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CONSUMO DE ALCOHOL, PERCEPCION DE RIESGO DE CONTAGIO Y

CONTAGIO DE COVID -19, EN POBLACIÓN DE 18 A 65 AÑOS, CHILLÁN, 2022

COVID-19 SPREAD, ALCOHOL CONSUMPTION AND PERCEPTION OF RISK OF

SPREAD IN THE POPULATION FROM 18 TO 65 YEARS OLD, CHILLÁN, 2022

Consumo de alcohol, percepción de riesgo y contagio de COVID -19,

Pía Morales Castillo; Javiera Navarrete Andraes; Valentina Navias Contreras; Pía

Morales Castillo

RESUMEN?

Introducción

Durante el curso del año 2019, el mundo se vio afectado por una emergencia

sanitaria correspondiente a la llegada de la cepa COVID-19, una enfermedad

infecciosa causada por el virus SARS-CoV-2 (Adu-Amankwaah et al, 2021, p.1).

El origen de este virus se sitúa en la ciudad de Wuhan en China durante el mes de

diciembre del año 2019, dado a su alto grado de contagiosidad se expandió

rápidamente por todo el mundo, por lo que 3 meses después, el día 11 de marzo del

siguiente año sería declarada pandemia (Castro, 2020, p. 143). DONDE?

De acuerdo a la información entregada por el Ministerio de salud (MINSAL), la

propagación de este virus llegó a territorio nacional con el primer caso el día 3 de

marzo del año 2020, tratándose de una persona de 33 años de edad, que se

encontraba de viaje por el sudeste asiático. Una vez confirmada la presencia de la

cepa en Chile comenzó a incorporarse medidas para prevenir el contagio entre las

personas, esto se tradujo en cambios en la sociedad como se conocía hasta ese


entonces. Medidas como la suspensión de clases y el decreto de estado de

Excepción Constitucional de Catástrofe. A pesar de estas medidas el día 21 de

marzo se notificó el primer deceso por COVID-19, desencadenando la

implementación de cuarentena a lo largo del país (Toro et al, 2020, p. 558).

Sumado a lo anterior, se debieron adoptar medidas como el uso obligatorio de

mascarillas, distanciamiento social, la utilización del antebrazo o pañuelo en caso de

estornudo o tos y lavado de manos frecuente, siendo ésta última una de las medidas

indispensable para el cuidado y prevención de contagio de COVID-19, dado que se

transmite principalmente a través de gotas salivales (Ministerio de Salud [MINSAL],

2020).

De acuerdo al reporte oficial del Ministerio de Salud, a la fecha 23 de Mayo del año

2022, la cantidad de casos confirmados acumulados por COVID-19 en Chile es de

3.647.361, mientras que los casos activos corresponden a 26.117 y la cantidad total

de fallecidos en el país por esta causa es de 57.810 personas (MINSAL, 2022).

Uno de los aspectos que toma relevancia en este contexto y con el QUE cuál existe

una relación bidireccional es la salud mental, ya que como señala la evidencia

científica, los problemas de salud mental pueden condicionar a las personas a

presentar mayor vulnerabilidad frente a situaciones de riesgo (Ordóñez, 2020) y a su

vez, estas situaciones riesgosas inciden en la salud mental (Rodríguez et all., 2020).

En Chile, un estudio realizado por la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) en

población general, a través de entrevista telefónica, dejó en evidencia que 46,7% de

las personas manifestaron síntomas de depresión, sin llegar a configurar un

trastorno patológico. Este malestar se identifica como depresión subumbral, que es

definida por Klein, como un episodio de estado anímico deprimido con pérdida de
placer e interés por un periodo de tiempo mínimo de una semana, donde se

presentan al menos dos de los síntomas que constituyen la depresión mayor (Klein

et al, 2009, p.2). Las mujeres en el año 2020 fueron quienes mostraron mayor

prevalencia en estos síntomas, particularmente abril de 2021, fue el mes que se

destacó por el incremento de esta cifra, llegando a un 54,7% en el género femenino.

Por otra parte, de la muestra total un 46,9% presentaba dificultad para conciliar el

sueño, constituyéndose el insomnio como un síntoma que despierta particular

atención ya que se reconoce como gatillante de otros síntomas (ACHS, 2020) tales

como fatiga diurna, relacionada a su vez con deterioro cognitivo significativo en el

funcionamiento, disminución de la concentración y atención. Por otra parte, la

irritabilidad, hiperactividad, impulsividad o agresión componen síntomas de carácter

conductual ligados al insomnio, además de ser un factor de riesgo para un eventual

desarrollo de un trastorno de depresión (Carrillo et al, 2018). Por su parte, es

conocida la relación que existe entre la depresión y el consumo de alcohol, siendo

esta una de las comorbilidades en el campo de la psiquiatría que se observa con

mayor frecuencia (Hobden, 2020; Hiande, 2020).

En relación a lo señalado anteriormente, uno de los aspectos preocupantes es el

consumo de alcohol, ya que, como se demostró en una encuesta realizada por el

Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y

Alcohol (SENDA) en julio del año 2020, el principal motivo por el que las personas

aumentaron el consumo de alcohol fue debido a síntomas ansiosos y depresivos

generados por el COVID-19.

De acuerdo a La Organización Mundial de la salud (OMS) el alcohol, desde su

terminología química, está constituido por un amplio grupo de compuestos

orgánicos derivados de los hidrocarburos que contiene hidroxilos (-OH), siendo el


etanol (C2H5OH, alcohol etílico) y su alto potencial psicoactivo uno de los

componentes principales de las bebidas alcohólicas (OMS,1994). Cabe mencionar

que el etanol es un depresor del sistema nervioso central (National Institute on Drug

Abuse [NIDA], 2013), esto quiere decir que al consumir alcohol …. SIGA LA IDEA

Dentro de lo que respecta ( mal redactado) al consumo de bebidas alcohólicas,

existe una clasificación de consumo, la cual se divide en tres, en primer lugar, se

encuentra el “Consumo de riesgo” que consiste en patrones de consumo que

aumentan la probabilidad de sufrir consecuencias negativas, tanto para la persona

que bebe como para su entorno.

En segundo lugar, el “Consumo perjudicial”, que hace alusión a la persona que,

producto de su consumo, sufre consecuencias tanto a nivel físico como mental,

también pudiendo conllevar a consecuencias riesgosas para la sociedad.

Y por último se encuentra la “Dependencia” del alcohol, que se caracteriza por la

aparición de indicadores conductuales, cognitivos y fisiológicos luego de un

consumo reiterado de alcohol. Esos indicadores contemplan deseo intenso de

consumir alcohol, así también la dificultad para controlarlo. Asimismo, existe la

persistencia al consumo a pesar de las consecuencias, priorizándolo por sobre otras

funciones y áreas de la vida, y a su vez aumentando la tolerancia al alcohol y la

abstinencia (Babor, 2001 Actualizar).

De acuerdo a la OMS, la cifra de personas que consumen consumieron alcohol a

nivel mundial en el año 2018 es de 2.300 millones (Organización Panamericana de

la Salud [OPS], 2019). Dentro de este grupo, 283 millones de personas alrededor

del mundo padecen trastorno por consumo de alcohol, de ellas 237 millones

corresponden a hombres y 46 millones a mujeres. Cabe señalar que en los lugares


donde predomina el consumo de esta sustancia entre el género masculino y

femenino es en Europa (14,8% y 3,5%) y América (11,5% y 5,1%).

El estudio nacional de drogas del Servicio Nacional para la Prevención y

Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (SENDA) evidencio que al año

2018 un 61% de un total de 19.427 personas presentaba consumo de alcohol

(SENDA, 2018). Por otra parte, el estudio de 2019 publicado por el mismo

organismo, arrojó que de los habitantes mayores de 18 años, un total de 260.206

personas padecerían algún trastorno por consumo de alcohol (SENDA, 2019)

mientras que 1 de cada 10 personas presentaría un consumo riesgoso de alcohol

(MINSAL, 2019).

Al estudiar los factores predominantes a nivel macrosocial en el consumo de alcohol

,en población general se reconoce la existencia de una relación entre la

disponibilidad de alcohol y las dificultades en la gestión del tiempo libre, esto según

lo planteado en un estudio realizado en México. Por su parte, los factores de riesgo

relacionados al consumo riesgoso de esta sustancia corresponden a dificultades en

la comunicación entre padres e hijos, antecedentes de consumo en la familia, circulo

social consumidor de alcohol, información escasa o errónea sobre el consumo de

alcohol y dificultad para oponerse a la presión social (Pérez et al, 2016). También se

relacionan con eventos adversos en la infancia, disfunción familiar y problemas de

personalidad, entre otros (Wall et al, 2016; Quiroz et al, 2007, como se citó en

Rodríguez Toribio, 2018).

Los efectos que genera el consumo de alcohol son variados, estos efectos se

pueden clasificar en corto y largo plazo. En lo que concierne a corto plazo, se

encuentra una sensación de bienestar, relajación y desinhibición. En tanto la


intoxicación alcohólica corresponde a un estado de deterioro funcional a nivel

psicológico y psicomotor, causado por la presencia de alcohol en el organismo

(Babor, 2010, p.19), esto se traduce en reducción de las capacidades cognitivas y

verbales para resolver conflictos, por lo que aumenta la posibilidad de que se

presente violencia física. Por otro lado, se afectan también la visión y la audición,

las capacidades motoras, como lo son el habla, destrezas motoras finas, lentitud de

reacción, entre otras. Así mismo se puede presentar el vértigo, desequilibrio,

náuseas y vómitos, llegando incluso a la perdida de conciencia y coma (Espert y

Gadea, 2012; Sarasa et al, 2014 como se citó en Manriquez, 2018).

Por otra parte, Lieber (1988) sostiene que se encuentran efectos a largo plazo, los

cuales se asocian primordialmente con cánceres y cirrosis (como se citó en Babor et

al, 2010, p. 18). Se puede generar cáncer de boca, esófago, laringe y faringe, así

como también la cirrosis hepática, que se asocia al consumo directo y toxico de

alcohol junto a la hepatitis e hígado graso (Sherman y Williams, 1994, como se citó

Babor et al, 2010, p.18). Las enfermedades cardiacas e hipertensión con riesgo de

apoplejía son otro tipo de afecciones que se relacionan con daño a tejidos producido

por el consumo de alcohol (Peters, 1998, como se citó en Babor et al, 2010).

Además, se presentan otras patologías y afecciones, tales como el desarrollo de

pancreatitis (Searles et al, 1996, como se citó en Babor et al, 2010), deterioro de los

músculos de las extremidades (Urbano y Fernández, 1996, como se citó en Babor et

al, 2010), neuritis periférica y daño cerebral de diferentes tipos (Lishman, 1998,

como se citó en Babor et al, 2010, p.18). Del mismo modo, a nivel cognitivo se

presenta deterioro de la memoria, del aprendizaje y desarrollo de trastornos

mentales como la encefalopatía de Wernicke y el síndrome de Korsakoff (SENDA).


La encefalopatía de Wernicke corresponde a un síndrome neurológico agudo con un

alto potencial de mortalidad. Sus síntomas corresponden a confusión, apatía,

desanimo, un delirio soñador, parálisis de los músculos oculares y de la mirada,

nistagmo, alteraciones del equilibrio y ataxia (OMS, 1994, p.35). La causa principal

reside en el déficit de tiamina o vitamina B1, que cumple la función de convertir los

alimentos en energía y favorecer el funcionamiento de las células del organismo

(National Institutes of Health [NIH], 2016, p.1). Esto se asocia al consumo excesivo

de alcohol y si el paciente no es tratado de manera inmediata con tiamina es

probable que fallezca o progrese a un Síndrome amnésico por alcohol o drogas

también conocido como síndrome de Korsakoff o psicosis de Korsakoff, que se

define como la alteración crónica de la memoria reciente y remota, relacionada al

consumo excesivo de alcohol y drogas. En este síndrome la memoria reciente se ve

más afectada que la inmediata y remota y además se presentan alteraciones del

sentido de tiempo y orden de los hechos vividos por el individuo y la incapacidad

para adquirir nuevos conocimientos (OMS, 1994, p. 56).

Por otra parte, estudios neuroanatómicos determinaron que el alcohol consigue

alterar la estructura y las funciones del Sistema Nervioso Central (SNC) No

obstante, este deterioro puede variar según la cantidad de alcohol consumido, así

también los antecedentes y el patrón de consumo (Ferret et al, 2010; García-Moreno et

al, 2008; Hanson et al 2011; Squeglia et al, 2009, como se citó en Ahumada et al, 2017

p.17).

En relación con lo mencionado, otra afección que pueden presentar los

consumidores, es el síndrome de abstinencia de alcohol. De acuerdo al manual

Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-V, 2014) se diagnostica

cuando existe una reducción del consumo de alcohol el cual ha sido intenso y
prolongado y se acompaña de dos o más de los siguientes síntomas o signos:

Hiperactividad del sistema nervioso autónomo, incremento del temblor de manos,

insomnio, náuseas, vómitos, alucinaciones, entre otros. Estos síntomas provocan un

deterioro significativo en otras áreas de la vida y no son atribuibles a otra afección

médica, por otra parte, para establecer este diagnóstico debe existir evidencia de

una relación de dependencia al alcohol por parte del individuo (Kattimani et al,

2013).

Con frecuencia, este síndrome se presenta en pacientes masculinos con un

promedio de edad de 45 años. En este punto, es uno de los temas relevantes a

estudiar, ya que está estrechamente relacionado con las futuras consecuencias que

el consumo grave puede ocasionar sumado a patologías psiquiátricas de base

(Vega et al, 2003; Prisciandaro et al, 2011, como se citó en La Rota y Ruiz, 2017, p.

319).

Se ha verificado que, al consumir altas dosis de alcohol, se puede llegar a disminuir

la eficiencia de la inmunidad innata y adaptativa, por lo que la predisposición a

contagios por COVID – 19 sería mayor pudiendo incluso aumentar la complejidad de

esta patología. Por lo tanto, las personas con mayor probabilidad de presentar esta

condición agravante son aquellas que tienen algún tipo de trastorno relacionado con

el consumo de alcohol (Arancibia & Rojo, 2021, p. 60).

Por su parte, en el contexto psicosocial los efectos del consumo de alcohol se

traducen en conductas violentas, situaciones de abandono y maltrato. En cuanto a

las funciones y responsabilidades de la vida cotidiana, a nivel laboral se refleja en

ausentismo, baja productividad e incluso pérdida de la fuente laboral. A nivel familiar

el consumo de alcohol y el acceso a éste se relaciona con un aumento en la


violencia familiar e interpersonal, mientras que a nivel comunitario se asocia con

mayor violencia que deriva en episodios como agresiones sexuales, asaltos y

accidentes vehiculares causados por conductores bajo los efectos del alcohol

(Florenzano et al, 2015).

Actualmente existe un policonsumo, patrón de consumo de sustancias que se da

comúnmente entre jóvenes en un contexto de ocio y diversión asociado a reuniones

entre amigos, predominantemente en espacios privados. Este suceso está

determinado por pautas como juntas sociales durante el fin de semana, siendo más

habitual el horario nocturno. Además, se asocia a esto características propias de la

cultura, como la música, estilos y estéticas y la valoración de estados de ánimo, etc.

(Ralet y el grupo Igia, 2000, como se citó en Bravo, 2018, p.39).

En cuanto a Chile, estas pautas de policonsumo se dan mayormente en tres

ambientes de juntas sociales, por un lado, se encuentra el denominado “carrete en

casa”, que corresponde a un tipo de encuentro social que se caracteriza por ser más

tranquilos, luego están los encuentros donde asisten muchas más personas siendo

conocidos como “carretes masivos” en los cuales predomina la intensidad, euforia y

energía. Finalmente se presenta el “carrete en espacios públicos”, como plazas y

calles, que se caracteriza por consumo de drogas (SENDA 2012, como se citó en

Bravo, 2018; Ralet y el grupo Igia, 2000, como se citó en Bravo, 2018, p. 39).

En lo que respecta al efecto buscado por los jóvenes a la hora de consumir alcohol

Bravo (2018) señala que es la “borrachera”, que corresponde a la intoxicación

aguda, entendida como la búsqueda de efectos a nivel corporal y subjetivos, a

través de prácticas de socialización cercana entre amigos que gira entorno a hacer

bromas, reír, conversar, gritar y bailar principalmente (p.53). En la línea de las


pautas de consumo problemático se encuentra el “Binge drinking” o también

conocido como consumo intensivo de alcohol (CIA), que corresponde a la ingesta

alcohólica aguda (Cooke, French & Sniehotta, 2010, como se citó en García, 2017).

Parada (2011), por su parte plantea que este tipo de consumidores presenta baja

percepción de riesgo (como se citó en García, 2017, p.64).

Como se mencionó anteriormente, las personas que consumen alcohol presentarían

un mayor riesgo de contraer enfermedades como la COVID-19, basado en aspectos

como la vulnerabilidad que implica el consumo de alcohol, el deterioro cognitivo a la

hora de comprender y acatar las orientaciones sobre medidas de seguridad y la

disminución de percepción de riesgo. Ejemplo de esto último sería las reuniones

sociales donde además existe consumo de alcohol, lo que implica practicas

inapropiadas por parte de los consumidores al no resguardar los lineamientos

sanitarios planteados por la autoridad (Pizzi, 2020, p. 93).

Por su parte, se sabe que el concepto de percepción de riesgo toma un rol

fundamental en la toma de decisiones de los individuos, Méndez (2018) define este

concepto como juicios o intuiciones propias que tienen los individuos sobre la

peligrosidad de ciertas situaciones. Desde un punto sociológico y antropológico esta

percepción tiene como origen factores sociales y culturales, como podrían ser los

círculos sociales y tradiciones que el individuo se encuentra involucrado. Pero desde

un foco psicológico, la percepción de riesgo se trata de procesos mentales que

influyen directamente en dar significado a acontecimientos de dudosos desenlaces

(p. 441).

En cuanto al consumo de sustancias, la percepción de riesgo es un factor crucial

para la prevención de adicciones, esto ya que cuando el sujeto tiene mayor


percepción de resultar afectado, dañado o perjudicado de alguna manera, es más

probable que no consuma (Méndez et al, 2018, p. 441).

Bajo el contexto de pandemia, cuando la población presenta una percepción alta de

riesgo frente al COVID-19 regula su comportamiento y se rige bajo las normas

sanitarias establecidas, evita aglomeraciones, utiliza correctamente las mascarillas,

entre otras conductas. Mientras que cuando se tiene una infravaloración de dicha

percepción no se toman en consideración la gravedad de los potenciales daños de

esta enfermedad (Shao y Hao, 2020, como si citó en Puerta, 2021).

Un estudio realizado en marzo de 2020 en Argentina sobre una muestra de 992

personas adultas, tuvo como objetivo analizar los factores asociados a la percepción

de riesgo de coronavirus en la primera fase de la pandemia, medido con un

instrumento de la OMS que preguntaba sobre las variables percepción de

probabilidad de contagio de COVID, percepción de grado de severidad, percepción

de lejanía del virus, percepción sobre su diseminación rápida, percepción sobre su

alta promoción en los medios y frecuencia de búsqueda de información además de

autoeficacia. Se llegó a la conclusión de que la percepción de riesgo frente al

coronavirus en la primera fase de la pandemia fue moderada. Por otra parte, se

observó que a mayor edad la percepción de probabilidad de contagio era menor, lo

que puede guardar relación con el hecho de que a la fecha del estudio las

principales personas contagiadas correspondían a jóvenes (p.164). De igual forma,

en relación al género, el estudio indica que la prevalencia de contagio es de más

gravedad en el género masculino, lo que se sustenta con lo planteado en la

literatura que plantea que las mujeres presentan mayor percepción de riesgo a

variadas enfermedades (Saletti-Cuesta, 2020, p. 175).


A su vez, un estudio realizado en Cuba durante el año 2021 con 394 participantes

que se centraba en la relación entre la percepción de riesgo de COVID y las

variables sexo y edad, concluyó que las personas mayores de 42 años y las mujeres

presentaban niveles mayores de percepción de riesgo COVID, para ello se utilizó

una escala que contemplaba: conocimiento y creencias, reacciones emocionales y

disonancia conductual, y motivaciones para cambio (Fernández et al. 2021).

Sin embargo, cabe mencionar que respecto a la percepción de riesgo ante el

coronavirus en población consumidora de alcohol no existe mayor información.

Justificación del problema

Como se mencionó anteriormente, el consumo de alcohol incide de manera integral

en la vida y las actividades de las personas que consumen, además influye en la

percepción que tienen sobre situaciones o agentes potencialmente riesgosos.

También, existe evidencia que señala la relación que existiría entre la percepción de

riesgo, edad y género (sexo). Por lo anterior, surge la necesidad de conocer cómo

incide el consumo de alcohol en la percepción de riesgo a contraer COVID-19,

considerando la gravedad potencial propio de esta enfermedad, y si esto se

relaciona también con las variables edad y género. Esto, puesto que la literatura

señala que existe una alta probabilidad que aparezcan nuevas pandemias

(Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y

Servicios de los Ecosistemas [IPBES]). Bajo este contexto se hace relevante

conocer qué variables subyacen al riesgo de contagio para eventualmente

prevenirlo en grupos de personas específicos.

Hipótesis
- El consumo de alcohol se relaciona con la percepción de riesgo por contagio

de COVID-19

Hipótesis nula

- El consumo de alcohol no se relaciona con la percepción de riesgo por


contagio de COVID-19.

Objetivo

Analizar la relación entre consumo de alcohol y percepción de riesgo por contagio

de covid-19 en población de 18 a 65 años de Chillán, Ñuble en el año 2022.

Objetivos específicos

- Describir sociodemográficamente a los participantes.

- Identificar la percepción de riesgo sobre contagio de covid-19 en personas de

18 a 65 años de la ciudad de Chillan, Ñuble.

- Determinar el consumo de alcohol en personas de 18 a 65 años de la ciudad

de Chillán, Ñuble.

Marco metodológico

Diseño del estudio

El presente estudio, de acuerdo con la clasificación de Hernández, Fernández y

Baptista (2014) corresponderá a uno de tipo observacional, ya que las variables

implicadas no serán manipuladas (p. 130). Asimismo, será de tipo analítico y


correlacional ya que se pretende conocer la correlación que existe entre todas las

variables de estudio (p. 93). Por último, será transversal debido a que la

información es obtenida respecto a un momento específico (p. 154).

Contexto

El estudio tomará lugar en la ciudad de Chillán, región de Ñuble durante el segundo

semestre del año 2022.

Participantes

Los participantes que compondrán la muestra del presente estudio corresponden a

personas de 18 a 65 años de edad que asisten a los Centros de Salud Familiar

(CESFAM) de la comuna de Chillán quienes serán elegidos aleatoriamente y el

proceso de encuesta y aplicación de instrumento se llevara a cabo de manera

presencial.

Criterios de inclusión

- Personas de 18 años a 65 años

- Personas que declaren su autorización a través del consentimiento

informado.

- Personas que acudan a un CESFAM en el periodo comprendido desde

Septiembre al mes de Octubre del 2022.

Criterios de exclusión

- El participante no firma el consentimiento informado.


- El participante no saber leer.

- Edad menor a 18 años y mayor a 65 años.

- Presentar compromiso cognitivo sujeto a alguna condición médica que

dificulte la participación en el estudio.

Muestreo

De la población estudiada se realizará un muestreo por conveniencia- No es

representativa de la población, por lo tanto no se recomienda utilizarlo en casos

donde el desarrollo de la investigación requiera de precisión descriptiva. Debido a

que no se aplica ningún criterio para organizar la muestra, es imposible tener

resultados estadísticos precisos., ya que este tipo de muestreo permite llegar a

casos más accesibles y próximos para los investigadores (Otzen y Monterola, 2017,

p. 230), en este caso serán las personas que acuden al CESFAM a quienes se

dirigirá el estudio.

Ética

El proyecto será presentado al comité ético científico de la Universidad Adventista

de Chile para su evaluación y autorización, lo anterior obedece a la necesidad de

contar con su aprobación para acceder a ese universo muestral.

Los participantes serán contactados presencialmente y se les presentará un

consentimiento informado con la respectiva explicación del procedimiento e

investigación del que serán parte, debiendo aceptar o rechazar según los

lineamientos establecidos en el documento de acuerdo a su voluntariedad.

Variables
De las variables implicadas en el estudio, el consumo de alcohol corresponde a la

variable independiente. Ésta será medida a través del Test AUDIT (Alcohol Use

Disorders Identification Test) cuyo enfoque está orientado a la identificación de

trastornos por consumo de alcohol. Por otra parte, el Contagio de COVID y la

Percepción de riesgo corresponden a las variables dependientes del estudio y serán

evaluadas a través del instrumento PRE-COVID 19.

Instrumentos

Para fines de la presente investigación en lo que respecta a las variables Contagio

de COVID-19, Consumo problemático de alcohol y Percepción de riesgo de contagio

se medirán a través de un cuestionario, el cual consta de un total de 20 preguntas,

de las cuales 10 corresponden a preguntas del instrumento AUDIT y 10 preguntas

del instrumento PRE-COVID que serán aplicadas presencialmente. Asimismo ,se

encuentra conformado por el consentimiento informado, seguido de breves

preguntas orientadas a caracterizar al encuestado sociodemográficamente y

finalmente los ítems de preguntas correspondiente a los instrumentos que se

describen a continuación.

Se utilizará el instrumento PRE-COVID-19 para estudiar la variable de “Percepción

de riesgo de contagio del virus COVID-19”. Este instrumento consta de 6 preguntas

y está orientado a evaluar la preocupación por el contagio y el impacto que esto

genera a nivel emocional en la salud de las personas. Cada pregunta contiene 4

opciones de respuesta tipo Likert (siendo 1 “nunca o en raras ocasiones” y 4 “casi

todo el tiempo”), las puntuaciones mayores indican mayor preocupación por

contagio (Caycho, 2021). Los criterios de claridad, coherencia y relevancia de los

ítems fueron evaluados por jueces expertos, específicamente 14 profesionales con


experiencia en áreas de psicología clínica y de salud. De la misma manera 25

personas con características similares a las de la muestra final se encargaron de

evaluar el grado de comprensión y claridad de los ítems.

Para fines de la aplicación de dicho instrumento en la presente investigación se

sumaron a las 6 preguntas del cuestionario original, 4 preguntas de carácter

sociodemográfico. Posteriormente se validó a través de juicio de expertos

compuesto por un grupo de 7 profesionales expertos en áreas como psicología

clínica, psicología educacional, psiquiatría y literatura latinoamericana, los cuales

evaluaron cada una de los componentes del instrumento para luego calificarlos con

un puntaje que posteriormente fue promediado con el resto de las puntuaciones de

cada evaluador. El instrumento es una adaptación del “Cancer Worry Scale” (CWS)

el cual fue creado por Lerman en 1991 con el fin de poder evaluar la preocupación

que surge en el individuo frente al cáncer y como este grado de preocupación puede

llegar a influir en la adquisición de comportamiento preventivo por la enfermedad.

Por otro lado, el CWS incluye una escala la cual consiste en 6 preguntas que

evalúan la frecuencia con que el individuo se preocupa por el cáncer, su impacto en

el humor y en las actividades diarias, la preocupación de un posible desarrollo de

cáncer y la importancia que tiene la preocupación hacia dicha enfermedad (Cabrera

et al, p.2).

Asimismo, la siguiente variable “Consumo de alcohol” será medida a través del

AUDIT. Este instrumento utiliza el método de Screening o tamizaje para detectar

algún daño o riesgo (Universidad de Chile, 2016) asociado al consumo excesivo de

alcohol, el cual se clasifica en consumo de riesgo, consumo perjudicial o eventual

dependencia de alcohol en la población objetivo.


El test consta de 10 preguntas, las 8 primeras alusivas al periodo de los últimos 12

meses y las 2 preguntas restantes correspondientes a toda la vida. El instrumento

está dividido en tres subescalas que abordan el consumo de alcohol (ítems 1 al 3),

síntomas de dependencia (ítems 4 al 6) y consecuencias negativas del consumo

(ítems 7 al 10). Respecto a la puntuación, desde la pregunta 1 a la 8 equivalen de 0

a 4, por su parte las preguntas 9 y 10 puntúan 0, 2 o 4, siendo 40 puntos el puntaje

máximo (Babor, 2001). Por otro lado, es importante mencionar que el puntaje de

corte establecido en Chile tanto para la detección del consumo perjudicial de alcohol

como para dependencia de alcohol corresponde a los 9 puntos para los criterios de

sensibilidad y especificidad (Alvarado et al, 2009, p. 1467).

En cuanto las propiedades psicométricas que consta el test AUDIT, pueden detectar

precozmente los problemas de consumo de alcohol, recomendándose a reducir el

punto de corte a ocho en varones y revisar los ítems II y III para aumentar valor

predictivo de consumo intensivo de alcohol (Carretero et al, 2016, p. 202)

Métodos estadísticos

Para el análisis estadístico se utilizará el programa SPSS 27, empleando medidas

de tendencia central y dispersión como la media y la desviación estándar para las

variables cuantitativas, variables cualitativas, valores absolutos y porcentajes.

Se realizará un análisis de normalidad con la prueba de Kolmogorov Smirnov. En el

caso de ser normal la prueba será paramétrica y usaremos la correlación de

Pearson, mientras que, si la distribución no es normal, la prueba será no

paramétrica y se utilizará Rho de Spearman para realizar el análisis de la


correlación. Además, se utilizará la prueba chi cuadrado de independencia para

establecer relaciones entre las variables categóricas.

Bibliografía:

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3. Castro L., Ricardo. (2020). Coronavirus, una historia en desarrollo. Revista

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