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Lo
incalculable en el oficio de enseñar
Enseñar hoy, parece ubicarnos en tanto educadores frente a situaciones escolares nuevas
para las que "no estamos preparados" en el decir de muchos docentes. Sin dejar de
reconocer el carácter inédito de muchas de ellas, el pedagogo Estanislao Antelo, Doctor en
Humanidades y Artes, sostiene que hay cuestiones que expresan el núcleo duro de toda
educación y son "el asunto" de nuestro oficio. Oficio de enseñar, que se enfrenta hoy a la
individualización de la acción, pero que siempre requiere de la intervención para hacer del
otro -cachorro humano que nace- un semejante. Esa es una tarea, el educar, que no puede
hacerse de a uno.
Indice de la Revista N° 72
Patricia Redondo: Cada vez con más frecuencia se escucha decir a los maestros y
profesores que no estamos preparados para trabajar en estas realidades. Lo que podría
llevar a pensar que en otros momentos históricos los docentes sí estaban preparados para
esa realidad en la que les tocaba desempeñarse.
Estanislao Antelo: Quizás se podría decir que nunca estuvimos preparados para trabajar en
"estas" realidades... Ni en éstas ni en aquellas. Estar preparado para el presente es siempre
una dificultad. Porque el presente o bien no dura o es inasible. Estar preparado para el
futuro es astrología y para el pasado, tango. La expresión "a mí nadie me preparó para
esto", examinada más metódicamente, puede ayudar. ¿Por qué?; porque quizás ese "esto"
para lo que se dice no estar preparado, designe el núcleo duro de toda educación. Educar, a
menudo, implica enfrentarse ante situaciones más o menos adversas, de desamparo o
cuidado, pero siempre un tanto desconocidas. No nos cansaremos nunca de recordar que las
relaciones pedagógicas son posibles en la medida en que algo de lo no cognocible
(incalculable dicen los filósofos) entra en juego. Pero además, podríamos ensayar otra idea:
¿qué acontecería si viniéramos programados, preparados, para enfrentarnos a "éstas" o
"aquellas" realidades? No habría mucho por hacer ¿no?
Patricia: Volvemos a una cuestión que nunca se clausura pero que con frecuencia se
invisibiliza, la que se refiere al educar...
Estanislao: Es que cada uno de los nuevos que viene al mundo actualiza la pregunta sobre
el ser y sobre el enorme esfuerzo que llamamos educar. En ese sentido para mí, no hay una
educación en la cual uno esté al fin preparado para enfrentarse al enigma que le plantea
cada nacimiento, cada cachorro. Si educar es operar sobre el otro con el propósito de hacer
del otro un semejante, en realidad se podría decir que nadie está preparado. Uno viene al
mundo sin instrucciones y se supone que los adultos las tienen, pero sabemos que es una
suposición. En realidad podríamos decir que esa falta de preparación ante la adversidad es
inherente al acto educativo y que el reconocimiento de esa adversidad inicial es lo que
transforma nuestra tarea en un desafío mayúsculo. Por eso Kant la define como la más
grande y difícil de todas las prácticas. Difícil, porque implica lidiar con algo del orden de lo
desconocido o para ser más estrictos, de lo incognocible. Grande porque es un poco
desmesurada. La cuestión reside en cómo se prepara uno para convivir con esta dificultad
sin resignarse.
Éste es el sentido de entender a la educación como un arte que no se restringe a una pura
adquisición de conocimientos, sino que atañe a la transformación del ser. La transformación
del otro, la ambición de transformar al otro es o parece ser inherente al acto educativo. Y
eso plantea más de una dificultad ¿no? Ahora, transformar al otro, esta desmesura de
suponer que uno puede (a través de lo que enseña) transformar al otro, implica una
inversión enorme de energía que no tiene un resultado certero; no se sabe qué es lo que
puede llegar a salir. Nadie está preparado para enfrentar lo que todavía no ocurrió. El
riesgo, la incertidumbre, es una constante, por lo que conviene deshacerse de esa
preocupación. El no estar preparado es una afirmación que le calza tanto a un maestro como
a un padre. Ser adulto, quizás, de alguna manera, consista en disponer de cierta sabiduría
sobre la escasez en el rubro "preparación" y hacer algo inteligente con eso. Y en todo caso
lo que sí podemos identificar es lo que llamaría una diversidad en esa escasez de
preparación o cierta dificultad para reconocer esa escasez y obrar en consecuencia. La
inmadurez crónica que caracteriza al cachorro humano o la debilidad instintiva nos vuelve
inútiles y creativos al mismo tiempo. Si estuviéramos preparados para esto o para aquello
seríamos robots.
Patricia: De todas maneras aparece una añoranza ante una escuela que fue y ya no es;
una especie de nostalgia acrítica. ¿Qué opinión te merece?
Estanislao: Hay un refrán del que habría que extraer todas sus consecuencias y que dice
"más vale perderlo que encontrarlo". Creo que la escuela a la que nosotros fuimos es a la
que nadie desea volver, en el sentido de que funcionaba como un gran super-yo nacional (y
esto lo leí hace poco en algún lugar que no recuerdo) que le marcaba a uno lo que debía o
no hacer. Lo hacía, además, desde un lugar que suponía que sabía y podía hacer. Pero que
nadie quiera volver no tiene por qué ser leído en clave pesimista. Por el contrario, si el que
salió no tiene deseos de volver, eso quizás hable de cierto éxito del artefacto escolar. ¿O no
es que se inventó para encontrar una salida, para crecer, para salir adelante? Que cada tanto
uno mire para atrás, bueno, se comprende ¿No? Pero vivir de eso... Te acordás hermano qué
escuelas aquellas... Dejemos ese manjar para las reuniones de ex alumnos que, según tiendo
a creer, se multiplican. Ya debe haber algún pedagogo que esté estudiando esa novedad de
la que podemos extraer muchas enseñanzas y de las que admito participar con entusiasmo.
Patricia: Lo mismo sucede cuando docentes de escuela especial dicen que determinados
chicos son para "común" y los maestros de "común" dicen que son para especial, y
entonces aparece una tercera postura pidiendo que se creen escuelas para aquellos que
son "término medio". Acá creo que subyace la idea de expulsar a aquél que no se adecua
al formato escolar.
Estanislao: Crear escuelas para tales pibes o para tales otros, me parece un despropósito.
No se trata de adaptar la oferta educativa, en su versión escolar, a las características de una
población, un individuo o, incluso, una época. Al menos eso tiendo a creer. Porque ahí está
buena parte del problema. Si no hay diferencias entre el adentro y el afuera no hay
maquinaria escolar. Y la diferencia la produce quien ofrece. Claro que hay mucha gente que
piensa lo contrario y dice, "lo que pasa adentro pasa afuera. Y celebremos. Esto es una
conquista, muchos de los educadores luchamos para que la escuela dejara de ser una isla,
dejara de tener diferencia con ese afuera".
El problema aquí es que quizás se pierde en términos lógicos la idea de diferencia. Sin
embargo, ahora estoy dubitativo en este punto. Por un lado, creo que no hay retorno, que el
desafío está en inventar nuevos límites, o nuevos afueras y nuevas formas de conversar con
el presente. Por el otro, lo que sí es importante es que emprendamos la localización de
aquello que viene a ocupar el lugar de las certezas que teníamos, o decimos haber tenido.
No es lo mismo pensar los límites entre lo que se debe y no se debe que entre de lo que soy
o no capaz. Por ejemplo. Están los que han estudiado la cuestión del consumo. El
adolescente y el alcohol... la fuerza parece estar ahí, está en el aguante y no en la
transgresión. Y el aguante, remite a un individuo que se basta, a sí mismo ¿No? Hay una
canción -creo que de Babasónicos- que dice "me gusta tu novia y qué", esto no es nuevo,
claro. El asunto es que está tematizado y es público, me la aguanto, me gusta y voy a seguir
hasta donde me dé. Intentar censurar o intervenir sobre este "aguante" en términos clásicos
de conformidad a una autoridad exterior, es medio complicado.
Patricia: Muchos directores plantean que conducen las escuelas pero sin tiempo para "lo
pedagógico"; a la vez, los profesores plantean que frente al largo listado de contenidos a
enseñar, las cuestiones asistenciales lo distraen de esta tarea. Parece entonces una
paradoja: la enseñanza está ubicada en un territorio de lo no alcanzable y por otra parte
aparece siempre nombrado desde el deseo, ¿qué pensás al respecto?
Estanislao: La pedagogía es para mí la reflexión sistemática sobre el acto educativo. Al
decir que falta lo pedagógico, no sé a qué se refieren, porque aún en distintos niveles la
gente reflexiona sobre el hecho educativo. Quizás la diferencia esté en que no es lo mismo
reflexionar mientras uno está enseñando, que hacerlo en un espacio de capacitación.
Patricia: Hace tiempo escribiste que el educar es "poner a disposición" sin saber a priori
hacia dónde van las cosas dispuestas, entonces desde esta idea de lo "imposible" pero
necesaria, ¿qué reflexión hacés hoy?
Estanislao: Es volver a los comienzos de nuestra charla. Nadie está preparado, nadie sabe
qué va a pasar en el acto educativo. Hay un desajuste que no es un obstáculo sino que es
inherente a la relación misma pero no sólo a la pedagógica sino a cualquier relación. En un
diálogo que tienen dos notorios pensadores (Roudinesco y Derrida) parecen sugerir que uno
de los nombres de la libertad es lo que llamamos, hace un rato, lo incalculable. Esto no es
un entretenimiento académico francés. Es vital para nosotros. Se trata del encuentro con el
otro. Lo diría así: claro que puedo calcular, anticipar, saber a priori un montón de cosas.
Puedo hasta predecir el comportamiento de ciertos objetos. Pero no de los otros. Y éste es
el significado, creo, que podemos atribuir a las manifestaciones reiteradas de los docentes
cuando afirman que su oficio no es sólo enseñar sino, como dije antes, tener algo con los
pibes.
Patricia: Es decir que se puede pensar que educar es poner a disposición del otro. Sin
calcular aquello que va a suceder después...
Estanislao: Sin calcular no. Reconocer que hay en la relación algo de lo incalculable no
redunda en que uno abandone en la intervención todo tipo de anticipación, hipótesis,
presunción. Saber sobre eso no es fascinarse o hacer un deporte de lo imprevisible. El
porvenir y todo eso. Uno calcula. Uno calcula (es cierto que en general mal) el efecto que
va a producir. Uno está enseñando las proteínas y va calculando con quiénes va tener que
usar otras estrategias... pero después el cálculo se va desarmando. Cuando uno habla con
otro y de pronto le dice "pero mirá con lo que me salís" y bueno, eso es la famosa libertad.
El que enseña no domina los efectos de lo que enseña y sólo por eso lo enseña. Esto no
quiere decir que se piense en una didáctica pseudo anárquica; al contrario, quiere decir otra
cosa.
Patricia Redondo
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