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Introducción:
En 1517 llegaba a tierras hispanas Carlos I, hijo de Juana la Loca y de Felipe de Habsburgo
(conocido como Felipe el Hermoso), nieto de los Reyes Católicos y de Maximiliano I, rey de
Austria, y de María de Borgoña. Su llegada marca el inicio de una nueva etapa de la historia de
España que se caracteriza en la política interior por la consolidación del Estado Moderno (con
el perfeccionamiento de su sistema institucional), en el terreno de las realidades socioeconómicas
por los efectos de una coyuntura favorable que se dilata hasta las postrimerías de la centuria
(perceptible en el auge de los distintos sectores y en la relativa movilidad social), en la vida
cultural por la extraordinaria creatividad de la primera etapa del llamado Siglo de Oro (la
etapa correspondiente al Renacimiento) y en la política exterior por el despliegue imperialista
apoyado en la herencia territorial de Carlos I y financiado por la plata procedente de América.
Si este siglo XVI puede definirse bajo el signo de la expansión (económica, social,
institucional, imperial, cultural), conocida por este motivo como la de los Austrias Mayores,
admite una división en dos mitades o etapas, siguiendo aproximadamente la división de los dos
reinados de Carlos I (1516-1556) y Felipe II (1556-1598).
- La primera etapa: está dominada por los compromisos europeos de un soberano que
era al mismo tiempo Carlos V de Alemania, es decir, titular del Sacro Imperio Romano
Germánico,
- Mientras que la segunda etapa, con Felipe II, (ya dividido por herencia el vasto imperio
de su padre), la política exterior responde más a los intereses de una Monarquía
hispánica que ha asumido los presupuestos de la defensa de la religión católica junto a
los de su propia reputación como primera potencia mundial. Sin embargo, lo que podría
haber sido una oportunidad para liberarse de muchos conflictos y aliviar a España de la
carga de la política imperial, ni Felipe II ni sus sucesores se consideraron meramente
reyes de España, sino que su objetivo fue mantener la integridad de los dominios de la
casa de Austria y su hegemonía en Europa amenazada por Francia y el Imperio Otomano
principalmente.
EL IMPERIO DE CARLOS V
Desde el punto de vista político, Carlos V aportaba la idea de gobierno absoluto, teorizada
por Maquiavelo. Esto significaba que ningún otro estamento o institución podía influir en las
decisiones del monarca. Estamos ante los inicios del absolutismo monárquico que chocaba con
las tradiciones de gobierno de los castellanos y de los aragoneses, y también chocará con las
ideas nacionalistas de los príncipes alemanes de librarse de la tutela imperial.
Esta idea universalista únicamente cuajó en una minoría de intelectuales. El paso del tiempo
demostró que el proyecto resultaba imposible. El Imperio no logró ser nunca ni un Estado, ni tan
siquiera una Monarquía centralizada. Solamente fue una unidad jurídica con escasa cohesión
material y espiritual: fue una vastísima colección de Estados con intereses distintos y en algunos
casos divergentes, que llevó a fuertes enfrentamientos en el marco europeo. No hubo una política
económica común, ni su titular tenía los mismos derechos en cada uno de esos Estados. Este
conglomerado de territorios sólo tenía como denominador común la figura del soberano, que va a
tener que enfrentarse a una progresiva tendencia a la creación de estados nacionales, a la ruptura
religiosa entre católicos y protestantes, y a la constante amenaza del Imperio otomano, que van a
ser los obstáculos insalvables para conseguir el triunfo del proyecto imperial.
La nobleza reacciona en contra del rey, chocan con el concepto o idea de gobierno y con el
concepto económico que traía Carlos para Castilla. Carlos quería un Estado centralizado, que las
decisiones importantes se tomaran desde la corte, un Estado burocratizado. Para conseguir ser
coronado emperador decidió aumentar los impuestos a los que pagaban impuestos. Con ello
perdió el apoyo de las ciudades. La política de Carlos V dejaba sin contenido político y
económico a las Cortes, esto hizo que la nobleza, campesinos y ciudades se pusieran en contra
del monarca, generando un movimiento de protesta: La revuelta de las Comunidades de
Castilla. Las principales ciudades castellanas se sublevaron y sustituyeron el poder municipal
por comunas, integradas por artesanos, comerciantes y miembros de la baja nobleza y el bajo
clero.
Felipe II empieza a gobernar en 1556 con un ideario muy similar al de su padre: fortalecer el
catolicismo y engrandecer el poderío hispánico (Monarquía hispánica). Inicia su reinado con una
crisis económica muy profunda que logró ser superada a través de las victorias militares y sobre
todo con la firma de la paz con Francia. La llegada del oro americano siguió salvando a las arcas
del Estado.
Política exterior:
La situación internacional había cambiado y, por tanto, los escenarios serán diferentes. Por la Paz
de Cateau-Cambrésis (1559), Francia renunció a reclamar sus derechos sobre Italia, y el Imperio
alemán ya no incumbía a la monarquía hispana. En cambio, surgieron nuevos problemas, como
la sublevación de los Países Bajos y la rivalidad con Inglaterra.
– Con Francia las relaciones fueron menos conflictivas que en momentos precedentes. Al
inicio de su reinado se inicia una guerra por el apoyo que el rey francés daba a los
rebeldes flamencos. Tras la contundente victoria de San Quintín (1557) y tras volver a
vencer las tropas españolas a las francesas en la batalla de Gravelinas (1558), forzando a
Francia a firmar la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559, donde se concertó el matrimonio
de Felipe II con Isabel de Valois, hija del rey francés. Francia, con graves problemas
internos por la expansión en su territorio de las ideas protestantes, no tuvo graves
enfrentamientos con Felipe II durante un largo tiempo. El conflicto más grave fue la
oposición de Felipe II a la entronización del protestante Enrique de Borbón, como rey de
Francia, entre 1595 y 1596. Tras una breve contienda que finalizó con el tratado de
Vervins y la conversión al catolicismo de Enrique de Borbón (Enrique IV de Francia).
– Uno de los principales problemas fueron los turcos. Ante la amenaza del expansionismo
musulmán, Felipe II se alió con la Santa Sede y Venecia mediante la formación de la
Liga Santa. Esta obtuvo un rotundo éxito en la batalla de Lepanto (1571), victoria que
frenó el avance turco, pero que no supuso el fin de la piratería musulmana en el
Mediterráneo.
– La sublevación de los Países bajos (1566-1648). Desde 1566, el problema central de la
política exterior de Felipe II fue Flandes. Este conflicto era la suma de las aspiraciones de
autonomía política de la nobleza flamenca; encabezada por Guillermo de Nassau
(príncipe de Orange) y el conde de Egmont, con la expansión del protestantismo
(calvinistas), que había llegado a organizar revueltas y quemar iglesias católicas. La
intransigencia de Felipe II ante la libertad de cultos fue total y las medidas militares
fueron la respuesta, enviando al Duque de Alba, primero, y a Luis de Requesens, más
tarde, a sofocar la rebelión por medio de los tercios de Flandes. Los dirigentes
1 Juro: Título de deuda pública garantizado por los futuros ingresos del Estado.
protestantes, Egmont y Horns, fueron ajusticiados. El conflicto se internacionalizó por la
ayuda que Guillermo de Nassau recibió de Inglaterra, de los protestantes alemanes y de
los hugonotes (protestantes) franceses. En los Países Bajos se dirimía algo más que un
problema regional. Al final, el país quedó dividido entre una zona norte (Unión de
Utrecht) de mayoría protestante, y una zona sur (Unión de Arrás) mayoritariamente
habitada por católicos, que continuaron integrados en la Monarquía Hispánica, aunque las
provincias del norte en la práctica actuaran como independientes. La independencia real
de estas provincias del norte (Holanda) no se reconocerá hasta 1648 (con Felipe IV, tras
la paz de Westfalia).
– El apoyo dado por los ingleses a los rebeldes flamencos supuso un cambio en las
relaciones con Inglaterra. En el primer periodo de su reinado, Felipe II había mantenido
buenas relaciones, pues estaba casado con la reina de Inglaterra, María Tudor. La muerte
de esta última y la subida al trono inglés de Isabel I varió el panorama. La burguesía
comercial británica no veía bien la hegemonía española. La nueva reina ofreció su apoyo
a los calvinistas flamencos y animó los ataques de los corsarios ingleses (John Hawkins y
Francis Drake) contra los navíos españoles en el Atlántico. Desde 1585, se declaró la
guerra abierta y, tres años después, Felipe II decidió el ataque a las propias islas. Este se
llevó a cabo con la Armada Invencible. Las tempestades y la pericia de la escuadra
inglesa hicieron de la gigantesca expedición un rotundo fracaso. Esta derrota supuso el
fin de la hegemonía española.
La paz con Inglaterra no será posible hasta 1604, tras la muerte de Isabel I, en el
reinado de Felipe III:
– También cabe destacar que tras quedar concluida la exploración durante el reinado
anterior, Felipe II propició, aunque con menos entusiasmo, la del océano Pacífico,
recorrido por vez primera en la expedición de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, que
será la primera en circunnavegar el planeta. Desde Nueva España la expedición de
Legazpi conquistó las Filipinas, fundándose Manila en 1571, que se convirtió en un
activo mercado en el que confluían comerciantes chinos, hindúes, malayos y árabes. Para
su explotación comercial se organizó el Galeón de Manila, que una vez al año hacía la
travesía de ida y vuelta entre esta ciudad y Acapulco. Transportándose hacia nueva
España principalmente especias y manufacturas chinas (sedas, lacas y porcelanas), a
cambio de plata mexicana. No obstante, la administración española tuvo allí un escaso
desarrollo, con un reducido número de colonos.
– Pero, quizá lo más espectacular de su reinado fue la unión con Portugal, que configuró
no sólo la unidad territorial peninsular, sino la de todos los dominios americanos y
africanos de ambas potencias. La muerte del rey de Portugal, Don Sebastián, convirtió a
Felipe II, (hijo de Isabel de Portugal, hermana del rey fallecido) en heredero de la Corona
portuguesa, en 1580, e hizo valer su candidatura frente a otro candidato exhibiendo una
potente fuerza militar. La división interna en Portugal se produjo entre unas clases
populares recelosas del poderío castellano y unas clases dirigentes que aceptaban a Felipe
como futuro monarca. Las cortes de Tomar reconocieron a Felipe como soberano, al
tiempo que garantizaba, de hecho, la independencia portuguesa. Fue pues, una unión
personal. Dos reinos bajo un mismo cetro, lo que no impidió que en Portugal siguiera
manteniéndose una corriente a favor de la separación del hegemónico vecino castellano.
Castilla no recibió ningún beneficio desde el punto de vista económico, las colonias
portuguesas siguieron siendo un monopolio de los propios portugueses. Desde el punto
de vista político privó a Inglaterra de un aliado.
Conclusión: Al final de su reinado, Felipe II había conseguido constituir un gran imperio
territorial, pero con grandes contradicciones internas que generaron tensiones militares y
políticas. Pese a la brillantez de la anexión de Portugal y de las victorias frente a turcos o
franceses, el imperio de Felipe II no podía ocultar la otra cara de la moneda: el alto costo
interior que para la economía y clases sociales menos favorecidas representaba el Imperio.
- Las tensiones fueron protagonizadas por Portugal, Cataluña y los Países Bajos. Estos
últimos consiguieron una autonomía política de hecho que fue el paso previo a la
independencia de las provincias del norte.
- En 1598 el poderío militar castellano comenzaba a resquebrajarse. La política militar
había sumido al Estado en una continua bancarrota y el sistema de gobierno, fuertemente
centralista resultaba inadecuado dentro de la estructura del imperio de Felipe II.
A su muerte se abre un periodo de crisis que dará al traste con la hegemonía de Castilla en
Europa. Aunque se conservó la estructura federalista aragonesa de la monarquía, ésta siguió
siendo predominantemente castellana con una organización política aragonesa.
(II parte)
Durante el reinado de los dos primeros Austrias, el poder real creció y con ello se organizó
mejor la administración del Estado, en la línea ya avanzada por los Reyes Católicos. La
monarquía hispánica del siglo XVI estaba constituida por un conjunto de reinos y territorios muy
dispersos, y en algunos casos con un alto grado de autonomía, ya que cada uno de ellos
conservaba sus propias leyes e instituciones. Sin embargo, el monarca concentró casi todos los
poderes decisorios. El centro de su organización eran los Consejos, por eso se denomina sistema
polisinodial a la forma de gobierno. Los consejos o sínodos eran un órgano colegial que
asesoraba al rey y presentaban los diferentes planes y resúmenes. La relación de los diferentes
consejos con los reyes lo llevaban a cabo los secretarios de Estado que así adquirieron un gran
poder (Francisco de Los Cobos con Carlos I o Rui Gómez da Silva y Gonzalo Pérez con Felipe
II).
Existieron varios tipos de consejos, llegando a establecerse unos catorce:
• El Consejo de Estado, creado por Carlos I, del cual formaban parte personalidades de
los diversos reinos. Era presidido por el propio rey y representaba el principio de
unidad de la monarquía, por encima de los demás Consejos. Sus competencias
incluían los asuntos más importantes, como la política exterior, declarar una guerra o
firmar la paz, y todo lo relacionado con las grandes cuestiones de Estado.
• Consejos de ámbito territorial: el Consejo de Castilla (tenía más funciones que el
resto, pues además de encargarse de los asuntos de este reino, asumía competencias de
gobierno muy amplias y variadas (económicas, religiosas, culturales) y actuaba como
Tribunal Supremo de Justicia, por encima de la Chancillería o Audiencia. Otros eran el
Consejo de Aragón, Indias (creado en 1521, para los asuntos americanos), Italia
(1556), Flandes (1503-1588) y Portugal (1581).
• Consejos temáticos como Hacienda, Órdenes Militares, Santa Hermandad, Guerra.
Junto a ellos, el omnipresente Consejo de la Santa Inquisición con competencias en
toda la monarquía.
Al frente de los territorios no castellanos, los reyes nombraron a virreyes y gobernadores. La
mayoría procedían de la alta nobleza y eran, generalmente, de origen castellano. Pero, de
cualquier forma, la Monarquía distaba mucho de ser una forma unitaria de gobierno. En realidad,
sólo la política exterior daba esta sensación al estar concentrada en manos de Carlos I y Felipe II,
pero era sufragada precisamente por los castellanos. Castilla fue en realidad la que menos trabas
puso a las ideas imperiales de los Austrias una vez vencidos los comuneros.
Como se decía al principio esa gran diversidad legislativa e institucional de los diferentes
reinos y territorios impidió la centralización y la uniformidad de gestión, a pesar de los intentos
de Felipe II desde su capital en El Escorial. Cada territorio mantuvo una gran autonomía
organizativa. Incluso Castilla, que era el reino más centralizado, incluía a Navarra y las
provincias vascas con sus propias Cortes o Juntas y sus particularidades administrativas.