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Payá Bosch, Arias, Bonfanti, Ottolenghi

Trabajo práctico Filosofía del Lenguaje


La cuestión metafísica y el lenguaje

Leer F. LEOCATA, Persona, lenguaje, realidad, Buenos Aires, EDUCA, 2003, cap. X,
365-411.

1. ¿Con qué argumentos refuta F. Leocata la postura antimetafísica de la filosofía del


lenguaje del Círculo de Viena y de su extensión al mundo anglosajón?
Primer argumento: el habla está unido al pensamiento y no hay pensamiento sin la pregunta
por lo fundamental. Lo propio del lenguaje no es constreñir en sí mismo sino abrir el
horizonte hacia el ser que trasciende el lenguaje. Creer que la metafísica es transgresión de
gramática, daña la naturaleza misma del lenguaje: “Si el pensar humano está tan íntimamente
unido al hablar, y si no hay pensar completo sin las preguntas por las dimensiones fundantes
de lo real, inhibir estas preguntas en nombre de una pretendida transgresión de una gramática,
constriñe la misma naturaleza del lenguaje. Las reglas, en efecto no son algo extrínseco
preexistente al sentido mismo puesto en acto por el habla, sino algo recreado y confirmado a
la vez por la apertura de horizonte que el lenguaje permita entrever” (p. 409).

Segundo argumento: el rechazo por la apertura a lo metafísico y la reducción a lo analítico es


arbitrario. En palabras de Leocata, esto es “una nueva sofística”. Bajo el pretexto de tomar la
metafísica como “violencia”, la postura anti metafísica restringe el ámbito del lenguaje
arbitrariamente y lo engloba en la totalidad analítica, propio del neopositivismo. La
racionalidad de la metafísica no es mitológica, sino que va de acuerdo a la apertura del
intelecto a lo fundante. Por esta razón, Leocata se pregunta porqué esa reducción de lo
racional a lo analítico: “¿por qué limitar esa correlación a lo analítico, y no reconocer en el
pensamiento y en el lenguaje un sentido, una aspiración hacia la síntesis, un anhelo sinóptico?
¿conjunto del discurso pensante, una anulación de lo concreto, de lo singular, de lo particular,
del pluralismo de las ideas en las cosas o en la organización de la vida? ¿implica cualquier
tipo de certeza una “violencia”? Restringir el lenguaje, es una nueva sofística” (p. 411-412).

Tercer argumento: toda postura anti metafísica tiene de fondo una postura metafísica. Es
decir, en toda filosofía del lenguaje hay una filosofía del ser y en su postura anti metafísica,
aunque se niegue dicha opción, realmente se ejerce. Por ejemplo, en las búsquedas de
paralelismo entre lo lógico y lo real (como fue en el neopositivismo clásico) no deja de
entreverse una postura metafísica. “Estamos convencidos de que detrás de muchas de las
filosofías del lenguaje del siglo XX que se proclaman antimetafísicas se esconde una cierta
necesidad (algo disimulada, pero presente) de restos de una filosofía de la vida o del espíritu
despojada de su sentido de unidad, o bien residuos del paralelismo entre lo lógico y lo real,
que Putnam denomina “realismo metafísico”” (p. 410).

Cuarto argumento: desde el lenguaje científico no puede juzgarse un tema metafísico. Por lo
tanto, toda postura metafísica que brote desde un ámbito científico anti metafísico, es
convencional. “La tesis que rechaza el tema metafísico o los “problemas metafísicos” como
algo carente de sentido, por el hecho de no adecuarse a los criterios y a los moldes que
posibilitan el lenguaje científico o porque apuntan a una fundamentación que se juzga
incompatible con el pluralismo cultural o con el momento histórico-evolutivo actual, es ,
cuando menos, gratuita y postulatoria, es decir , no supera la condición de algo
“convencional”, aun cuando dicha convención sea acordada en nombre de un progreso
histórico que pocos se animan a justificar críticamente” (p. 419).

2. ¿En qué radica la irreductibilidad de la filosofía a la poesía?

Es cierto que la poesía entreabre horizontes de sentido, es decir, que no se reduce solamente a
una experiencia estética porque posee cierta profundidad conceptual. Sin embargo, el
discurso metafísico “se sirve de un lenguaje prevalentemente conceptual, alternando intuición
y demostración, y se caracteriza por su capacidad de poner preguntas-límite, preguntas que se
refieren a los fundamentos” (p. 404). Lo característico de la metafísica es ir hacia el sentido
fundante de las cosas. Muchas veces genera perplejidad, pero esta no queda reducida a un
nivel lingüístico, es decir, a la transgresión de la gramática, sino que es fruto de la
contemplación del orden real. Lo propio de la filosofía es partir de la contemplación ir hacia
los fundamentos y encontrar allí su unidad, yendo más allá de lo científicamente
comprobable.

Leocata propone salir de “la estrecha alternativa entre un lenguaje técnico formal y un
lenguaje poético”, como si no hubiera otra opción. Si éstas fueran las únicas alternativas, la
metafísica quedaría reducida a la poesía. La salida consiste en descubrir que el mundo de la
vida, de los valores puede ser contemplado desde una mirada que busca su sentido más
hondo, su fundamento, su valor trascendente: “Hay sentido allí donde hay automanifestación
de lo real en el contexto de un mundo de la vida, allí donde hay relación con valores, con la
intersubjetividad humana, una búsqueda más abarcadora y más desocultadora que la mera
constatación empírica sensorialmente “verificable” (p. 409).

Este sentido la metafísica otorga, consiste en la intuición intelectiva de la universalidad y la


concretez. En las palabras hay ideas que revelan al intelecto la verdad de las cosas, aquellas
verdades que sobreviven a los cambios culturales, porque las palabras revelan sentido y el
sentido está íntimamente ligado al ser real: “No son sólo las palabras, con su rasgo de
sonoridad, con su inherente aptitud para ser escritas, las que explican la persistencia o la
apariencia de persistencia de determinadas ideas, sino que es lo que dicen al intelecto
contemplante determinadas ideas, lo que explica el recurso persistente aunque
necesariamente sometido a cambios y a ambigüedades, como todas las palabras humanas – a
determinados términos o a sus traducciones” (p. 416). La metafísica se abre al sentido de lo
real, al contacto con la verdad contemplable, y esta realidad excede las leyes de la lingüística,
de este modo es irreductible la metafísica a la poesía.

3. ¿Cómo evitar que la filosofía-metafísica muera por la estrechez de un lenguaje


formalizado que se torne repetitivo y desgastado en su capacidad significante?

El padre Leocata, luego de haber establecido la especificidad propia de la racionalidad


metafísica frente a la racionalidad científico-positiva, advierte que éstas conllevan asimismo
una configuración característica de su lenguaje o discurso.
Hay, en efecto, un lenguaje o discurso que es propio de la racionalidad metafísica y que,
como tal, reviste de dimensiones distintas del discurso científico-positivo. Este último -al
menos en gran medida1- se caracteriza por su tendencia a la univocidad, a la cuantificación
(en la matemática, la física y similares) y a la operación con signos; manifiestan, por tanto, la
inteligibilidad propia del nivel lógico y matemático, donde no caben “interpretaciones”, ni la
analogía en sentido estricto (la cual implica perfecciones universales y trascendentales que se
realizan en diverso grado2).
1
Es interesante advertir cómo los neopositivistas toman como arquetipo a la física matemática y su lenguaje,
cuando éste, en rigor, no se traspone sin más al resto de las ciencias particulares: ej. las ciencias de la vida
(biología, botánica, zoología), la geología, geografía, etc.
2
Analogía de proporción intrínseca (ej. ente, vida, potencia, verdad, bien, belleza, acto-potencia, etc.).
En cambio el lenguaje metafísico, por una parte comparte con aquél su naturaleza conceptual
o científica (contrariamente a la poesía), alternando la intuición intelectual (intellectus) con la
demostración (ratio), pero por otra, se distingue del discurso científico-positivo por utilizar la
analogía (nociones o rationes análogas), por precisar de cierto trabajo de interpretación (ej.
¿Qué significa que “el ente es lo primero conocido”? ¿En sentido cronológico o de prioridad
de naturaleza?), y por admitir cierta creatividad o flexibilidad en la búsqueda de la mejor
forma de expresar un theoría o intelección metafísica sobre lo real, entre otros rasgos que se
podrían agregar.
Refiere el Padre Leocata acerca del discurso filosófico: “No hay que escandalizarse por
tanto tan fácilmente de que no coincida plenamente, y se manifieste de un modo más
libre, más explorador y más creativo, en comparación con el lenguaje formal de la
ciencia positiva sistematizada, tal como se la ha cultivado desde la gran revolución del
siglo XVII hasta hoy, y que por otra parte tampoco utilice las mismas formas del lenguaje
ordinario. Aun conservando su diferencia respecto del lenguaje poético – pues la filosofía no
puede desligarse de lo que Hegel denominó “el trabajo del concepto” – tiene sin embargo con
él en común la aspiración a la densidad del sentido que en pocas palabras sea capaz de
entreabrir horizontes vastos o descubrir detalles pletóricos de significación universal. La
ubicación del “discurso” metafísico (...) es, por lo tanto, la de una unión entre el “nombrar”
intuitivo que corona normalmente las visiones comprehensivas, la demostración, la
confrontación crítica y modos de expresión que necesitan renovarse. Todo gran pensador
metafísico es también alguien que ensaya y crea modos nuevos de expresión, y crea también
espacios de silencio ante la presencia de lo inefable”3.
Sin embargo, nuestro autor reconoce que el lenguaje metafísico corre el peligro de perder o
quedar debilitado en su potencia significativa, de tal modo que resulte estéril al momento de
expresar una intuición intelectual acerca de la realidad4. Esto puede producirse -y de hecho ha
ocurrido en la historia de la filosofía- por diversas causas, a saber:

1) El abuso de las palabras. “El hecho de que haya habido discursos y hasta sistemas
metafísicos en los que se ha abusado de la sugestión de las palabras”. (Podemos
ejemplificar con Heidegger, que fue uno de los blancos de críticas de los

3
p.411 y p.413.
4
“El hecho de que el vocabulario metafísico haya sufrido también algún desgaste o anquilosamiento y se haya
vaciado en parte de su sentido originario no nos autoriza a declarar como carente de sentido cualquier sondeo,
pregunta o respuesta dirigida a la radicalidad de las cosas.“
neopositivistas, cuyas expresiones paradójicas -al borde de la tautología y la
contradicción- junto con una deliberada oscuridad en su lenguaje alimentaron el
prejuicio antimetafísico).
2) Trampas o incoherencias en el uso del lenguaje (Por ejemplo, ciertos autores que usan
las mismas palabras para designar realidades distintas).
3) Multiplicación de falsas sutilezas, de distinciones y analogías (Es el archifamoso
escolasticismo, que aplica un método de filosofar -lenguaje técnico, distinciones,
clasificaciones- sin su espíritu, sin una referencia a las grandes verdades y tesis
descubiertas y asumidas de modo personal. Responde a un exceso de sistematicidad
que ahoga la auténtica contemplación filosófica).
4) El mismo hecho de que todo discurso metafísico no pierde nunca su marca dialógica y
que es por tanto exploración susceptible de interpretación o discusión, susceptible de
riesgos (Tanto por parte de las palabras como por los conceptos, la filosofía es
esencialmente dialógica. En cuanto a las palabras porque todo filósofo posee, de algún
modo, su lenguaje, y esto reclama una interpretación (ej. la “Aufhebung“ de Hegel).
En cuanto a los conceptos porque, ex parte subiecti, el conocimiento filosófico es
eminentemente personal y existencial (a causa de las mismas verdades que considera)
-de allí la importancia que tiene para la filosofía el estudio de los “autores”- y porque,
ex parte obiecti, la verdad que alcanza la filosofía se refiere siempre a la totalidad de
lo real, al totum de un tema o un aspecto o asunto, y por tanto es, en cierta manera,
infinitamente perfectible y “analizable”: cabe en ella una labor de profundización que
no tiene término para el ser humano5.

Leocata pone el ejemplo del lenguaje de la metafísica clásica (Aristóteles-Santo Tomás), que
puede resultar impenetrable, inaccesible y vacío para alguien que no conoce el pensamiento
vivo que lo informa. “Por ejemplo, expresiones como “acto”, “substancia”, “subsistencia”,
“esencia”, pueden resultar anticuadas, vagas, convencionales, vacías o abusivamente
abstractas para quien no tenga presente – o no esté suficientemente preparado para
comprenderlo y apreciarlo – el contexto del discurso en el que se encuadran, y el movimiento
del pensar al que obedecen o al que acompañan en su explicitación.”6

5
Se podría agregar a esto el tema del error: tanto por la dificultad de los temas que aborda la metafísica (que
exigen una gran capacidad intelectual) como también por los factores volitivos implicados en los temas de los
que se ocupa (ej. cuestiones morales).
6
p.411.
Aquí Leocata nos ofrece una primera indicación para superar este desgaste que amenaza al
lenguaje metafísico: es, por tanto, de fundamental importancia que el discurso que se utilice
sea un signo de un pensamiento vivo: de una intelección de lo real7. De lo contrario, caemos
en un “formulismo”, reducimos el quehacer filosófico -la búsqueda personal de las verdades
últimas- a la aplicación de cierto número de tesis con la pretensión de resolver así una
determinada cuestión; es decir, una resolución “técnica”, que sustituye el esfuerzo que supone
la visión y la reflexión personales. Por ejemplo, ante la pregunta: ¿Qué es el movimiento? Se
puede “aplicar” la fórmula de Aristóteles sin comprender cabalmente todas sus virtualidades.
En relación a este peligro describe Emilio Komar la esencia del formulismo como “un
manejo y juego de fórmulas, tomadas como ideas claras y distintas, completas y cerradas en
sí. Entonces, no como ventanas luminosas que dan a lo existente, sino como substitutos
cómodos de lo real. En cantidad suficiente como para servir para cada problema que se
presente y para cada situación que necesita ser interpretada (...) La fórmula perfectamente
entendida, sin sombra de claro-oscuro intelectual, es instrumento del dominio cognoscitivo
sobre lo real. Las cosas, según el enfoque formulista, no tienen su luz, la luz les viene de la
fórmula y las cosas la tendrán en cuanto subsumidas a ellas. Es un hecho que tal formulismo
penetró en los manuales escolásticos y más todavía en la enseñanza concreta, impartida por
maestros sin vocación filosófica”8.
Cabría, de este modo, una sutil distinción entre el formalismo -que es el exceso de
sistematicidad, donde se exacerba el método por sobre el conocimiento efectivo de la verdad,
es decir, el “cómo” se conoce por encima del “qué” conocido- y el formulismo que es
estrictamente la patología de un lenguaje vacío, que no es portador de un pensamiento vivo,
de una inteligencia en contacto con la verdad de las cosas9.

Una segunda indicación que sugiere Leocata es la de la claridad de expresión, que supone
una coherencia interna en el uso de cierto vocabulario y la voluntad de querer ser
comprendido. Además, podríamos agregar que el lenguaje metafísico debe ser riguroso;

7
En otro pasaje Leocata refuerza: “[El discurso metafísico]debe ser reactualizado en una meditación nueva, es
decir re-conducido a una intuición plena, pues no vale la pena hablar del ser sin el reconocimiento constante de
una constante novitas essendi. Esta novitas essendi no es propiamente objeto de hermenéutica, sino objeto de
una intuición intelectiva actual. Por lo que la meditación metafísica no deberá contentarse con evocar lo que
pensaron o dijeron los griegos o los modernos, sino plantearse ex novo la presencia del ser como condición de
toda ulterior intelección o de toda ulterior hermenéutica” (p. 418).
8
Komar, Emilio. Orden y misterio. Rosario: Emecé. 1996. p.94.
9
Esto no quiere desmerecer el inmenso valor de ciertas fórmulas. Dice el mismo Komar: “Ellas provienen en
general de los grandes autores y traducen una secular experiencia especulativa y pedagógica. Muchas de estas
fórmulas son verdaderas joyas intelectuales” (p.95).
requisito indispensable para todo lenguaje científico. El rigor es consecuencia de la atención
al orden lógico entre las verdades; y esto es condición necesaria de la filosofía, puesto que
ella procede lógicamente (rationaliter) desde los primeros principios hacia las conclusiones10.

En tercer lugar, el Padre Leocata alude a una exigencia de creatividad o de renovación que
lleva el discurso filosófico. Esto no es más que el correlato de una apropiación personal de la
verdad conocida (“¡A vino nuevo, odres nuevos!”). Esta dimensión existencial del lenguaje
metafísico es un proprium de la filosofía (Kierkegaard habla de “verdad subjetiva”) y está de
algún modo en todo auténtico filósofo11.
“Y da cierto lugar [el discurso metafísico] –por necesidad de renovar los términos y de
superar el desgaste o el anquilosamiento de las formas expresivas anteriores– a la creatividad,
a la innovación semántica. Pero esto la filosofía lo puede hacer en contacto vivo con lo
real, evitando la liberación meramente estética de los juegos de la imaginación.”12

La última indicación de Leocata para evitar este desgaste del discurso filosófico guarda
relación con la recuperación del alcance metafísico de la filosofía; lo que equivale a
recuperar su especificidad, su enfoque característico como ciencia del ente en cuanto ente: la
máxima inteligibilidad a la que puede acceder el intelecto humano en el orden natural. “La
filosofía debiera emprender un giro fundamental para recuperar la búsqueda del sentido,
como visión de las cosas en una unidad coherente, que como tal no puede no abrir el camino
a la trascendencia, dentro de las limitaciones de la condición humana. Es preciso que el
pensar y el hablar vuelvan a tener una relación más adecuada con la búsqueda de lo
fundante: lo que equivale a admitir la legitimidad de la apertura a una “filosofía primera”,
que no sea simple gramática”.13
Las filosofías excesivamente “analíticas”, centradas en análisis lógico-formales del lenguaje
o de las ciencias no representan una recuperación del discurso filosófico sino, por el
contrario, su esterilidad, la pérdida de su auténtica potencia y sentido. Este sería,

10
Leocata: “El lenguaje que se interna en el espacio metafísico es un lenguaje que no rompe con lo conceptual
y lo racional, pero la suya es una racionalidad distinta de la lógico-formal propia de las ciencias exactas o de sus
aplicaciones y subdivisiones internas” (p. 412).
11
Incluso en los filósofos con lenguaje más preciso, depurado y técnico se puede captar esta dimensión personal
o existencial, si se lo conoce suficientemente. Por ejemplo Santo Tomás de Aquino, quien utiliza de modo
personalísimo el lenguaje metafísico de su época para expresar un pensamiento vigoroso y original (ej. El
término esse designa una concepción original de Tomás de Aquino, así como tiene ciertos términos predilectos
para referir al concepto de verdad, tales como adaequatio o conformatio, etc.)
12
p.411.
13
p. 413.
precisamente, el peligro del formalismo. Convertir la filosofía en una metodología, sea bajo
la forma de “gnoseología” como los modernos, sea bajo la de “gramática o lógica de las
ciencias” como pretendían los neopositivistas. “El pensamiento moderno y contemporáneo
está saturado de formalismos: formalismo racionalista, formalismo empirista, formalismo
kantiano, formalismo positivista y neopositivista, formalismo dialéctico, formalismo
estructuralista, formalismo hermenéutico, formalismo de las vivencias y de las
novedades…”14. Por eso, Komar alaba la filosofía escolástica que “por su realismo
cognoscitivo y por su esencial vocación metafísica tiene valiosas defensas contra el
formalismo, que muchas otras escuelas filosóficas no tienen”15.

14
Komar, Emilio. Orden y misterio. Rosario: Emecé. 1996. P.94.
15
Ibídem. p.94.

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