Está en la página 1de 1

Ensayo Descriptivo de un Paisaje

Mirando el Caribe desde un avión

Bienvenido al cielo, amigo turista, aunque es probable que tenga ya un rato a bordo del avión. Seguramente
ya se ha cansado de hojear las revistas y los instructivos que consiguió en el bolsillo del asiento, y el personal
ya debe haberle servido el refrigerio –porciones así de pequeñas no llegan a ser propiamente un almuerzo.
Así que ha llegado el momento de abrir la ventanilla y mirar hacia abajo.

Empecemos por esa infinita sabana azul, casi negra, que se extiende como un desierto de agua en todas las
direcciones. Fíjese en ese color, tan intenso, fundiéndose en la lejanía con el color mismo del cielo, como
queriendo confirmar de un modo extraño la circularidad del planeta: el cielo es agua y el agua es cielo.

Desde estas alturas no puede apreciarse, pero allá abajo las olas avanzan, continuamente, cual ejército en
camuflaje, hacia un destino lejano o cercano, apenas rompiendo la perfecta formación para escupir algo de
espuma. Acérquese a la ventanilla y verá, de vez en cuando, el destello blanco y efímero, la burbujeante
presencia de la cresta de una ola desobediente, que rompe un poco antes de tiempo.

Imagínese ahora los dos mil doscientos metros de agua que hay debajo de la superficie: un abismo tan
inmenso en el que cabrían fácilmente más de 20 aviones como el suyo, uno detrás de otro mirando en la
misma dirección. Y eso por no mencionar las profundidades máximas de 7.600 metros, en fosas marinas
como la de las Islas Caimán. Pero no se asuste con las proporciones: ese mar infinito que allá abajo se
extiende es de los más cálidos y salados del mundo, un mar idóneo para las vacaciones que le aguardan.

Ahora fíjese allá a lo lejos, en esa mancha blanquecina que se avecina. Fíjese cómo el agua cambia de color
al aproximarse a la costa, perdiendo esa negrura intimidante y llenándose de brillo. Eso claro que se percibe
en el fondo es la arena blanca, tan blanca que parece que el sol en las alturas utilizara sus granos como
espejo. Y el agua, translúcida, revela las piedras grandes y vivaces, hogar de corales y especies
de animales coloridos, una fauna tan rica y diversa que bien amerita renunciar a la atmósfera por un rato. El 9
% de los arrecifes coralinos del mundo está allí abajo: ocupan alrededor de 20.000 millas cuadradas.

Una flora y una fauna igual de exuberantes le aguardan en tierra firme: fíjese en el verde extraño, cambiante,
que se percibe desde aquí en el interior de la isla. Es un lento degradé: primero el azul claro de la orilla, luego
el blanco prístino de la arena y después el verde tropical, selvático a ratos y xerófilo después, como si en una
misma isla, la jungla y el desierto tuvieran su descendencia. Sin duda habrá cocoteros allá abajo, pero
también ceibas, caobas, guayacanes y otras 6500 especies endémicas, acostumbradas al aire salado del mar.

Quizá le llamen la atención las formas extravagantes de las islas, que desde lo alto parecieran un fragmento
de la escritura de los gigantes. ¿Qué mensaje se esconde en sus siluetas, qué verdad revelada, apreciable
solo desde aquí? Nadie lo sabe. Mucho menos lo saben quienes viven abajo, entregados al sol y a una vida
que transcurre centrada en el presente. Así son los caribeños: gente de sol y de mar, fugaces como la
espuma misma que hace rato mirábamos por la ventanilla. Más de 13 países distintos cohabitan este paraíso,
donde las razas se mezclan tanto como lo hacen el español, el francés, el inglés y las lenguas indígenas.
Nada es puro en el Caribe, nada tiene origen ni destino. El Caribe es presente y nada más.

Pero el tiempo se nos acaba, estimado turista, y los letreros del avión vuelven a encenderse. Ya pronto
iniciará el descenso y este paisaje que hemos visto se perderá en su memoria, y sin duda será reemplazado
por recuerdos más concretos, corporales, inmediatos. Así que haga un esfuerzo: no olvide lo que ha visto.
Esta es la cara lejana y hermosa del Caribe, una que nadie pudo apreciar en millones de años de existencia,
hasta que apareció el ser humano y creó estos aparatos ruidosos en los que usted viaja. El Caribe es así,
eterno y efímero, como este mismo paisaje.

También podría gustarte