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Beatus ille

o el arte de mentir en política


Alejandro Mardones de la Fuente

resumen
Es un erro pensar que la política necesita de la verdad para cumplir su objetivo. Si no
fuera por la mentira, una única idea regiría nuestra sociedad, esa verdad inmutable, y no
progresaríamos como sociedad, no existirían conflictos que fomentasen ese avance, o al
menos, no podrían verse resueltos. A través de obras maestras pictóricas y esculturas
entenderemos ese otro arte en decadencia, el de la mentira. Su función indispensable en
política, sus objetivos, sus beneficios y la idea fundamental de este ensayo: no puede
existir la política sin la mentira.
«Beatus ille qui procul negotiis,

ut prisca gens mortalium

paterna rura bobus exercet suis,

solutus omni fenore,

neque excitatur classico meles truci

neque horret iratum mare,

forumque vitat et superba civium

potentiorum limina.»

Horacio, Epodo II

Nadie me discutirá que Horacio es uno de los mejores artistas del Mundo Antiguo,
algunos más doctos me lo elevarán, y clamarán al público que se trata del mayor de todos
los tiempos, con mucha más relevancia ahora que entonces. Demasiados, en cambio,
intentarán silenciarme cuando diga que también es uno de los mayores mentirosos del
Mundo Antiguo, y yo que soy muy docto en el arte de la mentira, lo elevo al mayor de
todos los tiempos. El segundo epodo, ese dichoso aquel, lo encontramos entrecomillado,
desde la primera palabra hasta la última. Y es que solo al final, cuando ya todo lector se
ha ido corriendo al campo a vivir su idílica fantasía austera y sencilla, confiesa el poeta
que no son más que pensamientos de un usurero, que ni la menor intención tiene de irse
a vivir al campo. Decirles a los irascibles que no se preocupen, que engañó e influenció a
todos (resaltar el caso de Fray Luis de León y su primera Oda). Calmarlos también quiero
diciéndoles que en absoluto este tema degrada la obra de Horacio; ni su figura ni su
adoración deberían cambiar. Tan solo eleva el arte de la mentira.

De la misma forma que la mentira y la poesía no dejan de tener relaciones mutuas 1,


tampoco la mentira y la política, y de ninguna manera separamos a ésta última del arte.
Como introducción a estas relaciones románticas y tan dramáticas, mencionemos una de
las obras pictóricas políticas por antonomasia: La Liberté guidant le peuple2. Entre sus

1
Wilde O. Ensayos. Artículos. (1986), Editorial HYSPAMERICA, pág. 106
2
Delacroix, E La libertad guiando al pueblo (1830) [Óleo sobre lienzo], Museo del Louvre, París
límites dorados podemos apreciar al mayor de nuestros derechos individuales ilustrados,
a La Madonna del siglo XIX, a la Libertad personificada, alentando al pueblo, en el fragor
de la batalla, rodeada de cadáveres. Frente a todas las adversidades, el ritmo del cuadro
es hacia adelante, al igual que el movimiento revolucionario. Tras contemplarlo y atender
a cada uno de los detalles, a uno le llena un espíritu de grandeza, de conquista, de
liberación. Por fin el pueblo toma lo que es suyo y hace de los tiranos el suelo sobre el
que escupir, acompañados siempre de sus tres colores, de sus tres gritos. Delacroix
representa sobre el lienzo las jornadas de julio de 1830, las luchas encarnizadas contra el
absolutismo de Carlos X. Aún más se ensancha nuestro corazón, y más orgullo inunda
nuestros ojos, llegando incluso a derramar una tímida lágrima. Finalmente, el usurero
Alfio aparece una vez más en escena. Estas revoluciones colocarían en el poder a Luis
Felipe de Orleans, quien erigiría una monarquía sobre la burguesía, apartando del todo al
pueblo. En 1848 tendría lugar otra revolución, y si nos alejamos un poco del cuadro y
contemplamos la verdadera imagen global, podemos suspirar, apenados, para el cuello de
nuestra camisa, que en verdad la Revolución Francesa fue un sueño, un paso de
absolutismo A a absolutismo B, nada más que una mentira. Pero una vez más, ¿esto
demoniza a Delacroix o ensalza la mentira? La Liberté guidant le peuple es una de las
mejores obras del romanticismo, si no la mejor, y a las sensaciones me remito. Esos gritos
de revolución retumban en tu corazón, y la piel se te eriza. Sobre la mentira, a la mayoría
del público del Louvre les hace distanciarse de ese destino fatídico de la verdadera
Revolución Francesa, les hace soñar nada más que con guillotinas y banderas tricolores.
Y es que quienes no amen la belleza más que la verdad, nunca conocerán el más íntimo
sagrario del Arte.3

Valles era un tipo aburrido -entiéndase racional, de lo más aburrido- y no quiso otorgarle
el grado de actor político al Arte. Ni lo respeto ni lo comparto, pero lo que no paso por
alto es que no se le atribuya al Arte el mayor de los protagonismos respecto a la acción
política. Y toda esta confusión viene por entender la política de dos formas diferentes:
desde una perspectiva delimitada, racional, estéril, de la verdad; y desde una perspectiva
pasional, artística, cínica, de la mentira. La política y la veracidad nunca fueron de la
mano, nunca se necesitaron la una a la otra, las páginas de sus diarios están llenas de
vejaciones entre ellas. La política, esa actividad dirigida a resolver los conflictos entre los
ciudadanos, entre los hombres, encuentra sus cimientos en las pasiones y los intereses de

3
Wilde, O. La decadencia de la mentira y otros ensayos (2018). Editorial TAURUS.
éstos, que son diferentes y mutables4. Una vez establecido este principio, debemos
olvidarnos de cualquier tipo de verdad. Las únicas proposiciones certeras se encuentran
articuladas por encima del hombre, y de tal forma, tan solo pueden actuar por encima de
éste. Lessing diría: deja que cada hombre diga lo que cree que es verdad y deja que la
verdad misma quede encomendada a Dios5 En sus palabras continuaré escribiendo, y doy
gracias a Dios por no conocer la verdad. No nos interesa, resulta terriblemente aburrida.

Un simple axioma matemático: uno más uno es igual a dos. Referente al hombre, y si se
refiere al hombre se refiere a sus pasiones, es una proposición estéril, déspota6, sin opción
a réplica. Sin embargo, todos nuestros corazones se encienden cuando escuchamos al
matemático, pícaro como el Lazarillo, decir que en verdad uno más uno no es igual a dos.
He aquí la base de la política: el debate, la discusión, el choque entre opiniones. Esto es
lo que nos mueve, y lo que nos permite estar atentos al vuelo de una tiza sobre una pared
verde durante horas, el mero hecho de contradecir.

Sócrates dibujaría un silencioso dialogo con uno mismo, una voz interna que más valdría
mantener en armonía, pero que no siempre podría alcanzarse. Vivimos en constante
contradicción, y la política no es menos. Dentro de esta caleidoscópica esfera entran en
contradicción constantemente cientos de movimientos sociales e ideologías. Pero
permítanme apuntar un pequeño detalle, y es que la política no es fiel a nadie, ni a su
realidad, de la misma forma que el Arte no es fiel de ninguna de las maneras a la
Naturaleza. Aquí reside su encanto, y es que lo deforman todo para presentar la mejor
forma de sí mismos, siempre mediante la mentira.

Hagamos de la religión nuestro ejemplo político para exponer esta última idea. Es en la
religión el lugar en el que mejor podemos ver convivir al Arte y a la mentira (llegados a
este punto, ¿podemos acaso diferenciar entre ambas?) No estoy descubriendo América
cuando escribo que la religión es uno de los elementos políticos de mayor peso, por más
que los creyentes acérrimos quieran llevárselo a la esfera de la fe únicamente o los ateos
más radicales quieran despojarla de toda importancia (no sé quién me resulta más
odiable). La Pietá7 es una contradicción enigmática; una pieza de robusto y firme mármol
que encierra entre sus imposibles pliegues una dulce y frágil imagen de amor y cariño.

4
Arendt, H. Verdad y mentira en la política (2017) Editorial PÁGINA INDÓMITA, pág. 24
5
Arendt, H. Verdad y mentira en la política (2017) Editorial PÁGINA INDÓMITA, pág. 24
6
Arendt, H. Verdad y mentira en la política (2017) Editorial PÁGINA INDÓMITA, pág. 27
7
Buonarroti, M. Piedad del Vaticano (1498-1499) [Mármol], Ciudad del Vaticano
Sin embargo, a 280 kilómetros de ahí, encontramos una angustia diametralmente opuesta
a la anterior obra. Tanta y tanta amargura, que el propio Miguel Ángel acabaría por
destruirla, parado por su criado después de dañar la escultura para el resto de los siglos.
Sin embargo, ambas piezas están constituidas por un elemento común: el mármol. La
Crucifixión8 de Alonso Cano nada tiene que ver con el Cristo de San Juan de la Cruz9.
Por favor, que no caiga mi discurso en el del ateo radical al hablar de mentira y religión.
Las obras citadas anteriormente son puro Arte, y como no podía ser de otra manera, se
hacen dueñas de la realidad y la moldean a su gusto personal. Entiéndanse como
opiniones, como debates entre artistas, como choque de estilos, de ideologías, como
actores y actrices del escenario político. Cada uno representa su papel, y así representan
el núcleo de la política: el debate, el inconformismo, las pasiones.

Como expone Hannah Arendt en su ensayo Verdad y Política10, el enunciado «Alemania


invadió Bélgica en 1914» no es, de ninguna manera, una proposición política. Tan solo
es un hecho histórico, una verdad que sobrevuela nuestras cabezas, que de ninguna
manera nos interpela, no se relaciona con nuestras pasiones, con nuestros intereses. Sin
embargo, «Bélgica invadió Alemania en 1914» es una declaración política en toda regla.
Busca reescribir la historia, enfrentar bandos, contradecir, mentir. Este pequeño ejemplo
nos trae una interesante idea: tal vez mantener una posición en pos de la certeza, exponer
un axioma matemático, el compromiso con la verdad, sea una actitud radicalmente
antipolítica.

Es difícil imaginar el supuesto en el que sobreviva el defensor de la verdad una vez


arrojado a las feroces fauces del público, y más si se trata del público moderno, tan ávido
de demagogias que les calienten el alma. Pero si a pesar de todo sobrevive, aquí es donde
encontramos lo más interesante del dilema. Mientras el personaje veraz siga escupiendo
verdades (ya sean de razón o de hecho) jamás llegará a ser un actor político, jamás llegará
a ejercer ningún tipo de acción política. Mientras tanto, el embustero es un hombre de
acción, y lo será siempre. Es el mentiroso el mayor detonante de actividad política, tiene
la ventaja de siempre estar ahí, de estar rodeado de debate, de persuasiones, de emociones.
Dice lo que no es porque quiere que las cosas sean distintas de lo que son, es decir, quiere
cambiar el mundo11. En cambio, el hombre íntegro mantendrá las cosas como están,

8
Alonso, C. La Crucifixión (1635-1665) [Óleo sobre lienzo], Museo del Prado, Madrid
9
Dalí, S. Cristo de San Juan de la Cruz (1951) [Óleo sobre lienzo], Museo Kelvingrove, Glasgow
10
Arendt, H. Verdad y mentira en la política (2017) Editorial PÁGINA INDÓMITA
11
Arendt, H. Verdad y mentira en la política (2017) Editorial PÁGINA INDÓMITA, pág. 37
seguirá venerando una verdad muy alejada de él, de su comunidad, un enunciado que
jamás acabará por afectarle de forma directa. Si quiere mantenerse con vida en la arena
política, tendrá que empezar a moverse, y comenzará a persuadir a los adversarios de que
su verdad es mejor que cualquier otra verdad que puedan haber escuchado. «La suma de
los ángulos de un triángulo es igual a dos rectos», «la tierra se mueve alrededor del sol»,
«es mejor sufrir un daño que hacerlo», «Alemania invadió Bélgica en 1914» …todos estos
juicios comenzarán a desteñirse, e irán perdiendo su veracidad, su imparcialidad, su
integridad, su independencia, tan solo por como funciona el juego político, por como
funciona la persuasión. Y cuando menos se lo espere, el hombre veraz tendrá a otras tres
personas gritando desde una tercera fila que es mejor hacer daño que sufrirlo, que el sol
gira alrededor de la Tierra, o que Bélgica invadió Alemania en 1914. Ahí, y solo ahí,
habrá nacido la política, de la mano de la mentira.

Para atar cabos sueltos y concluir el presente ensayo, permítanme ilustrarles con la mayor
obra política del siglo XX, hija de la Mentira: el fascismo. En la Piazza del Duomo, el 23
de marzo de 1919, se reunirían quince veteranos de guerra, que acabarían dando forma a
los Fasci italiani di combattimento, el núcleo del Partido Nacional Fascista de Mussolini.
Al fascismo no se le puede categorizar de ideología en ningún momento. No hay una
estructura formal, no se apoya en sistemas filosóficos, no hay directrices, no hay grandes
pensadores. Mussolini definiría el fascismo como él mismo, decía que lo que necesitaba
un pueblo moderno era la voluntad y el caudillaje de un Duce12, no una doctrina. “El puño
es la síntesis de nuestra teoría, gritaría un militante fascista en 192013. Y es que el
fascismo, como todo producto de la política en mayor o menor medida, se alejaba
completamente de la veracidad, y apoyaba todo su ser sobre el odio, las pasiones del
ciudadano y la unión mística del caudillo con el destino histórico de su pueblo14. Nacía el
fascismo como una alternativa a esa demoníaca modernidad de la ciudad y del Gran
Capital, proponiendo ese beatus ille de Horacio más allá, en el campo, alejados de la
maquinaría diabólica. Todo ello para que al final, como en la obra original, apareciese el
usurero Alfio y acaben los líderes fascistas por abandonarlos a todos, armarse con ese
Gran Capital como mano derecha, y seguir mintiendo. Tan solo cumplieron una promesa,
sus cruzadas de raza y de ideologías, la lucha encarnizada contra socialistas y judíos,
discursos incendiarios que encuentran su seno en la Mentira más visceral. Una verdadera

12
Paxton, R. Anatomía del fascismo (2004), Editorial Península, pág. 26
13
Paxton, R. Anatomía del fascismo (2004), Editorial Península, pág. 26
14
Paxton, R. Anatomía del fascismo (2004), Editorial Península, pág. 26
obra de la ingeniería, podría decirse incluso arquitectónica, que hizo de la Europa del
siglo XX el mayor campo político. Y todo esto se debe a esas mentiras, a esa actividad
política del embustero, que de haber sido un hombre íntegro, jamás habría cambiado nada.
De sus mentiras fascistas nacieron reproches, debates, cientos de discursos a cada cual
más incendiario, generaron la mayor actividad política de la historia.

Del arte de mentir nace el arte de la política. Si nadie se corrompe, adopta una actitud
cínica, pasional, pícara, todo permanecería quieto, llano, en su sitio, sin movimiento. «La
guerra es el padre de todas las cosas», avanzamos mediante el conflicto, mediante el
cambio, y para detonar ese progreso, hace falta que alguien mienta. Y no hay que llorar
como aquel filósofo, hay que loar la mentira, como aquellos sofistas del Mundo Antiguo,
ser detallista, pulirla, mimarla, como hizo Delacroix. Hacer de la política el mejor de los
beatus ille, la mejor de las mentiras. Pues es lo que nos gobierna, lo que coordina los
conflictos entre los hombres; mentira y política, ya no podemos distinguir.

Dijera el artista que el mundo se entristeció simplemente porque una marioneta estuvo
melancólica un día15. La política, asimismo, nació simplemente porque un hombre mintió
con picaresca otro.

15
Wilde, O. La decadencia de la mentira y otros ensayos (2018). Editorial TAURUS.
bibliografía

− Horacio, Odas. Cantos secular. Epodos (2007), Editorial Gredos.


− Wilde O. Ensayos. Artículos. (1986), Editorial HYSPAMERICA,
− Delacroix, E La libertad guiando al pueblo (1830) [Óleo sobre lienzo], Museo del
Louvre, París
− Wilde, O. La decadencia de la mentira y otros ensayos (2018). Editorial TAURUS.
− Arendt, H. Verdad y mentira en la política (2017) Editorial PÁGINA INDÓMITA
− Buonarroti, M. Piedad del Vaticano (1498-1499) [Mármol], Ciudad del Vaticano
− Alonso, C. La Crucifixión (1635-1665) [Óleo sobre lienzo], Museo del Prado, Madrid
− Dalí, S. Cristo de San Juan de la Cruz (1951) [Óleo sobre lienzo], Museo
Kelvingrove, Glasgow
− Paxton, R. Anatomía del fascismo (2004), Editorial Península,

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