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(D)evaluación en la escuela

Gabriel BrenerI

Se acerca fin de año y se pone bravo el asunto de los exámenes. Comienzan a circular todo
tipo de especulaciones (que parecen más deportivas o financieras que escolares) que cuántas
me llevo, que mejor arriesgo estas dos porque esta otra creo que zafo, que no hiciste nada en el
año y en los últimos 100 metros te crees Gardel?, que la de lengua no me aprueba ni que le recite
100 años de soledad de memoria, que si no aprobás olvidate de ...( lista de objetos, permisos y
respuestas a una innumerable colección de deseos y/o contratos a término).

En sintonía con el verano, se calienta todo tipo de ambientes: el del aula que se transforma en
un intenso ámbito de negociaciones, el de las familias, que levanta temperatura con un combo
explosivo de promesas y presiones en danza. Momento difícil para muchos pibes, no menos
fácil para docentes y directivos, también para las familias…

Aprovecho entonces para abordar el tema de la evaluación en la escuela, un asunto bastante


controversial. Por ser tan cotidiano y omnipresente y al mismo tiempo muy poco
debatido y por eso ausente. Uno podría pensar: en la escuela se evalúa todo el tiempo, que
así no, que sentate, que no alcanzás los objetivos, que tenés un uno, que no demuestra interés,
que hay que ser como fulano, que te esfuerces más, y toda palabra o cualquier mirada docente
siempre parecen estar evaluando. Todo esto es cierto, pero a veces confundimos los tantos.

Creemos que evaluación es sinónimo de control, y al quedar esclavos de esa idea todo se
reduce a una cuestión de cálculo, de especulación. Y en esta lógica todo lo que se enseña,
cualquier cosa que se aprende, adquiere valor en el mercado escolar en tanto y en
cuanto sea medible. Lo que cuenta es el resultado, sin importar como cada quien llegó a
obtenerlo. Obsesión resultadista que no le pertenece solo a la escuela, no hay más que
observar el mundo del deporte más popular de nuestro país, promediando la mitad del
campeonato local, solo por los resultados vuelan por el aire casi la mitad de los directores
técnicos; y si en un par de fechas el goleador no convierte poco importa como esté jugando.
Resultadismo que en la radio y la TV mide el saber de los participantes por el acierto de las
respuestas. Vivimos en una sociedad en la que cotizan alto las respuestas y las preguntas
parecen valer muy poco. Unas dan sensación de fortaleza, de convicción, las otras suelen
asociarse al ignorante. Las respuestas van en sintonía con una sociedad y una escuela
acostumbradas a las certezas de un relato universal único y eficaz. Algunos tipos de preguntas
son la más clara evidencia del quiebre de esos universales.

Si se trata de aprender, de conocer más y mejor, será cuestión de poner en duda cierto tipo de
preguntas, especialmente aquellas que vienen con sus respuestas de antemano. Y apostar a las
preguntas que inquietan, que mueven a construir antes que a dar algo por hecho, o también
esas preguntas que nos permiten transformar una situación difícil en un problema, que
formulado con claridad habilita un gran primer paso para posibles soluciones.

Habrá que tener cuidado con la vocación resultadista que solo enaltece el éxito del fin
que justifica cualquier medio. Y que condena la derrota, transformando cualquier equívoco
en castigo. Desesperación por el 4 en una época, en otra por el 6, a veces por el 7…
Aquí cobran protagonismo las notas, la calificación como mera especulación. Se convierten en
un fin en sí mismo “exactamente igual que el dinero para muchas personas. A los alumnos que
obtienen mejores notas (o más dinero) se les considera como los mejores, independientemente de
cómo y por qué los han conseguido”II. Es necesario siempre valorar el resultado, pero en
idéntica proporción con el proceso que lo hace posible, y entonces habrá que interpretar
al error como fuente de aprendizaje y no solo de sanción.

Una aclaración: esta columna, en el día que comienza diciembre y los exámenes, no quiere
interpelar a quienes están en el medio del partido, sean alumnos o profes, pero si al resto de la
tribuna, la platea y demás espectadores que también padecen la tensión de un trámite que a
veces parece interminable… Aunque sin dudas estas líneas están especialmente pensadas
para quienes están jugando el partido, pero luego de que concluya este primer tiempo de
diciembre, de modo tal que puedan contribuir a revisar y mejorar aquello que acontece en las
escuelas.

Para finalizar, quiero señalar que una diferencia clave para pensar la evaluación está
relacionada con el sentido de lo que se enseña y lo que se aprende en la escuela. La
evaluación que solo persigue resultado final (ignorando recorridos) suele estar asociada al
control. Aquella evaluación que atienda tanto a un producto como al proceso que lo hizo
posible y que le permita a una persona dar cuenta de lo que sabe pero también de lo que no
sabe, es más probable que tenga un sentido pedagógico más interesante para conocer el
mundo y hacerse de los mejores medios de orientación para vivir en el.

I
Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO).
Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño
y Dávila Bs As.

II
Sorel Jansen y Jesper Jensen El libro rojo del cole. Ed. Nuestra cultura, Madrid 1977 pág.104

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