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Si tú
memoria. Por eso lo voy a hacer yo, y voy a tratar de que sea lo más
Capítulo 1
El encuentro.
Piñeyro, 1958.
caminaban del brazo por la plaza. Ya habían dado varias vueltas porque en una
de las esquinas fumaban tranquilos los chicos según ellas, más lindos del barrio.
Entre ellos había dos chicos bien. De esos que iban a un colegio pago en capital,
que tenían una casa con patio y baño propio, padres con auto y que todos los
años se iban de vacaciones. Y estaban los otros, los que Ramón llamaba los
después se cruzaban al club. Entre los “vagos” había uno muy alto, de nariz
corta.
Las chicas pasaban disimuladamente esperando algún piropo para después
fiesta de la noche anterior. Ellas no habían ido. Era para chicos "más grandes".
La placita de Giribone era bonita todo el día, pero a esa hora se ponía de un color
especial. El reflejo del sol que se ocultaba de a poquito, iluminaba los árboles y los
convertía en parte de una postal. El perfume también era distinto, como si los
-Marta, ¡Vamos!.
La voz retumbó como un eco en la plaza y en ese momento los jóvenes miraron
por fin a las chicas. Las observaron unos instantes y luego siguieron hablando
como si nada. Uno de ellos, el Negro, tiró el cigarrillo y de un salto bajó del pilar
donde estaba sentado. Era muy delgado, estatura media, de cabello oscuro bien
- Vamos.
Pero Marta no se quería ir. Hacía días que se había fijado en él. Le llamaba la
- Yo soy Zulema.
- Yo soy ...
- ¿Cómo sabe?
- Por que recién llamaron a Marta, si ella es Zulema, usted debe ser Marta.
- No mienta.
- No miento.
Marta lo miró a los ojos. Él estaba convencido de que lo que decía era así. ¿Era
un mentiroso o un loco lindo? Otra vez la sonrisa de él, los ojitos brillantes de ella
y la luna que recién llegaba iluminó sus rostros. Un fulgor de luz atravesó la plaza
- Tal vez. Mañana a esta hora va a venir otra chica más. Es mi prima Beatriz que
brazo y la guiaba hacia el callejón, mientras en voz muy alta repetía que estaba
Él no escuchaba más, se quedó mirando como las figuras apuraban el paso por
Don Ramón
Ramón cerró el taller donde todos los días rebobinaba los motores que le traían
sus clientes, en general gente del barrio, pero también reparaba motores para una
empresa que le encargaba el grueso del trabajo. Era una tarde fresca de otoño.
Como de costumbre caminó por Avenida Galicia hasta llegar a la plaza, pero esta
vez en lugar de ir directo para el callejón, bordeó la plaza con paso lento, mirando
para todos lados. Era un hombre alto, muy corpulento, con cara de bonachón. Ya
le habían avisado y estaba dispuesto a comprobarlo. Y era verdad. Allí, bajo uno
de los árboles, un joven fumaba con una pierna apoyada sobre un banco, en tono
su "Martita". Muy intimidante no sería el joven porque Martita reía muy tranquila. Ni
siquiera lo vio. Ramón espió durante un par de minutos y luego apuró el paso a su
casa.
- ¡Julieta! ¡Julieta! Acabo de verla. Está con uno de esos, los que se juntan en el
Progresista.
- ¡Vos sabías!
- Si, es verdad, la escuché la otra noche hablando con Beatriz. Pero Marta no
sabe que yo sé. La apuré un poco a Beatriz pero ya sabés como es, con tal de
apañar a la prima...
- Es chica.
- Tiene quince.
- Ya sé que tiene quince, ¿O es hija tuya nada más? Por eso digo que es chica.
Julieta entró a la habitación y volvio con las pantuflas. Ramón se las puso y
- Me contó don Aurelio que el joven tiene dieciocho años, que es cartero, vive
- ¿Qué más?
- El padre vende frutas con un carrito y el único que trabaja además del padre es
él. Otra cosa que me contó don Aurelio es que se pasa las tardes en el
Progresista.
¡Quiero retruco!
Ya habían pasado casi seis meses de aquella tarde de marzo en que se le ocurrió
según sus pensamientos, vaya a saber por qué, presentarse ante Martita.
- ¡Quién me mandó! –pensaba-. Estoy hecho un idiota. Hago cosas que no tengo
que hacer, por ejemplo, esto de levantarme un domingo para ir a comprar el pan.
beso. La mujer era de estatura media, un poco gorda, con el cabello canoso y la
piel muy blanca. Tenía ojos claros y manos delgadas. Su hijo no se parecía en
- Hola mamá. –contestó Héctor. No hablaba solo, estaba pensando en voz alta
nomás.
Segundo, me levanté temprano para comprarle el pan calentito ese que a usted le
usted viva acá, mando yo así tenga treinta años y tercero, tercero... , acá mando
yo.
Héctor agarró de mal humor la bolsa que estaba colgada de un gancho y salió
para la calle. Casi no había dormido y el aire lo despabiló un poco. Caminó unos
metros por Agüero hasta la esquina, luego cruzó y se paró en Rivadavia a esperar.
partida y partida le decía que era muy chico para meterse de novio así. El Ruso
- Dale Negro, si todas las tardes rajás para la plaza. Cortá Negro.
navegando...
Esos eran sus amigos. Noches de charla y truco, pelota paleta en el Progresista,
- Envido
- Quiero
- Chau Negro.
Después de varias partidas había decidido irse a dormir. Se subió el cuello del
sobretodo y con un poco de frío tal vez por la hora, apuró el paso desde El
Porvenir hasta Pavón. Cruzó y caminó unos metros por Agüero. Sabía que no iba
Ahora estaba ahí parado como un tonto, él, el más piola de Piñeyro, esperando a
una chica para verla dos minutos. Había sido una idea de ella.
dicho- Podría ser en la panadería. A mí no me dejan ir sola a esa hora, pero los
- Bueno, pero así nos vemos más veces, además hay domingos que llueve y
la mano. Miraba los adoquines y deseaba que nadie lo viera a esa hora aunque
las calles estaban casi vacías. Un perro chapoteaba en la zanja. Esto tenía que
terminar ya. Al final tenían razón sus amigos. Estar de novio era complicado. No
era para él. Muy ensimismado estaba en sus pensamientos cuando divisó la figura
de dos chicas que venían a pasito apurado por Rivadavia. Caminaban del brazo
- Buen día Héctor -saludó la más chica con una mirada cómplice y entró a la
panadería-.
-Tengo que contarte algo mi amor. Resulta que mi papá nos vio en la plaza, varias
veces. Y entonces les tuve que contar. Primero se enojaron un poco pero
Pero bueno, después de varias charlas, logré explicarles que somos novios y
Héctor no escuchaba. Estaba hipnotizado por esos ojitos alegres que lo miraban
entendía nada de lo que ella le decía, sólo escuchaba su voz como una música
- Te dije que mi papá nos vio y ahora quieren conocerte. Te invitan el domingo que
- Que allí estaré, por supuesto. Ahora vayan que yo las miro hasta la esquina.
Cuando las dos chicas doblaron, Héctor entró por fín a la panadería. Cuando
- Viejita linda, te traje el pan calentito que te gusta y también pancitos de leche.
El encantador de serpientes.
La noche anterior, como casi todos los sábados luego de cenar, Julieta se había
ravioles y los acomodó sobre la mesa para dejarlos descansar toda la noche. Por
encerados, los pisos brillaban con la luz del sol que empezaba a asomarse en el
patio.
para el mate, y se puso a preparar la picada cinco horas antes del mediodía. Entre
dormía. Compró el pan y tortitas negras para su hija. Luego se sentó en el patio a
No era un domingo como todos, no venían Marieta con Roberto, ni venían Tito con
Esther, tampoco la tía Tita era la invitada esta vez. Este domingo venía "Él".
Cerca de las 9 Marta se levantó y se arregló. Le encantaban esos días de invierno
donde el sol se colaba por cada ventana y calentaba las mañanas. El silencio era
Al mediodía estaba todo listo. Ramón cerró el diario y mirando a Marta dijo:
- Buenas...
La puerta del patio central estaba abierta y allí, parado, estaba Héctor, con su
amplia sonrisa, tranquilo, con su traje nuevo, su corbata de seda, los zapatos
oportunidad. Había repasado en su mente una y otra vez lo que le iba a preguntar:
¿Trabaja usted de cómico? Porque cada vez que lo veo en la plaza con mi hija,
ella está riendo. Antes que nada, ¿Trabaja?, ¿Tiene pensado algo para su futuro?
¿Qué intenciones tiene? ¿Cómo conoció a Martita? ¿Por qué se pasa las noches
- No, pero me dieron una bicicleta para entregar las cartas y no se la dan a
cualquiera.
Contó también que ya sabía manejar, que cuando tuviera el registro buscaría otro
trabajo, que tenía pensado viajar por el mundo, comprarse una casa, un auto Ford,
- Ahhh...
- Eso de los motores no lo hace cualquiera Ramón, algún día me tiene que
enseñar.
Marta le había dicho que muy pocas personas le decían Julieta a su mamá. Se
llamaba Julia, pero Ramón la llamaba Julieta y así le decían los más íntimos.
Héctor lo más campante: Julieta ésto, Julieta lo otro. A Marta casi ni la miró.
bombones, todo pasó con rapidez y cuando se hicieron las cinco, se paró de
la puerta y se quedó unos minutos con él. Luego entró corriendo y miró a sus
padres.
Hubo un silencio hasta que Ramón lanzó por fín una carcajada.
TE CONOZCO MASCARITA
Febrero de 1959.
Hacía casi un año que Héctor noviaba con Martita. Le encantaban su sonrisa, su
inocencia, esos ojitos dulces que lo miraban enamorados. Cada vez la quería más
preparaba para la gran fiesta. Por las mañanas, desde temprano, se empezaban a
llenar de agua todo tipo de fuentones o palanganas que hubiera en las casas. Y
vieja gruñona que era salpicada "sin querer". Los más chicos almorzaban rápido
para salir de nuevo a jugar con el agua. Ni siquiera los detenía el grito de sus
madres:
Al atardecer había que juntar los trastos, bañarse y preparase para la noche.
caminaban hasta la Avenida Galicia donde más tarde pasarían las comparsas. El
papel picado y las serpentinas estaban a la orden del día. Otros iban a los bailes
de los clubes del barrio, donde los mozos servían comida en las mesas ubicadas
vermouth. Los dos terminaban de trabajar a la misma hora, así que le mediodía
del sábado era un grato encuentro para picar algo antes de la siesta. Hacía mucho
calor. El mozo trajo otro sifón y algunos platitos con papas fritas y cuadraditos de
tortillas.
Milonga era una forma de decirlo, porque en esos clubes la música alternaba entre
milongas, tango, rock, paso doble y muchas veces venía alguna orquesta a tocar
en vivo.
- ¿Y Martita?
- No.
- Que raro, porque ... ¡Negro! sos un hijo de puta. ¡No le dijiste!
-Es hermoso, como los de acá, pero hay mucha más gente. No podíamos ni
caminar. Pero prefiero los del barrio, porque acá estás vos y te extrañé mucho.
Las comparsas venían de varios lados y competían por ganar la copa a la mejor.
La misma facilidad que el Negro tenía para encantar a la gente, la tenía para
mentir. Las palabras salían de su boca con tanta naturalidad que era difícil no
creerle.
de Flores. Así que después de cenar nos pasás a buscar y vamos todos a ver las
comparsas.
Héctor estuvo de acuerdo y así fue que estuvieron toda la semana planeando la
gordo pero esta vez después de la picada no fueron a dormir la siesta sino a
comprar. Caminaron hasta la tienda de Pavón y Mitre. Los locales estaban llenos.
La gente compraba ropa nueva para el baile. Héctor eligió un pantalón nuevo de
alpaca fina y camisa de seda. Más tarde pasaron por la peluquería de Don Julio.
En una de las esquinas el gordo charlaba con Chipi. Luego empezaron a caer los
los amigos del Negro y los saludaron. Dieron varias vueltas a la plaza luciendo sus
vestidos con volados hasta la rodilla y sus antifaces brillantes cubriéndoles los
Las tres se acercaron al grupo que ahora era más numeroso. Algunos estaban con
la cara descubierta.
muela.
Las tres chicas esperaron un rato más, luego se fueron porque Julia y Ramón las
estaban esperando.
El gordo vio como las tres figuras atravesaban la plaza hacia el callejón. Las miró
sin decir una palabra hasta que ellas doblaron en Domínguez. Luego dijo:
- Ya se fueron Negro. Falta el ruso, ni bien llega nos vamos. Héctor se sacó la
máscara que la cubría toda la cara. Prendió un cigarrillo y esperó a que llegara el
ruso.
moscato de más le soltó la lengua al Negro y como si fuera algo de lo que podía
- ¿No fue gracioso mi amor? Estaba con una máscara al lado tuyo. Ni me viste-.
- Bueno tampoco es para que te enojes. Estuve parado al lado tuyo todo el tiempo
El tiempo seca las lágrimas y enfría los ánimos. Por suerte habían pasado varios
meses, porque si Marta lo hubiera sabido esa misma noche de carnaval, otra
Don Balbino
siempre ponía una excusa. Conocía bien a los suyos y además Martita ya no era
común verla aparecer con distintas pelucas y diferentes colores de pelo. Todas
esas cosas, Héctor lo sabía muy bien, no le gustaban a su madre y por eso él
Don Balbino, el padre de Héctor, era uno de los hombres más buenos que había
en el mundo. Había dejado su Lugo natal allá por el año mil novecientos quince y
con apenas cinco años ancló en Avellaneda. Trabajó desde que era niño. Luego
vendiendo frutas y verduras. Tenía un carrito que empujaba a pie, por las cuadras
del barrio. Luego cerca del mediodía lo paraba en la esquina de su casa hasta que
gustaba llevar a su hijo con él, cuando éste tenía dos o tres años. Y a Héctor le
empujaba el carrito por Pavón hasta la estación. Cuando Héctor creció empezó él
a empujar el carrito. Las charlas por la madrugada entre padre e hijo eran
con sus trece años, se levantaba en silencio y se iba él solo al mercado. Cuando
apenas atado con una soga a un palo. Héctor sabía que cuando se apagaban
todas las luces era porque todos se habían ido a dormir. Un día desató la soguita,
se subió al carro y se fue con caballo y todo al mercado. Así daba gusto. En dos
horas estaba de vuelta. Le daba agua al caballo y lo acariciaba un rato largo, eran
Lo hizo varias veces hasta que el dueño lo pescó. Estaba bajando la mercadería
- Buenas noches...
- Shhhh, calladito, ya sé lo que hacés todas las noches pibe, lo único que te pido
cuando quiera.
alquilado un pequeño local del otro lado de la vía y aunque ya no iban juntos al
sí, Balbino era muy bueno, pero ... la familia era grande y había otros
integrantes…
Capítulo 7. Bienvenida mi lady.
En la casa de Héctor había un gran revuelo. Cada uno en la familia tenía una
tarea distinta. Balbino había hecho los mandados. Celia había amasado los
ñoquis caseros para recibir a la invitada. Los cuatro hermanos de Héctor tenían
que ayudar. Chelita había hecho la salsa y Norma era la encargada de la limpieza,
Carlos había armado la mesa con los caballetes en el patio. Tito, el más chico,
acomodaba los platos. El único que no hacía nada era Héctor. Iba de un lado a
caracterizaba-.
embromar!
- Vieja no empecés.
- Es que me dijo doña Cata que la conoce. Dice que anda en pantalones todo el
día. Que se corta y se tiñe el pelo. Que sale sola y viaja en colectivo de un lado a
otro.
que fume.
- Yo fumo mamá.
- Probá la salsa.
- Que esté todo limpio che. -dijo ella con ironía-. Que viene la novia del "Hétor".
Héctor tomó los platos y los acomodó él mismo. Estaba nervioso y no soportaba
-Che, en vez de reirte ayudá. ¿Por qué no pusieron mantel? ¿No tenemos mantel?
- Claro que tenemos –dijo Norma burlandose- Pero es para ocasiones especiales.
mejor que te comportes porque cuando vea en la calle a alguno de esos novios
- ¿Puede ser que por hoy aunque sea, se vuelvan un poco más "finos"? Vos Tito,
andá a lustrarte los zapatos, mirá que parecés. Vos Carlos, ¿no podrías
plancharte un poco esa camisa? Y vos Norma, tratá de decirme Héctor, no Hétor,
no seas bruta. Les pido que se comporten como gente aunque sea un día.
Y luego, olvidando todas las reglas semánticas y sintácticas miró a todos lados y
preguntó:
Y pasó un año, y otro, y otro más. Marta ahora se ponía pantalones estilo Audrey
Héctor había renunciado al correo y ahora era colectivero en la "8". Los lunes
con Beatriz esperando que pase "el Negro" solamente para saludarlo y dejarle
ambos. Yo no las sé. Las imagino. Pero lo que si sé es que Héctor era
importaba si tenía que dejar plantada a doña Julia con el matambre y la ensalada
rusa, o sí al día siguiente tenía que "aguantar" la cara enojada de Marta. Encima
Las excusas estaban a la orden del día, las horas extras en el colectivo eran
compartía su pasión por el rojo. Y ni hablar de las veces que "mató" a algún
familiar lejano creando velorios inexistentes. Héctor era un gran mentiroso. Tenía
más incrédulo. A veces mentía de tal manera que él mismo se lo creía. Pero
-Héctor…mirame…
Eso era suficiente para que el Negro sonriera y ella se diera cuenta de que estaba
caminaron bajo las estrellas. El silencio cómplice se veía interrumpido por algún
tango que sonaba a lo lejos. Cruzaron el viejo puente de la mano. Cenaron en "El
Julieta había preparado todo para hacer café ni bien llegaran. Ramón estaba
sentado en su sillón del patio. La noche estaba hermosa, una leve brisa movía las
- Estamos muy contentos de que festejen otro año más de novios. Pero Héctor,
- Lo escucho.
- Si.
- ¿Qué intenciones? .
la fiesta me toca pagarla a mí. Ustedes dos trabajan así que se pueden mantener
tranquilamente.
poniendo nervioso.
- Yo creo Héctor, que con la edad que tiene, los años que llevan juntos y sabiendo
Cuando se dio cuenta de lo que querían decirle los padres de Marta, miró a su
mirada de ella, pero Marta simplemente le preguntó, ¿Querés otro café mi amor?
El Negro miró a Julia que todavía seguía con la sonrisa dibujada en el rostro y de
los nervios olvidó que era su futura suegra y que jamás la había tuteado, pero con
- Julieta, ¿me servís una copita de Legui? Una copita no, mejor una copa, la más
Lo que para Héctor había sido un "apriete para el casorio", para Marta era algo sin
importancia. Y eso fue lo que más lo preocupó. Él, el "piola" de Piñeyro esperaba
que su novia le dijera que Ramón tenía razón, que ya hacía cuatro años que
noviaban, que sería lindo compartir las noches juntos. Nada de eso. Ella con la
los dos trabajaban solían salir mucho, cenas, bailes, noches de club cuando venía
a tocar alguna orquesta. Pero ahora había que ahorrar. Se fue solo a la mueblería
de su amigo el polaco. Allí compró una mesa y seis sillas a pagar. Le dieron una
tarjetita donde iban anotando los pagos mensuales. Nada más que eso. Fue
contento a contarle a Marta, pero olvidó dos pequeñas cositas, primero que Marta
no había participado de la elección, segundo que no tenían donde guardar los
nuevos muebles.
Al principio Marta se enojó mucho, él había hecho como siempre, lo que le venía
La casa de Marta era muy chica, un patio central, dos piezas, un comedor, un
baño y una cocina pequeña al otro lado del patio. Estaba pintada de forma
impecable. Julia pasaba viruta a esos pisos hasta volverlos un espejo. Nada
estaba fuera de lugar. Ramón tenía su sillón propio para leer el diario. Julia tenía
exagerada pulcritud.
Por el contrario, la casa de Héctor era un terrible despelote. Era vieja, pero muy
grande. Tenía tres habitaciones enormes, con techos muy altos, pisos de
madera, un patio largo con baldosas gastadas y desparejas. Como eran muchos
hermanos siempre estaba llena de gente. Los amigos de uno, las amigas de otro.
Algún novio o novia que se quedaba a tomar mate. Los paisanos de Balbino que
se sentaban bajo el árbol del fondo a charlar de buyes perdidos. Ahí había un
espacio con una pequeña huerta que Balbino cuidaba con esmero y un árbol de
granadas. El lugar ideal para guardar los muebles era la habitación de las chicas,
casar.
Norma era brava. Mejor que nadie la mirara mal en la cuadra porque se armaba.
Pero por suerte estaba Chelita. Ella no tenía problemas con nadie. Además se
llevaba bien con Marta, que cuando iba de visita le cortaba el pelo y le hacía
- Norma, dejalo tranquilo ¿Qué nos podría molestar guardarle unos muebles?
- Ma, váyanse a freir churros los dos, decia Norma y se iba a buscar una nueva
Y así pasó un año más hasta que Héctor pasó los límites posibles que Marta podía
soportar.
En los últimos años Marta y Héctor trataban de pasar las vacaciones de verano
juntos. Como a ella no la dejaban viajar sola con su novio, no tenían más remedio
que veranear con la familia. Julieta y Ramón iban siempre que podían a Mar del
Plata y fue así que Héctor entró por primera vez a lo que consideraría por siempre
sus amigos en una mesa del Progresita, llegó uno que hacía un tiempo no veían.
larga distancia, que hacía el recorrido Buenos Aires-Mar del Plata. Una sola frase
-En ésta época no viaja ni el loro. Voy solo y al otro día también vuelvo solo.
A los pocos días estaba Héctor parado en Pavón y Mitre. Sabía el horario exacto
en que su amigo pasaba por ahí. Éste último frenaba, y ahí estaba el Negro
En su trabajo Héctor no tenía mayores problemas porque usaba los días que tenía
franco o pedía un día sin goce de sueldo. El problema era encontrar una excusa
para explicarle a Marta porqué desaparecía dos días. Y como bien dicen, al
enteró, ardió Troya y los dos enamorados pasaron varios meses separados.
Capítulo 10 ¡Fiesta, fiesta!
Héctor suspendió de inmediato los viajes al Casino de Mar del Plata, pero ya era
tarde. Marta esta vez se había enojado de verdad. Héctor hizo lo imposible para
cambiado algunos detalles. Había dos cosas que Marta había entendido en esos
años. Que el Negro no iba a cambiar y que se querían de verdad. Así que luego
Piñeyro.
Pasaron dos años más y luego de la compra de varios otros muebles más llegó el
momento de fijar la fecha. Ramón insistió en hacer una gran fiesta. Fiesta que ni
Pero Ramón era implacable. Era su única hija y la fiesta la iba a hacer aunque
- Ya me dijo Beatriz papá, pero igual, no tiene sentido una fiesta cuando no nos
sobra la plata.
En cuanto salía el tema de la fiesta discutían hasta que Ramón se ponía los lentes
Cuando se cansaron de decirle que no querían fiesta, optaron por dejarlo que
organice todo como él quería. El futuro suegro eligió un día para no abrir el taller y
se dedicó a ir a ver a dos conocidos. Uno era un miembro de la comisión del club.
Allí acordó el alquiler del salón. Luego se fue a lo del gallego en Mitre. El gallego
bocaditos, masas finas y helados. La torta fue un regalo de doña Cata. Julia y
Héctor pidió la fecha para el civil, Martita arregló el tema de la Iglesia. Las dos
invitados y “desinvitados”.
fiesta.
amigos. De parte de Héctor, los del Pueblito, unas manzanas de Piñeyro, un par
amiga Zulema, dos chicas de la peluquería y por supuesto sus primas. Había
comida de sobra, por suerte, porque llegaron amigos del negro que no habían sido
solamente a saludar pero Ramón les permitió el acceso al salón, ya que ese día
nada ni nadie podría opacar su alegría. Tan grande era su emoción que por
bocado. Estaba eufórico saludando a todos de mesa en mesa. Julieta habló hasta
por los codos. Balbino se emocionó y Celia lloró de alegría. Hasta Norma se portó
bien, tal vez porque como estaba muy bonita, tenía a todos los chicos a su
alrededor.
La luna de miel fue hermosa. Diez días en Mar del Plata. Caminatas por la rambla,
departamento que alquilaron era más que diminuto. Habían gastado bastante en la
luna de miel, pero los dos trabajaban así que seguían con su vida como cuando
eran solteros. De cocinar ni hablar porque enfrente tenían una pizzería y a dos
Marta trabajaba en una peluquería muy prestigiosa, donde tenía que estar parada
podía sancionarlas.
- Cuando no hay clientas, ustedes peinan las pelucas -decía-. Pero nunca las
Marta no se callaba, solía contestarle por esa y por varias cosas más hasta que un
día se cansó y renunció. Total, como peluquera era excelente. Algo iba a
conseguir.
Héctor había trabajado desde los doce años. Había sido afilador de cuchillos,
Pero Héctor era lo que se dice un jóven "inquieto" así que más de dos años
seguidos en un lugar lo aburría. Y por eso, como era un hombre lo que se dice
Cuando llegó a su casa y se lo dijo a ella, ésta con total naturalidad le contestó:
Y se fueron a la pizzería porque como decía el Negro: “Si hay miseria que no se
note”.
A los quince días los dos seguían los dos sin trabajo y de los ahorros muy poco
Era una noche de primavera cuando tomaron algo del poquísimo dinero que les
embarazo Marta no trabajara, pero como ella solía hacer lo que quería, no se
embarazo corrió ella sola un ropero para cambiarlo de lugar. Cuando se dio cuenta
tranquilizó hasta que una noche de mucho frío por fín llegó “la Nena”.
levantaba muy temprano, por eso, cuando nació la Nena, buscó otro trabajo más y
consiguió un empleo de algunas horas como chofer del dueño de una curtiembre.
Los meses de invierno pasaron rápido. Durante el verano Héctor y Marta casi no
Ramón las fuera a buscar al cerrar el taller, otras se iba sola con el cochecito y la
Nena. Caminaba despacito por Rivadavia hasta la placita, luego doblaban hacia el
callejón.
Ese año no tuvieron vaciones, el Negro trabajaba sin parar. Llegó nuevamente el
invierno y todo seguía igual. Marta pasaba las tardes con Julieta. Cuando
kerosene se mezclaba con la cera de los pisos e inundaba toda la casa. A eso de
las cinco Ramón apuraba el paso a su casa. Allí se tiraba sobre el piso de parquet
donde Julia había puesto una alfombrita para que juegue la Nena, y se quedaba
horas con ella. Marta se sentaba a tejer mientras Julia cocinaba. Tirarse al piso
era fácil, lo difícil era levantarse, era muy corpulento y se le "trababan" las rodillas,
así que una opción para no tener que llamar a los bomberos era que Julia y Marta
se pusieran una de cada lado y con una silla adelante lo ayudaran a pararse.
con la vianda que Julia les daba para que Martita no tuviera que cocinarle nada a
Héctor.
Otras veces Marta visitaba a sus suegros y pasaba las tardes en la vieja casa del
Negro.
Héctor estaba más que contento con su hija. Al principio tenía lo que él llamaba
en el club que estaba a una cuadra. Al estar todos entretenidos se habían olvidado
un poco de él, pero cuando empezó a trabajar con el jefe de la curtiembre, caía en
solamente. Esto le vino bien a los dos porque él tenía un poco de tiempo para su
club y Marta tenía la excusa para volver a trabajar porque ya estaba aburrida de
estar sin hacer nada. Julieta y Ramón eran tan absorbentes que se ocupaban de
En los próximos meses se acomodaron de nuevo con los gastos. Marta tenía un
sueldo muy bajo pero ganaba mucho con las propinas. Era muy dulce y tenía
mudó a Martinez y Marta renunció. La Nena ya tenía dos años y estaba casi todo
el día en la casa de Julieta y Ramón. Todo marchaba bien por el momento, pero
Llegó el verano y la gran noticia. Marta estaba embarazada nuevamente. Esta vez
quedó despierta tejiendo a esperarlo. Pero esta vez el Negro llegó muy temprano.
Como hacia todas las noches ni bien llegaba, encendió la ducha y con la puerta
- Bueno, nada grave, discutí con Don Jacinto y renuncié. Ya me tenía aburrido. Se
Cuando se sacó el jabón de los ojos vio como Marta, apoyada en el marco de la
- No.
- Bueno , no importa, hoy vino a arreglar algo y escuché que hablaba con mi viejo.
- ¿Y?
Al día siguiente Héctor se levantó temprano y fue a ver a don Pancho. Había
pasado un mes de su renuncia y con una hija y otro en camino iba a trabajar como
siempre lo había hecho, de lo que sea. Don Pancho lo contrató enseguida. Era un
hombre bueno, le enseñaba a Héctor todo lo que él sabía sobre letreros y el Negro
carteles por todo Avellaneda y Barracas. Además era el encargado de los letreros
Una mañana muy fría de Julio nació el bebé. Y como todo padre que se precie, fue
al registro civil a anotarlo. El tema del nombre había sido al igual que tres años
atrás, una discusión. Si venía una nena no había problema pero si venía un nene
el Negro insistía en que se llamaría Héctor cosa que Marta no quería por nada del
mundo.
sabés a quién le hablás. ¿Por qué no le ponemos Héctor, Ramón, Balbino, y toda
la parentela? -decía ella ironicamente-.
había cosas más importantes por las que discutir, ella decidió que .si era varón se
Llegó un bonito bebé y ahí iba Héctor caminando contento hacia el registro. Al rato
hacía lo que se le daba la real gana. Los gritos retumbaron en todo Piñeyro. El
"Negro" como si nada hubiera pasado, tomó en brazos a sus dos hijos y se puso a
jugar un rato con ellos. Luego se fue a trabajar. Si Héctor era caprichoso, Marta
más, y el hermoso y regordete bebé jamás fue llamado Héctor. Fue y es Gabriel,
Gaby, Gabo, Gabito, pero Héctor, ¡No! Héctor, por suerte, hay uno solo.
Capítulo 13: "Las olas y el viento".
Dos años trabajando con los letreros le habían dado muchas alegrías. Ganaba
muy bien, Marta no necesitaba trabajar según decía Héctor, aunque en realidad
En una de esas tardes de billar llegó al club el Polaco. Le decían así aunque era
más argentino que el dulce de leche, y ni siquiera sus padres eran polacos, eran
alemanes. La madre había quedado viuda muy joven y se había ido a vivir a Mar
del Plata con una hermana. En Alemania había quedado una tía y algunos primos
quedó a vivir con ella y ahora estaba en Piñeyro para terminar de vender la casa
Fue en esa precisa tarde cuando entre tacos y bolas le contó al Negro que en Mar
del Plata estaba muy bien, que tenía mucho trabajo, que le sobraba para vivir y
que había mucha diversión. Un par de horas alcanzaron para que "el señor
inquieto" sintiera eso que le corría por la sangre y que conocía muy bien.
Como siempre pensaba las cosas con total detenimiento, se tomó las cinco
cuadras que lo separaban del club a su casa para decidirse y otra vez, parado
frente a Marta, con una sonrisa que ella conocía perfectamente le dijo:
- Gorda...
- No.
- Ah…
-No todavía. Mañana voy a renunciar. Nos vamos a vivir a Mar del Plata.
- Estás loco.
- Sí, estoy loco, pero vos. Además, ¿qué más querés? ¿Tu prima no se fue a vivir
allá?
- Pule pisos.
todo lo que podía decirle a ese ser extraño que tenía adelante: que hacía las
cosas sin pensar, que estaba un poco loco, que con los letreros le iba bien, que
con dos chicos no le convenía arriesgarse, que a ver si de una vez por todas
Yo soy la Nena. Siempre supe que quería contar la historia de amor de Héctor y
Marta. Y cuando digo la Nena no es porque quiera hablar en tercera persona, sino
porque así me decían. Creo que cuando Gaby era chico pensó que mi nombre era
Vivir en Mar del Plata era fantástico. Héctor y Marta alquilaron un departamento
las ciencias naturales sino porque estaba en la esquina y como decía Marta, hay
que aprender todo lo que se pueda. Al principio no fue tan fácil como habían
pensado. Héctor terminó puliendo pisos con el Polaco, pero mientras lo hacía, iba
encanto, fue consiguiendo clientes, y en apenas unos meses dejó los pisos y
volvió a los letreros. Otra vez las cosas empezaron a mejorar y muy rápido. Tal es
así que fue suficiente que Marta dijera: -extraño a mis viejos-, para que Héctor los
reparo alguno. Hicieron sus valijas, mandaron los muebles y se mudaron a Mar del
abuelo. No era fácil. Gaby con sus dos añitos era para mí, mi hermanito querido,
pero para Gaby yo era "su víctima" preferida. Mis juguetes habían sido destruídos
uno a uno desde el momento en que Gaby había empezado a caminar. Las
desarmados y los libros de cuentos estaban escritos y con las hojas rotas. Eso era
lo que más me molestaba porque había aprendido a leer a los cuatro años y tenía
que me hacía, se escondía detrás de las puertas esperando que llegue para
asustarme. Fue así que empezaron los primeros roces entre Marta y Ramón.
- Es chiquito, dejalo.
- Es mi nieto.
Y llegaban las peleas. Trataban de salir cuando Gaby estuviera dormido, para
asegurarse de que nada iba a pasar, pero era en vano. Una noche estaban
escoba con tal mala suerte para mí que tropecé y mi frente golpeó contra la punta
de un mueble dejando sangre por todo el living, llantos y una cicatriz que aún
tengo.
Insisto, la época de Mar del Plata fue hermosa. En invierno era maravilloso
pescar y como en esos meses no había mucho trabajo era como estar todos los
horas después y nos llevaba a todos a desayunar. El olor del mar, el café y las
medialunas estaban incorporado a la rutina. Pero había otra cosa que también
estaba incorporada a la rutina y que rompía con las salidas románticas que mis
- No.
mentís, me decís que vamos al teatro y mentís. Siempre lo mismo con vos. Así
- Shhhhhh, no rezongués ¿Cómo voy a salir solo sin el amor de vida? - decía el
- Gorda, después vamos a donde vos quieras, pero primero tenemos que pasar
por un lado...
Héctor la abrazaba y con un gran amor pero con un total desprecio por la opinión
Las calles de Mar del Plata se iluminaban durante el verano con los carteles
Una tarde de lluvia vi que Héctor entró rápido al departamento, que Marta armó
una valija con ropa de él y que él se marchó con su camioneta y un amigo que lo
Fue la primera vez que vi llorar a papá. Volvió a los cinco días. A partir de ese
Buenos Aires y nunca más caminaría con él de la mano recorriendo la huerta que
otras tierras ahora. Y como suele suceder muchas veces en los grandes amores, a
los pocos meses la abuela Celia se fue a buscarlo. Otra vez la valija, la camioneta,
Qué el tiempo cura las heridas es mentira, sólo las cierra un poquito, para que no
sangren, pero están ahí. Héctor siguió con su vida de antes y sólo él sabe lo que
cerca de su Martita, Héctor con sus letreros, Marta visitando a Beatriz, Gaby
enloqueciendo a la familia y yo leyendo como si fuera lo único que me dejaban
hacer. Pero leer, leer y leer no me hacía más "piola". Una tarde estaba tomando
pregunté a Marta:
- Mamá, me dijiste que yo puedo ver a los que trabajan en la tele pero ellos no me
pueden ver a mí. Pero recién Fofó le dijo a Miliki que había una nena que se
estaba comiendo todo el pan con manteca pero que no quería tomar la leche y me
Supongo que Marta, que en ese momento me acarició sonriendo, por dentro habrá
pensado, ¿Para qué lee todo el día si después me pregunta boludeces? Pero
nunca me lo dijo.
llevó ese día al bar, o sí su destino estaba escrito, pero una mañana en que se
podría imaginar.