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Penal
Dayana Samaniego
3º Criminología
Unidad 1
3. ATESTADO POLICIAL
1. LA POLICÍA JUDICIAL EN EL PROCESO PENAL ESPAÑOL
La Policía Judicial está integrada por miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado
(FFCCSE), las funciones específicas de investigación penal están atribuidas a un determinado
grupo de agentes pertenecientes a las FFCCSE denominado Unidad Orgánica de la Policía
Judicial.
Estas Unidades Orgánicas están integradas por determinados miembros de la Policía Nacional y
de La Guardia Civil
• FUNCIÓN
Como agentes pertenecientes a dicha Unidad, está regida por los principios de
permanencia, estabilidad, especialización y estricta sujeción o dependencia funcional
respecto de Jueces, tribunales y Ministerio Fiscal.
De esta manera no cualquier agente de las FFCCSE es Policía Judicial, sino que esta unidad está
compuesta por agentes especializados que, según requiere el artículo 30 del RD 799/1987, deberán
acreditar dicha formación especializada mediante un título que habrán obtenido tras la
superación de determinadas pruebas.
La obtención de dicho título será requisito imprescindible estar en posesión del Diploma expedido
por el Centro de Estudios Judiciales. Esta especialización se cursará en dos fases:
Órgano auxiliar de la administración de justicia que desempeña sus funciones con dependencia
orgánica del Ministerio del Interior y con dependencia funcional de los Jueces y Magistrados.
Su dependencia funcional es la que lo distingue del resto de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del
Estado, pues, actúa en el marco o en el contexto del derecho penal, porque son los encargados de
investigar. NO interviene en el proceso civil (en el que se producen conflictos entre particulares).
Por su parte, en el proceso penal, la mayoría de los conflictos son de carácter público o
semipúblico, por lo que la policía está autorizada a intervenir.
2. FUNCIONES ESPECÍFICAS DE LA POLICÍA JUDICIAL EN EL PROCESO PENAL.
Las funciones de la Policía Judicial son de dos tipos
➢ Las que tienen por objeto el aseguramiento de las personas y de las fuentes de prueba,
denominadas por ello funciones de prevención
➢ Las que tienen por finalidad la de descubrir al autor del delito y la realización del hecho
con todas sus circunstancias, que constituyen funciones de investigación.
Las actuaciones que debe realizar la Policía Judicial de forma inmediata, tras conocer la
existencia de la comisión de un hecho delictivo, y que se realizan de forma autónoma, es decir,
sin que deban esperar órdenes del Ministerio Fiscal o del Juez Instructor. Se trata, de las primeras
actuaciones urgentes que se pondrán en conocimiento del Juez Instructor, tras su realización, y
que según el artículo 292 LECrim, se deberán plasmar en un atestado.
Este atestado deberá, además, ser remitido con un informe en el que deberán aparecer las
detenciones practicadas y la existencia de requisitorias cuando así conste en sus bases de datos.
Así, a la Policía Judicial le compete confeccionar el atestado, que es un documento público y con
trascendencia procesal penal, porque en él se contienen datos objetivos que podrán tener un
verdadero valor de prueba, como prueba preconstituida, porque, en la actualidad, su realización
exige un alto grado de especialización y capacidad técnica al contener informes de la policía
científica provenientes de gabinetes dactiloscópicos, lofoscopios, reconocimientos fotográficos,
entradas y, intervenciones postales y telefónicas, entre otras muchas.
Respecto de las diligencias de prevención, el artículo 284 LECrim, en su redacción dada por la Ley
41/2015, de 5 de octubre, establece que una vez que la Policía judicial tenga conocimiento de la
comisión de un delito público o fueran requeridos para prevenir la instrucción de diligencias por
razón de algún delito privado, informarán al juez o al Ministerio Fiscal de forma inmediata, si
pudieren hacerlo, sin cesar en la práctica de las diligencias de prevención. No obstante, cuando
no exista autor conocido del delito, la Policía Judicial podrá conservar el atestado a disposición
del Ministerio Fiscal y de la autoridad judicial, sin enviárselo, salvo que concurra alguna de las
siguientes circunstancias:
Delitos contra Que el Ministerio Fiscal o la autoridad judicial
- la vida, soliciten la remisión
- integridad física
- libertad e indemnidad sexuales Que se practique cualquier diligencia después de
- de delitos relacionados con la transcurridas 72 h desde la apertura del atestado
corrupción y estas hayan tenido algún resultado
Por otro lado, y de conformidad con el derecho reconocido en el artículo 6 de la Ley 4/2015, de
27 de abril, del Estatuto de la Víctima del delito, la Policía Judicial comunicará al denunciante
que, en caso de no ser identificado el autor en el plazo de setenta y dos horas, las actuaciones
no se remitirán a la autoridad judicial, sin perjuicio de su derecho a reiterar la denuncia ante la
fiscalía o el juzgado de instrucción.
En el caso de que hubieran recogido armas, instrumentos o efectos de cualquier clase que pudieran
tener relación con el delito y se hallen en el lugar en que este se cometió o en sus inmediaciones,
o en poder del investigado o en otra parte conocida, extenderán diligencia expresiva del lugar,
tiempo y ocasión en que se encontraren, que incluirá una descripción minuciosa para que se pueda
formar idea racional de los mismos y de las circunstancias de su hallazgo, que podrá ser sustituida
por un reportaje gráfico. La diligencia será firmada por la persona en cuyo poder fueren hallados.
La incautación de efectos que pudieran pertenecer a una víctima del delito será comunicada a
la misma. La persona afectada por la incautación de objetos o instrumentos podrá recurrir en
cualquier momento la medida ante el juez de instrucción de conformidad con lo dispuesto en el
párrafo tercero del artículo 334 LECrim.
El contenido del artículo 28 del Real Decreto 769/1987, de 19 de junio, sobre regulación de la
Policía Judicial, según el cual le están encomendadas las siguientes actuaciones de prevención o
primeras diligencias:
1. Inspecciones oculares
2. Aportación de primeros datos, averiguación de domicilios y paraderos y emisión de
informes de solvencia o de conducta.
3. Emisión, incluso verbal, de informes periciales provisionales, pero de urgente necesidad
para adoptar decisiones judiciales que no admiten dilación.
4. Intervención técnica en levantamiento de cadáveres.
5. Recogida de pruebas.
6. Actuaciones de inmediata intervención.
7. Cualesquiera otras de similar naturaleza a las anteriores.
Las diligencias que pueden realizar de forma autónoma:
1. Inspección ocular y recogida de los efectos e instrumentos del delito. La Policía judicial
deberá anotar y hacer constar en el atestado todas las circunstancias relativas al lugar
de la comisión del hecho y de las que se estimen útiles para el proceso, tanto en relación
con los objetos, espacios físicos o las personas, a quienes deberán identificar. En cualquier
caso, deberán, si ello fuera necesario, levantar planos del lugar o realizar fotografías o
grabaciones, dejando con ello constancia de la situación de las cosas o de las personas
relacionadas con ellas (artículos 282-292; 326 a 334 y 770 de la LECrim).
- A cualquiera que se halle en alguno de los casos del artículo 490, es decir, en los
delitos flagrantes o que se esté intentando cometer, o a quien se haya fugado
de un establecimiento penal, entre otros supuestos.
- Al que estuviere procesado por delito que tenga señalada en el Código pena
superior a la de prisión correccional, es decir, superior a 3 años de privación de
libertad.
- Al procesado por delito a que esté señalada pena inferior, si sus antecedentes o
las circunstancias del hecho hicieren presumir que no comparecerá cuando
fuere llamado por la Autoridad judicial, esto es, por peligro de fuga. Salvo que
el procesado haya prestado en el acto fianza bastante, a juicio del agente que
intente detenerlo, para presumir racionalmente que comparecerá cuando le
llame el Juez o Tribunal competente.
- Al que estuviere en el caso del número anterior, aunque todavía no se hallase
procesado, con tal que concurran las dos circunstancias siguientes: que la Policía
Judicial tenga motivos racionalmente bastantes para creer en la existencia de
un hecho que presente los caracteres de delito y que los tenga también
bastantes para creer que la persona a quien intente detener tuvo participación
en él.
5. Juicios rápidos, según el artículo 796 LECrim, podrá recabar informes técnicos de
naturaleza pericial; obtener copia del parte que emita el facultativo que atienda al
ofendido y remitir directamente las sustancias tóxicas aprehendidas a los órganos
competentes para los oportunos análisis, si bien, en circunstancias de urgencia podrán
realizar dichos análisis la policía científica; entre otras muchas actuaciones previstas en
el ámbito del procedimiento ordinario y el abreviado.
Una vez iniciado el proceso, pues, la Policía Judicial carece de facultades autónomas de
investigación (artículos 286 LECrim y 5 del RD 769/1987).
En sentido amplio, pues, la ley no señala en concreto qué tipo de diligencias de investigación le
pueden ser encomendadas a la Policía Judicial, de forma que podrán ser cualesquiera que se
entiendan convenientes por parte del Fiscal o del Juez, que, en caso de incidir en algún derecho
fundamental de los recogidos en el artículo 18 de la CE (derecho al secreto de las comunicaciones,
derecho a la intimidad personal y familiar, inviolabilidad del domicilio, etc.), salvo en los casos
de urgencia y necesidad, deberán realizarlas previa orden judicial y desarrolladas bajo el estricto
control y seguimiento del Juez de Instrucción.
Entre otras, pueden citarse como ejemplos de diligencias de investigación realizadas siguiendo las
órdenes del juez las siguientes:
¿QUÉ ES?
El atestado debe ser remitido con un informe dando cuenta de las detenciones practicadas y de
la existencia de requisitorias para su llamamiento y busca cuando así conste en sus bases de datos.
En segundo lugar, las diligencias que conformen el atestado, como consecuencia de las actuaciones
practicadas deberán ordenarse cronológicamente, con expresión previa de su contenido e
indicación de su resultado.
En el atestado, se hará constar, asimismo, los datos necesarios que permitan identificar a los
funcionarios que hayan realizado la actividad concreta de que se trate; esto es, de los que hayan
participado directamente en cada una de las diversas diligencias que componen el mismo,
investigación, vigilancia, escuchas, registros, detenciones, interrogatorios, etc.
Cuando durante la práctica de una investigación policial sea preciso solicitar del Juez,
mandamientos de entrada y registro, autorizaciones para proceder a la intervención de las
comunicaciones o para la detención y observación de la correspondencia, la petición deberá
reflejar una explicación clara y detallada del objetivo que se pretende, del origen de la
investigación y de las necesidades de dicho método de investigación.
Por último, el atestado policial habrá de ser remitido a la autoridad judicial cuando esté
finalizado. No obstante, el artículo 284 LECrim autoriza a la Policía Judicial conservarlo sin
enviarlo al Juez cuando no exista autor conocido. Esta excepción no se aplicará cuando se trate
de los delitos que el precepto relaciona, esto es, que se trate de delitos contra la vida, contra la
integridad física, contra la libertad e indemnidad sexuales o de delitos relacionados con la
corrupción; que se practique cualquier diligencia después de transcurridas setenta y dos horas
desde la apertura del atestado y estas hayan tenido algún resultado; o que el Ministerio Fiscal o
la autoridad judicial soliciten la remisión.
Unidad 2
La fase de instrucción.
Principios generales
1. LA FASE DE INSTRUCCIÓN. CONCEPTO, CLASES Y FINALIDAD
1.1 Concepto
1.2 Clases
1.3 Finalidad
3. SUJETOS DE LA INSTRUCCIÓN
Y ello sin perjuicio de la existencia de una fase intermedia más o menos acentuada o prolongada
en el tiempo en función del tipo de procedimiento concreto ante el que nos encontremos. Así, por
ejemplo, la fase intermedia que en el proceso sumario ordinario por delitos graves puede llegar a
ser una fase ciertamente dilatada, en los juicios rápidos no pasa de constituir, en ocasiones, un
mero instante procesal.
1.1 Concepto
Si como se ha sostenido con anterioridad, la vigencia del principio acusatorio obliga a dividir el
proceso en dos grandes fases, con la intención de salvaguardar la independencia del Juez o
Tribunal que haya de dictar la Sentencia, la finalidad de la fase instructora no puede ser otra
que la de preparar la fase de enjuiciamiento concretando la existencia —cuanto menos aparente—
del hecho delictivo y la determinación de la persona que, presuntamente, lo cometió o participó
en su comisión.
La razón es obvia: para proceder al enjuiciamiento del caso será necesario que haya unos hechos
—al menos— aparentemente delictivos (si no hay hecho o los que hay no constituyen delito, no
habrá enjuiciamiento) y que se haya determinado a la persona que, presuntamente, los hubiera
podido cometer (si no hay presunto autor —acusado—, tampoco habrá enjuiciamiento). Sin hecho
presuntamente delictivo o sin persona presuntamente responsable, no puede abrirse el juicio oral.
La fase de instrucción es, pues, aquella fase del proceso encaminada a preparar el enjuiciamiento
mediante la determinación del hecho —aparentemente— delictivo y la persona de su presunto
autor.
Nótese, pues, que el objetivo de la fase instructora es investigar los hechos delictivos y la posible
participación en ellos de determinados sujetos; pero los datos recabados, lejos de constituir prueba
alguna, son el resultado de meras investigaciones que habrán de ser probadas ante el Juez o
Tribunal que haya de dictar sentencia. Como norma general, pues, las diligencias de investigación
llevadas a cabo durante la instrucción carecerán de valor probatorio. Esos hechos y la
participación que en ellos haya podido tener el acusado habrán de ser objeto de prueba ante el
órgano de enjuiciamiento, que es el que dictará sentencia.
Se ha sostenido con anterioridad que la vigencia del principio acusatorio no solo obliga a
distinguir dos grandes fases en el proceso (instrucción y enjuiciamiento) sino que obliga
igualmente a entregar la dirección de estas dos fases, a órganos públicos del Estado diferentes.
En este contexto, resulta evidente que el enjuiciamiento ha de corresponder a los órganos
jurisdiccionales del Estado — jueces y magistrados— porque así lo exige principio de exclusividad
jurisdiccional en su vertiente positiva (monopolio estatal de la jurisdicción —art. 117.3 CE—).
Mayores controversias suscita, sin embargo, la determinación de cuál debe ser el órgano
encargado de la dirección de la fase instructora o fase de investigación.
En este último caso, y con el fin de evitar que puedan coincidir en la persona de un mismo juez o
magistrado la función de instruir el caso y la de dictar la sentencia, se diseña una categoría
funcional específica de jueces y magistrados de instrucción cuya función es dirigir la fase
instructora; y, por tanto, su función terminará cuando concluya dicha fase, sin que tengan
competencia alguna —como norma general— respecto del enjuiciamiento y la sentencia que se
dicte.
En consonancia con ello, la competencia para dirigir la fase de instrucción recaerá, en nuestro
ordenamiento, sobre el Juez instructor garantizándose así la imparcialidad del órgano
enjuiciador que no habrá tenido, tampoco, ninguna competencia durante la fase investigadora.
Estos dos grandes modelos admiten todavía una tercera variante con tendencia a la expansión
en los últimos tiempos y que, sobre la base del diseño procesal Inglés, hace recaer la competencia
efectiva para la dirección de la investigación criminal directamente sobre la policía.
Sea como fuere y dada la exposición a que se ven sometidos los Derechos Fundamentales durante
la investigación propia de la fase instructora, resulta evidente que todos aquellos ordenamientos
que prescinden del juez instructor han de ver completado el organigrama de los sujetos
instructores con la presencia de un Juez de garantías que autorice, durante la fase instructora,
la práctica de cualquier diligencia de investigación limitativa de Derechos Fundamentales
(piénsese, por ejemplo, en una entrada y registro o en la intervención de unas comunicaciones,
que no podrían practicarse sin autorización judicial).
En conclusión, pues, la instrucción es aquella fase del proceso penal, dirigida —en España— por
el Juez instructor y encaminada a preparar el enjuiciamiento mediante la determinación del
hecho delictivo aparentemente cometido (si existió el hecho en sí y si reúne los caracteres de
delito) y la determinación de su presunta autoría.
1.2 Clases
Cada tipo de procedimiento tendrá su propia regulación de la instrucción a la que los
mencionados preceptos serán, según se indicaba, de aplicación supletoria.
1.3 Finalidad
Así, el sumario (fase instructora del procedimiento ordinario por delitos graves) tendrá como
finalidad la preparación del juicio según establece el art. 299. Ello supone que durante la
instrucción se llevarán a cabo todas las actuaciones encaminadas a tal fin y concretamente:
Las diligencias previas del procedimiento abreviado han sufrido una importante evolución
legislativa y si bien hasta el año 2002, la instrucción en este ámbito quedaba limitada a la
práctica de aquellas diligencias esenciales para el sostenimiento de la acusación y tan solo cuando
fueran efectivamente necesarias —podía, pues, incluso prescindirse de su práctica pasando del
atestado policial a la apertura del juicio oral directamente—, tras la mencionada reforma, el
art. 777 LECrim contempla la práctica de las diligencias necesarias para:
La finalidad, pues, de ambas instrucciones tiene un contenido, hoy, ciertamente similar. Más
distinta resulta, sin embargo, la regulación de la instrucción prevista para los conocidos como
“juicios rápidos”.
En este procedimiento, la clave fundamental de la celeridad que el legislador quiso imprimir
reside, precisamente, en la instrucción. La tramitación de este procedimiento exige que la
instrucción pueda practicarse durante la guardia del Juzgado y para que ello sea posible, el
legislador ha establecido todo un conjunto de actuaciones que la policía judicial debe llevar a
cabo en el tiempo mínimamente imprescindible y, en todo caso, en el plazo que dura la detención.
De conformidad con lo previsto en el art. 796 LECrim la policía judicial deberá acompañar al
atestado el parte médico de asistencia, deberá informar al presunto responsable de los derechos
que le asisten, solicitar el nombramiento de abogado de oficio —en su caso—, realizar las
citaciones de quienes deban comparecer ante el Juzgado de guardia (denunciado, testigos...),
remitir la droga (o sustancias aprehendidas) para su análisis y practicar las pruebas de
alcoholemia... Realizadas todas estas actuaciones, la policía aportará el resultado de todo ello al
Juzgado de guardia planteándose así, en ese momento, cuatro situaciones posibles:
3. Que las actuaciones no sean suficientes para formalizar la acusación pero no proceda
el sobreseimiento de la causa en cuyo caso, el juez instructor podrá llevar a cabo
cualesquiera diligencias instructoras (las contenidas en el art. 797 o cualesquiera otras que
considere adecuadas) siempre que no se exceda del marco temporal en que debe llevarse a
cabo la instrucción en estos procedimientos y que no es otro que el de la guardia del
Juzgado; y
La instrucción del jurado, por último, se configura de forma muy similar a la del procedimiento
abreviado porque, aunque el art. 27 LOTJ limite la práctica de diligencias a tan solo aquellas que
sean solicitadas por las partes y que resulten imprescindibles para decidir sobre la apertura del
juicio oral, el propio precepto, más adelante, habilita al Juez instructor para practicar todas
aquellas que considere necesarias para la comprobación del hecho y de su presunta autoría.
2. LOS PLAZOS DE INSTRUCCIÓN
Esta es la tesitura a la que se enfrentó el legislador en 2015 cuando, finalmente, optó por
introducir un sistema de plazos que pusiera fin a la posibilidad de prolongar la instrucción
ilimitadamente en el tiempo forzando bien al archivo de la causa, bien a la apertura del juicio
oral, una vez transcurrido el plazo fijado por la Ley. Los plazos establecidos se regulan en el art.
324 LECrim y responden al siguiente esquema general:
– La instrucción durará seis meses desde la incoación del sumario o de las diligencias previas.
– El plazo de seis meses podrá prorrogarse hasta 18 meses si la instrucción fuera declarada
compleja. Y lo será cuando (art. 324.2):
– El plazo de 18 meses podrá prorrogarse por otros 18 meses más a instancia del Ministerio Fiscal
– Este último plazo de 18 meses podrá prorrogarse, a petición de las partes, sin sujeción a límite
legal; si bien el juez deberá acordarlo de forma motivada y estableciendo el nuevo plazo con
determinación del momento de conclusión del mismo.
El cómputo de los plazos citados se suspenderá cuando se decrete el secreto del sumario o se
acuerde el sobreseimiento provisional de la causa. La reanudación del cómputo se hará por el
tiempo que falte hasta concluir el plazo de que se trate. Es de hacer notar que en el momento de
prepararse la segunda edición de este manual (julio de 2020) esta decisión está siendo sometida
a examen y revisión de las Cortes Generales que se encuentran tramitando una Proposición de
Ley de reforma del art. 324 LECrim. La reforma, pendiente de aprobación por el Senado, amplía
el plazo máximo de instrucción a doce meses desde la incoación de la causa, prorrogables
sucesivamente por periodos iguales o inferiores a seis meses.
3. SUJETOS DE LA INSTRUCCIÓN
Pese a que la LECrim establece (art. 777) que “el Juez ordenará a la policía judicial o practicará
por sí las diligencias necesarias”, resulta evidente que la realización práctica de todas las
diligencias necesarias para la averiguación del hecho y de su autoría se ordenarán siempre a la
policía judicial siendo, en la actualidad, prácticamente nulos los supuestos en los que el Juez
practicará por sí dichas investigaciones.
Junto con las actuaciones que el Juez instructor considere necesario llevar a cabo, deberá acordar
también la práctica de todas aquellas que le soliciten las partes personadas siempre que no las
considerara inútiles o perjudiciales (art. 311 LECrim). Por último, no puede olvidarse la
trascendental función del Juez instructor como órgano garante del respeto a los Derechos
Fundamentales.
En ese sentido, cualquier diligencia de investigación que pudiera resultar lesiva o atentatoria
contra los Derechos Fundamentales del investigado habrá de ser necesariamente autorizada por
el Juez que emitirá, en su caso, un auto motivado, acordando y justificando la medida. De no
contar con dicha autorización judicial la información obtenida no podrá surtir efectos en
proceso y desde luego, no podrá en modo alguno alcanzar valor probatorio, al considerarse que
ha sido obtenida con vulneración de Derechos Fundamentales (art. 11.1 LOPJ).
En tanto en cuanto el Ministerio Fiscal es quien ejerce la acción penal en nombre del Estado, se
constituye éste en parte acusadora en la práctica totalidad de los procesos penales y, como parte,
podrá solicitar del Juez instructor la práctica de diligencias e intervenir en la práctica de todos
los actos de investigación que se lleven a cabo.
Pero la intervención del Ministerio Fiscal durante la fase instructora no está exenta de matices
y peculiaridades; y, de hecho, como defensor que es de la legalidad, es una parte “imparcial” cuyas
investigaciones deben ir encaminadas a la averiguación de lo ocurrido, exentas —en puridad— de
cualquier interés de parte. En este sentido, el Ministerio Fiscal puede ordenar a la policía judicial
la práctica de cualesquiera diligencias que considere necesarias a los fines de la instrucción
siempre que no sean limitativas de Derechos Fundamentales (en cuyo caso requerirán de la
pertinente autorización judicial) y con independencia del que resultado de las mismas pueda
resultar de cargo o de descargo.
3.3 El investigado
Pese a la finalidad investigadora y el carácter de oficialidad de que goza dicha investigación en
la fase instructora, con el devenir de los tiempos y la interpretación de la normativa procesal de
conformidad con los dictados constitucionales, la fase de instrucción ha adquirido carácter
contradictorio. Así, la presencia y actuación del imputado y su abogado se ha potenciado y
reforzado convirtiéndose en indispensable (so pena de nulidad de las actuaciones) desde el primer
momento del proceso penal.
Esta evolución da cuenta del marcado carácter garantista del proceso penal español pero cabe
dejar constancia de la existencia, siempre, de una tensión latente en toda esta materia que oscila
entre la necesidad de garantizar el derecho de defensa del investigado en su máxima expresión y
la necesidad —o conveniencia— de garantizar una cierta ventaja investigadora del Estado con
la que tratar de paliar o compensar, la mejor posición desde la que parten los autores de los
hechos delictivos cometidos siempre con afán de impunidad.
En todo caso, como se verá, es lo cierto que el Derecho de defensa impregna hoy el espíritu de la
fase instructora garantizando la presencia del investigado y de su abogado, desde el primer
momento procesal y en todas las actuaciones que se practiquen. Al margen de cierta normativa
dispersa que cabe encontrar a lo largo del articulado de la LECrim, los preceptos fundamentales
que regulan la intervención y los derechos del investigado durante la fase instructora son los
arts. 118, 520 y 775. De la lectura conjunta de dichos preceptos cabría destacar los siguientes
extremos:
2. El derecho de defensa se traduce, entre otros que no se detallan pero que están legalmente
previstos (véanse los arts. 118, 520 y 775 LECrim), en el derecho del imputado a:
Art. 282 LECrim la policía judicial deberá llevar a cabo todas las actuaciones necesarias para la
averiguación y comprobación de los delitos, el descubrimiento de los delincuentes y el acopio de
cualesquiera efectos, instrumentos o pruebas del delito que deberá poner a disposición judicial.
Asimismo, cuando la policía entre en contacto con las víctimas del delito deberán informarles de
los derechos que les asisten así como hacer una valoración inicial de sus circunstancias a fin de
realizar una primera determinación de las medidas de protección que cabe adoptar.
Durante la fase instructora y en su labor de averiguación del delito y su autoría, la policía judicial
desarrolla sus funciones con sumisión a los órganos jurisdiccionales y al Ministerio Fiscal. Pero
son muchas las situaciones en las que la actuación de la policía comienza sus actividades con
carácter previo a la puesta en marcha de una actuación judicial. En estos casos la policía actúa
mediante lo que se conoce como “diligencias a prevención” o actuaciones investigadoras llevadas
a cabo por esta cuando tiene conocimiento de la comisión de un delito público (art. 284 LECrim).
De todas estas diligencias la policía debe dar conocimiento a la autoridad judicial bien desde el
primero momento y sin cesar en su práctica siempre que no corra riesgo la investigación
comenzada, bien una vez que ya las hubieran concluido, dándoles traslado en tal caso del
atestado así como de todos los instrumentos o efectos del delito de que hubieran hecho acopio
en su investigación.
Y ello porque para imprimir celeridad a este proceso el legislador concibió una instrucción
concentrada en el momento de la guardia que solo podrá tener éxito si, con carácter previo, la
policía judicial ha llevado a cabo una importante actuación procesal que excede con mucho, de
la mera actividad investigadora. La tramitación de los juicios rápidos solo será posible (art. 795
LECrim) para delitos cuya pena no supere los cinco años de privación de libertad (o 10 años si se
trata de penas privativas de otros derechos), comiencen con atestado policial, se haya dado la
detención o puesta a disposición judicial del sospechoso y, además, o bien se trate de delitos
flagrantes, o de alguno de los delitos contemplados en el art. 795.2, o de un delito de instrucción
presumiblemente sencilla. Para todos estos supuestos, el art. 796 LECrim regula detalladamente
cuál debe ser la actuación de la policía judicial a fin de poder dar trámite a un juicio rápido y
así, la margen de las genéricas diligencias de investigación que se regulan en los arts. 770 y 771
LECrim, la policía judicial deberá, además, ordenar la actuación pericial, realizar actos de
citación y llevar a cabo determinadas actuaciones relacionadas con el derecho de defensa del
investigado.
2. Realizar por sí misma el análisis anterior cuando no fuera posible remitir la sustancia
al instituto correspondiente en el plazo previsto
3. Solicitar informe pericial sobre cualesquiera objetos que debieran ser tasados y que no
fuera posible remitir al Juzgado de guardia
– En relación con los actos de citación, la policía judicial procederá a citar a las personas que a
continuación se detallarán para que comparezcan estas ante el Juzgado de guardia. Así, citará
para comparecencia en un día y hora determinado al investigado no detenido, a los testigos, a
las víctimas del delito, a los ofendidos o perjudicados por el delito y a las compañías aseguradoras.
– En relación, con las actuaciones de la policía judicial que inciden directamente en el derecho
de defensa del investigado, deberá informarle de los derechos que le asisten así como solicitar el
nombramiento de abogado de oficio en los supuestos en los que no nombrara uno de confianza.
4. PRINCIPIOS PROCESALES DURANTE LA FASE INSTRUCTORA
Al margen de los principios de contradicción e igualdad que por ser inherentes a la propia
estructura del proceso concurrirán en todo caso, distinguimos entre aquellos principios que
rigen y configuran la estructura del proceso civil y los que lo hacen respecto del proceso penal.
Pero, junto a ello, la propia división funcional del proceso penal en dos fases diferenciadas
hace que cada una de ellas se inspire en principios procesales no siempre coincidentes en
ambas.
En consonancia con ello, cabría afirmar que durante la fase de instrucción es posible apreciar
la vigencia del principio acusatorio como principio estructurador del proceso penal en su
conjunto y, junto con él y en relación con el procedimiento, la vigencia de los principios de
oficialidad, escritura y secreto.
La propia existencia de la fase instructora debe su razón de ser, pues, a la vigencia del principio
acusatorio que pretende, como última finalidad, garantizar la posición de independencia del juez
o tribunal que ha de dictar la sentencia evitándole cualquier posible intervención durante la fase
de investigación que pudiera condicionar, mermar o influir en su debida imparcialidad.
La actuación del juez instructor conllevará la adopción de decisiones en muy diversos ámbitos
que, en cierto modo, condicionaran el transcurso del proceso. Así, adoptará decisiones en relación
con la estrategia investigadora que debe seguirla un policía, en relación con la práctica de
determinados medios de investigación para los que se requiere de su autorización motivada (se
pronunciará sobre la adopción de medidas investigadoras limitativas de derechos fundamentales
como la entrada y registro, la intervención de las comunicaciones...), en relación con la adopción
de determinadas medidas cautelares que pueden ir desde la libertad provisional o una orden de
alejamiento hasta la prisión provisional, etc...
Es decir, que el juez instructor intervendrá en el proceso adoptando toda una serie de medidas
que, en cierto modo, le colocan en una necesaria situación de prejuicio —en el estricto sentido de
juicio previo— que podría condicionar su objetiva visión de los hechos en el caso de que tuviera
que ser él quien dictara la sentencia. Precisamente por lo anterior se configura como causa de
abstención y, en su caso, recusación el que el juez que ha de dictar sentencia o alguno de los
magistrados integrantes del Tribunal que ha de dictarla hubiera participado con anterioridad
en la instrucción penal de la causa (art. 219.1.11ª LOPJ).
La fase instructora, sin embargo, se presenta presidida por el principio de investigación de oficio
de los hechos. Dada la naturaleza pública del proceso penal así como, en general, el carácter
público de los delitos que se enjuician, son muchas las formas de incorporación al proceso de los
hechos y de las personas que, presuntamente, pudieran haberlos cometido. Al margen de la
información que pueda llegar al Juez a través del atestado, la denuncia del perjudicado o las
primeras diligencias a prevención que hubiera podido practicar la policía, es lo cierto que esta
primera aportación de hechos en modo alguno vincula a la autoridad judicial que, como directora
de la instrucción, podrá ampliarla o restringirla en función de las distintas averiguaciones a que
la propia investigación le vaya llevando.
Podrá, de esta manera, acordar todas las diligencias de investigación que, de oficio, considere
precisas para una adecuada averiguación de los hechos y de su autoría (no se olvide la finalidad
del sumario declarada en el art. 299 LECrim: preparar el juicio, averiguar la perpetración de los
delitos y la participación en ellos de los delincuentes).
Junto con las diligencias de investigación que practique el juez instructor de oficio y las que
acuerde a instancia de la partes del proceso, no puede obviarse la capacidad investigadora del
Ministerio Fiscal que podrá contribuir a delimitar el objeto del proceso con las diligencias que, de
oficio y autónomamente —siempre que no fueran limitativas de Derechos Fundamentales—
decidiera este practicar.
Cabe entender que un proceso es oral cuando la resolución judicial del mismo viene fundada en
materias (pruebas) aportadas oralmente al proceso. Y en tal sentido, el proceso penal español es
claramente un proceso inspirado por el principio de oralidad. Pero hay determinadas actuaciones
procesales y, muy especialmente las que tiene lugar en la fase instructora, que, necesariamente,
han de transcurrir en forma escrita (querella o cualesquiera otros modos de iniciación de proceso
penal).
Por otra parte, por la propia naturaleza de los actos que tiene lugar durante la fase de
investigación, estos necesariamente tendrán carácter escrito y, de hecho, los intentos históricos
de fomentar la oralidad en esta fase procesal (es el caso de la LOTJ, cuyos arts. 24 y 31 trataron
de introducir determinadas “comparecencias” o “audiencias” durante la fase instructora) han
devenido en infructuosos —por no decir, fracasados— intentos de agilización que en modo alguno
dieron los resultados esperados.
Así, la finalidad propia de la instrucción que en esencia, reside en la preparación del juicio oral
y la necesidad de asegurar la prueba y dejar constancia de lo actuado por los diversos órganos
intervinientes en la misma (policía judicial, Ministerio Fiscal, Juez instructor...) convierten el
principio de escritura en un principio irrenunciable de esta fase procesal por mucho que en su
conjunto, pueda afirmarse que el proceso penal español es un proceso predominantemente oral.
- publicidad relativa limitada a, tan solo las partes del proceso y quienes puedan
resultar legalmente interesados. Esta última es la publicidad que se reconoce
durante la fase instructora en relación con las partes del proceso.
Durante la investigación rige el principio de secreto del sumario para la sociedad en general (art.
301 LECrim) y publicidad relativa, limitada a las partes del proceso (art. 302 LECrim). Así, las
partes del proceso pueden acceder a todos los datos obrantes en el expediente y tomar
conocimiento de todas las actuaciones y diligencias practicadas. Cabe la posibilidad de que
incluso esta publicidad relativa, limitada a tan solo las partes del proceso pueda poner en riesgo
las investigaciones que se están llevando a cabo; en tal caso, el juez instructor puede decretar el
secreto del sumario (art. 302.2 LECrim) si bien, dicho secreto deberá alzarse con, al menos, diez
días de antelación a la conclusión del sumario a fin de que, para dar cumplimiento a las
exigencias del derecho de Defensa, las partes puedan tomar conocimiento de las diligencias
practicadas y el resultado de las mismas.
Más extraño, por contraste con lo que sucede en la práctica cotidiana de la información vertida
a diario en los medios de comunicación, es reconocer que los sumarios —la fase instructora de los
procesos penales— son secretos para la sociedad en general. Efectivamente y por extraño que
parezca a la vista de las noticias que cada día dan los periódicos, el art. 301 LECrim así lo consagra
al establecer que “las diligencias del sumario serán reservadas y no tendrán carácter público
hasta que se abra el juicio oral”. De hecho, a renglón seguido, sanciona con multa de 500 a 10.000
euros al abogado procurador o tercero que revelare el contenido del sumario. Recuérdese que esa
misma actuación si se tratara de funcionarios públicos es constitutiva de responsabilidad
criminal.
Fase Instrucción le pertenece al Juez de Instrucción. Su finalidad es las investigaciones necesarias
para la averiguación de los hechos, medidas cautelares para el aseguramiento de las personas o
responsabilidades civiles… Aquí hablamos de diligencias de instrucción, que serán diligencias de
medida de investigación. Esta fase es pública solo para las partes.
El juez de instrucción dirige las diligencias de investigación, acuerda medidas cautelares, o medidas
de protección, orden de alejamiento… y también autoriza las entradas de registro, llamadas
telefónicas.
El investigado desde el primer momento tiene derecho a defenderse, durante esta fase puede
proponer diligencias a su favor, intervenir en esas diligencias, derecho a examinar las tasaciones, y
prestar declaración siempre que quiera, puede decidir no declarar
Fase Juicio Oral al órgano enjuiciador, que pueden ser Audiencia Provincial, la Nacional y el Juez de
lo Penal y para determinados delitos el Tribunal del Jurado. Público para todo el mundo.
Existe la fase intermedia entre las anteriores, aquí el Juez de Instrucción se encargaba de decidir si
hay elementos suficientes para abrir el juicio oral o no.
Proceso ordinario delitos graves, +/- por delitos de prisión, la fase de instrucción en estos delitos se
llama el sumario.
EL SUMARIO:
Procedimiento abreviado, para aquellos delitos que tengan señaladas penas de prisión de hasta 9
años.
Juicios Rápidos, aquí se habla de diligencias urgentes, tienen que hacerse con rapidez.
La policía judicial, inicialmente le corresponde la averiguación del delito y los autores, la recogida de
instrumentos necesarios, materia de protección de víctimas, luego da cuenta de todo eso al juez de
instrucción.
Principio acusatorio, significa que el que instruye no puede juzgar. Tiene gran importancia, de manera
que hay dos jueces en cada proceso.
Unidad 3
El proceso penal se inicia en virtud de los actos establecidos en la LECrim. El texto procesal penal
contempla 3 formas diferentes de iniciación del proceso:
1. LA DENUNCIA
La denuncia constituye un acto procesal por medio del cual una persona física que presencia la
comisión de unos hechos que podrían ser constitutivos de delito o delito leve traslada la notitia
criminis, poniendo en conocimiento de la Policía Judicial, el Ministerio Fiscal o la Autoridad
Judicial la comisión de tales hechos a efectos de que sean objeto de persecución penal.
Se trata de una declaración de conocimiento, de manera que por medio de la denuncia el que
presencia la comisión de un hecho delictivo lo que hace es trasmitir, trasladar o comunicar la
comisión del hecho delictivo.
En este sentido, la denuncia no va más allá de lo que hasta el momento se ha avanzado, habida
cuenta de que no comporta petición alguna. Este matiz resulta crucial a efectos de distinguirla,
como se analizará en la presente lección, de la querella. La denuncia se encuentra regulada en
los artículos 259 a 269 LECrim.
2. ÓRGANOS COMPETENTES
Las denuncias se pueden presentar ante la Policía Judicial, el Ministerio Fiscal y la Autoridad
Judicial, tal y como prevén los artículos 259, 262 y 264 LECrim.
Si, por el contrario, la denuncia se presentara ante el órgano judicial competente, este procederá a la
puesta en marcha del proceso penal, concretamente la fase de instrucción.
2.4 Forma y requisitos
En lo que concierne a la estructura de la denuncia, se ha de poner de manifiesto que la LECrim no
exige una forma determinada, de manera que como en todo acto de iniciación del proceso rige el
antiformalismo.
En concreto, el artículo 265 LECrim dispone que las denuncias podrán hacerse de manera oral o escrita.
- Denuncia por escrito, como proclama el artículo 266 LECrim, deberá ser firmada por
el denunciante. Si la misma se presenta por un tercero, dicho tercero deberá ostentar
un poder especial (artículo 265 LECrim).
- Denuncia de manera verbal, la autoridad o el funcionario que la reciba deberá
transcribirla por escrito, levantando al efecto un acta que será firmada por ambos
(artículo 267 LECrim).
Indudablemente, la denuncia debe contener la narración del hecho delictivo y de todas las
circunstancias que se conocieren. A parte de ello, el artículo 268 LECrim únicamente exige la
identificación del denunciante. No se precisa la identificación del denunciado, dado que el mismo
puede ser desconocido, siendo una de las funciones de la fase de instrucción la averiguación del autor
que ha cometido el delito.
En este ámbito, se ha de plantear qué sucede en el caso de denuncias anónimas, esto es, en aquellas
denuncias en las que el denunciante no se identifica. En este caso, y a pesar de que la LECrim exige de
manera explícita la identificación del denunciante, ello no obsta para que pueda convertirse en un
acto de recepción de una notitia criminis, dando lugar a que la policía compruebe la realidad de los
hechos delictivos [En este sentido, entre otras muchas, STS —Sala Segunda— 1183/2009, de 1 de
diciembre (Tol 1747819)]; STS —Sala Segunda— 867/2002, de 29 de julio (Tol 1551737)].
2.5 Efectos.
Si la denuncia es presentada ante la Policía Judicial, esta deberá ponerla siempre en
conocimiento de la Autoridad Judicial, para lo cual le hará entrega del oportuno atestado,
remitiendo copia al Ministerio Fiscal (arts. 284 y 772.2 LECrim).
La Policía Judicial no está facultada para archivar denuncias. No obstante, como dispone el
artículo 284.2 LECrim, cuando no exista autor conocido del delito la Policía Judicial
conservará el atestado a disposición del Ministerio Fiscal y de la autoridad judicial, sin
enviárselo.
Si se formula ante la Autoridad Judicial, como prevé el artículo 269 LECrim, admitirá y
ordenará la comprobación del hecho denunciado, salvo que el hecho no revista carácter de
delito o la denuncia sea manifiestamente falsa, esto es, carezca absolutamente de
verosimilitud.
3. LA QUERELLA
Es un acto de ejercicio de la acción penal por la que una persona ofendida o no por el
delito solicita a la Autoridad Judicial la iniciación del procedimiento y la adquisición de la
condición de parte acusadora.
Clases de querella
Pueden ser objeto de querella todos los delitos: públicos, privados o semipúblicos.
- En los delitos semipúblicos, la querella del ofendido es potestativa, habida
cuenta de que únicamente se precisa para la iniciación del proceso la denuncia
del ofendido. Verificada la denuncia, el MF podrá constituirse en parte.
- En los delitos privados, la querella del ofendido es la única forma de perseguir
estos delitos, en tanto que en esta clase de delitos no interviene el MF.
Igualmente, el condenado 2 veces por sentencia firme por denuncia o querella calumniosa y
los jueces o magistrados podrán ejercitar también la acción penal por el delito o delito leve
cometidos contra las personas o bienes de los que estuviesen bajo su guarda legal.
De otro lado, se ha de poner de manifiesto que existen causas de incapacidad relativa que
tienen como fundamento la existencia de relaciones de parentesco que unen a determinados
sujetos. Así, no pueden querellarse entre sí:
- Los cónyuges, salvo en el supuesto de delitos o delitos leves cometidos el uno
contra el otro o contra sus hijos.
- Los hermanos, ascendientes y descendientes con excepción de los delitos o
delitos leves cometidos los unos contra los otros.
Las personas jurídicas pueden deducir querella si son ofendidas por el delito o en el ejercicio
de la acción popular
LEGITIMACIÓN: como consecuencia del carácter público del delito, en el proceso penal la
capacidad y la legitimación se confunden, de manera que todo aquel que sea capaz se
encuentra legitimado para querellarse. Lo anterior se establece con excepción de los delitos
privados, habida cuenta de que en este supuesto únicamente el ofendido por el delito se
encuentra legitimado activamente, debiendo acreditar tal condición.
3.2. La fianza
La prestación de fianza queda circunscrita a la querella planteada por los no ofendidos por
el delito en el ejercicio de la acción popular y por los extranjeros, con excepción de lo que se
establezca en virtud de tratados internacionales y del principio de reciprocidad.
– Las asociaciones de víctimas y las personas jurídicas a las que la ley reconoce
legitimación para defender los derechos de las víctimas, siempre que el ejercicio de la
acción penal hubiera sido expresamente autorizado por la propia víctima.
3.3.1. INADMISIÓN.
Que la misma sea inadmitida por no ser el Juez competente o por faltar otro presupuesto
procesal (por ejemplo, por falta de legitimación activa) o no cumplir los requisitos del artículo
277 LECrim. La inadmisión por razones procesales produce la no constitución en parte del
querellante, pero no impide que la querella sea un medio para poner en conocimiento la
comisión de unos hechos delictivos (traslado de la notitia criminis) de igual manera que la
denuncia o el atestado [STS —Sala Segunda— 298/2003, de 14 marzo (Tol 4920955)].
3.3.2. DESESTIMACIÓN.
Que sea desestimada por apreciar el Juez que los hechos no son constitutivos de delito, como
señala el artículo 313 LECrim. De esta manera, se alude a la falta de tipicidad penal, esto es,
que los hechos no tengan relevancia penal. Este extremo debe ser totalmente claro, ya que en
caso de duda se habrá de admitir la querella e investigar los hechos.
Que se admita a trámite, en cuyo caso se ordenará la práctica de las diligencias propuestas
por las partes y aquellas que el Juez estime convenientes, salvo, como dispone el artículo 312
LECrim, las que considere contrarias a las leyes o innecesarias o perjudiciales para el objeto de
la querella. La denegación de tales diligencias se realizará por resolución motivada.
5 LA INICIACIÓN DE OFICIO.
La iniciación de oficio del proceso penal se encuentra en el artículo 308 LECrim y, se trata de
una forma de de iniciación del proceso que es muy poco usada en la práctica, dado que lo común
es el traslado de la notitia criminis en virtud de denuncia, querella o atestado policial.
Así el artículo 308 LECrim dispone que inmediatamente que los Jueces de Instrucción o de Paz
tuvieren noticia de la perpetración de un delito, el Letrado de la Administración de Justicia lo
pondrá en conocimiento del Fiscal de la respectiva Audiencia, y dará, además, parte al Presidente
de esta de la formación del sumario, expresando de manera sucinta, pero suficientemente
expresiva, el hecho delictivo, sus circunstancias y su autor dentro de los dos días siguientes desde
que hubieren iniciado su instrucción.
Del precepto señalado se hace importante realizar dos importantes puntualizaciones con el objeto
de ubicar en un contexto adecuado la iniciación de oficio:
- Se ha de tratar de delitos que sean notorios, esto es, que el órgano judicial pueda
conocer de su comisión porque, por ejemplo, se le ha dado publicidad a través de
un medio de comunicación, o delitos cometidos en su presencia y en el curso de un
proceso penal, como puede ser un delito de falso testimonio.
- No se trata de un supuesto de ejercicio de la acción penal por parte del Juez de
Instrucción, ya que tal facultad les está absolutamente prohibida a los jueces y
magistrados en virtud de lo estipulado en el artículo 102.3º LECrim —incapacidad
absoluta—. Así pues, como dispone el artículo 308 LECrim, el Letrado de la
Administración de Justicia lo podrá en conocimiento del Ministerio Fiscal a efectos
de que este ejercite, si lo entiende oportuno, la acción penal.
En virtud de anterior, y con riguroso respeto del principio acusatorio, quien ejercita la acción
penal en última instancia es el Ministerio Fiscal, no el Juez de Instrucción.
Unidad 4
3.1. Legalidad.
3.2. Jurisdiccionalidad.
3.3. Proporcionalidad.
4. LA PRUEBA PROHIBIDA.
Se ha afirmado, no sin acierto, que no existe norma alguna en el proceso penal que
autorice la averiguación de la verdad a cualquier precio (STS, 18 de junio de 1992), lo
que viene a significar que no todo es lícito en la investigación, ni todo puede
justificarse por un pretendido interés general o por causa de la necesidad de
mantener la paz social. Pero, esta afirmación, precisa de una fundamentación.
Que los derechos fundamentales sean el punto de equilibrio del conflicto expuesto no
significa que los mismos constituyan barreras infranqueables en todo caso y que en modo
alguno puedan admitirse injerencias en ellos en el curso de una investigación penal. Por
el contrario, se puede afirmar con rotundidad que todos los derechos fundamentales, a
excepción del derecho a la vida, son limitables en el proceso penal, siempre que se
verifiquen una serie de condiciones.
Cuatro son los requisitos que se exigen para la limitación de derechos fundamentales en
el ámbito de nuestro proceso penal, los cuales son tanto de aplicación a la conducta del
legislador que, en todo caso, deberá respetarlos so pena de producir una norma que
podría devenir inconstitucional, como a los Jueces y el resto de órganos públicos de la
investigación que, en el supuesto de infringirlos, correrían el riesgo de sufrir la
declaración de nulidad del concreto acto realizado.
Legalidad.
Jurisdiccionalidad.
Proporcionalidad.
3.1. Legalidad.
Las leyes de desarrollo de los derechos fundamentales, pues, no tienen por fin reconocer
la vigencia de los derechos, ya que estos existen por sí solos en tanto previstos en la
Constitución, sino exactamente lo contrario: las leyes de desarrollo de los derechos
fundamentales son leyes de límites que sirven por un lado para que los ciudadanos
conozcan hasta dónde alcanza el ejercicio normal del derecho y, por otro lado, lo que es
su razón esencial, para condicionar la actividad represora del Estado. Igualmente cabe
decir para el caso de existencia de lagunas en la norma. Los derechos existen por sí solos
por su mera contemplación constitucional y no tienen más límites que los establecidos
expresamente en la ley de desarrollo, la falta de desarrollo expreso de una restricción
habrá de entenderse como prohibición de la injerencia. En los supuestos de
contradicciones entre diversas normas restrictivas de derechos, deberán estas
interpretarse de la manera más favorable a la vigencia del derecho y a su eficacia.
El TEDH, que ha elaborado una doctrina muy relevante al aplicar el CEDH, de plena
aplicación en España, ha establecido dos requisitos que debe cumplir cualquier norma
restrictiva de derechos fundamentales:
Si ha de ser clara la ley en orden a las consecuencias de un acto ilícito cometido por un
ciudadano, igualmente ha de serlo en lo referido a los límites a la intervención del Estado,
desterrando en esta materia toda posible ambigüedad.
3.2. Jurisdiccionalidad.
Esta afirmación requiere de ciertas matizaciones, por cuanto cabe hallar en la propia
Constitución excepciones a tal regla genérica.
De lo dispuesto por el art. 11.1 LOPJ es posible extraer los requisitos y elementos
caracterizadores de la prueba prohibida.
Más complejo resulta, en cambio, precisar si la ilicitud y los efectos que esta genera se
concretan en la fuente probatoria obtenida “directamente” de la lesión del derecho o,
tal y como sugiere la referencia en el precepto a las logradas “indirectamente,
vulnerando derechos fundamentales”, la ineficacia o falta de virtualidad probatoria que
resulta, alcanza a esas otras “indirectas” o “derivadas”.
En este punto, la doctrina científica parece haberse decantado por admitir la presencia
en el precepto de los llamados “efectos reflejos” de la prueba prohibida, expresión de la
fruit of the poisonous tree doctrine norteamericana —acuñada por el TC español como
“teoría del fruto del árbol ponzoñoso”— a cuya luz, esa carencia de efectos de la fuente
de prueba originariamente viciada (prueba prohibida “directa”) se transmite o
contamina a toda otra obtenida quizás lícitamente, pero que tiene en la anterior su causa
(prueba prohibida “indirecta” o “refleja”).
El efecto puede expresarse gráficamente con la consideración de que, si el árbol está
envenenado, también lo estarán los frutos nacidos o provenientes del mismo. La
Jurisprudencia —y, en particular, la emanada de la Sala 2ª del TS— sin descartarlos, se ha
mostrado reticente a reconocer en el precepto la consagración, con vocación de
generalidad, de la regla o teoría refleja de la prueba prohibida, mostrando una doctrina
oscilante (especialmente durante el periodo que comprende los años 1994 a 1998), que
pasa de la admisión y operatividad de la teoría refleja en una resolución a su rechazo en
otra u otras dictadas incluso en el mismo año, para, en fechas también cercanas, traer
de nuevo a sus pronunciamientos los efectos indirectos de la prueba prohibida
circunscritos al marco de las intervenciones telefónicas, aunque, más tarde y con los
ajustes precisos, se ha ido extendiendo a los resultados de registros domiciliarios.
El balance final, sin embargo, muestra una clara inclinación jurisprudencial por limitar
la ineficacia a la prueba originariamente ilícita. Tampoco la doctrina jurisprudencial
construida por el Tribunal Constitucional se ha mantenido invariable. Desde la
incorporación a nuestro Derecho de esta regla de exclusión probatoria —que importa sus
postulados de la exclusiónary rule de la jurisprudencia estadounidense— el TC, en una
clara dinámica de extensióncontención, viene modulando los efectos derivados de su
aplicación.
En síntesis, son dos los momentos y las grandes líneas jurisprudenciales destacables que
han marcado primero, para variar radicalmente después, el rumbo de esta teoría en el
Ordenamiento procesal español.
No cabe duda de que, a pesar del importante número de resoluciones en las que el TC
admite los efectos reflejos de la prueba prohibida, ha optado mayoritariamente por la
teoría directa en lo que ha de entenderse como una consolidación en el Derecho español
de la regla que impone la absoluta prohibición de someter a valoración las pruebas
obtenidas con vulneración de derechos fundamentales.
El punto álgido en este proceso de transformación viene representado por la doctrina que
acoge, en primer término, la STS (Sala 2ª) 116/2017, de 23 de febrero y, llevada más allá, la
STC 97/2019, de 16 de julio, una doctrina carente de sólida y homogénea fundamentación
que, no por esperada –a la vista del tono de alguno de sus pronunciamientos recientes-
resulta menos preocupante, en la medida en que, tras negar su tantas veces afirmada raíz
constitucional, degrada a mera regla de legalidad ordinaria la que, hasta este tiempo, ha
llevado a expulsar del proceso a toda prueba lograda mediante la vulneración de derechos
fundamentales.
Es, en síntesis, doctrina que reformula o, mejor, vacía de contenido lo dispuesto en el art.
11.1º LOPJ, al convertir en excepción la ineficacia de la prueba ilícita o prohibida que el
precepto, con meridiana claridad, sienta como regla. De este modo, tanto el TS, cuanto el
TC parecen haber sucumbido ante el que, veladamente, constituye el motivo de este
recorte –el, no hay duda que loable propósito de evitar “espacios de impunidad” ante la
comisión de graves conductas delictivas- sin reparar en que, como coste, se abre un
peligroso e incierto escenario de incidencia, no solo sobre el régimen probatorio vigente,
sino sobre el, hasta la fecha, férreo sistema de protección de los derechos fundamentales
y garantías procesales básicas, las que conforman el “juicio justo” consagrado en el art.
24 CE y en el que no puede tener cabida la búsqueda y obtención de la verdad “a cualquier
precio”.