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Para Badiou, el
siglo es el de la pasión de lo real: no es como el XIX un siglo de la utopía ni de lo
imaginario. El autor está manejando aquí las categorías lacanianas acerca de lo real,
lo imaginario y lo simbólico como registros de lo psíquico que de algún modo desplaza
a lo social. Lo real en ese sentido (que no se confunde con la realidad) es aquello que
al no ser ni imaginario ni simbólico no es tampoco representable, es un más allá de...
El siglo XX es lo real de aquello que en el XIX fue lo imaginario (la utopía
revolucionaria, por ejemplo), pero como a lo real nunca se accede (no es
representable), el antagonismo siempre está presente. No se trata así del siglo de
la utopía o de lo imaginario que se proyecta hacia el futuro sino del siglo de un puro
presente (algo inaccesible), lo que acontece ahora destruyendo lo anterior, de
allí que sea el siglo de la instauración de lo nuevo. Lo nuevo, dice Adorno en su
Teoría estética, es anhelo de nuevo, ya que envejece apenas enunciado...
Para instaurar lo nuevo (una “nueva verdad”, lo real inaccesible) es preciso destruir lo
viejo: se trata, para Badiou, del siglo del antagonismo no dialéctico: no hay
oposición para luego alguna superación sino un entrelazamiento no dialéctico,
por ejemplo, entre nihilismo (activo, a comienzos de siglo o pasivo al final) y
afirmación dionisíaca (vitalismo): destrucción y comienzo, hay de hecho
exaltación de lo real hasta en su horror (p.35). Históricamente, el antagonismo se
elimina con el triunfo del mercado hacia el fin del siglo, por lo cual éste termina. Así, en
términos de Badiou, el siglo termina porque la pasión de lo real cede lugar a la
aceptación de la realidad.
Sigamos refrescando. En el capítulo 5 de El siglo, Badiou plantea que el arte del siglo muestra
la distancia entre lo real y el semblante ya sea como depuración absoluta (lo real nunca es lo
suficientemente real como para que no se sospeche de él como semblante: lo que conduce a
la nada, lo único de lo que no puede sospecharse, de allí la idea de arte puro, formalismo); ya
sea como diferencia mínima. Estas dos alternativas se nombran también como destrucción o
sustracción. La depuración absoluta, destructiva, se vincularía con una vía identitaria, que
implica una búsqueda de autenticidad (vía negativa, el nihilismo activo, la destrucción). Dice
Badiou “Hay una pasión de lo real que es identitaria: captar la identidad real, desenmascarar
sus copias, desacreditar los falsos semblantes. Es una pasión por lo auténtico, y la autenticidad
es, en efecto, una categoría tanto de Heidegger como de Sartre” (p. 79). Contra el falso
semblante, la vía de la destrucción opone lo nuevo como producción de autenticidad
Lo que nos va a interesar en esta clase, sin embargo, es más bien la otra vía, la vía diferencial
sustractiva, que plantea lo real inaccesible e irrepresentable como diferencia mínima (en el
capítulo 5, Badiou lo explica en relación con la pintura de Malevich: cuadrado blanco sobre
blanco). Lo que se vincula, para la literatura, con series como Hofmannsthal-Beckett-Celan-
Duras... A esa altura del curso, al leer a Duras, veremos con cierta facilidad ese deslizamiento
en la serie incluso agregando por sus costados otras de las preocupaciones de acceso a lo
irrepresentable: la peste, el grito, la locura. Así, la literatura de Duras se lee, en sus propias
palabras, como: “Esa primera palabra, ese primer grito, uno no sabe gritarlo
Cuando
Ginsberg habla de los poemas que ha escrito y qu e W.C.
Williams le recomienda publicar dice que son “textos cortos de mierda que
saqué de mis diarios y escribí en forma de poemas” y que cualquiera podría
producir tirado en una cama (cart a a Kerouac y Cassady de 1952). Sigue, de
este modo, la serie de las prácticas estéticas que hacen de los textos
destinados a perderse en el archivo del deshecho, arte (tal como vieron con
Paula).
Allen Ginsberg entiende pronto que para escribir deber á ponerse a andar
y per der en el camino los atributos que lo atan a un padre, a una tradición
poética, al muchacho educado de Columbia: