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Riqueza, pobreza y sabiduría: Una valoración ética y teológica desde la

tradición bíblica sapiencial

1. Introducción
En la tradición bíblica sapiencial puede observarse una cierta connotación
negativa hacia las riquezas materiales: «Hay un grave mal que yo he visto bajo el sol:
riqueza guardada para su dueño y que solo sirve para su mal» (Qo 5,12). En libros como
Qohélet, Proverbios, Eclesiástico o Job, puede apreciarse una valoración más bien
negativa de los bienes materiales, pues estos resultan ser estorbos para aquel que
emprende el camino de la sabiduría. Lejos de ser un aporte para este cometido, la posesión
y cuidado de las riquezas obstaculizan el avance, nublan la razón del hombre e incluso le
esclavizan con preocupaciones inútiles: «Las preocupaciones le impiden dormir; como
una enfermedad grave le quita el sueño. El rico se afana para acumular riquezas, y cuando
descansa, se harta de placeres» (Eclo 31,2-3).
La banalidad de la preocupación excesiva por los bienes materiales subyace en el
hecho de que, al final, la inminencia de la muerte no discrimina entre clases sociales, y el
rico se irá de este mundo igual que el pobre: «Según salió del vientre de su madre, así
volverá; tan desnudo como vino, y nada se llevará del trabajo de sus manos» (Qo 5,14).
Esto, sin duda, hace surgir la pregunta por el sentido y el valor real de las riquezas
materiales. Además, las pone en contraste con la vida del hombre que alcanza la justicia,
la cual es presentada en los libros sapienciales como un bien que trasciende el valor de
las riquezas materiales y da testimonio de una existencia consumada: «De nada servirán
las riquezas el día de la ira, más la justicia libra de la muerte» (Prov 11,4).
Sin embargo, a pesar de lo dicho hasta aquí, también es posible apreciar que los
libros sapienciales en ocasiones hablan de la riqueza en sentido positivo, llegando a
afirmar incluso que la sabiduría misma es poseedora de gloria y riquezas 1, o que la riqueza
es la corona del hombre sabio 2, o que las riquezas sirven para dar gloria a Dios 3. Esto,
sin duda, contrasta con las afirmaciones que han sido expuestas más arriba, en las que
parecía que la posesión de riquezas era incompatible con la posesión de la sabiduría y que
la austeridad y la pobreza podían ser una especie de requisito básico para todo aquel que
quisiera emprender su búsqueda.
Esto hace surgir la pregunta: ¿Es realmente la pobreza, para los autores de los
libros sapienciales, condición de posibilidad para alcanzar la sabiduría? ¿Cuál es
realmente la valoración que hacen los autores de la tradición sapiencial acerca de la
riqueza?
El presente artículo intentará responder a estas cuestionantes realizando una
lectura comparativa del desarrollo de este tema en los libros sapienciales.

2. La sabiduría bíblica
Ofrecer una definición del concepto de hokmah («sabiduría») desde el ámbito
bíblico puede ser una tarea sumamente complicada. De hecho, es tan amplia la variedad
y riqueza de significados que este concepto posee que intentar ofrecer una definición

1
Cf. Prov 8,18.
2
Cf. Prov 14,14.
3
Cf. Prov 3,9.

1
unívoca del mismo puede presentar una dificultad imposible de superar 4. Sin embargo, al
hacer un recorrido hermenéutico a lo largo de toda la tradición veterotestamentaria y
siguiendo el proceso evolutivo que este concepto ha tenido hasta desembocar en la
tradición sapiencial, es posible ofrecer una definición de «sabiduría» que nos permita
comprender mejor qué es ese tesoro en torno al cual versa toda la reflexión de los autores
de estos textos.
De esta manera, con el concepto bíblico de sabiduría, «podríamos hablar de la
actitud y el método conducentes a la autorrealización del hombre» 5. Partiendo de la
dimensión societaria desde la que el pueblo de Israel entendía al ser humano como
creatura entre las creaturas, y de la singularísima y especial relación de este con el
Creador, que lo sitúa como culmen de toda la creación, «es lógico pensar que la
autorrealización se expresaba en términos de relación con el mundo, con los demás y con
Dios. Así, podemos hablar de una sabiduría de la naturaleza, de una sabiduría social y de
una sabiduría teológica» 6. Para el pueblo de Israel, tanto la realidad cósmica como el
mundo de las relaciones humanas eran un entramado que conformaba un todo ordenado
por la sabiduría con que Dios creó el mundo (Prov 8,22-31) y al que, por esta razón, el
ser humano debe acompasarse, no solo para evitar convertirse en un necio, sino para
cumplir con la justica de Dios, es decir, con la voluntad divina 7.
Aquí aparece un elemento característico de la teología veterotestamentaria propio
de la doctrina de la creación, en la que la protología se encuentra, de alguna manera,
subordinada a la soteriología: Dios ha creado al mundo y, dentro de él al pueblo de Israel,
para que este llegue a su consumación a través de la Alianza de comunión con Dios 8.
Esto, claro está, implica alcanzar la comunión con Dios, pero también, ineludiblemente,
con los otros seres humanos.

3. Riqueza y sabiduría en los libros sapienciales


Como se ha dicho más arriba, en los libros sapienciales puede percibirse, en
general, una connotación negativa de la riqueza. En Qohélet, por ejemplo, puede verse
cómo el esfuerzo del hombre por enriquecerse es visto por el autor como trabajo inútil,
pues el límite último del hombre, que es la muerte, le hace ir a la fosa con las manos
vacías 9. Además, la riqueza despierta en el hombre una codicia insaciable que puede
llevarle a oprimir a su prójimo: «Si en la región ves al pobre oprimido y violados el
derecho y la justicia, no te asombres por eso. Se te dirá que una dignidad vigila sobre otra
dignidad, y otras más dignas sobre ambas. […] Quién ama el dinero, no se harta de él;
para quien ama la abundancia, no bastan ganancias. También esto es vanidad. A muchos
bienes, muchos que los devoren» (Qo 5,7.9-10a).
Además, los libros sapienciales denuncian la desigualdad que la acumulación
injusta de riquezas por parte de unos pocos genera en las relaciones sociales:
«La riqueza multiplica los amigos, pero el pobre de su amigo es separado» (Prov 19,4).
El autor del libro de Proverbios denuncia que los ricos utilizan su caudal económico para
protegerse a sí mismos resolviendo sus querellas con regalos y sobornos (Cf.Prov 21,14),

4
Cf. Víctor MORLA ASENSIO, Libros sapienciales y otros escritos, Editorial Verbo Divino, Navarra 1994,
p. 35.
5
Ibíd., p. 39.
6
Ibíd.
7
Ibíd., p. 40.
8
Juan Luis RUIZ DE LA PEÑA, Teología de la creación, Editoria Sal Terrae, Santander 1988, pp. 29-31.
9
Cf. Qo 5,12-16.

2
o haciendo obsequios para abrirse camino entre los poderosos y verse beneficiados por
ellos (Cf.Prov18,18;19,6b); mientras que el pobre permanece a merced de abusos y
explotaciones (Cf.Prov 13,23; 18,23)10. Por su parte, en el libro de Job se aprecia cómo,
en el diálogo que sostiene éste con Soofar, unos de sus tres amigos que representaban a
la sabiduría israelita, se dice sobre el hombre malvado que «vomitará las riquezas que
engulló, Dios se las arranca de su vientre» (Job 20, 15). En este versículo el autor utiliza
una fórmula que aparece en el libro de Jeremías y que hace referencia al ídolo Bel de
Babilonia (Cf.Jer 51,44)11, remarcando así la idea de que la riqueza puede llegar a
convertirse para el hombre en una nueva forma de idolatría.
Por otra parte, el rico que ostenta muchos bienes equipara ingenuamente su
riqueza con la sabiduría, siendo así que el pobre y humilde, que posee la inteligencia, es
el que evidenciará su insensatez: «El hombre rico se cree sabio, pero el pobre inteligente,
lo desenmascara» (Prov 28,11). A esto hay que sumar la ética de la igualdad que se
desarrolla en la tradición sapiencial, en la que queda claro que poseer riquezas no hace al
rico más que el pobre, pues ambos son creación de Dios y ambos están llamados por igual
a participar de la justica del Creador: «El rico y el pobre se encuentran, a los dos los hizo
Yahveh» (Prov 22,2).
Sin embargo, la tradición sapiencial, en diversos pasajes, hace referencias
positivas hacia la riqueza. Así, esta es presentada como prenda de justicia para el hombre:
«La casa del justo abunda en riquezas, en las rentas del malo no falta inquietud» (Prov
15,6), o como atributo de la misma sabiduría: «Conmigo están la riqueza y la gloria, la
fortuna sólida y la justicia» (Prov 8,18). Incluso, las riquezas pueden servir para alabar y
dar gloria a Dios: «Honra a Yahveh con tus riquezas, con las primicias de todas tus
ganancias» (Prov 3,9). Además de esto, habría que decir que, para la línea sapiencial de
corte retribucionista, los bienes y las riquezas son consecuencia de una vida justa y
sensata o, dicho de otra forma, son consecuencia de una vida sabiamente vivida 12: «Feliz
el que encuentra sabiduría y el que alcanza inteligencia […] su mano derecha procura
larga vida y su izquierda riqueza y honor» (Prov 3,13.16). Esto último también estaría
apuntado de una forma más plástica en el poema final del libro de los Proverbios, el
poema de la mujer de valía, en el que esta figura femenina, que es una personificación de
la sabiduría, trae abundantes bienes a la vida del que se casa con ella13.
Por otra parte, aunque línea sapiencial de corte intelectualista da, en efecto, un
tratamiento distinto a este tema, no está claro que tenga en mala estima a las riquezas
materiales. Lo que afirman los sabios en esta línea, no es que las riquezas sean malas en
sí, sino que la experiencia constata que los que deberían gozar de ellas por ser justos,
muchas veces sufren toda clase de penas y miserias, y a los que correspondería sufrir por
su maldad e insensatez, viven bien y gozan de riquezas. En este sentido, lo que se podría
concluir es que la posesión de riquezas no es garantía de sensatez y justicia, pero de esto
no se deduce que la riqueza sea considerada en sí misma como mala para la línea
sapiencial intelectualista14.
Cabe entonces preguntarse en este punto, ¿cuál es realmente la valoración que
hacen los libros sapienciales sobre riqueza y pobreza?

10
John W. MILLER, Believers Church Bible Commentary, Proverbs, Scottdale, Pennsylvania; Waterloo,
Ontario 2004, p. 169.
11
Cf. Luis ALONSO SHÖKEL, Job, Ediciones Cristiandad, Madrid 1971, p. 96.
12
Cf. Job 42,7-17.
13
Cf. Prov 31,10-31.
14
Cf. Job 21, 7-15.

3
Para responder a esta interrogante, hay que decir que el libro del Eclesiástico es
especialmente iluminador en este asunto. Para su autor, Jesús Ben Sira, la riqueza en sí
no es un mal. Sin embargo, la valoración ética que se realice acerca de la riqueza
dependerá del uso y el valor que la persona le otorgue a los bienes materiales. De esta
forma, así como la riqueza puede ser buena si ha sido obtenida lícitamente, la pobreza
adquiere una connotación negativa si se vive desde la impiedad: «Buena es la riqueza
adquirida sin pecado, mala es la pobreza en boca del impío» (Eclo 13,24). Es más, la
pobreza propiamente dicha es considerada por Ben Sira como algo negativo y
deshonroso: «Hijo, no lleves vida de mendigo, más vale morir que mendigar. Hombre
que suspira por mesa ajena vive una vida que no es vida. Deshonra su boca con comida
ajena, pero el instruido y educado se guarda de ello. La mendicidad es dulce a la boca del
descarado, pero en sus entrañas es un fuego abrasador» (Eclo 40,28-30).
Por otra parte, el hombre rico tiene el deber de poner sus bienes al servicio del
pobre y del necesitado, pues solo así alcanza él justicia, y solo así ve justificada su
riqueza: «El hombre bueno sale fiador por su prójimo, el que ha perdido la vergüenza lo
deja abandonado» (Eclo 29,14); «El hombre misericordioso presta a su prójimo, quien le
brinda ayuda guarda sus mandamientos. Presta a tu prójimo cuando pase necesidad, y por
tu parte restituye lo prestado a su debido tiempo» (Eclo 29,1-2). El pecado del hombre,
en este sentido, no consiste en poseer bienes, sino en convertir esos bienes en el fin último
de su existencia: «Dichoso el rico de conducta intachable que no corre tras el oro […] sus
bienes se consolidarán y la asamblea proclamará su bondad». (Eclo 31, 8.11). Quien
posee bienes y vive para ellos, malgasta su vida y termina corrompido para la avidez de
riquezas:
No es buena la riqueza para el tacaño, y al envidioso, ¿de qué le
sirve el dinero?
El que amontona a costa de sí mismo, para otros amontona, de sus
bienes otros disfrutarán.
El que es tacaño consigo mismo, ¿con quién es generoso?, ni
siquiera consigue disfrutar de sus propios bienes.
Nadie es peor que el que se tortura a sí mismo, ésa es la paga de su
maldad. Y si alguna vez hace bien, lo hace por descuido, y al final
descubrirá su maldad15.

Conclusiones
Como puede observarse a través de este recorrido por algunos de los principales
libros de la tradición bíblica sapiencial, la riqueza y la pobreza son temas constantes en
estos textos. En primera instancia, parecería que los autores de los libros sapienciales
abogan por una especie de ética de la pobreza, criticando a aquellos que poseen riquezas
y dejando ver que los bienes materiales son un verdadero obstáculo para el ser humano
que busca vivir en la justicia de Dios o, lo que es lo mismo, vivir en y desde la sabiduría.
Sin embargo, otros muchos pasajes dejan claro que los sapienciales no intentan
hacer una especie de «canonización» de la pobreza material y de la miseria. Tampoco
parecen condenar a la riqueza en sí misma. Así, en torno a estos conceptos de pobreza y
riqueza, la reflexión ética y teológica que se desarrolla en los libros sapienciales deja de

15
Eclo 14, 3-7.

4
manifiesto que para estos autores este era un tema fundamental, pues en torno a él giraban
muchas de las grandes problemáticas y cuestionantes en el ámbito social y religioso de
su época al interior del pueblo de Israel.
De esta forma, la tradición sapiencial trata de desarrollar una reflexión que invite
a los ricos a manejar sus bienes, no desde la avaricia y el afán de poseer y acumular
riquezas materiales, sino desde la sabiduría, es decir, desde las actitudes y los métodos
que buscan la autorrealización del hombre. Hay que recordar aquí, como se ha dicho más
arriba, que dicha autorrealización implica que cada sujeto se integre en el designio
originario de Dios para la creación y, en concreto, para el ser humano. Este designio, por
su forma fundamental implica también, si quiere llegar a su consumación, la
autorrealización del prójimo. Solo así se consuma la Alianza a la que el hombre es
llamado por Dios.
Por ende, los sapienciales buscan exhortar a los ricos a ser hombres sabios, pues
su fortuna y su justicia no radicará en la cantidad de bienes que acumulen, sino en que
esos bienes sean utilizados de tal forma que le lleven a acompasarse a la justicia de Dios,
es decir, a vivir una vida según la voluntad del Creador: «Preocúpate por tu nombre,
porque te sobrevivirá, dura más que mil tesoros de oro. La buena vida tiene los días
contados, pero el buen nombre permanece para siempre» (Eclo 41,12-13).

Referencias
John W. MILLER, Believers Church Bible Commentary, Proverbs, Scottdale,
Pennsylvania; Waterloo, Ontario 2004.
Juan Luis RUIZ DE LA PEÑA, Teología de la creación, Editoria Sal Terrae,
Santander 1988.
Luis ALONSO SHÖKEL, Job, Ediciones Cristiandad, Madrid 1971.
Víctor MORLA ASENSIO, Libros sapienciales y otros escritos, Editorial Verbo
Divino, Navarra 1994.

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