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A~ IN~O

IMEN~IONE~
EA
RO~PERIDAD
JUAN R. CAPURRO

~rJ
BETANIA
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total
o parcial de esta obra sin
la debida autorización
de los editores.

Impreso en EE.UU.
Printed in U.S.A.

la Impresión
Contenido

Dedicatoria 5
Agradecimiento 6
Prefucio 7
1 La prosperidad viene de Dios 11

Primera parte: La prosperidad espiritual


2 Bajo la bendición o la maldición 23
3 La pobreza y la maldición espiritual 35
4 La prosperidad del Espíritu 43

Segunda parte: La prosperidad del cuerpo


5 Dios creó al hombre para vivir eternamente 63
6 Probados por el fuego 73
7 El mejor programa de salud 91

Tercera parte: La prosperidad del alma


8 Vendar a los quebrantados de corazón 107
9 Las armas de la luz 121
10 Jesús sana nuestras almas 139

Cuarta parte: La prosperidad material o económica


11 Dios quiere prosperarnos materialmente 155
12 La siembra y la cosecha 171
Quinta parte: La prosperidad creativa
13 El misterio de la fe 193
14 Confesemos la Palabra de Dios 207
Dedicatoria

A Jesús
que me amó más de lo que
puedo pensar o entende r,
sin haberle dado yo
motivo alguno.
Agradecimiento

Agradezco a mi esposa Alicia su continuo aliento, el ha-


berme ayudado revisando el original y realizando correc-
ciones en las cosas que sucedieron en nuestra vida en
común.
A la señorita Cindy-Lee Campbell por haber hecho la
trascripción del original y haber revisado toda la obra para
mejorar su valor literario.
Prefacio

Quiero felicitarlo porque al recorrer las páginas de este


libro está demostrando el interés que tiene en conocer un
poco más a Dios, especialmente en cuanto a lo que Él ha
provisto para el hombre referente a la prosperidad. Antes
de que comience a recorrer sus páginas, que espero le
resulten una aventura emocionante de fe y de conocimien-
to, quiero que comprenda mi punto de vista acerca de lo
que entiendo como prosperidad, de acuerdo a lo que
enseña la Biblia.
Quiero que sepa que no escapa a mi observación el
hecho de que a través de todos los tiempos muchos ver-
daderos siervos de Cristo han pasado muchas penalidades
por causa del evangelio. Nos basta el ejemplo del apóstol
Pablo para corroborar esto. En 2 Corintios 11.23-27 afirma:

Yo [he sufrido] más [de lo normal]; en trabajos más


abundantemente; en azotes sin número; en cárceles
más; en peligros de muerte muchas veces. De los
judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos
uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez
apedreado; tres veces he padecido naufragio; una no-
che y un día he estado como náufrago en alta mar; en
caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de
ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los
gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto,
peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en
8 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed,


en muchos ayunos, en frío y en desnudez.
Al leer estos versículos, ¿pensaríamos que el apóstol
Pablo fue próspero? O cuando el apóstol Pablo le escribe
a Timoteo y le pide que resista como soldado de Cristo (2
Timoteo 2.3), ¿pensaríamos que en eso hay prosperidad?
Y ¿qué diríamos del apóstol Pedro, de Juan, de los otros y
de tantos creyentes que han vivido vidas de escasez ma-
terial, con penalidades y sufrimiento, pero abundantes en
Cristo? ¿Qué de los misioneros que por Jesús han renun-
ciado al lujo, a la comodidad y aun a lo más elemental
como su sustento, seguridad, bienestar y hasta a su vida.
Afirmo y creo con todo mi corazón que si bien Dios
valora el que un hombre o una mujer escoja pasar penali-
dades, escasez y aun la muerte por causa del Reino, lo que
Dios no quiere de ninguna manera es que vivamos en
pobreza, en enfermedad y en sufrimiento como conse-
cuencia del pecado, del egoísmo del hombre, o por la
insensibilidad de los gobernantes, lo cual también es pe-
cado.
Si un hombre o una mujer, guiado del Espíritu Santo,
quiere entregar su vida, sus recursos, su comodidad, su
cultura y todo lo que en esta vida tiene algo de valor para
darlo a la causa de Cristo, será la persona más próspera
del mundo. También creo que algunas personas son lla-
madas a hacer semejantes renuncias por Cristo; pero pien-
so que a la mayoría de los creyentes Dios los bendice y
prospera en este mundo.
Por otro lado, tampoco soy tan simple como para creer
que la prosperidad no es relativa. Por ejemplo, a un nativo
de la selva del Perú, que vive en medio de la jungla en
chozas de caña y paja, sin servicios, sin carreteras, aunque
sea creyente no creo que Dios le haría ningún bien si lo
bendice con la posibilidad de adquirir un automóvil. Sin
Prefacio 9

carreteras y sin gasolina, de nada le serviría, y ni siquiera


le serviría para sentarse en él, porque las altas temperatu-
ras de la selva harían de ese automóvil un horno. Pero si
Dios le diera los mejores peces y las más grandes yucas, lo
librara de temores y angustias, y lo mantuviera en salud a
él y a su familia, estaríamos frente a un hombre próspero.
De esa relatividad vamos a tratar en este libro.
Por otra parte, dentro de esta relatividad mencionada,
creo que si tuviéramos que escoger entre las cinco dimen-
siones de la prosperidad comenzaríamos por la del espí-
ritu, alma, cuerpo, y luego la material. Es decir, qué
importa si tenemos dinero y estamos enfermos y no pode-
mos disfrutar de ese dinero. Y de qué nos vale si estamos
sanos del cuerpo, pero enfermos del alma, y como conse-
cuencia somos infelices. Y cómo podríamos ser felices si
estamos muertos espiritualmente y como consecuencia
pecamos y no tenemos amistad con Dios, ni vida eterna.
La prosperidad creativa, o quinta dimensión, es una di-
mensión especial que nos capacitará para tener acceso a
las demás.
En el libro, sin embargo, a veces parecerá que no he
guardado el orden lógico. Cuando es así se debe a que he
preferido en algunos casos ponerme del lado del lector, y
no seguir la secuencia lógica que a lo mejor se usaría en un
salón de clases. Prefiero la secuencia de ideas que nos lleve
a una más fácil comprensión de la lectura y que guarde
mejor el equilibrio literario de la obra.
En cuanto al contenido doctrinal, creo que el libro es
relativamente conservador acerca de la interpretación bíbli-
ca y de acuerdo a las corrientes de fe, pero también presen-
to nuevas tesis, que expongo con mucha humildad. Para
el lector no erudito en temas bíblicos, el lenguaje será
sencillo de entender y los pasajes sustentarán sobrada-
mente los temas.
10 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

En la exégesis bíblica he usado el principio teológico de


que la historia del pueblo de Israel es simbólicamente la
historia de cada creyente. Dice Hebreos 10.1 que la Ley era
sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de
las cosas.* Por lo tanto, cuando se habla de las bendiciones
de Abraham, creemos que por la fe son nuestras. Somos
hijos de Abraham por la fe. No somos el Israel natural, no
somos el pueblo de Israel que juró el pacto en el Sinaí, pero
somos un Israel espiritual, un pueblo diferente: la Iglesia.
Porque sé que en la Biblia cada coma y cada tilde es la
Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, estoy
seguro de que le inspirará y le transformará. Recuerde
siempre: las promesas y principios revelados al pueblo de
Israel no son arbitrarios ni antojadizos. Son promesas y
principios eternos que Dios revela para su pueblo. Bendi-
ciones para los que lo aman y obedecen y maldiciones para
los que lo rechazan.
Me resta pedirle a Dios que le hable desde estas páginas
y le edifique ricamente en esta aventura que ahora em-
pieza.
Dios le bendiga.

Pastor Juan Capurro Trucios

* Para el pueblo de Israel ula ley .. eran los cinco primeros libros de la Biblia y, por
extensión, a los profetas. En otras palabras, desde Génesis hasta Malaquías.
La prosperidad viene
de Dios

El Señor desea que seamos prosperados


Comencemos a recorrer juntos las páginas de un libro
escrito para transformar su vida. Lo primero que deseo
afirmar es que la voluntad de Dios es que seamos prospe-
rados.
«Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las
cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma»,
escribió el apóstol Juan a un creyente de nombre Gayo
(3 Juan 1,2). Aunque este pasaje está dirigido a un perso-
naje en especial, por el hecho de estar contenido en la
Biblia, y siendo toda esta inspirada por Dios para su
pueblo, se hace extensivo a todo creyente. 1
Podemos leer hermosos testimonios del Antiguo Testa-
mento y ver cómo Dios prosperó a los hombres con los
cuales hizo alianzas o pactos. Abraham, Isaac y Jacob son

1 El apóstol Pablo nos dice que todo texto escrito en la Biblia es inspirado por Dios (2 Timoteo
3.16-17), aun el saludo de Juan el apóstol y sus deseos. Y Pedro lo ratifica: "Y tened
entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro
amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas
sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas diffciles de
entender, las cuales los indoctos o inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras,
para su propia perdición» (2 Pedro 3.15, 16).
12 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERJDAD

claros ejemplos de esto. Dice la Biblia que «Abram era


riquísimo en ganado, en plata y en oro (Génesis 13.2). Isaac
alcanzó la prosperidad de Dios. De él se dice que le bendijo
Jehová. «El varón se enriqueció, y fue prosperado, y se
engrandeció hasta hacerse muy poderoso» (Génesis
26.12,13).
Aunque la historia de Jacob es un tanto diferente, al
final se emparejó con su padre y con su abuelo. Anhelaba
la primogenitura de Esaú y la obtuvo cambiándosela por
un plato de lentejas. Luego, le arrebató a Esaú la bendición
paterna, vistiéndose con sus ropas y presentándose ante
Isaac que, anciano y ciego, lo confundió con su hijo mayor
y lo bendijo. Pero Jacob no pudo heredar a Isaac, ya que
huyó de la casa paterna al enterarse que Esaú planeaba
matarlo. Sin embargo, llegó a enriquecerse muchísimo por
sí mismo en casa de su suegro (Génesis 30.43).
¿Qué tenían en común estos hombres? Habían hecho
un pacto con Dios. Abraham había hecho el pacto de tener
a Jehová como Dios, y el Señor había prometido hacerlo
padre de una gran nación. Génesis 22.15-28 registra el
pacto de Dios con Abraham: «Y llamó el ángel de Jehová
a Abraham por segunda vez desde el cielo y dijo: Por mí
mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho
esto y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto
te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las es-
trellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar,
y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En
tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra,
por cuanto obedeciste a mi voz».
Lo mismo sucedió con su hijo Isaac. «Se le apareció
Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham
tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré
y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi
siervo» (Génesis 26.24).
La prosperidad viene de Dios 13

Finalmente el caso de Jacob, que por sus propios me-


dios y con la bendición espiritual, al huir de la casa pater-
na, logró la prosperidad material.
Pero, ¿qué tipo de pacto había hecho Dios con Jacob,
cuyo nombre significa «suplantador»? Un día Jacob se
propuso que si Dios lo prosperaba, le daría el diezmo de
todo y Él sería su único Dios para siempre (Génesis 28.20-
22). Más tarde se produce el temido reencuentro entre
Jacob y Esaú. 2 Pero antes, Jacob, que ahora se llamaba
Israel («El que lucha con Dios»), le dijo al Señor: «Dios de
mi padre Abraharn, y Dios de mi padre Isaac, Jehová, que
me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré
bien; menor soy que todas las misericordias y que toda la
verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi
cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campa-
mentos. Líbrarne ahora de la mano de mi hermano, de la
mano de Esaú, porque le terno; no venga acaso y me hiera
la madre con los hijos. Y tú has dicho: Yo te haré bien, y tu
descendencia será corno la arena del mar, que no se puede
contar por la multitud» (Génesis 32.9-12). Dios contestó
positivamente esta oración y lo bendijo sobreabundante-
mente.
Y qué decir del rey David. ¿No hizo acaso Dios también
un pacto con él? ¿No le dio acaso un reino sobre el cual
estaría siempre alguien de su dinastía? ¿No fue Jesús de
Nazaret el que finalmente dio cumplimiento a esta profe-
cía? Hablando de Jesucristo, Lucas 1.32,33 dice: «Dios le
dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». La promesa
de Dios se cumplía.

2 Jacob ignoraba cómo estaría el corazón de Esaú después de tantos años. Sin embargo,
resulta evidente que para Esaú todo estaba olvidado, ya que al huir Jacob le había dejado
la totalidad de la herencia. Esaú no consideraba demasiado importantes las historias sobre
Dios, ni las promesas de ser una gran nación.
14 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

¿Ha habido acaso algún hombre más rico y sabio que


Salomón, hijo de David, rey de Israel? Según 1 Reyes
3.12,13, Dios le dijo: «He aquí lo he hecho conforme a tus
palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendi-
do, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni
después de ti se levantará otro como tú. Y aun también te
he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal
manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos
tus días».
Y a cuántos más podríamos nombrar: José, Moisés,
Gedeón, Barac, Sansón y los profetas. Todos tenían en
común que habían hecho un pacto con Dios, una alianza.
El concepto del pacto con Dios es importante en la
enseñanza acerca de la prosperidad. Pasajes como el si-
guiente son importantes. Dice Deuteronomio 8.11-18:
«Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir
sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te
ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques
buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se
aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo
que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y
te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto,
de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un de-
sierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y
de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y Él te sacó
agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en
el desierto, comida que tus padres no habían conocido,
afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y
digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me
han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios,
porque Él te da poder para hacer las riquezas, a fin de
confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este
día».
Muchos desconocen u olvidan que nosotros tenemos
La prosperidad viene de Dios 15

también un pacto con Dios. Dice la Biblia que «Moisés


tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció
la otra mitad de la sangre sobre el altar. Y tomó el libro del
pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos
todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos.
Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y
dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con
vosotros sobre todas estas cosas» (Éxodo 24.6-8). Luego,
añade Hebreos 12.24, Jesús se constituyó en Mediador de
un nuevo pacto derramando también sangre sobre el altar,
la suya, para sellar el pacto que cada creyente tiene con
Dios, a partir de la fe en el sacrificio sustituidor que Él
efectuó en la cruz por nosotros. La última parte del pasaje
que acabamos de citar es especialmente importante en
cuanto a esto. Dios no ha cambiado y Él sigue prosperando
a sus hijos en cumplimiento del pacto. Dios nos da la
fuerza, la salud y la inteligencia para hacer las riquezas, y
esto con el fin de confirmar su pacto para con nosotros. 3

La primera prioridad del que quiere prosperar


El mundo, con todas sus variantes religiosas, enfatiza
que la abundancia material corrompe el alma; pero todas
estas corrientes espiritualistas parecen desconocer el ca-
rácter de Dios. Algunos líderes religiosos dicen: «Dios ha
tomado su opción por los pobres». Llegan al punto de
creer probablemente que Dios mismo es pobre. Parece
absurdo, pero esta es la manera de pensar consciente o
inconsciente de millones de personas.
Sin embargo, ¡Dios es extremadamente rico! Suyos son
los cielos, la tierra y todo lo que en ellos hay, como lo dice
1 Crónicas 29.11. El oro, la plata, las piedras preciosas y

3 Cristo habló de este pacto en la última cena: .. y tomando la copa, y habiendo dado gracias,
les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por
muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mateo 26.27,28).
16 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

todas las cosas son realmente suyas y si Dios pasara por


problemas económicos, le bastaría con vender una sola
estrella de las millones de millones que hay en las millones
de galaxias que conocemos; y aún le quedarían aproxima-
damente veintinueve trillones, novecientos noventa y
nueve mil novecientos noventa y nueve billones, nove-
cientos noventa y nueve millones, novecientos noventa y
nueve mil novecientos noventa y nueve estrellas, y seguro
que aún nos quedaríamos cortos en las cifras.
Dios es tan rico que es lógico suponer que Él creó la
tierra en abundancia. Fue el pecado lo que acabó con toda
la riqueza que el hombre tenía. La Biblia misma nos revela
el estado en que quedó el hombre después de la caída de
Adán: «Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz
de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo:
No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con
dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y
cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el
sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la
tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al
polvo volverás» (Génesis 3.17-19).
A causa del pecado, la pobreza, la enfermedad y final-
mente la muerte hicieron su entrada en el mundo. Vemos
que la tierra fue maldita, y como consecuencia de esto, ya
no produciría en forma natural los frutos necesarios para
el sustento del hombre, sino que el hombre tendría que
arrancárselos a la tierra con esfuerzo y dolor. La naturaleza
trataría de destruir el fruto de su trabajo, haciendo crecer
cardos y espinos que ahogaran los brotes de las plantas; es
decir, que su trabajo no le daría fácilmente los frutos
deseados. El sudor de la frente representa el esfuerzo con
que tendría que luchar para sobrevivir. Y finalmente le
llegaría la muerte, el inevitable epílogo. La muerte llegaría
La prosperidad viene de Dios 17

inexorablemente y pondría fin a todas las esperanzas ma-


teriales del hombre irredento.
La Biblia, sin embargo, nos revela que la muerte no es
punto final. El espíritu es inmortal. La muerte eterna es
separación eterna de Dios solo de los que no han recibido
en sus corazones a la única fuente de vida eterna: Jesucrito.
Dios no nos cerró totalmente las puertas, y el hombre
puede escapar de la ruina que nos trajo el pecado.

La prosperidad integral
Algunas personas lo único que buscan es la acumulación
de bienes materiales, y piensan que lograrlo es alcanzar
prosperidad. La prosperidad del hombre, sin embargo,
debe ser integral. Uno no es próspero si es que solo es rico
en dinero, pero está muy enfermo. Ni tampoco es próspero
si uno está sano y rico, pero es infeliz. Igualmente, aun
cuando seamos ricos, sanos y aparentemente felices, no
seremos prósperos si no somos salvos. Si no tenemos en
nuestro corazón al «bien supremo»: Dios.
La riqueza material es solo una de las formas en que se
presenta la prosperidad, y en sí no es necesariamente señal
de prosperidad. La verdadera prosperidad es la prosperi-
dad integral, basada en el principio de la siembra y la
cosecha que desarrollaremos más adelante. La prosperi-
dad integral crea verdaderamente riqueza, mientras que
el modo en que el hombre pecador acumula riqueza es
depredador.
El depredador no siembra: solo recolecta. El pecador
depreda la riqueza de su ambiente y mientras acumula,
empobrece a los que están a su alrededor. Es obvio que a
ningún país le conviene este tipo de personas, sean comer-
ciantes o industriales.
El creyente, en cambio, basa su prosperidad en la ley de
la siembra y la cosecha espiritual. Jesús dijo: «No os afa-
18 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

néis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos,


o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas
cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesi-
dad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas» (Mateo 6.31-33).
Cuando fui estudiante universitario se me enseñó que
la primera ley de la economía era «la ley de la oferta y la
demanda». Esto puede ser bueno como un modelo, pero
creo que es más importante enseñarles a los jóvenes que
la primera ley que Dios quiere que a prendamos respecto
a la economía es precisamente lo que Jesús dijo: «Buscad
el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas». Buscar primero el reino de Dios y su justicia es
darle importancia a la providencia divina, que es el control
que ejerce Dios sobre las circunstancias para que todo
redunde para el bien nuestro.
La providencia divina opera a través de las circunstan-
cias. Si las riquezas fueran a dañamos moralmente, Él
impediría que las tuviéramos. Por eso el proverbista dice:
«Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des
pobreza ni riquezas; nlanténme del pan necesario; no sea
que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? o que
siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios»
(Proverbios 30.8,9). Es mejor tener lo necesario que abun-
dancia si esta nos es causa de tropiezo.
Pero no es necesariamente el dinero lo que corrompe el
alma de los hombres. La raíz de todos los males es el amor
al dinero. Ello, según 1 Timoteo 6.10, nos hace extraviarnos
de la fe y ser traspasados de muchos dolores. Por eso es
que en 3 Juan 2 el apóstol dice que es su deseo que seamos
prosperados en todas las cosas, pero en relación directa a
cómo prospera nuestra alma. Si lo podemos manejar, si el
dinero no nos es motivo de tropiezo, entonces Dios nos
La prosperidad viene de Dios 19

dará en abundancia para que sobreabundemos para toda


buena obra.
Los creyentes no creemos en la suerte. Dios es nuestra
suerte. Él la sustenta, como se afirma en el Salmo 16.5. Y
si Él puede hacer que todas las fuerzas espirituales y
naturales se muevan a nuestro favor, entonces ¿qué no
podremos hacer? El que ama a Dios y vive en santidad, en
estrecha comunión con Dios por medio del Espíritu Santo,
está en las mejores condiciones para descubrir tesoros,
petróleo, minerales valiosos, emprender negocios, crear
industrias, comercio etc. y prosperar en cualquier activi-
dad.
Dios es el único capaz de proveer ese tipo de prosperi-
dad. Las personas que hacen dinero fuera de su voluntad
siempre estarán perturbadas por su conciencia y no habrá
fortuna capaz de pagar por la paz que necesitan. Por otro
lado, solo Dios es capaz de dar prosperidad en todos los
aspectos de la vida, como lo dice el rey David en el Salmo
103: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser
su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides
ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus
iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata
del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericor-
dias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuve-
nezcas como el águila» (Salmo 103.1-5).
En este salmo se nos recuerda que no debemos olvidar
ninguno de los beneficios que Dios nos da. Meditando en
él llegamos a la conclusión de que los beneficios de Dios
se dan en cinco dimensiones diferentes y que si descuida-
mos alguna de ellas no disfrutaremos plenamente de la
verdadera prosperidad que Él quiere para nosotros.
Primero nos dice que Dios perdona todos nuestros
pecados, y eso nos habla de un tipo de prosperidad espe-
cial: La prosperidad espiritual.
20 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Luego dice que Dios sana todas nuestras dolencias y


esto nos habla de la buena salud: La prosperidad del
cuerpo o física.
También rescata del hoyo nuestra vida, y todos com-
prendemos lo que es estar atrapado en un hoyo en nuestra
vida. Esto nos habla de nuestras almas atormentadas por
el pecado, la falta de amor, la culpa, la falta de perdón y
otras cosas semejantes: La prosperidad del alma.
Después también dice que El es quien nos corona de
favores y misericordias; es decir, el que nos rodea de
bendiciones materiales: La prosperidad material o econó-
mica.
Y por último, es Dios quien sacia de bien nuestra boca,
de modo que nos rejuvenezcamos como el águila. Esto es:
La prosperidad creativa.
La prosperidad que viene de Dios, pues, toca estas cinco
dimensiones de la vida humana.

1 Prosperidad espiritual
(salvación y paz con Dios)
2 Prosperidad del cuerpo o física
(salud divina)
3 Prosperidad del alma
(salud mental y emocional)
4 Prosperidad material o económica
(riquezas)
5 Prosperidad creativa
(al sembrar la palabra de Dios)
Primera parle

La prosperidad
espiritual
Bajo la bendición o la
maldición

El mundo espiritual es anterior al mundo material. Dios


creó el universo desde el mundo espiritual, desde la di-
mensión del espíritu. De acuerdo a la Biblia, el mundo
material vive y sufre las consecuencias de lo que sucede
en el mundo espiritual. Así que para comprender cómo
empieza la prosperidad, tendremos primero que adentrar-
nos en el mundo espiritual y comprender cómo opera este.
Descubriremos que hay leyes espirituales que regulan el
funcionamiento de todas las cosas, y que estas leyes afec-
tan todo lo que nos ocurre en esta vida. Comencemos por
la doctrina de Dios.

La Trinidad de Dios
Francamente, nos es difícil explicar que nuestro Dios es un
Dios trino. Los judíos utilizan esto como pretexto para
rechazar la fe cristiana, aduciendo que los creyentes ado-
ramos a tres dioses distintos. Para demostrar que estamos
en un error, citan algunos pasajes de las Escrituras como:
«Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Deute-
ronomio 6.4).
24 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Los creyentes creemos que Dios es uno, pero no pode-


mos negar la evidencia de que ese Dios único se manifiesta
al hombre en tres personas distintas que fluyen en perfecta
y total armonía. No las podemos separar: las tres forman
la divinidad, que es una sola e indivisible. Esto lo corrobo-
ran pasajes como 1 Juan 5.7: «Tres son los que dan testi-
monio en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo; y
estos tres son uno».
Quizás el ejemplo siguiente nos lo ilustre adecuada-
mente: Digamos que el agua es agua. ¿Habrá alguien tan
porfiado para negar que el agua es agua? Sin embargo, el
agua se nos presenta en tres formas distintas: en sólido, en
líquido y en gas o vapor. Las tres formas en que se presenta
no son en sí tres elementos diferentes, sino las tres formas
distintas en que se presenta el mismo elemento. No impor-
ta cómo se nos presente el agua, sea congelada, sea líquida
o en forma de vapor, hay tres elementos más simples que
la conforman: dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno.
El hidrógeno solo no es agua; el oxígeno solo no es agua.
Solo cuando los tres átomos están en una combinación
química nos dan una molécula de agua.
Este ejemplo, sin embargo, solo nos muestra una faceta
parcial de la Trinidad. En el caso del agua, cada uno de sus
átomos es diferente, pero en el caso de Dios, cada parte de
su ser es Él absolutamente.
Muchos pasajes del Antiguo Testamento nos demues-
tran la realidad de la Trinidad. Citaremos algunos:

• «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y


el principado sobre su hombro; y se llamará su
nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre
eterno, Príncipe de paz» (Isaías 9.6). ¿A quién se
refiere el profeta Isaías cuando dice: «un niño nos
es nacido, hijo nos es dado»? A Jesús sin duda. Y
después dice que su nombre será, entre otros, «Dios
Bajo la bendición o la maldición 25

fuerte». Debemos poner atención en que no dice:


«Dios es fuerte», porque ese podría ser el nombre
de un ser humano, ya que los nombres hebreos
tenían significado. Cuando dice «Dios fuerte, Padre
eterno, Príncipe de Paz» indudablemente se está
refiriendo a Dios. Además, para entender la Trini-
dad hay que entender el propósito eterno de Dios
y comprender que su propio ser ha sido adecuado
en el pasado eterno para cumplir estos propósitos.

• «En Él fueron creadas todas las cosas, las que hay


en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e
invisibles; sean tronos, sean dominios, sean princi-
pados, sean potestades; todo fue creado por medio
de Él y para Él» (Colosenses 1.16).

Cuando en esta Escritura se refiere a Él, significa Dios,


pero por supuesto en la forma de Jesucristo. Es decir, que
Cristo creó todo el universo para Él mismo. Creó los cielos,
las estrellas, la tierra, la vida, el hombre y todas las cosas
para Él. Un día Dios tomó cuerpo humano para habitar en
la creación con el hombre. ¿Qué cuerpo? El de nuestro
Señor Jesucristo, que ha resucitado y no ha vuelto a morir
ni morirá jamás, porque ese cuerpo es inmortal.
La Biblia habla también del Espíritu Santo, la persona
de Dios que es irradiada por Jesús y el Padre para cumplir
el propósito de omnipresencia en esta creación, y a la vez
poder estar en el corazón de cada hombre a fin de ayudar-
lo, capacitarlo y darle vida eterna. La presencia del Espí-
ritu Santo es necesaria para la vida eterna, porque los hijos
de Dios tenemos a Cristo en el corazón por medio del
Espíritu Santo. Jesucristo lo dijo: «Üs conviene que yo me
vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a
vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré» (Juan 16.7).
El Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo.
26 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Cuando la Escritura dice que hemos recibido el Espíritu


de su Hijo, realmente se refiere al Espíritu Santo, porque
todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu. La igle-
sia recibió al Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y de
allí en adelante el Espíritu se ha manifestado generación
tras generación a todos los creyentes. La presencia del
Espíritu en nosotros es garantía de vida eterna, ya que
Cristo habita por la fe en nuestros corazones por medio
del Espíritu Santo. Como dice 1 Juan 5.11,12, «este es el
testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida
está en su Hijo. Él que tiene al Hijo, tiene la vida, el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida».
Si entendemos el propósito eterno de Dios, podemos
entender el propósito de la Trinidad: estar en su trono en
los cielos como Padre dirigiendo y gobernando, estar en
Cristo para cohabitar en la creación con el hombre, y estar
en el Espíritu Santo para vivir en los corazones de los
hombres, dándoles vida eterna.

La trinidad del hombre


Si Dios es trino, no es extraño que el hombre también sea
trino. Al igual que su Creador, el ser humano es un ser
trino, aunque no en personalidades o personas diferentes,
sino en manifestaciones necesarias para su vida en la
tierra. 1 Tesalonicenses 5.23 dice: «Y el mismo Dios de paz
os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu,
alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida
de nuestro Señor Jesucristo».
El cuerpo es la parte de la persona que muchas veces
confundimos con todo el ser. Pero el cuerpo es tan solo el
tabernáculo donde mora el espíritu del hombre.
El alma es la mente del hombre. Esta se va moldeando
a medida que el cuerpo y el espíritu se interrelacionan
Bajo la bendición o la maldición 27

entre sí y con su medio ambiente. El cerebro es el órgano


del cuerpo encargado del funcionamiento automático de
sus partes, del manejo de datos e información desde el
exterior al interior y del almacenamiento de memoria. En
otras palabras, es la computadora puesta al servicio del
espíritu para el manejo de la información.
Constantemente cuidamos y mimamos el cuerpo, y
tendemos a olvidarnos de lo que realmente es nuestro
verdadero ser, de aquello que nos distingue de los anima-
les: el espíritu. El hombre vive como el joven que recibe
regalado un auto y se olvida de todo lo demás; práctica-
mente vive en el auto, piensa en el auto, lo limpia, hace
locuras por el auto y con el auto. Así se fascina el hombre
con su cuerpo, con la belleza del mismo, con lo que le
ofrecen sus sentidos. Demasiado a menudo se sumerge en
el pecado para experimentar todo lo que se puede experi-
mentar con él, y hace cosas para las cuales el cuerpo no
está diseñado.
El ser interior es el espíritu humano. En Efesios 3.16,17
el apóstol Pablo pide que los cristianos efesios sean forta-
lecido con poder por medio del Espíritu de Dios, para que
Cristo habite por la fe en el corazón, que es como nombra
la Biblia al órgano central del espíritu humano. Es la única
manera de tener victoria contra el pecado y contra toda
cosa que impida el fluir de Dios en nuestra vida.
Para atender el cuerpo, el hombre se alimenta regular-
mente, duerme lo necesario, recibe un poco de rayos sola-
res (y cuida su piel con bloqueadores para no sufrir
quemaduras por la radiaciones), modela su figura en el
gimnasio, corre para mantener sus músculos en forma.
Para el alma o la mente, trata de llevar una vida metódica,
estudia, lee, evita tensiones. Si se enferma el cuerpo, recu-
rre a médicos y si se enferma el alma, a sicólogos o siquia-
tras. Pero el espíritu del hombre, que es el verdadero yo,
28 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

lo tiene descuidado. El que no es creyente lo tiene tan


enfermo que prácticamente está muerto en su interior y no
se ha dado cuenta.
Si cuando pensamos en prosperidad, solo vemos lo
material o las cosas que alegran el alma y nos olvidamos
del espíritu, cometemos un grave error. El espírjtu nuestro
vive en dos mundos. A través del cuerpo se hace presente
en la creación, pero también vive en los lugares celestiales
o en el mundo espiritual, como afirma Efesios 2.6.

Muerte y maldición o vida y bendición


Todo lo que sucede en esta vida material es un efecto
secundario de lo que ocurre en la vida espiritual. Debemos
prestar mucha atención a lo que acontece en la dimensión
del espíritu y sus leyes. No olvidemos que el hombre,
como ser espiritual, habita también en esta dimensión, y
lo que hace en esta vida material tiene repercusiones en su
vida espiritual, repercusiones que traerán a su vez nuevas
consecuencias a su vida material.
En el primer capítulo hicimos mención de que la pobre-
za, la enfermedad y la muerte entraron al mundo por el
pecado de nuestros primeros padres. Luego, de acuerdo a
su plan para salvar al hombre, en tiempos de Moisés el
Señor dio la Ley, y con ella hizo una revelación. 1
Cuando leí este pasaje lamenté mucho el no haber
sabido esto antes. Al vivir en pecado y no conocer real-
mente a Jesucristo como mi Señor y Salvador personal, yo

1 Moisés la escribió dando lugar a los diferentes libros del Pentateuco, que son los cinco
primeros libros de la Biblia.» Dios le reveló a Moisés que el pecado trae maldición a la vida
del hombre: ceA los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros. que os he
puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida para
que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole
a Él; porque Él es la vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la
tierra que juró Jehová a tus padres Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar ..
(Deuteronomio 30.19,20).
Bajo la bendición o la maldición 29

había vivido treinta años de mi vida bajo la maldición de


la Ley. Lamentablemente, no me había dado cuenta de la
enorme diferencia entre conocer de Cristo y conocer a
Cristo, y no tenía ni idea de que necesitaba convertirme.
Ignoraba que convertirse no es cambiarse de religión, sino
entregarse en cuerpo, alma y espíritu a Dios para amarlo,
servirlo y recibir salvación por medio de la obra redentora
de Jesús. Había vivido, sin saberlo, bajo la maldición y
verdaderamente cosechaba de las semillas de pecado que
sembraba día a día. Deuteronomio 28.15-19 no me dejaba
lugar a duda: «Pero acontecerá, si no oyeres la voz de
Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus manda-
mientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán
sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán. Maldito
serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldita tu
canasta y tu artesa de amasar. Maldito el fruto de tu
vientre, el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas, y los
rebaños de tus ovejas. Maldito serás en tu entrar, y maldito
en tu salir».
El hecho de ignorar una ley espiritual no me exoneraba
de sufrir sus consecuencias, al igual que el hecho de igno-
rar una ley natural no me exoneraba de la misma. Que un
niño desconozca la ley de la gravedad no impide que vaya
a parar al suelo si se lanza a volar como Superman. La ley
natural rige en todo momento y en todo lugar. Igual
sucede con la ley espiritual. Dios no necesita empujar
contra el suelo a cada persona que se arroja al vacío. La ley
de la gravedad existe y se cumplirá inexorablemente. Igual
sucede cuando pecamos. Dios no está pendiente para
castigarnos: la ley espiritual simplemente entrará en ac-
ción.
A los doce años perdí a mi padre. A partir de ese
momento, los problemas económicos comenzaron en mi
familia. Hasta entonces habíamos vivido una vida de
30 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

abundancia material. Mi padre tenía un yate con camaro-


tes y durante el verano salíamos todos los fines de semana
a navegar. Él anclaba nuestro yate cerca de Lima, en Ancón
o Pucusana. ¡Me divertía tanto de niño con mis padres y
mis hermanos en estos pequeños viajes de fin de semana!
Con mi hermano menor y la niñera que nos cuidaba
dormíamos en un camarote en la proa. ¡Cómo recuerdo el
mirar la luna por la claraboya cuando acostado en la
oscuridad trataba de dormir! Fueron tiempos muy lindos
para mí.
Mi padre fue siempre muy deportista. Era miembro del
equipo de remo del Club Regatas Lima y también inte-
grante del equipo de baloncesto. Fue además corredor de
autos y, por último, nada menos que corredor de aviones;
en una época en que los prototipos se los hacía o modifi-
caba uno mismo para así competir. Al ser mi padre además
dueño de una caballeriza de caballos de carrera, esto per-
mitió que mis hermanos y yo fuéramos a ver a los caballos
cuando mi padre debía hablar con los preparadores en el
Hipódromo de San Felipe. Eran cosas fascinantes para un
niño.
Estaba orgulloso de mi padre. Lo recuerdo como un
hombre bueno, sensible, preocupado por los trabajadores
a su cargo, presidente del Club de Leones de Miraflores,
en la ciudad de Lima. Lo único es que el pecado llamaba
continuamente a las puertas de su matrimonio.
Cuando mi padre murió lo perdimos todo. Los cobra-
dores llegaban a tocar a la puerta con órdenes judiciales,
con embargos, y nuestra vida de abundancia se convirtió
en una vida de escasez permanente.
Tuve una adolescencia muy difícil. Luego de tres años
de noviazgo, me casé a los diecinueve años con Alicia. No
había tenido tiempo de formarme, ni de acabar la carrera
de ingeniería electrónica que había estudiado por dos
Bajo la bendición o la maldición 31

años. Con el apoyo de mi esposa trabajé y estudié durante


largos años pensando que si nos esforzábamos saldríamos
finalmente adelante. Pero cuando conocí al Señor a los
treinta años, a pesar de que había estudiado en la universi-
dad Ciencias Administrativas y Contabilidad (Adminis-
tración Bancaria en el Instituto Peruano de Administra-
ción de Empresas IP AE, Análisis de Sistemas y Programa-
ción en la IBM del Perú) y estaba siguiendo un curso de
administración en la Escuela de Administración de Nego-
cios para Graduados ESAN, tuve que reconocer que no
lograba aún salir verdaderamente adelante. Teníamos
apenas lo indispensable. Siempre estábamos con lo justo
y todo dinero extra que ingresaba, de alguna manera,
había sido ya gastado antes de llegar a nuestras manos. Se
cumplía en mí lo que dice la Biblia: «El extranjero que
estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú
descenderás muy abajo. Él te prestará a ti, y tú no le
prestarás a él; él será por cabeza, y tú serás por cola»
(Deuteronomio 28.43,44). Realmente me sentía corno si
todo conspirase contra mí para impedirme prosperar.
Algo parecía devorar nuestro dinero.
En la Biblia descubrí que no estaba errado al pensar
esto. Alguien está interesado en devorar nuestras bendi-
ciones. Evidentemente la muerte y la maldición estaban
apresando mi vida. El Señor tiene una gran promesa en
cuanto a esto en Mala quías 3.11: «Reprenderé también por
vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la
tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová
de los ejércitos». Era evidente que la promesa de Mala-
quías 3.11 todavía no se había cumplido en mi. vida.
El hombre común no tiene idea de que una gran maldi-
ción obstaculiza el desarrollo de su propia vida. Su salud,
su prosperidad, su paz están bajo el influjo de la maldición.
Es interesante ver cómo muchas personas se preocupan
32 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

cuando sospechan que algún brujo les ha hecho un daño


o les ha echado una maldición. Inmediatamente van y
buscan otro brujo para que deshaga el hechizo. Pero casi
nadie sabe que peor que la maldición de un brujo es la
maldición espiritual que, de acuerdo a la Palabra de Dios,
opera en la vida de las personas que no viven sujetas a Él
y en estricta armonía con su voluntad.
Las sentencias contra el espíritu del pecador no están
en el plano de esta existencia física, sino en la dimensión
espiritual. Los castigos que vemos son nuestra percepción
terrenal del castigo que se dicta en el mundo espiritual.
Para el hombre natural es muy difícil pensar que Dios, que
es bueno y misericordioso, pronuncie una maldición sobre
los que no lo obedecen. Sin embargo, las sentencias des-
critas en Deuteronomio 28 no son maldiciones en el senti-
do en que nosotros las entendemos, sino las consecuencias
que se producen en el mundo material al ofender nosotros
a Dios.
¿Cuál es el propósito de dichas sentencias en el mundo
espiritual? Pues nada menos que la conservación de la
creación y el orden impuesto por Dios para la conserva-
ción del mundo físico y del mundo espiritual. Todo ser
espiritual, y por lo tanto moral, que viole los mandatos de
Dios será separado eternamente de Él, única fuente de
toda vida y abundancia. Y al que se le separa de la fuente
de vida solo le espera muerte eterna, condenación, deses-
peranza, el infierno mismo, el lago de fuego y azufre
creado para el diablo y sus demonios.

Solo Jesús puede darnos vida


Jesucristo es la provisión de Dios para devolver al hombre
su estado original, mediante la justificación por la fe en la
obra redentora de la cruz. Así lo expresa Colosenses
1.19,20: «Agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud,
Bajo la bendición o la maldición 33

y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así


las que están en la tierra como las que están en los cielos,
haciendo la paz mediante la sangre de su cruz».
¿Por qué es necesaria esta reconciliación? Porque, como
ya lo hemos dicho, el hombre es un ser primeramente
espiritual, que a pesar de ello le da prioridad a su cuerpo.
Pero como es ante todo un ser espiritual, está bajo leyes
espirituales que al afectar su vida se traducen en este
mundo físico conforme a la revelación de Deuteronomio
28. Por este motivo, si sus pecados pueden ser perdonados
y la justicia de Dios satisfecha -porque el perdón de los
pecados no significa que las condenas sean pasadas por
alto-, estas maldiciones dejarán de operar en contra de la
vida del hombre. Por eso dijo el salmista: «Bienaventurado
aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su
pecado» (Salmo 32.1).
Nótese que el rey David en este salmo dice que uno no
solo es bienaventurado porque su pecado ha sido perdo-
nado, sino porque además ha sido cubierto. Es decir que
la ley fue satisfecha. Algo así como que el pecado fue
pagado, que la sentencia se cumplió. Jesús no vino a este
mundo a cambiar la Ley, ni a hacerla más fácil, sino a
cumplir la parte más difícil de la misma: Vino a recibir el
castigo que ella impone a los pecadores.
Todos sabemos que Dios es bueno; sin embargo, pocos
recuerdan o saben que Dios es un juez justo. Un juez justo
jamás dejará al transgresor sin su condena, sino que apli-
cará todo el rigor de la ley, aun cuando la persona esté
arrepentida. Un criminal que hubiera cometido un grave
delito, aun cuando muestre arrepentimiento, no podrá
escapar de la condena que la ley manda para casos como
el suyo. Y un juez, por muy bondadoso que sea, no podrá,
aun percibiendo la sinceridad del arrepentimiento del
delincuente, perdonarlo a su capricho dejando de lado lo
34 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

que la ley manda en este caso. No podrá decir el juez:


«Pobrecito, está arrepentido. Miembros del jurado, creo
que debemos perdonarlo». Más bien dirá: «Lo siento, jo-
ven, debió haberlo pensado antes. Me doy cuenta de que
está arrepentido, pero yo tengo que aplicarle el peso de la
ley». El juez dictará su sentencia de acuerdo a lo que señala
la ley para tales casos. Así es Dios.
Dios mismo está sujeto a sus propias leyes y no puede
violarlas, porque no están basadas en sus caprichos, sino
en la verdad y la justicia. Así que Dios jamás violará su
Ley, sino que la defenderá y la sustentará con su poder,
porque el día que Dios dejase de cumplir su Ley, dejaría
de ser Dios.
Algunos pueden pensar que Dios viola sus leyes con
los milagros, pero este no es el caso. Cuando Dios hace
algún milagro, no viola leyes morales sino que, al contra-
rio, aplica misericordia y bondad en ellas. Algunas de las
leyes naturales, tal como las conocemos actualmente, son
violaciones a las leyes originales de Dios para el mundo
físico. Por ejemplo: la muerte, la enfermedad, la pobreza.
La pobreza y la
maldición espiritual

El peso de la maldición
El hombre que vive en pecado está en una gran desventaja
para alcanzar sus objetivos en la vida. Si su deseo es
prosperar honradamente tendrá que luchar contra fuerzas
que desconoce. En el caso de que por la misericordia de
Dios no pase hambre, ni grandes necesidades en la vida,
y su salud no sea delicada, aun así no alcanzará la felici-
dad. Aunque alcance una posición holgada, como mi pa-
dre, al final los acontecimientos menoscabarán toda esa
abundancia. Un día, como dice Números 32.23, nuestros
pecados y sus consecuencias finalmente nos alcanzan.
El hombre natural vive sin Dios y sin esperanza en esta
vida. Pesadas cargas que no se ven, pero se sienten, están
en su corazón. Son cargas que llevamos como condena por
los pecados cometidos. Con los años, nuestros hombros se
van doblando bajo ese peso insoportable. Algunos se re-
fugian en los brazos de una religión, tratando de hacer más
soportable su dolor y de absolver sus grandes interrogan-
tes. A más edad, más dolor, más miserias acumuladas.
Quizás por eso vemos que generalmente a los jóvenes
les preocupa menos su ser espiritual y que las personas
36 LÁS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

mayores van tomando cada día más conciencia de la ne-


cesidad de salvación. Pero la religión no sirve para romper
las cadenas que sujetan al hombre a su pecado. Los ritos
solo acallan nuestra conciencia, no nos santifican; nos
sedan, pero no nos da la paz. La «religión» que no lleva
como resultado una relación íntima y personal con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo no es sino el chu-
pete con que el diablo quiere entretenernos para adorme-
cer el hambre espiritual que sentimos.
Satanás quiere destruir todo lo que somos, amamos y
tenemos; pero Jesús ya vino para evitar lo que el diablo
quiere hacer con nosotros. A los hombres cargados y
fatigados por sus pecados, por sus miserias, por sus an-
gustias, por su soledad interior, por su desesperanza Jesús
les dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque
mi yugo es fácil y ligera mi carga» (Mateo 11.28-30). Jesús
es el paladín que ha venido, como dice 1 Juan 3.8, a
deshacer las obras del diablo y a devolver el orden anterior
a las cosas. Vino a restaurar la relación entre Dios y el
hombre tal como fue a\ principio de la creación. «El ladrón
no viene sino para hurtar y matar y destruir», dijo. «Yo he
venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia (Juan 10.10).
Sin embargo, el hecho de que Jesús haya venido a este
mundo y haya vencido al diablo en la cruz no hace que
automáticamente recibamos bendiciones, ni tampoco que
el diablo deje de hacer lo que hace. El diablo se apoya en
los pecados del hombre para ser el ejecutor de muchas de
las condenas que pesan sobre él. Este es otro motivo
importante para restaurar nuestra comunión con Dios no
bien tengamos conciencia de haber pecado.
La pobreza y la maldición espiritual 37

¿Qué nos impide prosperar?


El peso de la maldición nos impide prosperar honrada-
mente y disfrutar de esa prosperidad. Para poder prospe-
rar, el hombre deberá levantar la condena que recae sobre
él. Si toda la creación, los seres angelicales, los hombres y
aun la naturaleza lucha contra Dios, ¿cómo podrá prospe-
rar? Debemos, pues, en primer lugar, luchar contra las
causas espirituales de la pobreza.
Deuteronomio 28.47,48 es un pasaje de la Biblia que
pertenece a las maldiciones del libro de Deuteronomio.
Textualmente dice: «Por cuanto no serviste a Jehová tu
Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia
de todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que
enviare Jehová contra ti, con hambre y con sed y con
desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo
de hierro sobre tu cuello hasta destruirte». En otras pala-
bras, que el pecado nos pone un yugo de esclavitud, de
pobreza, de hambre, de sed, de desnudez y que nos falta-
rán todas las cosas.
No basta, entonces, trabajar con empeño. Si un pueblo
trabaja denodadamente, pero la naturaleza le es hostil y la
nieve o las inundaciones o la falta de lluvias destruyen sus
cosechas y causan la muerte de su ganado, este se verá
empobrecido. No todas las variables que funcionan en el
mecanismo de la economía son manejadas por el hombre.
El hombre puede prever, pero una catástrofe de grandes
magnitudes no podrá ser superada fácil o rápidamente. Es
imprescindible resolver las cuestiones fundamentales del
problema.

La maldición sobre el trabajo


Muchas personas creen que en Génesis Dios maldice a
Adán y lo condena a trabajar. Piensan que el trabajo es una
38 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

maldición ocasionada por el pecado. Están equivocados:


Adán ya trabajaba antes de la caída. El trabajo de Adán
consistía en ser algo así como biólogo y jardinero oficial de
Dios. ¿No es eso lo que dice Génesis 2.15: «Tomó, pues,
Jehová Dios al hombre, y lo puso en el Huerto de Edén,
para que lo labrara y lo guardase».
Lo que el hombre perdió, como consecuencia del peca-
do de comer del fruto prohibido fue la bendición de un
trabajo grandemente productivo. El trabajo ya no le pro-
duciría los frutos que antes le había deparado. Según
Génesis 3.17-19, Dios le dijo refiriéndose a la tierra: «Con
dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y
cardos te producirá». La maldición no fue tener que traba-
jar; el fruto del trabajo fue lo que quedó maldito. Como
resultado de esto la inmensa mayoría de los hombres
honrados trabajan por un salario pequeño, por honorarios
que no compensan el esfuerzo; y aun así, no les alcanza,
no es suficiente.

Otra maldición contra la fuente de trabajo


Cuando la tierra estaba ya bajo maldición y el pecado
anidaba en el corazón del hombre, Caín, hijo de Adán,
tuvo celos de su hermano Abel, porque el humo de su
ofrenda subía hasta el trono de Dios. Abel, conforme a lo
que su padre Adán le había enseñado, ofrecía ovejas del
rebaño que cuidaba en sacrificio por sus pecados. Caín
ofrecía el producto de sus cosechas, y el humo de sus
sacrificios no subía como olor grato a Dios.
¿Por qué? Primero, porque ese sacrificio era desobe-
diencia. Caín sabía lo que demandaba Dios como sacrifi-
cio, y en vez de complacerlo, insistía en que Dios recibiera
lo que él quisiera darle. Pero como Dios mismo había
maldecido el fruto de la tierra, no podía recibir las ofren-
das de Caín. Por otra parte, Dios había querido revelar
La pobreza y la maldición espiritual 39

desde un principio una verdad catastrófica para el género


humano: la paga del pecado es muerte. Pablo se referiría
después a esto cuando dijo: «La paga del pecado es muer-
te, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús
Señor nuestro» (Romanos 6.23).
La ofrenda de Abel cubría su pecado por la sangre
derramada como sacrificio sustitutivo. La ofrenda de
Caín, no. Recordemos que si bien todo en la creación
quedó bajo maldición por las leyes espirituales que Dios
más tarde revelaría a Moisés como «la ley», Dios no había
maldecido la vida. Además, la Biblia dice que en la sangre
está la vida. Toda ofrenda por el pecado tenía que ser con
sangre, porque las leyes espirituales demandaban la vida
del infractor. Como demorando el pago, temporalmente
se ofrecía la sangre de una inocente víctima expiatoria: las
ovejas y el ganado vacuno.
Imaginemos que una persona está haciendo un juicio
de desahucio contra alguien para que desaloje un local; y
que mientras espera la solución de la demanda, acepta
postergar el desahucio a cambio de que se pague algo de
la deuda. Lo que el dueño de la propiedad realmente
quiere es el local; pero a cambio de retardar el lanzamiento,
exige un pago de alquiler. Es lo mismo en cuanto a Dios y
el pecador. Como el hombre ha pecado, debe morir como
lo exige la ley. Pero Dios en su misericordia dilata la
ejecución de esta sentencia y acepta que el hombre le
pague algo de la deuda: un sacrificio sustitutivo. La sangre
de los animales, carneros y machos cabríos no era el pago
de la deuda, pero se parecía a la moneda que se requería
para su cancelación. No era la vida del infractor, pero era
vida, vida que se entregaba como pago por el retraso
temporal de la sentencia. Ya que la muerte es la paga del
pecado, debía entregarse una vida a cambio de la propia.
Más tarde la Ley mandaría sacrificar animales por los
40 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

pecados, «y sin derramamiento de sangre no se hace remi-


sión» (Hebreos 9.22).
Al ver que Dios aceptaba la ofrenda de Abel, Caín se
enfureció, llevó a su hermano a un lugar solitario y lo
asesinó.
Luego, cuenta la Biblia, «Jehová dijo a Caín: ¿Dónde
está Abel tu hermano? Y él respondió: N o sé. ¿Soy yo acaso
guarda de mi hermano? Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La
voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.
Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca
para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando
labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y
extranjero serás en la tierra» (Génesis 4.9-12). Además de
la maldición de la tierra por el pecado de Adán, otra
maldición caería sobre la tierra a causa del pecado de Caín.
Me pregunto, ¿en qué parte del planeta no se ha derra-
mado sangre inocente? Todo país ha sufrido guerras de
independencia, guerras de conquista, guerras civiles, gue-
rras internacionales, terrorismo, crímenes. Especialmente
en los conflictos en que la sociedad es culpable, ¿no es
acaso esto la sangre de los hermanos que clama a Dios
desde la tierra? Y como si esto fuera poco,Jesús afirmó que
no vino a cambiar la Ley, sino a cumplirla y a darle su
verdadero significado. ¡Y qué significado!
Según el Señor, todo es más difícil de lo que pensába-
mos: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y
cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os
digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será
culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su
hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que
le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego»
(Mateo 5.21,22).
Así que hay más de una manera de cosechar esta mal-
La pobreza y la maldición espiritual 41

dición sobre uno. Bastará con hacer que despidan del


trabajo a quien no nos hizo ningún mal.

El dinero no lo es todo
Los malos harán dinero fácil. La prostitución, las drogas,
el alcohol, el contrabando, la evasión tributaria y la explo-
tación de los trabajadores nos pueden dar dinero «fácil».
Pero el dinero es solo una parte, y no muy importante, de
la prosperidad. ¿Qué es ser próspero? ¿Cuánto dinero
tiene realmente el que es próspero? ¿Quién sabe? El dinero
atrae el amor de personas indignas de ser amadas, pero no
el de las que podríamos realmente amar. El dinero no
compra la salud y menos la paz. El que hizo su dinero
deshonestamente, ¡cuánto pagaría por un poco de paz! El
que acumula riquezas solo por el afán de acumular jamás
disfruta del dinero. El malo amasa una fortuna porque es
astuto para los negocios a la manera del mundo. Pero por
muy astutos, sagaces y pillos que sean, no disfrutarán de
esas riquezas. Las verdaderas riquezas son para los que
han sido justificados por Jesús. Por eso la Biblia dice que
«el bueno dejará herederos a los hijos de sus hijos; pero la
riqueza del pecador está guardada para el justo» (Prover-
bios 13.22).
Y la Biblia añade: «Sembráis mucho, y recogéis poco;
coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os
vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su
jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos:
Meditad sobre vuestros caminos» (Hageo 1.6,7). Aunque
coman los manjares que su dinero compre, aunque se
vistan con los mejores trajes, aunque vivan en los mejores
palacios, nada los saciará.
42 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

El hombre desafortunado
Imaginemos a un hombre que trabaja la tierra y que ha
sido condenado a llevar sobre sus hombros un peso de
veinte kilogramos. Llevar veinte kilos no debe parecer
muy difícil al comienzo, pero imaginemos que él se levan-
ta en la mañana y lo primero que hace es cargar con el
bulto; y de allí no lo deja hasta volverse a acostar por la
noche. ¿Cómo sentirá que fue la jornada de trabajo en ese
día? ¿No será para él algo agotador? Así está el hombre
bajo la maldición.
Hay personas que están agobiadas con la carga de
pecado y condenas que pesa sobre sus hombros, con toda
la naturaleza y fuerzas espirituales que están en su contra.
Un hombre así que quiera prosperar honradamente es
muy difícil que pueda hacerlo. Y si trata de prosperar de
manera deshonesta, al final su estado será peor que la
pobreza. La angustia, la desesperación y otras cosas peores
no lo dejarán.
Ya debe haber comprendido que no es posible recibir
la prosperidad de Dios si primero no arregla su situación
espiritual. A partir de eso estará listo para que pasemos al
primer paso de la verdadera prosperidad: la prosperidad
espiritual.
Capfiu/o cualro

La prosperidad
del Espíritu

¿De dónde viene la prosperidad?


La prosperidad debe comenzar en los lugares celestiales o
lugares espirituales, o sea, en la «dimensión del espíritu».
El mundo material, la creación entera, se sostiene sobre
bases espirituales. Todo lo que nos sucede en esta vida
tiene su origen y es reflejo de lo que ocurre en esos lugares
celestiales. En ellos vivimos también de alguna manera,
aunque no seamos totalmente conscientes de ello al habi-
tar en este mundo material en un tabernáculo de carne y
hueso que es nuestro cuerpo.
Necesitamos, pues, alcanzar primero las bendiciones
~n los lugares celestiales, para luego poder recibir el fruto
de esas bendiciones aquí en la tierra. La Biblia sobre esto
nos dice: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual
en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1.3). ¿Qué hay
que hacer para recibir esas bendiciones, y quién podrá
dárnoslas?
En el campo sobrenatural existen dos fuentes de poder:
El poder de Dios y el poder de las tinieblas. El poder viene
de Dios o viene del diablo y sus demonios. No hay otra
44 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

posibilidad. En el mundo espiritual, dice Colosenses 1.13,


solo hay dos reinos y por lo tanto dos fuentes de poder: El
reino de las tinieblas y el reino de la luz y no podemos estar
en ambos a la vez.
El único que puede bendecirnos con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo es Dios. Él el
único que tiene toda la autoridad para hacerlo, y es el
único que da bendiciones sin pedir nada a cambio. Si algo
nos pide es que dejemos todo lo que nos hace daño y que
hagamos solo lo que nos hace bien.
Muchas veces las personas, por inexperiencia o igno-
rancia, recurren a fuentes de las tinieblas sin imaginar lo
que hay detrás de todo eso. Piensan que a través de
espíritus o demonios o con hechizos y brujerías (y por
supuesto realizando toda clase de acciones deshonestas,
como ya hemos mencionado anteriormente) podrán atraer
el dinero. Lo cierto es que cuando conseguimos cualquier
tipo de favor sobrenatural, ese favor siempre tendrá un
precio. ¿Cuál será el pago que uno deberá realizar a los
demonios por los favores recibidos? El pago será la vida
misma. No olvidemos que «la paga del pecado es muerte».
Otras veces parece que las personas desearan conven-
cerse de que no todo lo sobrenatural proviene de Dios o
del diablo y creen que existen otras fuentes desconocidas
no tan malignas, o aun, benignas a las cuales uno puede
recurrir.
Dichosos los que recurren a Dios. Él con su gran amor
bendice sin esperar nada a cambio. Y no solo todo lo que
uno obtiene de Él es debido a su gracia y su amor, sino que
sobrepasa todo entendimiento. Eso dice Efesios 3.17-19.
Meditemos en que Dios nos dio a Jesús, no ahora que
andamos conforme al Espíritu, sino cuando éramos ene-
migos suyos y vivíamos conforme a la carne. ¿Por qué lo
hizo? Lo hizo «para que la justicia de la Ley se cumpliese
La prosperidad del Espíritu 45

en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino


conforme al Espíritu. Porque los que son de la carne pien-
san en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu,
en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es
muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por
cuanto los designios de la carne son enemistad contra
Dios; porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco
pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar
a Dios» (Romanos 8.4-7).
Esto nos conduce a una promesa muy grande: «El que
no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas
las cosas?» (Romanos 8.32). Si estamos pidiendo conforme
a su voluntad, no hay por qué dudar de que nos concederá
lo que pedimos, pues ya nos dio lo más valioso que tenía:
a Jesús.
La Biblia también nos enseña en Santiago 1.17, que todo
lo bueno viene siempre de Dios. No podemos recibir nada
bueno de otra fuente. Él es quien nos bendice y nos da vida
eterna.

¿Cómo pedir prosperidad?


¿Cómo pediremos a Dios que nos prospere? ¿Acaso somos
dignos de hacer tal pedido? Verdaderamente no hay nadie
digno de pedirle a Dios ni prosperidad, ni salvación, ni
salud, ni ninguna otra cosa que no sea perdón por nuestros
pecados, y mucho menos si vivimos siguiendo la corriente
del mundo.
El primer paso que debemos dar es arreglar nuestras
cuentas con Dios de una vez y para siempre. Algunas
personas creen que si de niños fueron llevados a alguna
iglesia, fueron bautizados, y luego participaron repetidas
veces de los ritos de esa iglesia, son salvos y tienen acceso
al cielo. Están equivocados. Uno tiene que reconocerse
46 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

pecador y pedir perdón. Pablo afirma que «todos pecaron


y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3.23). En
otras de sus cartas abunda en el tema y dice: «Manifiestas
son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades,
pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envi-
dias, homicidios, borracheras, orgías, y otras cosas seme-
jantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya
os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5.19-21).
Lo peor que una persona puede hacer es creer que es
inocente ante Dios y tratar de justificarse. No podemos
alegar inocencia delante de Dios, porque Él sabe la verdad,
aun si nosotros la queremos negar.
Tampoco podemos pretender que nuestro pecado ten-
ga atenuantes. Muchas veces las personas culpan a su
pasado. Piensan que si alguien no los hubiera iniciado en
prácticas sexuales pecaminosas, jamás habrían cometido
pecados sexuales; o que si no los hubieran iniciado en el
alcohol o las drogas, jamás habrían caído en sus garras.
Otros piensan que el sembrar coca para la producción de
cocaína no está mal porque tienen familias que alimentar
y no encuentran otro modo de hacerlo. Otros, que si no
extorsionan o reciben soborno, no les alcanzará para vivir.
Realmente el diablo tiene un almacén inagotable de excu-
sas para convencernos de que pecar es la única alternativa
que nos queda. Es cierto que los tiempos son difíciles, pero
jamás saldremos de nuestros problemas si nos justifica-
mos.
La verdad es que si nadie nos hubiera iniciado en tal o
cual pecado, habríamos caído solos en ellos o habríamos
caído en otros. Nunca hemos sido víctimas inocentes del
pecado de otros, del egoísmo de otros, de la maldad de
otros. Siempre hemos sido pecadores a la espera de que la
La prosperidad del Espíritu 47

iniquidad brotara de nuestros corazones de una u otra


manera. Y aun cuando las cosas que hicimos fueran pro-
ducto de nuestra formación o deformación familiar y so-
cial, debernos reconocer que son producto t~rnbién de
nuestro propio pecado y del pecado de la raza adárnica,
del cual todos somos responsables solidariamente.
El rey David supo reconocer su propia culpa, aunque
según el Salmo 51 sabía que en pecado fue concebido y en
pecado fue formado. No pretendamos justificarnos delan-
te de Dios, ya que no tenernos excusa para haber vivido
alejados de Él. No nos sintamos justos, ni buenos delante
de Dios, porque eso impedirá que Él nos perdone. Al
contrario, confesemos a Dios nuestros pecados para ser
perdonados y quedar libres del castigo. La prosperidad
espiritual empezará siempre en los lugares celestiales
cuando una persona reconoce su pecado y se vuelve a
Dios.

Solo Jesús libera al hombre


Para recibir el perdón de Dios y alcanzar salvación, hemos
dicho, no basta con practicar una religión, ni con asistir a
una iglesia. Ninguna institución humana, ni aun la iglesia,
puede dar de por sí salvación al hombre. Solo Jesús puede
hacerlo. Dice la Biblia que «en ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hom-
bres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4.12).
Sin embargo, algunas cosas son contraproducentes en
cuanto a obtener el perdón de los pecados.

Alegar inocencia
Nada más absurdo. Dios mismo dice, corno hemos leído
anteriormente, que todos los hombres han pecado. Ade-
48 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

más, ya sabemos que la paga del pecado es muerte y que


no hay perdón de pecados sin derramamiento de sangre.
Si alegamos inocencia, perdemos nuestra mejor opción.
Jesucristo dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico,
sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a
pecadores» (Marcos 2.17). Si usted no reconoce que es
pecador, se excluye de entre los que Cristo vino a buscar.
Además, si alegamos inocencia, perdemos la oportuni-
dad de que nos defienda ante el altar de Dios el mejor
abogado del universo: Jesucristo. «Hijitos míos», dijo Juan,
«estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo» (1 Juan 2.1). Sin ese abogado estamos
perdidos.

Alegar que todos lo hacen


Demasiadas veces escuchamos el siguiente alegato: «No
soy malo, me preocupo por mi familia, doy limosna a los
pobres, practico mi religión (claro, a veces, porque no soy
fanático). Soy como todo el mundo, ni mejor ni peor». ¿Por
qué tantas personas expresan esto?
Muchos lo expresan porque consideran normal el prac-
ticar ciertos pecados y llegan a pensar que es imposible
evitarlos. Otros aplican su propia justicia y consideran
normales y justificadas su reacción a los pecados que otros
cometen contra ellos. Lamentablemente nos cuesta recor-
dar que nuestra justicia es un trapo sucio para Dios, como
dice Isaías 64.6.
Muchas personas no consiguen ver sus propios peca-
dos por tener la vista enfocada en los pecados con que
otros las lastimaron. Por ejemplo, si a una persona la
estafan impunemente y la despojan de todas sus pertenen-
cias, vivirá pensando en el mal que le hicieron y se sentirá
una víctima; y al ser la víctima, se sentirá inocente. Pensará
La prosperidad del Espíritu 49

que no hizo nada para merecer eso y a lo mejor es cierto.


Pero lo que a esa persona no se le ocurre es que ese pecado
ajeno que la dañó tanto dio origen a otros muchos pecados
que sí llevan su firma. Entre estos pueden hallarse pecados
como la amargura, la ira, el resentimiento, el odio, el deseo
de venganza. Es como si el pecado de la estafa, en este caso,
fuera la madre que hubiera dado origen a los demás
pecados. El mayor daño que puede causarnos la persona
que peca contra nosotros en realidad es el hacernos a su
vez pecar, romper nuestra comunión con Dios e impedir-
nos recibir su perdón. Si no perdonamos nosotros, no
alcanzaremos el perdón de Dios. Y ese es un lujo que no
podemos darnos. La Biblia es clara en cuanto a esto: «Si
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará tam-
bién a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdo-
náis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os
perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6.14, 15).

Tratar de llegar a un arreglo con la corte


Algunos aceptan haber hecho cosas malas y entienden que
estas cosas malas traen maldición a sus vidas. Otros no lo
entendían así, pero ya lo están entendiendo al leer este
libro. Sin embargo, muchos aun a pesar de reconocerlo,
buscan llegar a un arreglo con Dios: «Señor, mira, es cierto
que he hecho cosas malas, no lo niego; pero también es
cierto que he hecho cosas buenas». Es decir, quieren ofre-
cer las cosas buenas que han hecho para anular las malas.
Hace años, cuando me enseñaban religión en el colegio,
el maestro nos refirió la siguiente historia:
Una vez un padre, viendo que su hijo se portaba muy
mal, tuvo una idea para corregirlo y le dijo:
-Hijo mío, mira, te voy a dar esta tablita. Quiero que
cada vez que hagas una mala acción o cometas un pecado,
50 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

claves un clavo en la madera. Por cada buena acción que


emprendas, retira un clavo de ella.
El niño comenzó a hacer como su padre le dijo y muy
pronto la madera se le llenó de clavos. Avergonzado,
decidió comenzar a hacer cosas buenas a fin de ir retirando
los clavos. En efecto, uno a uno los fue sacando. Después
de un tiempo todos los clavos habían salido.
El padre lo llamó y le dijo:
-Hijo mío, muéstrame la madera que te di.
El niño se la dio y el padre la miró con tristeza y dijo:
-Me alegro, hijo mío, de que la madera no tenga
clavos, pero siento una enorme tristeza al ver todos los
agujeros que hay en ella.
La madera maltrecha de la anécdota representa lo que
a menudo hacemos con nuestra vida. Muchos eren que
Dios compensa lo malo con lo bueno. No es así. No pode-
mos cambiar buenas obras por pecados, porque sería
como cuidar niños huérfanos para compensar el haber
asesinado a un padre de familia, o querer ser lazarillo de
un ciego para que nos perdonen un robo a mano armada.
Las Cortes de Justicia tienen leyes muy estrictas y para
cada crimen hay un castigo, que por lo general es un
período de cárcel. Para crímenes mayores, el pago podría
ser incluso la pena de muerte. N un ca se ha oído de un juez
que, en vez de darle veinte años de cárcel a una persona
que ha cometido un delito grave, lo mande a decir cinco
padrenuestros porque haya hecho una obra de caridad
extraordinaria. Resultaría absurdo.
Lo mismo sucede con nuestros pecados. En ningún
lugar de la Biblia se menciona que la paga del pecado es
religión, buenas obras o penitencias. La paga del pecado,
dice Romanos 6.23, es la muerte del infractor y eso es todo.
Debemos aceptarlo y rendirnos al plan de Dios.
La prosperidad del Espíritu 51

El sacrificio de Jesús libra al hombre


de toda maldición
Hablando de Jesucristo y el plan de salvación, la Biblia dice
que «llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre
el madero, para que nosotros, estando muertos a los peca-
dos, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sana-
dos» (1 Pedro 2.24).
Aun cuando la mayoría de los que dicen ser creyentes
no lo saben, el sacrificio de Jesús cubre todos los aspectos
de la maldición por el pecado original y libra al hombre
de la pobreza, de la enfermedad y de la muerte eterna. Dice
Colosenses 2.14 que Jesús anuló «el acta de los decretos
que había contra nosotros, que nos era contraria, quitán-
dola de en medio y clavándola en la cruz». Las sentencias
que había sobre cada uno de nosotros, Jesús ya las anuló
La pregunta que surge es: ¿cómo lo hizo? Si la paga del
pecado es muerte, ¿cómo pudo soslayar la Ley, para que
su peso no nos cayese encima? Si Dios es un juez justo,
¿cómo fue posible que se anulara el acta de los decretos
que nos eran contrarios? Pues bien, Jesús no cambió la Ley.
Simplemente la cumplió por nosotros.
Un día dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido
para abrogar la Ley o los profetas; no he venido para
abrogar sino para cumplir» (Mateo 5.17). La parte más
difícil de la Ley la cumplió al morir en la cruz por nosotros.
Allí el amor de Dios quedó fuera de toda duda. Dios nos
amaba más de lo que podemos pensar o entender. Como
dice la Escritura, su amor excede a todo conocimiento.

El sacrificio perfecto
El sacrificio de Jesús es integral, porque incluye todos los
aspectos de la vida del hombre.
Jesús nació de María, una doncella aún virgen. Heredó
52 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

de ella la naturaleza humana. Es el único ser que ha nacido


sin pecado, debido a que su Padre no fue un hombre. No
heredó el pecado de Adán, del cual toda la raza humana
es mancomunadamente culpable al heredar de sus padres
no solo la culpa sino la mancha de la raza. El pecado
original se hereda de padre a hijo, no de madre a hijo, ya
que el padre es la autoridad espiritual de la familia.
Aunque era completamente hombre y completamente
Dios, quiso despojarse de sus atributos divinos para llevar
a cabo el plan de redención. La Biblia lo expresa así:
«Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz (Filipenses 2.6-8).
El cuerpo que adoptó fue el mismo que el hombre tenía
después de la caída. No podía llevar a cabo el plan de
salvación con un cuerpo diferente. La Biblia lo llama cuer-
po de pecado, porque puede ser tentado a pecar tanto
desde fuera como de su propia concupiscencia o de los
apetitos carnales o de sus propias pasiones desordenadas.
Así que Jesús vino en semejanza de carne de pecado para
condenar al pecado en la carne. Por este motivo era la
víctima perfecta para entregarse propiciatoriamente,
«porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era
débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza
de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al
pecado en la carne» (Romanos 8.3).
Los antiguos, al sacrificar animales, tan solo conseguían
retrasar la sentencia que pesaba sobre ellos. Esas ofrendas
de novillos, chivos, cabras, ovejas y tórtolas donde se
derramaba sangre eran solamente una sombra de lo que
había de venir. Jesús, siendo la ofrenda que Dios esperaba,
La prosperidad del Espíritu 53

dio su vida por nosotros y nos hizo perfectos de una vez


para siempre a todos los santificados. Hebreos 9.11,12
dice: «Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de
los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto
tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta
creación, y no por sangre de machos cabríos, ni de bece-
rros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre
en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna reden-
ción». Y Hebreos 10.1 añade: «Porque la ley, teniendo la
sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de
las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se
ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que
se acercan». La sangre de esas víctimas solo era un modelo
que seguían los que un día serían justificados. La sangre
de Cristo y su sacrificio son la realidad misma.
Jesús es el único nacido de mujer que no pecó jamás.
Ezequiel 18.4 dice que solo moriría el alma que pecara.
Pero Jesús nunca pecó: «No hizo pecado, ni se halló enga-
ño en su boca» (1 Pedro 2.22). Si no pecó jamás, ni heredó
el pecado original, la ley no podía matarlo, aun cuando
estaba en un cuerpo de pecado. Y si la ley no podía
matarlo, ¿por qué murió? Él mismo lo explicó: «Por eso me
ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a
tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la
pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para
volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre
(Juan 10.17,18). Jesús puso su vida voluntariamente por
todo aquel que le recibiría como Señor y Salvador perso-
nal.
Su muerte estaba profetizada. Isaías había proclamado
que «Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre El, y
por su llaga fuimos nosotros curados» (Isaías 53.5). Jesús,
que nunca cometió pecado, es la víctima perfecta para
54 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

cambiar la indignidad del hombre por su dignidad, nues-


tros pecados por su justicia. Si las consecuencias del peca-
do fueron la pobreza, la enfermedad y la muerte eterna,
Jesús al morir en la cruz sufrió cada una de esas consecuen-
cias y nos libró de la muerte, de la enfermedad, del dolor,
de la pobreza y de la falta de paz; dándonos además el don
de la vida eterna.

Venció la maldición
Hemos visto que Jesús anuló el acta de los decretos que
había contra nosotros, los que encontramos el camino de
salvación. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley,
hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldi-
to todo el que es colgado de un madero» (Gálatas 3.13). Es
decir, Él anuló las consecuencias de los pecados, y obtuvo
para nosotros redención eterna.
Cuando Jesús comenzó su ministerio nos anticipó cuál
sería su resultado: «El Espíritu de Jehová el Señor está
sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a
predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los
quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cauti-
vos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año
de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del
Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar
que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de
ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en
lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de
justicia, plantío de Jehová, para gloria suya» (Isaías 61.1-3).
Con su sacrificio, que terminó con su muerte en la cruz del
Calvario, destruyó las raíces de la muerte espiritual, de la
pobreza, de la enfermedad, de la angustia, de la depresión,
del temor, y algo sin raíces o con la raíz muerta no puede
mantenerse. Jesús vino a librarnos de la cautividad del
pecado, de las prisiones, de la miseria, vino a sanar los
La prosperidad del Espíritu 55

corazones heridos, a darnos gozo en vez de tristeza y para


hacernos fuertes como robles, en vez de débiles como
cañas azotadas por el viento. A través de su martirio,
venció las maldiciones que nos traen pobreza en sí, la
maldición al fruto del trabajo y la maldición a la fuente de
trabajo.

La pobreza de Jesús
La pobreza de Jesús no fue casual. Tampoco fue una
manera de rechazar a los ricos y la riqueza ni de optar por
los pobres. El que Jesús abrazara la pobreza tuvo una
razón mucho más profunda. Durante su ministerio en la
tierra Jesús se relacionó con los pobres, con los enfermos,
pero también con los ricos. No olvidemos cuando Jesús,
como lo relata el Evangelio de Lucas 19.2-5, fue a cenar con
Zaqueo. Muchos murmuraron, pero Jesús había venido a
salvar lo que se había perdido, y Zaqueo, rico y publicano,
necesitaba también un Salvador.
Sin embargo, Dios había elegido para Jesús una vida
pobre, no porque Él fuera pobre -ya hemos visto que
Dios es extremadamente rico en todo- sino porque esa
pobreza era necesaria para el plan de salvación. Cuando
Jesús comenzó su ministerio renunció a todas las cosas,
incluso a aquellas que el oficio de carpintero heredado por
su padre adoptivo pudieron darle. Jesús no tenía ni siquie-
ra donde dormir con regularidad. Muchas veces le sor-
prendía la noche en el campo, y allí se echaba a dormir.
Un día unos hombres fueron a decirle que querían seguirlo
y probablemente le preguntaron dónde solía reunirse para
así poder dejar sus cosas. Jesús les respondió: «Las zorras
tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del
Hombre no tiene donde recostar la cabeza».
Las circunstancias de su nacimiento son aún más inte-
resantes. Muchos se imaginan que José era tan pobre que
56 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

cuando tuvo que ir a Belén para el censo se hospedó en un


pesebre, en un corral de animales, porque no tenía dinero
para pagar el mesón. La verdad es que, como dice Lucas
2.7, no había lugar para ellos en el mesón. Seguramente
estaba lleno de forasteros a causa del censo. Esto no lo
afirma la Biblia para disimular su pobreza, sino para de-
mostrarnos que el dinero no era la causa, sino que fue la
voluntad de Dios que naciera Jesús en ese lugar; no para
aparentar una pobreza que no existía, pues si José buscó
primero lugar en el mesón era porque podía pagar el
hospedaje. De no haber tenido dinero, probablemente
habrían buscado un hogar caritativo que se apiadase de
ellos debido al estado de su joven esposa que estaba a
punto de dar a luz en un día tan frío. Pero no fue así. José
fue a la hostería y no encontró lugar y, dada la emergencia,
tuvo que contentarse por con el establo detrás del mesón.
¿Por qué, entonces, si Dios es rico y José no era tan
pobre, Jesús nació en un establo en Belén? ¿Por qué toda
la pobreza que Jesús experimentó en su vida terrenal? Él
sabía que la Ley nos maldecía y que por causa de la
maldición éramos pobres. Un día tomó la maldición sobre
sí mismo, y voluntariamente se hizo pobre para tomar
nuestra pobreza. Son bellas las palabras con que Pablo lo
afirma: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo
rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriqueci-
dos» (2 Corintios 8.9). Jesús voluntariamente se hizo pobre
para quitar de nosotros el dolor y las consecuencias de la
pobreza y darnos a cambio sus riquezas.

Jesús llevó la corona de espinas


La Biblia nos cuenta que «pusieron sobre su cabeza una
corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha;
e hincando la rodilla delante de Él, le escarnecían, dicien-
La prosperidad del Espíritu 57

do: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la


caña y le golpeaban en la cabeza» (Mateo 27.29,30). Este
hecho resulta no solo conmovedor, sino además suma-
mente interesante. ¿Por qué Dios, siendo todopoderoso,
permitió que su Hijo sufriera suplicios adicionales que
normalmente ni los peores delincuentes sufrían?
Todo en la vida de Jesús tenía un propósito. Como
vimos en el tercer capítulo, Génesis 3.17,18 habla de que
la tierra sería maldita por causa del pecado de Adán y Eva,
y que de allí en adelante le daría al hombre cardos y
espinos. Nuestro trabajo sería también maldito porque con
dolor comeríamos de la tierra. Esa caña que pusieron de
cetro en su mano y esas espinas estaban haciendo que
Jesús cumpliera en sí mismo una maldición que no debería
haberlo tocado. Jesús llevó las espinas sobre sí para decir:
«Padre, mírame, acepto las espinas sobre mí. ¡Quítaselas
a ellos!» Gracias a la corona de espinas de Jesús, el fruto
de nuestro trabajo ya no será cardos y espinas.

Jesús derramó su sangre


Jesús derramó su sangre al morir por el hombre, ya lo
sabemos, pero lo que se nos escapa muchas veces es que
Jesús roció con su sangre la tierra alrededor de la cruz. La
sangre de Abel y de todos los inocentes que han muerto
clama venganza desde la tierra (Génesis 4.10). El pecado
de Caín, el odio de los hombres, el chisme, la murmura-
ción, la difamación, el robo y el asesinato pesan sobre la
humanidad. La sangre derramada clama venganza a Dios
desde la tierra.
Como consecuencia de esta maldición, la tierra perdió
su fuerza. Aquí la tierra representa nuestra fuente de
trabajo. Los países que sufren violencia interna, guerra
civil, terrorismo, son países que se desangran. Los campos
son abandonados, las fábricas cierran, los negocios colap-
58 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

san y la gente pierde sus fuentes de trabajo. La recesión y


la quiebra del sistema económico son parte de esta maldi-
ción. La sangre de nuestros hermanos pide venganza y la
tierra pierde su fuerza, su productividad. Este drama lo
vive la humanidad constantemente.
En su gran amor resolvió también esto al morir. Cuen-
tan los Evangelios que uno de los soldados le abrió el
costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua
(Juan 19.34). Todo está resuelto. Si la sangre de todos
aquellos justos inocentes derramada sobre la tierra pide
venganza, la sangre de Jesucristo clama misericordia.

Reconozcamos nuestra pobreza espiritual


El Señor dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5.3). El que
reconoce su necesidad espiritual, su pobreza espiritual,
esa pobreza de la que hemos hablado y que Jesús venció
en el Gólgota, es un bienaventurado. Claro, siempre y
cuando haga algo al respecto.
Si no se había dado cuenta de que necesitaba un Salva-
dor, ya lo sabe. Ninguna religión salva, solo Jesús salva, y
ahora lo va entendiendo mejor. Las revelaciones que la
Biblia nos ofrece sobre las maldiciones y cómo Jesús nos
rescata de ellas son suficientes para probarlo. También
debe recordar que las maldiciones son una herencia de la
raza de Adán, y corno somos descendiente de Adán, las
maldiciones están operando en nuestra vida. Tenernos que
morir y volver a nacer para no ser descendiente de Adán.
Jesús nos ofrece hacernos descendientes suyos a través de
un nuevo nacimiento espiritual.
Cuentan la Biblia que «había un hombre de los fariseos
que se llamaba Nicoderno, un principal entre los judíos.
Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabernos que has
venido de Dios corno maestro; porque nadie puede hacer
La prosperidad del Espíritu 59

estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió


Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo
le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Pue-
de acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre,
y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que
el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar
en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es;
y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» (Juan 3.1-6).
Si nunca lo ha hecho, le animo hoy a que haga una
oración reconociendo sus pecados, pidiendo perdón a
Dios por ellos y permitiendo que Jesús entre en su corazón.
De esta manera volverá a nacer, esta vez del Espíritu.
Puede seguir esta oración que propongo:

Señor Jesús, soy pecador, y en este día te quiero pedir


perdón por cada uno de mis pecados. Tú me conoces
y sabes bien todo lo que he hecho. Te pido que me
perdones. Sé que me amas, pues ahora conozco lo
mucho que has hecho por mí. Pagaste con tu sangre el
precio de mi pecado y resucitaste para interceder por
mí en la gloria. Entra en mi corazón. Allí te recibo hoy
como mi Señor y como mi Salvador. Te entrego mi
vida y te pido que me hagas nacer de nuevo y me
cambies. Te doy gracias por haber muerto por mí y por
darme el regalo de la vida nueva y eterna.

Bien. Si hoy ha hecho esta oración por primera vez, le


aconsejo que busque una iglesia donde se predique a Jesús
y el evangelio completo, pues usted ha vuelto a nacer y
necesita alimentar su espíritu. ¡Bienvenido a la familia de
Dios! Hoy su nombre está siendo escrito en el libro de la
vida que se menciona en Filipenses 4.3. Corno dice Pablo
en Efesios 2.19, «ya no sois extranjeros ni advenedizos,
sino conciudadanos de los santos, y miembros de la fami-
lia de Dios».
60 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Conclusión
Ya hemos expresado lo que es. En pocas palabras, prospe-
ridad espiritual es tener en el corazón el bien supremo,
Jesús, y mediante Él reconciliarse con Dios. Si ya es prós-
pero espiritualmente, conserve esa prosperidad perseve-
rando en la comunión con Dios. Su amor nos despierta con
sus grandes obras, nos mantendrá ocupados en cosas
espirituales (orando, ayunando, leyendo la Biblia) y así
podremos vivir una vida de santidad. Una vida consagra-
da a hacer la voluntad del ser más maravilloso y bueno del
universo.
La prosperidad
del cuerpo
Capítulo cinco

Dios creó al hombre


para vivir eternamente

A su imagen y semejanza
«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó;
varón y hembra los creó», cuenta Génesis 1.26,27. Dios creó
al hombre tomando de modelo su propio ser y lo hizo por
amor. Fue la gran obra maestra del artista, pero a la vez, la
expresión amorosa de un Padre.
Pero, ¿dónde radicó la semejanza del hombre con Dios?
En ese momento no radicó en el aspecto físico, sino en su
capacidad de escoger su propio camino, en su capacidad
de decidir el rumbo de su vida ejerciendo el libre albedrío
(por supuesto que dentro de los límites que Dios le esta-
bleció dentro del ambiente físico donde se desenvuelve y
el ambiente espiritual). Ahora la semejanza es mayor aún,
ya que Dios hoy en día tiene un cuerpo humano. Jesús
tomó un cuerpo humano en la encamación y, como resu-
citó y jamás lo desechó, aun en el cielo lo conserva. Ahora
no es un cuerpo normal, tal como lo conocemos, sino el
cuerpo glorificado de Jesús después de la resurrección.
El cuerpo de Jesús, después de la resurrección, se com-
portaba de un modo muy extraño. Juan 20.19,20 nos dice
que casi no podían identificarlo: «Cuando llegó la noche
de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las
64 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban


reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en
medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho
esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se
regocijaron viendo al Señor». La narración de este hecho
es sencilla pero muy importante, porque demuestra con
una ingenuidad absoluta lo que pasaba en el corazón de
los apóstoles en ese momento. Los discípulo se regocijaron
de ver al Señor, pero tuvieron miedo pensando que se
trataba de un fantasma.
El relato de Lucas 24.36-43 dice que los discípulos se
asustaron con la aparición extraordinaria de Jesús al atra-
vesar las paredes y ubicarse en medio de ellos. Así lo relata
Lucas: «Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús
se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros.
Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que
veían espíritu. Pero Él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y
vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis
manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved; porque
un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo
tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y
como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban mara-
villados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le
dieron parte de un pez asado y un panal de miel. Y Él lo
tomó y comió delante de ellos». El Señor los calma y los
convence de su presencia usando los sentidos de los dis-
cípulos. Quiere que se aseguren de que están viendo a un
ser de carne y hueso y para ello les muestra sus manos y
sus pies para que lo reconozcan por las heridas que deja-
ron los clavos en Él.
Resulta impresionante que coma delante de ellos para
quitar sus dudas y hacerles ver que no era un fantasma.
Me imagino a los apóstoles mirando hacia abajo, para ver
si los alimentos se le caían al suelo y si no se trataba tan
solo de un truco. También llama la atención el que no
Dios creó al hombre para vivir eternamente 65

tocara la puerta. Pudo haberlo hecho, pero no lo hizo.


Prefirió una extraordinaria aparición para que en pocas
palabras sus discípulos entendieran lo sobrenatural de su
nueva vida. Es más, aparentemente no lo reconocieron por
su cara o su aspecto, pues tuvo que mostrarles las heridas
para que se dieran cuenta que era Él. Ya antes había
aparecido a los peregrinos de Emaús y ellos tampoco lo
reconocieron.
En la anécdota del camino a Emaús, la Biblia dice que,
aparentemente, tenían puesto una especie de velo espiri-
tual que hacía que no pudieran reconocerlo: «Dos de ellos
iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba
a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí
de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió
que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo
se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos
estaban velados, para que no le conociesen» (Lucas 24.13-
16). Este encuentro fue extraordinario también por el he-
cho de que, según Lucas 24.30,31, Jesús desapareció
delante de sus ojos en el momento en que lo reconocieron.
Jesús se encontraba en un cuerpo glorificado. Por eso
no lo reconocían, atravesaba paredes, se esfumaba delante
de los ojos de las personas y demostraba no ser una
aparición fantasmal comiendo delante de sus apóstoles y
discípulos. Su extraordinario cuerpo poseía capacidades
que son sobrenaturales para nosotros, pero naturales para
El, aunque no comprendamos su funcionamiento.
En el momento de la resurrección, habría sido emocio-
nante estar presentes en el sepulcro de la roca, en la tumba
que Nicodemo había cedido para enterrar a Jesús. Proba-
blemente una potente luz iluminó el cuerpo y luego de
devolverle la vida, este atravesó los lienzos con que había
sido embalsamado. Dice la Biblia que al enterarse Pedro y
Juan de la resurrección, por el testimonio de María, corrie-
ron a la tumba y lo que vieron los hizo creer. ¿Qué los hizo
66 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

creer? El hecho de encontrar los lienzos en el sepulcro. No


estaban desatados, ni desenrollados, sino que estaban
como un capullo a un lado. El cuerpo de Jesús los había
atravesado. (Véase Juan 20.3-8.)

Cuerpos glorificados
En el día de la resurrección de los muertos, todos los que
somos salvos volveremos a la tierra en un cuerpo diferente.
El Señor «transformará el cuerpo de la humillación nuestra,
para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya» (Filipen-
ses 3.21). Volveremos con un cuerpo semejante al que disfru-
tó Adán en la creación, cuerpo que no envejecía, no se
enfermaba, no moría. Tendremos un cuerpo como el de Jesús,
que atravesaba paredes y que el día de la ascensión simple-
mente se elevó para perderse en las nubes.
Algunas personas tienen ciertas inquietudes cuando se
habla de la salvación y preguntan: ¿Cómo morimos toda-
vía si Jesús nos salvó de la muerte? La respuesta nos la da
el apóstol Pablo: «Así [será] también en la resurrección de
los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en inco-
rrupción» (1 Corintios 15.42).
El cuerpo humano natural, tal como lo conocemos aho-
ra, es mortal, corruptible y no podrá vivir eternamente. Es
necesario que sea transformado en incorruptible, con el fin
de disfrutar de la vida eterna. En un abrir y cerrar de ojos,
nuestros cuerpos sufrirán esa transformación necesaria.
«Esto digo, hermanos», explica Pablo, «que la carne y la
sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrup-
ción hereda la incorrupción. He aquí os digo un misterio:
No todos dormiremos; pero todos seremos transforma-
dos, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos
serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos
transformados. Porque es necesario que esto corruptible
Dios creó al hombre para vivir eternamente 67

se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmor-


talidad» (1 Corintios 15.50-53).
Podemos deducir que si Dios nos da un cuerpo glorifi-
cado como el de Cristo (capaz de transformarse en un
instante, no solo para atravesar paredes, sino también
entrar al cielo, a la presencia misma de Dios así como ha
entrado Jesucristo), la voluntad de Dios es la vida eterna
para el hombre. Después de todo, Dios creó al hombre en
la persona de Adán en ese estado incorruptible, y fue el
pecado lo que lo deformó al punto de convertirlo en
mortal.
En el Sínodo General de Cartago, en el norte de África,
en el año 418, los padres de la iglesia dijeron: «Todo aquel
que diga que Adán fue creado mortal, sea anatema». Es
extraordinario que ya en aquella época los primeros cre-
yentes llegaban a las mismas conclusiones que nosotros al
estudiar la Biblia. Más notable es que en la mayoría de los
seminarios de todas las denominaciones cristianas, aun
cuando no son organizaciones similares, enseñen lo mis-
mo a este respecto. La misma Biblia dice en Eclesiastés
3.11: «[Dios] todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha
puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el
hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el
principio hasta el fin».
Dios puso eternidad en el corazón del hombre, porque
el hombre fue creado para ser eterno.

Las consecuencias del pecado


El pecado trajo consecuencias catastróficas para la raza hu-
mana. Dios se lo había advertido a Adán. El hombre, que fue
creado inmortal, se vio reducido a la categoría de ser humano
mortal a causa de un pecado de alta traición. El cuerpo
humano se deterioraría. El hombre enfermaría, envejecería y
moriría.
68 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Por supuesto, eso no ocurrió de la noche a la mañana.


El deterioro y la degradación de los cuerpos fue paulatino.
Nuestros primeros padres tuvieron una vida muy larga.
Dice la Biblia en Génesis 5.5 que Adán vivió novecientos
treinta años. 1 El Espíritu reveló a Moisés que un día Dios
se dijo: «No contenderá mi espíritu con el hombre para
siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus
días ciento veinte años (Génesis 6.3). Luego vemos que el
tiempo se acortó más aún: «Los días de nuestra edad son
setenta años; y si en los más robustos son ochenta años,
con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto
pasan, y volamos» (Salmo 90.10).
Para Adán debe haber sido más fácil mantenerse en
santidad que pecar, porque no había recibido un sistema
de leyes para guardar sino un solo mandamiento: «Del
árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás, porque
el día que de él comieres, ciertamente morirás». Un solo
mandato. Era todo lo que tenía que guardar.
¿Cómo era ese árbol? Lo más probable es que fuera un
árbol cualquiera. A lo mejor lo único especial que tenía era
que Dios prohibió comer de él y que su nombre, árbol de
la ciencia del bien y del mal, quizás guardaba relación con
el estado espiritual de Adán. Mostraría si este estaba dis-
puesto a seguir sujeto a Dios o no. Sería una especie de
termómetro con que Dios mediría la lealtad, sumisión y
obediencia de Adán.
¿Por qué necesitaba Dios probar a Adán? Porque su
vida dependía de la relación que guardaba con Dios.
Dependía de su estado de santidad y sumisión a Dios.
Después de todo, según las leyes espirituales, «la paga del

1 Esta cantidad de años no se debe, como algunos piensan, a que quizás en aquella época
contaban los años diferente. Tampoco creemos que Moisés, que fue el que escribió los cinco
primeros libros de la Biblia, consignara el dato porque la tradición oral llevaba esos errores.
Si consideramos que la Palabra de Dios es inspirada por el Espíritu Santo, nos rendiremos
al hecho de que debemos aceptarla tal como es, porque un error de esa magnitud no seria
posible.
Dios creó al hombre para vivir eternamente 69

pecado es muerte». Mientras Adán estuviera sometido a


Dios, viviendo de acuerdo a las leyes espirituales, su vida
sería eterna. Pero el pecado entró al mundo por Adán, y
«como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por
el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hom-
bres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5.12).

El pecado trae enfermedades


El rey David afirma estar enfermo a causa del pecado. «Nada
hay sano en mi carne, a causa de tu ira», dijo, «ni hay paz en
mis huesos, a causa de mi pecado» (Salmo 38.3).
Frecuentemente las enfermedades están relacionadas
con el pecado. Aunque el pecado no siempre es el único
factor que las provoca, al parecer las enfermedades res-
ponden a estímulos de los estados del alma y del espíritu.
Lo noto muchas veces en mis campañas de sanidad, donde
aparecen personas con fuertes dolores artríticos en las
manos y otras partes del cuerpo. En la mayoría de los casos
encuentro el mismo patrón: la persona necesita perdonar
a alguien y no quiere perdonar. De igual manera, constan-
temente hallamos esquizofrenia en hijos de padres que
han practicado la brujería y el espiritismo.
Veamos tres causas espirituales de las enfermedades:

El pecado personal
En Génesis 1.31 vemos que Dios, al acabar la obra de la
creación, dijo que todo era bueno en gran manera. Pero, como
hemos dicho, a causa del pecado la naturaleza se pervirtió y
todo fue decayendo. Sucedió como en esos cuentos infantiles
donde todo el ambiente es tétrico: El viejo castillo abandona-
do, los árboles lúgubres, el sonido del viento que parece un
lamento y nos estremece el cuerpo, el cielo que es muy oscuro
y está lleno de nubes amenazadoras. Pero al terminar la
70 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

historia, todo había sido causado por algún hechizo. Al


romperse este, el lúgubre castillo se vuelve un hermoso
palacio, los feos árboles se transforman en bellísimos pinos
y la oscuridad del ambiente desaparece como por encanto y
el lugar se transforma en luminoso y lleno de avecillas rui-
dosas y tiernos animales silvestres.
Sin embargo, lo perfecto tiene la semilla de la destruc-
ción dentro de sí. Las flores nacen hermosas, pero se
marchitan; la fruta luce apetitosa, pero se pudre; la vida
del hombre también se destruye poco a poco por el pecado.
Decimos como el salmista: «A toda perfección he visto fin;
amplio sobremanera es tu mandamiento» (Salmo 119.96).
Una prueba de que el pecado personal afecta nuestra
salud podemos encontrarla en el siguiente pasaje: «Y hay
en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque,
llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En
estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y
paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque
un ángel descendía de tiempo eri tiempo al estanque, y
agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque
después del movimiento del agua, quedaba sano de cual-
quier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que
hacía treinta y ocho años que estaba enfermo» (Juan 5.2-5).
Jesús se acercó a él y le preguntó si quería ser sanado,
y como sí quería, lo sanó. Al encontrarlo más tarde le dijo
que no volviera a pecar, porque su pecado le había provo-
cado enfermedad y si insistía podía ser peor (Juan 5.14).

El pecado de los padres


El pecado de los padres o abuelos es otra causa de las enfer-
medades. Dice Números 14.18 que el Señor «visita la maldad
de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los
cuartos». 2

2 Se refiere a tercera y cuarta generación.


Dios creó al hombre para vivir eternamente 71

Ya hemos hecho notar que el pecado de brujería y


espiritismo puede causar en los hijos esquizofrenia u otras
alteraciones mentales. Los apóstoles sabían que había en-
fermedades causadas por el pecado de algunos antepasa-
dos. Muchos lo sabían en el pueblo judío.
Pero un día los discípulos le preguntaron al Señor:
«Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya
nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus
padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en
él» (Juan 9.2,3). La pregunta era muy interesante. Si el
pecado traía enfermedades y este había nacido ciego,
¿quién había pecado, este o sus padres? Jesús no negó la
posibilidad de que en otros casos la enfermedad viniera
por el pecado de los padres, pero añadió otra posibilidad:
ni él ni sus padres tenían la culpa de la enfermedad.
La pregunta era válida y el problema era real. Así como
el pecado de Adán se trasmite de padres a hijos, el pecado
de los padres lo pagarán los hijos hasta que alguien corte
esa maldición. Ese alguien sólo puede ser Jesús. El haberlo
recibido como nuestro Salvador personal hace que pase-
mos de muerte a vida y que la luz del evangelio entre a
nuestro hogar y con ella la gracia de Dios. Esa gracia no
solo nos cubrirá a nosotros sino a nuestros hijos, siempre
que estos tomen su decisión por Cristo.

El pecado de la raza
La caída de Adán contaminó a toda la raza humana. Ya
hemos dicho que el pecado y la muerte pasaron a todos los
hombres a causa de Adán. La creación, caída por causa del
pecado, ha hecho que todo tipo de virus y bacterias que
producen enfermedades ataquen a los organismos vivos. Las
malformaciones congénitas, como en el caso del ciego de
nacimiento, son comunes. Los efectos de las radiaciones
sobre el cuerpo, sean solares o radiaciones de sustancias
radioactivas en la tierra, producen graves daños a los tejidos.
72 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Por otro lado, hay enfermedades como el cáncer que son


producidas por rebeliones celulares, debido a todo tipo de
factores. Algunas veces, por una intención destructiva del
organismo, que se va suicidando poco a poco a causa de que
no resiste seguir viviendo en la desesperación del pecado.
El profeta lsaías nos ofrece una visión apocalíptica de
un mundo consumido por haber violado el pacto eterno
con Dios: «Se destruyó, cayó la tierra; enfermó, cayó el
mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra. Y la
tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasa-
ron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto
sempiterno. Por esta causa la maldición consumió la tierra,
y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron
consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron los
hombres» (Isaías 24.4-6). Pero Jesús mostró que aun cuan-
do las causas parecen ser naturales, Él tiene poder para
sanar nuestras enfermedades.
En una ocasión «escupió en tierra, e hizo lodo con la
saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Vé a
lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado).
Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo» (Juan 9.6,7). ¿Por
qué hizo lodo con saliva y untó los ojos del ciego? En mi
opinión, ese ciego tenía un defecto congénito, ya que era
ciego de nacimiento. Aparentemente, algo les faltaba a sus
ojos o necesitaban ser recreados. Así que Jesús, para crear
nuevos tejidos, tomó el material de la creación y los hizo
nuevamente, a la manera de Génesis 2.7. No importa cuál
sea la causa de una enfermedad, Jesús tiene el poder para
sanarlo a usted. Él puede y quiere.
Probados por el fuego

Una profecía mal interpretada


Cuando se pusieron de moda las enseñanzas de la «super
fe» -aquellas enseñanzas que tendían a simplificar a Dios
y reducirlo al nivel de una máquina dispensadora- re-
cuerdo que mi esposa Alicia y yo leíamos libros acerca de
esto y no nos gustaban. En nuestro corazón teníamos la
convicción de que debíamos confiar en la bondad de un
Dios misericordioso, en su gracia, y no en nuestra habili-
dad de poner nuestra propia fe como la fuente de toda
bendición. Tratábamos de mantener un equilibrio en este
aspecto. Hablábamos de tener fe en Dios y no fe en nuestra
propia fe.
La doctrina de la fe, como también se la conoce, nació
bastante equilibrada, pero lo cierto es que toda enseñanza
sobreenfatizada dará como resultado errores y terminará
siendo una caricatura de una verdad espiritual. La base de
una herejía no es la mentira, como algunos suponen, sino
la verdad exagerada o tergiversada.
Debo confesar que las veces que nos habíamos sentido
atraídos hacia esa doctrina, habíamos tenido que aprender
de una manera muy dura que es mejor confiar en Dios y
someternos a su soberanía que intentar asumirla.
Después de nuestra conversión, un día en que estaba
orando, Dios comenzó a hablarme y me dijo que iba a ser
74 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

pastor de una iglesia. Como en ese entonces yo era un


hombre de negocios y había formado mi propia empresa,
me costaba trabajo creer que se refería a mí. Entonces traté
de interpretar ese mensaje de Dios. Recurrí a la Biblia hasta
que me topé con el pasaje en que Dios le dice a David que
no le levantara el templo, sino que más bien un hijo suyo
lo haría. Así dice el pasaje: «Vino a mí palabra de Jehová,
diciendo: Tú has derramado mucha sangre, y has hecho
grandes guerras; no edificarás casa a mi nombre, porque
has derramado mucha sangre en la tierra delante de mí.
He aquí te nacerá un hijo, el cual será varón de paz, porque
yo le daré paz de todos sus enemigos en derredor; por
tanto, su nombre será Salomón, y yo daré paz y reposo
sobre Israel en sus días» (1 Crónicas 22.8,9).
Yo supuse que, a causa de la multitud de mis pecados,
no podía ser pastor; pero que el Señor nos daría a mi
esposa y a mí un hijo y él sí lo sería.
Tranquilizado con mi propia y antojadiza explicación
de la profecía, fui donde Alicia y le dije:
-¿Sabes? Dios me ha dicho que tengamos otro hijo.
Para ese entonces teníamos dos hijas y la menor tenía
nueve años, así que mis palabras sonaron descabelladas
para mi esposa después de haber estado nueve años sin
encargar familia.
-¿Ah sí? -me respondió Alicia-. ¡Entonces que Dios
me lo diga a mí también!
Me pareció lógico ese pedido, y comencé a orar para
que Dios le hablara. Después de un tiempo empezó a
sentirse muy animada con la idea de tener otro bebé, ya
que su deseo siempre había sido tener cuatro hijos. Deci-
dimos encargar a nuestro pastorcito, al cual de broma ya
habíamos comenzado a llamar Salomón Capurro. ¡Pobre-
cito! Ese nombre no va bien con nuestro apellido.
Luego de nueve meses de embarazo, por fin llegó el
Probados por el fuego 75

ansiado día y algo debe haber ocurrido. No pudo ser un


cambio en la clínica porque ese día no había nacido otro
bebé.
-¡Felicitaciones! -me dijo la enfermera al entrar al
cuarto- su esposa ha tenido una linda niña.
Casi me desmayo, no podía creerlo, ¿qué pasó? Cuando
le dieron la noticia a mi esposa, temió que siendo una niña
me costaría aceptarla, pero la verdad es que después que
salí de mi asombro quedé prendado de mi bebé y no pude
menos que amarla a primera vista.
A los pocos días de nacida, me di cuenta que uno de los
motivos por los cuales Dios había querido que tuviéramos
más niños era que el nacimiento de nuestra hijita Licy
(diminutivo de Alicita) vendría a sanar muchas heridas en
el corazón de mi esposa. Por no conocer a Cristo, y también
por ser en ese entonces muy joven, yo no había sido el
esposo y padre amoroso que mi familia necesitaba. Re-
cuerdo como mi esposa lloraba cada vez que recordaba
como yo había reaccionado ante la noticia del nacimiento
de mis dos hijas mayores. No es que reaccionara mal:
simplemente nunca di gritos de alegría, ni lo celebré, ni me
desmayé de emoción, ni le traje flores a mi esposa, ni la
engreí durante sus embarazos como ella esperaba que yo
hiciese. Fui muy poco demostrativo debido a mis propias
heridas interiores, no porque no estuviera feliz con la idea
de aumentar la familia. Cuando en alguna película veía-
mos que una mujer le daba la noticia de su embarazo a su
esposo y este reaccionaba en forma extremadamente cari-
ñosa, mi esposa empezaba a verter lágrimas silenciosas,
mientras yo la espiaba por el rabillo del ojo y, cuando no
me quedaba callado, terminaba discutiendo con ella. Yo
argumentaba que eso solo sucedía en las películas, que
simplemente no creía que nadie reaccionara así.
76 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

-¡No te he dicho nada! -me decía, y siempre termi-


nábamos los dos tristes.
Cuando nació nuestra pequeña «Salomona» (gracias a
Dios y a la sabiduría que Dios nos dio no se llamó así, sino
que llevó el nombre de su madre), todo fue diferente, pues
Cristo ya estaba en mi corazón. Desde que me enteré del
embarazo sentí un gozo tremendo y comencé a expresarle
a Alicia la felicidad que sentía. La engreí todo lo que pude
y la hice sentir como ella tanto había anhelado. Cuando
Licy nació, todo fue ternura para con ambas, y mi esposa
y yo fuimos sanados de aquellos recuerdos que nublaban
nuestra felicidad aun siendo creyentes.
Sin embargo, después de que nació Licy me puse a
buscarle una explicación a lo sucedido. No terminaba de
creer que me hubiera equivocado. Seguramente Dios ha-
bía querido darnos primero una mujercita, porque si hu-
biera nacido un varón ya no habría tenido la posibilidad
de tener algún hermanito de su edad; pero al darme una
mujercita primero, seguramente lo que Dios quería era
que fueran dos y así sería más fácil educarlos juntos,
porque mi pastorcito se acompañaría con su hermanita
Licy. Así que satisfecho con mi propia interpretación de
los hechos decidí hablar con mi esposa y sugerirle que
pasado un tiempo prudencial tuviéramos el varoncito que
más tarde sería el pastor de la iglesia de la que Dios me
había hablado.

Malas señales
Pasó el tiempo y Alicia volvió a quedar embarazada, de
acuerdo a lo planeado.
Era la noche del 11 de Mayo, treinta días antes de la
fecha tan esperada en que calculábamos nacería nuestro
bebé. Nos habíamos acostado normalmente, pero Alicia
estaba muy cansada pues había tenido en esos días mucho
Probados por el fuego 77

trabajo. Nos acabábamos de mudar a una casa muy grande


y con Licy aún pequeña estaba llevando una gran carga de
trabajo. A las tres de la mañana del día 12 me despertó
diciendo que habían comenzado los dolores de parto.
-¿Estás segura? -le dije-. ¡No, por favor, no me
hagas esto! Espérate mejor al mes siguiente. ¡Son las tres
de la madrugada!
Después de bromear un momento, avisé a mis hijas
mayores para que cuidaran de Licy y nos fuimos rápida-
mente a la clínica. El ambiente entre ella y yo era tan alegre
que le pedí que me tomara una foto con el reloj desperta-
dor en la mano señalando con el dedo que eran las tres de
la madrugada.
Llegamos a la clínica, la internaron y le avisaron al
doctor que el bebé ya venía en camino. Como habíamos
dejado a las niñas dormidas en casa, aproveché para ir a
ver que mis hijas tomaran el desayuno. Cuando una hora
más tarde regresé a la clínica, recibí la sorpresa de que se
habían llevado a mi esposa a la sala de operaciones para
una cesárea, ya que habían descubierto que había sufri-
miento fetal y que los latidos del corazón del bebé eran
muy débiles.
Cuando quedé solo en la habitación de esa clínica em-
pecé a orar y Dios me habló claramente.
-Juan -me dijo-, las cosas están mal. Empieza a
interceder por tu bebé.
-Dios, ¿por qué? -le empecé a reclamar
-Porque mientras yo hacía guardia en los muros, tú
abriste la puerta -me respondió.
Inmediatamente recordé el tipo de vida que estaba
llevando. Yo era un creyente al que el Señor había tomado,
como a David, de detrás de las ovejas. Había sido muy
pobre y el Señor me había bendecido más allá de lo que
jamás hubiera podido soñar. Pero en vez de serie fiel al
78 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Señor, llevaba una vida tibia donde el pecado, si bien no


era mi compañero habitual, me visitaba de vez en cuando.
Luchaba por vencerlo, pero en el camino mi amor a Dios
se había enfriado. Lo amaba lo suficiente para alabarle,
para adorarle, para agradecerle; yero no tanto como para
renunciar a todas las cosas por El. El dinero había ablan-
dado mi conciencia. Había dejado la oración de lado. Ya
no leía de continuo la Palabra de Dios y mi corazón se
estaba desviando tras los «baales» o las cosas que este
mundo da. Estaba perdiendo la felicidad y el gozo de la
salvación. Muchas veces bien podía decir como David:
«Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis
maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y
renueva un espíritu recto dentro de mí, no me eches de
delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu» (Salmo
51.9,10).
En este estado, ya no podía recurrir a la «doctrina de
fe», ya no podía decir que «lo que dices, recibes». Estaba
en las manos de Dios, pues solo Él podía defender mi
causa.
-Ahora, Señor, ¿qué va a pasar? -le pregunté.
-Intercede por tu bebé -me respondió-. Vamos a
tratar de salvarlo; pero si lo perdemos, no va a ser por
causa mía.

Malas noticias
La pobre Alicia estaba pasando momentos de angustia. Le
pusieron la anestesia epidural, pero sintió el dolor del
corte. Como no lo soportaba, los doctores tuvieron que
dormirla. Al despertar, lo primero que hizo fue preguntar
cómo estaba el bebé. Sabía que algo andaba mal, pues ella
misma había tenido que firmar el permiso para la opera-
ción. Casi llorando le conté el estado en que se encontraba
nuestra bebé, que nuevamente había resultado ser una
Probados por el fuego 79

linda niña. El especialista en recién nacidos (neonatólogo)


había sido llamado de emergencia y apenas sacaron a la
bebé de la sala de operaciones, corrió con la criatura al
cuarto de cuidados intensivos, donde tuvieron que apli-
carle oxígeno, pues la bebé estaba cianótica (azul).
Pasaron las horas, y luego del primer día, el diagnóstico
fue que la bebé había nacido sin el septo interventricular.
Eso quiere decir, sin la pared que separa los ventrículos en
el corazón. Como consecuencia, la sangre de la bebé se
mezclaba y no se oxigenaba adecuadamente. El diagnós-
tico hacía prever una muerte súbita.

La confesión
Esa noche nos reunimos con un grupo de hermanos que
solían reunirse a orar en nuestra casa, y en la habitación
de la clínica oramos juntos. Todos confesaban que la bebé
iba a vivir y clamaban a Dios por un milagro. De pronto,
en medio de la oración, Dios me habló en forma casi
audible y me dijo:
-Juan.
-Sí, Señor -le respondí en mi corazón.
-¿Recuerdas cuando hace unos meses fuiste a un hos-
pital a orar por la bebé de un amigo tuyo que tenía una
enfermedad al corazón parecida a la de tu hija?
-Sí, Señor -le respondí.
-¿Qué decían ustedes en sus oraciones?
-Que la bebé no moriría, sino que viviría, y le dijimos
a los padres que estábamos seguros de ello.
-¿Y qué pasó?
-Que murió, Señor.
-Y dime -continuó el Señor, mientras mis hermanos
seguían orando y clamando-, ¿qué pensaste entonces?
-Yo pensé: «Señor, ¡cómo es posible que hubieras
80 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

dejado morir a la hija de un creyente tan bueno como mi


hermano!»
-¿Eres tú un buen creyente?
Casi me desmayo cuando el Señor me hizo la pregunta.
¡Claro que no! Yo no era un buen creyente. Era un creyente
mediocre, que con pecados había abierto la puerta para
que el acusador tuviera el derecho de hacernos daño.
Conocía la Escritura y sabía que el pecado de los padres
podían pagarlo los hijos.
-¿Qué vas a hacer ahora? -me dijo Dios.
Entendí lo que tenía que hacer. Interrumpiendo la ora-
ción dije:
-Hermanos, perdónenme, dejen de orar por un mo-
mento. Ustedes están pensando que cómo es posible que,
siendo yo un buen creyente, nuestro Dios haya permitido
que mi hija veniera al mundo con esta enfermedad. Prime-
ro déjenme decirles que no soy un buen creyente. Soy tan
solo un creyente mediocre que ha permitido que su vida
se enlode con el pecado. Lo digo para que sepan que si mi
hija sana será porque mi Dios es un buen Dios y no porque
yo sea un buen creyente.
Todos se quedaron mudos. Con breves palabras y ges-
tos me mostraron su amor y comprensión, y continuamos
orando. Creo que esa noche el Señor rompió en los cielos
cadenas que ataban a mi hija por causa de mis pecados.
No pretendo demostrar gran humildad con lo que cuento;
solo creo que el momento fue desesperado y que la vida
de mi hija valía más que mi reputación de buen creyente.
Ahora mismo sé -he tenido que aprenderlo- que
nadie es invulnerable al pecado. Es un error el creer eso,
pues nos hace más vulnerables aún. Lo que aprendí ese
día, entre otras cosas, fue por qué debo dar gracias a Dios:
porque Dios está siempre con nosotros.
Probados por el fuego 81

El acusador vuelve al ataque


Al día siguiente tuve otro momento en que Dios se me
manifestó. Habíamos estado orando con Alicia y claman-
do a Dios.
-Juan -me dijo-, ¿recuerdas a Sadrac, Mesac y
Abed-nego?
Estos tres personajes figuran en el libro de Daniel y son
tres héroes de la fe que se negaron a doblar sus rodillas
ante un ídolo que había mandado hacer el rey Nabucodo-
nosor (Daniel3.16-18).
Le dije que sí me acordaba. Él agregó:
-Pues así como a ellos, Satanás me ha dicho que tú me
amas solo porque yo podría salvar a tu hija; pero que si
ella muriera, tú me maldecirías en mi propia cara.
-Eso no es cierto, Señor -le dije.
-Pues dícelo -me respondió.
Conté esto a mi esposa, y empezamos a decirle a todo
el que nos visitaba en la clínica: «Sabes, Satanás está tra-
tando de matar a nuestra hijita, y quiere hacernos creer que
Dios la dejaría morir, para que reneguemos de Él. Pero
nosotros amamos al Señor y lo seguiremos amando y
sirviendo aun cuando no la sane».
Estaba haciendo un paralelo de lo que los tres jóvenes
respondieron a Nabucodonosor. Tenían que haber visto la
cara de los que nos oían. Deben haber pensado que nos
estábamos volviendo locos, pero teníamos instrucciones
precisas del Señor.
Por tercera vez el Señor me dijo:
-Juan, el diablo dice que no amas a nadie realmente,
y que si tu hija muriera no te importaría, y que en un par
de días te olvidarías de ella.
-Señor -le pregunté-, ¿qué debo hacer?
Y Él me respondió:
-Ayuna hasta que sane.
82 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Empecé un ayuno con un propósito bien definido: de-


mostrar que amaba lo suficiente a mi hija como para
privarme del sustento hasta que ella sanara o viniera el
fa tal desenlace.
Estaba muy débil y triste. Era la hora del almuerzo y
había ido a la casa para ver a mis hijas un momento. La
mamá de Alicia había venido a la casa para encargarse de
las niñas mientras ella estuviera en la clínica. Luego que
vi que todo estaba en orden, subí al segundo piso y me
encerré en una habitación a continuar mi ayuno. Estaba
orando, cuando sentí unos golpecitos en la puerta.
-¿Quién es? -pregunté.
Licy, que en aquel entonces tenía dos añitos me respon-
dió:
-Yo,papi.
Le abrí enseguida la puerta para ver qué quería y entró
con una bolsita de camotes fritos.
-Come, papi -me dijo. Tienes que comer.
Me quedé sin saber qué hacer. Por un lado el ayuno que
había prometido a Dios, y por otro lado, mi pequeña hijita
ofreciéndome los camotes. Eran unos poquitos, estaban
recién fritos y no quería hacer sentir mal a Licita rechazan-
do su ofrenda de amor. Entonces escuché la voz de Dios
que me decía:
-¡Come, es maná!
Entendí que era Dios quien quería fortalecerme y utili-
zaba a mi hija como un pequeño angelito.

La resistencia espiritual
Durante todo ese tiempo percibimos que se estaba llevan-
do a cabo una lucha entre las fuerzas espirituales por la
vida de mi hija. El Señor me mostró el paralelo que había
entre esa lucha y la lucha del arcángel Gabriel contra el
Príncipe de Persia, cuando Daniel oraba. Al llegar, el ángel
Probados por el fuego 83

dijo: «Daniel, no temas; porque desde el primer día que


dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la
presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa
de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de
Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí
Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayu-
darme, y quedé allí con los reyes de Persia» (Daniel
10.12,13).
Entendí que había resistencia espiritual a la sanidad de
mi hija y que tenía que perseverar confiando en que Dios
y sus ángeles luchaban de mi lado. Por este motivo, pensé
que mi hija debía llamarse Gabriela, que significa «varona
de Dios». Mi esposa estaba descansando a mi lado, ya que
no había quedado bien después de la cesárea; había estado
con fiebre esa misma noche. Quedé sorprendido cuando
Alicia despertó y me dijo:
-Creo que el nombre de nuestra hija debe ser Gabriela.
Por fin Alicia fue dada de alta al quinto día y mientras
se alistaba en el baño, entró el doctor. Tenía mucha tristeza
en sus ojos y me dijo:
-Señor Capurro, me llamaron de urgencia porque su
hija está ya convulsionando y le he tenido que aplicar
fenobarbital. Es muy posible que no pase de este día.
Lo miré comprendiendo su impotencia y le dije:
-Gracias, doctor, sé que está haciendo todo lo posible.
El doctor no era creyente, pero su esposa estaba asom-
brada de lo que estaba ocurriendo en él.
-¿Sabes? -le había dicho a ella-. Estoy atendiendo
un caso muy raro.
-¿Raro en qué sentido?
-Tengo una niña recién nacida que está en muy mal
estado. Su corazón no irriga bien, y el cardiólogo pediatra
ha diagnosticado la falta del septo interventricular y trans-
posición de grandes vasos sanguíneos.
84 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

-¿Y? -volvió a preguntar ella.


-Pues lo raro -dijo él- es que cuando fui a darles la
noticia a sus padres, en vez de desesperarse, como hacen
siempre los papás, me dio la impresión de que ellos me
consolaban a mí.
En cierto sentido, era verdad que esto ocurría. Alicia y
yo estábamos conscientes de que la vida y la muerte no
están en manos de los hombres totalmente, y confiábamos
en que el doctor haría todo lo humanamente posible. Le
pedíamos que hiciera lo más que pudiera, pero que recor-
dara que la vida de nuestra hija estaba en manos de Dios,
no solo en sus manos. Por supuesto, tenemos que agrade-
cer a Dios que nos pusiera en el corazón dirigirnos a esa
clínica, porque es probable que si ese doctor en particular
no la hubiese atendido, Gabriela hubiera muerto.
Al salir Alicia del baño, el doctor ya había abandonado
la habitación. Un amigo que estaba en el cuarto y yo no
podíamos ocultar nuestra tristeza. Ella preguntó lo que
pasaba y cuando se lo conté, lloramos desconsoladamente.
Antes de que saliéramos de la clínica, vino nuevamente
el cardiólogo pediatra a decimos que se estaba poniendo
en contacto con doctores en los Estados Unidos de Norte
América para ver si podíamos viajar con Gabriela para que
le hicieran una operación. Se intentaría corregir el defecto
congénito.
Un poco más tarde, entró el ginecólogo que había aten-
dido el parto, y nos dijo que las probabilidades de que
Gabriela llegase con vida a los Estados Unidos eran muy
remotas. Tendría que viajar acompañada de una enferme-
ra y con oxígeno; y de llegar viva, la operación no tendría
más de un diez por ciento de probabilidades de éxito. En
todo caso, se requeriría al menos de una operación más
cuando cumpliera diez u once años; y a pesar de la opera-
ción, la niña no podría jugar, ni correr, porque se agitaría
Probados por el fuego 85

mucho. Le faltaría siempre oxígeno y, cuando finalmente


hubiera que hacerle la segunda operación, las probabi-
lidades de que sobreviviera serían nuevamente de un diez
a quince por ciento. Y a esto había que añadir que no
éramos personas ricas, y tendríamos que vender todo lo
que teníamos y aun lo que no teníamos para poder pagar
todos los gastos que esto demandaría. Por último, nos
recordó que teníamos otras tres hijas a las que quizás no
podríamos darles nada después de estos tremendos gas-
tos. Recuerdo particularmente sus última palabras:
-El amor, a veces, es no hacer nada.
Había tres doctores participando en el drama: el pedia-
tra neonatólogo, el cardiólogo pediatra y el ginecólogo
obstetra. El primero, se sentía tocado en su corazón por el
testimonio que veía en una pareja cristiana que lo conso-
laba a él y que comprendía su impotencia. Este médico
había comenzado a orar, de acuerdo a sus limitados cono-
cimientos de Dios, que el Señor le diera sabiduría para
sanar a nuestra bebé. El segundo, el cardiólogo, había
descartado la posibilidad de que se tratara de un caso de
falta de funcionamiento de las válvulas del corazón que
suele afectar a algunos bebés prematuros, y estaba empe-
ñado en que hiciéramos el viaje a una clínica en el extranje-
ro; y por último, el que atendió el parto, que con sabiduría
humana nos aconsejaba que no hiciéramos nada porque en
su opinión era inútil.
Al salir de la clínica lloramos mucho. Parte de nuestro
corazón se quedaba en ella. No era saludable para mí el
pensar que mi hija se encontraba en ese estado por algo
que yo había hecho. Sin embargo, en pocos días, Dios me
había dado entendimiento de algunas verdades espiritua-
les. Una de las cosas que había aprendido era que debía
perdonarme a mí mismo y aceptar con humildad mis
limitaciones.
86 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

La súplica al misericordioso
Hasta ese momento, había hecho todo lo que Dios me
había mandado hacer para limpiar mi corazón y romper
así las cadenas con que el diablo intentaba atrapar a Ga-
briela.
Luego de haber leído 1 Reyes 8.37-39, había reconocido
delante de Dios la plaga que había en mi corazón y había
extendido mis manos a Él en busca de ayuda. Alicia tam-
bién había estado orando y clamando a Dios. A veces
conmigo, y otras veces sola, librando sus propias batallas.
La noche que Alicia salió de la clínica nos habíamos reu-
nido a orar un grupo de hermanos en Cristo, en el dormi-
torio de mi casa, pues ella tuvo que guardar cama. Esa
noche estuvimos orando y llorando delante de Dios. Ya no
teníamos la confianza que expresaban nuestras declara-
ciones de fe. Ahora solo esperábamos en el Dios misericor-
dioso.
Creemos que la fe mueve montañas. Creemos que si le
digo al monte échate en el mar y no dudo en mi corazón,
lo que digo será hecho. Pero también creemos que hay
condiciones para que todo eso resulte. Tenemos que pedir
de acuerdo a la voluntad de Dios. Tenemos que pedir en
el nombre de Jesús. Pero para todo ello debemos estar en
santidad delante de Dios y ese no era mi caso. Por eso
apelábamos a la misericordia de Dios. Por eso esperába-
mos que nuestro buen Dios pudiera obrar. Ya había enten-
dido que en Dios no había ninguna duda en cuanto al
deseo de sanarla; pero espiritualmente Satanás había ad-
quirido ciertos derechos que nosotros, al obedecer las
indicaciones de Dios, podíamos anular.
Mientras orábamos esa noche, Alicia tuvo una visión
que no quiso contarme por no estar totalmente segura de
que era de Dios. No quería crearme falsas ilusiones. Se la
contó a uno de los amigos que nos acompañaban esa
Probados por el fuego 87

noche. Había visto a Jesús con la bebé en los brazos. Ella


le había dicho a Jesús: «Señor, te ruego que no te la lleves,
dámela». Jesús estiró los brazos, sonrió y le entregó a la
bebé.

El gran milagro
Al llegar a la clínica el día siguiente, el pediatra neonató-
logo tenía una cara muy extraña. Me preocupó.
-¿Pasa algo malo, doctor?
-No -me respondió, no sabiendo cómo explicar la
situación.
-Ah, ¡ya sé! -le dije con júbilo-. La bebé está sana,
¿verdad? ¿Sabe?, anoche estuvimos orando por ella. El
Señor la sanó. Ha ocurrido un milagro, ¿no es cierto?
-No sé si ha sido un milagro -nos respondió-. Lo
único que sé es que el cuadro ha cambiado completamente
desde anoche.
-¿Cómo, doctor? -le preguntamos Alicia y yo.
-La enfermera de turno dice que notó que anoche su
color había cambiado y me llamaron -nos dijo-. Le
quitamos el oxígeno y aparentemente la bebé está perfecta.
Alicia y yo casi saltábamos de júbilo. El doctor nos hizo
entrar a la sala de cuidados intensivos y allí la vimos.
Nuestro pequeño retoño estaba rosadita y no tenía puesta
la máscara de oxígeno, ni el suero, y por primera vez la
pudimos acariciar.
Como Alicia y yo habíamos estado entrando a la sala
de cuidados intensivos para ver a la bebé, nuestros cora-
zones habían quedado conmovidos al ver a otras criaturas
enfermitas. Así que desde un inicio orábamos no solo por
nuestra hija, sino por todos los bebés enfermos. Y más
tarde, al estar cerca de la sala de cuidados intensivos,
vimos a otra madre llorar de emoción y dar gracias a Dios,
ya que su bebé había sido sanado también. Luego descu-
88 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

brimos que esa noche todos los bebés que habían estado
allí, incluyendo uno de ellos que iba a ser operado por
problemas en el esófago, habían sido sanados. Ahora en-
tendemos que los ángeles de Dios no solo entraron a esa
sala a sanar a nuestra bebé cuando les dieron permiso, sino
que sanaron a todo bebé que estaba enfermo en ese lugar,
haciendo un trabajo completo y llenando de alegría a
todos los padres que en esos días habían estado sufriendo
por el estado de salud de sus hijos.

Lo que aprendimos
Aprendimos muchas cosas en esos días. Aprendimos que
no debemos jugar con nuestra vida espiritual, que no
debemos poner a prueba a Dios y que es cierto que nuestro
adversario el diablo anda buscando a quien devorar.
Los doctores nunca se explicaron el resultado final de
todo este drama. Dos de ellos, el cardiólogo y el ginecólo-
go, no quisieron aceptar el hecho del milagro y trataron en
vano de encontrar excusas y teorías, las cuales cayeron por
su propio peso. Pero el neonatólogo nos dijo que era la
primera vez en doce años de carrera profesional que había
visto un milagro, y que no tenía ninguna duda de que se
trataba de uno. Un día este doctor y su esposa fueron a
nuestra casa porque querían conocernos y preguntarnos
cómo es que habíamos orado. Más tarde hicieron su ora-
ción de entrega a Jesucristo.
Gabriela ahora tiene 10 años. Nunca necesitó ningún
tipo de tratamiento o remedio. Nos dijeron que a lo mejor
tenía un soplo al corazón, pero nunca hubo tal soplo. Nos
dijeron que la falta de oxígeno tendría que haber afectado
su cerebro pero, al contrario, resultó ser una niña brillante.
Aprendimos que Dios es realmente compasivo. Cuan-
do no vemos actuar al Todopoderoso es porque Él mismo
se sujeta a sus propias leyes. Aunque desea nuestro bien,
Probados por el fuego 89

hay ocasiones en que no debe cambiar las circunstancias


adversas que nos rodean. Hay cosas que jamás entendere-
mos, pero estamos seguros de que un día Él nos las expli-
cará y quedaremos más que satisfechos. ¡Su amor quedó
más que demostrado en la cruz del Calvario!
Aparte de que el pecado de los padres afecta a los hijos,
aunque no sean pecados graves, a los que mucho se les da,
más se les demandará, y el diablo se ensaña con los que
aman a Dios. El amar a Dios no nos separa del mundo. En
él tendremos aflicción, pero, como dice Juan 16.33, debe-
mos confiar: Jesús ha vencido al mundo.
Después de estas experiencias comprendí al fin que
Dios me había llamado al pastorado, y el Señor lo fue
confirmando de muchas otras maneras. Luego de haber
pasado por el fuego, mi corazón ya estaba dispuesto a
hacer su voluntad, que siempre es buena, agradable y
perfecta. ¡Gloria a Dios!
El mejor
programa de salud

Guardemos la Ley de Dios


No vivir de acuerdo a la Ley de Dios no es una práctica
saludable. En el libro de Deuteronomio encontramos se-
veras advertencias contra la violación de los mandamien-
tos y los decretos de Dios. Deuteronomio 28.15 dice con
meridiana claridad: «Si no oyeres la voz de Jehová tu Dios,
para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus
estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas
estas maldiciones y te alcanzarán». Un poco más adelante,
en los versículos 21 y 22, añade: «Jehová traerá sobre ti
mortandad, hasta que te consuma de la tierra a la cual
entras para tomar posesión de ella. Jehová te herirá de tisis,
de fiebre, de inflamación y de ardor, con sequía, con
calamidad repentina y con añublo; y te perseguirán hasta
que perezcas». Los pecados traen maldiciones que nos
enferman y aun dan pie a los espíritus de enfermedad para
que puedan atormentarnos, como en el caso de la mujer
encorvada, que se describe en el evangelio de Lucas 13.11-
13.
Lo mejor que podríamos hacer para vivir libres de
enfermedad es vivir de acuerdo a la Palabra de Dios. No
92 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

existe mejor programa de salud que el cumplir la Ley de


Dios. Cuando vivimos de este modo, corno está escrito en
Deuteronomio 7.15: «Él quitará de nosotros toda enferme-
dad y las pondrá sobre todos aquellos que nos aborrecen».
Y la Palabra de Dios está llena de estas promesas corno
esta, en la que se nos ofrece sanidad si guardarnos la Ley
de Dios.
Lamentablemente, hay muchas personas que no guar-
dan la Ley de Dios.
Otros han oído de ella, pero solo en parte. Creen que si
cumplen con los diez mandamientos que han aprendido,
ya están cumpliendo con la Ley de Dios. El problema es
que hay quienes no la han aprendido bien, o la han recibi-
do resumida, diluida. Por ejemplo, les han enseñado que
el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las
cosas, y creen que se trata de respetar o sentir amor hacia
Dios únicamente. Corno no han leído nunca los diez man-
damientos tal cual están escritos en la Biblia, no conocen
bien el primero: «Y habló Dios todas estas palabras, dicien-
do: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de
Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos
delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en
las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las
honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que
visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y
hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan
mis mandamientos» (Éxodo 20.1-6). Ese es el texto com-
pleto del primer mandamiento, y podernos encontrarlo
también en Deuteronomio 5.6-10. Una persona que no lo
haya leído, incurre en pecado sin saberlo y sufre sus
consecuencias.
Por eso es tan importante conocer bien la Biblia para
El mejor programa de salud 93

hacer como el salmista, que dice en el Salmo 119.11, que


en su corazón ha guardado los dichos de Dios, para no
pecar contra Él. Dios en la Biblia aclara conceptos, nos
explica qué es para Él amarlo sobre todas las cosas y añade
detalles que todos debemos cuidar.
En mi caso, tuve que poner en orden mi corazón delante
de Dios. Aun así, tengo que reconocer que es absolutamen-
te imposible vivir perfectamente. Siempre necesitaremos
el auxilio y el perdón de Dios por nuestras ofensas, y solo
seremos perfectos el día en que nos reunamos con El.

Es imposible ser perfecto por la Ley


El apóstol Pablo afirmaba que en todo cristiano el hombre
interior se deleita en la Ley de Dios. Sabemos que es
importante cumplir la Ley de Dios para librarnos de en-
fermedades. Pero el mismo apóstol decía en Romanos
7.22,23 que hay en nosotros una ley que se rebela contra el
deseo de agradar a Dios y nos lleva cautivo a la ley del
pecado que hay en nuestro cuerpo. Es imposible ser per-
fecto por la Ley. Todos los seres humanos hemos tenido
que ir descubriendo por experiencia personal que cumplir
perfectamente la Ley de Dios está fuera de nuestro alcance.
Esto habla mucho de nosotros. Todos los seres huma-
nos nos enfrentamos a diario con un adversario: el pecado.
Este se nos presenta cada día de diferentes maneras, y
aunque con la ayuda del Señor nuestros éxitos son innu-
merables, a veces también fallamos y tenemos que apelar
a su misericordia y buscar el perdón por los méritos de la
sangre de Cristo.
El hecho de no poder cumplir siempre con la Ley de
Dios tiene consecuencias funestas para el hombre. Dice la
Biblia que «todos los que dependen de las obras de la Ley
están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel
que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro
94 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica


para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá»
(Gálatas 3.10,11).
El problema se agrava en nuestros países, tradicional-
mente católicos. Se enseña la Ley, y se hace pensar que
estamos bajo ella. Es cierto que se nos habla mucho de
Jesús. Sin embargo, no llegamos a recibir su mensaje de
salvación. N o se nos enseñan las buenas nuevas del evan-
gelio, sino la Ley. No se nos enseña la gracia. No se nos
muestra lo que dice Romanos 6.14: «El pecado no se ense-
e vosotros, pues no es ey sino la
. Este error es tremendo ~Y doloroso, porq
ad res ~~ iw¡ffi ~ cliliR:pl1~GOO~isfh vol

El apóstol Pablo, pues, reconoce la naturaleza pecadora


en sus miembros, naturaleza que no ha cambiado con el
nuevo nacimiento. El espíritu ha sido cambiado, pero en
sus miembros, su cuerpo, aún hay una lucha contra el
pecado.
El mejor programa de salud 95

Ahora bien, si la Ley no puede cumplirse, ¿para qué


Dios se la dio a Moisés? «¿Para qué sirve la Ley?», dice
Gálatas 3.19. «Fue añadida a causa de las transgresiones,
hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa;
y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un
mediador». Así que la Ley fue dada temporalmente a
causa de las transgresiones, de los pecados. En otras pala-
bras, nos fue dada para hacernos saber que somos peca-
dores. Y su propósito fue que actuara corno un tutor, corno
un cuidador hasta la venida del Mesías Redentor. La Biblia
lo dice claramente: «La ley ha sido nuestro ayo, para
llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por
la fe» (Gálatas 3.24).

Jesús cumplió la Ley por nosotros


Corno el cumplir la Ley es el mejor programa de salud, y
nadie puede hacerlo, dice 2 Corintios 5.21 que Dios «al que
no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos justicia de Dios en Él». Jesús se llevó las
maldiciones en la cruz para librarnos de sus nefastos
efectos y recibió el castigo por nuestros pecados, cum-
pliendo así la ley (Gálatas 3.13).
Jesús al tornar nuestro lugar, nos libró. Gracias a su
sacrificio en la cruz, se volvió para nosotros una fuente
inagotable de purificación, un manantial abierto «para la
purificación del pecado y la inmundicia», corno dice Za-
carías 13.1. A ese manantial podernos acudir cada día para
librarnos de todo pecado y limpiarnos de toda culpa.
Así que para el hombre es imposible cumplir con toda
la Ley, pero Jesús es nuestra justicia. Jesús se llevó nuestras
maldiciones y nuestros pecados y todas nuestras impure-
zas, y a cambio nos ha dado su justicia, su amor y su
misericordia. Por eso no depende tanto de cómo vivimos,
sino de nuestra posición legal respecto de la Ley de Dios.
96 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Si estamos en Él, es decir, si hemos entregado nuestra


vida a Jesús, si vivimos una vida de santidad de acuerdo
a lo que Dios espera de nosotros, podemos afirmar que
somos justificados y toda maldición de enfermedad desa-
parecerá.

Jesús nos libró de las enfermedades


Jesús en la cruz también llevó nuestras enfermedades.
En el momento que los cuarenta azotes menos uno
cayeron en sus espaldas, esa llaga suya estaba abriendo el
camino de nuestra sanidad.
Cuando en su frente se clavaba la corona de espinas nos
traía también sanidad. Esas espinas pueden representar
tormentos en nuestra cabeza, en nuestra mente. Cuando
penetraban en Él, su sangre preciosa las cubría y las vencía.
¿Cuántas enfermedades ha habido en su vida? Ha teni-
do probablemente varicela, sarampión o rubéola. Quizás
necesitó que le extirparan el apéndice. ¿Le operaron quizás
de las amígdalas? ¡Cuántas enfermedades habrá soporta-
do usted! ¿Ha tenido más de treinta y nueve variedades
de enfermedades? Jesús sufrió treinta y nueve azotes en su
espalda, y ¿qué dice la Escritura?
Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió
nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado,
por herido de Dios y abatido. Mas Él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre Él y por su llaga
fuimos nosotros curados (Isaías 53.4,5).
Si Él ya pagó el precio, si ya llevó sus enfermedades,
usted no tiene por qué seguir sufriendo.

Sanó a los enfermos


Los creyentes recibieron el poder de sanar a los enfermos
El mejor programa de salud 97

en el nombre de Jesús. Recordemos las palabras de Jesús


al dar la gran misión a la iglesia de extender el evangelio
a todas las naciones: «El que creyere y fuere bautizado,
será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas
señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán
fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las
manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará
daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán»
(Marcos 16.16-18). Así que recibimos el mandato y el poder
para sanar a los enfermos y esto debemos ejercitarlo regu-
larmente.
El milagro de mi hija Gabriela no es el único que he
experimentado en mi propia vida o en mi ministerio.
Continuamente vemos milagros en los cultos y cuando
oramos en las casas por los enfermos. Quiero contar un
caso que me emocionó mucho.
Me encontraba en el Coliseo Salitre en la ciudad de
Bogotá, Colombia, durante una campaña de sanidad con
los hermanos Hunter. Habría unas siete mil personas reu-
nidas. En aquella época yo ya era pastor de la Comunidad
Cristiana Agua Viva, pero todavía trabajaba secularmen-
te. Por motivos de mi trabajo había tenido que visitar esa
ciudad, así que aproveché la coincidencia de la cruzada y
pude realizar las dos actividades. En un momento de la
cruzada fui invitado a orar por los enfermos, y la primera
persona que se me acercó fue una niña de unos diez años.
Con la buena educación que caracteriza a los bogotanos,
me dijo:
-Señor, ¿podría usted orar por mis dientes?
-¿Por qué? ¿Qué tienes? -le pregunté.
-Es que tengo los dientes montados y mi papito es
muy pobre y no puede pagarme un dentista para que me
ponga los fierritos -me contestó.
Me encantó la ingenuidad y la fe de la niña. Pienso que
98 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

~i bien uno debe siempre recurrir a Dios en primer lugar,


El generalmente se vale de los medios naturales para
sanarnos; es decir, usa los médicos, las medicinas. Cuando
nada surte efecto, entonces Dios obra sobrenaturalmente.
Pero en este caso me di cuenta que las razones que la niña
dio eran suficiente argumento.
Así que le pregunté:
-¿Crees tú que Dios puede sanarte hoy?
-¡Sí! -me respondió ella llena de fe.
-Entonces oremos -le dije.
Cuando estaba orando, ella empezó a llorar y yo sentí
que Dios había hecho algo en ella. Me dio las gracias y se
fue.
A los pocos minutos escuché que una niña daba testi-
monio de que sus dientes habían sanado y reconocí su voz.
Me acerqué al estrado y cuando bajó le pregunté:
-¿Sanaste de los dientes?
-¡Sí! ¡Mire! -me dijo ella feliz, con una sonrisa de oreja
a oreja y vi la más perfecta hilera de dientes que he visto
jamás. Antes de orar, tenía los dientes muy montados unos
encima de otros y realmente necesitaba un tratamiento
que hubiera tardado meses en surtir efecto. Pero Dios le
había hecho un milagro instantáneo.
Cientos de personas dan testimonio de curaciones mi-
lagrosas en cada uno de los cultos de sanidad de nuestra
iglesia. Muchos de ellos suben al estrado a contar las
maravillas que Dios ha hecho en ellos, pero también resul-
ta maravilloso encontrarse con personas que fueron sana-
das sin que llegásemos siquiera a sospechar en ese
momento lo que Dios estaba haciendo por ellas.
En una oportunidad, un joven, que sufría de una ane-
mia hemolítica congénita y vivía en la ciudad de Lamba-
yeque en el norte del Perú, vino a Lima a visitar a su
hermano, miembro de nuestra iglesia. Además necesitaba
El mejor programa de salud 99

hacerse un chequeo médico. Cuando vio que su hermano


se había convertido a Cristo y comprobó los grandes cam-
bios que Dios había obrado en su vida, decidió asistir a un
culto. Lo que sucedió fue tremendo. A este joven le habían
dado muy poco tiempo de vida. En el culto sintió la
presencia del Espíritu Santo y un intenso calor rodeó su
cuerpo. En ese momento le pidió a Dios en una sencilla
oración que le diese más años de vida para poder conocer-
lo y servirlo, porque ahora él sabía que Jesús era real, que
estaba vivo.
El Señor me había guiado ese día para que orásemos
por los enfermos y me dio una palabra de conocimiento
diciéndome que había allí un joven que los médicos habían
desahuciado por causa de una enfermedad en la sangre y
que le dijera que Dios había oído la oración que acababa
de hacer y que la estaba respondiendo. Este joven quedó
tan impresionado que no dijo nada, pero supo que era una
palabra de Dios para él y se emocionó mucho. Sabía que
algo estaba ocurriendo en su ser. Después del culto se
sentía bien, los síntomas habían desaparecido, y cuando
fue a su chequeo, los médicos descubrieron que la enfer-
medad había entrado en proceso de remisión. Sus glóbu-
los rojos fueron aumentando y normalizándose. Cuando
volvió a Lambayeque, su testimonio causó gran conmo-
ción entre sus familiares y amigos. Esto atrajo a muchos a
los pies de Cristo.
Ahora han pasado casi siete años de esto y los médicos
aseguran que, al menos de esa enfermedad, no morirá. Sin
embargo, nosotros no sabíamos sobre este milagro. Recién
cuando el joven vino a vivir a Lima años después, con la
idea de prepararse para servir al Señor, nos enteramos.

Jesús y los enfermos


«Y se le acercó mucha gente que traía consigo a cojos,
100 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los


pusieron a los pies de Jesús, y los sanó», nos cuenta Mateo
15.30. ¿Qué debe hacer una persona para recibir sanidad?
Lo más importante para recibir la sanidad del Señor es
creer que Jesús puede sanar y que además quiere hacerlo.
Para creer esto, es necesario también que estemos seguros
de que nuestras cuentas con Dios están bien arregladas.
Entendemos por cuentas bien arregladas el que hayamos
pagado el precio de nuestros pecados. Esto no podemos
hacerlo por nosotros mismos: necesitamos un fiador.
En Jesucristo hallamos ese fiador. Él obtuvo el perdón
de nuestros pecados con su sacrificio. Si nuestra vida se la
hemos entregado a Él y vivimos una vida de santidad
práctica, podremos esperar la sanidad de Dios.
El primer problema es que debemos creer que Él quiere
sanarnos. La pregunta es: ¿quiere hacerlo?
¿Recuerda la anécdota del leproso? Cuenta Mateo 8.2,3
que «vino un leproso y se postró ante Él, diciendo: Señor,
si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le
tocó, diciendo: Quiero, sé limpio. Y al instante la lepra
desapareció».
Así como Jesús le contestó al leproso en estos versículos
le contestará a todo aquel que le pregunte. Él quiere sanar-
nos. Pienso que Dios seguramente preferiría que dudára-
mos de su poder en lugar de dudar de su amor, de su deseo
de sanarnos. Es preferible que alguien nos diga: «Mire, yo
sé que si usted puede, me ayudará», dudando así de
nuestra capacidad de hacerlo, en vez de decirnos: «Yo sé
que usted puede ayudarme, pero no creo que quiera ha-
cerlo». No es lo que Dios puede hacer lo que inspira la fe,
sino lo que anhela hacer. Dios siempre está buscando
oportunidades para satisfacer su corazón benévolo. Él se
deleita en hacer misericordia.
El mejor programa de salud 101

Ahora, ¿puede Él sanarte?


En el ejemplo de la sanidad de mi hija Gabriela vimos que
en un principio Él no podía sanarla a causa de mis propios
pecados, pero al confesarlos y declarar mi incapacidad y
mi indignidad de recibir ese don de Dios, apelé a su
misericordia y a su gracia, y el Señor oyó. Muchas veces
de una u otra forma atamos las manos de Dios con nuestras
propias faltas. Pero Dios tiene el poder, y si somos obe-
dientes y nos humillamos bajo su poderosa mano, Él
obrará. Recordemos que el Señor es galardonador de los
que lo buscan.

Cómo tocar el manto de Jesús


Jesús quiere y puede sanamos si nosotros lo dejamos.
Algunas veces debemos hacer como la mujer del flujo de
sangre que se acercó a Jesús, tocó el manto del Señor y
recibió su sanidad. Hay unos principios escondidos en
todo lo que hizo la mujer del flujo de sangre que nosotros
debemos saber. Así relata Marcos la anécdota: «Una mujer
que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y
había sufrido mucho de muchos médicos y gastado todo
lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor,
cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la mul-
titud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamen-
te su manto, seré salva» (Marcos 5.25-28). Analicémosla
bien.

Primero: La mujer oyó de Jesús y creyó


Lo primero que ocurrió en la vida de esta mujer fue que
oyó hablar de Jesús y creyó. Creyó que Jesús era el Mesías
y que tenía poder para sanarla. Seguramente había escu-
chado de los grandes milagros que Jesús había realizado,
y en su mente aceptó la idea de que la sanaría.
102 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Segundo: Su fe la hizo ir a Jesús


Esa idea llegó a su corazón y la fe fue creciendo en ella
hasta que llegó el momento en que sabía que Jesús la
sanaría. Su fe la impulsó a ir donde Jesús. Se enteró de que
pasaría ese día cerca a su pueblo y decidió ir a su encuen-
tro.
Cuando uno cree que va a ser sanado, no basta con
creer: hay que ir al encuentro de Jesús (a la iglesia, a la
campaña, a la cruzada donde se predicará el evangelio de
las buenas nuevas y se orará por los enfermos). Ella no
creyó un poco nada más. Un poco la hubiera desanimado
por la distancia, o quizás al ver la multitud que rodeaba a
Cristo se hubiera vuelto atrás. Se acercó como pudo. Todos
sabemos qué difícil es atravesar una multitud fervorosa.
Lo que menos quiere la gente es que otro se les adelante.
Me imagino que al comienzo se acercaría con facilidad,
pero cuanto más avanzaba más difícil le era. Llegó un
momento en que no la querrían dejar pasar y esta débil
mujer (débil por la hemorragia constante, el flujo de sangre
de tantos años) se abrió paso con vehemencia, quizás usó
sus codos mientras gritaba a la multitud: «¡Permiso, per-
miso!»

Tercero: Confesó su fe
Cuenta Marcos que la mujer se decía: «Si tocare tan sola-
mente su manto, seré salva» (Marcos 5.28). Dice la Escri-
tura que si no dudamos de lo que decimos, lo que decimos
será hecho. Jesucristo dijo: «De cierto os digo que cualquie-
ra que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no
dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que
dice, lo que diga le será hecho» (Marcos 11.23).

Cuarto: Tocó el borde de su manto


Ella no se detuvo hasta conseguir la sanidad en su cuerpo.
El mejor programa de salud 103

Fue tenaz. «Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y


sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote» (Mar-
cos 5.29).

La fe viene por el oír


Ir, confesar y tocar quizás sea sencillo. Lo más difícil es
llegar al punto de creer lo suficiente para que se vuelva fe.
La fe es más que un natural creer. La fe es creer que Dios
hará algo sobrenatural respecto de algo. Pero, ¿cómo pue-
do creer hasta ese punto? ¿Cómo puedo obtener fe?
Para tener fe debemos escuchar y leer la Palabra de Dios
que nos habla de la sanidad que tanto necesitamos (Roma-
nos 10.17). Cuando asistimos a un culto y escuchamos la
Palabra, nuestra fe se va edificando. Del mismo modo se
edifica cuando la leemos. Así que escuchemos, leamos y
memoricemos la Palabra de Dios, y cuando lo hayamos
hecho y la vayamos meditando, esta destilará a nuestro
corazón como cuando se destila café en una cafetera.
Cuando haya fe en nuestro corazón, busquemos la sani-
dad, confesemos que la recibiremos, y perseveremos hasta
recibirla en el nombre de Jesús.
¿Está usted listo para apropiarse de su sanidad? Puede
orar conmigo:
Amado Dios, te ruego que extiendas tu mano sanado-
ra y que por medio de tu Espíritu Santo toques mi
cuerpo y me sanes en el nombre de Jesús. Yo sé,
porque está escrito en la Biblia, que por la llaga de
Jesús he sido sanado. Jesús en la cruz llevó mis enfer-
medades y sufrió mis dolores y esto sucedió hace casi
dos mil años. Estos síntomas que hoy están en mi
cuerpo se rebelan contra tu Palabra, por eso, enferme-
dad, te reprendo y te ordeno que dejes mi cuerpo en
el nombre de Jesús. También te pido perdón a ti,
Padre, por toda ofensa que yo haya cometido, aun de
104 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

las que no soy consciente y te ruego me perdones y me


limpies de ellas. Te doy gracias, Padre Eterno, porque
sé que soy sano. Si los síntomas aún persisten, tendrán
que desaparecer, porque jamás podrán sostenerse
frente a tu Palabra, porque cielo y tierra pasarán, pero
tu Palabra no pasará. Te doy gracias, Padre Bueno, por
escuchar mi oración, la cual hago conforme a tu volun-
tad y en el nombre que está sobre todo nombre, en el
nombre de Jesús. Amén.
~ercera parle

La prosperidad
del alma
Vendar a los
quebrantados de
~

corazon

Dios quiere que los creyentes seamos


hombres y mujeres felices
Es natural que pensemos que un Dios que nos ama desee
nuestra felicidad; y es lógico también pensar que la felici-
dad solo se encuentra en forma integral. El ser humano es,
como vimos anteriormente en 1 Tesalonicenses 5.23, un ser
trino, compuesto de tres partes: espíritu, alma y cuerpo.
Para ser próspero no solo es necesario estar sano física-
mente, sino también es necesario estar sano en el alma. El
alma es la parte de nuestro ser que une nuestro físico con
nuestro espíritu. El alma comprende la razón, el intelecto,
el carácter, los recuerdos, las emociones, la voluntad. Si
por ejemplo nuestra alma está perturbada por recuerdos
dolorosos, entonces no podremos ser felices. Si nuestra
alma está oprimida por demonios o por las circunstancias,
entonces nos será muy difícil disfrutar de felicidad.
En Juan 3.2 el apóstol dice que su oración es que pros-
peremos en la medida en que nuestra alma sea prospera-
da. Pero, ¿qué es la prosperidad del alma? Quizás ya está
108 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

llegando a una conclusión y probablemente esté en lo


cierto. La prosperidad del alma es pasar de un estado de
falta de esperanza, producido por el pecado; a un estado
de alegría, gozo, fe, esperanza, producido por la comunión
con Dios por medio de Jesucristo.

Jesús vino a sanar las heridas del alma


En el Antiguo Testamento encontramos la siguiente pro-
fecía acerca de Jesucristo. «El Espíritu de Jehová el Señor
está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a
predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los
quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cauti-
vos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año
de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del
Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados» (Isaías
61.1,2).
En Lucas 4.18 vemos que Jesús lee este pasaje en la
sinagoga de Nazaret. Esta Escritura se estaba cumpliendo
delante de aquellos que lo estaban escuchando y todos se
quedaron atónitos con sus palabras. Pero cuando Jesús
dice esto, no debemos pasar por alto que Él se está refirien-
do a cosas espirituales que suceden en el corazón del
hombre (que es el órgano central del espíritu) y en el alma.
Vendar a los quebrantados de corazón en realidad se
refiere a las heridas del alma. Este ministerio es muy
importante en la obra de Jesús, porque el ser humano a
causa de su pecado no solo ha traído maldición a la crea-
ción, sino también a su propia vida interior.
El drama de la vida humana se desarrolla primeramen-
te en lo íntimo del ser interior; y siendo el hombre un ser
que es golpeado y herido continuamente en su alma, estas
heridas dolorosas afectan su vida. La siguiente es una
promesa para usted y para mí. Dice que Jesús vino «a
ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar
Vendar a los quebrantados de corazón 109

de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría


en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles
de justicia, plantío de Jehová para gloria suya» (lsaías
61.3).
Jesús vino para cambiar esta situación de tristeza inte-
rior y de desaliento.

El estado del hombre pecador


El hombre pecador o el hombre natural, descendiente de
Adán, ha acumulado durante su vida toda clase de expe-
riencias positivas y negativas y todas ellas han quedado
registradas en su cerebro. El cerebro humano, maravilla
de la ingeniería cibernética divina, no solo es la más sofis-
ticada herramienta para procesar información, sino que
además es un gran archivo de almacenamiento de datos.
Se ha hecho la prueba de tocar ciertas partes del cerebro
con finísimas agujas cargadas con leves cargas eléctricas.
Esto ha inducido a la mente a traer recuerdos ya olvidados
en los que, asombrosamente, estaban registrados todos los
sonidos, palabras y ruidos, además de todas las imágenes
y aun olores y sabores que se experimentaron entonces.
¿Quién usa esa herramienta? La usa el alma y detrás de
ella, el espíritu humano. El alma humana no es propia-
mente el cerebro, sino que el alma utiliza el cerebro. El
alma es al fin y al cabo nuestro yo que, encerrado en un
tabernáculo especial (que es el cuerpo humano), utiliza la
capacidad del cerebro de procesar información, razonarla
y luego dar resultados concretos en nuestra reacción a los
datos que procesamos. De otro lado, el alma también
recibe información del espíritu y la procesa. Recibe los
mandatos inteligentes que hacen al alma reaccionar en
uno u otro sentido y alimenta de información al cerebro,
110 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

el cual procesará dicha información y dará resultados que


puedan manifestarse en este universo concreto.
Un daño en el cerebro afecta nuestra vida en el mundo
porque no nos permitirá procesar adecuadamente la infor-
mación que viene a través de nuestros sentidos, ni tampo-
co indicaciones y mensajes inteligentes del espíritu. Como
consecuencia, tendremos una manifiesta malformación de
nuestro yo, de nuestra alma. Así que una de las causas de
no tener prosperidad en el alma (o salud del alma) puede
ser una falla en el sistema cerebral. Y la falla puede ser
congénita, o adquirida por lesión, o por consumo de dro-
gas, etc.
Otra forma de tener problemas en el alma es que la
información de nuestra parte inteligente, es decir el espí-
ritu, nos llegue con intenciones malignas y estas nos trai-
gan tristezas. Del espíritu no solo vienen las capacidades
intelectuales, sino también vienen las intenciones. Y si
estas intenciones son malignas y no tienen freno, nos
provocarán una lucha interior. Nuestro intelecto, nuestra
capacidad de razonamiento inteligente, estará en una lu-
cha ética entre lo bueno y lo malo. Por esta lucha perma-
nente, gran parte de nuestra capacidad creativa se perderá
y gran parte de nuestra energía emocional estará perma-
nentemente ocupada en frenar estos impulsos (impulsos
que por la educación que recibimos en nuestra infancia y
por el desarrollo de la conciencia moral que esto trae como
resultado, no admitiremos conscientemente en nuestra
vida).
El alma humana ha encontrado cómo enfrentar esta
crisis, esta dicotomía entre lo que sabe que es bueno y lo
malo. El alma tiene control de la mente consciente y del
inconsciente. Nuestra mente inconsciente dejará pasar los
pensamientos que no le hacen daño y detendrá los que son
malos. Sin embargo, muchos de estos malos pensamientos
Vendar a los quebrantados de corazón 111

hallan una válvula de escape a través de los sueños, ya que


el individuo soñará con las obscenidades que no se atreve
a aceptar en su mente consciente por considerarlas malda-
des, o depravaciones con las que no puede vivir; y su
mente inconsciente las codificará para que si pasan al
consciente, no vea esas imágenes sino sueños aparente-
mente sin sentido. Pero aunque su mente inconsciente
controle el tráfico de los pensamientos aberrantes y depra-
vados, su espíritu quedará marcado por ellos y se filtrará
a su alma la tristeza y la depresión que da como resultado
este tipo de actividad mental.
Si nuestro espíritu no es regenerado por el nuevo
nacimiento, lo cual solo es posible por la obra redentora
de Jesucristo, nuestra vida irá empeorando con el tiempo
y los impulsos malignos seguirán aumentando. Así que la
única forma de que estos impulsos se terminen es aceptar
a Jesucristo como Señor y Salvador, nacer de nuevo, y
pedirle que obre un milagro en nosotros a través de la
regeneración del espíritu.
Dice Santiago que luego que el pecado es concebido y
consumado, da a luz la muerte (Santiago 1.15). Cuando el
pecado aflora, se presenta en todas sus grotescas formas y
daña cada vez más a la persona, endureciendo su concien-
cia y llevándola a una vida sin esperanza y sin Dios. Por
eso el apóstol Pablo recomendó: «En cuanto a la pasada
manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en
el espíritu de vuestra mente y vestíos del nuevo hombre,
creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad»
(Efesios 4.22-24). Es de suma importancia que la mente sea
renovada y el espíritu regenerado, porque tarde o tempra-
no el pecado aflorará de nuestro inconsciente y no podre-
mos controlarlo.
112 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Las heridas del alma


La mayoría de las veces los problemas del alma no son
malformaciones cerebrales ni lesiones físicas que hemos
adquirido. Tampoco es la inclinación pecadora que a todos
nos afecta de una u otra forma. Comúnmente son heridas
producidas en nuestra vida por un hecho bastante con-
creto.
Las heridas del alma son experiencias dolorosas que
sufrimos en la vida. Estas experiencias dolorosas son siem-
pre manifestaciones de pecado, nuestro o de otros. Es
como si una experiencia, que no alcanzamos a compren-
der, quedara grabada a fuego en nuestro corazón y nos
determinara. Esto se da generalmente cuando sufrimos
una experiencia negativa de parte de alguien que, según
pensábamos, debería amarnos.
Habíamos comparado el cerebro humano con una com-
putadora que el alma utiliza. Dijimos que allí están graba-
dos los recuerdos. Estos recuerdos están encadenados
unos con otros, porque el cerebro en el proceso del sueño
se encarga de reordenar los archivos de la mente, acomo-
dando cada acontecimiento del día y sacándolo de la
memoria rápida para guardarlos en la memoria que lla-
maré archivo. Cuando dormimos, el cerebro o la mente
reordena esta información y la acomoda actualizando los
índices o referencias cruzadas, para que así un recuerdo
llame a otro.
A veces, por ejemplo, no recordamos el nombre de
alguna persona. Por alguna razón, se nos hace una especie
de laguna cerebral y parece como que tuviéramos el nom-
bre «en la punta de la lengua». Los que conocen el funcio-
namiento del cerebro, o aquellos que lo intuyen porque ya
les ha dado resultado, comienzan a recordar que esa per-
sona vive en tal lugar, que tiene un auto marca tal y que
su esposa se llama Marta; y cuando dicen el nombre de la
Vendar a los quebrantados de corazón 113

esposa, entonces inmediatamente recuerdan el nombre


que buscaban. 1
Así que el ser humano asocia ideas, nombres, conceptos
y algo más delicado aún: experiencias. En la vida tenemos
experiencias positivas y negativas. La voz de mamá cuan-
do éramos niños, la ternura de sus brazos o el primer día
de colegio; todos estos hechos son acontecimientos que
recordaremos durante nuestra vida.
Ahora pensemos en esto. Cada experiencia está graba-
da en nuestro cerebro y mientras más pequeños la haya-
mos tenido, tanto más la hemos venido encadenando o
asociando a otras similares, usándola como punto de refe-
rencia. Así que todas las experiencias vividas en nuestros
primeros años de vida nos afectarán en forma positiva o
negativa.
Imaginemos a un programador de computadora escri-
biendo un programa e imaginemos también que la com-
putadora es nuestro cerebro. Cuando el programador
codifica el programa, evalúa las partes del programa que
se repiten una y otra vez. Esas partes que se repiten las
llama «rutinas». El nombre es lógico, porque se procesa
algo repetidas veces. Así que su programa consta de un
cuerpo de instrucciones y de muchas rutinas. Estas rutinas
normalmente pueden ser llamadas para ejecutarse desde
diferentes partes del programa. Él ha hecho esto porque
es más eficiente y le ahorra mucho trabajo.
Ahora pensemos en nuestro cerebro. Las experiencias
anteriores son como rutinas que el programa de la mente
invoca para comparar un hecho actual con una experiencia
anterior, buscando así reaccionar en la forma más conve-
niente de acuerdo a nuestra experiencia. Si tenemos una
experiencia negativa en nuestra primera infancia, todos

1 Esto sucede por la forma en que se procesa la información. También hablamos de la


asociación de ideas para referirnos a algo como lo que hemos mencionado.
114 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

nuestros actos estarán recibiendo la influencia negativa de


esa experiencia de nuestros años tiernos. Esta será nuestro
punto de referencia al cual volveremos una y otra vez para
hacer comparaciones y decidir actitudes. Será nuestra «ru-
tina». Cuanto más cerca del inicio de nuestra vida haya-
mos tenido la experiencia negativa, tanto más nuestra
conducta general se verá afectada. Esto se debe a que en
el momento de producirse el trauma éramos tan pequeños
que no podíamos razonar, ni teníamos elementos de juicio
para evaluar objetivamente la experiencia. Además no
conocíamos las debilidades humanas y sus diferentes ma-
nifestaciones. El diablo suele aprovechar esto para magnifi-
car o distorsionar los hechos. Él busca que algo doloroso
en nuestra vida (que a lo mejor se llevó a cabo en 30
minutos) destruya el resto de nuestra existencia. Algo
absolutamente fuera de proporción.
Imaginemos que estamos en una habitación a oscuras
con una vela encendida. Pongamos la vela a un lado de la
habitación sobre una mesa y veamos la luz proyectada en
la pared opuesta. La luz que se ve en la pared es nuestra
alma. Ahora acerquémonos a la pared y pongamos la
palma de nuestra mano frente a ella. Veremos la sombra
de nuestra mano en la pared. Pensemos que esa sombra
representa una experiencia negativa en nuestra vida y
pensemos qué pasaría si cada experiencia negativa estu-
viera haciendo sombra en la pared. Veríamos que las más
cercanas a la primera infancia opacarían gran parte de la
pared. Eso es lo que el siquiatra describe como un trauma.
Un trauma es una experiencia dolorosa que ha quedado
marcada en el alma y que cuando la comparamos, cons-
ciente o inconscientemente con hechos actuales, hace que
nuestra actitud hacia ellos esté equivocada. Es como la
rutina del programador. Si la rutina está equivocada, el
Vendar a los quebrantados de corazón 115

programa no sirve: cada vez que sea invocada procesará


incorrectamente la información.

Las experiencias dolorosas


¿Qué tipo de rutinas equivocadas podría haber en noso-
tros? Pues muchas, comenzando por la posibilidad de que
nuestros padres no nos hayan deseado.«¿ Cómo puede ser
esto?», se preguntará. A lo mejor pensará: «Pero uno que
no ha nacido no lo puede saber nunca». No necesariamen-
te es así, pues un nonato aunque no haya desarrollado el
oído, y aunque no tenga la capacidad de entender el
lenguaje hablado, quizás pueda percibir las emociones de
su madre. También sabemos que un nonato puede escu-
char los sonidos en un momento de su desarrollo y sabe-
mos que los sonidos fuertes pueden asustarlo. Desde
luego, no sabemos si el espíritu del nonato puede discernir
su situación.
Es posible que un recién nacido, por las actitudes del
padre o la madre, pueda percibir que no lo deseaban. El
que no lo hubieran deseado ocasiona en la persona un
sentimiento de rechazo y también de inferioridad, que
harán su vida infeliz para siempre.
La falta de cariño, las palabras duras, los insultos y los
maltratos, así como el abandono de la madre por el trabajo
o por otro matrimonio, pueden llevar también a ese senti-
miento de rechazo, con los efectos posteriores que ello
implica. Este sentimiento negativo alterará toda su vida.
Un espíritu (demonio) de rechazo puede entonces aprove-
char la ocasión y torturar a la persona haciéndola buscar
compulsivamente la aprobación de otros. Esto termina
siempre destruyendo sus relaciones interpersonales, por-
que manifiestan actitudes hostiles hacia las personas que
aman, ya que tienen que seguir siendo rechazadas. Se
116 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

vuelven actores dispuestos a no salirse nunca del libreto,


así este los haga infelices.
Otro tipo de problema que se presenta es el del incesto
con padres, hermanos, hermanas, primos y tíos. Los victi-
marios son seres a los que la niña o niño deberían amar,
pero a los que comienzan a odiar cuando se dan cuenta de
lo que le han hecho. Esto también se produce cuando otros
niños o adultos los inician en el sexo. Cuando esto les
sucede, se sienten pervertidos y un sentimiento de inferio-
ridad empieza a gobernar sus vidas y los mantendrá en un
tormento continuo e infelicidad. La idea de que son anor-
males terminará por ahogar en ellos toda alegría; y, gene-
ralmente al llegar a la adolescencia, la poca autoestima los
llevará a enredarse más profundamente en el pecado.
La pobreza extrema y el hambre también marcan al
niño y este crece con complejos de inferioridad y con odio
y envidia a los que sí tienen esos bienes. Su vida puede
volverse un infierno de violencia desde su infancia, pues
una raíz de amargura habrá brotado en su corazón. Y,
como podemos ver en Hebreos 12.15, esta puede impedir-
nos alcanzar la gracia y por ella muchos pueden ser con-
taminados.
Por supuesto, no hay dos personas iguales, y no todos
reaccionan a los estímulos externos de la misma forma;
pero por lo general todas estas cosas llevan a la rebeldía,
al alcohol, a las drogas, al homosexualismo, a la depresión
y algunas veces hasta al suicidio.

Puertas abiertas a la actividad demoniaca


En una vida oprimida por los dolores de heridas abiertas
en el alma, los demonios encuentran donde expresar su
maldad. El pecado abre las puertas a la actividad demo-
niaca y a espíritus de homosexualidad, de vicio, de alco-
hol, de drogas, de lujuria, de rechazo, de odio, de envidia,
Vendar a los quebrantados de corazón 117

de celos y otros. Una vez en la persona, van tomando el


control de la voluntad. 2 Es por eso que Proverbios 5.22
dice: «Prenderán al impío sus propias iniquidades, y rete-
nido será con las cuerdas de su pecado».
La actividad demoniaca en el alma del pecador, sin
embargo, no solo se manifiesta a causa de los propios
pecados. A veces se manifiesta por causa del pecado de los
padres. N o son pocas las ocasiones en que vemos manifes-
taciones de esto en los hijos de personas entregadas a la
brujería y al espiritismo.
Muchas veces los creyentes tenemos que lidiar con
estos poderes para hacer libres a los pecadores, o a los
nuevos creyentes que traen todas estas cadenas como una
carga de su vida pasada.
Gracias a Dios tenemos cómo hacerlo, y la autoridad
por parte de Dios para llevarlo a cabo. El Señor dijo: «He
aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y
sobre toda la fuerza del enemigo, y nada os dañará» (Lucas
10.19). La iglesia tiene el poder de echar fuera demonios y
eso no es algo que solo sucedió durante los primeros
siglos, sino que hoy en día sucede con mucha frecuencia.
Después de todo, «estas señales seguirán a los que creen:
En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas
lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren
cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pon-
drán sus manos, y sanarán» (Marcos 16.17,18).
Pero hay una realidad en cuanto a este tema que no
podemos soslayar: algunas veces, aun cuando echamos
fuera los demonios, los daños causados a la persona per-
manecen. El demonio en el alma de la persona es como el
zapato que aprieta el pie. Cuando le quitamos ese zapato,
el callo que se formó sigue doliendo.

2 Muchas veces estos se ponen en evidencia cuando se recurre a la oración de liberación.


118 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Un milagro podría quitar ese callo (y quizás se necesita


sanidad divina), pero normalmente, si no se vuelve a
poner un zapato apretado, el callo desaparecerá paulati-
namente. El alma perturbada de la persona puede y debe
ser reprograrnada por medio de la Palabra de Dios. La
recomendación de Pablo casi se vuelve un mandamiento:
«No os conforméis a este siglo, sino transformaos por
medio de la renovación de vuestro entendimiento» (Ro-
manos 12.2).

¿Cómo sanar una herida del alma?


La siquiatría trata de aceptar las miserias humanas como
actos normales de nuestra conducta (no normales porque
en sí lo sean, sino a causa de la cantidad de personas que
los sufren). Los siquiatras invierten mucho tiempo en
intentar que la persona se acepte a sí misma con todos sus
errores (pecados). Una vez que la persona acepta como
algo normal sus perversiones, ellos tratan de reprogramar-
la para que no se odie ni odie a los demás; y, si es posible,
tratan de que cambie las actitudes inaceptables dentro de
la sociedad por otras más benignas.
Reconozco el valor de la siquiatría como ciencia al
servicio de los que no tienen fe, que no han conocido la
dimensión del espíritu. Pero a los siquiatras no creyentes
la palabra «espíritu» les suena como algo propio de la
religión y no de la ciencia. Corno la ciencia no puede tratar
con lo que no conoce, sus tratamientos no sanan el alma:
solo cambian los síntomas. Para sanar el alma, hay que
comenzar por sanar el espíritu, el ser interior que hay en
cada uno de nosotros, el ser inteligente del que vienen las
intenciones y la guía a nuestra alma. La siquiatría, con todo
el respeto que se merece, nunca será más que un paliativo
para los problemas del hombre.
Para sanar una herida del alma se necesita un consejero
Vendar a los quebrantados de corazón 119

cristiano. La obra de Jesucristo en la cruz es el mejor


remedio para los males del alma. El consejero cristiano
procura eliminar el obstáculo que proyecta una sombra en
la vida de la persona afectada: el pecado. En vez de hacer
que la persona acepte el pecado corno algo normal, el
consejero cristiano la lleva a rechazarlo totalmente y hacer
algo que reprograrne las rutinas falladas; es decir, que
reprograme las rutinas equivocadas que fueron escritas en
nuestros corazones con hierro candente. La persona ha de
dejar que el Espíritu Santo reescriba esas rutinas a la luz
de la Palabra de Dios. Iluminado por el Espíritu Santo,
podrá ver lo que le sucedió, pero a través de la mirada
amorosa de Jesús.

Nueva criatura
Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas
viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Co-
rintios 5.17).
Cuando uno va a Jesús y lo recibe corno Señor y Salva-
dor, se convierte en un nuevo ser creado según Dios. El
hombre viejo, el adúltero, el fornicario, el homosexual, la
lesbiana, el asesino, el drogadicto, el borracho, el degene-
rado, el anormal, el ser abyecto que temíamos ser (si ese
fuera el caso) ya no existe. Aquella persona que vivía sin
Dios y sin esperanza murió en la cruz con Cristo. Ya es un
nuevo ser, creado por la fe, por la Palabra de Dios. Ahora
es hija de Dios y toda experiencia pasada es borrada, no
en cuanto a sus recuerdos, pero sí en cuanto al dolor del
corazón.
Muchas veces el nuevo creyente no percibe la gloriosa
libertad que ha alcanzado. El nuevo nacimiento que Jesús
le ha dado ha borrado su vida pasada, clavándola en la
cruz, corno dice Colosenses 2.14, junto con el acta de los
120 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

decretos que había contra nosotros. Ahora somos nuevas


criaturas, nuevas creaciones, todo el pecado y los hechos
malos de nuestra vida pasada han sido borrados de ma-
nera que Dios ya no se acuerda de ellos.
Es como la historia del elefante, que cuando era peque-
ño lo encadenaron y cuando trataba de irse del lugar
donde estaba se daba cuenta de que la cadena lo tenía
atrapado, y que era tan resistente que no podía soltarse.
Pasaron los años y el pequeño elefante creció y, aunque ya
era un enorme animal, no se movía de su lugar cuando le
ponían la cadena. Aunque ya tenía la fuerza suficiente
para despedazar la cadena y soltarse, ni siquiera intentaba
escapar. La experiencia le había enseñado que a pesar de
luchar para romperla, no lo podía hacer.
Así también, muchos creyentes no saben que la cadena
del pecado que los ataba ya no tiene poder sobre sus vidas.
Como no lo saben, no intentan escapar y continúan aún
sirviendo a un amo que ha perdido todo derecho legal
sobre ellos, porque ya no están bajo la Ley sino bajo la
gracia, como dice Romanos 6.14.
Hoy Jesús es nuestro nuevo amo, un Señor bondadoso,
que ni siquiera nos llama siervos, nos llama sus amigos y
nos ha dado la libertad gloriosa de los hijos de Dios
(Romanos 8.21).
Capítulo nueve

Las armas de la luz

Las armas del diablo y las armas de Dios


El diablo es un ladrón. Corno dice la Biblia, viene a robar,
matar, destruir y arrebatarnos nuestra prosperidad. Corno
para ello utiliza las armas de las tinieblas, debernos vestir-
nos corno dice Romanos 13.12, con las armas de la luz.
Estarnos en guerra, y el botín son las almas de los seres
humanos. El diablo gana tiempo si logra que la humani-
dad se aparte de Dios, ya que Jesucristo vendrá por una
Iglesia gloriosa y no por una Iglesia débil y famélica. Pero
el principal objetivo del diablo es el alma de usted. El
diablo no descansa buscando el momento de hacerle caer.
Pedro nos dio la señal de alarma: «Sed sobrios y velad;
porque vuestro adversario el diablo, corno león rugiente,
anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pedro 5.8).
Todos los días debernos estar preparados para la lucha,
para la guerra espiritual.
Alguno dirá: «¡El diablo está vencido!» Cierto, Jesús ya
venció al diablo. Nuestro Señor «despojando a los princi-
pados y a las potestades, los exhibió públicamente, triun-
fando sobre ellos en la cruz» (Colosenses 2.15). Pero el
diablo es un mentiroso y padre de toda mentira. Quiere
hacernos creer que no ha sido derrotado, prolongar su
caída y ofrecer resistencia a los santos. Estarnos en lucha,
no «lucha contra sangre y carne, sino contra principados,
122 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas


de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las
regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de~
Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo
acabado todo, estar firmes» (Efesios 6.12,13).
Afortunadamente, somos soldados de Jesucristo y Él
nos ha equipado con las mejores armas,las más poderosas,
porque es todopoderoso. En toda la Biblia el Señor nos
habla como si fuéramos un ejército y nos anima continua-
mente a luchar espiritualmente. Sí, nuestra lucha es contra
ejércitos demoniacos, pero el Señor nos dice que no será el
ejército, ni la fuerza lo que nos dará la victoria, sino el
Espíritu Santo (Zacarías 4.6).
El enemigo de nuestras almas tiene en su arsenal armas
que sabe nos hacen daño; y entre esas armas, la primera
que utiliza es la mentira.

La primera arma de las tinieblas: la mentira


La verdad y la mentira no son tan solo dos posiciones
antagónicas que puedan ser sostenidas por alguien. Tam-
poco son solo dos polos opuestos en lo que a moral se
refiere, ni dos puntos de vista. Son más que eso: la verdad
representa a Dios y a su Palabra, y la mentira al diablo.
En la verdad y la mentira se reflejan todas las posturas
del bien y del mal, de la vida y de la muerte. En Juan 14.6
el Señor se ha definido a sí mismo como la vida, la verdad
y el camino. En cambio, cuando la Escritura se refiere al
diablo,lo presenta como el inventor u originador de todas
las mentiras: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y
los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido
homicida desde el principio, y no ha permanecido en la
verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla men-
tira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de men-
tira» (Juan 8.44).
Las armas de la luz 123

¿Cómo puede ser próspero un hombre si su vida está


basada en una mentira? Casi todo en la vida está contami-
nado por mentiras de las que el diablo es promotor de una
u otra forma. Los medios de comunicación son un ejemplo
de ello; la radio, la televisión y el periódico promueven a
diario la mentira. En muchos mensajes publicitarios exa-
geran las ventajas de los productos. Pero peor aún es el
hecho que estos se publiciten ofreciendo imágenes de
corte sexual que parecen insinuar que si uno usa tal o cual
perfume, las mujeres vendrán a buscarlo; o que si una
mujer usa tales o cuales pantalones, los hombres la mira-
rán. Se fomentan así toda clase de imágenes de tipo luju-
rioso y lascivo con el fin de atraer a los compradores.
También algunas revistas y diarios, por ser malos, no
encuentran mejor forma de vender que exhibir en su por-
tada una mujer desnuda, o con poca vestimenta y en
actitudes reñidas contra la moral.
Cuando prestamos oído a las mentiras del diablo, no
solo terminamos creyéndolas, sino que al confesarlas con
nuestra boca traemos maldición sobre otros o sobre noso-
tros mismos, 1 porque cada cosa que digamos producirá un
efecto en nuestro entorno espiritual. Por esta razón Dios
nos prohíbe maldecir, porque esto traerá malas conse-
cuencias para aquellos a quienes maldecimos, a no ser que
se trate de un creyente que conoce el poder del sacrificio
de Cristo, y que sepa llevar toda maldición a la cruz. 2
Cuando usamos la palabra «maldecir», no nos referi-
mos a gritarle a una persona todo el mal que le deseamos.
La palabra «maldecir», viene de «decir mal», de hablar mal
de alguien. Cuando murmuramos o criticamos, estamos
«mal diciendo» o «diciendo mal de». Muchas veces de esta
forma hemos atado con nuestra boca a nuestros hijos o a

1 La vida y la muerte están en poder de la lengua, de acuerdo a Proverbios 18.20,21


2 Ya hemos visto anteriormente que Jesús se hizo maldición por nosotros.
124 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

nuestras esposas o esposos, y posiblemente en nuestra


vida diaria venimos cosechando lo que hemos sembrado
durante muchos años con nuestras propias palabras. Al-
gunos se sienten feos, otros gordos, otros flacos, otros se
sienten tontos, y la verdad es que el diablo a través del
tiempo ha dibujado en nuestra alma una imagen de noso-
tros mismos que muchas veces es difícil de aceptar. Todos
hemos sido atacados por este mal, y como resultado he-
mos pasado una terrible experiencia en la adolescencia
tratando de definir nuestra personalidad; y todos de algu-
na manera teníamos una careta en el rostro, tratando de
ocultar fealdades que solo nosotros conocíamos. Todos
fingíamos seguridad, alegría, confianza. Cada quien trata-
ba de vender su imagen a sus amigos y parientes.
Gracias a Dios porgue podemos acudir a Cristo para ser
libres de ataduras. El se hizo maldición por nosotros.
Muchas veces las palabras que salen motivadas por la ira,
el odio, el enojo, la violencia son inspiradas por el mismo
infierno; porque al enojamos pecamos y el diablo usa
nuestro enojo, nuestro odio, nuestro aborrecimiento, para
hacernos decir cosas que después él puede usar para
destruimos a nosotros, o a los seres que amamos.
Cada vez que un padre le dice a un hijo o a una hija
«¡maldito!, ¡necio!, ¡torpe!, ¡desgraciado!» y otras cosas
semejantes, va marcando con fuego el alma del niño o el
joven.
Hemos dicho que el alma del niño queda como marcada
por fuego a causa de estas palabras. Lamentablemente
estas suelen cumplirse en su vida ya que actúan como una
maldición. Qué diremos, pues, de aquellos a los que se les
profieren insultos mayores como: bestia, pervertido, ho-
mosexual, degenerado. Cuántos niños y niñas crecen con
el sentimiento de ser anormales, muchas veces por las
perversiones de otros que afectaron sus vidas cuando aún
Las armas de la luz 125

eran inocentes. Cuántos crecieron odiando y amando al


mismo tiempo a padres, hermanos, amigos o parientes
que abusaron de ellos en su infancia.
El número es mucho mayor de lo que la mayoría de la
gente piensa. En una sociedad donde los valores están en
decadencia, no es extraño que el incesto, la violación y la
perversión de menores vayan en aumento. Pero peor que
el mismo hecho ocurrido, es lo que el diablo va haciendo
en la vida de estas víctimas del pecado de otros. Él se
encarga de reforzar la mentira en esta área traumatizada
y trata de llevarlos a profundizar aún más en la perversión,
hasta que parezca que ya no hay modo de volver atrás.
Hasta que estén absolutamente convencidos de que ya no
hay retorno.
Son muchas las personas que vienen por consejería
trayendo problemas de esta índole; y lo más difícil de
conseguir es que dejen de sentirse «víctimas», y por lo
tanto atribuyan sus malas inclinaciones a algún terrible
acontecimiento en sus vidas y no a su naturaleza pecadora.
No se dan cuenta de que el dolor sufrido no explica su
actual actitud hacia tal o cual tipo de perversión. El diablo
les ha «vendido» la idea de que como son anormales,
pueden caer de vez en cuando en ese pecado, y que todos
tenemos que comprender su drama, que cualquier perso-
na en su lugar haría lo mismo. Pero la verdad es que si han
aceptado a Cristo son nuevas criaturas, y si hubiera habido
algo anormal en ellos, eso ya pasó. Pero también lo segun-
do es que nunca fueron realmente anormales. Lo anormal
es la conducta que aceptan. Son perfectamente normales,
especialmente desde que están en Cristo, y no hay justifi-
cación alguna para sus pecados.
Al madurar, empezamos a salir de todo aquello cuando
comenzamos a aprender a tolerar a los demás, y por
supuesto a nosotros mismos. Pero en nuestra personali-
126 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

dad quedaron escondidos los sentimientos y deseos más


inaceptables que nunca mostramos a otros. Cada uno llega
a la edad adulta con algún grado de inseguridad y con
ciertos sentimientos de inferioridad que nos deprimen con
alguna frecuencia. Los que no llegan a resol ver sus conflic-
tos mentales, terminan en afecciones de tipo sicótico que
marcan para siempre su vida. La mayoría nos equilibra-
mos más o menos, pero siempre temiendo a nuestra con-
cupiscencia interior; es decir, a nuestras pasiones desorde-
nadas que aprendemos a amarrar en nuestro interior como
a una bestia salvaje e indomada.
Cuando nos convertimos, el Espíritu Santo entra en
nosotros y transforma nuestro espíritu en la regeneración
y nuestra alma es tocada en el mismo acto; y la bestia
finalmente muere, o al menos es domesticada. El diablo
duran.te toda nuestra vida intentará levantarla de nuevo y
nosotros tendremos que luchar para que eso no ocurra.
Pero lo que primero debemos saber es que ese monstruo
no es otra cosa que el cúmulo de mentiras que el diablo
nos hizo creer. Creyéndolas, simplemente actuábamos
como tales; porque todo ser humano vive conforme a lo
que cree que él es.
¿Cuáles son las cosas que son mentiras?
Pues es falso que eres un pervertido. Lo que hiciste, si
lo hiciste, quizás es una perversión; pero tú no eres por
naturaleza pervertido. Ahora eres por naturaleza «hijo de
Dios».
Tampoco eres un anormal. Lo que pasa es que el estado
del hombre natural es anormal; pero ahora eres hijo de
Dios. Recién ahora eres totalmente normal.
Menos aún eres un tonto o un necio o un bruto. Quizás
eso les parecíamos a algunos. Pero no importa cómo fui-
mos, ahora que Dios nos ha adoptado, dice 1 Corintios
Las armas de la luz 127

1.30, Cristo «nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justifi-


cación, santificación y redención».
Y a usted, señora o señorita, que cuando niña le decían
que era fea, que tenía que soportar que los chicos crueles
o las amigas la fastidiaran y se burlaran sencillamente
porque usted era diferente, debo decirle algo. Esas burlas,
que aparentemente parecían no afectarle, por dentro le
dolían. Pues debe saber que también eran mentira. La
belleza que se ve hoy en día en las estrellas de cine o las
modelos es solo un simple accidente de la naturaleza. Qué
bueno que hayan algunos modelos o ejemplos que nos
permitan siquiera vislumbrar, aunque pálidamente, la be-
lleza que tendremos en la vida eterna. Pero son solo eso,
modelos, excepciones a la regla.
Casi todos nos hemos sentido feos o mal presentados
en algún momento. Pero la cultura nos ha hecho creer que
en esta vida uno vale por la belleza, por la inteligencia, o
por el dinero o el éxito que uno tenga. Pero la verdad es
que estos son una especie de accidente en la vida. La
verdad es que la mayoría de las personas tenemos inteli-
gencia suficiente para ser amados y admirados por los que
nos saben apreciar, y que no necesitamos más que el
dinero necesario para vivir. Por otro lado es verdad que si
una mujer es cristiana, su belleza resaltará más porque sus
ojos nos cautivarán con su alegría, gracia y transparencia.
También, si uno es creyente tendrá una inteligencia supe-
rior, porque según Proverbios 2.6, es de la boca de Dios de
donde viene el conocimiento y la inteligencia. Salmo
111.10 dice que «el principio de la sabiduría es el temor de
Jehová. Buen entendimiento tienen todos los que practican
sus mandamientos».
Si uno es creyente también será prosperado rápidamen-
te por Dios, porque para comenzar ya no gastará en cosas
que antes gastaba tontamente: alcohol, drogas, algunas
128 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

distracciones, cigarrillos, mujeres y otras semejantes a


estas. Además, Dios lo prosperará sobrenaturalmente si
vive la vida cristiana y diezma, ofrenda y da a los pobres.
Así que ahora mismo atrévase a decirle a Satanás que
es mentira lo que decía de usted. Dígale a su padre o a su
madre, si le ofendieron, que los perdona, pero que se
equivocaron respecto a usted. Confiese con su boca que
sus amigos se equivocaron y que todo aquel que le insultó
se equivocó. Y si le parece que tuvo razón, pida perdón
por ese error, pero acepte el perdón y la restauración que
viene de Dios. Comience a aceptarse a si mismo. Perdóne-
se sus pecados, no porque los consienta, sino porque Dios
ya le ha perdonado.

El arma de Dios contra la mentira: la verdad


Dios vence la mentira con la verdad. Toda persona es al
menos tres personas dependiendo del punto de vista con
que la miren. Primero es la persona que ella cree que es.
Esto por supuesto está influenciado por los comentarios
de otros y probablemente por las mentiras del diablo que
hemos creído.
Una segunda persona es la que los demás creen que
somos. Esto incluye la imagen que proyectamos, a veces
escondiendo nuestros defectos y pasiones desordenadas,
y también lo que decimos aun sin sentirlo.
Y la tercera persona es la que Dios dice que somos.
Claro, Dios no puede equivocarse. Ahora, ¿qué dice Dios
de nosotros?, ¿cómo nos ve Él después de nuestra salva-
ción? Los siguientes pasajes nos hablan de cómo nos ve
Dios:
Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, na-
ción santa, pueblo adquirido por Dios (1 Pedro 2.9).
Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciuda-
Las armas de la luz 129

danos de los santos y miembros de la familia de Dios


(Efesios 2.19).
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y ama-
dos[ ... ] (Colosenses 3.12).
Ahora debemos entender la manera de pensar de Dios.
Evidentemente Dios nos ve mucho mejor de como nos ven
los demás, e incluso de como nosotros mismos nos vemos.
Él no se hace problemas, ya nos perdonó, ya olvidó nues-
tros pecados. Además, nos llama como quiere que seamos.
Según Romanos 4.17, Él llama las cosas que no son como
si fueran. Es decir, si Dios dice que eres linaje escogido, lo
eres. Si dice que eres parte de una nación santa, lo eres. Él
llama las cosas que no son, para que lleguen a ser por
medio de su Palabra. Esta, como dice Isaías 55.11, nunca
vuelve vacía.
Así que contra las mentiras del enemigo debemos saber
qué es lo que dice la Palabra de Dios, que es verdad
absoluta; y una vez que descubramos qué es lo que dice
Dios de nosotros, debemos creerle más a Él que a nuestros
sentidos y confesar esa Palabra con nuestra boca.

La segunda anna del diablo: la duda


Es también lógico suponer que nadie pueda ser próspero
realmente si su alma está llena de dudas. Cómo puede ser
próspero aquel que no sabe para qué vive, de dónde viene
ni a dónde va. Cómo puede ser próspero aquel que no está
seguro de lo que hace. La duda es hija de las mentiras del
diablo.
En Génesis 3.1 vemos que la serpiente le añade a la
Palabra de Dios y siembra así duda en la mujer acerca de
sus motivaciones: «¿Conque Dios os ha dicho: No comáis
de todo árbol del huerto?» Dios no les había dicho que no
comieran de ningún árbol del jardín. Solo les había dicho
130 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

que del árbol de la ciencia del bien y del mal no deberían


comer. El maligno exagera para hacer aparecer a Dios
como irrazonable. Y no se detiene allí, sino que añade: «No
moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él,
serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, sabiendo
el bien y el mal» (Génesis 3.4-5). En otras palabras, la
serpiente le dice a Eva que Dios tiene malas intenciones
para con ellos, que Dios sabe que el comer de ese árbol los
haría independientes de Él, pero que prefiere mantenerlos
sujetos y por esa razón no lo permite.
Al diablo no le importa decimos una verdad si después
puede hacernos creer tres grandes mentiras Es cierto que
a raíz de que comieron del fruto prohibido ellos conocie-
ron el bien y el mal. La cuestión es que aquella mentira
disfrazada trajo dudas al corazón de la mujer, la que
finalmente probó del fruto prohibido e hizo que Adán
también cayera en semejante desobediencia. El diablo le
presentó a Eva una imagen distorsionada de Dios, y Eva
cayó en la trampa. Así también, el diablo se encarga de
mostramos a un Dios indiferente a los problemas del
hombre, un Dios insensible y de cuyas motivaciones se
puede dudar.
N o en vano hay muchos que se preguntan: «¿Cómo
puede haber Dios si hay tanto dolor en el mundo? ¿Cómo
Dios permite que mueran de hambre tantos niños en el
África? ¿Por qué no hace algo? Si Dios existiera ya habría
cambiado las cosas». El enemigo del Señor nos presenta
una imagen falsa de un Dios insensible ante el dolor y ante
nuestras necesidades. Hace pensar que es un Dios lejano
que solo se ocupa de asuntos muy graves y al que no se le
debe molestar por cualquier cosa. No es de extrañar que
infinidad de personas en el mundo prefieran recurrir a
intermediarios entre Dios y los hombres antes que dirigir-
se directamente a Él en el nombre de Jesús. Ese Dios
Las armas de la luz 131

indiferente jamás diría: «Y antes que clamen, responderé


yo; mientras aún hablan, yo habré oído» (Isaías 65.24).
El diablo, como vemos, nos engaña haciéndonos dudar
del amor de Dios y de su provisión para el hombre. Lo que
el diablo oculta es que él es el dios o príncipe de este
mundo, de este sistema. Jesús mismo lo llamó así en Juan
14.30. El que gobierna este mundo no es Dios, sino Satanás.
Por eso el mundo anda como anda.
Gracias a Dios, Jesús lo venció más tarde en la cruz. Su
sangre derramada selló la victoria. Y además de derrotar-
lo, lo despojó de todo poder y autoridad legal sobre este
mundo. Sin embargo, el diablo y sus demonios aprove-
chan el que muchos desconocen esta verdad y continúan
activos en el planeta tierra. Sin cejar, hacen resistencia a
los santos, calumnian a Dios y lo culpan de las cosas que
las fuerzas del mal realizan. Jamás dejarán voluntariamen-
te de sembrar dudas. Siempre harán que la gente se pre-
gunte: ¿Por qué tantos inocentes mueren? ¿Por qué Dios
no hace algo? Lo que no dicen nunca es que nuestros
pecados atan las manos del Señor. Tampoco dicen quiénes
gastan las riquezas de las naciones en armamentos, ni de
dónde vienen las guerras, las revoluciones, la violencia. La
Biblia contesta estas preguntas en Santiago 4.1: «¿De dón-
de vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es
de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros
miembros?»

El arma de Dios contra la duda: la fe


Fe en su amor
¿Cómo estar seguros de que tenemos un Dios que nos ama
y se preocupa por nosotros? Esa respuesta la tenemos en
Jesucristo y el amor que nos mostró en la cruz. El mismo
Jesús lo dijo en Juan 15.13: «Nadie tiene más amor que
132 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

aquel que pone su vida por sus amigos». Él dio su vida por
nosotros. Su amor es tan grande que el apóstol Pablo pudo
decir: «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo
por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa
creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en
Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8.38,39).
Debemos poner nuestra fe en el único Dios vivo, crea-
dor del cielo y de la tierra, que nos ama y nos dio el más
valioso don: Jesús.
Debemos entender que todo lo que Dios quiere es la
salvación y el bien para nosotros. Precisamente, Jesucristo
vino a deshacer lo que el diablo le ha hecho a la humanidad
(1 Juan 3.8).

Fe en su Palabra
¿Cómo tener fe en la Palabra de Dios? Se dice que la
palabra de una persona es tan confiable como ella misma.
Pues bien, no hay persona más confiable que Dios, que es
«la verdad». Además, Dios es eterno, verdadero e inmu-
table, y su Palabra también lo es (1 Pedro 1.25). No tenemos
un Dios voluble que hoy promete una cosa y mañana se
arrepiente. En Él no hay mudanza ni sombra de variación
(Santiago 1.17). Jesucristo, que es el Verbo o la Palabra de
Dios, es el mismo, ayer, hoy y siempre.
Cuando nos llegue la duda, debemos asirnos de la
Biblia. Cuando Cristo fue tentado en el desierto, se defen-
dió del diablo empleando la Palabra de Dios. Así desbara-
tó los argumentos del enemigo; y así también nosotros
tendremos victoria sobre la duda. Para la fe, la Palabra de
Dios se convierte en la voz de Dios. Hemos de decidir,
pues, si vamos a permitir que el silbido de la serpiente se
levante por encima de la voz de nuestro Creador.
Las armas de la luz 133

La tercera anna del diablo: el temor


¡Cómo le gusta al diablo esta arma, que es hija de la duda!
Las dudas nos hacen desconfiar de la provisión de Dios y
nos traen temores de que las cosas no salgan bien. El que
teme piensa y dice:«¿ Y qué si no soy sanado?, ¿y si me va
mal en los negocios?, ¿y si Dios no cumple su promesa?»
Aunque esto es imposible, el diablo nos hace pensar que
sí es posible, ofreciéndonos resistencia e impidiendo, por
todo el tiempo que pueda, que la bendición de Dios nos
llegue. Él espera que empecemos a dudar para que la fe ya
no pueda operar.
Lo contrario de fe, no es falta de fe, como algunos
piensan. Lo contrario de fe es temor. Fe es creer en la
Palabra de Dios; temor es creer en la palabra del diablo.
Cuando uno empieza a orar por sanidad, el diablo nos
pone otro síntoma para que el temor arruine la confesión
de fe en la Palabra de Dios y empecemos a aceptar la
enfermedad nuevamente. Cuando el temor entra por la
puerta, la fe sale por la ventana y viceversa. Nunca pueden
estar juntos. Cuando el diablo se da cuenta de que nuestro
negocio va a prosperar, nos retiene como puede las ventas,
para hacernos creer que todo irá mal y cerremos.
Esto casi le sucedió a dos empresarios que conozco. Un
día vinieron a mi oficina y me manifestaron su preocupa-
ción porque sus ventas se habían casi paralizado. Yo les
hice las preguntas de rigor:
-¿Diezman?
-Sí -respondieron.
-¿Ofrendan?
-Sí, continuamente.
Y comprobé que sus matrimonios también estaban bien
y que todo lo que hacían estaba de acuerdo a las leyes de
la prosperidad de Dios. Entonces oramos y Dios me dio la
respuesta.
134 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

-¡Ya sé! -les dije-. Es que Dios ha preparado una


bendición muy grande para ustedes en su negocio y el
enemigo trata de que cierren. Esperen con paciencia, por-
que sé que el diablo no podrá retener la bendición el mes
entrante.
Salieron felices y confiados de mi oficina planeando
cómo enfrentarían el próximo mes con tantos pedidos.
Habían quitado sus ojos de sus temores y los habían
puesto en la fidelidad de Dios. Es maravilloso ver lo que
la fe puede hacer en el hombre. Ellos esperaron confiada-
mente. Cuando llegó el tiempo señalado, me dijeron que
nunca habían vendido tanto y que el negocio estaba pros-
perando de manera extraordinaria. ¡Dios es fiel!
Cuando Jesús caminaba sobre las aguas, el apóstol
Pedro se entusiasmó con la posibilidad de hacer algo
sobrenatural. Él también quería caminar al lado de Jesús.
Cuando Jesús lo llamó, ocurrió algo extraordinario. Lea-
mos el relato del Evangelio de Mateo: «Entonces le respon-
dió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti
sobre las aguas. Y Él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de
la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver
el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse,
dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!» (Mateo 14.28-30).
Pedro comenzó a andar sobre las aguas, pero cuando
vio que el viento arreciaba y las olas se elevaban más y
más, tuvo miedo. La Biblia no dice si él percibió o no una
fuerza sobrenatural en esto; pero lo que nosotros sentimos
en oposición a nuestro esfuerzo de fe es una fuerza sobre-
natural que viene del abismo y que se levanta para atemo-
rizarnos y hundirnos.
Cuando Jesús lo saca del agua no le dice: «¿Por qué
tuviste miedo?», sino «¿por qué dudaste?» (Mateo 14.31).
Cristo sabe que el temor es hijo de la duda. Las circunstan-
cias hicieron dudar a Pedro de que Dios podría sostenerlo.
Las armas de la luz 135

¿Por qué si Dios le permitía andar sobre las aguas no


aquietaba el viento? Es decir, si tiene el poder para hacer
una cosa, ¿por qué no hace la otra? Si el agua lo sostuvo
contra las leyes naturales, ¿por qué no actuó sobre los
elementos?
Esto es algo así como Israel frente al mar y con el ejército
egipcio a su espalda. Si Dios pudo sacarlos de Egipto, ¿por
qué no impidió que su ejército saliese tras de ellos? La
respuesta es que estamos en una guerra espiritual. Siem-
pre que hay una guerra se ven las acciones de ambas
partes; el ataque y el contra ataque. Así también vemos a
Dios, y al diablo tratando de impedirle obrar.

El arma de Dios contra el temor:


la confianza en su amor
Cuando la Biblia habla de temer a Dios, no habla de tenerle
miedo, sino de dirigirnos a Él con respeto y reverencia
como a un padre. Pero cuando no se es hijo, cuando no lo
hemos reconocido como nuestro Señor y nuestro Salva-
dor, sí es mejor temerle.
El creyente sí nunca tiene tiene por qué temer. Dios no
nos ha dado «espíritu de cobardía, sino de poder, de amor
y de dominio propio» (2 Timoteo 1.7). No debemos temer
nunca, pues con Jesús somos fuertes y vencedores, y la
Biblia así lo dice en 1 Juan 4.4.
Dije que no debemos temer nunca, y sin embargo, hay
algo que un creyente debe temer: «Y no temáis a los que
matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más
bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el
infierno» (Mateo 10.28). Fuera de eso, dijo el Señor Jesu-
cristo, no debemos temer a nada ni a nadie. Nosotros los
creyentes luchamos «desde la victoria», y no «hacia la
victoria». El sentir que Dios nos ama nos llevará a confiar
en Él, a no tenerle miedo y también a no temer al futuro.
136 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

La Biblia lo recalca así: «Y nosotros hemos conocido y


creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es
amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y
Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros,
para que tengamos confianza en el día del juicio; pues
como Él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor
no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el
temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que
teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le
amamos a Él, porque Él nos amó primero (1 Juan 4.16-19).

La cuarta arma del diablo: la depresión


Lo primero que el diablo trata de robarnos es el gozo y la
paz. Si lo consigue, somos presa fácil, porque el gozo del
Señor es nuestra fortaleza. Perder el gozo es perder la
fuerza. El diablo, que anda como león rugiente, siempre
termina atrapando a la gacela más débil.
La depresión es una prolongada pérdida del gozo.
Muchas veces aparece como resultado del temor al futuro,
de la inseguridad y de los pensamiento que nos llevan a
creer de nosotros las cosas malas que otros dijeron, o lo
que pensamos de nosotros mismos. El no creer en un Dios
bueno y eterno que nos ama, que nos perdona, y que nos
da esperanza a pesar de todo.
El pecado que nos rodea y nos oprime trae depresión.
Cuando pecamos, automáticamente perdemos el gozo; y
si este estado se prolonga sin que nos reconciliemos con el
Señor, las voces del infierno comienzan a sugerir que no
somos más que una especie de aborto que se mueve por
el mundo consumiendo agua, aire y ocupando sitio, y que
no somos dignos de vivir; que todos estarían mejor sin
nosotros. Empezamos a sentirnos en un pozo oscuro y no
vemos la salida. Algunos en este estado recurren al alco-
hol, otros a las drogas y otros hasta al suicidio.
Las armas de la luz 137

La depresión nos hunde en el fango del pecado, porque


las personas tratan de llenar sus vidas vacías con algo,
tratan de no seguir escuchando esas voces que los ator-
mentan. Normalmente lo consiguen recurriendo al peca-
do que ofende a Dios. Se consideran almas perdidas que
Dios no toma en cuenta, o dejan de tomar en cuenta a Dios,
porque la oscuridad de su alma es tal que huyen de la luz;
y es allí en las tinieblas donde se dedican a autocompade-
cerse.
Algunas personas que han entregado sus vidas a Cristo
aún son perturbadas por depresiones, porque en el proce-
so de renovación de su alma todavía no han llegado a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios.

El arma de Dios contra la depresión:


la alabanza
La mejor forma de salir de la depresión es dejar de temer.
Para no temer debemos dejar de dudar, y para no dudar,
debemos dejar de creer en las mentiras que el diablo
sembró y aún quiere sembrar en nuestras vidas.
Y cuando tengamos urgencia de salir de la depresión,
debemos alabar a Dios y experimentar el poder de la
alabanza. Cuanto antes comencemos a adorarlo, más rápi-
do saldremos de la depresión, más rápido podremos decir
como el salmista: « Has cambiado mi lamento en baile»
(Salmo 30.11).
En la presencia del Señor hay plenitud de gozo, y Él
mora en medio de las alabanzas de su pueblo. Si los
problemas nos agobian, recordemos su maravillosa pro-
mesa: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y carga-
dos, y yo os haré descansar» (Mateo 11.28).
Jesús sana
nuestras almas

En el pozo
A través de los siglos, muchos creyentes han sido arroja-
dos al foso de los leones. El profeta Daniel pasó por esto
cuando los sátrapas del rey Darío lo echaron al foso. A José
fueron sus hermanos los que lo arrojaron a un pozo.
José era hijo del patriarca Jacob. Cuando nació, por ser
su padre un hombre ya mayor y porque José era hijo de
Raquel, la mujer que más quería, Jacob lo mimó demasia-
do y lo hizo vestir una túnica de muchos colores. En
aquella época, donde la gente se vestía con lana cruda sin
teñir, los colores en la tela eran un lujo; y José, vestido así,
se sentía como un rey. Dice Génesis 37.3,4 que «viendo sus
hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus
hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacífica-
mente» (Génesis 37.3,4).
Para empeorar las cosas, sin darse cuenta de que ellos
le tenían celos y lo envidiaban, imprudentemente José les
contó sus sueños: «He aquí que atábamos manojos en
medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba y
estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor
y se inclinaban al mío. Le respondieron sus hermanos:
140 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre nosotros?


Y le aborrecieron aún más a causa de sus sueños y sus
palabras» (Génesis 37.5-8).
A José, como a muchos de nosotros, un día le tocó
despertar de sus sueños y enfrentar una verdad desgarra-
dora. Sus hermanos se habían propuesto destruirlo. Al ver
que en la distancia el joven se acercaba, «dijeron el uno al
otro: He aquí viene el soñador. Ahora pues, venid, y
matémosle y echémosle en una cisterna, y diremos: Algu-
na mala bestia lo devoró; y veremos qué será de sus
sueños» (Génesis 37.19,20).
¿Quién no tuvo jamás grandes sueños en su infancia?
Todos hemos soñado con llegar a ser alguien importante.
Queríamos ser los más osados astronautas, para así visitar
otros planetas; los más valientes héroes, luchando contra
el mal o contra monstruos; los más idealistas héroes de la
patria, para que por nuestro valor muchos se salvasen. En
fin, soñamos con ser grandes hombres y mujeres: escrito-
res, músicos, actores o eminentes científicos coronados al
fin con un Osear o el Premio Nóbel. Las niñas querían ser
estrellas de cine, bailarinas de ballet, famosísimas cantan-
tes o mujeres cuyas vidas y romances pasasen de alguna
manera a la historia. De una u otra forma, alguna vez,
todos usamos la túnica de muchos colores.
Pero un día alguien nos la quitó. Quizás la falta de
cariño de nuestros padres o de nuestros hermanos, o algún
fracaso. Un día nuestros sueños comenzaron a desvane-
cerse como neblina y la vida nos golpeó la cara con crude-
za. Con el paso de los años uno se pregunta a dónde fueron
a parar nuestros sueños, nuestro entusiasmo, nuestros
ideales, nuestra fe, nuestra juventud y nuestra belleza.
Todo se ha ido. Tuvimos que adoptar sueños más humil-
des, contentarnos con las migajas que la vida nos ofrecía,
y aprender a alegrarnos con ellas.
Jesús sana nuestras almas 141

Hay veces en que nos sentimos en lo profundo de un


pozo sin salida, donde no hay ni agua hay para calmar la
sed que nos consume. Es triste cómo los seres humanos
vivimos enfrentando la vida con una careta, mostrando al
mundo una sonrisa cuando en nuestro interior se desarro-
lla un drama.
José también tuvo que vivir el suyo. Podemos ver en
Génesis 37.27,28 que, en vez de matarlo, sus crueles her-
manos decidieron venderlo a los ismaelitas por veinte
piezas de plata.

¿Por cuánto lo vendieron a usted?


Imaginemos el terror de José. Primero debe haber imagi-
nado que se trataba de un juego, de una broma. Debe haber
sido muy duro darse cuenta de que estaba siendo víctima
de un odio que jamás hubiera esperado por parte de
personas de su misma sangre.
¿Qué le robó la paz y la felicidad? ¿Fue el maltrato? ¿Fue
la pobreza? Quizás fue la injusticia, el abuso sexual, la falta
de amor, o el rechazo. Seguramente a usted también lo
vendieron, lo traicionaron y a lo mejor por mucho menos.
Jesús sabe lo que está sintiendo. Él ya lo sufrió para que
no tenga que sufrirlo usted. Él tomó su lugar.

A Jesús lo vendió un amigo


José es una «figura o tipo» de Jesús en el Antiguo Testa-
mento en el sentido de que ambos fueron vendidos. A José
lo vendieron sus hermanos por veinte piezas de plata. A
Jesús lo vendió Judas por treinta.
Ahora examinemos este maravilloso caso. El Hijo de
Dios, Jesús, jamás había pecado ni heredó el pecado origi-
nal. Por tanto Él no tenía que sufrir o morir. Entonces es
asombroso que Él sufriera lo que estaba destinado tan solo
142 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

a los pecadores. U no de sus mejores amigos lo rechazó al


punto de traicionarlo y venderlo (por cierto que con la
traición de Judas se cumplió la profecía de Zacarías
11.12,13 de que el siervo de Dios sería vendido por treinta
piezas de plata). Jesús jamás debió ser traicionado, pero Él
aceptó ser traicionado propiciatoriamente; es decir, que
tuvo que vivir eso para que usted y yo ya no tengamos que
vivirlo. Y si de alguna manera siendo creyentes nos tocase
vivirlo, no sentiremos tanto el dolor de la traición, y po-
dremos perdonar más fácilmente al recordar lo que Jesús
tuvo que sufrir por nosotros.

El pueblo rechazó a Jesús


Por si fuera poco, su propio pueblo lo rechazó. Aquel
mismo pueblo que lo había recibido con gritos, cantos y
aplausos; aquel mismo pueblo entre el cual había obrado
milagros y prodigios, a los pocos días se reunía y gritaba
en su contra. La escena ante el gobernador fue vergonzosa:
«Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos
queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. Pilato
les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?
Todos le dijeron: ¡Sea crucificado!» (Mateo 27.21-23).
Otra vez, Jesús no debió sufrir ese rechazo, pero nueva-
mente lo vemos haciendo una obra propiciatoria. Jesús
sufrió todo ese rechazo y burla del pueblo para que cuan-
do la gente hable mal de usted y lo insulte o se burle, pueda
pasarlo por alto, sabiendo que Jesús también lo sufrió por
usted. Y aun cuando sienta dolor, recuerde a Jesús y
encuentre en Él fuerzas para perdonar a sus ofensores. N o
olvide que le debe más a Dios de lo que ellos le deben a usted.

El rechazo de Dios
Ahora vemos a Jesús crucificado. Jesús, la gloria de Israel,
Jesús sana nuestras almas 143

está colgado en el madero sufriendo terribles dolores en


sus miembros, invadido por las enfermedades, la fiebre y
las sensaciones de la agonía. Está solo en esa cruz. Sus
seguidores han huido. Solo Juan, María y algunas otras
mujeres se atreven a acercarse. Jesús está sufriendo una
humillación terrible, pues su cuerpo está desnudo en la
cruz y todos se burlan de Él. La gente es tan dura que ni
aun viéndolo en ese terrible trance se apiadan de Él. Al
contrario, siguen molestándolo. «Los que pasaban le inju-
riaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas
el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si
eres Hijo de Dios, desciende de la cruz» (Mateo 27.39,40).
De pronto, «cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran
voz: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27.46). Y esto
desconcierta, porque es evidente que habla de una sepa-
ración del Hijo y del Padre. Fue seguramente la sensación
más terrible que Jesús sintió estando clavado en la cruz.
Él, a diferencia de nosotros, jamás había sentido el vacío
que produce el alejarse del Padre por causa del pecado.
Uno se pregunta: ¿Tuvo dudas Jesús? ¿Pensó que Dios lo
había dejado? ¿Era eso posible, siendo Jesús parte de la
Trinidad? ¿Acaso no sabía Jesús la forma en que moriría?
¿O no sabía acaso la intensidad del sufrimiento que ten-
dría que soportar? Claro que lo sabía. Lea el Salmo 22 y lo
verá. Jesús conocía este salmo escrito casi un milenio antes.
A pesar de todo, voluntariamente aceptó cargar con nues-
tros pecados y sus consecuencias, y una de esas conse-
cuencias fue la separación de Dios, que es la muerte
espiritual.
La muerte espiritual de Cristo es uno de los temas más
difíciles de tratar, porque se presenta como si Jesús hubie-
ra pecado. No, no pecó, pero cargó con los pecados de
todos nosotros y sus consecuencias. Él no era culpable de
144 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

nuestras transgresiones, pero las llevó sobre sí. «Todos


nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apar-
tó por su camino; mas Jehová cargó en Él el pecado de
todos nosotros. Angustiado Él y afligido, no abrió su boca;
como cordero fue llevado al matadero; y como oveja de-
lante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su
boca» (Isaías 53.6,7).
Es muy difícil entender cómo es posible que, siendo Jesús
parte de la indivisible Trinidad, el Padre se separara de Él.
Quizás no se llevó a cabo tal separación, sino que Jesús lo
sintió como si hubiera pasado, y lo vivió para que usted y
yo no la sintamos jamás, para que usted y yo no volvamos
a vivir el rechazo de Dios, y para que usted y yo podamos
sentirnos perdonados y restaurados en su presencia.
El Salmo 22 es, pues, un relato de la crucifixión. En una
parte dice: «Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua
se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la
muerte. Porque perros me han rodeado; me ha cercado
cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies.
Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me
miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y
sobre mi ropa echaron suertes» (Salmo 22.15-18). Me pre-
gunto, ¿clamaba Jesús al Padre por el dolor que sentía, o
estaba citando el salmo con el propósito de cumplir todas
las profecías que de Él hablaban? Seguramente las dos
cosas son ciertas. Por un lado, recitaba el inicio del salmo
para que nos diéramos cuenta de quién era el que estaba
en la cruz; y por otro lado, nos narraba el hecho insólito de
que se viera separado de su propio ser. ¿Para qué? Para
que usted y yo sepamos que no importa lo que pase, Dios
nunca nos rechazará.

El castigo que nos devolvió la paz


El sacrificio de Jesús también produjo otra maravilla. Hizo
Jesús sana nuestras almas 145

que fuera posible corregirnos sin que tengamos que sufrir


la acción correctiva propiamente dicha. Todos sabemos lo
difícil que es enseñar a los niños a comportarse, y cómo
debemos corregir sus rebeliones desde sus primeros años.
El hombre desde niño lleva la rebeldía en el corazón, y en
todo lo que puede va ganando terreno para poder salirse
siempre con la suya.
Yo recuerdo que cuando mi hijita Alicita no había cum-
plido aún los dos años teníamos problemas con ella. Sus
dos hermanas mayores habían sido relativamente tranqui-
las a esa edad, comparándolas con ella. Pero Licy, como la
llamamos también, era muy inquieta y no podía evitar la
tentación de jugar con los adornos que estaban sobre la
mesa de la sala.
Recuerdo que un día mi esposa y yo tuvimos que darle
unas palmadas porque, por más que se le decía, no obede-
cía. Tan solo unos minutos después, mientras estábamos
en un lugar del comedor donde no podía vernos, pasó por
la sala. Vimos que iba caminando con esos graciosos pasi-
tos que hacen los niños que recién están empezando a
andar. Al acercarse a la mesa de la sala, sus manitos se
estiraron para tomar los adornos. De pronto se detuvo y
meneó la cabeza haciendo una negación.
-No, no -dijo.
Rápidamente se puso las manos en la espalda y sin
soltárselas siguió su camino. Ella le había prohibido a sus
manitos tocar esos adornos, y en un esfuerzo de voluntad
y disciplina había conseguido evitarlo. Sabía lo doloroso
y triste que resultaría caer nuevamente en esa necedad.
Pero un día sucedió algo extraordinario. Mi esposa
Alicia se encontraba ya desesperada a causa de las conti-
nuas desobediencias de la niña, y sin pensarlo dos veces
la sentó y le dijo:
146 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

-Quiero que me prestes atención. Te voy a hablar de


Jesús.
Y por unos minutos le habló de Jesucristo, y le hizo
entender como pudo el mensaje de salvación. Como la
pequeña tenía entonces solo dos años y medio, cuando le
preguntó si quería recibir a Jesús como su Señor y Salva-
dor, se sorprendió de que le contestara que sí. La guió en
la oración de arrepentimiento y luego la dejó ir a jugar.
Cuando yo llegué de la oficina horas después, mi hija
vino corriendo a mí, con una sonrisa que pintaba la felici-
dad en su cara.
-¡Papi -me dijo-, estoy limpiecita, Jesús me ha per-
donado todo!
Le pregunté asombrado a mi esposa qué había sucedi-
do, y ella me contó que le había hecho recibir a Jesús en el
corazón, pero que no comprendía cómo siendo tan niña lo
había podido entender. Lo cierto es que Licy le había
entregado su vida a Jesús y comenzó a dar frutos de
conversión. Desde ese día en adelante fue sencillamente
otra niña.
Este es un caso maravilloso. Claro que de adulta ella
tendrá que confirmar esa decisión. Pero qué decir de las
personas que vienen a Jesús después de años de pecar.
¿Qué hubiera sido necesario para corregir a un adúltero?
¿Qué castigos serían suficientes para un fornicario?
¿Cuántos azotes cambiarían a un ladrón o a un violador?.
¿Y qué decir de un brujo, un homosexual o una prostituta?
Realmente no podemos imaginar qué tipo de castigo po-
dría traer transformar a un asesino, a un terrorista o a uno
que ha hecho un pacto con el diablo.
Pero algo tremendo ocurrió en el sacrificio de Jesús.
Propiciatoriamente (es decir, reemplazándonos a noso-
tros), Cristo recibió todo el castigo que merecíamos, como
vimos en Isaías 53.5. La ira que Dios siente hacia el pecado
Jesús sana nuestras almas 147

cayó sobre Él. Ahora podemos disfrutar de sus misericor-


dias. Así es nuestro Dios. Jamás nos cansaremos de darle
gracias porque «N o ha hecho con nosotros conforme a
nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nues-
tros pecados» (Salmo 103.10).

A pesa~ de todo Jesús nos considera


sus amtgos
Zacarías 13.6 dice proféticamente que un día al Señor «le
preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y Él
responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos».
Mucha gente piensa que Dios está disgustado con la raza
humana por todo lo que sufrió Jesús. Muchos creen que
por eso Dios reparte pruebas dolorosas o da castigos
enormes a la gente, castigos que tienen que aceptar resig-
nadamente a causa de la muerte de Jesús.
Pero eso está muy lejos de la verdad. Debemos com-
prender que Jesús vino a sufrir y a morir como un acto de
amor. Él no murió para echarnos en cara que tuviera que
hacerlo por nuestros pecados. Él vino a morir por amor a
nosotros. No sé usted, pero para mí es maravilloso pensar
que nuestro Salvador sea tan bondadoso que, a pesar de
todo lo malo que le hicimos, aún nos considere sus amigos.
Como podemos ver en Juan 1.10,11, Jesús también con-
sidera a Israel su amigo, aunque fue herido por ese pueblo
que tanto ama. A pesar de que muchos israelitas no lo
recibieron, Jesús es israelita y ama al pueblo que sufrió
tanto para darnos la Ley y los profetas, para darnos al Hijo
de David, el Lirio de los Valles y la Rosa de Sarón.

Sanos en el alma
Una vez leí la historia de una niña que interrumpía a su
padre, que estaba haciendo un trabajo en casa, para que
148 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

jugara con ella pues estaba aburrida y no sabía qué hacer


para entretenerse. Entonces el padre, que tenía un perió-
dico cerca, vio que el diario traía un mapamundi en la
primera plana. Como la figura era grande y clara, decidió
que podía ser un buen rompecabezas para su hija. La niña
necesitaría todo el día para armarlo, ya que no conocía
dónde quedaban los países porque era muy pequeña.
Estaría tan ocupada que no lo molestaría.
Se fue ella muy entusiasmada con el rompecabezas,
pero para asombro del papá, volvió con él luego de unos
minutos. Sorprendido, el padre le preguntó:
-¿Cómo pudiste acabar de armarlo tan rápido?
-Fácil-dijo ella-. En la parte de atrás del mapamun-
di hay una enorme cara. Armé la cara y el rompecabezas
quedó armado por detrás.
Esta historia tiene un mensaje. Cuando una persona
tiene su alma o su vida interior destruida, el mundo está
destruido para ella y su vida está hecha añicos, como aquel
rompecabezas. Cuando invitamos a Jesús a vivir en nues-
tro corazón, cuando lo llamamos a ocupar el centro de
nuestra vida, todas las demás áreas de nuestro ser se
arreglarán también: nuestra alma, nuestra mente, nuestras
metas, nuestras prioridades. No podemos ser prósperos si
nuestro ser interior, nuestra mente, nuestros pensamien-
tos o nuestra alma está sufriendo. Hemos visto ya todo lo
que Jesús tuvo que pasar para que nosotros podamos
recomponer nuestra alma.
Así como un objeto que se interpone puede ocultar la
luz, un trauma de la infancia puede oscurecer gran parte
de nuestra vida. Para quitar esa oscuridad en nuestra vida,
debemos remover el objeto que proyecta la sombra. Sería
necio tratar de arreglarlo poniendo otras fuentes de luz
que alumbren las zonas oscuras. Primero removamos el
obstáculo. Eso es más eficaz, pues la luz será la natural.
Jesús sana nuestras almas 149

Jesús te ha sacado del pozo


Jesús ha provisto con su sacrificio todo lo necesario para
sacarnos del profundo pozo de nuestras agonías inte-
riores. Debemos hacer esto:

l. Reconocer su obra maravillosa.


2. Recibirlo como Señor y Salvador de nuestra vida
reconociendo que murió por nuestros pecados y
pidiéndole perdón por ellos.
3. Pedirle que sane nuestra mente de todo recuerdo
doloroso.
4. Perdonar a toda persona que nos ofendió, por gran-
de y dolorosa que haya sido la ofensa.
5. Pedirle perdón a las personas que hemos ofendido.
6. Pedirle al Señor que bendiga a aquellos que nos
ofendieron.
7. Reconocer que Dios nos ha hecho nuevas criaturas.
Quien sufrió todo aquello que nos causó tanto dolor
fue nuestro hombre viejo, la persona que éramos
antes de conocer a Cristo.

Recordemos lo que la Palabra nos dice en 2 de Corintios


5.17: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas
viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». Olvide-
mos las cosas de ese pasado que ya no nos pertenece. 1 Si
realmente le hemos entregado nuestr~ vida a Jesús, nin-
gún recuerdo doloroso tiene ya poder sobre nosotros,
porque el hombre viejo que fuimos está clavado en la cruz
con Cristo, como dice Romanos 6.6.
Si necesitas que alguien ore contigo, recurre a un minis-
terio de consejería establecido y reconocido en una iglesia

1 Algunas veces las raíces de los problemas del alma pueden ser tan profundas que la persona
necesitará un consejero que ore con ella, pero solo como una ayuda.
150 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

cristiana. Pídeles que te ayuden a orar para sentirte libre.


Nunca olvides lo que Jesús dijo: «Conoceréis la verdad, y
la verdad os hará libres». Para ser verdaderamente pros-
perado necesitas serlo en tu alma. Así tendrás perfecta
salud y tu ánimo y actitud serán las de un ganador.
Permítame por mi parte ofrecerle con mucho amor un
modelo de oración que abarque todos los puntos que
hemos venido tratando:
Amado Dios, vengo a ti en el nombre de Jesús, cubierto
con su sangre preciosa y respaldado por el pacto que
tengo contigo. Te agradezco porque al darnos a Jesús
me has dado todo lo necesario para que disfrute de
prosperidad en todos los aspectos de mi vida.

Hoy quiero pedirte perdón, porque siempre me sentí


una víctima del pecado ajeno, y hasta ahora no pude
ver que ese pecado ajeno dio origen a otros pecados
que son enteramente míos y de los cuales me reconoz-
co culpable. Sé que han sido fruto de mi naturaleza
pecadora y que con mi actitud he abierto puertas al
enemigo. Te pido perdón también porque con ellos he
impedido que tú, que me amas tanto, puedas bende-
cirme.
A partir de ahora rehúso verme como una víctima y
ser presa de la autocompasión. Acepto tu perdón, me
perdono a mí mismo y decido no mirar atrás, sino
poner los ojos en Jesús y en la meta que tengo por
delante. Soy una nueva criatura, las cosas viejas pasa-
ron, todas son hechas nuevas.

Espíritu Santo, tú me conoces mejor que nadie y tras-


ciendes el tiempo porque eres eterno. Hoy te pido que
borres de mi mente todo recuerdo o sentimiento dolo-
roso que desde el pasado esté proyectando sombra
sobre mi vida y que haya provocado respuestas equi-
vocadas en mí. Reprograma las rutinas falladas que
fueron escritas con fuego en mi corazón, y escribe
Jesús sana nuestras almas 151

nuevas y maravillosas rutinas conforme a tu Palabra,


para que sea la persona que tú deseas y se cumpla tu
propósito en mí. Ayúdame a verme como tú me ves y
devuélveme el gozo de la salvación.
Todo esto te lo pido por gracia Señor, y apelando a tu
infinita misericordia y lo recibo feliz en el precioso
nombre de Jesús. Amén.
Es mi oración, que conforme haya leído estas páginas y
haya ido entendiendo este mensaje, usted se libere del
enorme peso que significan esos problemas del alma. Y si
al menos una luz de esperanza ha entrado en su vida, me
gozo con usted y espero que el Señor termine la buena obra
que ha empezado en usted. Porque lo confieso: Estoy
«persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la
buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo»
(Filipenses 1.6).
Cuarla parle

La prosperi dad
material o
.
/

econom1ca
Capítulo once

Dios quiere
prosperarnos
materialmente

Una señal de Dios


Dios desea que todos sus hijos seamos prósperos econó-
micamente. Ya lo hemos dicho. Mencionamos que la Biblia
dice en 3 Juan 2 que Dios nos quiere prosperar en todas las
cosas. Hemos dicho también que Dios quiere prosperar-
nos económicamente como una señal de la alianza eterna
que tenemos con ÉL ¿No es eso lo que dice Deuteronomio
8.18?: «Acuérdate de Jehová tu Dios, porque Él te da el
poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto
que juró a tus padres, como en este día».
Así que para confirmar la alianza o el pacto eterno que
tenemos con Dios por medio de Jesucristo, el Señor nos
prospera. Sería absurdo pensar que esto lo hacía Dios solo
con los que estaban bajo el Antiguo Pacto o Testamento,
pero que ahora ya no puede hacerlo. El Nuevo Pacto
sellado con la sangre de Jesús está basado en mejores
promesas aún, como dice Hebreos 8.6.
El Señor prosperó a Abraham, a Isaac, a Jacob, a Moisés,
y al pueblo de Israel siempre que guardaron el pacto. El
156 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Señor hizo una promesa a Abraham, y dijo que la cumpli-


ría en toda su descendencia. Esa descendencia de la que
habla no es solamente la de la carne, sino la de la fe (como
podemos ver en Romanos 4.13), porque cuando Dios hizo
la promesa a Abraham, él no era judío de raza, sino un
gentil incircunciso, un caldeo. Él es padre de todos los que
creen. Como dice la Biblia: «Y si vosotros sois de Cristo,
ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la
promesa» (Gálatas 3.29). Así que los que somos de la fe,
también somos hijos de Abraham en lo espiritual. Por lo
tanto, no solo el pueblo judío que desciende de Abraham
en la carne es heredero de la promesa que le hizo Dios, sino
también nosotros los que creemos en Jesús.

Las mentiras de la religión


La religión tradicional nos ha enseñado un montón de
conceptos equivocados acerca de la vida cristiana y la
personalidad de Dios, porque muchas de sus enseñanzas
tienen sus raíces en filosofías de otras culturas. Algunas,
como el ascetismo, parten de conceptos filosóficos de la
India. Es del ascetismo de los gurús de donde proviene el
concepto de la pobreza como parte de la excelencia moral
y religiosa. Este concepto se infiltra en el cristianismo y lo
desvirtúa.
De las filosofías griega y romana heredamos falsos
valores como la adoración de las estatuas y los cuadros de
motivos religiosos, además de otras ideas que contamina-
ron la doctrina cristiana. Es cierto que es imposible para
una cultura el no añadir algo propio a la fe, y por eso vemos
diferentes manifestaciones de la fe en diversos países. Pero
estas no pueden aceptarse como variaciones válidas, al
menos no aquellas que van en contra de la enseñanza
bíblica. Hay verdades bíblicas innegables, como el primer
mandamiento que ordena amar a Dios sobre todas las
Dios quiere prosperarnos materialmente 157

cosas, y como el segundo mandamiento, que ha sido omi-


tido en algunas ramas del cristianismo como la católica, en
donde Dios expresamente prohíbe venerar imágenes. Pa-
san por alto Éxodo 20.4,5, donde con toda claridad el Señor
manda: «No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las
honrarás, porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que
visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que me aborrecen».
Por otro lado, se han soslayado verdades bíblicas que
no son prioritarias para ser salvos -como la sanidad
divina, los dones del Espíritu Santo y la prosperidad divi-
na-. Así vemos como la religión tradicional, contaminada
con corrientes filosóficas ajenas, nos ha enseñado que la
pobreza es una virtud, que la iglesia debe elegir u optar
por los pobres, que ellos son los elegidos de Dios, y que
los ricos no entrarán en el reino de los cielos. Muchos que
sinceramente creen esto citan Mateo 19.23,24, donde Jesús
mencionó que es más fácil pasar un camello por el ojo de
una aguja que lograr que un rico entrara en el reino de
Dios.
Es cierto que Jesús dijo estas palabras, pero hay que
entender el sentido que tienen y el contexto en que fueron
dichas. Mateo 19.23,24 pertenece al pasaje bíblico donde
Jesús habla con un joven rico cuya riqueza le impide
seguirlo. Evidentemente amaba más a las riquezas que a
Dios. «Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo
que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo;
y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste,
porque tenía muchas posesiones» (Mateo 19.21,22).
Como para corrobar la virtud de la pobreza, se cita 1
Timoteo 6.10, donde dice que la «raíz de todos los males
es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extra-
158 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

viaron de la fe». Pero este pasaje no dice que la riqueza sea


mala en sí misma. Lo que es malo es el amor a la riqueza.
Después de todo, como dice Colosenses 3.5, para Dios la
avaricia es idolatría. Cualquier cosa que antepongamos a
Dios nos convierte en idólatras. Dios solo puede ocupar el
primer lugar en nuestra vida. En el caso del joven rico, sus
riquezas eran más importantes que seguir a Jesús. Hay que
tener en cuenta el conjunto de la verdad y no hacer una
doctrina de un solo versículo.
Lo cierto es que también es muy difícil para un pobre
entrar en el Reino de Dios. Quizás no tanto como pasar un
camello por el ojo de una aguja, pero sí tan difícil como
pasar una vaca por un tubo de media pulgada de diáme-
tro. Cuando Jesús empleó esta hipérbole, sus discípulos se
asombraron y le preguntaron: «¿Quién, pues, podrá ser
salvo?» Y Él respondió que para los hombres eso es impo-
sible, mas para Dios todo es posible. Así que no solo para
el rico es imposible: es imposible para todo ser humano.
Solo a través de la obra redentora de Jesucristo es posible
salvarse.

Dios sí quiere prosperamos


Otro concepto falso que muchos tienen es que a Dios no le
interesa que prosperemos. Los creyentes menos que nadie
-dicen- tenemos que pensar en ello, puesto que la Biblia
no habla de eso. Sería como poner los ojos en las cosas de
la carne, en lo material. Quizás esto parece muy piadoso,
y puede decirlo fácilmente el que no tiene necesidad de
nada; pero el que pasa necesidades requiere la ayuda de
Dios para salir de la pobreza a veces extrema a la que
muchos han llegado.
Negar la realidad del deseo de Dios de prosperar a su
pueblo mutila el evangelio y desconoce parte de la obra
redentora de Cristo. Es pasar por alto 2 Corintios 8.9, que
Dios quiere prosperarnos materialmente 159

dice que Jesucristo «por amor a vosotros se hizo pobre,


siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis
enriquecidos».

Alicia y yo comenzamos a diezmar


Me casé a los diecinueve años, y desde el comienzo mi
esposa y yo tuvimos que luchar muy duro. Nuestra vida
había sido siempre muy difícil. Yo me inicié trabajando en
un banco y el sueldo era bastante bajo. Recuerdo que en
aquella época el tener una botella de bebida gaseosa para
la comida era todo un lujo para nosotros. Sin embargo, por
ser tan jóvenes, vivíamos contentos con lo que teníamos,
aunque nos esforzábamos siempre con el fin de superar-
nos.
En 1972 reinicié mis estudios en la universidad y pasa-
mos ocho años muy duros mientras trabajaba y estudiaba.
Alicia tenía que quedarse sola de lunes a viernes; y el
sábado, cuando yo no tenía clases, ella dejaba que durmie-
ra todo lo que podía para restaurar mis energías. Yo tra-
bajaba de ocho de la mañana a cinco de la tarde, y
estudiaba de cinco a diez y media de la noche. Llegaba a
mi casa muy cansado a las once y media después de una
hora de autobús. Además, en mi afán por salir adelante,
me las arreglé para estudiar otras cosas. Estudié análisis y
programación de computadoras y seguí el curso de capa-
citación bancaria en un instituto técnico que colaboraba
con la asociación de bancos.
Así pasamos once años de nuestras vidas. A pesar de
todos los estudios y preparación teórica y práctica a la que
me entregaba con pasión, no lográbamos salir adelante. El
sueldo jamás nos alcanzaba.
Alicia y yo recibimos al Señor Jesucristo como nuestro
Salvador en Junio de 1980, y comenzarnos a leer ávida-
mente la Biblia y otros libros cristianos que nos fueron
160 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

edificando. En aquella época yo acababa de entrar a traba-


jar como analista de sistemas en una compañía molinera
que se había diversificado en otras industrias y había
llegado a ser un grupo económico muy fuerte en el país.
Fue entonces que descubrimos una de las principales leyes
de la prosperidad económica, la de los diezmos y las
ofrendas.
Descubrimos lo que dice Malaquías 3.8-11: «¿Robará el
hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijis-
teis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y
ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros,
la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos
al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en
esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las venta-
nas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición
hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros
al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni
vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los
ejércitos» (Malaquías 3.8-11).
Nos dimos cuenta de que Dios en su amor había pro-
visto un medio para prosperar al hombre. No lo conocía-
mos todo, pero comprendimos la existencia de esta ley. La
Palabra de Dios es tan real para ella y para mí que desde
ese día quedamos inquietos. Nunca habíamos diezmado,
así que durante treinta años de nuestras vidas habíamos
estado robándole a Dios.
Recuerdo nuestra conversación un día en que íbamos
en el viejo Volkswagen, un auto que con mucho sacrificio
habíamos comprado. Era una oscura tarde de invierno y
regresábamos a casa por la Avenida Circunvalación de
Lima.
-Creo que lo que leímos de los diezmos es muy impor-
tante -le dije.
Dios quiere prosperarnos materialmente 161

-Sí, yo también -me contestó ella animándose por el


tema de la conversación.
-¿Qué crees que debemos hacer? -continuó diciendo.
-Creo que debemos comenzar a diezmar -respondí,
algo preocupado por su reacción. El dinero que recibíamos
mensualmente casi no alcanzaba para cubrir los gastos
corrientes del mes.
Lo pensó un momento y me respondió:
-Sí, yo también lo creo. Me parece que debemos co-
menzar a hacer todo lo que la Biblia dice. Si ahora mismo
no nos alcanza el dinero, ¿qué podemos perder? -pre-
guntó sonriéndome.
-Estoy de acuerdo -le respondí-. Además, ahora
nosotros tenemos un problema; pero si le entregamos
nuestros diezmos al Señor, Él tendrá el problema, porque
ha prometido en su Palabra que nada nos faltará.
Oramos y a partir de entonces comenzamos a diezmar
en fe. El dinero no nos alcanzaba, pero confiábamos que
nos alcanzaría sobrenaturalmente después de hacerlo. Y
efectivamente, aunque no podíamos entender cómo, el
dinero nos alcanzó. Fue algo maravilloso el empezar a
experimentar lo sobrenatural también en el aspecto eco-
nómico.
Unas semanas después estaba trabajando y de pronto
sentí la voz de Dios. Era como si saliera de mi interior.
Estaba yo en la oficina, así que disimuladamente le pre-
gunté qué quería. No sé cómo, pero Él me dijo que prepa-
rara un informe de mi trabajo. Así que sin ninguna razón,
y sin que nadie me lo dijera, comencé a elaborar un infor-
me muy detallado de las actividades que estaba realizan-
do y el plan del proyecto que tenía entre manos. El Señor
me pidió que lo hiciera con lujo de detalles. Y lo que
ocurrió después fue algo sorprendente.
La secretaria había terminado de teclear el informe a
162 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

máquina. Estaba muy bien hecho, pues el Señor me lo


había inspirado. Precisamente lo estaba revisando en mi
escritorio cuando el gerente del área me llamó. Apenas
entré a su oficina, empezó a preguntarme sobre mi trabajo,
porque al parecer no estaba al tanto de lo que estaba
haciendo. Evidentemente esto podía ser cierto, ya que se
me había entregado el desarrollo de un proyecto muy
ambicioso y no se me había asignado personal, por lo que
yo tenía que hacerlo todo. Además, ningún jefe me super-
visaba directamente. Había cierto descontrol dentro del
área de sistemas de la empresa. Pero el Señor había preca-
vido por mí lo que podía suceder. El gerente, que era una
persona de carácter difícil, parecía echar chispas por los
ojos. Se veía enojado. Entonces lo interrumpí y le dije que
precisamente tenía un informe escrito. Se sorprendió y me
pidió que lo buscara. Al ver el volumen del trabajo y lo
detallado que estaba, su actitud hacia mí cambió comple-
tamente. Me pidió que le dejara el informe para revisarlo
y me dio las gracias. Le agradecí a Dios infinitamente el
haberme ayudado en esta situación, si bien aún no imagi-
naba siquiera lo que Dios iba a hacer.
Días después me llamaron para informarme que habían
creado una nueva área dentro de la empresa y que me
daban la jefatura. Mi sueldo se incrementaría. Por primera
vez en nuestra vida, el sueldo que me pagaban me alcan-
zaría para ahorrar un poco. Alicia y yo estábamos muy
felices y algo sorprendidos de que ese asunto de los diez-
mos funcionara tan rápido.
Pero ahí no terminó todo. Al llegar al segundo mes,
volvimos a diezmar y esta vez una cantidad mayor, pues
ahora el sueldo era más alto. No pasaron muchos días,
apenas dos meses después de comenzar a diezmar, cuan-
do me contrató otra empresa que me pagaba el doble que
en esta última después del aumento de sueldo. Esto nos
Dios quiere prosperarnos materialmente 163

alegró y llenó nuestros corazones de amor y gratitud a


Dios.

¿Qué es el diezmo?
El diezmo es el diez por ciento de todos tus ingresos,
que de acuerdo a la Biblia no te pertenecen a ti sino a Dios.
El siguiente pasaje no deja lugar a duda: «Y el diezmo de
la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de
los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová»
(Levítico 27.30).
Eso fue lo que Alicia y yo descubrimos en la Biblia. Y lo
importante fue que nadie nos lo dijo, sino que nosotros al
leerlo comprendimos que era un mandato de Dios, man-
dato que el Señor ha establecido por dos motivos princi-
pales:

Para que aprendamos a temer a Dios


Al diezmar damos testimonio ante los seres espirituales
del lugar que Dios ocupa en nuestra vida; demostramos
obediencia, sumisión, fidelidad y confianza en Él. Lo re-
conocemos como Señor de nuestras finanzas y nuestro
proveedor.
Por eso Deuteronomio 14.22,23 dice: «Indefectiblemen-
te diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu
campo cada año y comerás delante de Jehová tu Dios en
el lugar que Él escogiere para poner allí su nombre, el
diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las
primicias de tus manadas y de tus ganados, para que
aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días».

Para que el evangelio se propague por toda la tierra


El diezmo permite que la iglesia tenga fondos para llevar
164 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

a cabo la gran comisión que nos dio Jesucristo en Mateo


28.19,20 de ir y hacer discípulos.
En aquel tiempo no pertenecíamos a ninguna iglesia
cristiana, porque las personas que nos predicaron eran
miembros de la Fraternidad de Hombres de Negocios del
Evangelio Completo. Muchos de ellos no se congregaban
en ninguna iglesia en particular, ya que al iniciarse la
década de los ochenta había mucho desorden. A pesar de
que había muchas conversiones, la gente se quedaba en
sus iglesias tradicionales dónde no se los alimentaba con
la Palabra de Dios. Esto se producía por desconocimiento.
Al comienzo buscamos donde diezmar y lo hicimos en
una iglesia o en otra, porque nadie nos explicaba correcta-
mente qué hacer. Aun así, Dios bendecía nuestra disposi-
ción.
El diezmo es un tema muy importante en la Biblia y
Dios mismo, según vimos en el capítulo tres del libro del
profeta Mala quías, nos dice que el hombre que no diezma,
le está robando a Él.

¿No pertenece el diezmo a la Ley?


No, ya que Abraham entregó sus diezmos cuatrocientos
treinta años antes de que la Ley de Moisés fuese promul-
gada. Esto dice la Biblia: «Melquisedec, rey de Salem y
sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo,
diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador
de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo
que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los
diezmos de todo» (Génesis 14.18-20).
No es correcto decir que el diezmo pertenece a la anti-
gua ley porque es anterior a ella. Y esto es precisamente lo
extraordinario, que aún no habiendo ley, alguien diezma-
ra a Dios. Es evidente que Él, de alguna manera sobrena-
tural, reveló esta ley de los diezmos a muchos hombres en
Dios quiere prosperarnos materialmente 165

la antigüedad. Uno de ellos fue Jacob, nieto de Abraham,


que diezmó 270 años antes de la Ley de Moisés: «E hizo
Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guarda-
re en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y
vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre,
Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal,
será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo
apartaré para ti» (Génesis 28.20-22).

¿No cesó la obligación de diezmar


al cesar la Ley?
Es interesante notar que el diezmo, siendo un mandato de
Dios anterior a la Ley, se reconociera luego como parte de
ella. La pregunta que ahora surge es: al cesar la Ley, ¿no
cesó también la la obligación de diezmar? Pues no, y es
Jesús el que se encarga de desmentir este tipo de pensa-
miento: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!
porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis
lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y
la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello»
(Mateo 23.23). Jesús mismo nos dice que no debemos dejar
de diezmar. Él vino para cumplir la Ley y no a modificarla.
Muchos piensan que si la Ley mandaba matar a los
pecadores y ahora no lo manda, tampoco la Ley manda
que paguemos los diezmos. Este es un gran error. La Ley
sigue demandando la muerte del pecador. Lo que sucede es
que Cristo murió por todos los que lo aceptan.« Uno murió
por todos, luego todos murieron», dice 2 Corintios 5.14.
Lo que sí es cierto es que la maldición por no pagar los
diezmos no nos afecta ya, porque toda maldición Jesús la
llevó en la cruz. Pero Dios no nos prosperará si no diez-
mamos.
Si deseamos aprender a temer a Dios, vivir en obedien-
cia y que Dios nos prospere, diezmemos.
166 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

¿A quién se le deben entregar los diezmos?


Antes los diezmos debían entregarse al sacerdote de turno
cuando uno iba al templo de Jerusalén. Pero el templo de
Jerusalén ya no existe ni continúa el sacerdocio levítico. ¿A
quién entonces se le entregan los diezmos? Veámoslo en
la Biblia: «Pero aquel cuya genealogía no es contada entre
ellos, tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía
las promesas [. .. ] Y aquí ciertamente reciben los diezmos
hombres mortales; pero allí, uno de quien se da testimonio
de que vive» (Hebreos 7.6,8).
¿Quién es aquel cuya genealogía no es contada entre los
hombres? ¿Quién es ese sacerdote que aún vive? ¿Quién
es este al cual se le entregan los diezmos hoy en día?
Indiscutiblemente es Jesús. Así como antes se le entrega-
ban los diezmos al sacerdote, hoy se los damos a Jesús,
nuestro Sumo Sacerdote según Hebreos 6.19,20.
¿Y para qué necesita Jesús nuestros diezmos si Él habita
en el cielo y es el ser más rico del universo? Él no necesita
nuestros diezmos. Somos nosotros los que tenemos el
privilegio de poder participar con ellos para que elevan-
gelio se propague, y así tener parte en el ministerio de
Jesucristo que ahora ha sido encomendado a la iglesia.

¿Dónde debemos diezmar?


Dice Malaquías 3.10: «Traed todos los diezmos al alfolí y
haya alimento en mi casa». Su casa es la iglesia, la iglesia
donde te alimentas espiritualmente. La iglesia ha de reci-
bir los diezmos, y los pastores locales u obispos son los
encargados de la administración de la iglesia y sus recur-
sos. Tito 1.7los llama «administradores de Dios».
Algunos creyentes, luego de aprender acerca del diez-
mo, tratan de «modernizar» su aplicación. Creen que pue-
den dividir el diezmo como quieren. Hay cristianos que
Dios quiere prosperarnos materialmente 167

piensan que pueden asignar una cantidad a algún minis-


terio independiente o misionero, algo para los niños po-
bres, otro poco para un hermano en Cristo que está
pasando problemas económicos o para la Sociedad Pro-
tectora de Animales. Lo que queda lo dan a la iglesia. Este
es un gran error. Aun cuando estemos dedicando el dinero
a buenas obras, le estaremos robando a Dios. El diezmo es
suyo y no nuestro. No tenemos derecho a administrarlo.

¿Cuál es la diferencia entre el diezmo, la


ofrenda y las limosnas?

El diezmo es el diez por ciento del total de nuestros ingre-


sos. Le pertenece a Dios y tenemos que entregarlo a la
iglesia local donde somos alimentados.
Del noventa por ciento que nos pertenece a nosotros,
podemos ofrendar. Es decir, podemos entregar una canti-
dad a la iglesia, a nuestros padres, a algún hermano en
Cristo que esté pasando necesidad o a un misionero.
A diferencia del diezmo, que es un mandato de Dios, la
ofrenda es voluntaria y debe salir del corazón. Se hacía en
el antiguo Israel: «Y vino todo varón a quien su corazón
estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad,
con ofrenda a Jehová» (Éxodo 35.21).
La recompensa del diezmo la conocemos: Dios abrirá
para nosotros las ventanas de los cielos, derramará sobre
nosotros bendición hasta que sobreabunde y reprenderá
al diablo para que no destruya lo que tenemos, ni nos robe.
La recompensa de las ofrendas, no importa lo que
hayamos ofrendado, es grande. Cristo dijo: «De cierto os
digo que no hay ninguno que no haya dejado casa, o
hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos,
o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba
cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos,
168 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones; y en


el siglo venidero la vida eterna» (Marcos 10.29,30).
La limosna es diferente del diezmo y la ofrenda. Es lo
que se da a los pobres. Se basa en el principio de que si un
pobre pide limosna y muchas personas le dan un poco,
res u el ve en algo su situación. En Proverbios 19.17, la Biblia
afirma: «A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que
ha hecho, se lo volverá a pagar». Dios promete que si
damos a los pobres Él se encargará de que nada nos falte
(Proverbios 28.27).
La ofrenda, por otro lado, parte del principio de que
resuelve gran parte o todo el problema del necesitado.
Dios se vale de una persona con el don de dar para resolver
una necesidad. El dador puede recibir de parte de Dios
una llamada de auxilio a favor de alguien y él solo, sin
decirle a nadie, puede ofrendarle el dinero que necesita.
(La ofrenda también puede venir de un grupo de herma-
nos que por amor la reúne.)

La oración por los diezmos


Deuteronomio 26.2,3 contiene instrucciones precisas para
entregar los diezmos al sacerdote: «Entonces tomarás de
las primicias de todos los frutos que sacares de la tierra
que Jehová tu Dios te da, y las pondrás en una canasta, e
irás al lugar que Jehová tu Dios escogiere para hacer
habitar allí su nombre. Y te presentarás al sacerdote que
hubiere en aquellos días, y le dirás: Declaro hoy a Jehová
tu Dios, que he entrado en la tierra que juró Jehová a
nuestros padres que nos daría».
Es importante observar que los diezmos son de las
primicias, de los primeros frutos. Cuando recibamos nues-
tro sueldo, o cualquier tipo de ingreso, sea en dinero o en
especie, separemos primero el diezmo y llevémoslo lo
antes posible a la iglesia. Muchas veces fallamos en esto.
Dios quiere prosperarnos materialmente 169

En vez de traer los primeros frutos, traemos dinero atra-


sado; es decir, vamos pagando los diezmos que se nos van
acumulando, y esto ya no son los primeros frutos.
En Deuteronomio 26.4-10 encontramos un modelo de
oración para entregar nuestros diezmos y ofrendas en la
iglesia. Poniendo estos versículos en nuestras propias pa-
labras, podríamos decirle a Dios algo así:
Dios mío, yo era un pecador sin Dios y sin esperanza,
maltratado por el diablo y las circunstancias. Pero tú,
Señor, me llamaste por mi nombre y yo respondí a tu
invitación, y recibí a Jesús como mi Señor y Salvador;
y así me trasladaste de las tinieblas a tu luz admirable,
al reino de tu amado Hijo Jesucristo. Me has salvado
y has perdonado mis pecados. Ahora que vivo en este
reino admirable, donde fluye leche y miel, con amor
te traigo, Señor, los primeros frutos del trabajo que tú
me has dado, por el cual te agradezco y me postro
delante de ti. Amén.
La siembra y
la cosecha

El intercambio de armas
La prosperidad viene de Dios como una señal del pacto.
Y todo pacto con Dios es una alianza o pacto de sangre con
Él. En la Biblia se nos habla de este pacto. No tenemos la
descripción completa del mismo, pero podemos obtenerla
leyendo diferentes pasajes. Por ejemplo el siguiente ver-
sículo nos muestra un paso importante del pacto de Dios
con el pueblo de Israel: «Entonces Moisés tomó la sangre
y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto
que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas»
(Éxodo 24.8).
Este pacto se asemeja al pacto que realizaban las perso-
nas para hacerse «hermanos de sangre». David y Jonatán,
hijo de Saúl, hicieron un pacto así: «E hicieron pacto Jona-
tán y David, porque él le amaba como a sí mismo. Y
Jonatán se quitó el manto que llevaba, y se lo dio a David,
y otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte»
(1 Samuel18.3,4).
Es evidente el significado de este intercambio en la
alianza de sangre, o en otro tipo de pacto. Al intercambiar
172 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

las armas, ambos quedaban comprometidos a defenderse


mutuamente. Al hacerlo se decían: Mis armas son tus
armas, y tus enemigos son los míos.
La Biblia nos da a entender que entre Dios y nosotros
también ha habido un pacto y un intercambio de armas.
Zacarías 4.6 dice: «No con ejército, ni con fuerza, sino con
mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos». La misma
idea se expresa en Efesios 6.13-18: debemos de usar sus
armas. San Pablo explica: «Porque las armas de nuestra
milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la
destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda
altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cris-
to» (2 Corintios 10.4,5).
Dios nos ha dado sus armas espirituales y nosotros le
hemos entregado a Él nuestras armas. Peleamos sus bata-
llas y Él libra las nuestras. Mateo 6.31-33 cobra importancia
a la luz de este pacto. No debemos preocuparnos del día
de mañana, ya que Él nos dará todas las cosas, y nos invita
en cambio a dedicarnos a las cosas de su reino. Dios nos
demanda, como parte de librar sus batallas, que evangeli-
cemos y hablemos a otros del reino de Dios. Debemos
guardar la tierra de la corrupción, y Él nos bendecirá con
toda clase de bendiciones espirituales y materiales. Dios
escogió que el evangelio fuese predicado al mundo, no a
través de los ángeles, ni a través de su propio poder, sino
a través del hombre. Dios nos necesita para esa tarea, que
es la más importante para Él. Pero debemos llevarla a cabo
con sus armas, con su Palabra, con su Espíritu, en el
nombre de Jesús y con el poder de su sangre.
A cambio de esto, Dios quiere ocuparse de nuestras
luchas de cada día. Quiere alimentarnos a nosotros y a
nuestras familias, y suplir nuestras necesidades conforme
a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Pero para ello tiene
La siembra y la cosecha 173

que luchar con nuestras armas.¿ Qué armas? Las habilida-


des técnicas y profesionales que adquiramos con esfuerzo.
Dios jamás nos ha dicho que ya no tendremos que esfor-
zarnos. Al contrario, ahora que somos creyentes debemos
hacerlo más que nunca, pues no solo tenemos que evan-
gelizar al mundo, sino que debemos ganar el sustento de
cada día y demostrar a los que nos rodean cuán hermosa
es la vida de una persona que depende de Dios. No es
lógico que alguien quiera que Dios lo prospere como
médico si no ha estudiado medicina. Igualmente, sería
absurdo que alguien que nunca ha ido a una universidad
pretendiera llegar a ser un próspero ingeniero.
Cuando leemos en la Biblia el libro de Josué, encontra-
mos que la tierra prometida estaba allí, frente al pueblo de
Israel. Sin embargo, a pesar de que Dios se las había
prometido, los israelitas tuvieron que tomarla a punta de
espada. Dios le habló a Josué, el caudillo de Israel, cuando
iban a cruzar el río Jordán, y le dijo que se esforzara y que
fuera valiente porque él repartiría a este pueblo la tierra
por heredad (Josué 1.6). Hoy Dios te pide a ti también que
te esfuerces y seas muy valiente para que puedas llevar a
cabo los planes que Él tiene para tu vida.

Más que diezmar


Así que el creyente no solo debe diezmar para ser próspe-
ro, sino que además tiene que trabajar y esforzarse en
hacer las cosas bien, y tener mucha fe.
Cuando al poco tiempo de empezar a diezmar el Señor
me dio un nuevo empleo, fue en una compañía vinculada
con la aviación comercial. En esta empresa comencé ga-
nando el doble de lo que me pagaban en la compañía
molinera donde antes había trabajado. Por supuesto, con-
tinué diezmando, pero también esforzándome. Cada ma-
ñana entraba a mi oficina y oraba a Dios, pidiéndole que
174 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

me ayudara en el diseño de un sistema para mantenimien-


to de aviones. Le decía al Señor: «Amado Dios, no hay otro
analista de sistemas en el universo como tú, así que te
ruego que me inspires en este trabajo». Dios me inspiraba
cada día, y el sistema iba tomando forma.
Al cabo de unos meses, cuando la primera versión del
sistema quedó terminada, los ingenieros de la IBM queda-
ron gratamente impresionados, y nos invitaron al gerente
de la compañía y a mí a presentarlo en el Congreso sobre
Desarrollo de Sistemas para Líneas Aéreas que se llevó a
cabo en la Ciudad de México en 1986. Como resultado de
este evento, la Línea Aérea Austral de Argentina nos
compró el sistema, y a partir de entonces comenzamos a
instalarlo. Luego nos dedicamos a seguir vendiendo este
sistema internacionalmente.
Dios nos estaba bendiciendo ricamente; pero, por otro
lado, yo me esforzaba, estudiaba y trabajaba entre diez y
doce horas diarias. Recuerdo que en esos días el analista
programador que me ayudaba con la instalación del siste-
ma y yo trabajábamos en Buenos Aires desde las doce del
mediodía hasta las seis de la mañana siguiente. Cada vez
que alguien cuenta cómo Dios lo bendijo en su trabajo, en
su entusiasmo generalmente omite precisar cuánto traba-
jó, sudó, se esforzó, fracasó y se frustró; y cómo la fe unida
a la paciencia lo sos tu vieron, para que al final por la
perseverancia pudiera cosechar de la abundancia de Dios.
No olvidemos que estamos en el mundo, y lo que por el
pecado recibió maldición no fue el trabajo, sino el fruto del
trabajo, y por ello luchamos. Dios jamás nos prometió que
no lucharíamos, sino que Él nos daría la victoria.

Un ascenso de puesto
Recuerdo que el día que renunció el gerente administrati-
vo de la compañía estaba orando al Señor y Él me dijo que
La siembra y la cosecha 175

subiera y entrara en la oficina que había quedado libre. Así


que sin ninguna invitación, siguiendo solo las instruccio-
nes del Espíritu Santo, me acomodé en esa oficina. Unas
horas después, el gerente de la compañía abrió la puerta
y con cara de pocos amigos me preguntó:
-¿Qué haces aquí?
Mirándolo seriamente, le respondí:
-Tuve que venir a este lugar porque en el ambiente de
los analistas y programadores no se puede trabajar, el
ruido que hay allí me impide concentrarme.
La expresión de su rostro cambió, y me dijo:
-Está bien, puedes quedarte.
Pasó el tiempo y, con el éxito del primer sistema y
estando yo en las oficinas del gerente, cayó todo por su
propio peso. Me nombraron primero jefe del departamen-
to de análisis y programación, y más tarde gerente de
desarrollo de sistemas. Actué seguro de mí mismo, porque
sabía que Dios estaba conmigo y que hallaría favor ante
mi jefe.
También es verdad que tuve que pasar por diversas
pruebas. En una oportunidad tuve que renunciar a la
empresa, debido a que los directivos del consorcio al que
pertenecía nuestra compañía le estaban ocasionando un
problema al gerente. Ellos querían que nuestra empresa
les hiciera una falsa facturación con el propósito de reducir
las utilidades de la empresa madre. Cuando mi jefe se
aprestaba a hacerlo, le manifesté mi decisión de dejar la
empresa. Entonces él creyó que alguien me había ofrecido
un trabajo mejor. Pero no era así, simplemente lo que
sucedía era que yo no podía trabajar con alguien que
accediera a hacer cosas deshonestas y por eso me retiraba.
Cuando se lo dije, me preguntó:
-¿Pero qué puedo hacer yo?
En realidad, prácticamente lo estaban forzando a hacer-
176 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

lo. Entonces Dios me dio una salida y le pregunté cuánta


facturación real teníamos pendiente con ellos. Buscamos
y vimos que teníamos un monto que representaba casi el
cincuenta por ciento de lo que le habían pedido facturar,
así que facturamos todo lo real y se lo enviamos. No
sabemos si ellos no recordaron el monto que nos habían
dicho, o simplemente no averiguaron si lo habíamos hecho
o no. Lo cierto es que no nos dijeron nada y todo continuó
igual.
Mi gerente llegó a ser un gran amigo mío. Le hablé del
evangelio y entregó su vida a Jesús. Se veían en él señales
de verdadera conversión. Sin embargo, más adelante, por
diversas razones se alejó del Señor y de mí. Aún hoy en
día tengo profunda simpatía por él y espero sinceramente
que venga nuevamente a los pies de Cristo.
El sometimiento, la perseverancia y la diligencia, como
dice Proverbios 13.4, son muy importantes para ser prós-
pero.

En dinero y en especie
Mi esposa y yo hemos visto siempre la mano de Dios
prosperándonos y devolviéndonos el ciento por uno.
Hubo ocasiones en que parecía que Dios no podría devol-
ver de acuerdo a su promesa tanto como nosotros dába-
mos; pero de pronto pasaba el tiempo y éramos
bendecidos en dinero o en especie.
En una oportunidad viajé por cuestiones de trabajo a la
Argentina y los directivos de la línea aérea Austral, con
quienes fui a trabajar, no pudieron resolver un asunto
antes del fin de semana. Tuve que quedarme en ese país
unos días más, lo cual no tenía planeado. Ellos me dijeron
que como no tenía mucho que hacer en Buenos Aires, me
obsequiaban un pasaje para que fuera mejor a conocer
Bariloche, una hermosa ciudad al sur de la Argentina.
La siembra y la cosecha 177

Al llegar, todavía recuerdo la impresión que me causó


el ver paisajes tan bonitos, que parecían sacados de un
libro de cuentos. No en vano el autor de Bambi se inspiró
allí para escribir la historia que luego Walt Disney llevó al
cine. Parecía una fantasía el ver un lago azul rodeado de
construcciones de madera y piedra con techos de tejas,
donde cada casa tenía macetas repletas de flores en sus
ventanas. Todo me parecía tan pintoresco, la municipali-
dad, el museo ... Era verano y el sol enlucía las copas de los
árboles. El cielo azul contrastaba con una vegetación im-
presionante; y las montañas, algunas de ellas coronadas
por nieves perpetuas, hacían de marco al paisaje de ensueño.
Hice un paseo por el lago Nahuel Huapí, y visité en una
excursión la Isla Victoria. El paisaje y lo acogedor de sus
habitantes hicieron que el lugar resultara encantador para
mí. Los bosques de pinos y arrayanes despedían un deli-
cioso aroma. Recuerdo que el domingo me fui a pasear
solo por un bosquecito de pinos junto al lago. Me senté
debajo de uno de ellos a orar y agradecerle a Dios por la
bendición de haberme llevado a un lugar tan bello. Minu-
tos antes me había encontrado con unos creyentes argen-
tinos y me dijeron que cuando Dios hizo al mundo, el
séptimo día se vino a descansar a Bariloche. Era una
broma, pero realmente se veía en todo la mano generosa
de Dios.
En mi oración le dije al Señor: «Dios mío, te agradezco
por haberme traído a este lugar tan bello. Entiendo por qué
querías mostrármelo. Pero ¿sabes?, me falta algo, y es que
quisiera que Alicia estuviera conmigo. Solo no lo puedo
disfrutar. Por eso te ruego que me ayudes a traerla, para
así poder pasear juntos por este lugar tan hermoso. Gra-
cias, Señor, te lo pido en el nombre de Jesús».
Al cabo de un año, Dios nos había prosperado tanto que
pude viajar con mi esposa a Buenos Aires. Estando allí, la
178 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

gente de Austral nos regaló a ambos los pasajes para poder


ir a Bariloche. Yo sabía que Dios nos había llevado. En esa
época todo estaba tan barato en Argentina que tomamos
todas las excursiones y alquilamos un auto.
Un día llegamos a un lugar llamado el Lago Escondido
y detuvimos allí el auto, bajamos y caminamos por un
pequeño muelle. No había nadie: solo nosotros y Dios. Si
mirábamos alrededor veíamos las altas cumbres llenas de
pinos y con nieves perpetuas. Alrededor nuestro, el lago
y el bosque. Un versículo vino a nuestra mente.
«Con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; lÓs mon-
tes y los collados levantarán canción delante de vosotros,
y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso.
En lugar de zarza crecerá ciprés, y en lugar de ortiga
crecerá arrayán; y será a Jehová por nombre, por señal
eterna que nunca será raída» (Isaías 55.12,13). Sentíamos
que este pasaje de la Escritura se estaba cumpliendo para
nosotros, ya que en Bariloche se encuentra el único bosque
de arrayanes del mundo y parecía que con el viento los
árboles palmeaban de alegría. Sobre aquel muelle comen-
zamos a cantar y danzar para Dios.
Cuando regresamos a la ciudad, caminamos por aquel
bosque junto al lago. Sin saberlo, Alicia me tomó de la
mano y me llevó debajo del mismo árbol donde yo había
orado el año anterior pidiéndole al Señor que me permi-
tiera traerla.
-Ven -me dijo-. Vamos a agradecerle a Dios por
habernos traído a este lugar.
Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas
recordando la Escritura que dice que Dios es poderoso
para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de
lo que pedimos o entendemos.
La siembra y la cosecha 179

¡Al fin mi propia empresa!


Un día, después de mucho luchar y de pasar mil tormen-
tas, pero con la ayuda de Dios, los dueños de la empresa
decidieron despedir a mi gerente. Como él era también
socio, le compraron las pocas acciones que tenía y lo
despidieron. No supe nada de lo que estaba ocurriendo
hasta que él y su esposa fueron muy preocupados a verme
a mi casa y me contaron lo sucedido. Me apené por él, ya
que era mi amigo. Además, aunque sin saberlo, Dios lo
había utilizado para prosperarme. Dios nos enseña acerca
de la lealtad, y creo que eso es algo que todo creyente debe
tener bien claro. «Siervos, obedeced a vuestros amos terre-
nales con temor y temblor, con sencillez de vuestro cora-
zón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que
quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo,
de corazón haciendo la voluntad de Dios»(Efesios 6.5,6).
Al parecer los dueños habían decidido prescindir de
sus servicios contando con el hecho de que yo podría
ocupar su lugar. Eso, por un lado, significaría un paso
importante en mi carrera y un aumento de sueldo. Por otro
lado, ahora que mi amigo estaba en dificultades, era la
oportunidad de mostrarle mi lealtad. Le dije que no se
preocupara, que iba a estar orando y buscando la dirección
del Señor.
Al día siguiente me fui a Ancón, un balneario a unos
cuarenta y ~inco kilómetros de la ciudad de Lima. A mi
esposa le había parecido muy buena idea el que me fuera
a orar a un lugar solitario. Así que temprano tomé el auto,
y me dirigí allí.
Era invierno, así que el malecón estaba vacío. En el
muelle solo se veían unos pescadores y algunas señoras
comprando algo para el almuerzo. Caminaba por el male-
cón preguntándole a Dios qué podía hacer yo por mi
amigo. Las personas que pasaban me miraban seguramen-
180 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

te preguntándose qué hacía yo en ese lugar a esas horas,


y eso me hacía sentir algo incómodo.
Me senté en uno de los muros mirando las olas mientras
hablaba con el Señor. De pronto Él llamó mi atención a una
escena que ocurría en la orilla. Una gaviota se había roba-
do del muelle un pescado y lo había depositado en la arena
tratando de comérselo, aunque era muy grande el pez. Las
demás gaviotas venían y trataban de quitárselo. La prime-
ra gaviota chillaba con fuerza y se mostraba agresiva con
todas las que se acercaban, ahuyentándolas para que así
no se lo quitasen. En un momento, la primera gaviota llegó
a ponerse tan agresiva que correteaba a las otras por la
orilla esquivando las olas. De pronto, por detrás vino otra
gaviota que no había estado en el pleito y comenzó a
devorar el pez. Al final, cuando la otra se dio vuelta,
aunque chilló mucho, ya no hubo nada que hacer. La
última gaviota había acabado con el festín.
El Señor comenzó a hablarme a partir de esta escena.
Me dijo que no debía tener ningún temor, que el egoísmo
del hombre es como el de la gaviota, que defiende su presa
mientras otros tratan de arrebatársela. Pero al final, así
como la última gaviota, que ni sabía por qué era la discu-
sión, simplemente se encontró un pez y se lo comió; así
también los creyentes somos bendecidos y prosperados
porque la providencia nos ayuda.
Antes de ponerse el sol, el Señor me había dado ya un
plan. Regresé contento a la casa para comentarlo con mi
esposa. Al día siguiente le expuse el plan a mi amigo el
gerente y le pareció bien. La solución parecía descabellada,
pero las cosas de Dios a veces escapan de nuestra lógica.
Fuimos a decirle al nuevo gerente y director de la
empresa lo que pensábamos.
-Como sabes -le dije-, él y yo vamos a renunciar a
la compañía.
La siembra y la cosecha 181

-Un momento -me dijo-. Tú no tienes que renun-


ciar. Solo él se va.
-N o -le dije-. Esto es algo que tiene que ver con la
ética y me parece que lo correcto es que si él se va, yo
también me vaya.
-¡Pero no puede ser! -dijo el dueño de la empresa
sobresaltado.
-No te preocupes -interrumpí-. No te vamos a dejar
la empresa sin dirección. La administraremos mientras
consigues a alguien que nos reemplace. La tranquilidad
volvió a su rostro, pero no por mucho rato.
Luego agregué:
-Como remuneración nos pagarás dos mil dólares a
cada uno, y además queremos que nos den el treinta y
cinco por ciento como comisión por la venta de cualquier
programa.
Discutimos un rato, pero finalmente aceptó. Así que
ahora mi gerente ya no solo no perdía su trabajo, sino que
además tenía un aumento de sueldo y comisiones que
nunca habría percibido. Por supuesto, ya no era mi gerente
sino mi socio. Así fue que fundamos una empresa y desde
allí el Señor comenzó a prosperamos más aún.

Una casa más grande


Por ese tiempo el Señor ya nos había dado un auto nuevo.
El Volkswagen había quedado para uso de mi esposa.
Recuerdo cuando saqué el auto de la tienda. Estaba muy
emocionado porque era la primera vez que podía comprar
uno que no fuese de segunda mano.
Para ese entonces, el dueño de la casita donde vivíamos
nos la estaba pidiendo pues la necesitaba para ir a vivir
allí. Alicia y yo nos pusimos a buscar casa. Finalmente, por
increíble que parezca, la más barata que encontramos fue
una muy grande y en un barrio residencial. Fue una gran
182 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

bendición de Dios. El hombre que nos hizo la mudanza al


acomodar los muebles recuerdo que me dijo: «Señor, la
casa les queda grande».
Era cierto. Allí nuestros muebles se veían ridículos.
Tenía un hermoso jardín a la entrada. Una escalinata de
mármol llevaba a la casa, donde enormes mamparas de
madera y vidrio daban a la sala y al comedor. En la parte
posterior tenía un jardín grande y muy bonito. La casa
comprendía cuatro dormitorios, cuatro baños, un escrito-
rio, una cocina muy grande, ambientes para las empleadas
de servicio y garaje para dos autos. (Algunos de estos
ambientes de la casa sirvieron más tarde de aulas en
nuestra escuela bíblica.) Después Dios nos llevó a otra casa
y finalmente alquilamos el local ubicado en la calle Maria-
no Odicio, en el distrito de Miraflores, donde actualmente
nos reunimos. Este último local ya fue para uso exclusivo
de la iglesia.
¿Qué hicimos para ser bendecidos con estas casas?
¡Sembramos! Años atrás, cuando vivíamos en una casita
alquilada en una urbanización llamada Santa Felicia y aún
no habíamos sido prosperados, mi madre necesitaba un
lugar para vivir porque le estaban pidiendo la casa que
había alquilado. Mi esposa y yo, mediante un esfuerzo
sobrehumano, habíamos comprado un pequeño departa-
mento en Miraflores y lo alquilábamos para ayudarnos
con los gastos. Mis hermanos entonces propusieron alqui-
larme el departamento y ofrecían pagarme cada uno un
tercio de la renta para que allí viviera mi madre.
Después de orar y consultar con otros creyentes, ya que
en la multitud de consejeros está la sabiduría, Alicia y yo
decidimos dárselo a mi mamá sin pago alguno, aunque de
esa forma nos quedásemos sin renta. Más bien le pedimos
a mis hermanos que el dinero que nos iban a dar se lo
diesen mejor a mi madre para que así no le faltara nada.
La siembra y la cosecha 183

Después de varios años, finalmente vendimos el departa-


mento y Dios nos bendijo con una casa mucho más amplia
para nosotros, y haciendo que jamás faltara un local para
la iglesia.

Como un hijo del Rey


Al pasar el tiempo, constantemente fuimos viendo lama-
no de Dios obrar alrededor nuestro. Éramos fieles diezman-
do y ofrendando. Nos esforzábamos, éramos valientes y
estábamos dispuestos a confiar en Él en todo momento.
Un día tuve que viajar a Venezuela. La embajada de ese
país había impreso un texto un tanto confuso en mi pasa-
porte, que decía: «Visa válida para múltiples entradas
hasta por una semana a partir de la primera entrada». No
se necesita ser muy inteligente para darse cuenta que
nadie va a hacer múltiples entradas en una semana. Así
que a mí me parecía que lo que quería decir era que la visa
era válida para que yo entrara todas las veces que quisiera,
pero solo por una semana cada vez. Como en realidad no
estaba seguro, le dije a mi secretaria que averiguara en el
consulado si estaba vigente o no. Ella muy alegremente
vino y me dijo:
-Si, señor Capurro. Dicen en la embajada que su visa
está vigente.
Muy contento me fui al aeropuerto. La línea aérea
venezolana me había dado los pases para que viajara
gratis, ya que estaba por venderles un sistema. Al llegar al
mostrador me encontré con un amigo de la infancia que
trabajaba en esa línea aérea. Mientras me atendía se puso
a conversar conmigo recordando viejos tiempos. Luego
sin ver siquiera mi pasaporte me preguntó:
-¿Tienes visa, no?
-Sí, por supuesto -le respondí muy alegremente.
Luego nos despedimos y abordé el avión.
184 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Cuando aterrizaba en Caracas, nada me hacía sospe-


char lo que me pasaría allí. Distraídamente miraba por la
ventanilla del avión mientras el piloto hacia las maniobras
de aproximación. Aún era de día, pero el sol ya había
comenzado a ocultarse y el cielo brillaba con un tinte
naranja, matizado con tonos rojos, grises y negros; espe-
cialmente en las nubes que esparcidas adornaban el cielo.
Conforme bajábamos podía ver las luces de las casas y
edificios de La Guaira, ciudad a orillas del Atlántico,
donde queda el aeropuerto internacional de Caracas.
Como siempre, yo seguía en mi mente la secuencia de
operaciones del aterrizaje. Tren de aterrizaje abajo, flaps en
posición baja; y el tren de aterrizaje tocó el suelo suave-
mente. Perfecto aterrizaje. Había disfrutado el vuelo, ala-
bando a Dios y gozándome en la belleza de la creación,
especialmente de aquella que solo se. puede ver desde las
nubes.
Ese aeropuerto era increíble. Había solo dos o tres colas
para extranjeros y como ocho para venezolanos. Por su-
puesto que las colas para nacionales estaban vacías, pero
las internacionales eran muy largas.
Al llegar mi turno, entregué mi pasaporte, y el agente
de inmigración lo revisó de arriba a abajo. Yo lo veía pasar
mi visa una y otra vez, pero él parecía no darse cuenta.
Finalmente me habló y me dijo:
-Señor Capurro, usted no tiene visa.
-A ver permítame -le dije impacientándome.
Tomé el pasaporte y le abrí la página donde estaba la
famosa visa por múltiples entradas por un semana a partir
de la primera entrada. Es el colmo pensé: ni ellos entienden
sus propias visas.
-Aquí está, señor -le dije, devolviéndole el pasa-
porte.
-Lo siento, señor -dijo él- pero esa visa está vencida.
La siembra y la cosecha 185

-¿Qué? -le pregunté sorprendido-. ¡No puede ser!


¡Esa visa es para múltiples entradas por una semana!
-Sí -me dijo-, pero es válida solo por una semana.
-¡Están locos! -le dije-. ¿Acaso pensaban que yo iba
a entrar muchas veces a este país en solo una semana?
-Lo siento, señor, pero así es.
-¿Y ahora qué vamos a hacer? -le pregunté indig-
nado.
-En Lima mi secretaria averiguó en la embajada y le
dijeron que la visa era válida.
-Lo siento, señor, pero no es así.
-¿Y ahora?
-Ahora va a tener que regresar en el próximo avión.
Llamó a otro oficial de inmigración y me llevaron a otro
lado. Estaba atónito; no podía creerlo. Estaba furioso con
mi secretaria, con la embajada de Venezuela en Lima y de
pronto recordé que yo venía alabando a Dios en ese vuelo.
Así que oré al Señor y le dije: «Oye, Señor, ¿cómo permites
que me traten así?» Y de pronto recordé las palabras de
Jesús a María de Betania cuando iba a resucitar a Lázaro:
«¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
(Juan 11.40).
«¡Tienes razón!», le dije en mi pensamiento. «Si creo, tú
harás un milagro. No soy solamente un ciudadano perua-
no, al cual le piden visa para entrar a este país, sino
también un ciudadano del reino de los cielos. El reino de
los cielos es la nación más poderosa del universo. ¿Quién
se atrevería a pedirnos visa a nosotros?»
N o podía alegar frente al oficial de inmigración que yo
era un ciudadano del reino de los cielos. Si lo hacía, ade-
más de estar sin visa me iban a creer loco. Pero Dios y yo
sabíamos que era cierto.
Comencé a reír interiormente por el milagro que mis
ojos iban a ver, y lógicamente había una sonrisa dibujada
186 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

en mi cara y de vez en cuando se me escapaba una risita.


Había comenzado a reírme de la situación, en vez de
desesperarme. Aquí estaba. Yo no era cualquier ciudada-
no del reino de los cielos, sino hijo del Rey.
El oficial que estaba vigilándome notó mi alegría, y se
desconcertó.
-¿Qué le ha pasado, señor? -me preguntó.
Le conté, riéndome, toda la historia de la secretaria y la
visa. Me reía incluso por haber sido tan tonto de molestar-
me, sabiendo que Dios estaba conmigo. Luego me dijo que
esperara, y me dejó a cargo de otro oficial, pues él iba a
hablar con el jefe de la oficina de inmigración del aeropuerto.
Después de unos minutos volvió, me pidió que lo si-
guiera y me hizo entrar a la oficina del Jefe de Inmigración.
Este me preguntó:
-¿Cuál es su problema, señor?
-Me han pasado dos cosas -le dije-, una cómica y
otra trágica. ¿Cuál quiere que le cuente primero? -le
pregunté.
El oficial sonrió y dijo:
-A ver, vamos a ver cómo es eso.
-Es que sin saberlo me he venido a Venezuela sin visa,
por culpa de mi secretaria. Y lo gracioso es que viajé con
pasajes gratis que una aerolínea venezolana me envió a fin
de que viniera aquí a sus oficinas. Si me regresan, la
próxima semana voy a tener que pedirles que me manden
otro pasaje porque el que tenía me lo gasté.
-Señor, ¡cómo le ha ocurrido esto! -dijo el Jefe de
Inmigración del aeropuerto-. Pero déjeme decirle que
usted me parece buena gente y creo lo que me dice. Voy a
pedirle que hable usted con la gente de la línea aérea y les
solicite una carta de transeúnte, para así poder dejarlo
entrar.
La siembra y la cosecha 187

Así que fui y hablé con la gente de la aerolínea y me


hicieron la carta de transeúnte.
El funcionario me dijo:
-Me quedaré con su pasaporte y así usted no ha entra-
do a Venezuela. Cuando salga, dígale a cualquier emplea-
do de inmigración que lo traiga a mi oficina y yo se lo
devuelvo.
Después de agradecerle, salí del aeropuerto y le dije al
Señor: «Realmente me has hecho ciudadano de tu reino».
Durante el viaje de La Guaira a Caracas, mi corazón
saltaba de gozo. Al llegar al hotel y descender del taxi, me
sorprendió ver una escolta de soldados desde la calle a la
recepción del hotel. Le agradecí al Señor, pensando en mi
corazón que lo hacía por mí, para hacerme ver que soy un
ciudadano del reino de los cielos; y no cualquier ciudada-
no, sino hijo del Rey. Con paso decidido pasé entre la
escolta; detrás de mí venía el Presidente de Colombia.
Al día siguiente, al ir a las oficinas de la línea aérea
después de haber tenido mi tiempo de oración, la secreta-
ria del gerente de sistemas me preguntó qué tal me había
recibido su país. Le conté toda la historia.
-Señor Capurro -me dijo-, eso no puede ser. Voy a
hablar con mi jefe.
Más tarde se me acercó y me dijo:
-Para que no se sienta mal, la compañía ha decidido
pagarle todos sus gastos de estadía.
De este modo, todo el dinero que llevé pude gastarlo en
regalos para Alicia y las niñas.
Cuando emprendí el regreso, hice tal cual me dijeron,
busqué a un empleado de inmigración y este me llevó a la
oficina del Jefe de Inmigración, que muy amablemente me
devolvió el pasaporte. Luego fui al mostrador de la aero-
línea para el tránsito internacional.
Al registrarme, uno de los empleados le dijo al otro:
188 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

-Mira, el señor tiene derecho a primera clase.


-Pero ya tenemos doce pasajeros y solo hay doce
asientos.
-Sí, pero tenemos doce con él.
-Bueno, está bien. Ponlo en primera.
Seguí agradeciendo al Señor. ¿Qué más podía pedir?
Luego me invitaron a entrar al salón de espera de la
primera clase. No podía creerlo: había un exquisito buffet
en el salón y yo era el único comensal. Con el apuro no
había tomado desayuno, así que ahora pude comer y
esperar tranquilamente mi vuelo a Lima. La prosperidad
de Dios y su bendición me seguían por cualquier parte del
mundo.

Dios nos sustenta


Hemos podido ver que en cada paso de la vida Dios es el
que nos sustenta. Ponemos en Él nuestra confianza, invo-
camos su nombre, confesamos su Palabra y Él no nos falla.
Dios se deleita en intervenir en nuestro camino, y ser aquel
que nos proporciona todo lo que necesitamos.
Hacemos lo que Él dice: diezmamos, ofrendamos, da-
mos limosnas. De esta manera, Dios nos ha enseñado a
tener dinero y que el dinero no nos tenga a nosotros.
También hemos aprendido que debemos esforzarnos y ser
valientes en todo. En Mateo 6.33, Jesús dice: «Buscad
primeramente el reino de Dios»; es decir, busca primero el
reino. Y si alguien dice «primero» quiere decir que hay un
«segundo». Así que busca primero el reino, y después
esfuérzate y sé valiente en conseguir lo segundo: tu pros-
peridad física y material. No debemos olvidar que en
capítulos anteriores vimos que Dios desea prosperarnos
como una señal del pacto.
En conclusión, podemos ver que lo que necesitamos
hasta ahora para ser prósperos es ser libres de toda maldi-
La siembra y la cosecha 189

ción por medio de Jesucristo, ser sanados de toda enfer-


medad física por Dios, ser limpiados en nuestras almas por
el Espíritu Santo; y ahora sabemos que debemos diezmar,
ofrendar, dar limosnas y proveer de armas a Dios capaci-
tándonos, esforzándonos y siendo muy valientes.
Es mi oración que Dios ponga en usted un corazón
generoso para que de esta manera nunca le falte ningún
bien.
Quinfa parle

La prosperidad
creativa
El misterio de la fe

Esta quinta dimensión donde podemos ser prosperados la


he titulado «prosperidad creativa», a fin de no confundir
al lector con la prosperidad espiritual. Pero lo que en
realidad deseo tratar en esta parte del libro es cómo apro-
piarnos de las bendiciones que ya son nuestras en los
lugares celestiales -pero que permanecen fuera del alcan-
ce de nuestros sentidos- y cómo ir sembrando nuestro
futuro con el poder creativo de la Palabra de Dios. Somos
imagen y semejanza de un Dios que creó el universo con
su Palabra. Ser prosperados en esta dimensión creativa
significa ejercer el dominio o la autoridad que como hijos
de Dios y como su Iglesia nos corresponde. El Señor ya nos
ha provisto de todo. Como dice Efesios 1.3, Él ya nos
bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celes-
tiales. De estas bendiciones tenemos que apoderarnos
para que sean una realidad hoy aquí. Esto será un eje que
mueva todo lo que hemos tratado anteriormente.
Olvidemos lo que queda atrás, nuestro pasado, porque
ya no nos pertenece. Pongamos hoy mismo los ojos en
Jesús y empecemos a construir nuestra prosperidad de
mañana. En este capítulo encontraremos las herramientas
necesarias. Siempre han estado aquí, a nuestra disposi-
ción, pero a lo mejor no les hemos dado buen uso.
Quiero empezar por el tema de la fe.
194 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

¿Qué es la fe?
La mayoría de las personas piensan que la fe es un grado
de confianza. Cuando alguien dice «tengo fe en tal o cual
persona», lo único que está indicando es el grado de
confianza que le tiene. Lo que sucede es que en el lenguaje
existen modos de expresión que son figurados, y algunas
veces hacemos uso de hipérboles, que no son sino la
exageración de una idea con el fin de resaltarla sobre el
resto de lo expresado. Por ejemplo, «yo le tengo mucha fe
a fulano» es una exageración de «yo confío mucho en
fulano».
También existe el error de confundir la fe con simple-
mente creer. Por ejemplo, cuando a un niño se le dice
«mañana iremos a la playa», el niño puede reaccionar de
varias formas. Puede alegrarse y estar seguro de que irá,
porque papá siempre cumple lo que promete; o puede
también decir: «Bueno, ¿quién sabe? Mi padre a veces
cumple, otras veces no». O a lo mejor puede decir:«¿ Quién
le va a creer a mi papá? Si llegamos a ir será un milagro,
porque nunca cumple lo que promete».
En los tres casos podemos decir que lo que se mide es
el grado de confianza que el niño le tiene a su padre. Si
interrogamos al primero, seguramente nos dirá: «Por su-
puesto, yo creo en mi padre». El segundo dirá: «La verdad:
no sé si creerle o no». El tercero dirá: «No le creo».
Tomemos como ejemplo el caso del niño que le cree a
su papá y preguntémosle: «¿Estás cien por ciento seguro
de que te llevarán mañana a la playa?» Si fuera lo suficien-
temente maduro como para comprender el alcance de la
pregunta, quizás respondería: «No cien por ciento, porque
a veces se presentan dificultades de último momento y no
podemos ir. Como por ejemplo: el auto no funciona, mi
madre amanece con fiebre o entra una llamada telefónica
a papá informándole de un asunto urgente en la oficina».
El misterio de la fe 195

Entonces, cuando decimos que creemos, en realidad ha-


blamos del porcentaje de confianza que tenemos de que
alguien realice algo.
Pero tener fe y creer no es lo mismo. Cuando alguien
dice creer en Dios, es posible que también hable del grado
o porcentaje de certeza que tiene de que Dios existe. Real-
mente el creyente no debería decir que cree en Dios. Mas
bien debería decir: «No, yo no creo que Él existe: yo estoy
seguro de que Él existe». Evidentemente hay una diferen-
cia en ambas afirmaciones.
¿Qué es la fe de acuerdo a la Biblia?
De acuerdo a la versión Reina Valera, revisión 1960:
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convic-
ción de lo que no se ve (Hebreos 11.1).
En la versión Reina Valera actualizada:
La fe es la constancia de las cosas que se esperan, y la
comprobación de los hechos que no se ven (Hebreos
11.1).
En la versión Biblia de Jerusalén:
La fe es la garantía de lo que se espera; la prueba de
las realidades que no se ven (Hebreos 11.1).
En la versión popular conocida como Dios habla hoy:
La fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se
espera; es estar convencido de la realidad de cosas que
no vemos (Hebreos 11.1).
En la traducción de la versión inglesa King James:
La fe es la sustancia de las cosas que se esperan, la
evidencia de las cosas que no se ven (Hebreos 11.1).
Cada una de estas versiones a pesar de que dicen lo
mismo, al emplear otras palabras, pueden aportar mayor
claridad a la hora de analizar el versículo.
196 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

La fe es una potencia del espíritu


Si la fe es la certeza de algo que no se ve, entonces la fe no
tiene lógica y no es un atributo de la razón, sino un atributo
espiritual. Pero la fe es más que un atributo: es realmente
una potencia del espíritu. La fe tiene el poder de hacer
realidad lo que no existe.
«Por la fe entendemos haber sido constituido el univer-
so por la Palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue
hecho de lo que no se veía», dice Hebreos 11.3. Muchos lo
entienden así: Sabemos por fe que el universo fue hecho
por la palabra de Dios. Pero debemos ver el contexto para
entender en toda su amplitud lo que quiso decir el autor.
Para ello leamos el versículo que le sigue: «Por la fe Abel
ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual
alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimo-
nio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella» (He-
breos 11.4).
En este versículo no dice que nosotros por nuestra fe
sabemos que Abel ofreció mejor sacrificio que Caín, sino
que se está refiriendo a la fe de Abel, que lo llevó a
presentar un sacrificio más excelente. En los siguientes
versículos dice: Por la fe Enoc, por la fe Noé, por la fe
Abraham, por la fe Sara, por la fe Jacob, por la fe José, por
la fe Moisés, etc. Se está haciendo referencia a la fe de los
personajes y no a la nuestra. No es que por nuestra fe
sepamos que En oc fue traspuesto, ni es por fe que sabemos
que Abraham le creyó a Dios. Todas estas cosas las sabe-
mos sencillamente porque los pasajes lo dicen. Además,
estos hechos se llevaron a cabo sin contar con nuestra fe,
e independientemente de que lo creemos o no, sucedieron.
Sin mediar nuestra fe, Moisés llevó al pueblo a la tierra
prometida, Abraham recibió sus promesas, Enoc fue tras-
puesto, Abel ofreció mejor sacrificio que Caín y Dios creó
el universo. En cada una de estas afirmaciones del capítulo
El misterio de la fe 197

11 de Hebreos, el sujeto es el personaje que tuvo la fe para


llevar a cabo su hazaña o proeza, y no nosotros.
Por eso pierde sentido la traducción del versículo 3: Por
la fe entendemos que el universo fue creado por la palabra
de Dios. Tres cosas debemos notar:

1. La palabra griega noieo, que aparece en el manuscrito


original y que es traducida en la versión Reina Valera
como «comprendemos», también se traduce «enten-
demos» y «percibimos».
2. De acuerdo a lo que la Biblia llama fe, sabemos que
la fe no depende de entender, comprender ni perci-
bir. Por la fe creemos, aun cuando no entendamos.
3. Si cada uno de los personajes utilizó su fe para
realizar su hazaña, ¿no será acaso que Dios usó fe
para crear el universo? La realidad de esto se hace
evidente. Otra posible traducción del versículo 3
sería: Entendemos que el universo fue creado por la fe y
la Palabra de Dios. O dicho de un modo más parecido
a los demás versículos del capítulo: «Entendemos
que por la fe Dios creó el universo usando su Palabra,
de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se
veía» (Hebreos 11.3).

Así que la fe es una potencia del espíritu, y el Espíritu


de Dios tiene esa potencia desarrollada hasta el infinito.

La fe hace realidad lo que no existe


La versión Reina-Valera 1909, al igual que la versión King
James en inglés, nos da una interesante descripción de esto
al decir que fe es la «sustancia» de las cosas que no vemos.
La palabra sustancia nos habla de la'base o fundamento
de lo que aún no es visible. Primero las cosas existen por
198 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

la fe como una sustancia. Esta sustancia luego se cristaliza


y se vuelve una realidad para nosotros.
Repasemos Hebreos 11.1 y juntémoslo con el versículo
3 y eso nos dará una gran revelación. Primero parafrasea-
remos Hebreos 11.1 así: «Es, pues, la fe, la certeza de que
ha de ocurrir lo que se espera; es estar convencido de que
sucederá algo, aunque todavía no lo podamos ver». Des-
pués hacemos lo mismo con Hebreos 11.3: «Entendemos
que por la fe Dios creó el universo usando su Palabra, de
modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía».
Podemos juntarlos para que de este modo los entenda-
mos mejor: «Es, pues, la fe, la certeza de que ha de ocurrir
lo que se espera; es estar convencido de que sucederá algo,
aunque todavía no lo podamos ver[ ... ] Entendemos que
por la fe Dios creó el universo usando su Palabra, de modo
que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía».
Dicho de otro modo: Fe es la certeza de recibir lo que se
espera, aun cuando no haya motivo aparente para que esto
suceda. Es estar convencido de que sucederá lo que espe-
ramos, aunque no lo podamos ver. Nosotros entendemos
que, valiéndose de la fe, Dios creó el universo por medio
de su palabra, y todo lo que podemos ver lo hizo de la
nada, de lo que no se veía, ni existía.
La fe, pues, es una herramienta poderosa en las manos
de un ser espiritual. Con esta herramienta en las manos,
Dios es todopoderoso, porque su fe no conoce límites.

La materia prima del universo


Si la fe es la herramienta que empleó Dios, ¿cuál sería la
materia prima utilizada en la creación del universo? Su
Palabra fue la materia prima.
Una palabra es una expresión hablada o escrita que
denota una idea o concepto. Pero no se emplean solo para
expresar ideas aisladas, sino complejas y estructuradas. La
El misterio de la fe 199

capacidad de tener un lenguaje (con el que nos expresa-


mos tanto en las cosas sencillas y rutinarias como en las
cosas complejas de la ciencia y la filosofía) nos diferencia
de los animales. Pero cuando hablamos no solo expresa-
mos nuestras ideas y deseos, sino también, y sobre todo,
nuestra voluntad.
En la eternidad pasada Dios emitió un decreto: «Así
será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía,
sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en
aquello para que la envié» (Isaías 55.11). Este decreto,
obviamente anterior a la creación y revelado en este pasaje
de Isaías, implica que todo lo que Dios dice tiene un efecto
en el mundo espiritual y material. Con el verbo «ser»,
comenzó el proceso de creación del universo. «Y dijo Dios:
Sea la luz, y fue la luz» (Génesis 1.3). Y para que la luz
fuese, Dios había tenido que definir todas las leyes de la
óptica y de la mecánica cuántica, incluso las que todavía
no conocemos. Así fue al crear cada cosa: primero la
definía y después decía: «¡Sea!»

La llave de la creación
La fe, dijimos, es la herramienta. La Palabra de Dios, la
materia prima. ¿Qué faltaba entonces para ejercer el poder
de la creación?
Supongamos que la fe sea como una máquina mezcla-
dora de cemento que al echarse a andar obtiene la mezcla
y la mantiene fresca para vaciarla y comenzar a construir.
La palabra como materia prima es como el cemento. ¿Cuál
será la llave que necesitamos para encender el motor y
hacer mover la rueda de la creación? Pues nada menos que
la confesión.
¿Qué es confesión? Es afirmar, aseverar o testificar
nuestra confianza en que la Palabra de Dios se cumplirá.
No hay fe sin confesión, así como no hay amor sin palabra
200 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

o hecho. El amor y la fe siempre se manifiestan a sí mismos.


Son las confesiones de fe las que transforman nuestra
realidad. Dios dijo «¡sea la luz!», y se alumbró el universo.
El Señor había definido la luz, sus características y leyes
que la regirían, pero faltaba el verbo creativo, el verbo que
expresara la voluntad creadora. ¡Sea!
Esta capacidad creativa de Dios por medio del Verbo
está expresada en el evangelio de Juan. «En el principio
era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él
fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los
hombres» (Juan 1.1-4). El Verbo Eterno, Jesús, se muestra
en este pasaje como el poder creativo de Dios, como la
persona de la Trinidad que nos da vida.

A imagen de Dios
Nos dice la Biblia que en determinado momento de la
creación Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza» (Génesis 1.26). Como fue
creado a imagen y semejanza de Dios, es también un ser
trino, como vimos en el capítulo 2: espíritu, alma y cuerpo.
Esto es extraordinario. Aunque vivimos en el universo
material, somos seres que tenemos un espíritu, al cual la
Biblia también llama ser interior. Por tener un espíritu,
somos semejantes a Dios, pues Dios es espíritu. Y a causa
del espíritu, tenemos fe, aunque limitada y aunque haya
perdido mucho de sus capacidades a consecuencia del
pecado.
Uno puede emplear la fe correctamente, pero también
incorrectamente. Cuando el ser humano usa las capacida-
des que el mundo conoce como extrasensoriales, se sale
fuera de los propósitos de Dios y está practicando brujería.
Cuando un brujo pone su fe en lo que un demonio dice,
El misterio de la fe 201

tendrá algún poder, aunque con limitaciones. Muchas


veces este resultará aparatoso, ruidoso, llamará la aten-
ción, pero sus efectos serán limitados. Sin embargo, cuan-
do uno hace uso de su fe de acuerdo al propósito de Dios,
es decir, poniéndose de acuerdo con Él para que obre, los
efectos serán infinitamente más grandes y perdurables.

Fe en Dios
Al pensar en la fe en Dios, hay dos conceptos que deseo
remarcar. El primero lo encontramos en Marcos 11.22,
donde Jesús dijo: «Tened fe en Dios». No dijo que tuviéra-
mos fe en nosotros. Algunos se equivocan al pensar que
su fe es tan importante que no sucederá nada si no crece
al punto que pueda mover montañas, y se frustran tratan-
do de moverlas por sí mismos. Nos cuesta trabajo entender
que no es el elemento humano de la fe el que realiza el
milagro, sino el Dios en quien tenemos fe.
El segundo concepto lo expresó Pablo en dos pasajes.
En 2 Corintios 1.20 dice: «Todas las promesas de Dios son
en Él Sí, y en Él Amén, por medio de nosotros, para la
gloria de Dios». Y en Romanos 10.17 dice: «Así que la fe es
por el oír, y el oír, por la palabra de Dios». En otras
palabras, todo gira alrededor de Él (quién es, su poder) y
lo que ha dicho. Muchas personas creen en Dios, pero a
muchas les cuesta creer a Dios.
Las bases del milagro existen y son eterna. Dios es
omnipotente. A su palabra surgen soles y universos. Dios
hace milagros. A través de la oración puede producirse el
milagro si se llenan algunas condiciones

Primera condición
Que todo pedido sea a Dios y en el nombre de Jesús. «Y
todo lo que pidiéreis al Padre en mi nombre, lo haré, para
202 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pi diéreis en


mi nombre, yo lo haré (Juan 14.13,14).

Segunda condición
Orar conforme a su Palabra, ya que esta expresa su volun-
tad.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho
(Juan 15.7).

Tercera condición
Orar con fe, creyendo que recibiremos.
Os digo que todo lo que pidiéreis orando, creed que lo
recibiréis y os vendrá (Marcos 11.24).

Lo que diga le será hecho


Lo que uno diga le será hecho. El Señor lo prometió: «De
cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte:
Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino
creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será
hecho» (Marcos 11.23). No será hecho lo que uno piense,
ni lo que uno crea, sino lo que diga. Yo puedo creer algo,
puedo estar seguro de ello al punto de tener fe, pero si me
quedo callado, nada sucederá.
Romanos 10.8-1 O así lo afirma: «Cerca de ti está la
palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de
fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús
es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó
de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree
para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación»
(Romanos 10.8-10).
La salvación del ser humano depende de lo que dice
con su boca y cree en su corazón. Aquí vemos una confe-
sión de fe que produce el milagro más grande: pasarnos
El misterio de la fe 203

de muerte a vida, de las tinieblas a la luz, de hijo de Adán


a Hijo de Dios.
El caso de la mujer sirofenicia que necesitaba un mila-
gro y fue a pedirle a Jesús que echase al demonio fuera de
su hija es un ejemplo vívido. Jesús le dijo: «Deja primero
que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan
de los hijos y echarlo a los perrillos. Respondió ella y le
dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa,
comen de las migajas de los hijos. Entonces le dijo: por esta
palabra, vé; el demonio ha salido de tu hija (Marcos 7.27-
29).
Su hija fue liberada a causa de lo que ella dijo, no por lo
que dijo Jesús. Fue su confesión de fe lo que produjo el
milagro. Nuestras palabras pueden hacer que recibamos
un milagro o pueden hacérnoslo perder.

Nuestras oraciones de fe
Al orar colaboramos con Dios, pues no podemos hacer
otra cosa que ponernos de acuerdo con su voluntad, sea
esta para nosotros o para los demás. Pero debemos expre-
sar nuestra fe, debemos pronunciar las palabras, sean
habladas, sean escritas o en lenguaje de mudos. Lo que se
necesita es la confirmación de la voluntad expresada. La
pregunta es ¿por qué? Porque Dios todavía no ejerce toda
su autoridad sobre este mundo. Todavía Satanás es el rey
de este mundo. Por eso «nuestra lucha no es contra la carne
y la sangre, sino contra los principados, contra las potes-
tades, contra los dominadores de este mundo tenebroso,
contra los espíritus del mal que están en las alturas» (Efe-
sios 6.12, Biblia de Jerusalén).
La autoridad que Dios quiere ejercer sobre este mundo
la ejerce a través de sus hijos, a través de los que le han
rendido sus vidas. Por esta razón, desde que Adán entregó
el mundo al maligno, para poder obrar Dios necesita un
204 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

hombre o una mujer con quien unir su fe . Dios necesitó a


Moisés para abrir el Mar Rojo, y a Noé para traer el diluvio.
¿Qué habría pasado si Noé no hubiera tenido fe? Pero por
su fe, se desató el diluvio. Demostró esa fe construyendo
el arca y predicando a los moradores de la tierra durante
su generación. Dios había hallado con quien ponerse de
acuerdo.

Cuidado con nuestras palabras


Ahora podemos comprender mejor el poder de las pala-
bras y cómo, aun cuando estas no estén de acuerdo con las
de Dios, tienen cierto poder. Cuando usamos las palabras
con la intención de producir un efecto espiritual, es decir,
un hechizo, una maldición o cosa semejante, estamos
usando un poder oculto que no conocemos; y no sabemos
las fuentes de poder que las acompañan, aunque sabemos
que vienen del mal.
Nuestra lengua puede transformarse en una poderosa
arma en manos del enemigo para hacer su voluntad y
destruirnos. La lengua, cuando se usa mal, es como una
bestia indomable que puede hacer más daño del que po-
demos imaginar. Dice Santiago quer «la lengua es un
fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre
nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama
toda la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por
el infierno» (Santiago 3.6). En otras palabras, podemos
arruinar nuestra vida o la de otros con nuestra lengua y
cuando esta es mal usada, el mismo infierno es el que echa
leña para que arda fuego.
Una lengua mal entrenada vive diciendo maldiciones
contra los demás y contra sí misma. Ya dijimos que las
maldiciones no son solamente expresiones o improperios,
ni deseos expresados con el objeto que ocurra un daño.
Tampoco son exclusividad de brujos o hechiceros. Maldi-
El misterio de la fe 205

ción es cualquier mal deseo que expresemos sobre una


persona. Maldecir es hablar mal de uno mismo o de otro.
Es «decir mal» con el propósito consciente o inconsciente
de que ocurra un fenómeno espiritual que lleve a cabo la
maldición.
Mucha gente se maldice continuamente, o maldice a sus
seres queridos. Muchos padres dicen a sus hijos cosas
mayores como: eres un inútil, no sirves para nada, no se
te puede dar ningún encargo, no se puede confiar en ti,
todo lo haces mal, eres un burro y otras cosas peores que
no podemos mencionar. Estas palabras tienen un efecto
maligno en los que las reciben.
Pidámosle al Señor que ponga guarda a nuestra boca y
recordemos las palabras de Jesús:
Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen
los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.
Porque por tus palabras serás justificado, y por tus
palabras serás condenado (Mateo 12.36,37).
Renovemos nuestra mente con la Biblia, que es la Pala-
bra de Dios y usemos nuestra lengua, como señala Efesios
5.19,20, como instrumento de bendición y edificación.
Pongámonos de acuerdo con el Todopoderoso y empece-
mos a ser para los demás como pozo de agua dulce.
Hablemos tan solo lo que la Palabra dice de nosotros y
sembremos nuestro futuro y el de nuestro prójimo con tan
gloriosa semilla.
Capítulo ca/orce

Confesemos la
Palabra de Dios

¿Qué debemos confesar?


Cuando anteriormente hemos dicho que debemos confe-
sar la Palabra de Dios no nos estamos refiriendo a confesar
un secreto ni un pecado. Nos referimos a citar la Escritura
con fe. En otras palabras, usamos confesar como sinónimo
de citar. ¿Y qué debemos confesar? No nuestros temores,
ni nuestras debilidades, sino lo que dice la Palabra de Dios.
Los médicos pueden decirte que tienes cáncer, o que el mal
de tu corazón es incurable, que te quedan tan solo unos
meses de vida. Esto puede ser cierto desde el punto de
vista humano y de la medicina. Pero, ¿cuál es la realidad
espiritual? No hemos dicho acaso que uno puede darle
forma a su futuro con sus palabras. ¿Acaso no podríamos
tener fe en alguna promesa bíblica y confesarlo? Podría-
mos responderle al doctor: «Eso es lo que la ciencia dice,
pero la Biblia afirma que Él llevó mis enfermedades y
sufrió mis dolores, y también, que por su llaga ya he sido
curado».
Siempre va a haber en nosotros tres voces. La primera,
es la voz del abismo, que nos muestra el síntoma y nos
dice: «Mira ese bulto que te ha salido en el cuerpo. Tócalo.
208 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Es cáncer. Ya estás muerto. De aquí hasta que tengas fe


como para ser sanado pasarán meses y no te queda tanto
tiempo de vida.
La segunda voz es la voz de Dios, que nos recuerda sus
promesas y nos dice: «Hijo mío, no temas. No te dejaré, ni
te desampararé. Yo ya llevé tus enfermedades en mi cuer-
po sobre el madero, y por mi llaga has sido curado. Mi
Palabra es medicina para tu cuerpo y refrigerio para tus
huesos. Yo completaré el número de tus días. No le creas
al diablo, que es padre de toda mentira.
La tercera voz es la tuya que dice: «¿A quién le voy a
creer, al síntoma y a lo que me dice el diablo o a la Palabra
de Dios? ¿Qué voy a confesar con mi boca?»
Dice la Biblia que «si alguno habla, hable conforme a
las palabras de Dios» (1 Pedro 4.11). Dios nos brinda ayuda
en todas nuestras necesidades, y cuando recordamos su
Palabra en oración, Él se agrada. Cuando citamos la Escri-
tura con fe, Jesucristo la presenta al Padre en su nombre y
el Padre honra su Palabra. Él es el Sumo Sacerdote de
nuestra profesión o confesión (Hebreos 3.1).

Leyes, principios y promesas


En la Biblia el Espíritu Santo se expresa mediante leyes,
principios y promesas.
Las leyes son los mandatos de Dios en que hay una
orden directa que todos debemos cumplir. Por ejemplo:
«No matarás» o «contra un anciano no admitirás acusa-
ción sino con dos o tres testigos».
Los principios, en cambio, no son órdenes que requie-
ran obediencia, sino tan solo una norma o idea general que
sirve de base a un razonamiento. «No matarás» es una
orden clara y definida. «Hágase todo decentemente y con
orden», en cambio, es una norma amplia que puede apli-
Confesemos la Palabra de Dios 209

carse lo mismo a cómo tratamos a nuestros enemigos que


a la forma en que comemos o nos vestimos.
Las promesas son declaraciones de lo que Dios ha de
hacer si cumplimos con la condición que nos pone. En «el
que persevere hasta el fin, ese será salvo» la condición es
perseverar hasta el fin; la promesa es el ser salvo. Un
verdadero creyente se esfuerza por vivir obedeciendo las
leyes de Dios y de acuerdo a los principios bíblicos. Al
hacer esto podrá intentar alcanzar sus promesas, cum-
pliendo con la condición.

Confesemos sanidad
Si necesitamos sanidad, lo primero que debemos hacer es
buscar a Dios en oración. El nos dará dirección y se mos-
trará complacido cuando lo reconozcamos en todos nues-
tros caminos. Muchas veces escogerá sanarnos usando los
medios naturales, si esto es posible. Utilizaremos entonces
la medicina y a los doctores, porque estos son instrumen-
tos de Dios para guardar el anonimato de los milagros.
Todos los medicamentos se obtienen de la naturaleza; de
las plantas, de los minerales, etc., y se descubren haciendo
uso de la inteligencia que Dios le dio al hombre. ¿Acaso
Dios les dio propiedades curativas sin ningún propósito?
Él, en su misericordia y sabiendo que el hombre podría
pecar, quiso aliviar nuestro sufrimiento. No nos sintamos
culpables si tenemos que recurrir a ellas. Dios evidente-
mente lo había previsto. Jeremías 8.22lo demuestra: «¿No
hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué,
pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo?»
En los casos en que la medicina no ofrece solución o si
no tenemos acceso a ella, Dios se deleita obrando milagros.
Para ello, empiece a recordarle a Dios sus promesas, cum-
pla las condiciones y apodérese de la sanidad.
Un pasaje favorito de muchos es Isaías 53.4,5: «Cierta-
210 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

mente llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros


dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de
Dios y abatido. Mas Él herido fue por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados». Sin
embargo, esto no se aplica automáticamente a todas las
personas. Que Él llevó nuestras enfermedades es cierto,
pero esto obviamente se aplica solamente a los creyentes.
Existen muchas promesas con relación a la sanidad.
Una de ellas es «Honra a tu padre y a tu madre, que es el
primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien
y seas de larga vida sobre la tierra» (Efesios 6.2,3). Si algún
médico no nos da mucho tiempo de vida y hemos honrado
a nuestros padres, aquí hay una promesa que podemos
reclamar. De acuerdo a ella, si hemos honrado a nuestros
padres, llegaremos a ancianos.
En Santiago 5.14,15 encontramos otra promesa: «Está
alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de
la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre
del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor
lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán per-
donados». En estos versículos Dios promete que si pedi-
mos a los ancianos que vengan a orar por nosotros y
ungirnos con aceite, sanará al enfermo y perdonará sus
pecados. Esto, claro, se aplica a los creyentes enfermos,
pues habla de enfermos «entre vosotros».
Si conocemos los principios y nos apropiamos de las
promesas, podremos hacer una oración de fe. Empezamos
confesando la Palabra de Dios. Como hace Dios según
Romanos 4.17, llamamos las cosas que no son como si ya
fuesen. Cuando Dios le dice algo a alguien, lo transforma,
porque su Palabra es creativa. Él llamó varón esforzado y
valiente al temeroso Gedeón, y Gedeón se tornó en un
Confesemos la Palabra de Dios 211

varón esforzado y valiente. Igualmente, cuando citamos


la Palabra de Dios, las cosas empiezan a transformarse.
El diablo y sus secuaces tratarán de desanimarnos antes
de que el milagro se complete, porque la mayoría de las
veces los milagros toman un tiempo. Mientras transcurre,
somos tentados a desanimarnos y confesar derrota. Por
esto,lo mejor es comenzar a confesar la Palabra de sanidad
desde ahora y no esperar a est~r enfermos. Por ejemplo, si
vives una vida agradable a El, puedes recordar Exodo
15.26: «Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e
hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus
mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna
enfermedad de las que envié a los eQipcios te enviaré a ti;
porque yo soy Jehová tu sanador» (Exodo 16.26).
Si necesitas ser rejuvenecido porque sufres problemas
de la ancianidad, comienza por llenar tu boca con la Pala-
bra de Dios y simplemente recuerda el Salmo 103, que
encierra una frase aplicable a tu vida: «Si sacias de bien tu
boca te rejuvenecerás como el águila».
Cada día en tus oraciones puedes recitar el Salmo 91, y
recordar siempre la promesa de Dios de mantenerte sano.

Confesemos prosperidad
Así como confesamos sanidad diariamente, debemos con-
fesar prosperidad. Debemos decirle a Dios que esto es una
señal de su pacto, como dice Deuteronomio 8.18. No pien-
se que el no ser judío de raza nos excluye de la promesa.
Todos los creyentes somos descendientes de Abraham por
la fe (Gálatas 3.28).
Debemos confesar estos principios y aferrarnos a las
promesas:
Traed todos los diezmos al alfolí y[ ... ] reprenderé tam-
bién por vosotros al devorador, y no os destruirá el
212 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será


estéril, dice Jehová de los ejércitos (Malaquías 3.10,11).
Cumplamos con la condición de la promesa al traer los
diezmos al templo y diezmar a Dios. Es decir, entregar el
diez por ciento de nuestros ingresos a la iglesia local donde
asistimos y nos alimentamos, porque ese dinero no es
nuestro sino de Dios. Es más, Dios dice en Malaquías 3.8
que el que no diezma le roba y está maldito por causa de
esto. Por lo tanto, ningún creyente piense que Dios lo va a
sanar o a prosperar si se mantiene bajo esta maldición.
Además del diezmo, démosle de nuestra parte para que la
promesa de Dios nos alcance. Ofrendemos también a la
iglesia. Recordemos que el creyente no da porque tiene,
sino que tiene porque da. Por supuesto, debemos esforzar-
nos y ser muy valientes, porque Dios peleará nuestras
batallas con nuestras armas. Si la prosperidad se tarda, no
nos desanimemos, perseveremos. Dios actuará a su tiempo.

Confesemos santidad
La santidad es parte de la prosperidad. Porque si uno no
vive santamente, entonces pierde todas las promesas de
Dios. Claro, esto no es instantáneo, pero poco a poco, si
continuamos ofendiendo a Dios, iremos perdiendo el
gozo, la alegría, la paz, la comunión con Dios y la unción.
A la postre, nuestra salud será minada y acabará diluyen-
do nuestros recursos.
La santidad es la fuente de la alegría, del gozo, de la
juventud. Sin embargo, el hombre, teniendo aún en la
carne la vieja naturaleza, encontrará una lucha constante
entre su carne y su espíritu (Gálatas 5.17). Por eso es
necesario fortalecer nuestro ser interior con su Espíritu, y
debemos hacerlo confesando fe en lo que dice al respecto
la Palabra de Dios. Todo lo que Dios dice lleva poder
Confesemos la Palabra de Dios 213

creativo, y todo lo que la Biblia dice de un creyente debe-


rnos apropiárnoslo con fe para ser transformados a la
imagen que Dios quiere formar en nosotros. Él quiere que
de veras seamos linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido por Dios, para anunciar las virtu-
des de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admi-
rable (1 Pedro 2.9).
¿Es esa la imagen que tiene de usted mismo? Esto es
importante, porque cada uno vive realmente corno lo que
cree que es. Si cree que es débil, que no puede vivir
santamente, no podrá. Pero si cree lo que Dios dice de
usted, todo es diferente. En cuanto a Él ya somos lo que el
apóstol Pablo llama a la iglesia de Colosas: santos y fieles
hermanos en Cristo (Colosenses 1.1,2).
¿Se siente santo y fiel? Dios se lo dice por medio del
apóstol Pablo, y si Él lo dice, así es. Dios dijo: Sea la luz, y
la luz fue. Y ahora Dios dice: Eres santo y fiel. ¿Lo aceptará,
lo creerá, le pondrá fe a esa palabra? Siempre hemos creído
que la salvación es solo por fe, o al menos eso cree todo
verdadero creyente; pero sin embargo, algunas veces ol-
vidarnos que todo lo demás también lo alcanzarnos con la
fe.

Confesemos fe en la Palabra a favor


de nuestros familiares
Parte de nuestra prosperidad es ver felices a nuestros seres
amados: a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestros
cónyuges, a nuestros amigos, a nuestros hermanos en
Cristo. No podremos ser felices mientras los veamos infe-
lices, enfermos, con problemas. Por eso debernos confesar
por ellos la Palabra de Dios.
Podernos orar por la conversión de ellos basados en
Hechos 16.31: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo,
tú y tu casa. Y podernos pedir que prosperen basados en
214 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Salmo 37.25: «Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo


desamparado, ni su descendencia que mendigue pan».
Debemos orar también por los que han de ser pareja de
nuestros hijos. Debemos hacerlo aun cuando estos sean
niños todavía, para que al ser adultos se casen con la
persona indicada para felicidad de ambos.

La prosperidad total
Hay cinco dimensiones de la prosperidad. Debemos co-
menzar por la prosperidad espiritual, que es la que se
obtiene desde el punto de vista de las leyes espirituales al
ponerse uno en una posición de bendición al establecer la
1
paz con Dios mediante la obra redentora de Jesucristo.
Cuando hemos alcanzado esa posición, todas las maldi-
ciones con que la Ley de Dios condena a los pecadores -y
que estaban sobre nosotros enfermándonos, angustiándo-
nos y empobreciéndonos- quedan anuladas. Jesús se
llevó en el madero toda maldición y nos trajo definitiva-
mente la paz con Dios. Luego, estando libres de toda
maldición que opere en nuestra contra, podemos aspirar
a alcanzar la prosperidad total.
En segundo lugar, vimos que la enfermedad es una
forma de empobrecer nuestra vida y que por la llaga de
Jesús fuimos ya curados. Es decir, que Jesús sufrió toda
clase de padecimientos en la cruz del Calvario, para que
esa parte de las maldiciones también sea borrada.
En la tercera parte del libro se trató lo referente a la
sanidad del alma, haciendo notar que si uno vive en la
angustia o tiene padecimientos mentales, toda prosperi-
dad es una ilusión. Jesucristo padeció toda clase de angus-
tias para pagar el precio, y así redimir nuestras almas.

1 No existe otro camino. Como vimos en Hechos 4.12, no hay otro nombre en que
podamos ser salvos.
Confesemos la Palabra de Dios 215

Luego, entramos a la dimensión de la prosperidad


material propiamente dicha, y finalmente se tocó el tema
de la prosperidad creativa, que tiene que ver con la fe y
con el ir forjándonos un futuro aquí en la tierra mediante
la confesión de fe en lo que dice la Palabra de Dios.
Si la prosperidad se desarrolla en todos estos aspectos
de la vida, entonces sí diremos que la prosperidad es total
y verdadera, y que sin duda proviene de Dios.

Más de lo que pedimos


Creo que la base de toda la prosperidad es la comunión
con Dios, vivir bajo la dirección del Espíritu Santo. Cuanto
más íntima sea nuestra amistad con el Señor, más nos
sorprenderá Él con cosas nuevas que ni siquiera se nos ·
habría ocurrido pedirle.
El Espíritu de Dios no nos dejará estar ociosos, sino que
nos alentará a esforzarnos. Y creo que en esta forma, todo
lo que el creyente se proponga y Dios lo apruebe, podrá
lograrlo. ¿Cómo podremos saber si Dios aprueba algo?
Bueno, si no está en pugna con su Palabra, si no está en
contra de sus propósitos eternos y si es para nuestro bien,
Dios lo aprobará.
Fue en circunstancias así, cuando yo me estaba esfor-
zando para hacer un buen trabajo, que me llegó una invi-
tación para ir a Europa. La gente de la IBM de Londres,
especializada en soporte para desarrollo de sistemas para
líneas aéreas, me invitaba a dar una conferencia sobre
desarrollo de sistemas para el mantenimiento de aviones.
Pensándolo humanamente, era increíble que me invitaran
a mí como conferencista a una reunión a la que asistirían
representantes europeos, japoneses, norteamericanos y de
otros países más desarrollados que el nuestro. Esto es
verdad, teniendo en cuenta que se trataba de desarrollo de
sistemas y de un tema tan especializado como manteni-
216 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

miento de aviones. En realidad casi me parecía que un


latinoamericano no tenía nada que hacer allí, excepto ir a
aprender.
Era evidente que nuestro buen Dios había estado ha-
ciendo de las suyas. Gracias a su inspiración, en nuestra
compañía habíamos logrado un nivel de desarrollo de
sistemas que llamaba la atención internacionalmente. Al
comienzo sentí cierto temor, pero Dios a través de su
Palabra me fue dando confianza. Así que lo primero que
hice fue confesar la seguridad que tenía de que Dios estaba
a mi favor.
El dar una conferencia que sería traducida simultánea-
mente al inglés, francés y alemán me preocupaba. Tengo
la costumbre de hablar muy rápido y temía que no fueran
a entenderme los traductores. Sin querer comparé lo de la
conferencia con la historia de David y Goliat. Aquí estaba
el pequeño David en cuanto a país, en cuanto a compañía,
en cuanto a recursos. ¿Qué les diría a los Goliat de las
líneas aéreas? Quizás diría como David: ¿Quiénes son
estos filisteos incircuncisos frente a un hijo del Dios vivien-
te?
Después de meditar en este pasaje, que está en 1 Samuel
17.26, perdí todo temor y comencé a confesar: «Señor, soy
parte de tu pueblo. No soy de un país subdesarrollado.
Soy un miembro de la nación más poderosa del universo:
tu reino, Señor. Si estás conmigo, ¿quién contra mí? Y
quiénes son todos esos especialistas incircuncisos para
que puedan burlarse de mí en la conferencia».
Así que, lleno de renovada confianza, me preparé para
el viaje, y por supuesto aproveché para llevar a mi esposa.
Así que Alicia y yo orábamos por el buen éxito. La línea
aérea que nos transportaría hasta Bruselas me dio un
pasaje totalmente gratis para mí y pagamos solo el diez
por ciento del valor del pasaje de Alicia.
Confesemos la Palabra de Dios 217

La conferencia fue todo un éxito. Cuando me paré


delante de los aproximadamente doscientos delegados,
Dios me había dado tanta confianza que me sentía como
un adulto enseñando en la Escuela Dominical. Ellos y yo
nos asombrábamos de que en esos años, gracias a la direc-
ción de Dios, en el Perú hubiéramos desarrollado un asom-
broso esquema de diseño, al cual ellos recién estaban
entrando.
Después de la conferencia, los de la IBM no sabían cómo
agradecer mi participación y me llenaron de atenciones.
Nos regalaron lapiceros de oro, pagaron anticipadamente
el hotel por todos los días que nos quedaríamos en Bruse-
las, y por más que discutí con ellos diciéndoles que no
había tenido gastos, ellos insistieron en cubrir mi cuenta y
me dieron suficiente dinero como para poder hacer reali-
dad nuestro deseo de ir a París. Alicia y yo le agradecimos
a Dios por este regalo, y viajamos a París. En fe, habíamos
sacado las visas correspondientes. Íbamos como hijos del
Rey.
Recordé lo que me sucedió en Venezuela la vez que
viajé sin visa por un error. Y cómo, confesando que era
ciudadano del reino de los cielos, me habían dejado entrar,
habían cubierto mis gastos y había regresado al Perú
viajando gratis y en primera clase. Así que confesábamos
nuevamente que éramos ciudadanos del reino de los cielos
y miembros de la familia de Dios. Disfrutamos mucho
nuestra estancia en París y lo que sucedió fue fantástico.
Un amigo en Lima, que era cliente mío, cuando supo
de la invitación a Europa me pidió que fuera a visitar a su
cuñada. Me contó que había perdido a un hijo de quince
años. Debido a un desengaño amoroso, se había suicidado,
ahorcándose. Ella era peruana casada con un alemán, y me
dijo que ambos estarían felices de recibirnos en su casa en
la ciudad de Uhlm. Acepté su pedido y él en agradeci-
218 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

miento, y por la amistad que teníamos a través de nuestra


relación de trabajo, nos recomendó a un francés amigo
suyo para que nos atendiera cuando fuéramos a París.
Al llegar a París hicimos contacto con este amigo suyo
dueño de una agencia de viajes. Él y su esposa nos invita-
ron a almorzar a un restaurante muy elegante y allí nos
pidieron que les permitiésemos guiarnos en una excursión
sorpresa.
Los dos hijos del Rey, es decir Alicia y yo, fuimos de lo
más intrigados a su oficina el día señalado. N os llevó nada
menos que a un helipuerto y nos paseó en helicóptero por
todo París. ¡No lo podíamos creer! Volamos junto a la
Torre Eiffel y luego pasamos entre los grandes edificios
modernos del centro, para finalmente llegar por los aires
hasta el bellísimo Palacio de Versalles.
¿Qué habíamos hecho Alicia y yo para ser tratados así?
Solo amar a Dios con todo nuestro corazón y vivir confe-
sando una y otra vez que somos hijos de Dios, ciudadanos
del reino de los cielos.

Sanemos a un corazón herido


Pasaron los días, y finalmente fuimos a Alemania, llegan-
do a la ciudad de Uhlm por tren. Realmente cuando uno
se convierte al Señor, le entrega su vida a Jesús y el Espíritu
Santo entra en el corazón, recién entonces uno tiene ojos
para apreciar la belleza de la creación. Conforme el tren
subía los Alpes, nos maravillábamos de la geografía y de
las edificaciones. Las casas parecían de cuentos de hadas,
como esas casitas de reloj cucú pero enclavadas en cerros
cubiertos de pinos.
Al llegar a Uhlm, fuimos recibidos por la cuñada de mi
amigo. Ella y su esposo fueron unos de los anfitriones más
gentiles que hayamos conocido. Nos llevaron a todas par-
tes, incluso a Austria.
Confesemos la Palabra de Dios 219

Al llegar a Austria notamos que en la frontera había tan


solo una tranquera, que para sorpresa nuestra estaba
abierta, y una oficina construida en madera con techo a
dos aguas, del mismo estilo que habíamos estado admi-
rando. Curiosamente la oficina estaba vacía. No lo podía-
mos creer. Alicia y yo, como dos niños, les pedimos que
detuvieran el auto frente a la casa. Entonces los dos diver-
tidos pasábamos de un lado al otro de la frontera. Lo
hicimos más de diez veces. El matrimonio sorprendido no
sabía lo que ocurría. Por fin nos preguntaron para qué lo
hacíamos. Y les dijimos: Ahora podemos confesar sin men-
tir que hemos entrado más de diez veces a Alemania y a
Austria. ¡Y además sin presentar el pasaporte!
Un día la señora nos pidió que la acompañáramos al
cementerio que quedaba cerca de la casa. Llevó un ramo
de flores porque iba a visitar la tumba de su hijo. Nosotros
silenciosos la seguimos y vimos que vertía unas lágrimas
recordándolo. Volvimos a casa sin decir una sola palabra.
Finalmente ella rompió el silencio y nos comenzó a
contar la historia de su hijo. Se sentía muy triste y culpable
porque pensaba que lo había educado mal, porque de
haberlo hecho bien, él no se habría matado. También se
sentía culpable porque había percibido una angustia en su
interior que no alcanzaba a explicar y le había pedido a su
esposo que volvieran rápidamente a casa. Al llegar encon-
traron a su hijo colgando de una viga. Aún estaba con vida,
así que lo llevaron al hospital, y ella le rogaba a Dios que
no se lo llevara. Pensó que había tenido ese presentimiento
para evitar que su hijo muriese. Rezaba a la virgen y a los
santos, pero al final murió. Así que había un resentimiento
contra Dios en su corazón, ya que no había escuchado sus
ruegos.
Al fin comprendí por qué Dios nos había llevado a
Europa. La conferencia era un pretexto, el viaje a París y a
220 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Bruselas un premio por amarlo y la consecuencié;} de con-


fesar la Palabra con fe. Pero el verdadero motivo era el
corazón de esa madre, que estaba ofendida equivocada-
mente con el Señor.
-¿Por qué dejó Dios que mi hijo muriese? -nos pre-
guntaba.
En mi espíritu oré a Dios pidiéndole sabiduría.
-¿Sabes lo que hacía Dios cuando tú llorabas porque
tu hijo se moría? -le dije.
-¿Qué? -me preguntó ella, esperando recibir una
respuesta que acabara con su angustia.
-Lloraba contigo -le respondí.
Entonces las lágrimas comenzaron a correr por sus
mejillas.
-¿Cómo dices que lloraba conmigo? ¿Acaso no pudo
hacer algo para salvarlo?
-Crees que si hubiera podido salvarlo, ¿no lo habría
hecho? -le dije-. Él hizo lo que pudo. Te avisó, pero no
pudiste llegar a tiempo. Él se angustió contigo y lloró
contigo también.
-¿Cómo no pudo salvarlo? -me preguntó intrigada.
-Eso no lo sé, pero lo que sí sé es que Dios es luz y no
hay tinieblas en Él. Dios no tiene malas intenciones para
con nosotros, y aunque hubieras pecado mucho, jamás
tomaría la vida de tu hijo en pago por eso. Una cosa sí te
digo: Dios te ama muchísimo, y si alguna vez lo has
dudado, piensa que el amor de Dios se mostró para con
nosotros en el hecho de que dio a su Hijo por ti para que
muriera en una cruz en tu lugar.
Cuando le leí Juan 3.16, comenzó a llorar. Fueron años
de sufrimiento que se descargaron en ese momento. Le
pidió perdón a Dios por sus sentimientos, y le entregó su
vida a Jesucristo. Con esa sencilla confesión, esa alma fue
sanada porque la Palabra de Dios operó en ella un milagro.
· Confesemos la Palabra de Dios 221

Y nosotros pudimos volver a Lima con el sentimiento de


que nuestro viaje no fue solo diversión, sino que Dios
había tenido un plan maravilloso.

Prosperados para servirlo


Dios hace las cosas más abundantemente de lo que poda-
mos pensar o entender. Muchas veces parece que le esta-
mos ganando a Dios en lo que se trata de dar. Pagamos
diezmos y ofrendamos, y diera la impresión de que Dios
no está cumpliendo su parte. Pero un día descubrimos que
Dios nos da a manos llenas, y lo que es más, aún nos paga
en especies.
Cuando nos llamó al ministerio, y cuando llegó el día
en que teníamos que dejarlo todo, solo tuvimos que medi-
tar y decir: Dios nos sacó de la pobreza y nos bendijo. Nos
salvo, nos limpió, nos sanó. Luego nos prosperó y nos
enseñó a confesar su Palabra y podemos dar testimonio de
que jamás nos abandonó. Si Dios hizo esto por nosotros
cuando aún estábamos trabajando secularmente, ¿no po-
drá acaso hacerlo otra vez, y mejor aún, ahora que traba-
jaremos para Él? Por supuesto que sí.
Alicia y yo decidimos dejar todo atrás: fama, éxito
profesional, viajes, autos. En esa época nuestras hijas ma-
yores ya estaban grandes. La última satisfacción que les
habíamos dado fue que nos acompañaran a nuestro viaje
de ordenación a Florida en los Estados Unidos, donde el
pastor Benny Hinn nos impuso las manos y nos ordenó.
En esa oportunidad las habíamos llevado a Disney World
y otras atracciones. Pero después, al tener que tomar esta
decisión de dedicarnos por entero a la obra y dejar mi
empresa, les preguntamos qué opinaban ellas. Con una
sonrisa rápidamente dijeron:
-Estamos felices, aunque de ahora en adelante tenga-
mos que cuidar más la ropa.
222 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

Así estábamos, como diría el apóstol Pablo en Filipen-


ses 4.12, preparados para tener abundancia o para padecer
necesidad. Nosotros ya habíamos pasado por todo y si
volvíamos a sufrir escasez, no le temíamos. Habíamos
aprendido en la práctica que mejor que decirle a Dios cuán
grandes son nuestros problemas es decirle a nuestros
problemas cuán grande es nuestro Dios.
Cuando nuestra iglesia tenía alrededor de unos seis-
cientos miembros, dejé mi trabajo secular. Dios había obra-
do en mi corazón y ya podía dejar lo que había sido para
mí una pasión imposible de abandonar: el desarrollo de
sistemas. Así que las condiciones se dieron para que efec-
tuase el gran salto. La iglesia no podía pagarnos nada
iodavía, pero dimos el paso de fe.
Ya han pasado los años y podemos decir, tanto nuestras
hijas como Alicia y yo, que Dios suplió nuestras necesida-
des conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.
Una vez mi esposa fue al supermercado con un sobre
de una ofrenda que un hermano había dejado para noso-
tros y puso en el carrito de las compras todo lo que
necesitábamos sin siquiera haber abierto el sobre. Al llegar
a la caja y abrir la ofrenda, encontró que le alcanzaba el
dinero para pagar la cuenta y sobraba un sencillo para
darle una propina al hombre que había cuidado el auto.
Dios bendiga siempre a los hermanos que nos apoyaron
en esta época difícil.
Hoy podemos dar testimonio de que Dios jamás nos ha
fallado. Algunas veces nosotros le hemos fallado a Él, pero
Él siempre fue fiel. La iglesia que pastoreamos comenzó a
emitir su programa de televisión a los seis años de funda-
da, cuando tenía una asistencia de aproximadamente dos
mil personas. Dos años más tarde había alcanzado una
asistencia de cinco mil personas y la tendencia actual es
duplicarnos cada año. Hoy podemos decir que después de
Confesemos la Palabra de Dios 223

años de creyentes, Dios nos ha librado de todo complejo,


trauma y temor. Somos libres: libres para hacer lo que Dios
quiere.

Reflexión final
Quiero terminar este libro recordándole que la prosperi-
dad es relativa. Depende no solamente de las armas que
le da a Dios, sino también del ambiente donde se desen-
vuelve, ~ de lo que usted entiende como prosperidad. ero
también tiene que ver con la calidad de vida. Por ejemplo,
cuando yo vi~ m - r~~-!ñ m~más dinero
que alhora; pe~BI.fo tler qü~iiH6~ ar~lü~ó más e la
vida. · ·
del m

de
-ae=-fO<ies,~ -i'".a .............;;_~ de
ser ins vac1on bendición ar s. ¿Y la
jubilación? La más rentable: cubierta por un fondo de
pensiones incalculable, una jubilación eterna en la nueva
Jerusalén Celestial. Y por si esto fuera poco, la provisión
inagotable en esta vida terrenal de toda clase de bienes,
para que se cumpla la promesa de Dios que está en Fili-
penses 4.19 de que Él suplirá todas nuestras necesidades
conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.
¿Quisiera trabajar en esta empresa? Bueno, no son mu-
chos los puestos de trabajo a tiempo completo y remune-
rados que tiene para ofrecer. Pero puede trabajar en ella
como voluntario en tu tiempo libre. ¿Cuál será su recom-
224 LAS CINCO DIMENSIONES DE LA PROSPERIDAD

pensa? Pues la misma que la del pastor. Pero será amigo


del jefe: Jesucristo.
Todo creyente debe trabajar en dos empresas por lo
menos: en su trabajo secular y en los negocios de su Padre
Celestial. Si hace esto, cumplirá con la condición que hay
para que todas sus necesidades sean cubiertas aquí en la
tierra: El buscar primeramente el reino de Dios y su justi-
cia.
Espero que lo tratado en este libro haya tocado su vida
y le haya hecho comprender más profundamente todas las
bendiciones que Jesucristo logró en la cruz para nosotros.
Y quisiera terminar este libro con una oración por usted.
Por usted que busca una respuesta o trata de entender
mejor cómo es que Dios obra para prosperar al creyente.
Pero quiero que mi oración sea la Palabra de Dios. Se trata
de ese hermoso versículo bíblico que citamos al inicio del
libro y que expresa el deseo de Dios para usted: «Amado,
yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que
tengas salud, así como prospera tu alma» (3 Juan 3.2).

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