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DE LAS MASAS
Ensayo sobre las luchas culturales
de la sociedad moderna
APPROVED
Peter Sloterdijk
Traducción de
Germán Cano
APPROVED
PRE-TEXTOS
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“En la aparición de la masa acontece un fe
nómeno tan enigmático como universal: irrum
pe súbitamente allí donde antes no existía na
da. Puede que algunas personas se agrupen,
cinco, diez, doce, no más. Nada se había anun
ciado, nada se esperaba. Mas, de repente, to
do está repleto de gente”.
' Canetti, Elias: Masse und M acbt (Nueva edición, 1978, p. 14) [trad. castellana:
M asa y poder, Madrid, Alianza, 1983. Trad. Horst Vogel],
N o pocos autores de este siglo, incluso algunos de prim e
ra fila, han valorado la entrada en escena de las masas en
la historia com o el signo de nuestros tiempos. Una percepción
obtenida gracias a buenos diagnósticos apoyados a su vez por
el proyecto filosófico más sugerente con cebido durante los úl
timos siglos. Lo que H egel había presentado com o su progra
ma lógico - q u e la sustancia se desarrollara com o s u je to - se
revelaba al mismo tiempo com o la divisa más poderosa de una
ép o ca que, a prim era vista, todavía p arece seguir sien d o la
nuestra: el desarrollo de la masa com o sujeto. Será esta m áxi
ma la que determine el contenido político del posible proyecto
de la Modernidad. En este contexto tienen su origen las ideas
qu e han dirigido el com p ortam iento de la ép o ca de los n a
cionalism os -n u estro p asad o-, pero tam bién de la era social
dem ócrata, en la qu e hoy vivim os sin otra alternativa com o
ciudadanos. Para am bas ép ocas resulta legítima la preocupa
ció n de que todo pod er y todas las form as legítim as de e x
presión proceden de las mayorías.
Cuando la masa deviene sujeto y llega a dotarse de una vo
luntad y de una historia, cabe atisbar el fin de la ép oca de la
altivez idealista, ese mundo en el que la forma creía poder or
ganizar la materia amorfa según sus propios deseos. Tan pron
to com o la masa se considera capaz de acced er al estatuto de
una subjetividad o de una soberanía propias, los privilegios me-
tafísicos de señorío, voluntad, saber y alma invaden lo que otro
ra no parecía ser otra cosa que mera materia, confiriendo a la
parte sometida e ignorada las exigencias de dignidad caracte
rísticas de la otra parte. El gran tema de la Edad Moderna, la
em ancipación, penetra así en todo lo que en las viejas lógicas
y situaciones de dominio respondía a lo más bajo y ajeno, esa
materia natural apenas distinta de la turba humana. Lo que no
era otra cosa que material fungible, ahora debe trocarse en for
ma libre; aquello que se limitaba a prestar posibles servicios,
debe concebirse com o su propio fin. Ahora bien, el simple h e
cho de que esta turba moderna, activada y subjetivada siga lla
m ándose, no sin cierto em pecinam iento, “masa” tanto por sus
abogados com o por sus detractores, ya nos indica que el as
censo de la gran mayoría al estado de soberanía puede ser per
cibido com o un proyecto incom pleto, tal vez inconcluso. Este
desarrollo de la sustancia com o sujeto va a cumplirse con más
facilidad en la prosa hegeliana que en las calles y suburbios de
las metrópolis modernas.
Entre los grandes autores de la M odernidad hay só lo uno
-h asta donde yo alcanzo a v e r- que ha dirigido su punto de
mira al auge de la masa y su irrupción en la historia sin recaer
en las glorificaciones filosóficas del progresism o o en las su
persticiones de su ascenso propias de la juventud hegeliana.
Estoy hablando de Elias Canetti, a quien - d e m odo análogo
a George Steiner, que se definía com o un anarquista p latónico-
se le podría calificar com o un anarquista del pensam iento an
tropológico. En efecto, a él se ha de agradecer el libro de antro
pología social más acerado e ideológicam ente fecundo de es
te siglo; a saber, M asa y p od er, una obra que cuando apareció
en 1960 no sólo no fue bien recibida, sino despreciada y nin-
guneada por la mayoría de los sociólogos y filósofos sociales.
La razón de ello estriba en su negativa a realizar la función des
em peñada casi sin excep ción por los sociólogos ex officio-, la
adulación, bajo formas de crítica, de la sociedad actual, ese o b
jeto que a la vez actúa com o posible cliente. La fuerza de Ca-
netti reside en esta inflexible falta de con d escend encia, apo
yada en su cap acid ad de e v o ca r de m an era co n sta n te sus
experiencias decisivas de la sociedad com o poderosa masa en
acción a lo largo de varias décadas. En el año 1927, contando
con veintidós años, se había dado de bruces con una rebelión
obrera en Viena, experim entando cóm o la energía de la turba
ansiosa de descarga desfogaba sus ánimos en el incendio del
Palacio de Justicia. A partir de ese m om ento, com o se revela
rá en el título posterior de la obra, el tema va a alcanzar una
enorm e importancia: esa inolvidable intuición acerca de las e x
citaciones cinéticas colectivas que él mismo había sentido co
mo un virus contagioso que arrastraba a su propio cuerpo. En
su íntima confesión de ser “una parte de la m asa”, se expresa
la conciencia de alguien que se siente obligado a dar cuenta
de esta vivencia vergonzosa pero a la vez iluminadora. Pod e
mos incluso aventurarnos a manifestar que el libro lleva este
título, porque su autor desechó de inmediato la posibilidad de
titularlo de acuerdo con sus propias experiencias personales.
D e haber elegido este cam ino, habría tenido que titular a su
obra “Masa y tumulto”, “Masa y explosión” o “Masa y fuerza de
arrastre”. Sea com o fuere, en esta obra se va a poner de mani
fiesto más que en ninguna otra el tema psicológico-social fun
damental del siglo veinte: el pod er que p o see la maldad y la
falsedad a la hora de arrastrar. Sin esta formulación, apenas se
pueden en u nciar los p osibles riesgos derivados de la p erte
nencia esencial a la masa. Por m ucho que Marx dijera que to
da crítica genuina ha de em pezar con la crítica de la religión,
de Canetti nos quedaba todavía por aprender que la crítica no
se puede llevar a cabo por com pleto si no conduce a una dis
tinción de las fuerzas de arrastre o no desem boca en una clasi
ficación de los buenos y malos fervores.
A primera vista, los primeros pasos de la fenom enología ca-
nettiana del espíritu de la masa siguen la estela del programa
de la juventud hegeliana característico de la época: el desarro
llo de la masa com o sujeto; de este m odo aprecia en la crista
lización de la masa la aparición de un poderoso y sospechoso
actor sobre el escenario político. Su certeza de que los movi
mientos del futuro van a pertenecer al drama de una masa do
tada de plenos poderes hace de su análisis una experiencia ine
ludible. D esde el com ienzo, a las observaciones de Canetti se
suma la com prensión de la naturaleza insuperablem ente iner
te e im penetrable de esta form ación de subjetividad.
* La expresión juste milieu fue divulgada por Edgard Bauer (1820-1866), he-
geliano de izquierdas de tendencias extremistas y hermano de Bruno Bauer,
en un célebre artículo publicado en La G aceta Renana. Este tópico, ridiculi
zado por Marx, aludía al pánico del conservadurismo burgués ante cualquier
tendencia político-social de rasgos extremistas [N. T.].
característica esencial radicaba en el hecho de que grandes can
tidades de hom bres, miles, decenas de miles, centenas de mi
les y, en caso extremo, millones, se percibían, al confluir en un
punto de encuentro amplio, com o una magnitud capaz de reu
nirse. Es en este tipo de asam bleas masivas donde todos ellos
hacían la inmensa experiencia de sentirse un colectivo dotado
de voluntad que reclam aba sus derechos, tom aba la palabra y
del que em anaba poder. Es m érito de Canetti haber llamado
teóricam ente la atención sobre esta fase de m odernización, en
la que la aparición de la multitud, congregada ante sí y para sí
misma, constituye una de las escenas fundam entales del espa
cio psicopolídco moderno.
Si nosotros apreciam os en sus análisis algún aspecto que no
se corresponde co n ciertos rasgos contem poráneos, la razón
de ello hay que atribuirla fundamentalmente a que en la mitad
del siglo que transcurre desde la concepción de M asa y p o d e r
a nuestro presente ha tenido lugar una transform ación radical
de las sociedades m odernas que ha modificado de raíz su si
tuación agregada com o mayoría organizada. En lo esencial, las
masas actuales han dejado de ser masas cap aces de reunirse
en tumultos; han entrado en un régimen en el que su propie
dad de masa ya no se expresa de manera adecuada en la asam
blea física, sino en la participación en programas relacionados
con m edios de com unicación masivos. Por ello, las mayorías
han dejado de “rebosar” o de “inundar”.5 En virtud de una suer
te de “cristalización”, ellas se han alejado de esa situación en
la que su aglom eración era una posibilidad constantem ente
peligrosa o preñada de esperanzas. D e la masa tumultuosa h e
mos pasado a una masa involucrada en programas generales;
de ahí que ésta, por definición, se haya liberado de la posibi
’ Hans Freyer, Theorie des gegenw ártigen Zeitalters, Stuttgart, 1955, p. 224
[Teoría d é l a época actual, México, FCE, 1958. Trad: Luis Villorio],
lidad de reunirse físicam ente en un entorno lo suficientem en
te amplio com o para albergarla. En ella uno es masa en tanto
individuo. Ahora se es masa sin ver a los otros. El resultado de
todo ello es que las sociedades actuales o, si se prefiere, pos-
m odernas han dejado de orientarse a sí mismas de manera in
mediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mis
mas a través de símbolos mediáticos de masas, discursos, modas,
programas y personalidades famosas. Es en este punto donde
el individualismo de m asas6 propio de nuestra ép oca tiene su
fundamento sistémico. Él es reflejo de lo que hoy más que nun
ca es masa, aunque ya sin la capacidad de reunirse com o tal.
Por recordar aquí las palabras del psicólogo social David Ries-
man: the lonely crow d. Aquí siempre nos topam os con indivi
duos desgarrados del cuerpo colectivo y cercados por los cam
pos de fuerza de los medios de com unicación en una situación
de pluralidad que perm anece fuera del alcan ce de cualquier
mirada. Individuos que, en su “desamparo organizado” -co m o
Hannah Arendt llamaba a las originarias situaciones psicológi-
co-sociales en el m arco de las situaciones de dominio totalita
rias-, forman la materia prima de todo experim ento pasado y
futuro de dominio totalitario y mediático.
D e ahí que en el seno de la sociedad posm oderna esta ma
sa, que ya no se reúne o congrega ante nada, carezca de la e x
periencia sensible de un cuerpo o de un espacio propios; ella
ha dejado de percibirse com o una magnitud capaz de confluir
y actuar, com o tam poco siente ya su p by sis pulsional; de ella
ya no cab e escuchar ningún grito general. Se aleja cada vez
más de la posibilidad de transformar sus inertes rutinas prácti
cas en intensidad revolucionaria. Su estado es com parable al
de un com puesto gaseoso, cuyas partículas, respectivam ente
" Bruno Bauer, D ie Gattung und d ie Masse [Género y masa], 1844, en Feld-
zü ge d er reinen Kritik. [C am pañas d e la crítica pura], introducción de Hans
Martin Sass, Frankfurt, 1968, p. 213.
mimar: en esta alternativa se van a m over los discursos m o
dernos en torno al hombre com o fin en sí. De ahí que la Moder
nidad sea la palestra de un conflicto abierto entre los evolu
cionistas, que dejan entrever los esfuerzos; y los seductores,
que no enseñan sino el fin de los mismos. Q uien pretenda in
volucrarse en la em presa de los discursos en torno a los siste
mas sociales actuales y sus poblaciones, las elites y las masas,
los iguales y los más iguales, los m uchos y los muy m uchos,
ya se ha decidido, sép alo o no, bien por la op ción de d esa
rrollar y ofender a la mayoría, o bien por adularla y seducirla.
Lo que se vislumbra en estas luchas culturales y en estos com
bates ideológicos militantes dentro de la Modernidad no es, en
gran medida, más que la disputa entre los que ofenden y los
que adulan. Un com bate que se libra sobre todo para hacer jus
ticia a los privilegios, así com o a los intereses reales y verda
deros de los m uchos, cuando n o de todos.
Allí donde se tiene que elegir, en relación con un colectivo,
entre com unicación vertical (ofensa) y com unicación horizontal
(adulación), está en liza algo a lo que llamaremos necesariamente
un problema objetivo de reconocimiento. En el concepto de ma
sa confluyen ciertos rasgos propicios p e r se a detentar el reco
nocim iento. Negar el reconocim iento significa despreciar, del
mismo modo que rechazar y desestimar un posible contacto sig
nifica sentir repugnancia. Si el mundo moderno, tal com o han
expuesto de manera razonable ciertos intérpretes de Hegel, se
define por ser un lugar de enfrentamiento de luchas generaliza
das por el reconocim iento, éste tiene que conducir inevitable
m ente a una forma de sociedad en la que el desprecio alcanza
cotas epidémicas. Por un lado, porque el reconocim iento - c o
mo la deferencia- es un recurso cuyo valor es correlativo a su
escasez; por otro lado, porque los pretendientes al reco n o ci
miento, al crecer de manera incesante, no tienen más remedio
que imponerse entre sí excesivas cargas; y, en definitiva, porque
la masa en cuanto tal constituye un pseudosujeto con el que no
cabe mantener una posible relación sin introducir un elemento
de desprecio -e n un contexto donde, a mi modo de ver, la adu
lación se cuenta también com o un desprecio invertido.
La historia y la lógica de este drama de desprecios inheren
te a la Edad Moderna, tanto en su aspecto de conjunto com o
en el terreno de su íntima degeneración hereditaria, apenas son
conocidas. La filosofía académica ha eludido abordar este tema,
y la opinión pública está demasiado a menudo desgarrada por
las luchas por el reconocimiento y por diversas corrientes de
desprecio y repugnancia para poder procurarse una mirada des
pejada a estos terrenos de lucha. En efecto, esto es sólo sínto
ma de que, con el inicio de la Edad Moderna, se han incre
mentado los ataques. El desprecio ha dejado de ser un afecto
reservado para los que están en la oscuridad, los excluidos y
los extranjeros; ya no se extiende tan sólo a los bárbaros u a
otras molestias de la figura humana percibidas bajo el “sello de
la insignificancia cósm ica”.15 Tam poco se limita ya más a las in
vectivas malhumoradas de esos individuos altivos que, com o
Leonardo da Vinci, suscriben la opinión de que la mayoría de
los hombres no son otra cosa que “seres habitantes de letri
nas”. El guión de la Edad Moderna deja vislumbrar, antes bien,
que los sujetos colectivos que no pertenecen a la alta nobleza
-prim ero, la aristocracia media y cortesana; luego, la burgue
sía y la pequeña burguesía; a continuación, la clase obrera y
las llamadas m inorías- empiezan a exhibir una pasión orienta
da a la autoestima sin parangón histórico, así com o a buscar
su satisfacción en la palestra política y literaria. No se co m
prende gran cosa del concepto de partido, a través del cual, a
más tardar desde el mismo siglo xix, se definen los actores
17 Aquí habría que destacar que la construcción absolutista del súbdito que
da ya prefigurada en las instruccionés orientadas a la formación humana cate
quística y escolar que alcanzaron validez a partir de la mitad del siglo xvi co
mo consecuencia de la Reforma. Es en este contexto donde se cumple el
nacimiento de la política interior a partir del espíritu del adiestramiento reli
gioso. Las autoridades deben y tienen que comprometerse a partir de este mo
mento con una política clerical. Alrededor de 1556, un teólogo luterano insta a
los príncipes reinantes, junto con sus funcionarios y su personal educativo,
a actuar como “teólogos policiales”, con objeto de que no se propaguen “las
sectas [...], los tumultos y el desprecio”. De esta manera, el “desprecio” aquí
mentado puede, de entrada, hacer referencia a una disposición anarcoide y an
tinómica. En un tono similar busca instruir el jurista Oldendorp en el año 1530:
“La falta de fe acarrea el desprecio de Dios y del prójimo [...]”. Véase Hans
m isión com o su bject hunde sus raíces en su propósito inicial
de reconstru ir radicalm en te so b re nuevos cim ien tos la m á
quina estatal tardofeudal conducida a la desorganización por
las guerras civiles. A tenor de ello, tam bién pretende co n se
guir que los individuos, tanto a la hora de tomar partido com o
en su ám bito privado, ya no se en cuentren jam ás dispuestos
a privilegiar la pasión de la autoestima -H o b b es posiblem ente
habría dicho: el furor de la posición profesada y del o rg u llo -
frente al posible bien de una com m on ivealth. Para conseguir
esta situación, H obbes considera necesario que todos los pre
tendientes al reconocim ien to - d e m odo virtual, la p oblación
entera del Estado absolutista, y de m anera más particular, la
alta nobleza y la region al-, sean políticam ente castrados, con
o b je to de qu e tod os q u ed en m arcados co n el signo d istin
guido de su d isp osición a servir al Estado, de su co n d ició n
voluntaria de som etid os. B a jo esta co n d ició n se en cu en tra
d esd e el p rin cip io la sum isión en cu estio n es religiosas - lo
cual es lo m ism o que decir, desde la perspectiva de los dra
mas del siglo diecisiete, la renuncia al sagrado arrebato de la
confesión religiosa-. Súbdita es, por tanto, la con cien cia bur
guesa, pues sabe que, por m or de la pacificación del esp acio
público, d ebe renunciar a sus propias p retensiones de so b e
ranía. El súbdito ideal sería aquel que habría term inado en
tendiendo que sólo debe existir un único soberano, aquel que
actúa regiam ente detentando todo poder legítim o y qu e, co
m o súbdito partidario de una confesión determinada, ha cedi
do sus inclinaciones rebeldes y “protestantes” a este señor ar
tificial por propia voluntad racional. A co n secu en cia de esto,
el ciud ad an o som etid o p or p rop io interés sólo pu ed e c o n
tem plar el h ech o de la soberanía co m o algo ajeno. Un fenó-
Maier, Die altere deutsche Staats-und Verwaltungsleere [El antiguo vacío estatal
y administrativo alem án], München, segunda edición, 1982, pp. 102 y 107.
m eno que pu ed e a p reciaise en la figura del príncipe, pues
éste d ebe encarnar sublim inalm ente un potencial de violen
cia convertido en racional - o , por decirlo en lenguaje psico-
analítico, el super-yo de los so m etid o s- y m aterializarlo con
rígidos brazos m ecán ico s. H o bbes tien e muy p resen te que
esta nueva construcción suya del ám bito político tiene que ir
a contracorriente de la obstinada voluntad de la m ayoría de
los portadores de las viejas libertades y las recientes preten
siones. D e ahí que considere necesario que su m áquina esta
tal se erija sobre sólidos cim ientos más profundos que los de
cualquier nobleza -a ú n dem asiado b elig era n te- o con fesión
burguesa. Q uien busca al som etido, tiene que com prender al
hom bre de raíz. Con o b jeto de convertir a la m ayoría en súb
ditos som etidos a un ú nico so b eran o , el teó rico del Estado
trata de reducir, desde un plano antropológico, todas las in
dividualidades a una base m otivacional universalm ente natu
ral y suficientem ente estable. Pues sólo cab e garantizar esta
sum isión general y h om ogénea si existe en la naturaleza hu
mana algo que, bajo cualquier circunstancia, sea susceptible
de ejercer una influencia más poderosa que esa pasión ávida de
prestigio, h onor y de consid eración, de la qu e sus co n tem
p o rán eos habían ofrecid o un testim onio tan evidente com o
funesto a lo largo de los diez años que habían durado las gue
rras civiles.
Thom as H obbes fue, en tanto teórico del Estado, lo bastan
te optim ista com o para poder m ostrar una m otivación incli
nada a la sumisión en la naturaleza hum ana, porque él, com o
an trop ólo go , era lo bastante pesim ista co m o para som eter
a todos los hom bres bajo ciertos presupuestos com unes de b a
jeza o de vulgaridad. Él en este punto partía, com o más tarde
tam bién hará Spinoza, de la suposición de que todos los in
dividuos están obsesio n ad o s por un inextinguible d eseo de
autoconservación. Para él, en efecto, este d eseo encierra en
última instancia una tendencia defensiva. Pues por mucho que,
entre las instancias más poderosas, se encuentren las pasiones
agresivas y expansivas, el im pulso de prestigio, la envidia y la
avidez por conseguir ventajas personales -n o so tro s com pro
bam os esto en el fam oso capítulo 13 de la primera parte del
Leviathan-, O f the Natural Condition o f Mankind, as concer-
ning their Felicity, andM isery [Leviathan. De la condición na
tural de la hum anida d, en lo que co n ciern e a su felicid a d
y miseria]-, éstas, sin em bargo, quedan em palidecidas por la
m otivación más conservadora de todas; a saber, el temor o, di
cho con más exactitud, el f e a r o f death [el m iedo a la muerte],
que se revela más poderoso incluso que todos los apetitos afir
mativos. A la vista de estas am enazas, m anifiestas o latentes,
de destrucción, es aquí donde d ebe buscarse el fundam ento
universal del sometimiento com o cuidado racional de uno mis
mo. H obbes tam poco descuida subrayar cóm o es precisamente
la igualdad existente entre los hom bres la que constituye el
origen de las in cesan tes guerras entre ellos. D e ahí que los
iguales por naturaleza necesiten por encim a de ellos una ley
su scep tible d e am enazar y de co n v en cer a todos por igual,
siempre y cuando se pretenda impedir ese enfrentamiento mu
tuo al que ellos se ven abocados-.
22 Ética, parte II, proposición 49, escolio [Ética, Madrid, Alianza, 1980. Trad.
Vidal Peña],
muestra que los hom bres no sólo se sienten ofendidos por su
fracaso a la hora del reconocimiento, sino que también les pue
de desconcertar un reconocim iento correspondido.
Si cabe considerar a Spinoza com o el descubridor del pro
blema político de la multitud en su significado moderno de ma
sa, tam bién es, en la misma medida, el primer autor que puso
de manifiesto la perplejidad moral y estética surgida con la ma
nifestación en el espacio público de lo no digno de ser visto.
En su definición de los afectos, Spinoza define el d esp recio
( contem ptus ) com o el fracaso de un o b jeto en su intento de
conseguir la atención del alma:
lo bajo no es tan bajo ni lo pequeño tan pequeño como para que no pueda
exigir sus derechos a la luz de la vrai Générosité, qu i f a it qu'un hom m e áesti
m e a u p lu s h au tp oin t [“la verdadera generosidad que hace que un hombre se
estime hasta el más alto grado”]. Véase René Descartes, Lespassions d e tá m e
1Las pasion es del alm a, Madrid, Tecnos, 1997. Trad: J. A. Martínez y Pilar An-
drade].
vuelven poco interesantes, mientras los hom bres, titánicam en
te protegidos, se inclinan, con revitalizado legítimo interés, ante
la inmensidad del enigma que mora en su propio pecho.
En virtud de un movimiento reflexivo similar, Hegel mostra
rá en su análisis de la dialéctica del am o y del siervo cóm o la
parte actualmente dominante y orgullosa de sí misma pudo sur
gir de la parte sometida y despreciada del ayer. En un princi
pio, una de las partes, la que debía caer en la posición del sier
vo, temblaba en la lucha a vida o muerte por el reconocimiento;
él había encontrado sus límites en una muerte que se hallaba
frente a él al final de la primera pugna entre los dos; al ofre
cerse esta posibilidad, descubrirá a su señor. A consecu encia
de su miedo, el perdedor se había som etido y aprendido a im
plorar por su vida-, al implorar, aprende el lenguaje del escla
vo com o alabanza del señor, la obediencia voluntaria y ex en
ta de voluntad y el signo de una humildad sumisa en exceso
ante los vencedores, los poderosos y los excelsos herederos.
Ahora bien, en la medida en que el siervo durante cierto tiem
po realiza su trabajo real bajo la renuncia a la directa autosa-
tisfacción, crece en él una capacidad práctica que se abre al
mundo. O btiene así ese com pleto poder que se pone manos a
la obra y se enraíza en un saber-cóm o; al mismo tiem po, el se
ñor se encierra más y más en un deleite im potente de resulta
dos ajenos a todo rendimiento práctico, hasta que termina per
diendo esa garra operativa ante las cosas. Al final, el señor se
reduce a una simple cáscara sensualista, mientras el esclavo ac
tivo p olitécnico se dispone a disfrutar en su papel de nuevo
amo del mundo y de sí mismo. Si bien Hegel pretende desa
rrollar, inviniéndola, la doctrina spinozista de la sustancia co
m o sujeto, hay que decir que esta em presa cobra todo su sen
tido en la irresistible em ancipación del siervo. Allí donde había
siervos, ahora habrá ingenieros, funcionarios, empresarios, elec
tores; allí donde había señores, ahora tienen que definirse nue
vas tareas. El señor de ayer, que hoy ya no encuentra su lugar
en ningún sitio, se transforma en un vampiro, es decir, en la
versión metafísica de un hom bre inútil del a n d e n régime, una
figura impulsada por una insolente aunque anticuada preten
sión, cuya condena es sufrir una sed insaciable. Con razón ha
subrayado Boris Groys: “Para el público de masas, el vampiro
ya era desde hacía bastante tiem po la última y odiosa encar
nación demonizada de la alta cultura aristocrática en el medio
dem ocrático de los vivos”.2’
Esto quiere decir que la dim ensión oscurecida de la otrora
sustancia, la masa de los siervos, deja de ser o b jeto de d es
precio cuando toma el poder apoyándose en el trabajo y en el
dominio de la dimensión material de la existencia. Aunque du
rante los primeros tiem pos de las luchas históricas la masa se
encuentre en una posición poco privilegiada -puesto que quien
ha suplicado por su vida, no es capaz de disfrutarla-, en las
postrimerías del proceso histórico pretenderá acced er a la si
tuación de clase universal autosatisfecha. La tesis fundamental
de la igualdad de todos aparece ahora com o la irrupción vul
gar de lo exen to de interés a “la luz de la opinión p ú b lica”.
Q uien ha trabajado, tiene derecho a exhibirse. Ahora bien, es
a raíz de la posibilidad de esta aparición general cuando se ha
ce visible una nueva y llamativa diferencia que será decisiva
más adelante. Como consecuencia de esta ilum inación se abre
una herida no restañada que apunta más allá de la propia Ilus
tración: un claro de bosqu e [Lichtung] político, el espacio de
juego de los proyectos, las lagunas del m ercado y la oportuni
dad histórica de aquel que se atreve a tener éxito y que termi
na consiguiéndolo, porque aprovecha su suerte cuando ésta se
muestra favorable siquiera durante un segundo. Nadie ha com
prendido con más claridad que Napoleón la lógica de este en
51 Véase lo que Walter Benjamín dice acerca de este proyecto marxista, to
davía muy impregnado del tono ilusionado del militante: “[el joven Marx] se
propuso como tarea extraer la masa férrea del proletariado de aquella masa
amorfa, a la que otrora buscaba adular un socialismo esteticista [...]. “Über ei-
nige Motive bei Baudelaire”, en Charles B au delaire. Ein Lyriker im Zeitalter
des Hochkapitalism us. Zwei Fragmente, Frankfurt, 1969, p. 126 [trad. castella
na: Ilum inaciones II. Baudelaire. Un p oeta en el esplendor del capitalismo, Ma
drid, Taurus, 1972. Trad. Jesús Aguirre],
tes pequeñas mejoras de la situación del proletariado com o un
éxito del largo proyecto de la form ación de las masas. Nadie
podrá discutir al pragmatismo socialdem ócrata su parte de ver
dad. Y, no obstante, en el p equ eñ o trecho que va de la “in
madura” satisfacción a una situación de consum o limitado, va
a surgir para la masa y sus adalides teóricos una nueva am e
naza. ¿Cómo?, ¿y si este proceso sólo representara, en este mis
mo plano, un cam bio estructural de lo despreciable?
12 Die fró h lic h e Wissenschaft, 3 l í a cien cia jovial., Madrid, Bibiioteca Nueva,
2001. Trad. Germán Cano],
desprecio se vuelve contra sí mismo y se transmuta. El princi
pio nietzscheano del resentim iento, entendido com o refugio
de los débiles en el desprecio moralizador de los fuertes, no
es sino la expresión lógica de esta inversión. D e ahí que, has
ta la fecha, constituya el instrum ento más poderoso para in
terpretar las situaciones sociopsicológicas en el ám bito de la
cultura de masas; un instrumento, no obstante, del que no re
sulta fácil decir quién podría o debería usarlo. O frece en todo
caso la descripción más plausible a la vez que polem ológica
del com portam iento de las mayorías en las sociedades m oder
nas. Polem ológica, toda vez qu e, acced iend o al plano de las
m otivaciones más íntimas, analiza la disposición psíquica de
los individuos que se conciben a sí mismos m oralm ente irre
prochables hasta concebirla en los términos de un conjunto de
m ecanism os reactivos y detractivos orientados a la antivertica
lidad; una consecuencia de ello es que entra en escena una si
tuación en la que conceptos com o “verdad” y “aceptabilidad”
son excluyentes; pero decim os tam bién plausible, no obstan
te, porque la necesidad de degradar inherente a la autocon-
ciencia ya degradada le certifica la presencia casi total que le
com pete, de h echo, en el ám bito em pírico. Podem os incluso
afirmar que son estas luchas en torno a la transmutación de va
lores entrevistas por Nietzsche las que aportan dinam ism o al
terreno público de las sociedades modernas, de tal m odo que
cuanto más progresa la m odernización inherente a la cultura
de masas, más violenta llega a ser.
Asimismo, este segund o y más intrincado tipo de d esp re
cio no tiene más rem edio que entrar en escen a de un d oble
m odo: por un lado, desde abajo, co m o d esp recio ofensivo a
las elites a cargo de nuevas m asas flexibles que h acen de su
w ay o f life m edida de todas las co sas al mism o tiem p o que
bu scan librarse de los observadores que las desprecian; p e
ro tam bién co m o d esp recio a las m asas y a su len gu aje en
expansión a cargo de los últimos elitistas, quienes, sabiendo
que sus objetivos son despreciados por la masa, em piezan a
sospechar que la ascend ente cultura de m asas está acaband o
de m anera definitiva co n todo lo que es objeto de su interés.
En lo que co n ciern e al segundo planteam iento del problem a,
no ca b e duda de que será difícil en con trar en el futuro un
abogado más elocu en te que Friedrich Nietzsche. Él fue quien
opu so al ideal sociodem ócrata de la fundam ental y hum ana
satisfacción de todos, el autocrecim iento de u nos p o co s en
tregados creativam ente a sus obras: los que fijan su m orada
entre altas e intensas ten sion es - a pesar de que en su círcu
lo cercan o durante bastante tiem po se haya dado la con sig
na de “d éjalo se r”- . No ca b e duda, d esd e h ace tiem p o que
ésta es una op ción minoritaria que carece de horizonte polí-
tico-cultural. Sea com o fuere, de vez en cuando vuelve a ser
m encionad a para, de nuevo, ridiculizarla. Por otro lado, en
m antener la primera actitud antes citada, punto de partida de
la ofensiva popular, se esfuerzan, desde la Segunda Guerra
Mundial, innum erables intelectuales de esa línea maestra for
mada por la izquierda hegeliana y el pragm atism o, así com o
reforzada por nuevos aristotélicos y pensadores éticos del en
cuentro religioso. En este m arco, un éxito bastante llamativo
ha logrado el filósofo Richard Rorty, quien, sin ningún tipo
de rodeos, se ha puesto en el lugar de los últim os hom bres
(siem pre y cuando sean am ericanos) y ha definido co n cru
deza a sus crítico s -d e s d e K ierk eg aard y N ietzsch e a H ei-
degger, Adorno y F ou cau lt- com o una panda de pesados, de
sagradables y heroicos esnobs. Una crítica que no im pide que
les siga atribuyendo una destacada posición dentro de su lis
ta de lecturas. Com o criatura qu e d esp recia d esd e abajo al
que d esp recia desde arriba, el liberal Rorty - a quien el aire
de Virginia le ha convertido en sociald em ócrata- predica una
nueva versión del sueño am ericano: un cam ino d irecto a la
banalidad cu and o no - e n caso n e c e s a rio - una segunda se
paración de Europa.”
La última contribución decisiva al proceso filosófico en tor
no a lo despreciable y su opuesto, la aporta Martin Heidegger
en su conocido capítulo acerca del “S e” [Man] en Ser y tiem po
§ 27. Será aquí donde, a la luz de un agudizado giro respecto
a la ideología hegeliana del espíritu, se ponga de m anifiesto
una nueva interpretación del ser hum ano: “[...] la ‘su stan cia ’
del hom bre no es el espíritu [...] sino la ex isten c ia ”.* Ahora
bien, la existencia para Heidegger es, de manera inevitable, el
escenario donde se manifiesta una separación: la de quienes
han caído del lado de la vulgaridad de las “m aquinaciones” ex
ternas; y los que son elevados a la autenticidad de la custodia
■
” Sein un dZ eit, op. cit., pp. 126-128.
y en tal medida en nuestra vida que bajo ninguna circunstan
cia podem os descubrir nuestra existencia propia. Esta situación
de des-apropiación [Ent-Eignun¿i se anticipa a todo posible
movimiento encaminado a la autenticidad y propiedad. A la luz
de estas premisas, lo despreciable tiene que aparecer de m a
nera necesaria com o un rasgo existenciario [Existential|que de
termina al D asein com o tal, en tanto que, desde el principio,
no puede ser otra cosa que un ser-con [Mitsein ] decaído entre
otros seres a su vez también decaídos. En el sí-mismo del “S e”,
el otro-vulgar tiene prioridad respecto al sí-mismo “auténtico”
que en un plano virtual podría alcanzar la nobleza. D e ahí que,
a primera vista, para los hombres sea imposible vivir de un m o
do no despreciable, al margen del “Se”, ajenos a la dispersión
im perante en la dictadura del Nadie, porque todos, de entra
da, sólo acceden a sí mismos com o “Se” y siguen siéndolo por
regla general. Y, no obstante, el sentido del proyecto filosófi
co de Heidegger se encam ina a preparar un desplazam iento a
lo no-despreciable, a una existencia radical y auténtica en un
sentido aristocrático. Saber sin em bargo cóm o ha de suceder
este despertar a la excepción es algo que sigue pareciendo e x
tremadamente p o co claro, pese a las apelaciones heideggeria-
nas a la angustia y al aburrimiento com o éxtasis que perm iten
la transformación. Por un lado, porque uno nunca puede d e
cidir con seguridad si el deseo de diferenciarse del “Se” y co n
vertirse en héroe del ser-auténtico no significa sino la siguien
te argucia de la vulgaridad; por otro lado, porqu e no puede
existir ningún com portam iento objetivam ente válido que pase
de la vulgaridad de la situación inicial (la situación del “inm e
diata y regularm ente”) a la aristocracia del ser. Ciertamente, lo
que aquí está en liza no es una nobleza de cuna, sino tan só
lo una forma híbrida de nobleza de servicio o, dicho con más
exactitud, una nobleza vocacional, toda vez que los guardia
nes del ser sólo por este motivo pueden ascender a la catego
ría de guardianes. Al constatar, con la vista puesta en la so cie
dad m oderna, que ésta, tanto en Oriente com o en Occidente,
sólo tiene en cuenta “la desenfrenada organización del hom
bre norm al”, parece com o si Heidegger se hubiera aquí antici
pado a la figura del “observ ador” -en tron izad a sobrem anera
por la posterior teoría de sistem as de Luhm ann-, com o des-
preciador universal. Una organización que se define sobre to
do por un “odio que desconfía de todo acto creador y libre”.*
Esta orgullosa tesis cobraba todo su sentido en una ép oca en
la que alguna infamia totalitaria en el ámbito político y en los
medios de masas no tenía que aguardar m ucho para encontrar
una situación propicia.
" Ya en el siglo x v i i los nuevos pedagogos hacen también extensible sus de
mandas de formación humana a la aristocracia, cuyas prácticas educativas en
ningún caso se acomodaban al estándar moral y a los métodos formativos bur
gueses. El teósofo y teórico del Estado Johann Joachim Becher en un escrito
de 1669 ofrece testimonio de que los aristócratas sólo transforman a sus hijos
en “bestias nobles”. Para las fuentes, véase la referencia de la nota 46, p. 122.
A Becher se debe también la expresión “Antropogogía", la doctrina de la crian
za humana.
■’ Acerca de la relación entre nacionalidad y natalidad, véase del propio au
tor: Versprechen aufD eutsch. Rede ü ber das eigene Land [Prom esa en alem án.
Discursos sobre el p rop io paísi, Frankfurt, 1990, pp. 53-67, capitulo 4: “Landes-
kunde von oben und innen. Zur Einfiihrung in die Theorie der allgemeinen
Einwanderung” [“Civilización desde arriba y desde dentro. Para una introduc
ción a la teoría de la inmigración universal]; así como Zur Welt kom m en -Z u r
Spracbe kom m en. Fran kfurter Vorlesungen [ Venir a l m un do —venir a expre
sión. Lecciones d e Frankfurt, Frankfurt, 1988, pp. 99-143, capítulo 4: “Poetik
der Entbindung” [“Poética del desvincularse”].
de escuelas populares e institutos; y, por último, de kioscos y
teatros. Sin embargo, la nación es también, básicam ente, un lu
gar donde anida la genialidad: es aquí donde nacen los gran
des hom bres que no n ecesitan de ningún árbol g en ealó gico
susceptible de rem ontarse a la ép oca de los dioses y héroes,
porque ellos mismos son, de un m odo inmediato, naturaleza.
Los entrecruzamientos entre estas instancias -teniend o en cuen
ta algunas circunstancias más, sobre todo ec o n ó m ica s- co n
cernientes a la formación y a las expresiones humanas46 son los
que van a producir ese efecto llamado “sociedad m oderna”.
Si se quiere averiguar qué es lo que los nuevos iguales opi
nan acerca de su igualdad, basta con echar un vistazo a los tex
tos de los autores y maestros clásicos, sobre todo allí donde el
hombre presto a proclamarse señor de sí mismo aprende a emi
tir los sonidos naturales de la em ancipación. Si a éste se le pre
gunta sin rodeos: “¿Quién eres tú?”, él no tardará en responder
con Papageno:* “¡Un hombre com o tú!”. Si alguien pretende sa
ber lo que éste en definitiva desea, replicará con Leporello*: vo-
glio f a r il gentiluom o /e non vogliopiú servir [quiero ser un hom
bre gentil, y no servir ya nunca más]. Ser hom bre equivale a
rom per con todo servicio y, junto con este servicio, toda dife
rencia preestablecida.17 B ajo el efecto del principio de simili
tud de todos con todos, el hom bre dem ocrático no puede por
,2 Véase: Thomas Mann. Adel des Geistes. Sechzehn Versuche zum Problem
d er H um anitat [Aristocracia del espíritu. Dieciséis ensayos a cerca del p ro b le
m a d e la Humanidad\, Stockholm, 1948.
MMarshall MacLuhan, Die m agischen K a n á le. Understanding Media, Düs-
seldorf und Wien, 1968, p. 21 [hay trad. castellana: La com prensión d e los m e
dios com o las extensiones del hombre, Ediciones Diana, México, 1969. Trad. Ra
món Palazón],
Lo que se sigue de aquí sucede de un m odo tal que lo úni
co que sorprende es que no se haya investigado en detalle mu
ch o antes. D espués de la confrontación, los participantes en
una cam paña ya no son los mismos que antes; precisam ente,
el éxito total les permite cansarse de la utilización de sus pro
pios lemas de guerra. Tras doscientos años de victoriosa reli
giosidad del talento, el mundo aparece transformado a los ojos
de los atacantes. Un buen día se les cae la venda de los ojos y
paran m ientes en el hecho de que ellos tam bién habían com
prendido la naturaleza, esa gran aliada de la burguesía en cier
nes, com o una corte en la que existen favoritos y preferidos.
Considerada desde este ángulo, la naturaleza es, por tanto, tan
injusta y caprichosa com o el príncipe más despótico, incluso
más, pues representa el dominio absoluto del azar en su for
ma más pura. A raíz de esta observación, el talento y el genio
pasan a ser fenóm enos escandalosos para todos aquellos que
están obligados a vivir de las apariencias’4 - a l principio, esto
provoca cierto malestar, a éste sigue más tarde un odio carga
do con buenas razones-. Este afán de disolución y de aplana
miento se arrastra a la luz en las hendiduras del folletín perio
dístico del día. La jauría descrita por Canetti sirve com o medio
para instigar el plan. Im pone la elim inación de la aristocracia
natural o con talento según el orden del día ideológico-políti-
co. El tono noble, tanto el más reciente com o el más antiguo,
ha dejado de escucharse por com pleto; y el del talento, si se
piensa bien, ya no se oye correctamente. El lema reza así a par
tir de ahora: ¡prioridad de la dem ocracia frente al arte!
Como cualquier observador sereno del aco n tecer histórico
del arte puede confirmar, el drama del arte m oderno está ínti
mamente jalonado de tensiones de este tenor; si no se accede
a la com prensión de este imperativo orientado a la autoliqui-
I. O scu ra s t u r b a s h u m a n a s .........................................................9
II. E l d e s p r e c i o c o m o c o n c e p t o ....................................... 31
III. H e r i d a s d o b l e s ............................................................................ 63
IV. S o b r e l a d i f e r e n c i a a n t r o p o l ó g i c a .....................7 1
V . I d e n tid a d en l a m asa: l a in d ife re n c ia ................ 8 9
O b s e r v a c ió n f in a l 101
Esta primera edición de
EL DESPRECIO DE LAS MASAS
de Peter Sloterdijk,
se terminó de imprimir
el día 11 de enero de 2002