Está en la página 1de 9

En lo más hondo de nuestro ser todos queremos ser felices.

Anhelamos la sensación
de un profundo bienestar, la confianza de que, al final, todo saldrá bien aunque
ahora tenga que sufrir.

En lo más hondo de nuestro ser todos queremos ser felices. Anhelamos la


sensación de un profundo bienestar, la confianza de que, al final, todo saldrá
bien aunque ahora tenga que sufrir.

Una de las principales cosas que nos hacen sentir infelices es el descontento. La
falta de contentamiento es ese sentimiento persistente de que la hierba siempre
parece más verde del otro lado, de que uno merece estar allí y de que, si
pudiera cambiar su lugar por el de personas afortunadas, sería dichoso.

Pero todo esto no es más que una ilusión. Alguien dijo una vez que «la hierba
solo está más verde, porque en aquel lugar hay más estiércol». No sé si a usted
le ocurrirá, pero, en mi caso, darme cuenta de que la vida de los demás no está
tan libre de problemas como pueda parecer me ayuda un poco. Sin embargo, y
de esto estoy convencido: si usted no está satisfecho con el lugar donde está, no
lo estaría en ningún otro, bajo ninguna circunstancia. Las Escrituras afirman, por
ejemplo: «El que ama el dinero no se saciará de dinero, y el que ama la
abundancia no se saciará de ganancias. También esto es vanidad» (Ec. 5:10).

El contentamiento no consiste en conseguir lo que uno quiere, sino en sentirse


satisfecho con lo que ya tiene. Con él llega la felicidad, aunque uno esté
enfermo, sea pobre o viva en cualquier otro tipo de situación desagradable. Sé
que algunos de ustedes están atravesando un tiempo muy difícil aquí, pero creo
de todo corazón en la posibilidad de que, al mismo tiempo, se puedan sentir
satisfechos y felices.

Lo que ocurre es que el contentamiento no se adquiere con facilidad. Incluso


aquellas personas que lo desean de verdad rara vez descubren cómo lograrlo y
mantenerlo. Pero tengo buenas noticias para usted. Por la gracia de Dios, en mi
propia alma conozco el contentamiento y sé cómo llega a la persona. Esta
mañana voy a compartir con usted el secreto del contentamiento. Y lo llamo
secreto, ¡porque son tan pocos los que lo experimentan de verdad y lo pueden
explicar a los demás! Sin embargo, una vez se conoce esta verdad escondida,
resulta fácil de recordar y se puede hacer algo al respecto.

Un hombre llamado Pablo escribió más libros del Nuevo Testamento bíblico que
ningún otro. Tuvo que padecer muchos sufrimientos estando al servicio del
Señor. De hecho, estaba en la cárcel cuando escribió estas palabras acerca del
contentamiento:

11 No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme


cualquiera que sea mi situación. 12 Sé vivir en pobreza, y sé vivir en
prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado
como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. 13 Todo
lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil. 4:11-13).

Ahora, tomemos tan solo unos minutos para observar tres cosas sobre el
contentamiento en estos versículos.

El contentamiento se aprende (v. 11)

Pablo escribió: «He aprendido a contentarme». Él era un cristiano devoto, pero,


aun así, el contentamiento no era algo automático en él. De haberlo sido, no
podría haber dicho que lo había aprendido. El versículo 12 añade lo siguiente:
«He aprendido el secreto» del contentamiento.

Lo que Pablo expone aquí es que el contentamiento cristiano sigue siendo un


misterio para los que están afuera, y solo quienes están adentro lo pueden
aprender. En verdad, «el contentamiento es [...] un silencioso secreto conocido y
atesorado solo por unos cuantos». Pablo ha llegado a conocer el secreto del
contentamiento durante un periodo de tiempo. Su aprendizaje formaba parte de
su crecimiento espiritual y de su santificación. Para nosotros, la pregunta es:
¿Hemos aprendido el secreto? (R. K. Hughes).

Las aptitudes más importantes de la vida no llegan sin conocimiento y práctica.


Montar en bicicleta, leer un libro, tocar un instrumento, educar a los niños. Nadie
puede hacer ninguna de estas cosas bien la primera vez que lo intenta. Y así
ocurre con el contentamiento. Todas las personas satisfechas comienzan con un
poco de contentamiento al principio, y este va creciendo más y más a medida
que Dios los ayuda.

El contentamiento no depende de las circunstancias (v. 12)

Escuche un poco más de lo que Pablo escribió: «He aprendido a contentarme


cualquiera que sea mi situación». Todos nos enfrentamos a las «vicisitudes de la
vida» por así decirlo. La vida consta de altos y bajos, y, a veces, los bajos son
muy bajos y duran un largo tiempo. Resulta fácil desalentarse. Pero también
necesitamos contentamiento durante los altos. La salud y la prosperidad son otra
gran prueba espiritual, porque nos tientan para que vivamos sin Dios, y esto
sería un desastre.

Pablo hace hincapié en su continuo contentamiento mediante la mención de los


extremos. «Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he
aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener
abundancia como de sufrir necesidad». Su testimonio veraz demuestra que el
contentamiento no depende de las circunstancias.

El contentamiento solo es posible por medio de Cristo (v. 13)


Esta es la verdad más importante que Pablo declara. «Todo lo puedo en Cristo
que me fortalece». En este contexto, ese «todo» que él tiene en mente es el
contentamiento en toda situación. Ahora bien, ninguno de nosotros poseemos
por naturaleza esta fuerza interna que se requiere para estar satisfecho en todo
tipo de situaciones. Necesitamos gracia espiritual de parte del Señor Jesucristo.
Esto viene de saber que Él es el único Señor y Salvador de todos nuestros
pecados y no solo del descontento, de confiar en Él para perdonar nuestras
transgresiones, renovar nuestro corazón y sostenernos en nuestra fe cristiana.
Sin Cristo, la persona está condenada a permanecer durante toda la vida en su
condición de culpable, infeliz y moralmente incapacitada. Solo el verdadero
cristiano puede experimentar el contentamiento genuino del que Pablo escribió
aquí, porque solo el cristiano verdadero tiene a Cristo viviendo en su interior.

Y el Cristo vivo es el Único que puede introducirnos en mayor profundidad en


esa bendita experiencia del contentamiento, independientemente de que
seamos ricos o pobres, que tengamos buena salud o estemos enfermos, que
seamos jóvenes o viejos.

Ya les dije que si una vez han escuchado el secreto del contentamiento, les
resultará fácil de recordar. El secreto es Jesucristo. Confíe en Él y siga
haciéndolo en toda circunstancias; así tendrá cada vez más contentamiento en
su vida.
Señales
¿Sabía usted que antes de que existiera el término “cristiano”, los
creyentes eran conocidos como los seguidores del Camino (Hch 11.26;
9.2)?

Fue un nombre bien elegido, porque implicaba dos características del naciente
movimiento, que lo distinguían: el camino de la salvación que Jesús mismo es, y
el modo o camino de vida que Él llama a sus discípulos a seguir (Jn 14.6; 13.
15).

El nombre “El Camino” evoca la imagen de una carretera, o de una senda que
tomamos en la vida, pero sugiere también una historia. A medida que viajamos
con Cristo, estamos viendo una historia, una narración que a veces incluye
remolinos y cascadas; otras, una suave ondulación; y otras, un gran dramatismo.

El problema es que no siempre sabemos qué pensar de lo que nos ha pasado.


¿Cómo “leemos” la compleja historia de nuestras vidas e interpretamos con
exactitud lo que Dios ha hecho y está haciendo? Al recorrer el Camino,
encontramos que, por lo general necesitamos señales que nos guíen al siguiente
trecho del viaje, adentrándonos más en la narración.

Por eso es tan importante conocer la historia de la redención de Dios,


conservada en la Biblia, porque nos ayuda a conocer mejor nuestra propia
historia. En particular, podemos recurrir a los relatos de hombres y mujeres fieles
de la “gran nube de testigos” (He 11), para ver nuestras vidas a la luz de la
verdad divina. Ellos nos recuerdan que hay, efectivamente, un camino que
podemos seguir cuando todo parece perdido.

Considere las historias que siguen, y observe cómo funcionan como señales. La
lista que sigue apenas escarba la superficie de las muchas historias que hay en
la Biblia, y el potencial que tienen ellas para guiarnos en nuestra propia
peregrinación con Dios.

Aunque dude de que hay un camino más adelante, Dios está obrando.
Señal # 1

Tomemos, por ejemplo, la historia de Sara y Abraham, dos personajes en la


historia del plan redentor de Dios. El Señor se les apareció y les prometió que,
por medio de su simiente, Él crearía una nación y bendeciría al mundo (Gn 12.2,
3; 15.1-6). Pero pasaban los años, y Sara seguía siendo estéril. Sin embargo, el
Señor nunca les dijo que había cambiado de idea.

Muchos años después, el Señor anunció a Abraham que su esposa concebiría y


daría a luz un hijo, a pesar de que ella tenía más de noventa años de edad. Al
escuchar accidentalmente la conversación, Sara se rió con incredulidad, como si
se dijera sarcásticamente a sí misma: ¿Puedo realmente esperar experimentar
tanto gozo a estas alturas de la vida? El Señor sabía que ella se había reído y le
preguntó por qué. Después añadió: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Gn
18.14).

Sara se rió porque, dadas sus circunstancias, no podía imaginarse cómo podría
Dios cumplir su promesa. No tenía ni idea de que en el momento de su mayor
duda y cinismo, el Señor estaba a punto de hacer un gran milagro. El resultado
fue que la oscuridad de su incredulidad estaba por dar paso a la luz de un
amanecer glorioso.

Aunque usted se sienta olvidado, la historia no ha terminado.

Señal # 2

Piense en la historia de José (Gn 37; 39-47). ¿Qué significó para él ser
traicionado por sus hermanos? ¿Ser vendido como esclavo? ¿Ser encarcelado
por respetar y tratar de proteger la honra de la esposa de su amo? Su
sufrimiento duró mucho más de lo que podemos imaginar.

Un pequeño incidente en particular me hace pensar en la clase de experiencia


que puede destrozar a cualquier persona. Según cuenta la historia, dos hombres
de la corte de Faraón, el copero y el panadero, fueron encarcelados por alguna
falta que cometieron.

Ambos tuvieron sueños tan confusos, que no tenían idea de cómo interpretarlos.
José se dio cuenta de lo turbados que parecían los hombres, y les preguntó la
causa de su intranquilidad. Cuando le contaron al joven hebreo sus sueños, se
sorprendieron al descubrir que Dios le había dado a José la capacidad de
interpretarlos.

En cuanto al sueño del copero, predijo un resultado favorable; sobre el del


panadero, un final adverso. Entonces le imploró al copero que lo recordara una
vez que su posición de autoridad ante Faraón le fuera restituida. Pero el copero
se olvidó de su promesa, y José siguió en la prisión.

Eso debió de haber sido muy desalentador y frustrante para José, quien pudo
haber renegado de Dios allí mismo. Se había mantenido fiel, pero ¿dónde
estaba la evidencia de la fidelidad de Dios? ¿Por qué seguir confiando en Él?

José no sabía nada del futuro, por supuesto. No tenía la menor idea de lo que
habría más allá en el camino: los años de abundancia y de hambre en Egipto; el
sueño inquietante de Faraón; el papel supervisor de José en el acopio y la
distribución del trigo que más tarde salvaría a Egipto; su reconciliación con sus
hermanos, y su gozoso reencuentro con su padre. José tuvo que tomar una
decisión: confiar en Dios o abandonar la fe. Eligió permanecer en la historia,
aunque su oportunidad de liberación parecía haberse desvanecido.

Si José hubiera sido puesto en libertad cuando tenía la esperanza de que eso
sucediera, la historia habría resultado buena para él, sin duda, pero solamente
para él. Con toda probabilidad, él jamás habría visto a sus hermanos y a su
padre otra vez; nunca habría asumido una elevada posición de responsabilidad
en la corte; nunca habría salvado a toda una nación del hambre.

Ese habría sido el precio de un final prematuro. Una vez más, esta historia sirve
como señal. Al igual que Sara, José fue llamado a creer en que el Señor estaba
obrando cuando había poca o ninguna evidencia de ello. José se mantuvo en el
camino de Dios.

Aunque su lucha parezca ser en vano, Dios mismo será su recompensa.

Señal # 3
La historia de Job comienza en una escena terrenal. Es rico y poderoso; tiene su
esposa y varios hijos; es compasivo y generoso, un modelo de fe. Entonces, la
escena cambia abruptamente. En la corte celestial, Satanás desafía a Dios con
el argumento de que Job era bueno y fiel porque Dios le había facilitado las
cosas. Satanás quiso poner a este hombre a prueba, y Dios le permitió que le
quitara la riqueza, luego a sus hijos, y finalmente su salud (Job 12).

Lo único que le queda a Job es su dolor. Se sienta sobre un montón de cenizas,


donde se lamenta, se rasca sus úlceras, y anhela llevar su queja ante el Señor.
Cuando tres amigos visitan a Job para consolarlo, se atreven a explicarle por
qué ha sufrido tanto: le dicen que es porque ha hecho algo para merecerlo.

Su esposa le dice que maldiga a Dios. Job clama en su agonía y desesperación


al Señor, y desea estar muerto. Pero rechaza las explicaciones de sus amigos, y
se niega a maldecir al Señor (Job 36).

Entonces Dios le habla a Job desde un torbellino, para demostrarle con absoluta
autoridad que Él es Dios trascendente, poderoso y sabio. Job está simplemente
abrumado por esta experiencia y, al final, se rinde y confiesa haber hablado de
asuntos que no entendía (Job 3842).

Todo esto puede parecernos injusto, principalmente porque no hemos vivido la


experiencia, pensando de manera abstracta acerca de Dios, como lo hicieron los
amigos de Job.

Fue Job quien experimentó pérdidas catastróficas concretas. Por otra parte, fue
Job quien experimentó la gloria de Jehová, quien vino a él de una manera
concreta. Es por eso que, cuando vemos su historia, tenemos que imaginar lo
que debió haber sido para Job tener ese encuentro con el Dios verdadero, y esa
fue la razón por la que él no tuvo más preguntas que hacer.

Porque, cuando una persona descubre que Dios es un ser real y glorioso,
encuentra que Él es la respuesta a todas las preguntas. La recompensa de Job
no fue la restauración de sus medios de subsistencia y de su familia (aunque le
fueron dados esos regalos); su verdadera recompensa fue nada menos que Dios
mismo.
Esta es la razón por la que la historia de Job puede ser una señal: Job luchó.
Pero, de alguna manera, siguió adelante con fe, hasta dónde pudo, y el Señor se
le apareció.

Entonces, todas sus quejas y todas sus preguntas se transformaron en


admiración: “Yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para
mí, que yo no comprendía… De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven”
(Job 42.3-5).

El Camino es duro y angosto, dice Jesús. Pero también nos asegura que su
yugo es fácil, y ligera su carga (Mt 7.14; 11.30). Puede ser que nos resulte más
fácil vivir en esta tensión si nos detenemos a leer las señales a medida que
avanzamos.

Las dificultades enfrentadas por Sara, José y Job nos recuerdan que aunque
ellos sufrieron como nosotros, se mantuvieron en el Camino y tuvieron la
experiencia de ver cumplido el plan redentor de Dios.

Nosotros, también, que estamos rodeados por una gran nube de testigos,
podemos despojarnos de todo lo que nos asedia, y seguir adelante, mirando a
Jesús mismo, quien es el autor y consumador de nuestra fe.

11

También podría gustarte