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LA PROXIMA CATASTROFE QUE ESTA POR VENIR

Detrás de la guerra que se vive en Ucrania, se está desarrollando un problema alimentario global
que comenzó con la pandemia en 2019 y que se volvió apremiante con el inicio de la invasión rusa.
Hablemos del hambre, de su origen y de sus consecuencias.

En la actualidad, 820 millones de personas en todo el mundo no pueden resolver sus necesidades
alimentarias. En total, 2.000 millones tiene problemas moderados o graves de acceso a suficientes
nutrientes, según el Banco Mundial. El hambre se esparce como una plaga. Ese escenario tiende a
agravarse en la medida que la guerra en Ucrania no se resuelve y todo el sistema de comercio
global comienza a resentirse. La inflación es solo una de las facetas visibles del desafío. El riesgo de
una hambruna se asoma en varias regiones del planeta.

El problema que plantea el conflicto en Ucrania es que sacó del mercado a una parte importante
de los recursos alimentarios. Por ejemplo, el 30% del trigo, entre otros productos que exportan
Rusia y Ucrania en conjunto, no están disponibles por las bombas y las sanciones. Ese faltante
debiera sustituirse momentáneamente con fuentes alternativas y existencias acumuladas. Fuera
del trigo y el aceite vegetal, otras regiones producen cantidades considerables de alimentos.
Quizás el problema sea mas complejo que la oferta rusa y ucraniana.

Es fácil de corroborar que no se trata de un problema de disponibilidad. En 2020 la producción


mundial de trigo fue de 763 millones de toneladas. En 2021, de 780 millones, crecimiento que se
logró pese a las restricciones sanitarias globales y la caída económica global, Si se analiza la
producción y los stocks disponibles de otras fuentes de proteínas no parece haber disminuido la
oferta global como para explicar la hambruna. La demanda sigue intacta. El problema es que la
guerra rompió el sistema de intercambio que se resquebrajaba desde 2019.

La FAO (Organización para los Alimentos y la Agricultura) creó en 1990 el índice de precios de
alimentos para medir el costo mundial de los nutrientes. Entre febrero y marzo, coincidiendo con
el inicio de la invasión rusa, registró un saltó del 12,6%. El más alto de su historia. Si se observa en
detalle, indica una suba del 19,7% en el trigo, 19% del maíz, 27% de la cebada, 23,2% en aceites
vegetales, el 4,8% en carnes, del 6,7% en el azúcar y 2,6% en lácteos. Algunos desastres naturales y
pestes en países productores, contribuyeron más a esa subida de precios.

El inconveniente está entonces en la posibilidad de acceso porque el precio de los alimentos a


nivel global subió 17,9 puntos desde el comienzo de la invasión. Y en paralelo se devaluaron las
monedas del Tercer Mundo en un proceso iniciado con la recesión del COVID en 2019. Una
moneda más débil frente al dólar o el euro implica que el precio de los alimentos importados le
gane al salario local y por lo tanto que se dificulte al acceso a nutrientes con igual cantidad de
dinero. A mayor proporción de alimentos importados, mayor impacto en los precios.

Tomemos el ejemplo de Colombia que importa el 30% de sus alimentos. En 2021 su moneda
perdió el 16% de su valor frente al dólar. El incremento interanual de alimentos fue del 25,37%. Su
aumento, del 4% en abril, impulsa el índice general de inflación del 8,53% anual, Como en otros
países, esa inflación se explica por una serie compleja de factores mayormente relacionados con la
guerra y otros que son arrastre de la situación generadas por el Coronavirus. Vamos a repasarlos
en detalle uno a uno para ver toda la secuencia.

Para llevar la producción a los mercados hacen falta fletes. Con el crack del COVID multiplicaron su
precio. Un container de 2.000 dólares pasó a costar 14.000. Esos costos subieron aún mas con la
suba del 30% del combustible a causa de la invasión a Ucrania, Además, el combustible es usado
para industrializar los alimentos, desde la molienda hasta la fabricación de productos más
elaborados como un lácteo saborizado o una hamburguesa. Todo suma para encarecer los precios.
Vamos entendiendo el fondo del problema, Además, el conflicto cerró el mercado de fertilizantes
ruso y ucraniano y elevó su precio hasta un 100% en dólares. Con esa suba tanto puede suceder
que baje la productividad de zonas agrícolas como que se eleve el precio de sus productos y a
futuro complique el panorama.

La recesión global desde 2019 que provocó una caída en los intercambios y por lo tanto de las
ventas de materias primas, que se agudizó con la crisis provocada por la guerra. Menos ventas,
menos ingresos de divisas, monedas más débiles. Hoy, esa situación se nota en las alacenas, Y por
eso tiene que sumarse en cada país la inflación provocada por el aumento de gastos políticos y
decisiones erradas que impactan en el índice general de precios, como sucede en Argentina en
donde la emisión monetaria sumó un factor que elevó la proyección anual al 108%.

Luego del problema nutricional o económico, se descubre que Las zonas de hambruna coinciden
casi en su totalidad con escenarios de inestabilidad interna y conflictos armados. Es lógico que
ante la desesperación las posiciones se radicalicen y la violencia se abra paso como salida. Es el
caso de Afganistán y el régimen talibán, el norte de Etiopia con su conflicto interno, Sudán del Sur
y la disputa entre el presidente Kiir y su vice Machar, Siria con su eterna guerra civil, la inviable
Somalia y Yemen con la lucha entre el gobierno y las fuerzas hutíes. En total y según la FAO,
existen 47 países en estado de emergencia alimentaria. Además de la violencia, el otro factor
común son territorios de baja productividad y economías debilitadas cuya moneda y economía son
extremadamente débiles para acceder al mercado global.

Si la hambruna está en una zona de guerra alejada de los centros de producción o de acopio de las
importaciones, al mayor costo del combustible se le debe adosar la distancia -a veces son zonas
muy remotas- lo cual encarece los alimentos y dificulta la asistencia humanitaria. Es lo que sucede
en el norte de Etiopía, en Somalia y en Afganistán en donde la ayuda humanitaria es tomada como
botín por los grupos paramilitares o gubernamentales por lo que la asistencia externa no resuelve
el problema. Es un factor que nada tiene que ver con la economía.

Tomando todos estos elementos, se entiende por qué la crisis alimentaria no es solo de países sino
de zonas sociales dentro de ellos que presionan políticamente a sus dirigencias y previsiblemente
conducen a conflictos o los recrudecen a causa del hambre. En todo el mundo, Tampoco es
correcto decir que solo los países pobres sufren hambruna. En los que están en vías de desarrollo
e Incluso en los desarrollados hay dificultades para acceder a alimentos por el nivel de precios
desde 2019 en adelante. Estos bolsones de pobreza, son un fenómeno global.

En la medida que la inflación global se suma a la local, el peso de los alimentos en los presupuestos
particulares crece y se superpone con el costo creciente de la energía. Por eso la cuestión
alimentaria no se limita a la hambruna y afecta a todos los habitantes del planeta, Este panorama
explica entonces porque al COVID y la guerra le continuará una crisis alimentaria y política que aún
no mostró sus efectos más graves sobre la estabilidad global porque aún pasó un tiempo
relativamente corto, 9 semanas, desde el avance ruso sobre Ucrania.

Todavía queda ver el efecto de la crisis energética en Europa y China, una por el gas ruso y la otra
arrastrada desde 2020. Si reducen su actividad económica disminuirá la compra de materias
primas y con ello la disponibilidad de divisas para comprar alimentos en el Tercer Mundo, Todo se
relaciona porque vivimos en una aldea global en donde una fisura en la pared afecta toda la
estructura del edificio común. Mas allá de la posición de cada cual respecto al conflicto,
eventualmente sus efectos deben llegar al conjunto a la hora de comer. O de no comer.

Por ahora la crisis es afrontada con existencias previas a la invasión en los países y los depósitos de
los organismos multilaterales. Pero el tiempo pasa y si Putin insiste en sostener la invasión hasta
que cedan a sus pretensiones, el hambre se convertirá en un dilema global. En Yemen calculan que
en 2 meses afrontaran una catástrofe alimentaria por el agotamiento de reservas. En Somalia,
creen que lo peor llegará en 6 meses por las sequías. La falta de lluvia sugiere que Honduras y Haití
sufrirán una situación similar quizás antes de fin de año.

Siria ya no cuenta con la asistencia usual de Rusia. El Líbano importa el 80% de su trigo de la zona
de conflicto. Un 20% de la población está en emergencia alimentaria. En Myanmar, el conflicto
interno retrasó las cosechas. En Afganistán el 50% de la población padece hambre, El FMI creó un
fondo especial de hasta 44.000 millones para asistir a los estados ante la crisis provocada por la
guerra. Pero las necesidades alimentarias de los países vulnerables son muy grandes y
demandarán cantidades mayores para paliar el hambre a medida que pasen los meses.

Para darse una idea del volumen de dinero que implican los alimentos, en 2021 Egipto importó el
85% del trigo que consume de Rusia por 5.200 millones de dólares para sostener a sus 102
millones de habitantes. Representa más del 10% de la asistencia total del FMI para el mundo. 45
naciones africanas dependían del trigo ruso o ucraniano. Ahora deben buscar otras fuentes con
precios al alza. Solo en la región del Cuerno de África, hay 200 millones de personas en esa
situación, el doble que en Egipto. En Congo, Nigeria y Etiopia, otros 400 millones.

El aumento de los alimentos en cada país sumado a la crisis energética provocada por la invasión
rusa, podría favorecer el avance de opciones políticas extremas en las democracias o mayor
represión en las autocracias. Miremos a Francia y a Cuba. Es una perspectiva preocupante, No es
una advertencia sin sentido: en la disputa entre Occidente y Rusia -y sus aliados- el controlar
recursos en la periferia podría conducir a enervar conflictos como durante la Guerra Fría. El
hambre es la excusa perfecta para movilizar a las sociedades en una u otra dirección.

Esto es particularmente importante en países como Venezuela que tiene la mayor reserva mundial
de crudo e importa el 75% del alimento que consume su población. Bastaría que las potencias se
disputen un cambio de régimen o sostener el statu quo para desatar un conflicto grave, O que,
desde el extremo opuesto, que algún grupo propicie enfrentamientos internos o un cambio
profundo en el sistema de gobierno para crear otro inspirado en Moscú o Pekín montándose en el
descontento por problemas al acceso a los alimentos o por el hambre en zonas determinadas.

Según la ONU, entre 2019 y 2020 aumento un 30% la pobreza en América Latina. 210 millones de
los 660 millones de habitantes de Latinoamérica y el Caribe, son pobres Los latinoamericanos en
situación de pobreza extrema pasaron de 81 a 86 millones en ese lapso. Si vamos a las cifras del
hambre latinoamericano, en el mes anterior a la guerra el número de personas con inseguridad
alimentaria creció en 13,8 millones hasta alcanzar los 59,7 millones. En total, hay 42 millones
subalimentados. Con la guerra, esas cifras van a crecer, 18 de los 33 países que forman la
comunidad latinoamericana son importadores netos de alimentos, es decir que compran más
nutrientes de lo que producen. Es una señal de riesgo político urgente si las economías regionales
siguen sufriendo el impacto de la guerra en Ucrania.

Centroamérica concentra el 12% de la importación regional. En el ranking de los 10 mayores


importadores mundiales de alimentos está México. También China y Rusia, la Unión Europea y
EEUU, todas potencias nucleares. Eso conduce a la última alerta: las migraciones por hambre.

Las migraciones fueron siempre consecuencia directa de factores como violencia, acceso a bienes
y, sobre todo, el hambre. Una crisis alimentaria prolongada desataría una nueva oleada migratoria
hacia las regiones mejor abastecidas, principalmente hacia los países desarrollados. No es un
pronóstico infundado; a cada hambruna le sigue un éxodo masivo y las sociedades occidentales
deberían prever que en el futuro se produzcan llegadas legales e ilegales que presionen aún más la
situación planteada por la recesión y la inflación que hoy atraviesan.

Occidente todavía no adivina que hacer frente a una crisis que ya comenzó a afectar sus hogares y
que ya toca a sus puertas y puertos. Atareada con Ucrania y aun reaprendiendo el arte de la
respuesta colectiva, no advierte otro enorme riesgo que se asoma en su futuro, La inestabilidad de
regiones haría más difícil reponer las materias primas que dejaron de fluir desde Rusia. además,
podría hacer retroceder 33 años en la historia y reflotar decenas de conflictos. La recuperación
sería sustituida por una lógica guerrera que ya se probó insensata.

Mientras vuelan las balas en Ucrania, otro drama se viene desplegando en el resto del mundo
como consecuencia de la invasión y que refuerza una crisis que comenzó con el aleteo de un
murciélago en una olla china en Wuhan. Ya llevamos tres años sin ver lo que se avecina, y para a
los que siguen con el tema de Twitter y el dinero que podría haberse usado para terminar con el
hambre: sepa que, en 2021 Musk pagó 7 mil millones en impuestos al fisco de EEUU, mil millones
más de los que aportó ese país a organismos multilaterales para paliar el hambre en el mundo

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