Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Ante vuestra divina presencia reconozco que
he pecado muchas veces, y, porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de haberos ofendido.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo no volver a caer más, confesarme y cumplir la
penitencia que el confesor me imponga. Amén.
PRIMER PUNTO. Considerad que la Caridad es una de las tres Virtudes teologales que Dios
infunde en el alma, y es un hábito infuso en la voluntad, con la cual amamos a Dios, y
amándolo, nuestro corazón se le hace fácil obrar prontamente, por su amor, en torno a los actos
de todas virtudes (Santo Tomás, Suma Teológica, parte 2-2ª, cuestión 23, art. 1), que por esto
dice San Agustín en su Enquíridion, hace al alma virtuosa y buena, y la hace amiga de Dios.
Esta caridad se encontró en Santa Cecilia en grado tan sublime, que como San Pablo podía
decir vivir solo en él: Aunque vivo en la carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y
se entregó por mí; y estaba talmente ligada en el amor de Jesucristo, que casi se trataba del
imposible el separarla de él, por ser la caridad símbolo de perfección (Gálatas 1, 10). Vosotros,
¿cómo amáis a vuestro Dios? ¿Os parangonáis a Cecilia? Ah, ¡cuán lejanos estáis de la
verdadera posesión de la virtud de la caridad, por cuán poco os separáis de Dios! Pensadlo, que
yo no lo quiero decir.
SEGUNDO PUNTO. Considerad que precisamente la caridad hacia Dios fue aquella que la
llevó a despreciar todas las cosas del mundo, belleza, nobleza, riquezas y placeres de toda clase,
estimando como inmundicia y fango vilísimo todas las cosas de este mundo que los otros aman,
estiman y buscan con tanta avidez, solo enamorada de Dios y de las cosas celestiales; no solo
de Dios, sino de su prójimo, por eso observad cuánto hizo, cuánto oró para que su esposo y
cuñado se enamorasen de Jesucristo, gozándose de verlos padecer por él para salvar así sus
almas, y esta es verdadera caridad del prójimo, buscar la salvación de las almas por sobre
cualquier otra cosa; como enseñan todos los Santos Padres. Así os pido seáis vosotros, oh
devotos de Santa Cecilia, que en primer lugar la imitéis, no estimando tanto estas cosas del
mundo, con todas sus vanidades, sino despreciándolas enamorándoos solo de aquellas cosas
que pueden ser medio para obtener el perfecto amor de Dios y del prójimo; y para vosotros, el
amor del prójimo debe extenderse a lo que enseña el mismo San Pablo: soportaros unos a otros
con caridad fraterna. La caridad es paciente, no es envidiosa, no es gravosa, no es ambiciosa ni
maliciosa, no murmura, no busca los hechos ajenos, no busca lo que solo la disgusta. Oh virtud
divina, entended bien esta consideración, y la caridad de Dios y del prójimo estará en vosotros.
TERCER PUNTO. Considerad por último, e imaginaos ver a todo el Infierno armado contra
Santa Cecilia con su rabia, atizando al prefecto Almaquio, y a los verdugos, el mundo con sus
fraudes y halagos, con su noble parentela y toda Roma, en su mayor parte idólatra, ciegamente
compasiva de la generosidad de una joven de gran riqueza, y adviniente, en manos de los
tormentos y de la muerte por amor del Crucificado, y la furia del tirano Almaquio, que ora con
amenazs, ora con lisonjas, busca persuadir a Cecilia a la adoración de sus falsos dioses; y por
otra parte, imaginaos de ver a una Virgen tan generosa reírse de estos tres enemigos, y al primer
tormento, al baño de fuego en su propia casa condenada. Observadla, en vez de ser ofendida y
extinta por las llamas, alabar a Dios, como Daniel en el foso de los leones, y a los tres jóvenes
de Babilonia en el horno, y después condenada a ser muerta decapitada, decir con el Apóstol:
¿Quién nos separará de la caridad de Cristo? ¿La tribulación o la angustia? ¿O el hambre? ¿O
la desnudez? ¿O el peligro? ¿O la persecución? ¿O la espada? (San Pablo Apóstol, Epístola a
los Romanos, 8, 35). Protesto, y estoy cierto, que ni la muerte ni los principados, ni las demás
potestades, ni lo presente ni lo futuro, ni la fortaleza, ni lo alto ni lo profundo, ni hombre u otra
creatura alguna del mundo me podrá separar de la caridad de Dios en Cristo Jesús: palabras del
mismo San Pablo en boca de Santa Cecilia, en el acto de poner el cuello ante la espada del
verdugo, que tres veces golpeada para hacerla un gracioso espectáculo de amor al mundo, a los
Ángeles y a los hombres, por tres días quedó semiviva, muriendo finalmente por las heridas
más del amor que de la espada, como la Esposa en los sagrados Cánticos, Víctima, Hostia y
Holocausto de Caridad. Reflexionad por gracia en esta gran virtud que nos transforma en Dios,
y con Dios nos hace insuperables de todo, y así pedidla de todo corazón a quien solo os la
puede conceder.
SOLILOQUIO. Oh Dios, oh amor, oh amorosísimo Jesús mío, que en todos vuestros dones y
en todos vuestros beneficios de naturaleza, o de gracia o de gloria prparada a vuestros fieles
amantes me hacéis probar la grandeza de vuestro amor, del cual debería sentirme mover el
corazón a amaros con todas las fuerzas, y porque me lo mandáis y me provocáis, yporque
lomerecéis, melo mandaiz con dulzura de ley, me provocais con abundancia de gracias, lo
merecéis por excelencia infinita de mérito y vuestras divinas perfecciones, confieso ser vuestro
amor supremamente fino y sin medida, pero almismo tiempo detesto mi desamor, mi ingratitud,
que son hielo a tanto fuego, y me conservo fría ante las llamas; cualquier cosa del mundo es
suficiente para separarme de vuestra Caridad, más estimo el amor de carne y sangre y de mí
mismo que el vuestro. Por los méritos de la gran Serafina de Roma, la gloriosa Virgen y Martir
Santa Cecilia, dadme alguna centella de aquel amoroso incendio, por el cual arda mi corazón
hacia Vos y hacia mi prójimo, y corresponda en parte al menos a vuestro amor. Haced, pues,
que os ame a despecho de todos mis enemigos, con el amor de los más encendidos Serafines,
o con el amor de vuestra Santa Cecilia, y porque es menos condigno e igual al vuestro, Os amo
y Os amaré siempre con el mismo amor. Así sea en nombre de Jesús y de María.
• Bendita sea vuestra cabeza, llena de sabiduría y ciencia verdadera de los Santos,
enseñada a vuestro esposo Valeriano y al cuñado Tiburcio. Rogad a Dios que se vacíe
la mía de toda vanidad y soberbia. Pater noster, Ave María y Gloria Patri.
• Benditos sean vuestros ojos, con los cuales fuisteis la primera en ver el Ángel
de Dios puesto a vuestra custodia, no visto por vuestro esposo Valeriano, que aún era
idólatra. Rogad a Dios, para que los míos sean custodiados de toda mirada ilícita. Pater
noster, Ave María y Gloria Patri.
• Benditas sean vuestras mejillas, que a la vista de los dos hermanos se cubrieron
pronto de rubor virginal. Rogad por mí a Dios, a fin de que sean embellecidas las mías
con el bermellón de una verdadera penitencia. Pater noster, Ave María y Gloria Patri.
• Bendita sea vuestra boca, que tan castos y amorosos besos imprimió en el
Crucifijo y el libro de los Evangelios. Rogad a Dios que se cierre la mía a todo discurso
que pueda ofender a Jesús, vuestro Esposo y mío, y a mi prójimo. Pater noster, Ave
María y Gloria Patri.
• Bendita sea vuestra lengua, que no hizo otra cosa que cantar alabanzas a Dios y
enseñar a otros a conocerlo, amarlo y servirlo. Rogad a Dios que quiera purificar la mía,
a fin que me guarde de todos aquellos pecados en los cuales por ella pueda
incurrir. Pater noster, Ave María y Gloria Patri.
• Bendito sea vuestro corazón, con el cual tanto amasteis al Señor Dios, y fuisteis
causa que los hermanos Tiburcio y Valeriano se encendiesen del mismo amor,
recibiendo el Santo Bautismo y murieron Mártires por el mismo amor de Dios y de la
Religión Cristiana. Rogad a Dios para que, perfectamente dedicado a su servicio,
perfectamente os ame y se vacíe mi corazón de todo afecto terreno y de todo amor
propio, y unido con el vuestro, pueda llegar a amarlo eternamente en el Cielo. Pater
noster, Ave María y Gloria Patri.
• Benditos sean vuestros pies y vuestras manos, los primeros, que tantas veces
caminaron para oir las exhortaciones del santo pontífice Urbano, escondido en el
Sepulcro de los Mártires por la persecución, las segundas, siempre abiertas en distribuir
vuestras riquezas a los pobres, en trabajar con ellas en el tiempo que os dejaban las
oraciones. Rogad por mí al Señor Dios para que pueda dirigir todos mis pasos al
ejercicio de las virtudes cristianas y religiosas para las cuales Dios me ha creado y
llamado, y pueda emplearme en aquellas ocupaciones propias de mi estado, para huir
de toda ociosidad, origen de muchos males. Pater noster, Ave María y Gloria Patri.
• Bendita seais finalmente toda vos, no menos bella que Santa, en el espíritu y en
el cuerpo, que os entregasteis en sacrificio a Dios en el baño ardiente y al filo de la
espada del tirano de Roma, hecha gracioso espctáculo a Dios, que os daba gracia y
fortaleza para afrontar los tormentos, a los Ángeles que se gozaban por la victoria de
una semejante a ellos, a los hombres que se admirabam de tanto coraje en una joven
delicada y noble. Os suplico que seáis medianera por mí ante el Trono de Dios, para
que por vuestros méritos sea también yo santificado en pensamientos, palabras y obras,
para ser digno de ser amado por vuestro Esposo Jesús y por nuestra Madre María, y con
vos poder gozar la gloria del Cielo. Pater noster, Ave María y Gloria Patri.
Una vez dichos estos nueve Padre nuestros y Avemarías en honor de Santa Cecilia,
ofrecedlas a Dios, que tanto se complació en ella, y este método de oración
observaréis cada día en toda la Novena, y después diréis el himno siguiente.
HIMNO
No la amedrentó la muerte
Ni los tormentos que la acompañan;
Derramando su sangre,
Mereció subir al cielo.
GOZOS
Valerosa superó
De Almaquio al atractivo,
Y con un celo muy vivo
A Tiburcio convirtió;
A él y a Valeriano guió
Del martirio al alto honor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Antífona: He despreciado los reinos del mundo y todos los adornos del siglo por amor de mi
Señor Jesucristo, a quien vi, a quien amo, en quien creo, al que amo.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que entre otros milagros de tu poder, has hecho obtener la victoria del martirio al sexo
más débil, haz por tu bondad que, celebrando la nueva vida que ha recibido en el cielo la
bienaventurada Santa Cecilia, tu virgen mártir, saquemos provecho de sus ejemplos para
marchar por el camino que conduce a Ti. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive
y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.