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La protección social está dirigida a responder tanto a los riesgos que enfrenta toda la población
como a los problemas estructurales de la pobreza y la desigualdad. Se vincula a la lucha contra la
pobreza y la desigualdad. En particular, la protección social debiera garantizar un grado de
bienestar que posibilite sostener niveles de calidad de vida considerados básicos para el desarrollo
de las personas, facilitar el acceso a los servicios sociales y fomentar el trabajo decente (Cecchini y
Martínez, 2011).
Desde un enfoque de derechos Se recomienda desarrollar sistemas integrales de protección social,
con clara vocación universalista. i) jubilaciones, pensiones y otras transferencias monetarias a
adultos mayores; ii) transferencias monetarias a familias con hijos; iii) acceso a servicios y
aseguramiento de salud, y iv) protección a los trabajadores (como seguros de enfermedad,
accidentes y desempleo, indemnizaciones, horas extra y licencias) (Cecchini, Filgueira y Robles,
2014).
La protección social contra los riesgos cumple un importante papel en la promoción de derechos.
Pero, ¿Qué son estos riesgos? Riesgos tales como la enfermedad, las restricciones para satisfacer
necesidades de cuidado de niños y personas dependientes o con discapacidad, los episodios de
desempleo y subempleo, y la pérdida o radical disminución de ingresos en la vejez son factores
determinantes del bienestar presente y futuro de todos los individuos, que se ven afectados con
diversa duración e intensidad.
Tal como lo ha planteado la CEPAL, un sistema de protección es más que una estructura
institucional; es un acuerdo político al que concurre la sociedad para establecer las bases sobre las
que desea construir y regular su convivencia. La CEPAL ha formulado el principio de universalidad
consiste en garantizar a todos los miembros de la sociedad determinadas protecciones o
beneficios en forma de derechos, con la calidad y en la cantidad que se consideran necesarios para
una participación plena en la sociedad. Con este principio, se pretende que todos los individuos
cuenten con la certeza de que se les asegura el máximo bienestar permitido por el desarrollo
económico en un momento dado. La universalidad está íntimamente vinculada con el principio de
solidaridad, que a su vez postula la participación en el financiamiento de la política social de
acuerdo con la capacidad económica individual.
Como las barreras afectan principalmente a las personas más pobres, la selectividad debe
entenderse como el instrumento o conjunto de instrumentos que permiten orientar la acción,
particularmente la asignación de subsidios, para que la población carente de recursos económicos
pueda acceder a los servicios y garantías sociales.
Más allá de los indispensables programas de carácter focalizado, la superación de la pobreza está
íntimamente asociada con la superación de las exclusiones y la convergencia de las prestaciones
respecto de la amplia gama de las políticas sociales que abarcan, entre otros, a los sistemas de
protección social. A su vez, para ampliar la cobertura y la calidad de la protección social es
indispensable actuar en los ámbitos de la estructura productiva y del mercado laboral. Para
avanzar, deben plantearse relaciones virtuosas con dinámicas del mercado laboral capaces de
ampliar las oportunidades de trabajo decente, ya que el desarrollo histórico de la protección social
está vinculado con la legislación laboral, las regulaciones de las condiciones de trabajo y de los
despidos, los convenios colectivos, las políticas de capacitación y educación, etc.
1) extensión de la cobertura y ampliación de los montos de las transferencias para que sean
al menos suficientes para garantizar la superación de la extrema pobreza.
Es necesario que desde el Estado se busque acercar la oferta pública a las familias mediante
mecanismos de búsqueda activa que ya se han puesto en práctica en algunos países de la región:
como Chile, con el programa Puente y Chile Solidario, y más recientemente el Brasil, que hizo de
este mecanismo uno de los ejes prioritarios del plan Brasil sem Miséria. Las transferencias de
ingreso para la superación de la pobreza tienen un impacto redistributivo y se financian con
recursos fiscales.
Desde un enfoque de derechos y de inclusión social y con fundamento económico, existen buenas
razones para defender el aumento del monto y de la cobertura de los programas de transferencia
de ingresos: En términos prácticos, y más aún en términos éticos, es importante evitar el colapso
de las economías de hogares, Como la región es frágil en cuanto a estabilizadores automáticos
frente a crisis y choques, se acentúa el papel que los sistemas de garantía de ingresos puedan
jugar en contextos adversos, para contrarrestar los efectos negativos de estas situaciones en el
bienestar y sostener la demanda interna.
Las principales medidas que se vienen implementando con ese objetivo, se refieren a programas
de capacitación y formación profesional, intermediación laboral, asistencia técnica y crédito para
emprendimientos rurales y urbanos. Sin embargo, mejorar la inserción laboral de personas con
bajos niveles educativos es una tarea de largo plazo, que requiere políticas de educación, apoyo
psicosocial y otras medidas que también consideren las dificultades adicionales que pueden
presentarse en el caso de las mujeres, los jóvenes, los pueblos indígenas.
Siguiendo este principio, hay que evitar reproducir tratos discriminatorios hacia las personas que
viven en condición de pobreza, especialmente las mujeres, los jóvenes, los pueblos indígenas. Para
ello, debe tomarse en cuenta tanto una perspectiva de ciclo de vida, como la pertinencia cultural y
el enfoque étnico y racial de las acciones de los programas, incluida la oferta de servicios de salud
y educación, los procesos administrativos y las acciones de inclusión laboral y productiva.
Los programas de inclusión laboral y productiva ponen sobre la mesa uno de los mayores desafíos
para la inclusión social en la región: la articulación y armonización entre política económica,
políticas productivas y laborales y política social.
Entre los ámbitos de la sociedad que producen, exacerban o mitigan desigualdades, el más
decisivo es el mundo del trabajo, ya que en él se genera la mayor parte del ingreso de los hogares
en América Latina y el Caribe, así como las desigualdades inherentes a su distribución. Ahí se
constituyen y reproducen otras desigualdades igualmente relevantes, relacionadas a la
participación y el acceso a las diferentes ocupaciones y puestos de trabajo y a la protección social,
dimensiones en las que las asimetrías de género, raza y etnia son muy significativas.
Por lo tanto, se requieren políticas que promuevan el trabajo decente. Esto incluye, entre otras
medidas, implementar políticas macroeconómicas, productivas y sectoriales favorables a la
generación de empleos de calidad, promover la formalización del trabajo y de la economía
informal, fomentar la autonomía económica de las mujeres, ampliar las oportunidades de
construcción de trayectorias de trabajo decente para los jóvenes y desarrollar políticas y
regulaciones de conciliación entre trabajo y familia, avanzar en políticas de valorización del salario
mínimo, implementar o fortalecer medidas de protección al empleo (como los seguros de
desempleo), prevenir y erradicar el trabajo infantil y el trabajo forzoso, , garantizar los derechos de
organización sindical.
. Según la CEPAL (2014a), el fortalecimiento del salario mínimo ha sido uno de los motores
principales para la reducción de la pobreza y la desigualdad en la región. Además de elevar el
piso de la estructura salarial formal, el salario mínimo sirve como referencia para los salarios
del sector informal.
La experiencia internacional también indica que el salario mínimo puede tener un efecto
positivo en la reducción de las brechas de ingreso entre hombres y mujeres, ya que estas están
sobrerrepresentadas en la base de la pirámide salarial y en general es mayor la proporción de
ocupadas que reciben un ingreso equivalente a un salario mínimo en comparación con los
ocupados.
Existe, por lo tanto, espacio para incrementar el aporte femenino, ya sea por medio de la
ampliación de las tasas de participación laboral de las mujeres o mediante la eliminación de las
desigualdades de ingreso, con efectos importantes sobre la reducción de la pobreza y la
desigualdad. Para reducir las brechas de género en el mercado laboral se requieren políticas
que: i) incrementen la participación de las mujeres en el mercado de trabajo remunerado y
aumenten sus oportunidades de trabajo decente mediante la articulación de políticas activas
de mercado de trabajo con la adopción de sistemas o políticas de cuidado; ii) contribuyan al
desarrollo y adecuación de sus calificaciones (en especial para aquellas con menores niveles
educativos); iii) fomenten su inserción en sectores de alta productividad y en diferentes
ocupaciones
A la desigualdad del ingreso determinada por la inserción laboral, se suman otras, relacionadas
con aspectos políticos, sociales y culturales, y con mecanismos de discriminación que se
reproducen en diversos ámbitos socioeconómicos, como el trabajo, la salud, la educación, la
cultura y la participación política y ciudadana.
La discriminación étnica y racial hunde sus raíces en la historia de América Latina y el Caribe y
significó el confinamiento de parte de la población a la esclavitud, el sometimiento y la
expropiación de recursos. No obstante el desarrollo y la modernización, la estructura
productiva y las estructuras de oportunidades han consagrado patrones de reproducción de la
desigualdad basada en el origen racial y étnico, el género y la clase social (CEPAL, 2010a).
Un gran desafío que enfrenta la región en la búsqueda de la igualdad es priorizar las políticas
de promoción y de resguardo de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y
culturales de los pueblos indígenas y la población afrodescendiente que sufren con más
intensidad y severidad la pobreza y la indigencia, así como los déficits de trabajo decente.
Se requiere avanzar hacia nuevas formas de ciudadanía, basadas en el combate a todas las
formas de discriminación y en la implementación de políticas activas de promoción de la
igualdad de oportunidades y de trato. En los últimos años, los Estados, los organismos
internacionales y la sociedad civil han realizado grandes esfuerzos en ese sentido, pero el
avance es desigual en los distintos países.
Para lograr una mayor igualdad es indispensable reducir las brechas entre los territorios y
adoptar políticas públicas que contemplen no solo la convergencia productiva, sino también la
convergencia espacial (CEPAL, 2010ª)
En varios estudios se señala que, entre los factores que contribuyen a la ocurrencia de
desastres, están la expansión urbana hacia áreas no aptas para la edificación y la creciente
degradación del medio ambiente. En América Latina y el Caribe, el impacto de los desastres
varía según la condición socioeconómica de los hogares: los que se encuentran en situación de
pobreza están más expuestos, tienen acceso limitado a instrumentos de gestión del riesgo y
presentan mayores dificultades para enfrentar las pérdidas ocasionadas por los eventos.
Los avances en el ámbito del desarrollo social analizados a lo largo del documento plantean
nuevos desafíos institucionales. Lo social se ha fortalecido en la agenda pública y eso se ha
expresado mediante nuevos compromisos jurídico-normativos y una diversidad de
experiencias positivas en cuanto a capacidades fiscales, técnicas, organizacionales y de
coordinación interinstitucional.
Los pactos deben permitir trascender la adopción de políticas que tienden a favorecer
intereses parciales de ciertas coaliciones y grupos de interés que gozan de gran poder
económico y político. Se trata de poder emprender reformas más amplias, ambiciosas y
perdurables, que no estén sujetas a vaivenes electorales y a cambios de gobierno. Es
indispensable contar con acuerdos básicos que vayan más allá de la coalición dominante en un
momento dado para cerrar brechas estructurales que, por definición, requieren compromisos
fiscales y sociales de largo plazo.
Conclusiones.
En cuanto a los recursos, existen espacios para potenciar el financiamiento de la política social
de la región, tanto por la misma vía del aporte contributivo de los trabajadores formales al
expandirse la formalización, como con recursos fiscales.
En este marco, deben fortalecerse las políticas públicas que fomenten el empleo productivo y
el trabajo decente, con plena titularidad de derechos. Esto incluye, entre otras, medidas de
ampliación de las oportunidades de empleo y su protección (en especial en coyunturas de
crisis y aumento del desempleo), formalización del trabajo, fomento del empleo de jóvenes,
promoción de la autonomía económica de las mujeres. Los pactos laborales deben, por lo
tanto, incluir el acceso al empleo en condiciones de trabajo decente, en especial las políticas
de calificación y formación profesional; el aumento de la productividad y su apropiación
equitativa; la valorización de los salarios.
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