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Esta es la historia A l'AttIItt t u ANtt,

de un monstruo monstruoso
normal y corriente que vive
en Albacete pues le encnnlini
sus inviernos fríos.
Si no fuese p't el enlor
del verano..., nl siquirris
pensarla en In Antrllcks,
Un dfa, muy cnluroso,
buscando un sitio
fresquito, llegó n un lIIj$uP
que le cambió lo vhlo.

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Dirección editorial:
Departamento de Literatura Infantil yjuvenil
Dirección de arte: ALA DELTA
Departamento dJmagen y Diseño GV
Diseño de la colección:
Manuel Estrada

ia edición en Argentina, junio 2013


El monstruo
P reimpresión, enero 2017 y la bibliotecaria
© Del texto: Alfredo Gómez Cerdá, 2006
© De las ilustraciones: Carmen Queralt
© De esta edición: Edelvives, 2013
Av. Callao 224 2" piso (C1022AAP)
1 Alfredo Gómez Cerdá
Buenos Aires, Argentina Ilustraciones
Carmen Queralt

ISBN: 978-987-642-233-8
Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723

Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Editorial Progreso S.A de CV,
Naranjo n' 248 col. Santa María la Ribera, Delegación Cuauhtómoc. C.P 06400,
Ciudad de México, Mx1co.

Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
la reproducción total o parcial, o distribución de esta obra, por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos el tratamiento informático la reprografla.

FICHA PARA BIBLIOTECAS

Gómez Cerdá, Alfredo


El monstruo y la bibliotecaria / Alfredo Gómez Cerdá; ilustrado por
Carmen Queralt. - la ed. P reimp.- Buenos Aires: Edelvives, 2017.

80 p.: u.; 20 x 13 cm.


ISBN 978-987-642-233-8

1. Literatura Infantil y Juvenil Española. 1. Queralt, Carmen, ilus.


II. Titulo
CDD E863.928 2
o
A Maruja, Lota y Luz

lw
--f
EL MONSTRUO

Conviene empezar nuestra historia por


el monstruo.
Así pues, érase una vez un monstruo
no demasiado monstruoso.
Era un verdadero monstruo, de eso no
cabe la menor duda, pero no era exagera-
damente monstruoso.
Érase, por tanto, un monstruo monstruo-
so normal y corriente.
Era... era... como suelen ser los mons-
truos monstruosos normales y corrientes.
7
Tenía... tenía... lo que suelen tener los
monstruos monstruosos normales y co-
rrientes, ni más ni menos.
Y hacía... hacía... las cosas que suelen
hacer los monstruos monstruosos norma-
les y corrientes.

Los monstruos viven en cualquier parte.


Hay monstruos de ciudad y monstruos
de campo.
Hay monstruos de mar y monstruos de
montaña.
Hay monstruos sociables y monstruos
solitarios...
Nuestro monstruo era un monstruo de
ciudad, pero de ciudad pequeña, no de
una grande, ruidosa y contaminada.
Le gustaban las comodidades y la tran-
quilidad que ofrecen las ciudades pequeñas.
Las grandes, esas que tienen millones de
habitantes, le angustiaban y le mareaban.

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Por eso, nuestro monstruo decidió vivir Ni que decir tiene que existen mons-
en la ciudad de Albacete. truos calurosos y monstruos friolentos.
Albacete, todo el mundo lo sabe, es una Durante el invierno estaba a sus anchas,
ciudad pequeña y tranquila. Parece una isla porque en Albacete hace un frío que pela.
en medio de una interminable llanura que Paseaba desnudo por las calles, pues los
cambia de color con las estaciones del año. monstruos no visten ropa alguna.
Miraba a la gente bien arropada con
Hay monstruos que tienen nombre. abrigos y bufandas.
Pueden llamarse Alfredo o Gumersindo. En las mañanas más crudas de invier-
Los hay que tienen nombre y dos ape- no, le gustaba sentarse en un banco del
llidos: esos son los más peligrosos. parque de Abelardo Sánchez, o de la pla-
Y los hay también que no tienen nom- za del Altozano, aunque el banco estuvie-
bre, como el de nuestra historia. se como un témpano de hielo.
Conviene decir cuanto antes que los —Esto es vida! —exclamaba nuestro
monstruos que no tienen nombre son caluroso monstruo—. ¡No hay nada en el
inofensivos. mundo como las heladas de Albacete!

El monstruo de nuestra historia, al que El monstruo de Albacete, o el Mons-


para distinguirle de otros monstruos po- truo Caluroso, cuando paseaba por las
dríamos llamar Monstruo de Albacete, calles de su ciudad, cuando se sentaba en
era muy caluroso. los bancos helados, se volvía invisible.

'o 11
Volverse invisible sólo lo pueden con-
seguir algunos monstruos tras mucho
entrenamiento.
Lo hacía, claro, para no asustar a la gente.
Aunque parezca mentira, la gente sigue
asustándose de los monstruos que no tie-
nen nombre.
Además, así se sentía mucho más a gus-
to, sin mirones.

Lo malo para nuestro monstruo era el


verano.
En Albacete, las temperaturas son extre-
mas: en invierno hace mucho frío, pero en
verano hace un calor, a veces, insoportable.
Durante los veranos el monstruo no sa-
bía dónde meterse.
Por lo general, procuraba moverse lo
menos posible, pues en cuanto hacía al-
gún pequeño esfuerzo comenzaba a su-
dar a chorros por todo su cuerpo.

13
M~ M ,~~
2 "7_
Buscaba la sombra de unos árboles, la
humedad refrescante de una fuente, el EL AIRE ACONDICIONADO
frescor de una galería... Cualquier cosa
que aliviase esa sensación de ahogo.
Se recostaba y dejaba pasar las horas
del día, hasta que la noche refrescaba el
aire abrasador y hacía algo más soporta-
ble el ambiente.
En esos momentos, el monstruo deseaba
marcharse de Albacete y no volver jamás.
—En esta ciudad hace un calor mons- Una noche especialmente calurosa de
truoso! —exclamaba—. ¡No hay quien verano, en la que no se movía ni una sola
pueda soportarlo! ¡Me marcharé de aquí y hoja de los árboles; nuestro monstruo vio
no volveré nunca más! ¡Me iré la Antár- algo que llamó su atención.
tida y viviré en la punta de un iceberg! Era una tienda de electrodomésticos y
Pero se había encariñado con Albacete. de aparatos de aire acondicionado.
¡Se sentía tan a gusto allí 1 La vidriera estaba encendida y allí, en
Se consolaba pensando en las heladas fila, había un montón de aparatos, de dis-
que caerían el próximo invierno, tan le- tintos tamaños y colores.
jano aún. El monstruo se rascó la coronilla de su
monstruosa cabeza, chascó los dedos de

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su monstruosa mano derecha y tomó una En el interior de la tienda de aparatos de
monstruosa decisión. aire acondicionado, el monstruo no per-
dió el tiempo. Comenzó a apretar todos
Comenzó de pronto a cambiar de for- los botones de aquellos aparatos, hasta
ma, aplastándose y aplastándose, hasta que consiguió que enfriasen al máximo.
quedar tan fino como un papel. Después, sonriendo satisfecho, se colocó
Con su nueva forma, no tuvo dificultad en el centro de la tienda y abrió sus mons-
para entrar en la tienda por debajo de la truosos brazos en señal de satisfacción.
puerta. Al cabo de unos instantes, ya podía
Una vez dentro, recobró su aspecto sentir un frescor agradable, como el que
monstruoso normal y corriente. queda en un jardín recién regado.
Se nos había olvidado decir que el mons- Pocos minutos después, el frescor se
truo de nuestra historia, o el Monstruo de convirtió en un frío intenso, como el de
Albacete, o el Monstruo Caluroso, o el una mañana de crudo invierno.
Monstruo Invisible, como guste llamár- Finalmente, el aire que salía a chorros
sele, tenía la extraña facultad de compri- de aquellos aparatos era tan helado, que
mirse sobre sí mismo, hasta cambiar de parecía un verdadero torbellino polar.
forma en un abrir y cerrar de ojos. Nadie hubiese resistido aquella tempera-
Por eso mismo, también podría llamár- tura más de diez minutos. Sin embargo,
sele el Monstruo de Forma Cambiante. el monstruo de nuestra historia se encon-
traba a sus anchas, feliz y contento.

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—E1 aire acondicionado! —exclama-
ba—. ¡He aquí el mejor invento de todos
los inventos!

El monstruo tomó tres sillas que encon-


ró por la tienda y las juntó en el centro,
justo en el lugar donde se encontraban
todos los chorros de aire frío.
Sobre ellas se tumbó cuan largo era.
Hubiese disfrutado de lo lindo allí re-
pantingado, sin hacer nada, de no ser por
unos pensamientos que comenzaban a
darle vueltas en su cabeza.
Si alguien creía que los monstruos no
piensan, que deseche rápidamente esa
absurda idea.
Los monstruos piensan, por supuesto.

Últimamente le sucedía. De pronto,


sin quererlo, empezaba a pensar y, al mo-
mento, se ponía triste.

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Sus pensamientos le producían una •aItÓ de las sillas y miró a un lado y a
gran tristeza. otro. De pronto, descubrió a un hombre
Eran esos pensamientos que todo ser y a una mujer que descorrían el cierre de
humano, o todo monstruo, se hace en al- la puerta y que se disponían a abrir.
gún momento de su vida. —Cómo he podido dormir tanto!
«Qué pinto yo en este mundo? —se —exclamó el monstruo sorprendido—.
preguntaba—. Ya soy un monstruo adulto Por poco me pillan como un tronco sobre
y todavía no he hecho nada que merezca esas sillas.
la pena. Sólo sé tumbarme a la bartola por Aquellas personas ya entraban por la
ahí para tomar el fresco, para descansar... puerta.
»Pero descansar ¿de qué? No puedo El monstruo saltó como un gato sobre
estar cansado porque no he hecho nada uno de los aparatos más grandes de aire
para cansarme. ¡Ay! ¡Tengo que cambiar acondicionado.
mi monstruosa vida!». Comprimió su cuerpo hasta convertir-
Abrumado por semejantes pensamien- lo en una fina y larga capa no más gruesa
tos, acabó quedándose dormido sobre las que un papel y se introdujo por la rejilla
tres sillas. del aparato.

Se despertó por la mañana, temprano, al El hombre y la mujer se quedaron bo-


sentir un ruido metálico, chirriante, como quiabiertos al entrar.
si alguien estuviese abriendo un cierre. —Horror! —reaccionó el hombre—.

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¡Alguien ha puesto en marcha todos los
.Lparatos de aire acondicionado!
—Socorro! ¡Que me hielo! —gritó la
mujer, castañeteando los dientes.
A toda prisa desconectaron los apara-
tos. Luego, abrieron las puertas y venta-
nas de la tienda para que saliese aquel frío
insoportable.

En vez de cambiar de forma y escon-


derse en uno de los aparatos de aire acon-
dicionado, el monstruo podía haber he-
cho algo más sencillo: volverse invisible.
Pero lo cierto es que no lo hizo.
Quizá no se le ocurrió porque toda-
vía estaba medio dormido y su mente no
funcionó con la rapidez necesaria.
Y mientras permaneciese con otra for-
ma que no fuese la de monstruo mons-
11 1Tf!ilhItIII **J.lut.Pitfl t i*rv
truoso normal y corriente, no podía vol-
verse invisible.

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Le era imposible hacer las dos cosas a Los dos hombres del overol azul mari-
la vez. En varias ocasiones intentó salir no lo cargaron en una carretilla y lo saca-
del aparato de aire acondicionado para ron de la tienda.
recobrar su forma, volverse invisible y Luego, a pulso, lo introdujeron en una
marcharse de la tienda. furgoneta de reparto.
Asomaba su monstruosa cabeza por la El monstruo sintió cómo cerraban el
ranura, pero siempre encontraba dema- portón con llave, cómo ponían el vehículo
siado cerca al hombre o a la mujer. en marcha y cómo se alejaban del lugar.
—¡Qué fastidio! —se lamentaba entre
dientes. Salió entonces del aparato y, sin per-
der su forma de papel, intentó encontrar
Al cabo de unos minutos llegaron otros una ranura por la que deslizarse al exte-
dos hombres a la tienda. Vestían unos rior. No había forma de escapar de allí!
overoles azul marino idénticos. Eran Aquellas puertas ajustaban muy bien. Lo
repartidores. intentó con desesperación una y otra vez.
—Qué encargos hay para hoy? —pre- Imposible!
guntó uno de ellos. Sudaba a chorros por el esfuerzo y por-
—Tienen que llevar ese aparato a la que en aquella cabina hacía mucho calor.
biblioteca —la mujer señaló precisamen- De pronto, sintió que el vehículo se pa-
te el aparato en que estaba escondido el raba. Permaneció unos instantes inmóvil,
monstruo. alerta.

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3
Enseguida notó que alguien iba a abrir
la portezuela. LA BIBLIOTECARIA
No tenía tiempo de recuperar su forma
y volverse invisible. Así que, para no ser
descubierto, se introdujo de nuevo den-
tro de aquel aparato.
La furgoneta de reparto se había de-
tenido justo enfrente de la puerta de la
biblioteca.

Antes de seguir adelante, ha llegado el


momento de conocer a la bibliotecaria,
no en vano ella es también protagonista
de esta historia, además del monstruo.
Hay personas que ven a las biblioteca-
rias como seres gruñones y antipáticos.
Si a una de estas personas le
preguntásemos:
—Cómo se imagina usted a una
bibliotecaria?

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Seguro que nos respondería algo así:
—Yo me la imagino vieja, huraña, fea,
amargada...
Y mejor no invitar a ninguna de estas
personas a que dibuje a una bibliotecaria.
Si lo hacen, seguro que la sacan, sencilla-
mente, espantosa.
¿Qué habrán hecho las bibliotecarias?
Los que ven así a las bibliotecarias, en
su vida han puesto los pies en una biblio-
teca. Los que sí lo hemos hecho, natural-
mente, las vemos de otra manera.

La bibliotecaria de nuestra historia,


como la inmensa mayoría de las biblio-
tecarias, era joven, simpática, inteligente,
guapa, amable, cariñosa...
Todos los usuarios de la biblioteca esta-
ban encantados con ella, pero sobre todo
los niños. A ellos les dedicaba atención
especial con paciencia infinita.

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Los niños tenían una sección para ellos Con esa voz los transportaba lejos, muy
solos en la biblioteca. lejos de Albacete, por los sorprendentes
Allí se sentían a sus anchas. No era pre- caminos de la imaginación.
ciso estar tan callado corno un muerto ni La bibliotecaria de nuestra historia, por
tan quieto como una estatua. supuesto, tenía nombre y apellidos.
Podían buscar y rebuscar por los estan- Pero... ¡qué mala memoria!, no los re-
tes hasta encontrar ese libro tan estupen- cordamos. Tal vez se llamase Maruja, tal
do. La única condición era dejarlo al final vez Lola, tal vez Luz... Tendremos que se-
en su sitio. guir llamándola bibliotecaria hasta el final.
Lo más divertido era cuando la biblio-
tecaria, olvidándose un poco de los mayo- La bibliotecaria oyó el ruido de una
res, se sentaba con ellos y les leía un libro. furgoneta estacionando y se asomó co-
Los niños hacían una ronda a su alre- — a la ventana.
rriendo
dedor y escuchaban embelesados. ¡El aire acondicionado! —gritó—.
Por fin esta biblioteca dejará de parecer
La bibliotecaria tenía una voz suave una sauna durante el verano!
que captaba todas las atenciones. Los repartidores del overol azul marino
Con esa voz les leía historias llenas de descargaron el pesado aparato.
una magia y de un encanto que parecía —Cómo pesa! —exclamó uno de ellos.
imposible que pudiese expresarse con —Tiene que pesar lo mismo que los de-
simples palabras. más —respondió el otro—. Aunque a mí

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también me da la sensación de que pesa
más.
Lo instalaron a no mucha distancia de
donde la bibliotecaria tenía su mesa, toda
llena de libros, de ficheros, de papeles...
Hicieron una demostración de su fun-
cionamiento y, como hacía calor, lo deja-
ron conectado.

El monstruo pensaba salir del aparato


cuanto antes y marcharse de aquel lugar
lleno de libros, pero... ¡se estaba tan fres-
quito allí dentro!
Por eso, prefirió quedarse hasta la no-
che. Entonces sería más fácil.
Seguro que la biblioteca se quedaba va-
cía. Podría salir sin problemas, sin tener
que esconderse ni volverse invisible.
Por la rejilla podía ver a la bibliotecaria.
Aquella chica le había caído simpática, no
sabía el porqué, y... ¡era tan guapa!

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Durante toda la mañana el monstruo ¡Pero esta vez no venía sola! Tras ella,
espió a la bibliotecaria desde su fresco en tropel, entraron un montón de niñas
escondite. y niños que la estaban esperando junto a
Esa chica tenía algo especial, o al me- la puerta.
nos eso pensaba nuestro caluroso amigo. El monstruo acercó sus monstruosos
Al mediodía, después de que se mar- ojos a la rejilla del aparato de aire acondi-
chasen las pocas personas que había en cionado para no perderse detalle.
la biblioteca, ella recogió sus cosas y se
marchó también.
El monstruo tuvo entonces ocasión de
escapar, pero no lo hizo. Permaneció en
su escondite, impaciente e intranquilo,
mirando el reloj que colgaba en una de
las paredes.
Deseaba que el tiempo pasase muy de-
prisa y que ella volviese, para continuar
mirándola y mirándola.

La impaciencia del monstruo cesó


cuando a primeras horas de la tarde la bi-
bliotecaria regresó.

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4
La bibliotecaria se sentó en el centro de 17
7-
la sala, y los niños formaron una ronda a UNA NOCHE ENTRE LIBROS
su alrededor.
Luego, con esa voz tan cautivadora, la
bibliotecaria comenzó a leer un libro.
El monstruo no pestañeaba siquiera, de
tan embelesado que estaba.
Aquel libro contaba la increíble historia
de un príncipe que, por un encantamien-
to, había sido convertido en rana y con-
denado a vivir en una charca, hasta que Cuando las agujas del reloj de pared
Cuando
un día una joven y bella princesa... señalaron la hora de cerrar, la bibliote-
Al final de la historia, el monstruo tuvo caria se puso en pie y dio unas cuantas
que contener la emoción para no ser palmadas.
descubierto. El público recogió sus cosas y poco a
poco se marchó.
Ella, antes de salir, se dio una vueltecita
por las diversas salas, revisando las estan-
terías y colocando algunos libros. Luego,
quitó el aire acondicionado, apagó las

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luces y se fue, cerrando antes la puerta bibliotecaria había leído a los niños por la
con llave. tarde estaba, en efecto, escrito allí.
Al sentirse solo, el monstruo salió del El monstruo de nuestra historia, por
aparato de aire acondicionado y recuperó supuesto, sabía leer y escribir. También
su monstruosa forma de monstruo mons- sabía sumar, restar, multiplicar y dividir.
truoso normal y corriente. Su madre le enseñó cuando era pequeño.
—¡Qué ganas tenía de estirar las pier- —A ningún monstruo le ha servido
nas! —exclamó. para nada saber estas cosas —le dijo su
Y estiró al máximo sus piernas, sus bra- madre entonces—. Pero tal vez tú seas
zos y todo su cuerpo. diferente.

El monstruo no salió a la calle por al-


guna rendija, como parecería lógico y
natural.
Se dirigió a la estantería donde estaba
aquel libro que había leído la biblioteca-
ria a los niños y lo tomó.
Encendió la luz de una lámpara de
mesa, se acercó una silla y comenzó a leer.
Leía sin parar, como si tuviese la nece-
sidad de comprobar que todo lo que la

42 43
Cuando terminó el libro, se levantó de Tratan a todos los monstruos por igual, como
la silla y conectó el aire acondicionado, si sólo hubiese una clase de monstruos en
pues empezaba a notar calor. el mundo. ¡Y qué manera de describirnos!
Luego, buscó por las estanterías y tomó ¡Todos horrorosos y asustando siempre a
otro libro, que también leyó enseguida. Y la gente! Tendrían que conocer a mi prima
luego otro, y otro, y otro... María Luisa. Su monstruosa belleza les ha-
El monstruo leía de una manera mons- ría cambiar de opinión inmediatamente.
truosa, tan deprisa como ningún ser hu-
mano es capaz de leer. Sin darse cuenta se le pasó la noche. Y
amaneció.
Y leyendo pasó horas y horas. Le gus- Dio un salto al escuchar un ruido en la
taron sobre todo esos libros con persona- puerta de entrada.
jes encantados por algún hada, o alguna Entonces, a toda velocidad, se com-
bruja, que al final, gracias a una bella y primió como en otras ocasiones y se in-
joven princesa, recobran su figura y su trodujo por la rejilla del aparato de aire
condición. acondicionado.
Los que menos le gustaron fueron los Pensó que era mejor estar apretado y
libros que trataban de monstruos. Le pa- fresquito, que volverse invisible y sudar
recieron llenos de mentiras. a chorros.
—Qué poca imaginación tienen algu- Al entrar, la bibliotecaria se quedó
nos escritores! —comentó en voz alta—. boquiabierta.

44 45
.
EMMA
PACIENZA

¿Quién había encendido aquella lámpara?


¿Quién había revuelto los libros?
¿Quién había conectado el aire acondi-
cionado?
Recorrió una y otra vez la biblioteca,
pero no encontró nada sospechoso, nada
extraño, nada anormal. Nada de nada.
Desde su escondite, el monstruo la ob-
servaba divertido.
Le hacía mucha gracia sentirse respon-
sable de todo aquello.
Era como si hubiese conseguido atraer
hacia sí un poco de la atención de la chica
y eso le gustaba.

Mientras la bibliotecaria seguía regis-


trando todos los rincones de la biblioteca,
el monstruo vio algo sobre su mesa.
Era algo que ella misma había dejado al
entrar, junto a su bolso.

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Estaba envuelto con papel de aluminio, Cuando la bibliotecaria descubrió el
de esos que sirven para conservar mejor envoltorio arrugado de su bocadillo se
los alimentos, y tenía toda la pinta de un detuvo en seco.
bocadillo. Se frotó los ojos un par de veces con el
«iEstoy muerto de hambre!», se dijo el dorso de sus manos, y pensó en voz alta:
monstruo, llevándose sus monstruosas —Envuelto en este papel estaba hace
manos a su monstruosa y vacía panza. un instante mi bocadillo de queso.
Aprovechando una de las inspecciones Luego, miró debajo de la mesa, en la
de la bibliotecaria, salió sigilosamente de papelera, en los cajones...
su escondite. Caminó de puntillas hasta —Me lo habré comido sin darme
la mesa. Desenvolvió muy despacio aquel cuenta? Negó repetidas veces moviendo
paquete, para que el papel de aluminio la cabeza y se dejó caer en su sillón, sin
no hiciese ruido. entender nada de lo que había pasado.
Al abrirlo, se quedó entusiasmado: era
un apetitoso bocadillo de queso manche-
go. Lo levantó con sus monstruosas ma-
nos y, de un solo bocado, se lo comió.
Dejó el papel arrugado sobre la mesa y
regresó al aparato a toda prisa, antes de
que ella se diese cuenta.

IL

48 49
5
"7_
EL ENCUENTRO

Llegados a este punto de nuestra his-


toria es preciso decir, para que todos los
lectores la entiendan bien, que pasaron
varios días muy calurosos de verano en
Albacete.
No uno, ni dos, ni tres...
Podemos pensar que pasaron doce
días, o quince, o diecinueve... Poco más o
menos.
Durante todo este tiempo, el monstruo
permaneció escondido dentro del aparato

51
de aire acondicionado, fresquito y atento
a lo que sucedía alrededor.
Sólo de noche salía al exterior, hacía un
poco de ejercicio para desentumecer sus
músculos y se daba un atracón de lectura.

El monstruo se había afincado en la bi-


blioteca. Le había tomado cariño a aquel
lugar. Sentía verdadero placer trepando
por las estanterías en busca de libros y
más libros, que leía sin cesar.
Su comida se limitó a un bocadillo al
día, casi siempre de queso manchego.
Era el bocadillo que la bibliotecaria lle-
vaba para reponer fuerzas a media maña-
na y que él siempre le quitaba, valiéndose
de su rapidez.
Como no era un monstruo tragón, te-
nía suficiente con eso.
Curiosamente, ni una sola vez se sintió
triste, como le pasaba antes.

52
Seguía pensando que no había hecho Así que, decidida y valiente, salió de su
nada importante en su monstruosa vida, casa algo después de medianoche y se di-
que sólo le gustaba tumbarse a la bartola rigió a la biblioteca.
para tomar el fresco... —Pasaré la noche en vela! —se dijo para
Pero algo raro le estaba pasando. Estos darse ánimos—. ¡Pero averiguaré qué está
pensamientos se esfumaban tan rápido sucediendo aquí!
de su mente, que no le daba tiempo a po- Abrió la puerta de la biblioteca con mu-
nerse triste. chísimo cuidado y entró sin hacer ruido.
Descubrió al instante el resplandor de
La bibliotecaria cada día estaba más una lámpara encendida.
preocupada. Caminó de puntillas hacia el interior.
La primera vez pensó que habría entra- Podía escuchar perfectamente el zum-
do algún perro o algún gato. Luego, pen- bido del aparato de aire acondicionado.
só que se trataría de ladrones, aunque no Alguien había encendido esa lámpara y
echó en falta nada, excepto su bocadillo. conectado el aparato.
Al final, llegó a pensar que estaba mal de ¡Y ella estaba a punto de descubrirlo!
la cabeza e imaginaba cosas que no ocu- Se dirigió, también de puntillas, hacía
rrían en realidad. el interruptor de la luz.
Una noche quiso aclarar, de una vez, Desde allí ya podía ver parte de la sala
todas sus dudas. en la que el monstruo se encontraba en-
frascado en la lectura.

54 55
No cabía duda, en esa sala había alguien.
Podía adivinar un bulto junto a la lám-
para de su mesa.
Contó hasta tres.
«Una, dos y tres!».
Apretó el interruptor de la luz y toda la
biblioteca se iluminó por completo.
—Te atrapé! —gritó.
El monstruo y la bibliotecaria se lleva-
ron un susto de muerte.
El monstruo, porque se vio descubierto
cuando menos lo esperaba. Dio un grito
monstruoso y el libro que leía se le cayó de
las manos. Como todo sucedió tan rápida-
mente no tuvo tiempo de volverse invisible.
La bibliotecaria, porque lo que descu-
brió no fue un perro, ni un gato, ni siquie-
ra un ladrón, sino un verdadero monstruo
monstruoso normal y corriente. Sus ojos
se le abrieron cómo platos y se quedó pe-
trificada como una estatua.

56
Y así, mirándose fijamente, permane- encantado por un hada perversa. Ella me
cieron varios minutos. Por fin; el mons- dio este aspecto monstruoso.
truo fue capaz de reaccionar. Pensó que a —Quéeeee ... ? —la bibliotecaria no sa-
la bibliotecaria le había dado un colapso, lía de su asombro.
un patatús, o algo por el estilo. —Tú deberías saberlo —continuó el
Tenía que hacer algo para ayudarla, y monstruo—. Conoces todas esas historias
pronto. La pobre tenía una expresión en escritas en los libros. Yo te he oído leer al-
su cara de auténtico terror. guna a los niños que vienen por la tarde.
Dio unos pasos hacia ella. —Quéeeee...? —la bibliotecaria era
—No debes tener miedo— balbuceó. incapaz de decir otra cosa.
—Un monstruo! —tembló la bibliote- —Sí, soy un príncipe, joven y apuesto,
caria de pies a cabeza. un príncipe que recobrará su aspecto si
una joven... —el monstruo titubeó, pero
Pasaban los minutos y la bibliotecaria continuó—. Si una joven.., una joven...
no reaccionaba. como... como tú, es capaz de ... es capaz
Confuso, al monstruo se le ocurrió una de... de... besarme.
idea. —Quéeeee ... ?
Se acercó un poco más a la biblioteca- —Si me besas, me convertiré por arte
ria y le dijo: de magia en el príncipe que fui, me casa-
—No soy un monstruo, bella joven. ré contigo, seremos felices y comeremos
En realidad, soy un príncipe que he sido perdices.

58 59

u
El monstruo y la bibliotecaria estaban
muy cerca, emocionados, mirándose sin
pestañear.
Por eso, la bibliotecaria sólo tuvo que
levantar un poco la cabeza para que sus
labios alcanzasen a los del monstruo.

Y aquel beso rompió todos los hechi-


zos. Ella se frotó los ojos, respiró profun-
damente un par de veces y se quedó mi-
rándole, ya casi sin miedo. El monstruo.
que no se había convertido en príncipe
ni en nada por el estilo, sonrió a la chica
con una pizca de picardía reflejada en su
monstruosa sonrisa.
—De modo que tú... —comenzó ella.
—Ya ves, sólo soy un monstruo mons-
truoso normal y corriente. Puedo cam-
biar de forma y volverme invisible. Soy
muy caluroso. Me gusta Albacete, aunque
sueño con pasar una larga temporada en

60
1

6
la Antártida, tumbado a la bartola en la
punta de un iceberg. Me sentía un inútil UN TRABAJO MONSTRUOSO
que no servía para nada, hasta que des-
cubrí este sitio, estos libros y... y.. —el
monstruo volvió a titubear y bajó la mira-
da algo ruborizado—. Y... y... hasta que te
descubrí a ti.

Pasada la primera impresión, el mons-


truo y la bibliotecaria se sentaron en unas
sillas y comenzaron a hablar. Su conver-
sación se fue haciendo cada vez más ani-
mada y más divertida.
Se pasaron la noche entera hablando y
hablando. Hablaron de sus vidas, de sus
sueños, del calor que hacía en Albacete,
de los bocadillos de queso manchego,
de las historias sorprendentes que cuen-
tan los libros, de los aparatos de aire

63

1
acondicionado, de quedar una tarde para
ir a la discoteca...
¡Y de muchas más cosas!
Al amanecer, se habían hecho verdade-
ros amigos.

La bibliotecaria había consentido en


que el monstruo se quedase a vivir en
la biblioteca, dentro de aquel aparato de
aire acondicionado.
Sería reconfortante saber que tendría
un amigo tan cerca. Todos los días le lle-
varía un enorme bocadillo de queso.
Eso sí, a cambio, él tendría que traba-
jar. Decidieron que esa misma tarde co-
menzaría su trabajo.

Y esa misma tarde, cuando la biblioteca


solía llenarse de niños, la bibliotecaria se
levantó de su asiento, se colocó en el cen-
tro de la sala y dio unas palmadas.

64
—Atención, niños! —dijo.
Los niños pensaron que les iba a leer
un libro, como en otras ocasiones, y en
seguida formaron una ronda a su alrede-
dor. La bibliotecaria se aclaró la garganta
y continuó hablando:
—Alguna vez les he leído historias en
las que aparecían monstruos. Estoy segu-
ra de que ustedes mismos habrán encon-
trado historias de monstruos en los mu-
chos libros que tienen por aquí.
Los niños asentían con la cabeza.

La bibliotecaria echó una rápida ojeada


a la atenta ronda de niños y se colocó jun-
to al aparato de aire acondicionado.
—¿Les gustan las historias de mons-
truos? —preguntó.
—i Sí¡¡! —respondieron a coro los niños.
—Pues mucha atención! Ahora, van
a tener ocasión de escuchar una historia

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ftw
Podía oírse hasta el vuelo de una mos-
verdaderamente monstruosa. No va a ser
ca. Muy despacio, el monstruo comenzó a
una historia que se haya inventado un es-
salir por la rejilla, tan fino como un papel.
critor con mucha imaginación. Va a ser...
Primero asomó sus monstruosas ma-
va a ser...
nos, luego sus monstruosos brazos, des-
La bibliotecaria había captado todo el
pués su monstruosa cabeza, su mons-
interés y toda la atención de aquellos ni-
truoso tronco, sus monstruosas piernas,
ños, que la miraban sin pestañear. Pero
sus monstruosos pies... Cuando estuvo
no sabía cómo continuar con la presenta-
fuera por completo, recobró su aspecto
ción, así que se limitó a señalar el aparato
monstruoso normal y corriente.
de aire acondicionado y a decir:
Los niños parecían una colección de
—Miren todos aquí! Fíjense con aten-
pequeñas estatuas asombradas.
ción en este aparato de aire acondiciona-
do. ¿Lo ven bien?
Y con una voz profunda y cálida, el
—11Sííí!!
monstruo comenzó a contar a aquellos
—Pues aunque de su interior salga un
niños una sorprendente historia de mons-
verdadero monstruo, no se muevan de su
truos. No era una historia inventada.
lugar. ¡Mucha atención!
Era una historia verdadera que él mis-
La bibliotecaria no recordaba tanto si-
mo había vivido.
lencio en aquella sala.
El asombro y el poco de miedo que los
niños habían sentido al ver al monstruo

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y

por primera vez, pronto desaparecieron.


Todos estaban cautivados por aquella his-
toria, boquiabiertos, en silencio absoluto.
Cuando concluyó el relato, el monstruo
hizo una pequeña reverencia, sonrió al
auditorio y guiñó un ojo a la bibliotecaria.
Luego, muy despacio, comprimió su
cuerpo y se introdujo de nuevo en el apa-
rato de aire acondicionado.
Se produjo otra vez un larguísimo e im-
presionante silencio.
La bibliotecaria dio unos pasos y se si-
tuó en medio de la ronda.
—Qué les ha parecido? —preguntó.
Entonces, todos los niños a la vez co-
menzaron a aplaudir.
Aplaudían tan fuerte que temblaban
hasta las estanterías de la biblioteca.

Y desde entonces, la historia se repite


cada tarde en una biblioteca de Albacete.

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71
Los niños no han faltado ni una sola
INDICE
vez a la cita. Cada día van más. Ya no ca-
ben en la sala y llenan hasta los pasillos.
Se sientan en el suelo, alrededor del apa-
rato de aire acondicionado, y esperan en
silencio.
El monstruo los observa a través de la
rejilla. Antes de salir, lanza un beso por el
aire a la bibliotecaria. Luego, muy despa- 4

cio, se desliza hacia el exterior. 1. EL MONSTRUO 7

No ha vuelto a pensar en irse a la An- 2. EL AIRE ACONDICIONADO 17


tártida para tumbarse a la bartola en la 31
3. LA BIBLIOTECARIA
punta de un iceberg. 41
4. UNA NOCHE ENTRE LIBROS
51
5. EL ENCUENTRO

6. UN TRABAJO MONSTRUOSO 63
1

TÍTULOS PUBLICADOS

SERIE AZUL
3. Por tu bien. Jean Lemieux
4. Problemas en el ropero. Liliana Cinetto
5. Tres amigos. Patxi Zubizarreta
6. Un problema con patas. Marmella Terzi
7. Son muchas preguntas y todas juntas. Adela Basch
8. Había una vez un reino... (ocho historias de ocho reinos).
Gabriel Sáez
9. Príncipe Melifluo en sueño de manzana. Ángeles Durini
10. El Bosque de los desaparecidos. Joan Manuel Gisbert
11.Mi hermana es un poco bruja. Carlos Puerto
12. La Isla del disparo. Laura Roldán
13.El maravilloso viaje de Xía Tenzin. Patxi Zubizarreta
14.El Palacio de los Tres Ojos. Joan Manuel Gisbert
15.Gigantes. Mario Méndez
16.Renata toca el piano, estudia inglés, y etcétera, etcétera,
etcétera. Ramón García Dominguez
17.Cuentos de por acá. Iris Rivera
18.Ulises y la vuelta a la manzana. Sandra Siemens
19.El príncipe Durazno. Patricia Suárez
20.La máquina de hacer los deberes. Cecilia Pisos
21.El domador de osos. Daniel Nesquens
22.Papá tiene novia. Blanca Álvarez

1
La máquina
de hacer los
deberes
Cecilia Pisos
ALADELTA, SERIE AZUL, N.° 20. 144 págs.

Mía y Morena son amigas, vecinas


y socias. Son inseparables y se
la pasan inventando negocios.
Su último emprendimiento fue
el de armar una máquina para
hacer los deberes y ofrecerles sus
servicios a todos los compañeros
de clase. Pero la máquina no
parece funcionar como esperaban...
¿será que le falta tinta?, ¿le sobran
pompones?, ¿se desajustó el reloj?,
¿quién va a hacer entonces la tarea
de todos?

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