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MEDITACIÓN

Señor mío y Dios mío,


Creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes
Te adoro con profunda reverencia
Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración
Madre mía inmaculada, San José mi padre y señor, ángel de mi guarda, interceded
por mi

Es muy común la escena de un buen estudiante, que ha ido a todas las clases en la
universidad, que ha participado, que ha levantado la mano en casi todas las
asignaturas, que ha llevado la materia al día, que ha hecho los deberes y que cuando
se encuentra con las notas altas, se siente feliz, claro.
Es lo lógico, lo ha dado todo, y que feliz se siente uno cuando la recompensa que le
dan es la que cree que se merece.
Lo que pasa es que llega un día en el que, comentando con otros de la clase, se
entera de que hay un compañero suyo que ha ido poco a clase, que nunca levantaba
la mano para aportar nada, que copiaba las tareas, que ha estudiado los últimos días
y que obtuvo las mismas notas que él. Un 10, la nota máxima. Y entonces esa
felicidad repentinamente se desmorona.
¿Pero cómo es posible? ¡Pero qué injusticia! Yo que lo he dado todo, al final recibo lo
mismo que este, que se ha dedicado a salir de fiesta, a vaguear, a ir con lo mínimo,
pero luego llega la última semana, el tío se pone las pilas y saca sobresaliente.
Con esa actitud, este buen estudiante, lo que demuestra es que no le importaba
tanto sacar el 10, como sacar más nota que nadie, ser el mejor. Él había fijado las
reglas del juego y había decidido los criterios para evaluar. Y al final, lo que podría ser
una gran alegría, se convierte en una tremenda decepción.
Jesús en el evangelio de hoy, presenta de una forma parecida a ese profesor que
pone grandes notas a personas que pensamos que no merecen tanto. Y cuando los
que llevan soportando el peso del día, y del calor se te quejan, dices: ¡Ojo! ¡Quietos!
¿A dónde van?
Es que yo soy bueno y ahí está el punto de la cuestión.
- “Pero, ¡es que… Jesús… nos molesta a veces que seas tan bueno! -
Este pasaje nos recuerda a la parábola del hijo pródigo: - “Pero no puede ser verdad,
no es justo, no hay derecho que al hijo pequeño que pide la herencia y viviendo de
cualquier manera, cuando llega arrepentido, le preparas una fiesta… y al pobre hijo
mayor, siempre a tu lado, nunca se la hiciste”-
Y quizás no caemos en la cuenta de que ese hijo que se portó tan mal, al final
demostró que valoraba a su padre, que necesitaba a su Padre y no podía vivir sin su
Padre. Y el mayor, que no es que fuera malísimo, quizás había caído en la rutina, en
el acostumbramiento, en esa pereza existencial de no valorar lo que uno tiene cerca
y no fue capaz de percibir aquello que le reprochó el padre: - “Todo lo mío es tuyo”-
Jesús, al leer este pasaje del Evangelio, nos propone mirar dentro de nosotros y
preguntarnos muchas cuestiones, porque a lo mejor soy como esos que se quejan
cuando les da el mismo premio a aquellos que han llegado más tarde.
- “Valoro trabajar en tu viña, valoro poder comulgar, valoro poder pedir y recibir la
absolución, poder rezarte, poder sentirte cerca”-
Y pienso en aquel estudiante que no valoraba lo que hacía. No valoraba que, yendo a
clase, participando, llevando la materia al día y haciendo las tareas ya estaba
recibiendo un gran premio. Se estaba enriqueciendo como persona, estaba
respondiendo a su vocación, estaba creciendo. El premio no está al final. El premio
nos va acompañando por el camino, porque el premio es tener a Jesús.
Concédeme tener esa necesidad de ti. Lo que sintieron los que trabajaron a última
hora. La que sintió el hijo pródigo, la que sintió la mujer samaritana, con esa vida
desordenada y que descubrió en aquel hombre cansado, al Mesías que buscaba sin
saberlo.
Tú tienes en cuenta nuestra necesidad, Jesús. No eres frío, calculador, como somos
nosotros a veces.
“Ese propietario sabe que los obreros de la última hora tienen las mismas
necesidades que los otros. También ellos tienen niños a los que alimentar, como los
tienen los de la primera hora.
Dando a todos, la misma paga, el propietario muestra no tener solo en cuenta el
mérito, sino también la necesidad.
Ojalá Jesús, ante una persona que se convierta a último momento, yo pueda gritar:
¡Gracias, que alegría! Sentirme feliz porque se haya acercado a ti y sentirme feliz,
sobre todo, porque yo llevo cerca de ti mucho tiempo.
Que jamás vea la vida espiritual como una carga, como una mochila pesada o como
algo que me atrapa. Yo yendo a Misa, yo haciendo oración, yo luchando con mis
pecados y llega esa de ahí, cambia de vida y de repente se pone a mi altura. Este
“fresco” que hizo tanto daño y ahora está sentado en el primer banco, porque dice
que se encontró contigo, Jesús y que quiere re estructurar su vida… ¡Que yo nunca
razone así, Jesús!
Que cada conversión, cada persona de última hora, cada conocido que se decida a
cambiar de vida, sea recibido con una inmensa alegría por mi parte.
Que yo pueda pensar: “Lo que se ha perdido ese pobre” “Lo que te has perdido tú,
que no has podido estar tan cerca de Jesús, porque todo lo que yo he vivido no ha
sido una carga, sino un descanso, una liberación, una vida que merece la pena. Soy
amigo de Jesús, le quiero, me siento sostenido por Él, tengo una intimidad, fruto de
los años, que no cambio por nada del mundo.
Mi premio lo he recibido estando cerca de ti, porque el cielo no viene al final, sino
que puedo vivirlo ya ahora, Jesús, si me siento cerca de ti y si vivo sintiéndote cerca
de mí.
El Papa Benedicto XVI decía: “Ser llamados ya es la primera recompensa. Poder
trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye
de por sí, un premio inestimable, que compensa toda fatiga”
Pero eso sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino. Por el contrario, quien
trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable
tesoro.
Te pido también, Jesús, que me ayudes a no creérmelo, que yo ha abandonado tu
viña muchas veces, que me he cansado por lo que sea, por un sufrimiento, por una
mala racha, un pecado que me avergonzaba y me he quedado a distancia y cuando
me volví a ti, me recibiste y no me dijiste: - “Pues te quedas sin premio”- Sino que me
volviste a dar todo, la vida eterna en mí.
Qué más podemos recibir de ti, Jesús, si habitas en nosotros, nos llenas con tu gracia,
nos alimentas con tus sacramentos, nos prometes la felicidad eterna. Nos donas tu
gracia, nos das más de lo que merecemos.
Gracias Jesús por tu magnanimidad. Tu paz, tu consuelo, tu luz, que es el cielo, que
es la felicidad

Te doy gracias Dios mío


Por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en este
rato de oración. Te pido ayuda para ponerlos por obra.
Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded
por mí.

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