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¿Qué es la corrupción?
Las Ciencias Sociales definen la corrupción a través de un concepto paraguas,
simplemente para ilustrar la gran complejidad de ideas y conceptos que le
incluyen. Pero la idea más antigua, el concepto más antiguo de corrupción, quiere
decir la decadencia, en términos filosóficos platónicos, en donde el poder
corrompe al hombre, y es el hombre el que usa el poder en un beneficio personal y
egoísta versus un beneficio social y común.
Empíricamente, es difícil definir la corrupción porque es un fenómeno
multifactorial. Pensemos solamente en la corrupción como una red de
actos individuales o colectivos, comportamientos legales o ilegales, que actúan
simultáneamente y a lo largo del tiempo, de una forma organizada y sistemática
para llevar a cabo un acto de corrupción o diversos actos de corrupción. Entre la
vasta literatura académica y política, destacan tres enfoques para estudiar y
explicar la corrupción:
1) El primero es de forma normativa
2) El segundo son sus características y su magnitud,
3) Y el tercero como un fenómeno social.
En derecho, por ejemplo, la corrupción se comprende de conductas
ilegales categorizadas como por ejemplo tráfico de influencias, cohecho,
peculado, desvío de recursos, enriquecimiento ilícito, soborno, por mencionar
algunas. Estas son todas formas que tienen los servidores públicos de extraer
recursos públicos y gastarlos en su propio beneficio, o bien, usar el poder para
fortalecer a sus amigos o familiares.
Pero los actos de corrupción se componen de acciones legales e ilegales. Y por
ello, las Ciencias Sociales han creado categorías para definir la magnitud de la
corrupción, como los conceptos de gran corrupción, corrupción
estructural, corrupción sistémica o endémica, pequeña corrupción,
rentismo, clientelismo, que además buscan definir el fenómeno social.
Algunos ejemplos de estas categorías son el robo de recursos públicos de manera
organizada dentro de las instituciones de gobierno, o la distribución de programas
sociales a cambio de votos, o apoyo electoral.
La definición de corrupción más operativa y utilizada es la del banco mundial y
de transparencia internacional que habla sobre la corrupción como la
utilización del poder para un beneficio personal, y esta definición tiene una
connotación filosófica muy antigua, pero ha funcionado actualmente para poder
entender básicamente de qué estamos hablando cuando hablamos de
corrupción. Sin embargo, los esfuerzos por definir y comprender la corrupción
deben de ir mucho más allá de una idea filosófica o de un concepto teórico.
Necesitamos construir modelos cualitativos, cuantitativos y estadísticos que nos
permitan entender la corrupción desde sus orígenes, desde sus causas, desde la
forma en la que podamos modelarla, prevenirla, predecirla. Y ese es el gran reto
en los estudios de corrupción.
¿Qué es la ética?
Podemos definir a la ética como el conjunto de reglas morales que guían la
conducta humana, que nos ayudan a entender lo que está bien y lo que está mal.
Ahora bien, si la definimos como el conjunto de reglas morales, tenemos que tratar
de entender a qué nos referimos con reglas morales, y tenemos que pensar en
esto como aquello relativo a las acciones de los seres humanos, la capacidad que
tenemos para distinguir lo que nos beneficia o lo que nos perjudica, ya bien sea a
nosotros como personas, o a la comunidad con la que vivimos, porque muchas de
nuestras acciones pueden hacer bien a la comunidad o mal. Y esta comunidad
puede ser algo muy pequeño como nuestra familia, nuestro salón de clases, el
lugar en el que trabajamos o, ya pensando más macro, la ciudad, el pueblo
o, inclusive, el país completo.
Cuando hablamos de ética y de moral, hablamos de nuestra capacidad de
distinguir lo que está bien y, por lo tanto, aquí entran dos características
esenciales del ser humano, en primer lugar, la razón, la capacidad que tenemos
de pensar y, en segundo, la libertad, la posibilidad que tenemos de decidir cómo
hacer las cosas.
Gracias a que somos seres racionales, tenemos la posibilidad de distinguir entre el
bien y el mal, sabemos que ciertas cosas que hacemos pueden beneficiarnos, y
otras, por el contrario, perjudicarnos.
También podemos distinguir que hacemos cosas que benefician a nuestra
comunidad, familia, pueblo, municipio, estado o, inclusive, a la nación, y otras que
le generan algún perjuicio.
La razón nos sirve para distinguir entre el bien y el mal, y la libertad, para escoger
lo que podemos hacer. Es decir, nosotros tenemos la voluntad de hacer las cosas
que están bien, o las cosas que son buenas, o bien, hacer las cosas que están
mal o que son malas.
Tenemos que reconocer que la ética es una suerte de voz interna que nos va a
estar diciendo cuándo las cosas están bien, o cuales cosas son mejores, y cuándo
son malas.
Podemos fingir que no reconocemos, pero lo que no podemos hacer es
engañarnos a nosotros mismos. De alguna manera, la ética es como un músculo
que tenemos que ejercitar.
En la medida en la que somos conscientes de las decisiones que tomamos, vamos
ejercitando la ética y, cuando llegan decisiones complicadas, tenemos un músculo
más fuerte o menos fuerte.
La ética personal, así como la ética colectiva, puede fortalecerse o debilitarse. En
la medida en la que constantemente actuamos bien, vamos a tener mayor
posibilidad de escoger por el bien. Cuando las sociedades son muy corruptas, es
porque nos hemos querido acostumbrar a no escuchar a nuestra conciencia y no
reconocer el bien y el mal, o pensar que todo es pasado.
Ética Pública ¿por qué los servidores públicos deben responder éticamente de sus
actos?
Si la ética tiene que ver con esa capacidad irrenunciable del ser humano de
distinguir entre el bien y el mal y actuar en consecuencia, entonces ahora nos
preguntamos, cuando hablamos de ética pública, ¿a qué nos referimos? ¿Qué
queremos decir cuando decimos que los servidores públicos tienen que actuar
éticamente?
Lo primero que tendríamos que responder es qué es la función pública. Cuando
una persona hace algo en nombre del Estado, trabaja para un gobierno, todo eso,
genéricamente, le llamamos función pública, es decir, cuando nuestro quehacer lo
ponemos al servicio de un gobierno por el bien común, para el bien común y
siempre pensando, no en nuestro beneficio personal, sino en el beneficio de la
comunidad a la que servimos y a la que nos paga por servirle.
Toda actividad profesional tiene sus propios parámetros de ética. Igual que
hablamos de la ética del servidor público, podemos hablar de la ética del
médico, del abogado, del maestro, del psicoanalista, etcétera. Todas ellas tienen
en común el bien actuar de las personas en favor de los demás, sin anteponer el
interés personal por encima del bienestar común, sin hacer nada que pueda dañar
a otra persona, o a la comunidad, ni dañarse a sí mismo.
El servidor público debe actuar con responsabilidad y desempeñar sus funciones
de la mejor manera posible. Cuando actúa con una cultura de servicio público, se
ponen los intereses de los gobernados por encima de los propios, no se actúa en
favor de los intereses personales, no se buscan ganancias personales a costa de
pérdidas sociales.
Esto no quiere decir que los servidores públicos no puedan cobrar por su
trabajo. Tienen que recibir un salario justo por lo que hacen y estos salarios son
diferentes, dependiendo de sus capacidades y el grado de su responsabilidad.
Veamos el caso de los médicos. El médico atiende al paciente y cobra por
ello. Cuando la prioridad del médico es el paciente estamos en orden, cuando la
prioridad del médico es ganar dinero entramos en problemas.
Lo mismo sucede con políticos y servidores públicos. Estas son formas honestas
de ganarse la vida, pero si sólo son utilizadas como medio de enriquecimiento, la
política y el servicio público se corrompen.
La ética pública obliga a gobernantes electos o designados a manejar con
honestidad los recursos públicos. Esto aplica, por igual, a los recursos financieros;
es decir, dinero, recursos materiales, bienes de la Nación o recursos
humanos, como el personal que está al servicio del Estado.
Tanto falta a la ética pública el que toma dinero de las arcas públicas, como el que
hace mal las compras para el Estado, o aquel que dispone del material del
Gobierno, aunque sean unas simples fotocopias o un paquete de hojas; o aquel
que contrata más personal del necesario, o pide a sus empleados que le hagan
favores y tareas personales. A veces, no tomamos en cuenta que el tiempo
también es un recurso público; y trabajar muy lento, o hacerlo mal, o perder el
tiempo en la oficina, también es una falta de ética porque nos están
pagando, justamente, para que hagamos bien las cosas y en tiempo.
Actualmente, la ética se liga a la transparencia, a la transparencia pública, a la
posibilidad de dejar a todos los ciudadanos, a todos los gobernados ver qué es lo
que está haciendo el funcionario público, con qué dinero lo hace, cómo gasta el
dinero y también, inclusive, a explicar un poco las decisiones sobre las que se
toma.
Por eso, en el siglo XXI, la gran mayoría de los países, entre ellos México, han
aprobado sus leyes de Transparencia y Acceso a la información pública, que no
son otra cosa que mecanismos para decirle al ciudadano, "ven y revisa mi
trabajo, no tengo nada que ocultarte".
Anteriormente, la ciencia de la administración pública sostenía que realmente ética
sólo recaía en aquellos gobernantes electos o en los más altos funcionario, porque
eran los que tomaban decisiones. Esto ha cambiado mucho en la concepción,
actualmente. Se reconoce que todo funcionario público, en cualquier escala de la
burocracia, en realidad, está tomando decisiones cotidianas, decide hacer bien o
hacer mal su trabajo y, en ese sentido, podemos hablar que,
actualmente, reconocemos que todo burócrata, todo servidor público, todo
personal electo, todos ellos tienen la obligación de actuar con ética pública porque
son responsables, cada uno de ellos, de sus actos en proporción a la posibilidad
de decisión que tienen que tomar.