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María Belén Sopransi
1. Cabe mencionar que Guba y Lincoln analizan dimensiones tales como valores, voces,
prácticas y hegemonía al interior de los paradigmas, que podrían ser pensadas como parte de
lo que Montero propone como dimensión ética y dimensión política.
2. M. Montero, op. cit., 2000, pp. 205-206.
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Capítulo 4. Criticidad y relación: dimensiones necesarias de la ética en la...
sociales, etc. y las personas que forman parte de la comunidad. Estos actores
sociales habitan el territorio material y simbólico en el que se desarrolla un
plan conjuntamente diseñado para transformar la realidad de cada uno de
los grupos con un sentido emancipador, es decir, un espacio de construcción
de experiencia trascendental (Agamben,1978: 218). Ambos grupos son
parte constitutiva de una relación de mutua influencia, y se intenta acortar
la distancia que existe entre ellos a partir de considerar al Otro como actor
social, capaz de decidir y participar, con una historia y cultura propias que
deben ser reconocidas.
Sin embargo, el intento por acortar esta distancia puede rastrearse en la
antropología, en relación a la construcción del Otro cultural y las conside-
raciones sobre el trabajo de campo, que tiene sus orígenes en los desarrollos
de Boas y Malinowski. Mientras que para Boas el objetivo radica en producir
material etnográfico que muestre cómo piensa, habla y actúa la gente, desde
sus propias palabras; Malinowski distingue la descripción de una práctica
desde la perspectiva de los nativos, intentando comprenderlos a partir de
integrarse a su vida cotidiana.3
K. Pike (1954) intenta sistematizar las diferencias entre las perspectivas
de los nativos y de quienes se acercan a trabajar con ellos, a partir de la dis-
tinción emic/etic, relacionada con una concepción interna y otra externa. El
punto de vista etic presupone una mirada exterior, extraña a la naturaleza de
lo que se estudia, mientras que las descripciones emic brindan una concepción
con criterios escogidos dentro de ese sistema (Reynoso, 2001).
La importancia de esa convivencia con la comunidad, así como también
los intentos de identificar distintas modalidades de abordar los fenómenos
culturales (perspectiva etic/emic) pueden rescatarse para pensar las prácticas
comunitarias, no sólo las prácticas de investigación, que son a las que bási-
camente se refieren los desarrollos mencionados anteriormente. Las prácticas
comunitarias, tal como las venimos definiendo, requieren del achicamiento
de la distancia entre la comunidad y quienes trabajan en ella, recurriendo a
criterios pertenecientes a este sistema para describirlo (emic). Pero tal como
se han definido esas propiedades desde la antropología, no contemplan el
análisis autorreflexivo de los agentes externos, ni el abandono de cierta po-
sición de autoridad. Parecieran conservar la imagen del nativo como objeto
3. Estos desarrollos son considerados como uno de los orígenes de la técnica de observación
participante.
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2000: 200). Sin embargo, esa pretensión de justicia, no puede sólo realizar
descripciones con fines de verdad y validez, lo cual le daría valor de cientifi-
cidad, sino que requiere la construcción de verdad a través de la criticidad.
Dicho criterio de verdad no se encuentra en las realidades existentes, sino en
las realidades que la propia acción logra crear y desarrollar (Baró, 1998: 318),
lo que nos remite al concepto de praxis. Fals Borda (1985: 75-76) sostiene
que la validez proviene de la praxis expresada en la acción de la comunidad,
se trata de un proceso de validación permanente, que se juzga desde una de-
terminada ideología, en el caso de la IAP pluralista, independiente y crítica,
y liga esta validación práctica a la democracia participante. En este concepto
de verdad, como concepto crítico, están integradas las condiciones y apuestas
histórico-políticas de su elaboración.
Siguiendo a E. Dussel (2000), quien retoma la perspectiva de K. Marx,
cientificidad y criticidad son criterios con demarcaciones diferentes. La cien-
tificidad no tiene incluida la cualidad de criticidad, de modo tal que podemos
encontrarnos con procesos que bien pueden calificarse de científicos, sin por
ello ser también críticos, como en el caso de las ciencias sociales funcionales;
procesos críticos que no cumplen con los criterios de cientificidad, como la
militancia no científica; y finalmente, procesos a la vez científicos y críticos.
La noción de criticidad alude a la profundidad en la cual podemos situarnos
para accionar, y sólo puede surgir desde una actitud de separación o exterio-
ridad con respecto al sistema del que se forma parte. El carácter científico no
conlleva necesariamente lo crítico, ni lo ético; es decir, que una ciencia social
puede seguir la moral funcional de la totalidad a la que pertenece, carecer de
sentido crítico y ético, y no por ello dejar de ser ciencia.
La posibilidad de criticidad no puede emerger si operamos con juicios
de valor intra-sistémicos, sino que la ética trans-sistémica sólo puede descu-
brir lo injusto en el acto justo moral. Nos encontraríamos entonces frente a
cierta paradoja: si por un lado, como se viene planteando, es condición sine
qua non formar parte de ese sistema con el que se trabaja –la comunidad–,
es decir, acortar las distancias entre agentes externos e internos como parte
de lo que se denominó ética relacional, ¿cómo lograr la distancia requerida
–trans-sistémica– para adquirir un posicionamiento crítico?
Evidentemente no se pretende agotar la potencialidad de respuestas
que plantea la pregunta. Definir a la ciencia como relativa y tendiente a la
objetividad significa, en primer lugar, que es una construcción sociohistórica,
lo cual le impone las limitaciones propias de su tiempo. Y lo objetivo alude a
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1. Bibliografía
4. N. López y L. Menéndez, “La insumisión de la utopía (Acerca del ¡que se vayan todos!)”,
en Revista Herramienta N º 24, 2003, p. 46.
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