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18 de noviembre de 2012
Queridos amigos:
Puede ser que ustedes escuchen hoy palabras quebradas por la emoción.
En efecto, este don que voy a recibir constituye, para mí, como una nueva fecha
de nacimiento; es como si hoy naciera en el Paraguay, en la ciudad de Ypacaraí, una
segunda vez, en mi vida.
Santísima Trinidad, don del Padre y del Hijo a toda la humanidad, don que nos
transforma en hombres nuevos.
Los extranjeros, llamados gerim, eran los que residían en el territorio israelita,
pero no formaban parte de la institución sagrada de las tribus. No se habían integrado en
la estructura económico-social y religiosa del pueblo de la alianza. No tenían derechos y
peregrinaban sin protección jurídico-social.
Se trata de una canción dulce, delicada, profunda, reveladora del ánimo noble
del pueblo paraguayo.
No cabe duda de que nunca Carlos Sosa Melgarejo ha leído las obras de uno de
los mayores Padres de la Iglesia: san Gregorio el Grande. Pero, él ha comprendido lo
que afirmaba Gregorio: el amor llega a ser conocimiento, porque no podemos amar sin
conocer, ni tampoco conocer sin amar. Por eso, después de dar la bienvenida, él
empieza a presentar la historia de su nación, y pregunta, en un impulso irrefrenable de
amor a su tierra, si existe algo igual a Asunción.
Luego, en un
"crescendo" de dulce
intimidad -casi para pedir
perdón por si hubiera
ofendido a su hermano
extranjero, poniendo su
ciudad en la cumbre de todas
las ciudades, Asunción
capital del mundo-, vuelve a
dar la bienvenida al hermano
extranjero y lo llama señor
(karai) de otras tierras. Y le ofrenda (con gran humildad, no dice "quiero ofrecerle",
sino "quiero ofrendarle", como sacrificio-homenaje de "agradable aroma") "la más
dulce expresión de su historia: su hablar guaraní".
Todo lo contrario: quiere solo donar lo que en aquel momento posee como "la
más dulce expresión de su historia", que pone a disposición del hermano extranjero. Por
eso, enseguida, traduce estas palabras, que, para este hermano extranjero tienen un
sonido arcano, que se entienden sobre todo con los "ojos" del corazón: "Mucha suerte,
cariño y amor". Y, tocando arpa y guitarra, se abre un libro de sinceridad de parte de un
pueblo lleno de cordialidad.
"Los hombres de tu planeta -dijo el Principito- cultivan cinco mil rosas juntas
en un mismo jardín..., pero no encuentran lo que buscan. -No lo encuentran-
respondí... -Y lo que buscan podrían hallarlo en una sola rosa o en un poco de
agua... -Seguramente- respondí. El Principito añadió: -Pero los ojos están
ciegos. Es necesario buscar con el corazón".
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Con este sagrado respeto, me he acercado a todos, siempre teniendo presente que
el "Señor no hace distinción de personas" (cf. Ef 6, 9), y si hacemos diferencias entre las
personas, cometemos
pecado (cf. Sgto 2, 9). En
Cristo Jesús, no hay
diferencia entre judío y
griego, entre esclavo y
hombre libre, entre
hombre y mujer, entre
jóvenes y ancianos, ricos y
pobres, colorados y
liberales o de otro color
político (cf. Gal 3, 28).
Pero, como he repetido tantas y tantas veces, solo "la verdad los hará libres" (Jn
8, 32).
Por eso, he hecho mías, como un programa pastoral, las palabras de nuestro
Santo Padre Benedicto XVI:
Amemos a nuestra
querida e inolvidable ciudad de
Ypacaraí.
No tengamos miedo de
amar a esta ciudad. Amándola
y construyéndola en la verdad y la libertad, nosotros nos preparamos al encuentro con la
Ciudad Santa, la nueva Jerusalén que bajará del cielo, de estar junto a Dios, engalanada
como una novia que se adorna para recibir a su esposo. Ciudad Santa y Patria última y
definitiva donde no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena (cf. Ap 21, 1-4). Ciudad
que no necesita luz del sol ni de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y a su luz
caminarán las naciones y los pueblos de todos los siglos (cf. Ap 21, 23-24).
Y para llegar a contemplar un día la Ciudad Santa que baja del cielo, amemos
con todas nuestras fuerzas a Ypacaraí, nuestra ciudad terrenal y tengamos todos el
orgullo de proclamar:
P. Emilio GRASSO