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EL ACOMPAÑAMIENTO TERAPÉUTICO DEL NIÑO AUTISTA

Carina Nadrichny y María Garay

INTRODUCCIÓN
El propósito de la presente monografía es describir la riqueza de posibilidades que encierra el
acompañamiento terapéutico en el caso de los niños y adolescentes autistas. El acompañamiento
terapéutico no implica solamente, como su nombre parecería sugerirlo, una actitud pasiva de
“acompañar”, sino una actitud activa donde el acompañante terapéutico “hace cosas” con su paciente,
casi siempre tratando de contenerlo y estimularlo a que desarrolle sus capacidades en aras de la
curación o al menos de la rehabilitación.
Quisiéramos previamente aclarar que el término “autismo” puede designar en psicología un estado
normal o un estado patológico. Desde el primero de estos puntos de vista, habitualmente se considera al
autismo como una fase o etapa normal del desarrollo infantil, concretamente, la primera de ellas. Al
respecto, dos autoras podemos citar como representativas: M. Mahler y F. Tustin.
Según Mahler, el bebé apenas nace ingresa en su primera fase autística normal, y realiza una descripción
de la misma muy similar a la que también hace René Spitz (Spitz, página 40) solo que este último
denomina a dicha fase “etapa anobjetal”. Aquí el neonato responde casi exclusivamente a estímulos
interoceptivos, y parece no reaccionar frente a los estímulos de su entorno, como si trajese ya de
nacimiento una barrera protectora contra dichos estímulos. Responde solamente a estímulos internos
displacenteros, estados de tensión como hambre o sed, y sólo poco a poco puede ir saliendo de dicha
fase autística normal cuando va prestando mayor atención al medio.
Por su parte Frances Tustin (Tustin, página 58), una investigadora que se ocupó mucho de la patología
autista, reconoce en la condición de autista una condición normal del neonato, y se refiere a ella como
autismo primario normal.
Consideremos ahora el autismo como patología. La expresión “autismo” en tal sentido fue introducida
originalmente por Bleuler en 1911, para designar uno de los síntomas fundamentales de la esquizofrenia
(Wintrebert, pág. 191). Sin embargo, será recién a partir de 1943, a partir de los trabajos de Leo Kanner,
que el autismo pasa a ser una entidad nosográfica delimitada y acotada según el criterio diagnóstico del
DSM-III. A partir de entonces, la denominación más usual fue la de “autismo infantil precoz”, donde la
palabra “precoz” alude por comparación a los mismos síntomas observables en la esquizofrenia del joven
o del adulto.
Uno de los problemas teóricos mas importantes por sus consecuencias
Prácticas es la identificación clínica del autismo, ya que ello permite establecer estrategias óptimas para
esta patología.
Según el criterio de la American Psychiatric Association, el autismo es una forma grave de trastorno
generalizado del desarrollo que tiene su comienzo en la infancia o la niñez. Sus características más
sobresalientes son un gran deterioro cualitativo en cuanto a la interacción social recíproca, en la
comunicación verbal y no verbal, y en la actividad imaginativa, que aparece como muy pobre o
inexistente. Su repertorio de actividades e intereses está también restringido. Desde ya que interesa la
edad en que esto ocurre: si es un neonato estamos en presencia de un autismo primario normal, pero si
es un niño de 4 años debemos pensar en la posibilidad del síndrome autista.
No es fácil, sin embargo, llevar a cabo un diagnóstico de autismo. No hay por ejemplo algún síntoma
patognomómico, o sea típico de la enfermedad, y deben ser considerados muchos aspectos de su
conducta, incluso problemas orgánicos a nivel del sistema nervioso central. Creemos que como
acompañantes terapéuticos, debemos atender especialmente a los aspectos mentales: intelectuales,
afectivos y conductuales, y más concretamente entre los 18 y los 36 meses de vida, que es el momento
donde debería detectarse el autismo precoz infantil.

DESARROLLO
La etiología del trastorno autista viene determinada por causas genéticas y por causas ambientales que
actuarían como factor determinante desencadenante
Las posturas principales que invocan causales psíquicas pueden agruparse (Wintrebert, página 191) en
tres escuelas. En primer lugar aquellas que están inspiradas en los trabajos de Piaget, que ven en el
síndrome del autista un déficit en la génesis de las estructuras inteligentes. El niño autista es aquí
concebido como un ser minusválido, discapacitado. En segundo lugar, están las posturas como la de
Tustin, para quien los síntomas autistas son el resultado de estrategias defensivas fallidas, en el sentido
que hacen del niño un ser incapaz de defenderse bien de las efracciones traumáticas de su medio
ambiente. En tercer lugar, encontramos la tesis estructuralista de Lacan, para quien el autismo resulta
de un uso defectuoso del lenguaje que impide al niño acceder al orden de lo simbólico, uso defectuoso
que a su vea deriva de una anormal relación del niño con su madre y padre.

Todos estos factores etiológicos nos sirven como encuadre para encarar el tratamiento del autismo.
Desde ya, que si se comprueba fahacientemente la anormalidad genética, la terapéutica habrá que
quedar en manos de la aún poco desarrollada ingeniería genética. Por ello nos referiremos a los
tratamientos psicológicos y a los programas educativos, que son aquellos que puede abordar un
acompañante terapéutico y donde actualmente pueden obtenerse progresos, ocasionalmente muy
importantes, según el caso.
La mayoría de los tratamientos del síndrome autista apunta, al menos, a lograr una comunicación normal
con el chico, y que éste presente cierto nivel de autoabastecimiento, una mejora es su sociabilidad y en
el desarrollo de sus habilidades naturales. La estimulación para que todo ello suceda varía de un niño a
otro, pero la mayoría de los tratamientos buscan en primer lugar identificar los intereses particulares del
chico, qué le gusta más, para qué habilidades parece estar más dotado, etc.
Este enfoque es importante porque la terapia insiste en los aspectos sanos del niño, no es sus
debilidades. Así por ejemplo, pensamos que basar una terapia en sus debilidades sería perjudicial,
porque el niño sería considerado un minusválido y entonces tanto el terapeuta como la familia, si se
hace terapia familiar, tenderán a considerar al niño como un ser al que hay que sobreproteger y cuidar,
coartándole sus potenciales aptitudes de independencia y autoabastecimiento. La terapia pasaría aquí
entonces por darles a los niños la oportunidad de demostrar lo que tienen adentro, lo que saben, y tal
vez lo que aprendieron de un modo no convencional y sin que nadie se diera cuenta.
Varios investigadores han advertido que los síntomas del niño autista pueden ser asimilados a las
características propias de la vida intrauterina, a punto tal que se considera de estos chicos padecen un
psiquismo fetal extrauterino. En efecto, están relativamente aislados del ambiente externo perturbador,
tienen una tendencia a buscar elementos acuosos, y casi ninguno rechaza el agua, lo que guardaría
relación con el medio en el cual está flotando el feto. También hay una tendencia a buscar lugares
protectores, y a adoptar la típica posición fetal. ¿Acaso no podríamos ver en la patética conducta del
niño que toca con su mano al adulto sin que este los advierta, y se tranquilice en consecuencia, un
comportamiento fetal donde la mano es el equivalente del cordón umbilical?
Sobre la base de esta hipótesis, se nos ha ocurrido que podría diseñarse una modalidad terapéutica cuyo
objetivo sería ayudar al niño a nacer de nuevo. Puesto que supuestamente el chico autista está
físicamente fuera del útero pero psíquicamente dentro de él, la intervención del terapeuta deberá
entonces consistir en ayudar al niño creando en él las condiciones para un “renacimiento”. Por empezar,
no estimularlo demasiado, porque esto a un “feto” los intranquiliza. No tocarlo, porque al feto no se lo
puede tocar físicamente: está protegido por una membrana. Sin embargo, la naturaleza ha dispuesto
canales naturales de comunicación entre la madre y el niño que lleva en su vientre, y habría que
explotar al máximo estos canales, que son no verbales pero si sonoros.
Se ha comprobado que el organismo dentro del útero reacciona ante los sonidos. Partiendo de ésta base,
debería a continuación instrumentarse alguna técnica que sustituya las contracciones uterinas, previas al
nacimiento. Se trata sólo de un idea, aunque aún no podemos darle una forma más precisa. También el
niño autista debería recibir dosificadamente estímulos cada vez más frustrantes, ya que puede
concebirse el nacimiento como un momento de máxima frustración donde el niño es literalmente
“abandonado” por su madre, separado de su cuerpo. La simbiosis madre-hijo intrauterina se rompe, y
entonces cualquier cosa que le pase a la madre ya no repercutirá en él, es decir, el niño autista ya no
sentirá zozobra por cualquier cambio que acontezca en su ambiente.
Con respecto a que técnica específica se podría utilizar en este “renacimiento”, pensamos en la
musicoterapia (el trabajo gestual, corporal y musical es más apto para la comunicación a nivel primario
con los niños autistas). Ya que el tratamiento consiste en un movimiento gradual del útero hacia la vida
extrauterina, este pasaje puede ir acompañado del clima intrauterino que puede ser recreado por los
sonidos propios de ese momento, ya que la visión, el otro sentido importante del individuo humano, no
funciona aún. El feto ya vive en un mundo de sonidos, aunque no haya música propiamente dicha: son los
llamados por el Prof. Benenzon complementos sonoros, tales como la voz de la madre, los movimientos
de balanceo, etc., o sea fenómenos no sólo acústicos sino también vibracionales.
A partir de allí y poco a poco, será posible primero establecer un vínculo comunicacional entre el niño
autista y el terapeuta, que en este caso sería sustituto de la madre. Instalado este vínculo, se puede
seguir avanzando en el tratamiento reemplazando los sonidos “fetales” por los sonidos ambientales, que
son los que se experimentan en la vida extrauterina, hasta llegar a la música propiamente dicha.
Ayudar al niño a comunicarse es posible, y esto fue posible gracia a una técnica aplicada por Douglas
Bicklen, Director de una División de Rehabilitación y Educación Especial en una Universidad de Nueva
York, y originalmente creada por la educadora australiana Rosemary Crossley para el tratamiento del
autismo. Se denomina “comunicación facilitada” y, aunque no es una terapia en si misma, es un
importante aliado para mejorar la comunicación de chicos con estos problemas. Sobre el teclado de una
computadora o por medio de tarjetas con las letras del abecedario, el chico es ayudado por sus
familiares, sus maestros o sus terapeutas, que sostienen su brazo para que pueda escribir palabras o
frases con las que logra comunicarse.
Relacionamos también esta técnica con uno de los axiomas de Watzlawick acerca de la comunicación
humana, más concretamente, aquel que dice que los seres humanos se comunican tanto digital como
analógicamente. Pensamos que los niños autistas se comunican menos dificultosamente en forma
analógica que digital: sus sonidos, sus movimientos, sus gestos son mensajes, tal vez fallidos o
incomprensibles por el receptor, y son mensajes enviados mediante un código analógico. La técnica
descripta apuntaría más bien a reforzar o mejorar la comunicación digital, siempre más rica desde el
punto de vista de la sintaxis y más apta para comunicar ideas abstractas, según Watzlawick, siendo su
vehículo fundamental la palabra.
Autores como Santostéfano y Lovaas proponen un abordaje multimodal del autismo, esto quiere decir
que se aborda desde diferentes aspectos: el área cognitiva, el área conductual, el
Área afectiva, etc.
Las intervenciones congnitivas se dirigen al niño, intentando que desarrolle las habilidades cognitivas
deficitarias supuestamente a la base de trastorno autista.
Al respecto, Santostéfano (1990) considera que la “atención focal” es uno de los procesos cognitivos
deficitarios a la base del autismo. Propone dos programas para desarrollar la atención focal: El
“Programa Sígueme”, consistente en estimular el seguimiento ocular y auditivo del niño de estímulos-
blancos pasivos y en movimiento posteriormente, y el “Programa ¿Cual es el grande?, ¿Cual es el
pequeño?” encaminado a diferenciar/discriminar objetos.
En cuanto al área afectiva, la terapia cognitiva o psicodinámica puede ser empleada para trabajar los
sentimientos o ansiedades generados por la presencia de otras personas como los acompañantes
terapéuticos y los mismos padres. Los acompañantes terapéuticos en estos casos deberán crear un clima
de confianza con gran paciencia para que los niveles de ansiedad se puedan mantener en un nivel donde
poder trabajar las otras áreas.
Los aspectos interpersonales se refieren a la mejora de la socialización y aprendizajes de niño; y se
suelen dirigir tanto al colegio (educación especial) como a la familia (orientación), pero también los
acompañantes terapéuticos pueden intervenir en el proceso de socialización del niño autista
enseñándoles como comportarse con las demás personas, dentro de las limitaciones obvias que tienen
esta clase de pacientes.
Y respecto del área conductual, la terapia de conducta (p. Ej. Lovaas, 1981) se utiliza para controlar los
síntomas no deseados, promover las interacciones sociales, incrementar la autoconfianza, implementar
el lenguaje y facilitar la conducta exploratoria y social.
Uno de los enfoques más útiles en el autismo, de tipo conductual e le de Lovaas dedicado a abordar
varias áreas:
· Reducción de la conducta autolesiva: Empleo de la extinción, aislamiento y castigo contingente.
· Reducción de la autoestimulación: Empleo del castigo contingente, moldeamiento progresivo de
respuestas apropiadas y reforzamiento de respuestas imcompatibles con la autoestimulación.
· Adquisición de habilidades sociales y linguísticas: Sigue una secuencia iniciada con el condicionamiento
operante del contacto ocular, continúa con la imitación no verbal y después verbal, le sigue el
seguimiento de instrucciones y tiene como punto final la imitacción del lenguaje perceptivo.
Posteriormente se refuerza el lenguaje “espontáneo” no puramente imitativo.
Por último, la integración y comunicación de los niños autistas puede verse favorecida por el ocio y el
tiempo libre, que parecen ser una buena terapia para su reinserción social, según un estudio realizado
por la Asociación Antares, que agrupa a familiares de personas discapacitadas con dificultades para la
comunicación (Sin autor indicado, sobre el autismo).
El estudio analizó a 30 discapacitados y a sus familiares, y concluye que el ocio contribuye a favorecer la
autonomía personal. Por ello, las vacaciones o actividades realizadas lejos de las familias favorecen el
desarrollo de ciertas habilidades de autonomía que dentro del entorno familiar son a veces imposibles de
adquirir.
En este sentido, Teresa Cárdenas, una de las coordinadoras del estudio, señala que “lo que nos distingue
de otras organizaciones es que tratamos de realizar las actividades al aire libre, porque con ello
queremos generalizar en sus vidas el ocio. Así, se les lleva al cine, a un supermercado, o a una cafetería,
pero siempre acompañados de monitores especializados”
Otros de los beneficios que aporta esta metodología, que puede ser aprovechada con acompañante
terapéutico, es que aumentan las necesidades de relación y de comunicación. Teniendo en cuenta que se
trata de personas autistas, que no hablan o con problemas de comunicación, sus relaciones sociales no
son en sí mismas motivantes, dado que prefieren la soledad. Pero en actividades de ocio, las relaciones
en pequeños grupos y la variedad de actividades gratificantes hace que las interacciones sean sencillas y
dinámicas, y cargadas de una estimulación constante.
El autismo es una perturbación severa de la personalidad cuyas causas generadoras parecen ser el
producto final de un heterogéneo conjunto de factores biológicos y psicológicos que alteran algunos
aspectos evolutivos, siendo el más evidente el de la comunicación.
Cualquier postura que se adopte con respecto a la etiología tanto orgánico como psicogenético nos
encontraremos con situaciones que no pueden explicarse por una sola de estas posturas.
Las primeras manifestaciones del autismo comienzan desde el nacimiento. Algunos bebés con estas
características raramente lloran o demandan, son llamados “bebés modelos”.
Otros, opuestamente, son sumamente irritables, lloran, gritan sin encontrar causa aparente para ello.
Muchos de estos niños sonríen, se sientan, gatean dentro de las edades esperadas, pero pueden aparecer
otras conductas que resultan extrañas:
*ausencia de interés por la exploración de objetos
*sonríe sólo cuando se le meces o se lo hace brincar y no en la interacción.
*pueden permanecer interesados por horas mirando fijamente las luces.
A medida que crecen se observan manifestaciones atípicas:
No logran integrarse en actividades grupales con pares, agresión y autoagresión, dificultad de
aprendizaje, conductas impulsivas, no aceptación de los cambios en la rutina, anormalidades en el
habla, tienden a emplear secuencias simple de preguntas-respuestas como recursos únicos para iniciar o
mantener una conversación, realizan preguntas cuyas respuesta ya conocen, no emplea la mirada como
recurso, tienden a producir monólogo repetitivo, limitados y carente de interés para otros, incapacidad
para comprender los mensajes de “doble sentido” (chistes) y todo aquello que tenga significado
metafórico “no literal”.
El autista presenta tendencia a comprender solo los mensajes literales.
Todos los aspectos de la conducta que son típicos del autismo infantil precoz pueden verse en otros tipos
de afecciones y el diagnóstico puede ser difícil cuando el niño tiene una variedad de impedimento,
(sordo, ciego, afásico, etc.)
Para llevar a cabo un adecuado abordaje psicoterapéutico de un niño autista, debemos tener en cuenta a
manera de orientación, las siguientes pautas: favorecer entre terapeuta-niño una cualidad de relación
basada en el afecto. Es importante saber escuchar, comprender su ritmo diferente de otros. Reconocer
qué interacciones son gratificantes para el niño. ¿Cómo es posible mantener con él una relación lúdica?
¿Qué tipo de signos hay que usar en la relación para que esta sea asimilada y cómo deben manejarse las
variables de distancia física y emocional para que ésta sea aceptada por él mismo?
* Evaluar (desde las limitaciones que tiene desde el at). ¿Por qué objeto se interesa? ¿Qué tipo de
relación se establece con ellos? ¿Presenta gestos expresivos de interacción? ¿Busca a otra persona para
que le alcance lo que le solicita? ¿Realiza alguna comunicación? ¿Utiliza símbolos? ¿Qué clase?
* Establecer límites en cada situación para que el niño logre ir construyendo lo que se espera de él en
cada caso y pueda “anticipar”. ¿Qué situaciones le provocan rabietas u otro tipo de reacción? ¿En qué
oportunidades el niño facilita el acercamiento y la interacción?
Es de gran importancia considerar que existe en el niño autista una alta dependencia a condiciones
contextuales, por lo tanto los contextos deben ser muy restringidos y estables (sin variable ni cambio).
Muchas de las reacciones de apariencia de causa “endógenas” como las autoagresiones, berrinches,
rabietas, son las respuestas a situaciones contextuales que le resultan displacenteras.
Las iniciativas de relación que existen en el autista pero se expresan en forma débil, por esto es
necesario estar atento para detectar este intento (confeccionar una ficha de observación con detalles
minuciosos de las conductas observables).
Para favorecer el desarrollo de intenciones comunicativas la estrategia fundamental es recurrir al
procesamiento visual en que los niños autistas suelen tener más capacidad.

CONCLUSIONES
En nuestro país, la frecuencia de autista de 4 cada 10.000 nacimientos y en Japón de 16, mucho mayor.
Están en todas las clases sociales y se advierte un aumento de los casos de autismo. Estos datos de por sí
hablan de la importancia de la incidencia de esta enfermedad y, consecuentemente, de la importancia
del problema tratado en esta monografía.
Realizar este trabajo nos ha abierto la perspectiva sobre el campo de posibles técnicas e instrumentar
para el tratamiento de los niños autistas, con lo cual podemos contribuir a aumentar las probabilidades
de reactivación de esta patología tan severa.
Además, el ser una patología del desarrollo, las posibilidades de tratamiento eficaz aumenta mucho, ya
que se manifiesta en una etapa temprana, el sistema nervioso tiene aún la suficiente plasticidad como
para que haya muchas posibilidades de cambio.
Las diversas teorías sobre la etiología del autismo no consideramos que sean excluyentes entre sí, sino
más bien complementarias, debido a que el autismo como patología tiene muchas facetas distintas. De
aquí la necesidad de un enfoque interdisciplinario para su tratamiento que contemple tanto lo genético
como lo orgánico, como lo psicológico y lo psicosocial.

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA
Ø Ajuriaguerra: Manual de psiquiatría infantil
Ø American Psychiatric Association, DSM-III, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales,
Barcelona, Masson, Edit. 1992.
Ø Benenzon R., Teoría de la Musicoterapia, Madrid, Mandala Ediciones, 1993.
Ø Lovaas, O.I.: El niño autista. Editorial Debate, 1981 (Enfoque conductual del niño autista, centrado
sobretodo en la adquisición y uso del lenguaje)
Ø Riviere y Nuñez: La mirada mental.
Ø Santostéfano, S. Terapia de control cognitivo con niños y adolescentes. Pirámide, 1990. (Enfoque
cognitivo del tratamiento autista y otros trastornos infantiles de desarrollo preverbal).
Ø Sin autor indicado, Sobre el autismo. Disponible en:
http://www.terapia-ocupacional.com/artículos/Autismo/html
Ø Spitz René, El primer año de vida del niño, México, Fondo de Cultura Económica, 1981
Ø Tustin F., Autismo y psicosis infantiles, Buenos Aires, Editorial Paidós.
Ø Watzlawick Paul: Teoría de la comunicación.
Ø Wintrebert D., Autismo infantil, Buenos Aires, Revista Vertex, junio de 1993.

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