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Literatura Profesor: Nicolás Fernández Vicente

Conservatorio de Música de Ba. Bca Alumna: Ariana Jiménez

El cigarro

Venía muy cansado, no sé de dónde, pero venía cansado. Pude notar en su mirada
bastante tristeza. Intenté sacarle una sonrisa cuando le dí las llaves de la habitación, pero
no hubo caso. Subió las escaleras rengueando, como pudo. Parecía que estaba a punto de
rendirse, pero llegó al final. Entró a la habitación y al rato me llamó. Imaginé que era por la
radio, ese aparato tiene sus mañas y solamente yo puedo hacer que arranque. Estaba en lo
correcto: me pidió que sintonizara una emisora específica, justo pasaban mi tango favorito:
Como dos extraños. Se prendió un cigarro y me convidó. Me preguntó desde cuándo
trabajaba en la cabaña. "Acá vivía mi abuela, cuando falleció decidí convertirla en hostel,
era eso o tirarla abajo" le comenté. Asintió con la cabeza, le dio otra pitada al cigarro y
siguió mirando por la ventana. A veces siento que hablo demasiado o quizás es el contraste
con el silencio, no sé, no entiendo a la gente que habla poco. Me sentí incómoda y decidí
volver abajo a seguir ordenando, como no suele haber movimiento en la cabaña no tenía
mucho que hacer. Se hizo de noche, y como de rutina me preparé un café, me senté a leer
mi libro y antes de terminar la primera oración me interrumpe este hombre, el fumador, el
tanguero, el rengo, el triste. Me explica desesperado su necesidad de irse. Al parecer
alguien lo buscaba, no entendí quién porque él titubeaba mucho, pero se lo veía muy
asustado. Bajé a abrirle y comentó que no sabía llegar al pueblo así que lo llevé. Me
resultaba extraño que no conociera el camino, porque además de ser corto era el único para
acceder a la cabaña, pero no me detuve mucho en resolver eso. Tenía preocupaciones más
grandes: estaba llevando en mí auto a un extraño asustado, que escapaba no se muy bien
de qué. Llegamos a la entrada del pueblo y me pidió que lo dejara ahí. Todavía le dolía
mucho la pierna entonces lo ayudé a bajar, cuando lo tomé de los brazos sentí su piel
helada, se lo comenté pero dijo que tenía mucho calor. Yo también, pero siempre tengo
calor. Me agradeció por la ayuda y nos separamos. Volví a la cabaña donde me esperaban
mi libro y el café frío.
La mañana siguiente decido preparar la habitación del extraño para un siguiente huésped.
Empecé a ordenar y encontré un humidificador que adentro estaba lleno de cigarros.
Emprendí regreso al pueblo para devolverselo. Al llegar le consulté a todo el mundo si había
visto a este hombre, lo describí lo mejor que pude pero no hubo caso, nadie lo había visto.
Decidí ir hasta el lago porque era el único lugar que me quedaba sin recorrer. A lo lejos
pude observar a dos personas en un bote de madera, una de ellas era él, la otra persona
estaba de espaldas y vestida completamente de negro, lo cual me llamó la atención debido
a los 30 grados que hacían. Empecé a gritar y a agitar mis brazos pero cada vez se
alejaban más y más, hasta que se hicieron imperceptibles. No había otro bote así que decidí
regresar a la cabaña. Ya había perdido demasiado tiempo con este hombre, no sé por qué
me involucré tanto. Quizás fue su mirada triste la que me convenció o tal vez el terror en su
voz la noche anterior.
Repetí el camino por cuarta vez y llegué a la cabaña. Bastante cansada y angustiada. Dejé
el humidificador en el mostrador y enseguida la radio de su habitación se encendió. Me
asusté bastante pero de igual forma subí corriendo porque el volumen estaba al máximo y
algún huésped podía molestarse. Entré a la habitación y desde la radio sonó: "Son mil
fantasmas que al volver, burlándose de mí, las horas de ese muerto ayer" tres versos del
mismo tango que había sonado cuando compartimos el cigarro.

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