más importante no es el principio, sino todo lo que sigue
después.

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El cohete de papel

Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo hacia la luna, pero tenía
tan poco dinero que no podía comprar ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la caja de uno
de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño cohete de papel
averiado, resultado de un error en la fábrica.

El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un cohete, comenzó a preparar un
escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles de todas las formas y colores, y se
dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar y colorear todas las estrellas y planetas para
crear un espacio de papel. Fue un trabajo dificilísimo, pero el resultado final fue tan magnífico que
la pared de su habitación parecía una ventana abierta al espacio sideral.

Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta que un
compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le propuso cambiárselo por
un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le volvió loco de alegría, y aceptó el cambio
encantado.

Desde entonces, cada día, al jugar con su cohete nuevo, el niño echaba de menos su cohete de
papel, con su escenario y sus planetas, porque realmente disfrutaba mucho más jugando con su
viejo cohete. Entonces se dio cuenta de que se sentía mucho mejor cuando jugaba con aquellos
juguetes que él mismo había construido con esfuerzo e ilusión.

Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos sus juguetes, y cuando creció, se convirtió en
el mejor juguetero del mundo.

El niño que insultaba demasiado

- ¡Oh, Gran Mago! ¡Ha ocurrido una tragedia! El pequeño Manu ha robado el elixir con el hechizo
Lanzapalabras.

- ¿Manu? ¡Pero si ese niño es un maleducado que insulta a todo el mundo! Esto es terrible.. ¡hay
que detenerlo antes de que lo beba!

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Pero ya era demasiado tarde. Manu recorría la ciudad insultado a todos solo para ver cómo sus
palabras tomaban forma y sus letras se lanzaban contra quien fuera como fantasmas que, al
tocarlos, los atravesaban y los transformaban en aquello que hubiera dicho Manu. Así, siguiendo el
rastro de tontos, feos, idiotas, gordos y viejos, el mago y sus ayudantes no tardaron en dar con él.

- ¡Deja de hacer eso, Manu! Estás fastidiando a todo el mundo. Por favor, bebe este otro elixir para
deshacer el hechizo antes de que sea tarde.

- ¡No quiero! ¡Esto es muy divertido! Y soy el único que puede hacerlo ¡ja, ja, ja, ja! ¡Tontos!
¡Lelos! ¡Calvos! ¡Viejos! - gritó haciendo una metralleta de insultos.

- Tengo una idea, maestro - digo uno de los ayudantes mientras escapaban de las palabras de
Manu- podríamos dar el elixir a todo el mundo.

- ¿Estás loco? Eso sería terrible. Si estamos así y solo hay un niño insultando, ¡imagínate cómo
sería si lo hiciera todo el mundo! Tengo que pensar algo.

En los siete días que el mago tardó en inventar algo, Manu llegó a convertirse en el dueño de la
ciudad, donde todos le servían y obedecían por miedo. Por suerte, el mago pudo usar su magia
para llegar hasta Manu durante la noche y darle unas gotas de la nueva poción mientras dormía.

Manu se despertó dispuesto a divertirse a costa de los demás. Pero en cuanto entró el
mayordomo llevando el desayuno, cientos de letras volaron hacia Manu, formando una ráfaga de
palabras de las que solo distinguió “caprichoso”, “abusón” y “maleducado”. Al contacto con su
piel, las letras se disolvieron, provocándole un escozor terrible.

El niño gritó, amenazó y usó terribles palabras, pero pronto comprendió que el mayordomo no
había visto nada. Ni ninguno de los que surgieron nuevas ráfagas de letras ácidas dirigidas hacia él.
En un solo día aquello de los hechizos de palabras pasó de ser lo más divertido a ser lo peor del
mundo.

- Será culpa del mago. Mañana iré a verle para que me quite el hechizo.

Pero por más que lloró y pidió perdón, era demasiado tarde para el antídoto.

- Tendrás que aprender a vivir con tus dos hechizos: lanzapalabras y recibepensamientos. Bien
usados podrían ser útiles…

Manu casi no podía salir a la calle. Se había portado tan mal con todos que, aunque no se lo
dijeran por miedo, en el fondo pensaban cosas horribles de él y cuando esos pensamientos le
tocaban eran como el fuego. Por eso empezó a estar siempre solo.

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Un día, una niña pequeña vio su aspecto triste y sintió lástima. La pequeña pensó que le gustaría
ser amiga de aquel niño y, cuando aquel pensamiento tocó la piel de Manu, en lugar de dolor le
provocó una sensación muy agradable. Manu tuvo una idea.

- ¿Y si utilizara mi lanzapalabras con buenas palabras? ¿Funcionará al revés?

Y probó a decirle a la niña lo guapa y lo lista que era. Efectivamente, sus palabras volaron hacia la
niña para mejorar su aspecto de forma increíble. La niña no dijo nada, pero sus agradecidos
pensamientos provocaron en Manu la mejor de las sensaciones.

Emocionado, Manu recorrió las calles usando su don para ayudar y mejorar a las personas que
encontraba. Así consiguió ir cambiando lo que pensaban de él, y pronto se dio cuenta de que
desde el principio podría haberlo hecho así y que, si hubiera sido amable y respetuoso, todos
habrían salido ganando.

Tiempo después, las pociones perdieron su efecto, pero Manu ya no cambió su forma de ser, pues
era mucho mejor sentir el cariño y la amistad de todos que intentar sentirse mejor que los demás
a través de insultos y desprecios.

Un minuto para pensar...

A Manu le parece divertido reírse insultando a los demás ¿Crees que a los demás les gustará que
se rían de ellos? ¿Crees que para reírse un rato vale cualquier tipo de gracia? ¿Qué podrías hacer
antes de hablar para que tus chistes y gracias no resulten ofensivas para otros?

Una buena conversación

Al principio del cuento Manu es temido por su poder, y al final es querido precisamente por su
poder. Más exactamente por cómo usa ese poder. Habla con tu hijo sobre sus principales
cualidades, y muéstrale cómo podría utilizarlas para el bien o para el mal. Háblale también de
tus mejores cualidades, y cuéntale cómo las utilizas para mejorar tu vida y la de otros.

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El elefante fotógrafo

Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez que le oían decir
aquello:

- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!
- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que fotografíar...

Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos con los que
fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo: desde un botón que se
pulsara con la trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un
montón de hierros para poder colgarse la cámara sobre la cabeza.

Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan
grandota y extraña que parecería una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al verle
aparecer, que el elefante comenzó a pensar en abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían
tener razón los que decían que no había nada que fotografiar en aquel lugar...

Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que nadie podía
dejar de reír al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió divertidísimas e
increíbles fotos de todos los animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado
rino!; de esta forma se convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas partes acudían los
animales para sacarse una sonriente foto para el pasaporte al zoo.

Un minuto para pensar...

A pesar de lo que le dicen, el elefante decide intentar su sueño de ser fotógrafo ¿Te das cuenta de
que muchas veces abandonamos una buena idea sin haberlo intentado? ¿Te ha pasado alguna
vez?

Una buena conversación

Cuéntale a tu hijo algún sueño personal que tuvieras en tu infancia o juventud, y lo que tuviste
que pasar para realizarlo. Si tienes un sueño que no realizaste por no haberlo intentado, igual
ahora es un buen momento para tratar de intentarlo junto a tu hijo.

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Una playa con sorpresa

No había nadie en aquella playa que no hubiera oído hablar de Pinzaslocas, terror de pulgares, el
cangrejo más temido de este lado del mar. Cada año algún turista despistado se llevaba un buen
pellizco que le quitaba las ganas de volver. Tal era el miedo que provocaba en los bañistas, que a
menudo se organizaban para intentar cazarlo. Pero cada vez que creían que lo habían atrapado
reaparecían los pellizcos unos días después, demostrando que habían atrapado al cangrejo
equivocado.

El caso es que Pinzaslocas solo era un cangrejo con muy mal carácter, pero muy habilidoso. Así
que, en lugar de esconderse y pasar desapercibido como hacían los demás cangrejos, él se
ocultaba en la arena para preparar sus ataques. Y es que Pinzaslocas era un poco rencoroso,
porque de pequeño un niño le había pisado una pata y la había perdido. Luego le había vuelto a
crecer, pero como era un poco más pequeña que las demás, cada vez que la miraba sentía
muchísima rabia.

Estaba recordando las maldades de los bañistas cuando descubrió su siguiente víctima. Era un
pulgar gordísimo y brillante, y su dueño apenas se movía. ¡Qué fácil! así podría pellizcar con todas
sus fuerzas. Y recordó los pasos: asomar, avanzar, pellizcar, soltar, retroceder y ocultarse en la
arena de nuevo. ¡A por él!

Pero algo falló. Pinzaslocas se atascó en el cuarto paso. No había forma de soltar el pulgar. El
pellizco fue tan fuerte que atravesó la piel y se atascó en la carne. ¿Carne? No podía ser, no había
sangre. Y Pinzaslocas lo comprendió todo: ¡había caído en una trampa!

Pero como siempre Pinzaslocas estaba exagerando. Nadie había sido tan listo como para
prepararle una trampa con un pie falso. Era el pie falso de Vera, una niña que había perdido su
pierna en un accidente cuando era pequeña. Vera no se dio cuenta de que llevaba a Pinzaslocas
colgado de su dedo hasta que salió del agua y se puso a jugar en la arena. La niña soltó al cangrejo,
pero este no escapó porque estaba muerto de miedo. Vera descubrió entonces la pata pequeñita
de Pinzaslocas y sintió pena por él, así que decidió ayudarlo, preparándole una casita estupenda
con rocas y buscándole bichitos para comer.

¡Menudo festín! Aquella niña sí sabía cuidar a un cangrejo. Era alegre, divertida y, además, lo
devolvió al mar antes de irse.

- Qué niña más agradable -pensó aquella noche- me gustaría tener tan buen carácter. Si no tuviera
esta patita corta…

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Fue justo entonces cuando se dio cuenta de que a Vera no le había vuelto a crecer su pierna, y eso
que los niños no son como los cangrejos y tienen solo dos. Y aun así, era un encanto.
Decididamente, podía ser un cangrejo alegre aunque le hubieran pasado cosas malas.

El día siguiente, y todos los demás de aquel verano, Pinzaslocas atacó el pie de Vera para volver a
jugar todo el día con ella. Juntos aprendieron a cambiar los pellizcos por cosquillas y el mal
carácter por buen humor. Al final, el cangrejo de Vera se hizo muy famoso en aquella playa
aunque, eso sí, nadie sospechaba que fuera el mismísimo Pinzaslocas. Y mejor que fuera así,
porque por allí quedaban algunos que aún no habían aprendido que no es necesario guardar
rencor y tener mal carácter, por muy fuerte que un cangrejo te pellizque…

Un minuto para pensar...

A Pinzaslocas y a Vera les han ocurrido desgracias parecidas ¿Quién te parece que ha afrontado
mejor su situación? ¿Cómo imaginas que habrá sido la vida de Vera? Probablemente Vera y el
cangrejo dan importancia a cosas distintas ¿A qué crees que le ha dado más importancia cada uno
para ser como son?

Una buena conversación

Comenta con tu hijo alguna vez en la que el rencor y el deseo de venganza hayan sido tan
fuertes que te hayan llevado a hacer algo de lo que luego te hayas arrepentido, como apartarte
de seres queridos. Y comenta también algún caso contrario, en el que haber sabido perdonar te
haya hecho sentir mejor. Explícale cómo te sentías cada una de las veces, para que sea capaz de
identificar esas situaciones y elegir la mejor opción.

Los últimos dinosaurios

En el cráter de un antiguo volcán, situado en lo alto del único monte de una región perdida en las
selvas tropicales, habitaba el último grupo de grandes dinosaurios feroces. Durante miles y miles
de años, sobrevivieron a los cambios de la tierra y ahora, liderados por el gran Ferocitaurus,
planeaban salir de su escondite para volver a dominarla.

Ferocitaurus era un temible tiranosaurus rex que había decidido que llevaban demasiado tiempo
aislados, así que durante algunos años se unieron para trabajar y derribar las paredes del gran
cráter. Y cuando lo consiguieron, todos prepararon cuidadosamente sus garras y sus dientes para
volver a atemorizar al mundo.

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Al abandonar su escondite de miles de años, todo les resultaba nuevo, muy distinto a lo que se
habían acostumbrado en el cráter, pero siguieron con paso firme durante días. Por fin, desde lo
alto de unas montañas vieron un pequeño pueblo, con sus casas y sus habitantes, que parecían
pequeños puntitos. Sin haber visto antes a ningún humano, se lanzaron feroces montaña abajo,
dispuestos a arrasar con lo que se encontraran...

Pero según se acercaron al pueblecito, las casas se fueron haciendo más y más grandes, y más y
más.... y cuando las alcanzaron, resultó que eran muchísimo más grandes que los propios
dinosaurios, y un niño que pasaba por allí dijo: "¡papá, papá, he encontrado unos dinosaurios en
miniatura! ¿puedo quedármelos?".

Así las cosas, el temible Ferocitaurus y sus amigos terminaron siendo las mascotas de los niños del
pueblo, y al comprobar que millones de años de evolución en el cráter habían convertido a su
especie en dinosaurios enanos, aprendieron que nada dura para siempre, y que siempre hay estar
dispuesto a adaptarse. Y eso sí, todos demostraron ser unas excelentes y divertidas mascotas.

Un minuto para pensar...

¿Te has dado cuenta de que, aunque sea poco a poco, todas las cosas cambian? ¿Cómo crees que
serán tu vida y el mundo cuando seas mayor? Muchos cambios no podemos controlarlos ni
evitarlos, pero otros sí ¿qué cosas te gustaría cambiar a ti?

Una buena conversación

Cuéntale a tu hijo alguna experiencia a la que hayas tenido que adaptarte en el pasado (como
tener hijos, por ejemplo) y explícale qué es lo que te resultó más difícil y cuáles fueron las cosas
buenas que sacaste de aquel cambio.

Un papá muy duro

Ramón era el tipo duro del colegio porque su papá era un tipo duro. Si alguien se atrevía a
desobedecerle, se llevaba una buena.

Hasta que llegó Víctor. Nadie diría que Víctor o su padre tuvieran pinta de duros: eran delgaduchos
y sin músculo. Pero eso dijo Víctor cuando Ramón fue a asustarle.

- Hola niño nuevo. Que sepas que aquí quien manda soy yo, que soy el tipo más duro.

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- Puede que seas tú quien manda, pero aquí el tipo más duro soy yo.

Así fue como Víctor se ganó su primera paliza. La segunda llegó el día que Ramón quería robarle el
bocadillo a una niña.

- Esta niña es amiga del tipo más duro del colegio, que soy yo, y no te dará su bocadillo - fue lo
último que dijo Víctor antes de empezar a recibir golpes.

Y la tercera paliza llegó cuando fue él mismo quien no quiso darle el bocadillo.

- Los tipos duros como mi padre y yo no robamos ¿y tú quieres ser un tipo duro? - había sido su
respuesta.

Víctor seguía llevándose golpes con frecuencia, pero nunca volvía la cara. Su valentía para
defender a aquellos más débiles comenzó a impresionar al resto de compañeros, y pronto se
convirtió en un niño admirado. Comenzó a ir siempre acompañado por muchos amigos, de forma
que Ramón cada vez tenía menos oportunidades de pegar a Víctor o a otros niños, y cada vez
menos niños tenían miedo de Ramón. Aparecieron nuevos niños y niñas valientes que copiaban la
actitud de Víctor, y el patio del recreo se convirtió en un lugar mejor.

Un día, a la salida, el gigantesco papá de Ramón le preguntó quién era Víctor.

- ¿Y este delgaducho es el tipo duro que hace que ya no seas quien manda en el patio? ¡Eres un
inútil! ¡Te voy a dar yo para que te enteres de lo que es un tipo duro!

No era la primera vez que Ramón iba a recibir una paliza, pero sí la primera que estaba por allí el
papá de Víctor para impedirla.

- Los tipos duros como nosotros no pegamos a los niños, ¿verdad? - dijo el papá de Víctor,
poniéndose en medio. El papá de Ramón pensó en atizarle, pero observó que aquel hombrecillo
delgado estaba muy seguro de lo que decía, y que varias familias estaban allí para ponerse de su
lado. Además, después de todo, tenía razón, no parecía que pegar a los niños fuera propio de tipos
duros.

Fue entonces cuando el papá de Ramón comprendió por qué Víctor decía que su padre era un tipo
duro: estaba dispuesto a aguantar con valentía todo lo malo que le pudiera ocurrir por defender lo
que era correcto. Él también quería ser así de duro, de modo que aquel día estuvieron charlando
toda la tarde y se despidieron como amigos, habiendo aprendido que los tipos duros lo son sobre
todo por dentro, porque de ahí surge su fuerza para aguantar y luchar contra las injusticias.

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Un minuto para pensar...

Todos admiramos a las personas valientes pero, para serlo, hay que estar dispuesto a enfrentar
algo que cuesta, duele o da miedo ¿crees que eso se puede hacer de repente, o hará falta
entrenarse para conseguirlo? ¿cómo podrías entrenarte para ello? ¿Cómo reaccionas cuando algo
sin mucha importancia te duele, te molesta, o te da miedo? ¿Podrías hacer algo para mejorar tus
reacciones?

Una buena conversación

La sociedad es mejor cuando las personas más fuertes, listas o valientes ponen sus cualidades al
servicio de todos los demás, en lugar de usarlas solo en su propio beneficio. Cuéntale a tu hijo
alguna vez en la que hayas ayudado a otros, y cómo te sentiste, y comparte también con él
alguna ocasión en la que hayan sido otros quienes te han ayudado, y lo que significó para ti.

El gran lío del pulpo

Había una vez un pulpo tímido y silencioso, que casi siempre andaba solitario porque aunque
quería tener muchos amigos, era un poco vergonzoso. Un día, el pulpo estaba tratando de atrapar
una ostra muy escurridiza, y cuando quiso darse cuenta, se había hecho un enorme lío con sus
tentáculos, y no podía moverse. Trató de librarse con todas sus fuerzas, pero fue imposible, así
que tuvo que terminar pidiendo ayuda a los peces que pasaban, a pesar de la enorme vergüenza
que le daba que le vieran hecho un nudo.

Muchos pasaron sin hacerle caso, excepto un pececillo muy gentil y simpático que se ofreció para
ayudarle a deshacer todo aquel lío de tentáculos y ventosas. El pulpo se sintió aliviadísimo cuando
se pudo soltar, pero era tan tímido que no se atrevió a quedarse hablando con el pececillo para ser
su amigo, así que simplemente le dio las gracias y se alejó de allí rápidamente; y luego se pasó
toda la noche pensando que había perdido una estupenda oportunidad de haberse hecho amigo
de aquel pececillo tan amable.

Un par de días después, estaba el pulpo descansando entre unas rocas, cuando notó que todos
nadaban apresurados. Miró un poco más lejos y vio un enorme pez que había acudido a comer a
aquella zona. Y ya iba corriendo a esconderse, cuando vio que el horrible pez ¡estaba persiguiendo
precisamente al pececillo que le había ayudado!. El pececillo necesitaba ayuda urgente, pero el
pez grande era tan peligroso que nadie se atrevía a acercarse.

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Entonces el pulpo, recordando lo que el pececillo había hecho por él, sintió que tenía que ayudarle
como fuera, y sin pensarlo ni un momento, se lanzó como un rayo, se plantó delante del
gigantesco pez, y antes de que éste pudiera salir de su asombro, soltó el chorro de tinta más
grande de su vida, agarró al pececillo, y corrió a esconderse entre las rocas. Todo pasó tan rápido,
que el pez grande no tuvo tiempo de reaccionar, pero enseguida se recuperó. Y ya se disponía a
buscar al pulpo y al pez para zampárselos, cuando notó un picor terrible en las agallas, primero,
luego en las aletas, y finalmente en el resto del cuerpo: y resultó que era un pez artista que
adoraba los colores, y la oscura tinta del pulpo ¡¡le dió una alergia terrible!!

Así que el pez gigante se largó de allí envuelto en picores, y en cuanto se fue, todos los peces
acudieron a felicitar al pulpo por ser tan valiente. Entonces el pececillo les contó que él había
ayudado al pulpo unos días antes, pero que nunca había conocido a nadie tan agradecido que
llegara a hacer algo tan peligroso. Al oír esto, los demás peces del lugar descubrieron lo genial que
era aquel pulpito tímido, y no había habitante de aquellas rocas que no quisiera ser amigo de un
pulpo tan valiente y agradecido.

Un minuto para pensar...

¿Has pensado la cantidad de peces simpáticos que seguro hay en el mar, y a los que el pulpo
nunca llegará a conocer si no consigue ser menos tímido? El pulpo se comunica con el pececito sin
necesidad de hablar, le basta con mostrar su gratitud. Si te cuesta mucho hablar directamente,
una alternativa es hablar con gestos amables y cordiales, como una sonrisa o un "gracias".

Una buena conversación


Si de pequeños alguno de los padres fuiste tímidos, comparte la historia con tu hijo y cuéntale
cómo lo superaste y cómo ha ayudado eso a nuestra vida.

El hada fea

Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista y amable de las
hadas. Pero era también una hada muy fea, y por mucho que se esforzaba en mostrar sus muchas
cualidades, parecía que todos estaban empeñados en que lo más importante de una hada tenía
que ser su belleza. En la escuela de hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una misión
para ayudar a un niño o cualquier otra persona en apuros, antes de poder abrir la boca, ya la
estaban chillando y gritando:
- ¡fea! ¡bicho!, ¡lárgate de aquí!.

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Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado hacer un
encantamiento para volverse bella; pero luego pensaba en lo que le contaba su mamá de
pequeña:

- tu eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que es así por alguna razón
especial...

Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a todas las hadas y
magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus propios vestidos, y ayudada por su
fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia
preparó una gran fiesta para todas, adornando la cueva con murciélagos, sapos y arañas, y música
de lobos aullando.

Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran hechizo consiguieron
encerrar a todas las brujas en la montaña durante los siguientes 100 años.

Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la inteligencia del hada fea.
Nunca más se volvió a considerar en aquel país la fealdad una desgracia, y cada vez que nacía
alguien feo, todos se llenaban de alegría sabiendo que tendría grandes cosas por hacer.

Un minuto para pensar...

Hay gente que es más guapa o más fea ¿Crees que eso les hace mejores o peores? ¿Piensas que
ser guapo o guapa es una ventaja para ser mejor persona, o podría ser un inconveniente? ¿Con
qué tipo de persona preferirías pasar una tarde: con una muy guapa o con una muy buena? ¿Por
qué?

Una buena conversación

“Seguro que es así por alguna razón especial”. En la vida hay que cosas que no nos gustan que
luego terminan siendo muy importantes. Seguro que puedes contarle a tu hijo alguna
experiencia personal en la que algo que parecía una desventaja o problema terminó resultando
fundamental en tu vida.

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El pingüino y el canguro

Había una vez un canguro que era un auténtico campeón de las carreras, pero al que el éxito había
vuelto vanidoso, burlón y antipático. La principal víctima de sus burlas era un pequeño pingüino, al
que su andar lento y torpón impedía siquiera acabar las carreras.

Un día el zorro, el encargado de organizarlas, publicó en todas partes que su favorito para la
siguiente carrera era el pobre pingüino. Todos pensaban que era una broma, pero aun así el
vanidoso canguro se enfadó muchísimo, y sus burlas contra el pingüino se intensificaron. Este no
quería participar, pero era costumbre que todos lo hicieran, así que el día de la carrera se unió al
grupo que siguió al zorro hasta el lugar de inicio. El zorro los guió montaña arriba durante un buen
rato, siempre con las mofas sobre el pingüino, sobre que si bajaría rondando o resbalando sobre
su barriga...

Pero cuando llegaron a la cima, todos callaron. La cima de la montaña era un cráter que había
rellenado un gran lago. Entonces el zorro dio la señal de salida diciendo: "La carrera es cruzar
hasta el otro lado". El pingüino, emocionado, corrió torpemente a la orilla, pero una vez en el
agua, su velocidad era insuperable, y ganó con una gran diferencia, mientras el canguro apenas
consiguió llegar a la otra orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque parecía que el
pingüino le esperaba para devolverle las burlas, este había aprendido de su sufrimiento, y en lugar
de devolvérselas, se ofreció a enseñarle a nadar.

Aquel día todos se divirtieron de lo lindo jugando en el lago. Pero el que más lo hizo fue el zorro,
que con su ingenio había conseguido bajarle los humos al vanidoso canguro.

Un minuto para pensar...

Todos tenemos alguna habilidad especial, aunque a veces cueste encontrarla ¿Qué es lo que se te
da bien a ti? ¿Y cuál te parece la mejor forma de usar esa habilidad? Fíjate en el canguro, todas las
habilidades que tiene solo las quiere para presumir ¿se te ocurre otra forma mejor en la que el
canguro pudiera usar su talento?

Una buena conversación

El pingüino seguro que tenía ganas de revancha, pero supo ganar con elegancia, sin humillar al
canguro, y eso les permitió acabar siendo amigos. Seguro que has vivido alguna historia parecida
y puedes compartirla con tu hijo para mostrarle que actuar sin rencor, aunque cueste, siempre
es más ventajoso.

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Los malos vecinos

Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al trabajo, y justo al pasar por delante
de la puerta de la casa de su vecino, sin darse cuenta se le cayó un papel importante. Su vecino,
que miraba por la ventana en ese momento, vio caer el papel, y pensó:

- ¡Qué descarado, el tío va y tira un papel para ensuciar mi puerta, disimulando descaradamente!

Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche vació su papelera junto a la puerta
del primer vecino. Este estaba mirando por la ventana en ese momento y cuando recogió los
papeles encontró aquel papel tan importante que había perdido y que le había supuesto un
problemón aquel día. Estaba roto en mil pedazos, y pensó que su vecino no sólo se lo había
robado, sino que además lo había roto y tirado en la puerta de su casa. Pero no quiso decirle nada,
y se puso a preparar su venganza. Esa noche llamó a una granja para hacer un pedido de diez
cerdos y cien patos, y pidió que los llevaran a la dirección de su vecino, que al día siguiente tuvo un
buen problema para tratar de librarse de los animales y sus malos olores. Pero éste, como estaba
seguro de que aquello era idea de su vecino, en cuanto se deshizo de los cerdos comenzó a
planear su venganza.

Y así, uno y otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez más exageradamente, y de aquel
simple papelito en la puerta llegaron a llamar a una banda de música, o una sirena de bomberos, a
estrellar un camión contra la tapia, lanzar una lluvia de piedras contra los cristales, disparar un
cañón del ejército y finalmente, una bomba-terremoto que derrumbó las casas de los dos
vecinos...

Ambos acabaron en el hospital, y se pasaron una buena temporada compartiendo habitación. Al


principio no se dirigían la palabra, pero un día, cansados del silencio, comenzaron a hablar; con el
tiempo, se fueron haciendo amigos hasta que finalmente, un día se atrevieron a hablar del
incidente del papel. Entonces se dieron cuenta de que todo había sido una coincidencia, y de que
si la primera vez hubieran hablado claramente, en lugar de juzgar las malas intenciones de su
vecino, se habrían dado cuenta de que todo había ocurrido por casualidad, y ahora los dos
tendrían su casa en pie... Y así fue, hablando, como aquellos dos vecinos terminaron siendo
amigos, lo que les fue de gran ayuda para recuperarse de sus heridas y reconstruir sus maltrechas
casas.

Un minuto para pensar...

¿Has pensado alguna vez que si normalmente no hacemos las cosas para hacer daño a los demás,
lo más probable es que los demás tampoco las hagan para molestarnos? ¿Por qué crees que
buscamos tan a menudo malas intenciones en lo que hacen otros?

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Una buena conversación
Cuéntale a tu hijo algún malentendido que te haya ocurrido alguna vez, y los problemas que se
ocasionaron.

Un estornudo muy sano

- ¡A quién se le ocurre estornudar delante de un libro de magia! ¡Hala! ¡Todas las letras volando! -
gruñó mamá troll.

- Ahora que estábamos a puntito de encontrar el hechizo para volvernos guapos… - se lamentó
papá troll.

- ¿Qué tal han caído las letras? - preguntó Trolita - ¿Se puede leer el libro, han quedado
desordenadas?

- Hummm, a ver, que vea… ¡peor!, no sirve para nada, se ha convertido en un libro de recetas…
¡Grrrrr! ¡Pero qué mala suerte! - rugió papá troll tirando el libro por la ventana.

Era normal que estuvieran enfadados. La familia troll había vivido una gran aventura para
conseguir aquel libro mágico. Era su única opción para dejar de asustar a todos con su horrible
aspecto. Pero un libro mágico es algo muy delicado, y papá troll era tan bruto…

Estropeado el libro, tuvieron que aceptar su aspecto y seguir con su vida. Pero como no tenían
más libros, la pequeña Trolita decidió quedárselo y preparar algunas de sus recetas.

- ¡Puajjj! No nos gusta esto. A partir de ahora te comes tú sola los platos de ese libro - gruñeron
papá y mamá troll.

Tiempo después pasó por allí un valiente caballero de brillante armadura. Al ver a Trolita junto a
sus padres, gritó:

- ¡No temáis, princesa! ¡Yo los libraré de esos horribles trolls!

Por supuesto, fue el caballero el que no se libró de un buen porrazo. Estaba aún tendido en el
suelo cuando Trolita vió el reflejo de la armadura. En su casa habían roto todos los espejos hacía
tiempo, así que sentía curiosidad. Se acercó para mirarse, y no pudo creer lo que vio ¡Parecía una
niña normal! Se miró varias veces y sí, tenía que ser ella, pero ¿cómo había dejado de ser un troll?

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El misterio no duró mucho. Pronto descubrieron que ninguno era un troll, pero que comían tan
pocas frutas y verduras que no veían bien, ni se curaban sus heridas, ni nada de nada… ¡por eso
tenían tan mala pinta! Y claro, en cuanto Trolita había empezado a comer las recetas de aquel libro
de verduras, se había quedado estupenda.

- Hubiéramos preferido la magia, pero dejar de parecer trolls comiendo tus recetas tampoco nos
costará tanto -terminaron diciendo los papás de Trolita. Claro que no les costó; enseguida se
acostumbraron y les gustaban muchísimo. Y cuando se hubieron aprendido todas las recetas,
buscaron algún niño antiverduras para regalarle el libro y evitar que acabara teniendo pinta de
troll.

Un minuto para pensar...

Los papás de Trolita deciden no probar sus recetas solo porque les sabían un poco raras, y así
perdieron la oportunidad de cambiar su aspecto ¿Has hecho tú alguna vez algo parecido? ¿Crees
que está bien dejar de hacer algo bueno porque cuesta un poco? Piensa en ejemplos de otras
cosas buenas que haces aunque te cuesten, y en cómo podrías hacer lo mismo con la comida.

Una buena conversación

Piensa en algún plato saludable que te guste de adulto pero no te gustara de niño, y cuéntale a
tu hijo cómo ocurrió el cambio. Explícale también tus secretos para vencer la dificultad de
probar cosas nuevas o con sabores raros, y háblale de lo fácil que es apasionarse por algunos
sabores que inicialmente pueden generar rechazo cuando se toman con cierta frecuencia,
poniéndole algún ejemplo personal.

Los juguetes ordenados

Érase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vio que estaba llena de
juguetes, cuentos, libros, lápices... todos perfectamente ordenados. Ese día jugó todo lo que
quiso, pero se acostó sin haberlos recogido.

Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios
correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su habitación, aunque el niño no
le dio importancia. Y ocurrió lo mismo ese día y al otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a
coger el primer juguete, éste saltó de su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!".

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El niño creía estar alucinado, pero pasó lo mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta que
finalmente uno de los juguetes, un viejo osito de peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no
queramos jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de nuestro sitio especial, que es donde
estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes lo difícil que es para los libros subir a las estanterías,
o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo incómodo y frío que es el suelo! No
jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en nuestras casitas antes de dormir".

El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había estado una vez
que se quedó dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo mal que había tratado a sus
amigos los juguetes, así que les pidió perdón y desde aquel día siempre acostó a sus juguetes en
sus sitios favoritos antes de dormir.

Un minuto para pensar...

¿Te das cuenta de que siempre que no recoges algo, tiene que hacerlo otra persona con su
esfuerzo?, ¿Has observado que los juguetes se estropean más cuando no se ordenan?

Una buena conversación

Habla con tu hijo sobre alguno de los juguetes favoritos de tu niñez, y de cómo su buen cuidado
permitió que durase más tiempo y llegara a ser ese juguete especial. Pregúntale cuáles son sus
juguetes especiales, y cómo le gustaría que estuvieran dentro de algunos años.

Un hueco en el belén

Simón era una pequeña figurita de plástico para poner en cualquier esquina de un belén navideño.
Había nacido en una gran fábrica en china y ni siquiera estaba muy bien pintado, así que siempre
le tocaba estar lejos del portal, rellenando cualquier hueco o dejándose mordisquear por los niños
de la casa. Pero quería mucho al Niño, quien todos los días le miraba y sonría desde el pesebre. Él
solo soñaba con que algún año le colocaran cerca del portal…

Una noche, poco antes de Navidad, María hizo llamar a todo el mundo.

- Necesitamos nuestra ayuda. Está a punto de empezar una gran guerra y Jesusito ha tenido que
irse para tratar de evitarla. Alguien tiene que sustituirle hasta que vuelva.

- Yo lo haré - dijo un precioso angelito-. No creo que sea difícil hacer de bebé.

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El angelito ocupó su puesto en el pesebre, así que otro angelito tuvo que ocupar el lugar que dejó
vacío. A ese otro angelito lo sustituyó un pastorcillo… y así muchas figuritas tuvieron que cambiar
sus puestos. Con los cambios, Simón terminó haciendo de pastor, mucho más cerca del portal de
lo que le había tocado nunca.

Pero no salió bien. El angelito era precioso y lloraba como un bebé, pero se notaba muchísimo que
no era el Niño. José tuvo que pedirle que se marchara y buscaron otro sustituto. Nuevamente las
figuritas cambiaron sus puestos y Simón terminó aún más cerca del portal.

El nuevo sustituto tampoco supo imitar al Niño. Y tampoco ninguno de los muchos otros que
siguieron probando durante toda la noche. Con los cambios, Simón llegó a estar bastante cerca del
portal. Emocionado, ayudaba en todo lo que podía: cepillaba los animales, limpiaba el establo,
llevaba el agua, charlaba con los ancianos, cantaba con los angelitos... Lo hizo tan bien que,
cuando por fin encontraron un buen sustituto, María y José le dejaron quedarse por allí cerca.

Era la más feliz figurita del mundo y solo una cosa le intrigaba: había ido por agua cuando eligieron
al sustituto y no había visto quién era. Siempre que miraba estaba cubierto por las sábanas y,
como nadie echaba de menos al verdadero Niño, Simón tenía la esperanza de que fuera el mismo
Jesús quien había vuelto. Un día no pudo más y, aprovechando que era temprano y todos
dormían, miró bajo las sábanas…

Cuando sacó la cabeza una enorme lágrima rodaba por su mejilla. María le miraba dulcemente.

- No está…

- Lo sé - dijo María-. No hay nadie. El sustituto de Jesús no está en la cuna. Eres tú, Simón.

- Pero si yo solo soy una figurita mal hecha…

- ¡No estarás tan mal hecha cuando has conseguido que nadie se dé cuenta de que no estaba!
Mira, Simón, tú has hecho lo que mejor se le da a Jesús: querer a todos tanto que se sientan
verdaderamente especiales ¿Verdad que lo sentías cuando Él te miraba cada día? Y los demás lo
sienten gracias a ti.

Simón sonrió.

- Jesús me ha pedido que sigas guardándole el secreto. Sigue buscando sustitutos como tú en cada
pequeño rincón del mundo, para convertirlo en un lugar mejor ¿Querrías seguir siendo el niño
invisible de este nacimiento?

¡Por supuesto que quería! Y así fue cómo Simón se unió a la inmensa lista de gente que, como
querría Jesús, celebran la Navidad haciendo que su pequeño mundo sea un poco mejor.

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Un minuto para pensar...

Simón no ha tenido mucha suerte en la vida, pero no pierde el tiempo quejándose de su situación
y al final consigue mejorarla ¿qué crees que habría ocurrido si se hubiera dedicado a quejarse y
protestar? ¿Te gustan los quejicas? ¿Crees que a la gente le gusta estar rodeada de quienes no
hacen más que quejarse? ¿Qué deberías hacer cuando las cosas no sean como a ti te gustaría?

Una buena conversación

Todos hemos vivido alguna situación en la que alguien que no esperábamos nos ha hecho sentir
importantes. Cuéntale a tu hijo qué sentiste en ese momento y la enorme capacidad
transformadora que tienen esos pequeños gestos en quienes los reciben, y buscad alguna forma
de hacer sentir especiales a las personas que os rodean.

Un agujerito en la luna

Cuenta una antigua leyenda que en una época de gran calor la gran montaña nevada perdió su
manto de nieve, y con él toda su alegría. Sus riachuelos se secaban, sus pinos se morían, y la
montaña se cubrió de una triste roca gris. La Luna, entonces siempre llena y brillante, quiso ayudar
a su buena amiga. Y como tenía mucho corazón pero muy poco cerebro, no se le ocurrió otra cosa
que hacer un agujero en su base y soplar suave, para que una pequeña parte del mágico polvo
blanco que le daba su brillo cayera sobre la montaña en forma de nieve suave.

Una vez abierto, nadie alcanzaba a tapar ese agujero. Pero a la Luna no le importó. Siguió
soplando y, tras varias noches vaciándose, perdió todo su polvo blanco. Sin él estaba tan vacía que
parecía invisible, y las noches se volvieron completamente oscuras y tristes. La montaña, apenada,
quiso devolver la nieve a su amiga. Pero, como era imposible hacer que nevase hacia arriba, se
incendió por dentro hasta convertirse en un volcán. Su fuego transformó la nieve en un denso
humo blanco que subió hasta la luna, rellenándola un poquito cada noche, hasta que esta se volvió
a ver completamente redonda y brillante. Pero cuando la nieve se acabó, y con ella el humo, el
agujero seguía abierto en la Luna, obligada de nuevo a compartir su magia hasta vaciarse por
completo.

Viajaba con la esperanza de encontrar otra montaña dispuesta a convertirse en volcán, cuando
descubrió un pueblo que necesitaba urgentemente su magia.

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No tuvo fuerzas para frenar su generoso corazón, y sopló sobre ellos, llenándolos de felicidad
hasta apagarse ella misma. Parecía que la Luna no volvería a brillar pero, al igual que la montaña,
el agradecido pueblo también encontró la forma de hacer nevar hacia arriba. Igual que hicieron los
siguientes, y los siguientes, y los siguientes…

Y así, cada mes, la Luna se reparte generosamente por el mundo hasta desaparecer, sabiendo que
en unos pocos días sus amigos hallarán la forma de volver a llenarla de luz.

Una paz casi imposible

Gigantes y dragones eran enemigos desde siempre. Pero habían aprendido mucho. Ya no eran tan
tontos de montar guerras con terribles batallas en las que morían miles de ellos. Ahora lo
arreglaban cada año jugando partidas de bolos. Un gigante contra un dragón. Quien perdía se
convertía en esclavo del ganador. Si un dragón ganaba tendría un musculoso gigante para todas
las tareas pesadas. Si lo hacía el gigante, tendría vuelos y fuego gratis para todo un año.

Así habían evitado las muertes, pero cada vez se odiaban más. Cada año los ganadores eran más
crueles con los perdedores, para vengarse por las veces que habían perdido. Llegó un momento en
que ya no querían ganar su partida de bolos. Lo que querían era no perderla.

Y el que más miedo tenía era el gigante Yonk, el mejor jugador de bolos. Nunca había perdido.
Muchos dragones habían sido sus esclavos, y se morían de ganas por verle perder y poder
vengarse. Por eso Yonk tenía tanto miedo de perder. Especialmente desde la partida del último
año, cuando falló la primera tirada de su vida. Y decidió cambiar algo.

Al año siguiente volvió a ganar. Cuando llegó a su casa con su dragón esclavo este esperaba el peor
de los tratos, pero Yonk le hizo una propuesta muy diferente.

- Este año no serás mi esclavo. Solo jugaremos a los bolos y te enseñaré todos mis secretos. Pero
debes prometerme una cosa: cuando ganes tú partida el año que viene, no maltratarás a tu
gigante. Harás lo mismo que estoy haciendo yo contigo.

El dragón aceptó encantado. Yonk cumplió su promesa: pasó el año sin volar ni calentarse.
También cumplió el dragón, y desde entonces ambos hicieron lo mismo cada año.

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La idea de Yonk se extendió tanto que en unos pocos años ya eran muchos los gigantes y dragones
que se pasaban el día jugando a los bolos, olvidándose de las luchas y los malos tratos, tratándose
más como compañeros de juegos que como enemigos.

Mucho tiempo después Yonk perdió su primera partida. Pero para entonces ya no tenía miedo de
perder, porque había sido él quien, renunciando a esclavizar a sus dragones, había terminado con
su odio, sembrando la primera semilla de aquella paz casi imposible entre gigantes y dragones.

La corta historia de los libros largos

Los pequelibros estaban tristes. Esta vez los grandes y famosos libros no solo se habían reído de
ellos, los habían echado.

- Pero si casi no se os puede llamar libros. Apenas tenéis letras y sois todo dibujos - había dicho un
libro de montones y montones de páginas de letra diminuta.

- No dejaremos que os coloquen a nuestro lado en la librería. ¡Sois libros de mentira! -dijo otro,
muy serio y elegante.

Pobres pequelibros: ni siquiera les dejaron un rinconcito en las librerías, ni en las bibliotecas.
Acabaron amontonados en desvanes y almacenes.

Los grandes libros estaban contentísimos. En las librerías ya solo entraba gente adulta e inteligente
porque ya no había allí nada que atrajera a los revoltosos niños. Estos se quedaban en la puerta,
así que los libros ya no tenían miedo de que los agarraran sin cuidado o les arrancaran y
ensuciaran las hojas.

Pasaron los años, y todos aquellos niños que no habían entrado en una biblioteca se hicieron
adultos.

- Ahora ya pueden entrar a conocernos y admirar nuestra sabiduría- pensaron los grandes libros.

Pero no. Esos adultos que habían crecido sin pequelibros no tenían ningún interés en los grandes
libros. ¡Eran demasiado largos! ¿Cómo iban a leer tantas páginas de golpe, si nunca habían leído
nada?

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Los grandes libros estaban desesperados. Las librerías cerraban, las bibliotecas parecían
abandonadas ¡nadie leía! Se reunieron todos, leyeron y leyeron millones de sus propias páginas y
descubrieron que aquello solo tenía una solución: tendrían que pedir perdón a los pequelibros,
hacerles volver y colocarlos en los mejores estantes.

Así consiguieron salvarse, haciendo leer a los niños poquito a poco, para que crecieran como
adultos que amasen los grandes libros. Y para que nadie olvidase lo que había estado a punto de
ocurrir, escribieron la historia en este pequelibro, y se lo regalan a todos los que miran a los libros
con pocas palabras y llenos de dibujos como si no fueran libros.

Un minuto para pensar...

A veces quienes se sienten importantes, como los libros para adultos, no se dan cuenta de que
necesitan de otros para serlo ¿A quién necesitas tú? ¿Quién te ha ayudado a hacer aquellas cosas
por las que sientes más orgullo? ¿Se lo has agradecido, o ni siquiera te habías dado cuenta? Esta
puede ser una buena ocasión para pedir perdón y dar las gracias.

Una buena conversación

Siempre hay libros que han marcado nuestro aprendizaje y personalidad. Háblale a tu hijo del
primer libro que recuerdes: trata de encontrarlo y buscar información sobre él y leerlo juntos, y
cuéntale por qué te marcó tanto. Haz lo mismo con otros libros que te hayan dejado huella: los
hijos admiran aquello de lo que sus padres hablan con pasión.

En busca del peor libro del mundo

Huno odiaba los libros y el mundo. Estaba enojado porque alguna vez le obligaron a leer, y
buscaba su venganza lleno de rabia. Por eso, cuando se enteró de que en una antigua biblioteca se
ocultaban los peores libros del mundo, decidió no parar hasta encontrarla. Pensaba hacerse con el
peor de todos, para obligar a leerlo a todos sus enemigos, y a todo el mundo.

Viajó por todas partes revisando libros y mapas, visitando antiguas ruinas, siguiendo pistas
mágicas y enigmas misteriosos. Escapó de ladrones de tumbas y contrabandistas, encontró
pergaminos perdidos, cruzó islas y volcanes hasta que, finalmente, descubrió la antigua y
abandonada biblioteca.

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Ninguno de los cientos de libros que encontró allí tenía título. Tendría que empezar a leerlos para
elegir el peor, y Huno abrió el primero. Era un libro de aventuras. Como a Huno le gustaba todo lo
que tuviera que ver con viajes y aventuras, leyó varias páginas seguidas. Para cuando se dio cuenta
de que aquel no podía ser el peor libro del mundo, estaba tan metido en la historia que ya no
pudo dejar de leerlo.

Al día siguiente Huno tomó otro libro que atrapó su imaginación aún más que el anterior, tal y
como ocurrió también un día después. Y así, cada día, tomaba un libro con la esperanza de
encontrar el peor libro del mundo, pero terminaba leyendo un apasionante libro de aventuras
hasta bien entrada la noche. Pasó varios años leyendo, disfrutando tanto que llegó a olvidar por
qué estaba allí, hasta que encontró, casi escondido, un libro distinto.

Cuando lo abrió, leyó la única frase escrita en la primera hoja: “Este es el peor libro del mundo”
¡Por fin! ¡Lo había encontrando! Impaciente, pasó la página para empezar a leer.

Pero la página estaba vacía, y también la siguiente, y todas las demás hojas del libro. Al verlas así,
abandonadas, esperando tener una historia que contar, Huno sintió una gran pena. En el fondo,
tenía tantas ganas de seguir leyendo que comprendió que era verdad que solo un libro sin escribir
podía ser el peor libro del mundo.

Pensó entonces que había llegado su momento y, tomando la pluma, comenzó a escribir todas sus
aventuras para llenar aquellas páginas en blanco. Escribió durante días y días, dando lugar a un
libro increíble. Pero no le puso título y, cuando terminó, lo colocó entre los demás y fue a comprar
un libro vacío. De vuelta en la biblioteca, escribió la primera hoja del libro vacío: “Este es el peor
libro del mundo” y lo dejó como él lo había encontrado. Y salió de allí esperando que el próximo
visitante de aquella mágica biblioteca tuviera una apasionante historia que contar.

Una vuelta al cole para valientes

El curso estaba a punto de comenzar, y Cony la conejita estaba asustada porque ese año iría a una
escuela nueva. Tanto, que el día de antes cavó una profunda madriguera y se encerró en ella.

- Yo no salgo de aquí. Seguro que hay animales malos en el nuevo cole. Y maestros que asustan.

Así que llamaron a la tía Eleonora, su madrina. Ella siempre sabía qué hacer.

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- No te preocupes, Cony. Te llevaré a varios colegios para elijas aquel en el que la gente te parezca
más amable.

Convencida la conejita, a la mañana siguiente visitaron una escuela con una pinta espantosa.
Tanto, que junto a la puerta había un vendedor de púas de erizo en llamas, tufo de mofeta y
cuernos de toro.

- No entres ahí sin estas armas -dijo el vendedor-. Podría pasarte cualquier cosa.

Cony compró de todo y entró con mucho cuidado. Efectivamente, ahí no había nadie amable. Ni
siquiera los cervatillos ni los koalas. Nadie le decía nada y Cony sentía que todos la miraban
esperando el momento de atacarla. En toda la visita no tuvo ni un segundo de tranquilidad.

- ¡Qué escuela tan horrible, tía! - dijo cuando salieron.- Espero que la de mañana sea mejor.

Sin embargo, la cosa no parecía mejor en la segunda escuela. Otro vendedor vendía productos
para protegerse. Le recomendó los dientes amenazantes y el caparazón guardaespaldas, y Cony se
los puso y entró a la escuela esperando lo peor…

Pero nada más entrar un pequeño erizo se acercó a saludarla y se mostró muy simpático. Al poco
un mono llegó sonriendo y le dio un gran abrazo. Así fue recorriendo la escuela rodeada de
animales encantadores.

Pero Cony era muy lista, y pronto descubrió algo raro.

- Tía. Este lugar se parece mucho a la escuela que visitamos ayer. Y a alguno de estos animales ya
lo he visto antes… Creo que todo esto es una trampa, ¡se hacen los simpáticos para atacarnos!

- Pero qué lista eres, sobrina - dijo Eleonora- no hay forma de engañarte. Pero no es ninguna
trampa… mírate en ese espejo.

La conejita fue a mirarse. Los dientes amenazantes que había comprado no daban ningún miedo.
Al contrario, parecía que Cony tenía una grandísima sonrisa. Además, detrás de su caparazón
había un mensaje que decía “Me encantan los abrazos” y un pulgar hacia arriba. La verdad es que
tenía un aspecto adorable.

- Mira ahora la foto que te hice ayer- siguió su tía, mostrándole la pinta que tenía con sus púas de
erizo encendidas, su cara seria y su cuerno de toro.

- Vaya. Dan ganas de salir corriendo solo de verme - dijo Cony.

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- Y eso es lo que pasó, cariño. Ayer no fueron amables porque tú no parecías nada amable. Pero
hoy, esos mismos niños están encantados de estar y jugar contigo porque pareces mucho más
simpática…

Cony entendió enseguida la trampa de su tía, y fue corriendo a ver al vendedor de la puerta, que
no era otro que su papá disfrazado. Le dio un gran beso y le dijo:

- Gracias, papá, ya no tengo miedo de ir al cole. Ahora sé que yo misma puedo ayudar a que todos
sean mucho más amables conmigo.

Eso sí, por si acaso, guardó en un bolsillo sus dientes amenazantes, por si algún día le costaba un
poco más sonreír.

Un minuto para pensar...

Igual que a nosotros puede inquietarnos lo que vayan a hacer los demás, los demás también se
pueden sentir temerosos ante nosotros ¿Has pensado alguna vez cómo te ven los demás? ¿Qué
crees que podrías hacer o decir para que quienes no te conocen se sientan más a gusto contigo la
primera vez? Piensa si podrías actuar con otras personas de la manera en la que te gustaría que te
trataran cuando no las conoces, porque igual ellas tienen tus mismas preocupaciones.

Una buena conversación

El temor a lo desconocido hace que resulte más difícil y de más miedo comenzar en nuevos sitios
o con nuevas personas. Cuéntale a tu hijo alguno de esos primeros días en el trabajo o en alguna
otra circunstancia similar en la que estuvieras especialmente inquieto, y que al final resultara
todo bien y fuera origen de grandes experiencias y amistades.

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