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Si quiero saber sobre el “puntito rojo” que me ha salido en un dedo, alguien en el

mundo lo tendrá como yo y me dará una respuesta de inmediato. Y así podríamos


enumerar miles de ejemplos.

A este estado de urgencia por “conseguir” todo “ya”, añadamos los cambios
rápidos que vivimos en cualquier entorno social: la política, la educación, la
economía, el clima. Y los que experimentamos en nuestra propia vida: en el
trabajo, la familia, las relaciones de pareja.

Cualquier cosa puede cambiar de un momento a otro y desestabilizar todo nuestro


engranaje. Pero, ¡esto es lo que hay! No podemos cambiar lo que sucede, pero
sí podemos elegir cómo lo encaramos.

Entonces es importante activar nuestra inteligencia emocional: esa capacidad de


reconocer, aceptar y canalizar nuestras emociones para ponerlas al servicio
de nuestros objetivos; en este caso, para afrontar el cambio y la incertidumbre.

Cuando estamos afrontando un cambio estamos en transformación. Sustituyendo


una situación por otra, alterando lo que hasta entonces era el orden natural de
nuestra vida. Emocionalmente ponemos en crisis nuestra estabilidad.

Avanzar hacia una buena gestión del cambio crea momentos de inestabilidad y es
posible que, incluso, de desequilibrio emocional. Lo nuevo, tendrá un impacto, en
nuestra forma de vivir y no estaremos seguros de que podamos abordarlo hasta
que no haya empezado a ponerse en marcha, y comience a pedirnos nuevos
recursos.

Hazte la pregunta ¿para qué hago esto


o aquello? Y sentirás como todo
empieza a tener más sentido.
La inteligencia emocional nos ayuda en este proceso. Estos son los elementos
de apoyo que podemos activar:

Nuestras fuentes internas de automotivación

-Nuestros “para qué” son una de las principales fuentes de automotivación


interna. Hazte la pregunta ¿para qué hago esto o aquello? o ¿para qué pienso
esto o aquello? Y sentirás como todo empieza a tener más sentido.

-Ponernos metas y objetivos a corto, medio y largo plazo

-Activar nuestros valores


-Tener identificados nuestros logros y usarlos como un “crédito emocional”

Pero también activamos las fuentes externas:

-Nuestros referentes: ¿cómo lo haría o cómo lo pensaría este o aquel referente


de mi vida?

-Dedica tiempo a tus actividades “flow”. Esas cosas que tanto te gusta hacer y
que no requieren de ti ningún esfuerzo. Por ejemplo, cuidar tu entorno físico: el
rincón donde lees, los pequeños detalles de tu hogar. O habla con tus amigos, tu
familia, tu pareja. Las personas a las que queremos y nos quieren son la mejor
fuente de automotivación que podemos activar.

-Date tiempo para gestionar los cambios. Con los hábitos de la inmediatez no nos
permitimos sentirnos tristes o inseguros, o “descolocados”. El tiempo es un gran
aliado si nos permitimos usarlo.

-La palabra: Cuida tu lenguaje. Observa cómo te cuentas lo que sucede. Las
palabras generan realidades

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