Está en la página 1de 7

DISCURSO DE AGRADECIMIENTO CON OCASIÓN DE

LA ENTREGA DEL TÍTULO HONORÍFICO DE


CIUDADANO ILUSTRE DE LA CIUDAD DE YPACARAÍ

18 de noviembre de 2012

Muy estimado Señor Raúl Fernando Negrete Caballero, Intendente de la Ciudad de


Ypacaraí,

Honorables Señores Concejales de la Junta Municipal de la Ciudad de Ypacaraí,

Queridos amigos:

Puede ser que ustedes escuchen hoy palabras quebradas por la emoción.

En efecto, este don que voy a recibir constituye, para mí, como una nueva fecha
de nacimiento; es como si hoy naciera en el Paraguay, en la ciudad de Ypacaraí, una
segunda vez, en mi vida.

Contestando a una pregunta de un personaje


judío llamado Nicodemo, Jesús afirma: "En verdad te
digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace
de nuevo desde arriba" (Jn 3, 3). Y a Nicodemo que
pregunta: "¿Cómo renacerá el hombre ya viejo?
¿Quién volverá al seno de su madre para nacer una
segunda vez?", Jesús responde: "Lo que nace de la
carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu"
(Jn 3, 4.6).

Según la cultura bíblica, la carne indica la


fragilidad, mientras que el espíritu manifiesta un tipo
de interioridad y de trascendencia. Y esta interioridad
y trascendencia -que van más allá de todo lo que cae
bajo nuestros sentidos y nos permiten penetrar en el mundo de lo que no muere y
permanece por la eternidad- nacen solo del Espíritu, quien es el Amor presente en la
2

Santísima Trinidad, don del Padre y del Hijo a toda la humanidad, don que nos
transforma en hombres nuevos.

A la luz de este diálogo entre Nicodemo y Jesús, ustedes pueden comprender


muy bien que este nuevo nacimiento en mi vida -hoy nazco como ciudadano de
Ypacaraí- representa un fruto no de la carne, sino del Espíritu, don del amor de Dios,
del amor de ustedes y -permítanme que lo diga-, don de mi amor a nuestra siempre poco
querida Ypacaraí.

Yo he llegado a esta ciudad como un extranjero. Hoy me convierto en un


ciudadano.

El término extranjero es una palabra clave en la historia del pueblo de Israel.

Los extranjeros, llamados gerim, eran los que residían en el territorio israelita,
pero no formaban parte de la institución sagrada de las tribus. No se habían integrado en
la estructura económico-social y religiosa del pueblo de la alianza. No tenían derechos y
peregrinaban sin protección jurídico-social.

Por eso, la exigencia de ayudar a los extranjeros aparecía en algunas


formulaciones básicas de la ley israelita. El fundamento de la ayuda a los extranjeros no
era ningún tipo de ley general, sino el recuerdo y la experiencia de la opresión de los
israelitas en Egipto, y estaba unido a la protección de las categorías más débiles de
aquel tiempo en Israel. Leemos a propósito, en el libro del Éxodo, estas palabras: "No
maltratarás, ni oprimirás a los extranjeros, ya que también ustedes fueron extranjeros en
tierra de Egipto. No harás daño a la viuda ni al huérfano" (Ex 22, 20-21).

Este profundo sustrato bíblico del pueblo de Israel, y


también de la cultura paraguaya, yo lo encontré, antes de llegar
al Paraguay, escuchando, extasiado, el sonido del arpa que
acompañaba algunas inolvidables canciones de este pueblo.

Sin olvidar a Demetrio Ortiz, autor de la guarania


representativa de nuestra ciudad, Recuerdos de Ypacaraí, yo me
quedaba en silencio, enriqueciendo mi espíritu y dando descanso
a mi cuerpo, todas las veces que escuchaba la hermosa canción
de Carlos Sosa Melgarejo, Bienvenido Hermano Extranjero.
3

Se trata de una canción dulce, delicada, profunda, reveladora del ánimo noble
del pueblo paraguayo.

En un tiempo caracterizado por el desprecio, hasta formas de fobia maníaca, por


todo lo que es diverso del sujeto cuestionado, la canción, al contrario, empieza con
palabras de amor y acogida, que dejan caer todo sentido de temor y miedo, llamando
hermano, es decir, hijo de los mismos padres, a quien se presenta por primera vez en
una tierra desconocida.

No cabe duda de que nunca Carlos Sosa Melgarejo ha leído las obras de uno de
los mayores Padres de la Iglesia: san Gregorio el Grande. Pero, él ha comprendido lo
que afirmaba Gregorio: el amor llega a ser conocimiento, porque no podemos amar sin
conocer, ni tampoco conocer sin amar. Por eso, después de dar la bienvenida, él
empieza a presentar la historia de su nación, y pregunta, en un impulso irrefrenable de
amor a su tierra, si existe algo igual a Asunción.

Luego, en un
"crescendo" de dulce
intimidad -casi para pedir
perdón por si hubiera
ofendido a su hermano
extranjero, poniendo su
ciudad en la cumbre de todas
las ciudades, Asunción
capital del mundo-, vuelve a
dar la bienvenida al hermano
extranjero y lo llama señor
(karai) de otras tierras. Y le ofrenda (con gran humildad, no dice "quiero ofrecerle",
sino "quiero ofrendarle", como sacrificio-homenaje de "agradable aroma") "la más
dulce expresión de su historia: su hablar guaraní".

A este punto, nuestro amable amigo comienza a hablar en guaraní. Pero, no lo


hace para ofender al hermano extranjero, ni tampoco para tomarle el pelo o demostrar
su superioridad haciéndolo sentir incómodo.
4

Todo lo contrario: quiere solo donar lo que en aquel momento posee como "la
más dulce expresión de su historia", que pone a disposición del hermano extranjero. Por
eso, enseguida, traduce estas palabras, que, para este hermano extranjero tienen un
sonido arcano, que se entienden sobre todo con los "ojos" del corazón: "Mucha suerte,
cariño y amor". Y, tocando arpa y guitarra, se abre un libro de sinceridad de parte de un
pueblo lleno de cordialidad.

La palabra cordialidad quiere decir sinceridad, y encuentra su raíz etimológica


en la palabra latina cor-cordis, que significa corazón.

En esta palabra con que concluye la canción, hallamos el sentido profundo de lo


que he llamado el sustrato bíblico de la verdadera cultura del pueblo paraguayo.

Este sustrato bíblico lo encontramos en el término corazón, que es una de las


palabras fundamentales de la teología bíblica. En la Biblia, el corazón (lēb) es la sede
básica de las decisiones, el alma que expresa sus deseos y las fuerzas de la voluntad que
expresan su poder. La
Biblia no conoce un
pensamiento puramente
racional, desligado del
corazón, pues el mismo
corazón es el que piensa. En
este contexto, se sitúa la
bienaventuranza de los
limpios de corazón (cf. Mt
5, 8), de quienes se dice que
ellos verán (conocerán) a
Dios.

Antoine de Saint-Exupéry, en su incomparable estilo poético, nos recuerda esta


profunda verdad, en el diálogo de su celebre obra de arte El Principito:

"Los hombres de tu planeta -dijo el Principito- cultivan cinco mil rosas juntas
en un mismo jardín..., pero no encuentran lo que buscan. -No lo encuentran-
respondí... -Y lo que buscan podrían hallarlo en una sola rosa o en un poco de
agua... -Seguramente- respondí. El Principito añadió: -Pero los ojos están
ciegos. Es necesario buscar con el corazón".
5

Si no buscamos con el corazón, si no amamos a quien encontramos y, ya antes


de conocerlo, no le ofrendamos la más dulce expresión de nuestra historia, de nuestra
vida, toda nuestra actividad será inútil y nuestra obra terminará en un fracaso total.

Nuestras obras, nuestros discursos, nuestros éxitos, nuestros pensamientos y


razonamientos, todo lo que programemos, hagamos y realicemos no cuenta para nada, si
no sale de un corazón nuevo, un corazón de carne y no de piedra (cf. Ez 11, 19-21), un
corazón del cual se pueda decir: "El mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz,
ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria
de Dios que está en la faz de Cristo" (2Co 4, 6).

Habiendo sido acogido como hermano extranjero en esta ciudad, yo también he


intentado ofrendar a todos los ciudadanos de Ypacaraí, que he encontrado, "la más dulce
expresión de mi historia". Siempre he considerado la conciencia de todos un sagrario
único, libre, original e irrepetible, en que se entra solo en una relación donde verdad y
libertad se acompañan de manera indisoluble.

Con este sagrado respeto, me he acercado a todos, siempre teniendo presente que
el "Señor no hace distinción de personas" (cf. Ef 6, 9), y si hacemos diferencias entre las
personas, cometemos
pecado (cf. Sgto 2, 9). En
Cristo Jesús, no hay
diferencia entre judío y
griego, entre esclavo y
hombre libre, entre
hombre y mujer, entre
jóvenes y ancianos, ricos y
pobres, colorados y
liberales o de otro color
político (cf. Gal 3, 28).

Delante de Dios, puedo afirmar que en estos años transcurridos en Ypacaraí he


intentado, con mi pobre corazón, hacerme todo para todos con el fin de salvar, por todos
los medios, a algunos. Y todo lo hago por el Evangelio, porque quiero tener también mi
parte de él (cf. 1Co 9, 22-23).
6

Es por eso por lo que he insistido tanto, a tiempo y a destiempo, rebatiendo,


reprendiendo o aconsejando, siempre con paciencia y dejando una enseñanza, porque
llegará un tiempo (o ya ha llegado...) en que los hombres ya no soportarán la sana
doctrina, sino que se buscarán maestros según sus inclinaciones, hábiles en captar su
atención; cerrarán los oídos a la verdad y se volverán hacia los ídolos del tiempo
presente y puros cuentos (cf. 2Tim 4, 3-4).

Pero, como he repetido tantas y tantas veces, solo "la verdad los hará libres" (Jn
8, 32).

Por eso, he hecho mías, como un programa pastoral, las palabras de nuestro
Santo Padre Benedicto XVI:

"Me vienen a la mente -ha declarado el Papa- unas hermosas palabras de la


primera carta de san Pedro, en el primer capítulo, versículo 22. En latín dice
así: ‘Castificantes animas nostras in oboedientia veritatis'. La obediencia a la
verdad debería hacer casta (‘castificare') nuestra alma, guiándonos así a la
palabra correcta, a la
acción correcta.
Dicho de otra
manera, hablar para
lograr aplausos;
hablar para decir lo
que los hombres
quieren escuchar;
hablar para obedecer
a la dictadura de las
opiniones comunes,
se considera como
una especie de
prostitución de la palabra y del alma. La ‘castidad' a la que alude el apóstol san
Pedro significa no someterse a esas condiciones, no buscar los aplausos, sino la
obediencia a la verdad".

Amemos la verdad, busquémosla con los ojos de nuestro corazón, y seremos


libres.
7

Amemos a nuestra
querida e inolvidable ciudad de
Ypacaraí.

Cantemos a ella nuestra


serenata con arpa, guitarra bajo
una enredadera de luna y
jazmín, en las noches de mi
Paraguay.

No tengamos miedo de
amar a esta ciudad. Amándola
y construyéndola en la verdad y la libertad, nosotros nos preparamos al encuentro con la
Ciudad Santa, la nueva Jerusalén que bajará del cielo, de estar junto a Dios, engalanada
como una novia que se adorna para recibir a su esposo. Ciudad Santa y Patria última y
definitiva donde no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena (cf. Ap 21, 1-4). Ciudad
que no necesita luz del sol ni de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y a su luz
caminarán las naciones y los pueblos de todos los siglos (cf. Ap 21, 23-24).

Y para llegar a contemplar un día la Ciudad Santa que baja del cielo, amemos
con todas nuestras fuerzas a Ypacaraí, nuestra ciudad terrenal y tengamos todos el
orgullo de proclamar:

"Soy ciudadano de Ypacaraí".

P. Emilio GRASSO

También podría gustarte