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Daniel Eisenberg

La interpretación cervantina del Quijote


Traducción de Isabel Verdaguer

Revisado y puesto al día por el autor

© 1995 Compañía Literaria, S.A.ISBN: 84-8213-023-4Título original: A Study of “Don Quixote”, 1987
(Juan de la Cuesta Hispanic Monographs, 270 Indian Road, Newark, Delaware 19711 EE.UU.)
Para Sarah Clark, Anita Hart,y Bertha Junquera,estudiantes de mi seminario sobre
Cervantes

Horas alegres que pasáis volando...Gutierre de Cetina

2
Índice
Introducción metodológica................................................................................................5
Notas a la Introducción Metodológica.........................................................................10
Nota sobre los textos........................................................................................................13
Notas a las Notas sobre los Textos ............................................................................15
Capítulo 1. Cervantes y los libros de caballerías castellanos .........................................16
Notas al Capítulo 1......................................................................................................26
Capítulo 2. El libro de caballerías ideal: El “famoso Bernardo” ....................................52
Notas al Capítulo 2......................................................................................................65
Capítulo 3. El género de Don Quijote ............................................................................80
Notas al Capítulo 3......................................................................................................92
Capítulo 4. El humor de Don Quijote ...........................................................................104
Notas al Capítulo 4....................................................................................................123
Capítulo 5. El provecho de Don Quijote ......................................................................146
Notas al Capítulo 5....................................................................................................154
Capítulo 6. Don Quijote, un clásico. La insuficiencia de la interpretación cervantina 162
Notas al Capítulo 6....................................................................................................175
Apéndice. La influencia de Don Quijote en el romanticismo ......................................187
Notas al Apéndice......................................................................................................192
Bibliografía ...................................................................................................................204

3
¡Felice ingenio y venturosa mano,
quel deleite y provecho puso junto
en juego alegre, en dulce y claro estilo!1

Tu sabio autor, al mundo único y solo.2


1
Del soneto preliminar de Cervantes en Philosophía cortesana moralizada, de Alonso de Barros,
Poesías sueltas (Comedias y entremeses, VI), 47, 15-17. Para la edición, numeración y ortografía de las
citas de las obras de Cervantes, véase “Nota sobre los textos”, infra.

2
Del soneto preliminar de Amadís de Gaula, Don Quijote, I, 41, 27.

Daniel Eisenberg : <Daniel.Eisenberg@bigfoot.com>Works of Daniel Eisenberg


http://users.ipfw.edu/jehle/deisenbe/index.htmURL:
http://users.ipfw.edu/jehle/deisenbe/interpret/ICQindic.htm

4
Introducción metodológica

Cada cual tiene el derecho de admirar el Quijote a su manera.


Menéndez Pelayo1

Estás en tu casa, donde eres señor della...


Don Quijote, I, 30, 8-9

En este libro estudio la relación entre Don Quijote y su autor, Cervantes. He


intentado averiguar cuáles eran sus propósitos al escribir el libro, qué significado creía
que tenía y cómo deseaba que se leyera. Aunque no me propuse interpretar el libro, al
evaluar la interpretación de Cervantes me he visto obligado a tomar mi propia posición
hermenéutica.

Mi método ha sido establecer, en lo posible, el contexto literario y la visión del


mundo de Cervantes; como no pueden determinarse sólo a partir de Don Quijote, he
utilizado otras fuentes, incluidos sus otros libros. Mi punto de partida, sin embargo, ha
sido el enfoque explícito de Don Quijote y la lectura preferida de su protagonista, los
libros de caballerías castellanos.2 Mi propósito original al reconstruir el punto de vista
literario de Cervantes fue entender mejor el humor de Don Quijote, con el que dichos
libros están íntimamente relacionados.3

Cuando este estudio se convirtió, inesperadamente, de artículo breve4 en monografía,


me di cuenta de hasta qué punto el libro de Cervantes difiere de lo que él quería que
fuera. Está más que claro—ahora—que el ataque humorístico a los libros de caballerías
es hoy uno de los elementos menos importantes del libro. No vivimos en el siglo XVII,
y los libros de caballerías ya no son peligrosos, si es que alguna vez lo fueron
realmente. Ya no creemos en reglas literarias, o por lo menos, en las mismas reglas.
Abordamos Don Quijotecon una visión distinta del mundo, de la sociedad y de la
naturaleza y función de la literatura. Un enfoque propio del siglo XVII no sería el
adecuado.

No obstante, aunque es posible que la interpretación que un autor hace de su libro


sea incompleta, o incluso que lo sea inevitablemente,5 creo que se puede averiguar cómo
Cervantes interpretó Don Quijote y que el hacerlo es un punto de partida obligatorio.6
Las frecuentes referencias de los cervantistas a la intención del autor demuestran que mi
tema interesa. En el mejor de los casos, sus formulaciones son incompletas.

No soy el único que opina así. Los estudios cervantinos son tan caóticos, y las
posturas tan contradictorias, que cada especialista disiente profundamente de la mayor
parte de lo que se ha escrito. Sin embargo, no he tratado, por lo general, la historia de
las cuestiones examinadas, que habría aumentado considerablemente el tamaño de este
libro. Ya hemos tenido, y recientemente, tres historias críticas de la interpretación del
Quijote, y todas ellas han sido objeto de polémica.7 Hay ya otros instrumentos
adecuados para ayudar a los que deseen adentrarse en los estudios cervantinos.8

5
Sin embargo, hay una cuestión que obliga a una discusión de las teorías anteriores, y
como es preliminar a mucho de lo que sigue, la examinaré ahora. Esta cuestión central
es la validez de los puntos de vista del canónigo toledano, quien discute la caballería, la
literatura caballeresca y el teatro contemporáneo en los capítulos 47, 48 y 49 de la
Primera Parte. ¿Son sus principios y observaciones los de Cervantes? Creo que sí.

El ataque más reciente a la fiabilidad del canónigo es el de Alban Forcione, quien


toma la respuesta de Don Quijote como una refutación;9 sin embargo, tal como discutiré
en el capítulo 3, la respuesta de Don Quijote no es sino un ejemplo de una
argumentación defectuosa. Con más convicción, hace ya algunos años, Bruce
Wardropper quitó importancia al canónigo y sus puntos de vista. 10 Alberto Porqueras-
Mayo y Federico Sánchez y Escribano ya han calificado su artículo de “totalmente
desenfocado”;11 E. C. Riley no lo menciona aunque sin duda lo conocía, y yo lo
menciono sólo porque Wayne Booth ha criticado a Riley por no discutirlo.12

Hay numerosos errores en este artículo. Que el canónigo sea ambiguo acerca de los
libros de caballerías, como correctamente señala Wardropper, es un argumento a favor
de su identificación con Cervantes, antes que de lo contrario. Se comprende que el
canónigo crea que el libro de caballerías tiene un gran potencial si aceptamos que
Cervantes ha escrito una obra de este género, como propongo en el capítulo 2. No veo a
Pero Pérez como adulador (pág. 219), ni puede despacharse de esta forma su aprobación
del canónigo. Y finalmente Wardropper dice que el canónigo es “una verdadera creación
cervantina” y termina manifestando que encontramos “la misma dicotomía en Cervantes
[acerca de la comedia] que la que encontramos en el canónigo” (pág. 221).

Si queremos entender las convicciones literarias de Cervantes—y difícilmente


encontraremos un tema más básico—estamos forzadosa aceptar al canónigo toledano
como portavoz. No existe teoría que le excluya y que ofrezca un panorama coherente de
las ideas de Cervantes sobre los libros de caballerías, la épica y el teatro. Si lo
aceptamos, tenemos donde empezar, y algunas piezas del rompecabezas encajan. Es lo
que procuro hacer en este libro.

Tomar un personaje como representante del autor no es tan arriesgado cuando se


trata de literatura clásica como lo es en la literatura moderna. Los autores del pasado
tenían más claramente un “mensaje” que comunicar a sus lectores, y expresaban sin
rodeos cuál era. Aunque los escritores modernos evitan hacerlo, era corriente basar los
personajes literarios en personas reales.13

Se atribuye generalmente a Cervantes el haber creado el distanciamiento del autor y


narradores y personajes independientes, aunque hay precedentes en libros históricos y
de caballerías.14 Desde luego, Cervantes hizo mayor uso de estas técnicas, y Don
Quijotelas habría de popularizar. Sin embargo, el propósito de Cervantes no era
esconderse tras una máscara o hacer progresar la literatura per se sino formar a los
lectores, enseñarles a reconocer narradores falsos.

Puedo generalizar todavía más. En la novela moderna, no se comienza suponiendo


una identificación entre personaje y autor; hay que establecer tal identificación si se
produce. Sin embargo, la literatura de períodos anteriores se leía de otra manera. Se
daba por supuesto que los puntos de vista del autor coincidían con los de los personajes
virtuosos; se habría considerado una pérdida de tiempo, incluso un pecado, escribir

6
ideas que el autor creía erróneas. Sólo se incluían afirmaciones falsas para hacer resaltar
más la posición correcta, avalada por el autor. Al estudiar Don Quijote, pues, he
adoptado la postura de que todos los personajes son portavoces del autor, a menos que
haya indicación de lo contrario, como a menudo acontece.

Pero Cervantes es irónico, me contestarán; no podemos entenderle de una forma tan


simple. Sí, Cervantes es irónico, pero no es oscuro, por lo menos no lo es
deliberadamente. Es sencillo distinguir las afirmaciones que Cervantes quería que
aceptáramos de las que quería que rechazáramos. Cuando Cide Hamete se dirige a su
pluma y ataca a Avellaneda, al final del libro, habla en nombre de Cervantes, como todo
el mundo acepta. (En este pasaje también se nos dice por qué se escribió el libro.)
Cuando dice “¡Bendito sea el poderoso Alá!” (III, 110, 5) no lo hace. Cuando Don
Quijote dice a Sancho “Primeramente, o hijo, has de temer a Dios.... Lo segundo, has de
poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo” (IV, 51, 4-8; también III,
262, 32-263, 1), expresa la posición de su creador. Cuando dice que en respuesta a una
llamada de la corona a todos los caballeros andantes españoles, “tal podría venir entre
ellos que solo bastasse a destruir toda la potestad del Turco” (III, 39, 5-7), no lo hace.
Cuando Cervantes dice de sí mismo “yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles
rotos de las calles”, y que podía identificar las letras árabes (I, 129, 27-32), podemos
creerle. Pero todos sabemos que finge haber buscado, comprado y traducido la obra. En
los casos importantes es así de sencillo.

El propio texto guía constantemente nuestra interpretación. Nos dice, por ejemplo,
que las observaciones de Don Quijote en el capítulo 1 de la Segunda Parte, entre las que
está su hipótetico consejo al rey, son “grandes disparates” (III, 49, 21-22); en este
capítulo todos—el cura, el barbero y el ama—censuran, de varias maneras, a Don
Quijote. A mitad de sus consejos a Sancho, se nos dice que Don Quijote hablaba como
una “persona muy cuerda y mejor intencionada. Como muchas vezes en el progresso
desta grande historia queda dicho, solamente disparava en tocándole en la cavallería, y
en los demás discursos mostrava tener claro y desenfadado entendimiento” (IV, 55, 4-9).
Hay que tomar en consideración unas instrucciones tan claras para los lectores.

El contexto cristiano en el que el libro fue escrito también nos ayuda a interpretarlo.
Todos tenemos un alma inmortal; todos podemos salvarnos; todos somos hijos de Dios,
e iguales ante Él.15 Los personajes, entonces, no son calificados de malos, y pocas veces
siquiera de buenos. Lo que nos dicen acerca de sí mismos puede ser parcial,
manipulado, hasta mentiroso. La clave infalible, mencionada repetidas veces, son sus
acciones. Cree en las obras, no en las palabras (“Operibus credite, & non verbis”, III,
325, 29-30; IV, 152, 9-10); así Dios nos juzgará a todos nosotros, y así hay que juzgar a
los personajes de Cervantes.16 El problema de la ironía, el punto de vista desde el que
hemos de ver a los personajes, se simplifica mucho. Diego de Miranda—un nombre
significativo, como tantos otros en el libro17 —comparte su dinero con los pobres;
Roque Guinart mata. Pero Pérez, a pesar de que se ríe de Alonso Quijano, se toma la
molestia de llevarle a casa y le ayuda a recobrar la razón; Sansón Carrasco le insta a
“bolver en sí” (IV, 399, 10; adaptado), es decir, a ser loco de nuevo, cuando finalmente
está cuerdo.

Con estas condiciones, se puede reconstruir la interpretación cervantina del Quijote.


Al releer lo escrito, veo que he considerado que el propio texto nos dice cómo
Cervantes quería que se leyera, que estas indicaciones son claras y sinceras, que los

7
personajes y narradores nos comunican cuáles eran los puntos de vista de Cervantes,
qué libros había leído, qué temas le interesaban, incluso cuál era su lenguaje y (hasta
cierto punto) cómo era su personalidad. También veo que al documentar mis
argumentos he considerado que las intenciones de Cervantes en todas sus obras son más
parecidas que distintas,18 al igual que lo son sus personajes. De hecho, con las
excepciones que quieran mencionarse, todos los personajes de Cervantes son
variaciones de un modelo único, el cristiano, próximo a su propia imagen.

Por último, quisiera recalcar que este libro no pretende ofrecer la interpretación de
Don Quijote, sólo la cervantina. Mi crítica es autorial, y la habilidad que pueda tener
para comprender a Cervantes procede en gran parte de la lectura de libros que él
también leyó. Mi conocimiento de estos libros dista mucho de ser completo; nadie ha
leído todos los libros que Cervantes leyó, ni creo que nadie lo haga. ¿Quién puede hoy
leer a Virgilio, Boyardo, Ariosto, Garcilaso, Ercilla, Juan Rufo, Pedro de Padilla,
Cristóbal de Mesa, la Crónica de Juan Segundo, Guzmán de Alfarache, La pícara
Justina, la Diana, Diana segunda y Diana enamorada, Amadís de Gaula, Cirongilio de
Tracia, Belianís de Grecia y muchos otros? Nadie. Significaría dedicar las horas ociosas
a ello, y tenemos otros libros que leer, incluida la ingente literatura posterior. El propio
Cervantes sería el primero en desaconsejarlo, pues quería que leyéramos los mejores
libros. Sólo restringiéndonos a los escritos antes de 1616, y haciendo de ellos nuestra
recreación principal, podríamos repetir sus lecturas. No lo hará nadie. Por esta y por
muchas otras razones, nunca terminaremos de estudiar sus obras. He hecho lo que he
podido.

Muchos amigos han leído uno o más de los nueve borradores de este libro,19 y han
hecho inestimables sugerencias para mejorarlo. Entre ellos figuran Howard Mancing, A.
David y Ruth Kossoff, Alan Deyermond, Anthony Close, James Parr, Harvey Sharrer,
Thomas Lathrop, Ruth El Saffar, John J. Allen, Gilbert Smith y Ellen Burns. Quisiera
agradecerles su gran ayuda, aunque naturalmente soy el único responsable de los errores
que quedan. Le agradezco especialmente a Richard Bjornson su continuo estímulo y
ayuda, y a los reseñadores de la edición norteamericana la atención que el libro les ha
merecido.20

Se separaron algunos artículos que en un borrador eran capítulos de este libro:


“Cervantes y Tasso vueltos a examinar”, en mi Estudios cervantinos(Barcelona: Sirmio,
1991), págs. 37-56, en el cual alego razones contra el influjo en Cervantes de la teoría
literaria italiana, específicamente el debate sobre el romanzo, y señalo los numerosos
paralelismos entre la persona de Tasso y el personaje de Don Quijote; “El romance visto
por Cervantes”, en Estudios cervantinos, págs. 57-82, en el que defiendo que la actitud
crítica de Cervantes hacia el romancero es similar a su postura acerca de los libros de
caballerías; “Cervantes, Lope y Avellaneda”, en Estudios cervantinos, págs. 119-141, en
el cual identifico más alusiones a Lope en Don Quijote, defiendo la tentativa
identificación de Avellaneda con Jerónimo de Pasamonte propuesta por Riquer, y
sugiero varias consecuencias en Don Quijote; “¿Tenía Cervantes una biblioteca?”, en
Estudios cervantinos, págs. 11-36, en el cual ataco el mito de la pobreza de Cervantes; y
“La biblioteca de Cervantes”, en Studia hispanica in honorem Martín de Riquer, II
(Barcelona: Quaderns Crema, 1987), 271-328, en el cual indico 202 títulos que es
probable que Cervantes poseyera, especificando en muchos casos las traducciones y
ediciones. Una primera versión del capítulo 2 fue leída en el VIII Congreso de la

8
Asociación Internacional de Hispanistas (Brown University, 1983) y publicada en
Anales cervantinos, 21 (1983 [1984]), 103-117.

9
Notas a la Introducción Metodológica

1
“Interpretaciones del Quijote”, en Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, edición
nacional (Madrid: CSIC, 1941-1942), I, 303-322, en la pág. 312.

2
Los he estudiado con anterioridad, independientemente de Cervantes, en Romances of Chivalry in
the Spanish Golden Age (Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1982), con una bibliografía relacionada,
Castilian Romances of Chivalry in the Sixteenth Century. A Bibliography (London: Grant & Cutler,
1979). (María Carmen Marín Pina y yo preparamos una versión actualizada de esta bibliografía.) Sobre
mi uso del nombre genérico para estos libros véase más adelante en esta introducción, y sobre el
significado del término libro, véase el capítulo 2.

El singular “libros de caballería” es un barbarismo acuñado en el siglo XVIII. Ni Cervantes ni ningún


autor del siglo XVI lo usó nunca. Véase mi “Un barbarismo: ‘libros de caballería’”, Thesaurus, 30
(1975), 340-341 y “More on libros de caballería and libros de caballerías”, La corónica, 5 (1977), 116-
118.

3
Con mi mayor reconocimiento al clásico artículo de P. E. Russell, “Don Quijote y la risa a
carcajadas”, en su Temas de “La Celestina”, traducción al español de Alejandro Pérez (Barcelona: Ariel,
1978), págs. 407-440, y al trabajo de Anthony Close relacionado con éste, “Don Quixote and the
‘Intentionalist Fallacy’”, British Journal of Aesthetics, 12 (1972), 19-39, recogido en On Literary
Intention, ed. David Newton-de Molina (Edinburgh: Edinburgh University Press, 1976), págs. 174-193, y
The Romantic Approach to “Don Quixote” (Cambridge: Cambridge University Press, 1978). Véase
también Ruth El Saffar, “Concerning Change, Continuity, and Other Critical Matters: A Reading of John
J. Allen's Don Quixote: Hero or Fool? Part II (Gainesville: University Presses of Florida, 1979)”, Journal
of Hispanic Philology, 4 (1980 [1981]), 237-254.

4
“TeachingDon Quixote as a Funny Book”, en Approaches to Teaching Cervantes' “Don Quixote”,
ed. Richard Bjornson (New York: Modern Language Association, 1984), págs. 62-68. Mis conclusiones
sobre Don Quijotehan cambiado profundamente desde la composición de este artículo.

5
Sólo un autor que se entendiera completamente a sí mismo podría dar una interpretación definitiva de
su obra; esta es la terrible brecha, confesada de mala gana y después olvidada, en la defensa que E. D.
Hirsch, Jr. hace del autor (Validity in Interpretation [New Haven: Yale University Press, 1967], págs. 22-
23 y 51-57; reseñan este libro George Dickie, Journal of Aesthetics and Art Criticism, 26 [1968], 550-
552, Francis Berry, Review of English Studies, new series, 20 [1969], 246-248, F. W. Bateson, Essays in
Criticism, 18 [1968], 337-342 y William H. Gass, Criticism, 10 [1968], 75-76). Para discusiones en torno
al problema de la validez en la interpretación, véase Hershel Parker, Flawed Texts and Verbal Icons:
Literary Authority in American Fiction (Evanston: Northwestern University Press, 1984), Paul B.
Armstrong, “The Conflict of Interpretations and the Limits of Pluralism”, Publications of the Modern
Language Association, 98 (1983), 341-352 y P. D. Juhl, Interpretation: An Essay on the Philosophy of
Literary Criticism (Princeton: Princeton University Press, 1980), reseñado por David Paul Pace, South
Atlantic Review, 47.2 (1982), 114-116, que remitirán al lector a estudios teóricos anteriores. Desde la
publicación de la edición original de este libro ha aparecido el utilísimo Historical Criticism and the
Meaning of Texts, de J. R. de J. Jackson (London: Routledge, 1989).

6
“Bien sé que toda obra maestra, una vez realizada, sobrepasa con mucho el intento con que la ejecutó
el autor.... Con todo, ese punto de arranque, expresamente declarado por grandes artistas que no eran
falsarios o mistificadores, es un dato valiosísimo que debe permanecer en el centro de la búsqueda, y que
merece la confrontación más cuidadosa con cuanto se conozca de la obra, la vida y el ambiente del autor,
antes de desecharlo porque no se compadece con el modo de pensar de la crítica actual.”(María Rosa Lida
de Malkiel, ed., Juan Ruiz, Selección del “Libro de buen amor” y estudios críticos [Buenos Aires:
Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1973], págs. 245-246.)

10
7
Por orden cronológico, Arthur Efron, “Satire Denied: A Critical History of English and American
Don Quixote Criticism”, tesis, University of Washington, 1964 (resumen en Dissertation Abstracts, 25
[1965], 5274-5275), A. J. Close, el libro citado en la nota 3 de esta introducción (una lista de reseñas se
encuentra en la nota 2, 3 del apéndice) y R. M. Flores, Sancho Panza through Three Hundred Seventy-
Five Years of Continuations, Imitations and Criticism, 1605-1980 (Newark, Delaware: Juan de la Cuesta,
1982), reseñado por Eduardo Urbina, Journal of Hispanic Philology, 7 (1983 [1984]), 224-226, Howard
Mancing, Cervantes, 4 (1984), 84-86, Daniel Eisenberg, Bulletin of Hispanic Studies, 61 (1984), 507-508,
Mary Cozad, South Atlantic Review, 50.2 (1985), 112-115 y Myra Gann, Nueva revista de filología
hispánica, 33 (1984 [1986]), 519-521.

8
LaSuma cervantina, ed. J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley (London: Tamesis, 1971) ofrece una
introducción general a las obras de Cervantes y a muchos de los problemas críticos, con bibliografías.
Dana Drake ha publicado una serie de bibliografías de Don Quijote: “Don Quixote” (1894-1970): A
Selective Annotated Bibliography, tomo I, University of North Carolina Studies in Romance Languages
and Literatures, 138 (Chapel Hill: University of North Carolina Department of Romance Languages,
1974); tomo II, Miami: Universal, 1978; tomo III (Don Quijote in World Literature), New York: Garland,
1980; tomo IV, en colaboración con Frederick Viña, extendido hasta 1979, Lincoln, Nebraska: Society of
Spanish and Spanish-American Studies, 1984; con Dominick L. Finello, An Analytical and
Bibliographical Guide to Criticism on “Don Quijote” (1790-1893) (Newark, Delaware: Juan de la
Cuesta, 1987), con introducción histórica. También hay un tomo de Bibliografía fundamental que
acompaña la edición de Don Quijote de Luis Murillo, 20 edición, Clásicos Castalia, 79 (Madrid: Castalia,
1982). El anuario Anales cervantinosincluye una sección bibliográfica, con resúmenes de los estudios
incluidos; éste y la revista de la Cervantes Society of America, Cervantes, serán de gran ayuda para
introducir al principiante en los estudios cervantinos.

9
Cervantes, Aristotle, and the “Persiles” (Princeton: Princeton University Press, 1970), capítulo 3.

10
“Cervantes' Theory of the Drama”, Modern Philology, 52 (1955), 217-221.

11
Preceptiva dramática española del renacimiento y el barroco (Madrid: Gredos, 1965), pág. 21, nota
21.

12
En una reseña del libro de Riley Cervantes's Theory of the Novel (Oxford: Clarendon Press, 1962),
Modern Philology, 62 (1964), 163-165. (Riley mencionó el artículo posteriormente, en su “Teoría
literaria”, en Suma cervantina, ed. J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley [London: Tamesis, 1971], págs. 293-
322, en la pág. 303.)

13
ElCortesano de Castiglione es un ejemplo evidente; la literatura pastoril es otro. En La Galatea,
“muchos de los disfraçados pastores della lo eran sólo en el ábito” (I, L, 2-3); para su identificación,
véase Francisco López Estrada, Estudio crítico de la “Galatea” de Miguel de Cervantes (La Laguna:
Universidad de La Laguna, 1948), págs. 157-167, aunque Geoffrey Stagg, “A Matter of Masks: La
Galatea”, en Hispanic Studies in Honour of Joseph Manson (Oxford: Dolphin, 1972), págs. 255-267, sea
más escéptico. Jorge de Montemayor declaró en el “Argumento” de La Diana que en ella hay “muy
diversas hystorias, de casos que verdaderamente an sucedido aunque van disfraçados debaxo de nombres
y estilo pastoril” (ed. Francisco López Estrada, Clásicos castellanos, 127, 40 edición (Madrid: Espasa-
Calpe, 1967), pág. 7). Acerca de los personajes históricos ocultos tras los que aparecen en La constante
Amarilis, véase J. P. Wickersham Crawford, “Some Notes on La constante Amarilisof Christóval Suárez
de Figueroa”, Modern Language Notes, 21 (1906), 8-11; es mejor que la revisión que se encuentra en The
Life and Works of Christóbal Suárez de Figueroa, tesis, University of Pennsylvania (publicada:
Philadelphia, 1907); las conclusiones de Crawford son avaladas por Juan Bautista Avalle-Arce, La novela
pastoril española, 20 edición (Madrid: Istmo, 1974), pág. 215. El uso de personajes reales en la literatura
pastoril se remonta a Virgilio y a Teócrito (López Estrada, Los libros de pastores en la literatura
española. La órbita previa [Madrid: Gredos, 1974], págs. 487-490).

14
No hay ningún análisis general de este tema, aunque Cristina González ha prometido una
monografía sobre la evolución de la historia a la ficción en los escritos caballerescos españoles.. Fuera de
España se han llevado a cabo algunos estudios, de los cuales los que están más estrechamente
relacionados son el de Suzanne Fleischman sobre el papel del narrador en “On the Representation of
History and Fiction in the Middle Ages”, History and Theory, 3 (1983), 278-310 y el importante libro de

11
Stephen G. Nichols, Jr., Romanesque Signs. Early Medieval Narrative and Iconography (New Haven:
Yale University Press, 1983). Hay un enorme cuerpo de prosa medieval y renacentista, que no han
estudiado los historiadores porque es demasiado literario ni los críticos literarios porque es demasiado
histórico. He mencionado los ejemplos españoles más importantes en mi Romances of Chivalry in the
Spanish Golden Age, págs. 39-40, pero también hay que estudiar los textos extranjeros. (No se ha
examinado la influencia de la crónica seudoturpina en la prosa española, por ejemplo.) El narrador
independiente es en sus orígenes un historiador, y los libros de caballerías, como Don Quijote, son
historias fingidas; véase mi “The Pseudo-Historicity of the Romances of Chivalry”, en Romances of
Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 119-129.

15
“Las almas todas son iguales, y de una misma massa en sus principios criadas y formadas por su
hazedor” (Persiles, I, 115, 10-12).

16
Para afirmaciones en el texto sobre la primacía de las obras, véase la nota XREF 75 del capítulo 3 y
la nota 78 del capítulo 4. La objeción de que Dios (según Cervantes) no sólo puede juzgar las intenciones,
sino que las juzga, no tiene valor. La famosa frase “las obras de caridad que se hazen tibia y flojamente no
tienen mérito ni valen nada” (III, 444, 30-445, 2) la dice la duquesa en un intento de presionar a Sancho
para que se dé los 3.300 azotes que su sirviente, haciéndose pasar por Merlín, ha ordenado. En una
persona virtuosa hay armonía entre sus intenciones y sus actos y Dios ayuda a ver que es así (IV, 63, 18-
19). “Es muerta la fe sin obras”, dice Don Quijote hacia el final de la primera parte (II, 374, 16), con una
mordaz declaración sobre la importancia de la liberalidad con la que los ricos pueden demostrar su
agradecimiento. “No es posible ir al cielo sin buenas obras” (“La ilustre fregona”, II, 283, 3-4). Es el
camino del infierno el que según el refrán está empedrado con buenas intenciones.

17
“Miranda” en latín significa algo que se debería observar.

18
“Todo lo que Cervantes escribió...en los últimos quince años de su vida forma un conjunto cuya
originalidad y coherencia se hacen cada vez más evidentes” (Darío Fernández-Morera, “Algunos aspectos
del universo cervantino en la comedia Pedro de Urdemalas”, en Cervantes. Su obra y su mundo. Actas
del I Congreso Internacional sobre Cervantes, ed. Manuel Criado de Val [Madrid: Edi-6, 1981], págs.
239-242, en la pág. 239). Así, pues, considero que la afirmación en el prólogo de las Novelas ejemplares
de que su propósito es ejemplar es totalmente sincero, aunque se lleve a cabo de forma imperfecta en el
libro.

19
Se conservan todos menos uno, y han sido depositados en el archivo de la Florida State University,
en la Strozier Library.

20
Carroll Johnson, Hispanic Review, 57 (1989), 95-97; Edward H. Friedman, Hispania,71 (1988), 822-
823; Eduardo Urbina, South Central Review, 6 (1989), 110-112; Anthony Close, Journal of Hispanic
Philology, 12 (1987 [1988]), 62-66; Antonia Fernández, Incipit, 7 (1987 [1988]), 195-197; Hans-Jorg
Neuschäfer, Zeitschrift für romanische Philologie, 104 (1988), 573; Gareth A. Davies, Bulletin of
Hispanic Studies, 67 (1990), 188; Alberto Sánchez, Anales cervantinos, 27 (1989 [1990]), 277-279;
Monique Joly, Romanische Forschungen, 102 (1990), 112-115; Lesley Lipson, Modern Language
Review, 85 (1990), 470-471; Catherine Larson, Cervantes, 11 (1991 [1992]), 103-105; Alan Soons,
Iberoromania, 37 (1993), 144-146.

12
Nota sobre los textos
La falta de una edición crítica y científica de Don Quijote y otras obras de
Cervantes es una lacra escandalosa en el cervantismo. Ni existe un acuerdo sobre cómo
debería prepararse tal edición. Somos unos reinos de taifas: cada cervantista tiene su
edición o su proyecto de edición, cuál más esmerada y cuál menos. Reina la rivalidad y
falta la cooperación.

Incluso carecemos de un sistema común de numeración de los textos cervantinos.


Cada uno los cita—especialmente Don Quijote—según una edición diferente: fulano
por la página de nueva edición Planeta de Riquer, mengano (y hay muchos menganos)
por la de su vieja edición Juventud, otros por las ediciones de Murillo, Allen, Gaos,
Avalle-Arce, Rodríguez Marín y otros editores. El que quiera leer las actas de un
coloquio cervantino y consultar los pasajes citados en ellas tiene que disponer de toda
una biblioteca de ediciones. Es un caos que estorba mucho a los investigadores.

Dada esta situación, me he visto forzado a acudir a una edición relativamente


inaccesible, pero sí científica: la de Rudolph Schevill y Adolfo Bonilla y San Martín
(Madrid: los editores, 1914-1941). Producto de la colaboración de un erudito español y
otro norteamericano, no ha recibido nunca el aprecio que merece, y no ha podido
reimprimirse.1 Para compensar en lo posible la rareza de esta edición he añadido, en el
índice de referencias a las obras de Cervantes, una clave de las divisiones internas no
sólo de Don Quijote sino de todas las obras de Cervantes que las tienen: parte y capítulo
de Don Quijote, libro de La Galatea, libro y capítulo de Persiles, capítulo del Viaje del
Parnaso y jornada para las Comedias.

La edición de Schevill y Bonilla no es perfecta, pero es una selección fácil. Es una


edición uniforme de las obras completas de Cervantes; las otras ediciones completas
accesibles (Aguilar, Juventud y Biblioteca de Autores Españoles) son bien conocidas
por sus errores.2 Además, la edición de Schevill y Bonilla es la única que presenta las
líneas numeradas, una ayuda que me ha resultado indispensable y medida que
recomiendo encarecidamente a futuros editores.

El hecho de que tenga notas textuales completas, sin embargo, quita importancia a
estas consideraciones. No sólo nos proporcionan Schevill y Bonilla las variantes que se
encuentran en distintos ejemplares de la primera edición, y de varias ediciones
posteriores, lo cual es importante, sino que nos dicen cuándo han modificado el texto, y
esta información es imprescindible. Editores más recientes enmiendan tácitamente, y
cada uno se guía por criterios distintos, puesto que las enmiendas varían de una edición
a otra.3 La experiencia me ha demostrado los riesgos de trabajar con un texto
tácitamente corregido.

John J. Allen ha criticado la edición de Schevill-Bonilla por ser “innecesariamente


arcaica”: su ortografía podría modernizarse sin que se produjera ninguna pérdida
significativa.4 Aunque para fines eruditos el conservadurismo editorial es muy preferible
a lo contrario, la crítica de Allen está justificada. Schevill y Bonilla no son coherentes,
por ejemplo, en la cuestión de los acentos. Los primeros tomos de su edición usaron el
acento grave original (hablò), que pronto abandonaron. Se añadieron acentos agudos
según el sistema español moderno en las palabras homónimas, para evitar la

13
ambigüedad, pero no se añadieron a las palabras que no eran ambiguas. Si Cervantes
hubiera usado acentos, habríamos podido adoptar su sistema; por lo que se sabe, no usó
ninguno,5 y la acentuación moderna no distorsiona al autor. La diéresis sobre la u(ü),
desconocida en el Siglo de Oro, indica la pronunciación correcta de un par de signos
que se prestan a confusión, gu, y puede ser una ayuda importante en palabras ahora en
desuso (güero).

Hay que señalar que el texto de Schevill y Bonilla fue modernizado en otros
aspectos, además de la acentuación. La puntuación de las ediciones originales
desapareció,6 las abreviaturas fueron resueltas y la s alta (ƒ) fue reemplazada por la baja.
Pero aunque modernizaron ƒ/s, conservaron otros pares que no eran más significativos.
Respetaron el uso de u y v; en aquella época se usaba v como vocal o consonante al
principio de palabra (vna), y u tenía las mismas funciones en mitad de palabra (lleuar).
No se ha propuesto nunca que el distinto uso de u y v en el español del Siglo de Oro
tuviera significado fonético. Amado Alonso los llamó “dos dibujos de una sola letra”.7
El sistema moderno, que usa v como consonante y u como vocal, es más sencillo y
claro. Elimina una pequeña pero enojosa barrera que separa al lector del texto; esta
ventaja no tiene ningún coste. Lo mismo pasa con los pares i/j y i/y.

Por estas razones he modificado el texto de Schevill y Bonilla añadiendo acentos


modernos y diéresis, y modernizando los pares u/v, i/j y i/y. He modernizado de la
misma forma textos tomados directamente de ediciones antiguas, pero no he creído
conveniente modernizar textos tomados de ediciones de otros editores más recientes.
También, después de largas meditaciones he decidido modernizar las consonantes en los
títulos de las obras cervantinas.

La cursiva para dar énfasis en las citas de Cervantes es siempre mía.

14
Notas a las Notas sobre los Textos

1
Es la más aconsejable, en opinión del exigente José María Casasayas Truyols, “Don Quijote en el
siglo XX. Breve repaso a las más recientes ediciones eruditas”, Miguel de Cervantes en su obra.
Antología, selección de estudios y documentación, Anthropos suplementos, 17 (1989), 289-296, en la pág.
293.

Por falta de apoyo de los demás cervantistas, la edición de Schevill y Bonilla la publicaron ellos
mismos; ayudó a costearla una subvención de Phoebe Apperson y sus herederos (véanse las declaraciones
preliminares en La Galatea, tomo I, y en Comedias y entremeses, tomo V). La poca atención que esta
edición recibió cuando fue publicada contrasta con la gran atención que se dedicó a las ediciones de Don
Quijote de Rodríguez Marín, dos de las cuales todavía están a la venta, una de ellas, la de Clásicos
castellanos, “incomprensiblemente”, según la autorizada opinión de José M. Casasayas (nota 55 de su “La
edición definitiva de las obras de Cervantes”, Cervantes, 6 [1986], 141-190, con correcciones en 8
[1988], 123). La serie de facsímiles de las obras de Cervantes, publicada por la Real Academia en 1917-
1923 y reimpresa, menos el último tomo, en 1976-1990, fue la respuesta española a la edición de Schevill
y Bonilla. El caso es paralelo al de la edición de John Bowle, la primera edición científica (Historia del
famoso cavallero, Don Quixote de la Mancha [Salisbury, 1781]): igualmente innovadora, rechazada y
imposibilitada de reproducción en facsímil (véase la nota 47 del primer capítulo).

2
Cuando estaba en prensa la traducción española de este libro, ha aparecido en el mercado una nueva
edición de las Obras completas de Cervantes, de Editorial Turner (Madrid, 1993), y los dos primeros
tomos de la edición del Centro de Estudios Cervantinos (Alcalá de Henares, 1993-en prensa). Ninguna
presenta las líneas numeradas. La edición Turner, sin introducción textual ni notas, no ha sido reseñada,
que yo sepa, hasta el momento de escribir estas líneas. La del Centro de Estudios Cervantinos (Alcalá de
Henares, 1993-en prensa), hecha de prisa, no es “ni crítica ni científica” en las palabras de sus propios
editores, Florencio Sevilla y Antonio Rey Hazas (I, xciv). Sobre estas ediciones, puede verse la
comunicación de José María Casasayas, “Ahí va otraY: Lamentaciones sobre las últimas ediciones
quijotescas”, en prensa en las Actas del Segundo Congreso Internacional de la Asociación de
CervantistasNapoli, 5 de abril de 1994.

3
R. M. Flores, The Compositors of the First and Second Madrid Editions of “Don Quixote” Part I
(London: Modern Humanities Research Association, 1975), págs. 65-68; E. C. Riley, reseña de las
ediciones del Quijote de Allen, Murillo y Avalle-Arce, Bulletin of Hispanic Studies, 57 (1980), 346-349.

4
“A More Modest Proposal for an Obras completas Edition”, Cervantes, 2 (1982), 181-184, en la
pág. 182. El hecho de que Schevill y Bonilla no modernizaran u/v había sido criticado anteriormente por
José Toribio Medina en su edición del Viaje del Parnaso (Santiago de Chile: sin editor, 1925), I, viii.

5
Miguel Romera-Navarro, Autógrafos cervantinos, University of Texas Hispanic Studies, 4 (Austin:
University of Texas, 1954), pág. 22.

6
La puntuación de las ediciones refleja criterios e interpretaciones de los cajistas, los editores de la
época. Sobre el significado de la puntuación, véase mi “On Editing Don Quixote”, Cervantes, 3 (1983), 3-
34, en las págs. 11-14. La puntuación del mismo Cervantes, igual que la de muchos otros autores, era
descuidada, al menos según el manuscrito del supuesto fragmento de las Semanas del jardínque creo ser
autógrafo; véase mi Las “Semanas del jardín” de Miguel de Cervantes (Salamanca: Diputación de
Salamanca, 1988 [1989]) y “The Story of a Cervantine Discovery”, Manuscripts, 45 (1993), 13-21.

7
De la pronunciación medieval a la moderna en español, ultimado y dispuesto para la imprenta por
Rafael Lapesa, I (Madrid: Gredos, 1955), 15.

15
Capítulo 1. Cervantes y los libros de caballerías
castellanos
La caterva de los libros vanos de cavallerías...I, 38, 29-30

Lo primero que hizo fue ir a ver sus libros...I, 108, 10

El prólogo de la Primera Parte de Don Quijote nos dice que “si bien caigo en la
cuenta, este vuestro libro...es una invectiva contra los libros de cavallerías” (I, 36, 31-
37, 3), que Cervantes tenía “la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos
cavallerescos libros” (I, 38, 4-5). La Primera Parte termina con una larga discusión de
los libros de caballerías, que se extiende a lo largo de varios capítulos. La Segunda Parte
empieza con una discusión sobre el mismo tema, y Cide Hamete nos dice en la última
frase de la obra que “no ha sido otro mi desseo que poner en aborrecimiento de los
hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de cavallerías” (IV, 406, 8-
11). El protagonista, nos enteramos en el primer capítulo, ha tomado sus nociones de la
caballería andante de dichos libros (I, 53, 5-12), y la premisa de toda la obra es su deseo
de ser un caballero andante perfecto (I, 351, 6-8). Su identificación con los libros, en
cuanto a la caballería, es total.1 Es, por lo tanto, correcto que empecemos nuestro
estudio de Don Quijoteexaminando la relación de Cervantes con el género.

¿Hasta qué punto conocía Cervantes los libros de caballerías castellanos, 2 una
“sabrosa leyenda” (I, 343, 10) según muchos personajes de Don Quijote? Son
abrumadoras las pruebas de que los conocía muy bien, de que, como el canónigo, había
leído por lo menos parte de “todos los más que ay impressos” (II, 341, 2-3),3 y que le
habían deparado “algún contento” (II, 362, 19-20).4 En ninguna otra obra se tratan los
libros de caballerías tan extensa o profundamente, ni menciona nadie tantos títulos. La
larga, elocuente y apasionada defensa del potencial del género que pronuncia el
canónigo (II, 343, 23-346, 23) es única. Incluso con nuestro conocimiento imperfecto de
las fuentes caballerescas de Cervantes, es evidente que los conocía extensa y
directamente y que le influyeron mucho. Alude a detalles de los libros de caballerías,
desde el insignificante Fonseca de Tirant lo blanc (I, 101, 20) a la torre navegante de
Florambel de Lucea (II, 342, 8-10).5 Se perciben diferencias en la calidad de los libros; 6
dos de ellos, Amadís de Gaula y Palmerín de Inglaterra, son objeto de grandes elogios
en el examen de la biblioteca de Alonso Quijano (I, 96, 16-21 y 100, 3-18).7 Se puede
concluir, por lo que dice en Don Quijote, que Cervantes tenía una opinión favorable de
al menos otros dos, Belianís de Grecia y el Espejo de príncipes y caballeros.8 Conocía
Amadís lo suficientemente bien para indicar que un nombre sólo se menciona una vez
(I, 279, 6-11),9 lo cual indica que, como Alonso Quijano, lo había leído con gran
atención, y seguramente más de una vez. La mayoría de las aventuras de Don Quijote,
como la de los rebuznadores, por mencionar una (Segunda Parte, capítulos 25 y 27), se
burlan de las aventuras narradas en los libros de caballerías; la lengua, el estilo y la
forma de la narración, todo muestra su influencia.10 Un conocimiento tan amplio implica
que durante cierto tiempo Cervantes se había familiarizado con los libros de caballerías,
y que había disfrutado con ellos.

16
Sin embargo, cuando escribió Don Quijote Cervantes opinaba que los libros de
caballerías castellanos tenían graves defectos. En Don Quijote hay demasiadas críticas
explícitas e implícitas a los libros de caballerías, críticas que concuerdan y se
complementan, para permitir otra conclusión. Los libros podrían ser buenos—“si me
fuera lícito agora y el auditorio lo requiriera, yo dixera cosas acerca de lo que han de
tener los libros de cavallerías para ser buenos”, dice el cura (II, 86, 30-87, 1)—pero no
lo son. Están de acuerdo en este aspecto, los narradores y los personajes más sabios: el
cura, el canónigo, Diego de Miranda. Los libros son mentirosos, “tan lexos de ser
verdader[o]s como lo está la mesma mentira de la verdad” (II, 361, 32-362, 1).11 Si se
usaran correctamente, “para entretener nuestros ociosos pensamientos” (II, 86, 21-22) se
podrían tolerar—los libros por sí mismos son “inocentes” (I, 96, 4-5; compárese IV, 14,
23-25)—pero muchos, entre ellos personas inteligentes, los tienen por verdaderos. Ni
como mentiras son buenos, señala el juicioso canónigo12 (II, 341, 14-342, 30); muchas
voces coinciden en calificar los libros de disparatados.13 Su monotonía—“tanta mentira
junta, y tantas batallas y tantos encantamentos, que quitan el juizio” (II, 86, 17-19)—es
abrumadora. El canónigo se queja de la monotonía de los libros con mayor detalle, 14 y
añade una acusación más grave: no instruyen a los lectores (II, 341, 7-14; también II,
363, 29-32 y 364, 31). Además, tienen defectos de lenguaje y estructura.15

Los entusiastas de los libros de caballerías son personajes imperfectos. Dorotea 16 y


Juan Palomeque son ignorantes. Los duques viven a base de préstamos y trampas.17 El
primo de la Segunda Parte, capítulo 22, “muy aficionado a leer libros de cavallerías”
(III, 277, 25-26), malgasta su talento. El paladín de dichas obras, el protagonista, ha
perdido el contacto con la realidad. El texto nos informa que los libros de caballerías
han sido la causa de su locura, limitada al tema de la caballería (II, 361, 21-23; IV, 55,
4-9).

Que un buen conocedor de los libros los atacara es posible. Martín de Riquer ha
propuesto una explicación: que Cervantes había leído los libros de caballerías cuando
era joven.18 Esta sugerencia es plausible; consta que Juan de Valdés y Fernández de
Oviedo los leyeron de jóvenes y los desdeñaron después.19 Los libros de caballerías
eran, en parte, lectura juvenil.20

El hecho de que Cervantes conociera las primeras obras del género también sugiere
que eran lecturas de juventud. El ejemplo más evidente, aunque no el único, es Tirant lo
blanc, obra cuya traducción castellana de 1511 conocía muy bien.21 Es más probable
que libros antiguos se leyeran en fechas tempranas.

Pero creo más probable que Cervantes, como el canónigo, leyera y rechazara estos
libros cuando ya era maduro. Cervantes no nos deja reflejos de tales lecturas en sus
primeras obras (La Galatea, comedias y poemas sueltos).22 Sus comentarios sobre los
libros de caballerías son minuciosos, agudos y apasionados; es difícil aceptarlos como
recuerdos de lecturas juveniles, y el conocimiento que tiene de las primeras obras del
género puede explicarse mejor como el de un coleccionista y bibliófilo.23

Los libros de caballerías atraían a los que seguían o querían seguir la vida de armas.
No sabemos si éste fue el deseo del joven Cervantes, aunque sus estudios con López de
Hoyos24 y su servicio en Italia con el Cardenal Acquaviva25 sugieren otra orientación. Lo
que no se puede negar es que el Cervantes maduro simpatizaba con los soldados y se
enorgullecía de su servicio militar. Su herida, su deseo de volver a España y su

17
cautiverio, más que un cambio de opinión, le llevaron a abandonar su carrera militar.26
En su empleo posterior como proveedor de la Armada y recaudador de impuestos, con
el que continuaba su apoyo a las fuerzas militares españolas como civil,27
frecuentemente se ausentaba de su casa.28 Viajando por el sur de España, podía muy
bien haberse encontrado ocioso. Alguien al que le gustara mucho la lectura (I, 129, 27-
29) habría podido dedicarse a leer y a escribir,29 para ocupar sus horas de ocio; los
viajeros a menudo llevaban lecturas y, entre ellas, libros de caballerías.30 En las obras de
Cervantes la lectura es principalmente una actividad rural, como lo es históricamente la
de los libros de caballerías;31 en Don Quijote se asocian la lectura de los libros de
caballerías y la ociosidad seis veces,32 y hay también pruebas externas.33 No había
muchas otras diversiones en Écija, Castro del Río o, para el caso, Esquivias.34

Si Cervantes, como creo, poseía una importante biblioteca con estos y otros libros,
los habría acumulado después de su vuelta a España en 1580, que coincidió con una
oleada de ediciones de los libros de caballerías.35 Los biógrafos a menudo se han
preguntado qué ocupaba la mente de Cervantes en la década de 1590 y finales de 1580
cuando no escribía;36 una conjetura razonable es que leía.

Cuando quiera que adquiriese sus vastos conocimientos de los libros de caballerías,
Cervantes, como el canónigo, opinaba que tenían defectos. Podemos, pues, aceptar que
la declaración de propósitos citada al principio de este capítulo fue sincera. Por
supuesto, hay en Don Quijote temas secundarios, como la importancia de la verdad y la
del matrimonio, pero están íntimamente relacionados con los defectos de los libros de
caballerías, como se discutirá más adelante. Especialmente en la Segunda Parte,
Cervantes parece querer aprovecharse del interés de los lectores por las locuras de Don
Quijote y por las sandeces de Sancho (IV, 65, 4-5) para darles “mucha Filosofía moral”
junto con el “mucho entretenimiento lícito” (III, 15, 4-7). Sin embargo, se permitió
mayor libertad porque los libros de caballerías ya decaían gracias a su Primera Parte,37 y
tanto la filosofía moral como el entretenimiento eran precisamente lo que, según el
canónigo, faltaba a los libros de caballerías.

Propongo, por tanto, que aceptemos las palabras de Cervantes literalmente. Hay
varios razonamientos a favor de esta postura. En el texto se subraya la importancia de
las intenciones: lo que más necesita Sancho para ser un buen gobernador es “buena
intención” declaran el canónigo y Don Quijote (II, 375, 14-15; III, 405, 16-17); “mis
intenciones siempre las enderezo a buenos fines”, dice Don Quijote (III, 391, 2-3).38 Un
autor que con frecuencia se refiere a las intenciones de sus personajes debe de haber
reflexionado sobre las suyas, y si ataca a las mentiras incluso con mayor frecuencia,
como lo hace también en otras obras,39 tenemos una poderosa razón para creer que
Cervantes decía la verdad.

Cervantes, además, era un escritor que decía las cosas claras, y otras declaraciones
suyas acerca de cómo quería que los lectores le interpretaran son totalmente de fiar. No
puedo mejorar la formulación de Oscar Mandel: “Quizás, como se ha sugerido alguna
vez, Cervantes tenía opiniones acerca de la religión y el estado que no se atrevía a
publicar.40 Pero cuando el tema no era peligroso, Cervantes era transparente. Pocos
autores ponen los puntos sobre las íes con más cuidado que él. Cuando Sancho dice
algún dislate, alguien—y si no, el mismo Cervantes—nos dice que Sancho acaba de
‘hacer un chiste’. Cuando Sancho gobierna su ínsula con prudencia, tenemos a un
mayordomo que nos lo dice, por si no nos damos cuenta. Cuando se le hace una mala

18
pasada a Don Quijote o cuando Don Quijote tiene una de sus alucinaciones, Cervantes
viene inmediatamente en ayuda nuestra: ‘La verdad del caso...es’. Cuando de vez en
cuando intenta ser irónico...es pesado. Explica sus chistes tan inocentemente como se
felicita por su genio. Si Don Quijote no toma una posada por un castillo, Cervantes
señala que no ha tomado una posada por un castillo. No puede disimular su alegría por
el éxito de la Primera Parte.... Siempre que Don Quijote diserta sobre la vida y las letras,
un coro aplaude su sabiduría; y siempre que Sancho está encantador, alguien nos dice
que está encantador. El hecho de que use muchos proverbios es cuidadosamente notado.
En resumen, para que no haya demasiados testimonios, Cervantes nos ‘prepara’ para
aceptar lo que afirma.”41

Las unánimes y bien documentadas críticas de los primeros lectores, algunos de los
cuales tuvieron acceso no sólo a Don Quijote sino al propio Cervantes, apoyan la teoría
de que la intención de Cervantes era efectivamente atacar los libros de caballerías. Entre
estos lectores figuran los autores de ambas aprobaciones: “cumpl[e] con el acertado
assunto en que pretende la expulsión de los libros de Cavallerías, pues con su buena
diligencia mañosamente a limpiado de su contagiosa dolencia a estos reinos”, dice
Valdivielso (III, 17, 21-25); “su bien seguido assunto para extirpar los vanos y
mentirosos libros de Cavallerías, cuyo contagio avía cundido más de lo que fuera justo”,
dice Márquez Torres (III, 19, 11-14), cuya aprobación probablemente la redactó el
propio Cervantes.42 Según Avellaneda, Cervantes “no podrá, por lo menos, dexar de
confessar tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa lición de los vanos libros
de cavallerías”.43 Tirso, Faria y Sousa, Calderón, Gracián, Matías de los Reyes,
Bartolomé de Góngora, Luis Galindo, Nicolás Antonio y otros escritores del siglo XVII
se refieren a Don Quijote como un ataque—un ataque afortunado—contra los libros de
caballerías.44 Los primeros traductores del libro al francés y al italiano dicen lo mismo, 45
al igual que estudiosos anteriores de los libros de caballerías.46

Finalmente sugiero en defensa de Don Quijote como un ataque contra los libros de
caballerías, el hecho de que a pesar de dos siglos de estudio ansioso no se haya llegado a
ningún acuerdo sobre otro propósito de Cervantes. Examinar algunas razones de la
resistencia moderna a las claras declaraciones de propósito de Cervantes, que no eran
problemáticas para sus contemporáneos, puede ayudar a establecer el orden en los
caóticos estudios cervantinos.

En primer lugar, las declaraciones explícitas de los propósitos del autor están, en la
actualidad, completamente pasados de moda. Aunque muchos están de acuerdo en que
la literatura debería ser, en cierto sentido, didáctica, y en que la literatura clásica
siempre lo es, nos gustan los mensajes sutiles, y preferimos descifrarlos, como si el libro
fuera un rompecabezas. Es de la vida misma de donde queremos sacar una lección, y la
autoridad del novelista deriva de lo que ha vivido, no de lo que ha pensado o leído.
Queremos que nos ofrezca una estampa de la vida, y si estamos dispuestos, sacaremos
algún beneficio de él; lo máximo que aceptamos es que oriente sutilmente nuestra
interpretación. El respeto a la sabiduría, a la autoridad, a la razón y a la palabra escrita
es, gústenos o no, mucho más tenue que en la época de Cervantes. Un autor que nos
diga lo que su texto significa adopta una postura de superioridad, y no es el papel que
queremos que desempeñe.

Más importante, sin embargo, ha sido la evolución de la literatura desde 1605. Hace
tiempo que los libros de caballerías han desaparecido—desde el siglo XVIII nadie los

19
lee sin leer antes a Cervantes—y los lectores modernos de Don Quijoteempiezan con
una perspectiva distinta de la de Cervantes y sus contemporáneos.47 Como la naturaleza
y la atracción del género nos son remotas, y sus pretendidos defectos una cuestión
caduca, los lectores han encontrado otros valores en el texto, que naturalmente los tiene.
Esta lectura moderna ha sido proyectada hacia atrás y recae sobre el autor: es decir, si
Don Quijote no se explica sólo como una invectiva contra los libros de caballerías,
postura con la que la mayoría de los lectores modernos estarían de acuerdo, el autor por
lo tanto no quiso que lo fuera. Los libros de caballerías eran una literatura tan mala—
una conclusión que se saca exclusivamente de los comentarios que hay sobre ellos en
Don Quijote—que Cervantes no habría empleado su talento para atacarlos; ésta habría
sido una meta trivial, indigna de un gran autor. Los libros de caballerías desaparecieron
después de Don Quijote;48 por lo tanto estaban ya casi moribundos, y Cervantes no
habría azotado el aire, como a veces se dice. Nos enfrentamos a un error de historia
literaria.

En parte, deriva esta confusión de una apreciación inadecuada del papel de los libros
de caballerías en la España del siglo XVI. 49 Estos libros constituían la principal lectura
de recreo y evasión de una época que tenía unas oportunidades de diversión mucho más
limitadas que hoy. No sólo reflejaban valores; ayudaban a formarlos, y a excepción de la
erudición, no hay rama de la cultura de la España del siglo XVI para la que no sean
importantes.50 Los libros de caballerías sugerían a los ociosos y futuros soldados que era
más agradable y viril derrotar a los enemigos con las armas que con las palabras, y que
los no cristianos eran enemigos y malas personas.51 Acentuaban lo agradable y
minimizaban lo desagradable de las expediciones a partes del mundo poco conocidas, 52
y crearon los nombres “California” y “Patagonia” para designar territorios entonces
recién descubiertos.53 Carlos V era aficionado a ellos,54 y no sólo fue el rey predilecto de
Cervantes,55 sino que dirigió la mayor expansión española de todos los tiempos. La
considerable influencia de los libros de caballerías en la literatura—las crónicas de
Indias,56 la poesía épica, las novelas pastoriles,57 las llamadas picarescas58 —no se ha
examinado adecuadamente.59 Los leían incluso futuros santos: el joven Loyola, antes de
fundar los Jesuitas, la cuasimilitar orden de los “soldados de Cristo”, móvil y con
espíritu práctico, era “muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de
caballerías”,60 y la gran reformadora y mística Teresa de Jesús, “inquieta y andariega”,
como la describió un contemporáneo suyo,61 fue, de niña, también muy aficionada a
ellos.62 Los libros de caballerías eran demasiado caros, por lo menos durante la primera
mitad del siglo XVI, para la clase baja, pero cuando los pobres y los analfabetos los
oían leer en voz alta, les gustaban tanto como a los nobles.63 Los libros producían
adicción, lo que explica su abundancia y en parte su peligro.64

Los libros de caballerías eran muy populares, pero casi desde el principio había una
oposición a ellos. No era tanto una cuestión de defectos literarios, encontrados por
teóricos tales como Sánchez de Lima y López Pinciano,65 sino que más bien se les
criticaba por los efectos sociales que producían: los libros de caballerías eran
considerados peligrosos. Muchos escritores serios comentaron el daño que causaron. 66
Apartaban la atención de los lectores de la importantísima salvación de sus almas, y no
sólo ocupaban tiempo que podía dedicarse a lecturas históricas o religiosas, sino que
con sus falsedades hacían que este tipo de lectura no interesara.67 Los libros quitaban
importancia al saber y a la autoridad establecida, y fomentaban la aventura por encima
del estudio y las empresas individuales por encima de las colectivas: eran historias de
jóvenes enajenados, aunque poco intelectuales.

20
Pero su peor defecto era que embellecían el amor, y separaban la sexualidad del fin
reproductor. En los libros de caballerías la aprobación paterna o institucional no era
necesaria para el matrimonio y el subsiguiente goce; el matrimonio podía ser contraído
ante Dios, con una criada por único testigo.68 Incluso este matrimonio secreto se
presentaba como opcional.69 “Está muy notorio el daño que en estos reinos ha hecho y
hace a hombres mozos y doncellas...leer...Amadís y todos los libros que después dél se
han fingido de su calidad y letura”, dijo la petición de las cortes que en 1555 solicitó sin
éxito que se prohibiese no sólo la publicación sino también la lectura de los libros.70
Muchos, entonces, creían que los libros de caballerías eran “en daño de las buenas
costumbres” (III, 200, 20), “perjudiciales en la república” (II, 340, 31), populizadores
de un “nuevo modo de vida” (II, 362, 26-27). Cervantes no fue el primero en creer que
había que eliminarlos, ni mucho menos.

Tampoco fue Cervantes el primero en tomar medidas en contra de ellos. Un camino


que se siguió fue la composición y publicación de lecturas alternativas; eso va mucho
más allá del conocido caso de la Caballería celestial y otros libros de caballerías a lo
divino.71 Fray Luis de León escribió y publicó De los nombres de Cristo(Salamanca,
1583) como substituto de “la lección de mil libros, no solamente vanos, sino
señaladamente dañosos, los cuales, como por arte del demonio, como faltaron los
buenos, en nuestra edad, más que en otra, han crecido”; alude claramente a los libros de
caballerías.72 Malón de Chaide, en el prólogo de su Conversión de la Magdalena, revela
aún más claramente el mismo propósito.73

Muchas obras históricas y semihistóricas se escribieron con el mismo propósito. Se


deduce fácilmente de la Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes de Pérez
de Hita, comúnmente conocido por las Guerras civiles de Granada, y también se ha
visto el mismo motivo oculto en las historias del Nuevo Mundo (supra, nota 56). Sin
embargo, este propósito es a menudo explícito. La abreviación delPaso honroso de Juan
de Pineda (Salamanca, 1588), “escripta con gran rigor de verdad”, fue publicada para
que “los Caballeros de nuestro tiempo...quietassen de aventura tan peligrosa como la de
los libros de caballerías fingidas”,74 y Jerónimo Ramírez, en el prólogo de la Mexicana
de Gabriel Lasso de la Vega (Madrid, 1954), explica a los lectores que el autor “no ha
querido perder el tiempo, celebrando fabulosas aventuras de caballeros incógnitos,
como muchos lo han hecho”.75 Bernardino Mendoza publicó sus Comentarios...de lo
sucedido en las guerras de los países bajos, desde el año de 1567 hasta el de 1577
(Madrid, 1592), para que “tengan [los soldados españoles] libros para poder dexar los
de ficciones”.76 Una de las razones por las que Juan Sánchez Valdés de la Plata escribió
su Corónica y Historia general del hombre (Madrid, 1598) fue “porque viendo yo;
benigníssimo y discreto lector, que los mancebos y doncellas, y aun los varones ya en
edad y estado, gastan su tiempo en leer libros de vanidades enarboladas, que con mayor
verdad se dirían sermonarios de Satanás, y blasones de caballería, de Amadi[s]es y
Esplandianes, de los cuales no sacan otro provecho ni doctrina, sino en hacer hábito en
sus pensamientos de mentiras y vanidades; que es lo que más codicia el diablo, y siendo
tanta la afición que tengo a los que leen y quieren aprovechar en las escrituras, ha
bastado para hacer esta obra, con la cual los aficionaré a leer en ella y en los autores que
en ella alego, y los apartaré de las grandes vanidades y mentiras”.77 Parece probable que
incluso unas crónicas fueran recobradas y publicadas con el objetivo de atraer al mismo
tipo de lectores. La Crónica de Juan Segundo, por ejemplo, con una portada típicamente
caballeresca, fue publicada en 1591 por primera vez desde 1543; el editor fue Juan
Boyer, quien con su hermano Benito había publicado anteriormente varios libros de

21
caballerías.78 Lo mismo debió de ocurrir con la Crónica del Gran Capitán (Sevilla,
1580 y 1582; Alcalá, 1584).79

Estas lecturas alternativas atraían a Cervantes;80 sin embargo, su caso no fue típico.
No hay ninguna indicación de que estas publicaciones reemplazaran las lecturas
caballerescas excepto entre aquellos que ya tenían cierta disposición intelectual o
moral.81 No sorprende, pues, que los que se oponían a los libros de caballerías sintieran
la necesidad de utilizar medidas legales contra ellos. En 1531 se prohibió su envío al
Nuevo Mundo, supuestamente más vulnerable. Esta prohibición fue reiterada varias
veces.82 En la península, no se prohibió nunca la lectura de los libros, según habían
pedido las cortes de 1555. Tampoco se prohibió totalmente su publicación, como se
solicitó en 1555, como el humanista toledano Alvar Gómez de Castro recomendó al
Santo Oficio, probablemente a finales de la década de 157083 y como se recomendó a las
cortes unos veinte años después.84 Sin embargo, su publicación tropezó con numerosos
obstáculos legales durante el reinado de Felipe II.

No se publicó jamás ningún libro de caballerías en Madrid, hecho que Pérez Pastor
atribuye a la hostilidad de las autoridades eclesiásticas locales.85 Los libros nuevos
tenían que publicarse fuera de Castilla,86 y sólo se publicaban en ella reediciones y
continuaciones, que evidentemente se consideraban menos ofensivas.87 Ni siquiera esas
tuvieron carta blanca: después de 1564 las obras del licencioso Feliciano de Silva fueron
publicadas en Zaragoza, Valencia, Bilbao, Évora y Lisboa: en cualquier lugar menos en
Castilla. Primaleón fue publicado dos veces en Lisboa y una en Bilbao, pero no en
Castilla después de 1563. Lepolemo, el Caballero de la Cruz, también apareció por
última vez en 1563, con un colofón falso y sin fecha añadido a hojas impresas entonces
pero distribuidas más tarde.

Entre 1564 y 1575 no se publicó ningún libro de caballerías en Castilla, pero después
de dos ediciones de Amadís en 1575 y de las Partes III y IV de Belianísen 1579, en 1580
empezó una gran oleada de ediciones, con dos, tres o cuatro publicaciones al año.
Después de 1588 esta oleada de publicaciones terminó bruscamente.88 Lo que esta pauta
indica no es un profundo cambio en los gustos del público, sino más bien una
alternancia de períodos de tolerancia y de prohibición. Como Marco Antonio de Camos
escribió en su Microcosmia y gobierno universal del hombre cristiano (Barcelona:
Pablo Malo, 1592), “mejorado se ha el tiempo, en lo que toca a sacar a luz libros
vulgares.... Razón era que nos acatásemos algún día los que vivimos en la República
Cristiana, del mucho daño y poco provecho que estos libros y otros tales hacen en
ella”.89

Sería un error, sin embargo, deducir que los impedimentos a la publicación de los
libros de caballerías en Castilla significaban que faltaba demanda. Indican lo contrario,
y el hecho de que los libros de caballerías continuaran publicándose fuera de Castilla lo
indica también.90 Hay muchas pruebas adicionales: está fuera de duda que los libros de
caballerías conservaban una notable popularidad a principios del siglo XVII, por no
decir nada de los últimos años del siglo dieciséis, en los que probablemente surgió la
idea de Don Quijote.91 Un portugués que visitaba la capital, Valladolid, cuando se
publicó Don Quijote se refiere muchas veces a ellos;92 Mateo Alemán menciona, en la
Segunda Parte del Guzmán de Alfarache(1604), la lectura de los libros de caballerías,93
y aparecen en 1604 y 1608 lectores que conocen los títulos de varios de ellos.94 Las
continuas críticas de los moralistas, que incluso iban en aumento, documentan la

22
atracción que los libros de caballerías todavía ejercían.95 Los documentos relativos al
comercio de libros de finales del siglo XVI y principios del XVII demuestran su
continua difusión.96 Martín Sarmiento, el erudito más cercano en el tiempo, afirmó de
modo inequívoco que “por los años mil seiscientos todos leían Libros de Caballería[s]”
(Noticia, pág. 135). El hecho de que Don Quijote no aboliera completamente la lectura
de los libros de caballerías97 es una prueba de su popularidad en la época en que se
publicó; figuran en los inventarios de bibliotecas particulares98 y en el comercio de
libros99 hasta algún tiempo después. Suárez de Figueroa aconsejaba no leer dichos libros
en su Pasajero, publicado en 1617;100 Juan Valladares de Valdelomar aún creía necesario
ofrecer lecturas alternativas después de Don Quijote;101 Lope de Vega alabó los libros de
caballerías en una dedicatoria de 1620;102 Salas Barbadillo satirizó en 1627 a un “pobre
y desvanecido hidalgo..., gran lector de libros de caballerías”, y en su Coronas del
Parnaso, publicado en 1635, a un “perro caballero andante” burlesco, Don Florisel de
Hircania y Grecia;103 un buen número de obras de teatro del s. XVII se basaron en libros
de caballerías;104 Gracián todavía los atacaba en el Criticón (1653);105 y Benito Remigio
Noydens, según la portada de su Historia moral del dios Momo de 1666, todavía ofrece
“destierro de novelas y libros de caballerías”. Evidentemente, los libros de caballerías
no habían muerto ni mucho menos cuando Cervantes escribió la Primera Parte de Don
Quijote. Los intelectuales los rechazaban, pero siempre lo habían hecho. Fueron
efectivamente “aborrecidos de tantos y alabados de muchos más” (I, 38, 6-7). Su
extinción es previsible para nosotros, acaso, pero no lo hubiera sido para ningún
contemporáneo.106

Es fácil entender por qué todos los que se preocupaban por los libros de caballerías
consideraban el principio del siglo XVII especialmente peligroso. Al acceder al trono
Felipe III, se suprimieron las restricciones establecidas por su padre, el sobrio Felipe II.
Mientras que no se había publicado ningún libro de caballerías en Madrid ni ninguno
nuevo en Castilla durante casi 50 años, en 1602 se publicó, en la corte, un libro nuevo,
Policisne de Boecia.107 También fueron reeditados, después de cuarenta años, algunos
relatos cortos caballerescos.108 Especialmente significativo para Don Quijote,
considerando las referencias al Marqués de Mantua en los capítulos 5 y 10 de la Primera
Parte, fue la publicación en 1598 por primera vez en Castilla desde 1563,109 de la
colección de Jerónimo Tremiño de Calatayud de tres romances populares que tratan de
esta figura.

Por lo tanto, los libros de caballerías no sólo conservaban su popularidad, sino que
podían haberse considerado una especial amenaza precisamente en la época en que Don
Quijote se escribía. ¿Por qué, sin embargo, batalló Cervantes contra ellos? No hay
pruebas que demuestren que hubiera observado de forma directa consecuencias
perjudiciales cuando “el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas
necedades como contienen” (II, 362, 27-29), aunque es una hipótesis atractiva y hay
pruebas de que el vulgo hacía justamente eso.110 Es igualmente posible mantener, de
nuevo sin ninguna confirmación, que, ya que los libros podían “turbar los ingenios de
los discretos y bien nacidos hidalgos” (II, 362, 31-32), el propio Cervantes había sentido
los efectos perjudiciales de los libros. No obstante, hay otras causas, bien
documentadas, que explican su deseo de “deshazer la autoridad y cabida que en el
mundo y en el vulgo tienen los libros de cavallerías” (I, 37, 19-21). Son: el interés de
Cervantes por la literatura, sus aspiraciones como escritor y por encima de todo, su
religiosidad, patriotismo y preocupación por la verdad.

23
Ningún escritor español, antes o después, se ha preocupado tanto por la literatura
española como Cervantes. Incluso dejando aparte los extensos discursos sobre la
literatura que encontramos en Don Quijote, nadie nombra a tantos autores ni, a tan gran
escala, distingue los buenos de los malos. Un libro (el Viaje del Parnaso) y un largo
poema incluido en otro (el “Canto de Calíope”, en el Libro VI de La Galatea) son
presentaciones patrióticas de los muchos méritos y—en aquél—de los defectos
ocasionales de la literatura española. Es lógico, dado su interés por la literatura, que
atacara la que le pareciera defectuosa y peligrosa.

El “Canto de Calíope” y el Viaje del Parnaso son, naturalmente, discusiones sobre la


poesía (literatura), incluidas muchas obras en prosa. Sin embargo, los libros de
caballerías no se presentaron nunca como literatura, sino como obras históricas,111 y en
este aspecto Cervantes es especialmente firme. Su pasión por la verdad en la historia no
podía expresarse más claramente: “dev[en] ser los historiadores puntuales, verdaderos y
no nada apassionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no les
hagan torcer el camino de la verdad” (I, 132, 26-29). La historia no es sólo “émula del
tiempo, depósito de las acciones” y “testigo de lo passado”, es también “exemplo y
aviso de lo presente” y “advertencia de lo por venir” (I, 132, 30-133, 1; también I, 178,
7-22). La falta de verdad en la historia también es una ofensa a Dios: “La historia es
como cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios”;112 por
tanto los libros de caballerías son heréticos, promulgadores de un error religioso.113
Teniendo en cuenta las referencias a los verdaderos héroes españoles que se encuentran
en Don Quijote (II, 83, 32-84, 18; II, 363, 12-364, 2), podemos concluir que Cervantes
creía que la lectura de los libros de caballerías, historias falsas, era perjudicial para la
grandeza de España, y lo que era perjudicial para la grandeza de España era contrario a
la voluntad divina.

Ahora bien, si Cervantes era escritor y sabía cómo escribir un buen libro de
caballerías (pasaje citado en la pág. 4), y si se sentía particularmente ofendido con los
que había, que falsamente proclamaban su historicidad, ¿por qué no los combatió
escribiendo uno? Podía ofrecer así una lectura alternativa a todos los que eran
“apassionados desta leyenda” (II, 346, 19-20), subsanando la falta de “honesto
entretenamiento” del que se quejaban Diego de Miranda (III, 201, 21-26) y el canónigo
(II, 353, 11-20; también II, 350, 32-351, 3). Creo que Cervantes lo hizo.

Los cervantistas hace tiempo que sospechan que la famosa descripción que hace el
canónigo del incompleto libro de caballerías ideal (II, 343, 23-346, 23) se refiere a una
obra ya existente. “Sería muy propio del sentido de humor de Cervantes y de su ingenio
irónico, el proponer como futuro modelo literario, por boca del canónigo, una obra que
ya tenía escrita”, dice Juan Bautista Avalle-Arce.114 Desde Schevill y Bonilla se supone
que el canónigo describe el Persiles,115 y Avalle-Arce utiliza su discurso para datar la
composición de los Libros I y II de esta obra. Algunos de los elementos mencionados
por el canónigo ciertamente se encuentran en Persiles, en el que tenemos bárbaros,
naufragios, acontecimientos felices y tristes, astrología y quizás algunos otros
ingredientes caballerescos. Pero ¿dónde hallamos el “capitán valeroso, con todas las
partes que para ser tal se requieren? ¿Dónde el “príncipe cortés, valeroso y bien
mirado”? ¿La “bondad y lealtad de vassallos”, las “grandezas y mercedes de señores”,
los “rencuentros y batallas”? Y ¿cómo puede decirse que el Persiles, tan bien
estructurado, tenga una “escritura desatada”, o que su principal empresa sea mostrarnos

24
“todas aquellas acciones que pueden hazer perfecto a un varón ilustre”? El Persiles no
es un libro de caballerías, y no corresponde a la descripción del canónigo.

Hay un indicio, al principio de Don Quijote, de que Cervantes tenía la intención de


escribir una continuación de Belianís de Grecia. El repetido deseo del protagonista (I,
51, 16-20) por sí solo no justificaría esta sugerencia. Pero en el examen de su biblioteca,
se aplaza el destino de unos cuantos libros. Uno es La Galatea, para el cual “es
menester esperar la segunda parte que [su autor] promete; quiçá con la enmienda
alcançará del todo la misericordia que aora se le niega, y entretanto que esto se ve,
tenedle recluso en vuestra posada” (I, 105, 2-6) Tres afirmaciones posteriores
mencionando la composición de la Segunda Parte de este libro (en el prólogo de la Parte
II de Don Quijote y en las dedicatorias de las Ocho comedias y ocho entremeses y del
Persiles) demuestran que el propósito de Cervantes se refleja aquí. Después de una
descripción de las mejoras necesarias en Belianís,116 da exactamente el mismo trato al
libro: “se les da [los cuatro libros de Belianís] término ultramarino, y como se
enmendaren, assí se usará con ellos de misericordia o de justicia; y, en tanto tenedlos
vos, compadre, en vuestra casa; mas no los dexéis leer a ninguno” (I, 100, 28-32).117

No hay pruebas de que Cervantes hubiera escrito ninguna parte de la continuación de


Belianís, como sugiere la afirmación anterior.118 No es difícil encontrar una razón: los
protagonistas de los libros de caballerías españoles, “los Platires, los Tablantes,
Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises”, eran ficticios, al contrario de los héroes
caballerescos extranjeros, los “nueve de la fama”,119 “doze de Francia” y los Caballeros
de la Tabla Redonda, que fueron reales, puesto que su caballerosidad podía ser revivida
(I, 261, 23-27).120 Tal pericia no se encuentra en ningún otro escritor. El tratamiento de
la caballería en Don Quijote, incluida toda la discusión entre el canónigo y el
protagonista acerca de los fundamentos históricos de la literatura caballeresca, refleja
una investigación de primera mano.

La investigación de Cervantes también incluía, lógicamente, la caballería española.


Los guerreros españoles eran los equivalentes modernos de los grandes líderes militares
de la antigüedad (II, 363, 12-27), probablemente más valerosos que los desiguales “doze
pares de Francia”.121 El canónigo, respondiendo a la defensa que hace Don Quijote de la
historicidad de la literatura caballeresca, dice que no puede decir “que no sea verdad
algo de lo que vuestra merced ha dicho, especialmente en lo que toca a los cavalleros
andantes españoles” (II, 367, 25-28). En contraste con los ejemplos de Don Quijote, sin
embargo, que son de duelos y pasos entre cristianos entablados por diversión, 122 el
canónigo cita casos de “religión militar” (II, 368, 13), actividad caballeresca dirigida
contra los enemigos de la cristiandad. Después de algunas menciones a las órdenes
militares españolas, Santiago, Calatrava, San Juan y Alcántara (II, 368, 5-10), el
canónigo concluye con el Cid y Bernardo del Carpio, cuyas hazañas son muy dudosas
(II, 368, 13-16). Aquí, sin duda, un escritor interesado por la caballería, por fomentar la
resistencia a la continua amenaza del Islam, por la verdad y por la exactitud histórica,
podría encontrar un tema.123

Hay, pues, otra posibilidad para el libro de caballerías de Cervantes, un libro que
“siendo de cavallero andante, por fuerça avía de ser grandíloqua, alta, insigne,
magnífica” y, sobre todo, “verdadera” (III, 60, 23-25). De este libro, en contraste con la
continuación de Belianís, Cervantes escribió al menos una parte.

25
Notas al Capítulo 1
1
Se refiere a ellos con frecuencia, y quiere imitar a su favorito, Amadís, “en todo lo que pudiere” (I,
375, 2); “tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucessos,
desatinos, amores, desafíos, que en los libros de cavallerías se cuentan, y todo cuanto hablava, pensava o
hazía, era encaminado a cosas semejantes” (I, 234, 26-32). Don Quijote, “quinta essencia de los
cavalleros andantes” (II, 42, 32), “sabe de memoria todas las ordenanças de la andante cavallería” (III,
178, 16-17; del mismo modo, III, 348, 11-12), razón por la cual él es su “depósito y archivo” (III, 224, 7-
10). Véanse también los pasajes citados en la nota 9 del capítulo 4.

2
Los libros de caballerías que conocían tanto Don Quijote como Cervantes, y que les importaban, eran
castellanos: Amadís de Gaula y los libros que le siguieron. Al parecer, Cervantes no sabía ni el nombre de
Chrétien de Troyes; el Caballero Zifar no lo menciona nunca; Tirant lo blanc, como se discute más abajo,
lo tomó como castellano y posterior al Amadís; incluso Palmerín de Inglaterra, aunque compuesto por
“un discreto rey de Portugal” (I, 100, 11), era para él una obra castellana.

3
Don Quijote tenía, igualmente, “entera noticia” de las “historias” de “muchos y diversos cavalleros”
(I, 200, 5-6; III, 48, 20-23); había leído “todas, o las más de sus historias” (III, 104, 1-2), “muchas” (I,
142, 18; II, 343, 20), “infinit[a]s” (I, 278, 29), “todos quantos pudo aver dellos” (I, 50, 21-22). Parece un
coleccionista de libros; en un artículo citado en la Introducción (“¿Tenía Cervantes una biblioteca?”)
mantengo que la biblioteca y la bibliofilia de Don Quijote reflejan las de su creador.

4
Lo que es difícil de atribuir a Cervantes en la declaración del canónigo es su insistencia en que no
había podido leer ninguno desde el principio al fin; los detallados comentarios que se encuentran en Don
Quijote obligan a la conclusión de que, por lo menos, había leído Amadís de Gaula, Palmerín de
Inglaterra y Tirant lo blanc enteros. El canónigo posiblemente se refiere a dos períodos distintos en sus
lecturas cuando dice “quando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos
mentira y liviandad, me dan algún contento; pero quando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el
mejor dellos en la pared” (II, 362, 17-22).

5
No se nombra a Florambel, sin embargo, ni tampoco facilita Cervantes el título de “el otro libro
donde se cuenta los hechos del conde Tomillas” (I, 210, 12-14), y confunde el título de Felixmarte de
Hircania (I, 97, 30-32; que quizás fue un error del cajista de la primera edición en II, 362, 6, pues lo
nombra correctamente en II, 83, 5-6). De igual forma, la aventura que se cuenta del Caballero del Febo en
el capítulo 15 de la Primera Parte y las de Cirongilio y Felixmarte (“El Cavallero de la Triste Guirnalda”)
en el capítulo 32 no se encuentran en sus libros, y como hasta hoy no se han encontrado esas aventuras en
otros libros, parece que fueron inventadas por necesidades de la narración. (Compárese la aventura
atribuida a Felixmarte en II, 84, 21-31 con la crítica del canónigo en II, 341, 23-342, 3, y la de Cirongilio
en II, 84, 31-85, 16 con la fantasía que Don Quijote cuenta al canónigo en II, 370, 20-371, 19.) Quizás
Cervantes escribía sin sus libros caballerescos a mano, o no creyó importante ser exacto cuando se refería
a ellos.

6
“Quál más, quál menos, todos ellos son una mesma cosa” (II, 341, 5-6) implica que de alguna forma
no son todos iguales; también la referencia a “el mejor dellos”, citada en la nota 4, implica que algunos
son mejores que otros.

7
Hay un tercer libro de caballerías, Tirant lo blanc, elogiado en el examen de la biblioteca de Don
Quijote, pero por razones muy distintas. Se discute en el capítulo 3.

8
Además de los personajes de Amadís de Gaula, los protagonistas de estos libros son los únicos
personajes de los libros de caballerías españoles que escriben sonetos introductorios en Don Quijote. Los
sonetos revelan que Cervantes conocía el contenido de estos libros.

Hay muchos pasajes que sugieren la atracción que Belianís, libro de mucha acción, ejercía en
Cervantes. Se comparan las proezas de Don Quijote con las de “los Amadisses, Esplandianes y
Belianisses” (IV, 10, 28-29); para derrotar a los turcos, lo único que se necesitaría es “el famoso don
Belianís o alguno de los del innumerable linage de Amadís de Gaula” (III, 39, 15-17); Don Quijote, según
el epitafio del Monicongo, superó “los Amadises” y “los Belianises” (II, 403, 12 y 15); “el afamado Don

26
Belianís” (I, 100, 21-22), que “tuv[o] a [sus] pies postrada la fortuna” (I, 42, 12), es el caballero del que
muchos dicen que es igual a Amadís de Gaula, aunque Don Quijote no comparte esta opinión (I, 351, 22-
30). Amadís es “valiente” y Felixmarte de Hircania “valeroso”, pero Belianís es “invencible y valeroso”
(I, 168, 13-19; compárese con III, 46, 13-19). No obstante, Belianís sufrió demasiadas luchas y heridas (I,
51, 9-13; I, 100, 23-26; III, 46, 13-19; la implicación de su soneto introductorio, I, 42, 4-16, en el que
declara sus logros al conseguir vengarse, sobre el cual véase la nota 79 del capítulo 4). (Lilia E. F. de
Orduna ha prometido un extenso artículo explorando lo que según ella es la extraordinaria influencia de
Belianís de Grecia en Don Quijote; Howard Mancing también ha tratado este tema en una comunicación
inédita.)

Con respecto al Espejo de príncipes, mencionado en Don Quijote por el nombre de su protagonista, el
Caballero del Febo, como mi tesis doctoral era una edición de su Primera Parte (Madrid: Espasa-Calpe,
1975) he querido andar con pies de plomo al afirmar la importancia que tenía para Cervantes. Pero hoy
estoy convencido de que lo tuvo en mayor estima que a la mayoría de los demás libros de caballerías.
Además del soneto introductorio, la procesión en el palacio del duque está relacionada con el Espejo por
la aparición de un personaje del libro, el sabio Lirgandeo (III, 431, 7), a quien Don Quijote también llama,
junto con Alquife de Amadís (II, 288, 1). Maese Nicolás, el barbero, sostiene que el Caballero del Febo es
superior a Palmerín de Inglaterra y a Amadís de Gaula, aunque hay ironía en su elogio, pues es
comparado, con razón, al inconstante y “nada melindroso” amante Galaor (I, 51, 25-32), y el elogio de
Amadísy de Palmerín de Inglaterra que se encuentra en el escrutinio de la librería de Don Quijote y en
otras partes demuestra claramente que Cervantes creía que estos libros eran superiores.

Sin embargo, este libro nunca es atacado, como lo fueron otros (su mención en El vizcaíno fingido
[Comedias y entremeses IV, 103, 15] únicamente indica que era largo), y debemos concluir que Cervantes
lo encontró, a pesar de su inconstante protagonista, digno de elogio; probablemente admiró mucho la
moral explícita que se encuentra en la Primera Parte (véase mi edición, I, liii-lv), sin duda el intento más
notable de reformar los libros de caballerías desde dentro del género. Creo, por lo tanto, que es correcto
considerar el Espejocomo la fuente más probable de algunos elementos de la aventura central de la cueva
de Montesinos, más probable que otras fuentes propuestas por Clemencín (en sus anotaciones), María
Rosa Lida (véase Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 141-142), Helena Percas de
Ponseti (Cervantes y su concepto del arte [Madrid: Gredos, 1975], II, 452-463) y E. C. Riley
(“Metamorphosis, Myth and Dream in the Cave of Montesinos”, en Essays on Narrative Fiction in the
Iberian Peninsula in Honour of Frank Pierce, ed. R. B. Tate [Oxford: Dolphin, 1982], págs. 105-119, en
la pág. 107, nota 5).

9
John Bowle llamó la atención sobre este párrafo y comprobó su exactitud (A Letter to the Reverend
Dr. Percy, concerning a New and Classical Edition of...“Don Quixote” [London, 1777], pág. 25).

10
La investigación de este tema es muy difícil. Hay unos cincuenta libros de caballerías, largos casi
todos ellos, y la mayoría sólo disponibles en sus ediciones originales, que ahora apenas se encuentran;
verdaderamente una turbamulta (II, 369, 1) y un mare magnum (III, 356, 2). Su similitud hace que sea
especialmente difícil llegar a conclusiones válidas sobre sus influencias o fuentes. Sin embargo, los
siguientes estudios, que no pretenden ser exhaustivos, pueden ser útiles: E. C. Riley, “‘El alba bella que
las perlas cría’: Dawn-Description in the Novels of Cervantes”, Bulletin of Hispanic Studies, 33 (1956),
125-137; Martín de Riquer, “La Technique parodique du roman médiéval dans le Quichotte”, en La
Littérature narrative d'imagination (Paris: Presses Universitaires de France, 1961), págs. 55-69, y sus
estudios citados en la nota 18, infra; Hans-Jörg Neuschäfer, Der Sinn der Parodie im “Don Quijote”
(Heidelberg: Carl Winter, 1963), R. M. Walker, “Don Quijote and the Novel of Chivalry”, New Vida
Hispánica, 12 (1964), 13-14 y 23; Howard Mancing, “The Comic Function of Chivalric Names in Don
Quijote”, Names, 21 (1973), 220-235, “Cervantes and the Tradition of Chivalric Parody”, Forum for
Modern Language Study, 11 (1975), 177-191 y The Chivalric World of “Don Quijote”. Style, Structure,
and Narrative Technique (Columbia: University of Missouri Press, 1982); mis propios “Don Quijote y los
libros de caballerías: necesidad de un reexamen” y “The Pseudo-Historicity of the Romances of
Chivalry”, en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 131-145 y 119-129
respectivamente; Gregorio C. Martín, “Don Quijote imitador de Amadís”, Estudios iberoamericanos
[Porto Alegre, Brasil], 1 (1975), 139-147; Marie Cort Daniels, The Function of Humor in the Spanish
Romances of Chivalry (New York: Garland, 1992), que propone que la autoconsciencia literaria y el juego
con las convenciones característicos de Don Quijote tienen un precedente en las obras caballerescas de
Feliciano de Silva (no incluido en este libro está un extracto de la tesis en que se basa, “Feliciano de

27
Silva: A Sixteenth-Century Reader-Writer of Romance”, en Creation and Re-Creation: Experiments in
Literary Form in Early Modern Spain. Studies in Honor of Stephen Gilman, ed. Ronald E. Surtz y Nora
Weinerth [Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1983], págs. 77-88); Sydney Cravens, “Feliciano de
Silva and his Romances of Chivalry in Don Quijote”, Inti, 7 (primavera, 1978), págs. 28-34; y Eduardo
Urbina, “Sancho Panza y Gandalín, escuderos”, en Cervantes and the Renaissance. Papers of the
Pomona College Cervantes Symposium. November 16-18, 1978, ed. Michael D. McGaha (Easton,
Pennsylvania: Juan de la Cuesta, 1980), págs. 113-124. El popular ensayo de Martín de Riquer,
“Cervantes y la caballeresca”, en Suma cervantina, ed. J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley (London: Tamesis,
1971), págs. 273-292, es fiel en sus tesis básicas.

11
También I, 97, 22-28; II, 83, 31; II, 87, 20; 341, 23-342, 21; II, 362, 19 (reflejado en II, 364, 13); II,
401, 2.

12
“Este señor ha hablado como un bendito y sentenciado como un canónigo”, dice un labrador, sin
ironía (IV, 332, 6-8).

13
I, 37, 6-7; I, 52, 9-10; I, 97, 29; II, 83, 31-32; II, 86, 6; II, 341, 10-11 y 17; II, 346, 22; II, 362, 15; II,
369, 7; II, 401, 2; IV, 398, 5; IV, 406, 10; del mismo modo, I, 59, 19-21. (Nótese también la comparación
con los “conocidos disparates” de la comedia, II, 347, 9.) Disparates es, naturalmente, como se llaman las
palabras y los actos caballerescos de Don Quijote (I, 90, 3; II, 376, 13; III, 49, 22; III, 221, 24), y el título
de la perdida comedia de Calderón acerca de él fue Los disparates de Don Quixote (citado por Russell,
“Risa a carcajadas”, pág. 424).

14
“¿Cómo es posible que aya entendimiento humano que se dé a entender que ha avido en el mundo
aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto famoso cavallero, tanto emperador de
Trapisonda, tanto Felixmarte de Ircania, tanto palafrén, tanta donzella andante, tantas sierpes, tantos
endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas batallas,
tantos desforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princessas enamoradas, tantos escuderos
condes, tantos enanos graciosos, tanto villete, tanto requiebro, tantas mugeres valientes, y, finalmente,
tantos y tan disparatados casos como los libros de cavallerías contienen?” (II, 362, 1-17; más brevemente
en II, 368, 32-369, 2).

15
I, 50, 22-51, 8; I, 97, 10; I, 98, 4; II, 342, 31-343, 9.

16
Dorotea es entusiasta de los libros de caballerías (II, 34, 29-32; II, 61, 30-31), pero ignora que Osuna
no es puerto (II, 54, 23-24; II, 61, 32-62, 2), ni puede contar la historia de Micomicona sin
equivocaciones.

17
Véase III, 372, 7-8 y IV, 119, 29-30.

18
En la introducción de su edición de la traducción española de Tirante el blanco para la Asociación de
Bibliófilos de Barcelona (Barcelona, 1947), muy difícil de hallar. Se usó material extraído de esta
introducción en su “Introducción a la lectura del Quijote”, págs. vii-lxviii de la edición de Labor de Don
Quijote (10 edición, 1958), y después en Cervantes y el “Quijote” (1960), revisado en una segunda
edición con el título Aproximación al “Quijote” (Barcelona: Teide, 1967 y reimpresiones) y nuevamente
revisado como Nueva aproximación al “Quijote” (Barcelona: Teide, 1989). Riquer es también el autor de
un artículo largo y bueno sobre Don Quijote en el Diccionario literario de González Porto-Bompiani, 20
edición (Barcelona: Montaner y Simón, 1967-1968). VIII, 717-756.

19
Acerca de Valdés, véase Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 11. Oviedo es el
autor de un libro de caballerías, Claribalte, publicado por primera vez en 1519 cuando tenía 41 años,
aunque escrito antes. En su Memoriaso Quinquagenas, muy posteriores, atacó con dureza los libros de
caballerías y otras ficciones (referencias en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 10,
nota 5 y pág. 47, nota 30).

20
No es ésta la impresión que produce Don Quijote, porque se centra en un lector ya mayor, y el libro
nos presenta un público lector de todas las edades. Evidentemente las personas maduras leían los libros de
caballerías también, pero creo que por término medio sus lectores eran más jóvenes que, por ejemplo, los

28
de poemas épicos. Los que hablan de los peligros de los libros de caballerías, de los cuales se ofrecen
ejemplos en las notas 65 y 70 de este capítulo, con frecuencia se refieren a sus efectos en los lectores
jóvenes. Juan Páez de Castro, cronista real, dijo en su Memorial de las cosas necesarias para escribir
historia que el historiador no debería escribir para aquellos que “como niños se divierten con libros de
caballerías” (citado por Benito Sánchez Alonso, Historia de la historiografía española [Madrid: CSIC,
1941-1950], II, 11).

Además de los jóvenes Valdés y Oviedo, mencionados en la nota precedente, y Loyola, que se
mencionará próximamente, Santa Teresa los leyó cuando era joven (véase infra, pág. 21). Los hechos del
famoso capitán Fernando de Ávalos, Marqués de Pescara, “se atribuían, bien o mal, al noble ardor y
estímulos de la gloria que había criado en su pecho la lección frecuente de historias de caballerías en sus
juveniles años”. (Nicolás Antonio, citado por Diego Clemencín en el prólogo de su edición de Don
Quijote, pág. 992b de la reimpresión de Ediciones Castilla, 20 edición [Madrid, 1966]. La fuente de la
anécdota es Paolo Giovio, Le vite del Gran Capitane e del Marchese di Pescara,volgarizzate da Ludovico
Domenichi [Bari: Gius, Laterza, 1931], pág. 207.)

21
Está claro por la discusión en I, 101, 11-30 que Cervantes usó la traducción castellana, y no la
italiana, publicada en 1538 y reimpresa en 1566.

22
Aparte de Don Quijote, sólo los menciona al final de El vizcaíno fingido; también hay una referencia
a Galaor, hermano de Amadís (mencionado cinco veces en Don Quijote: I, 51, 26-32; I, 173, 17; I, 279, 7;
II, 403, 13; III, 57, 18-20) en uno de los textos de “La tía fingida” (III, 276, 10), y las “doncellas de
Dinamarca” que visitan Carriazo por la noche (“La ilustre fregona”, II, 311, 16-312, 24) son las de
Amadís, II, 9.

23
Véase “¿Tenía Cervantes una biblioteca?”, en mi Estudios cervantinos, págs. 11-36.

24
Un estudio completo de este humanista, “catedrático del Estudio desta villa de Madrid”, como se
describió a sí mismo (Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra
[Madrid: Reus, 1948-1958], II, 180) es muy conveniente. Hay abundante material: sus publicaciones, su
testamento y otros documentos y sus actividades como censor de libros, de las que se encuentran
referencias en el tomo 13 de la Bibliografía de la literatura hispánicade José Simón Díaz (Madrid: CSIC,
1984). (Simón no menciona la carta preliminar de Hoyos a la Lira heroica de Francisco Núñez de Oria
[1581], citada por Maxime Chevalier, L'Arioste en Espagne [Bordeaux: Institut d'Études Ibériques et
Ibéro-Americaines de l'Université de Bordeaux, 1966], pág. 209.) Para una introducción véase Américo
Castro, “Erasmo en tiempos de Cervantes”, Revista de filología española, 18 (1931), 329-389, revisado
en Hacia Cervantes, 30 edición (Madrid: Taurus, 1967), págs. 222-261, y Astrana, II, 164, 171-173, 176-
182, 207-208, y III, 129-133 y 263-268. También se trata de López de Hoyos en la nota 85 de este
capítulo.

Phyllis S. Emerson ha publicado un utilísimo índice a la biografía de Astrana (Lexington, Kentucky:


Erasmus Press, 1978).

25
Acquaviva era “de muchas letras”, y “gustó mucho de algunos cortesanos [de Madrid] de ingenio”
(Martín Fernández de Navarrete, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra [Madrid, 1819], pág. 14).

26
Acerca de su deseo de volver a España, véase Astrana, II, 448.

27
“Su desseo es continuar siempre en el serviçio de V.M.”, encontramos en el famoso Memorial de
Cervantes a Felipe II solicitando “un oficio en las Indias” (Astrana, IV, 456). También puede verse su
entusiasmo en una carta que le mandó su superior Antonio de Guevara: “vuesa merced procure juntar toda
la cantidad [de trigo] que pudiere sin rigor y sin tratar de querer sacarlo de quien no tuviere trigo, porque
esto no es justo, de manera que se haga sin ningún ruido ni queja, aunque no se junte toda la cantidad”
(Astrana, IV, 263; para más detalles, véase Astrana, IV, 241 y Francisco Rodríguez Marín, Nuevos
documentos cervantinos, en su Estudios cervantinos [Madrid: Atlas, 1947], págs. 175-350, en la pág.
343).

29
28
“¡Cuántas veces durante su vida Miguel haría el viaje de diez días desde el centro de España a la
capital de Andalucía!” (Richard L. Predmore, Cervantes [New York: Dodd, Mead, 1973], pág. 125).
Viajaba tanto, por Andalucía por negocios, entre la casa de su mujer en Esquivias y sus propias
residencias en Madrid y Valladolid, por no hablar de sus aventuras en el extranjero, que sus biógrafos
tienden a señalar cuándo no se desplazaba más bien que lo contrario.

29
Cervantes escribía La Galatea mientras esperaba noticias de posibles puestos de trabajo, según su
carta a Eraso (Astrana, VI, 511-512). En el prólogo de las Ocho comedias declaró que volvió a escribir
obras de teatro cuando volvió a su “antigua ociosidad”. También, los libros de caballerías, según Pero
Pérez, eran escritos por “ingenios ociosos” (II, 86, 1).

30
Agustín G. de Amezúa y Mayo nos ha recordado que los viajeros no sólo leían por la noche, sino
también viajando, aunque habla de ediciones de bolsillo, físicamente mucho más pequeños que los
grandes libros de caballerías (“Camino de Trento. Cómo se viajaba en el siglo XVI”, en sus Opúsculos
histórico-literarios [Madrid: CSIC, 1951], III, 212-226, en la pág. 220). Estos libros, sin embargo,
también los leían los viajeros, como encontramos en Vergel de oración de Alonso de Horozco (Sevilla,
1544): “El libro que habla de Dios, siendo pequeño, quiebra las manos en tomándole; y los libros vanos
llenos de mentiras, pesando un quintal, se van leyendo, según yo vi algún día, quando van por los
caminos” (citado por Francisco Rodríguez Marín, Don Quijote, “nueva edición crítica” [Madrid: Atlas,
1947-1949], IX, 60). Una vieja historia acerca de Diego Hurtado de Mendoza, diplomático y autor, dice
que en su misión a Italia tomó un ejemplar de Amadís de Gaula, y que este libro, junto con Celestina,
constituía todo su material de lectura para el viaje; la anécdota se encuentra en Arte de galantería de
Francisco de Portugal, de 1670, citado por Henry Thomas, Las novelas de caballerías españolas y
portuguesas, traducción del inglés por Esteban Pujals, anejos de Revista de literatura, 8 (Madrid: CSIC,
1952), pág. 68, y más completa, con la ortografía un poco distinta, en Orígenes de la novela de Menéndez
Pelayo, edición nacional, 20 edición (Madrid: CSIC, 1962), I, 372, nota 1. Menéndez Pelayo califica la
anécdota de “no muy comprobada” (I, 372) y “poco segura” (III, 391, nota 2), y Ángel González Palencia
y Eugenio Mele, Vida y obras de Don Diego Hurtado de Mendoza (Madrid: Instituto de Valencia de don
Juan, 1941-1943), III, 240, dicen lo mismo, puesto que Mendoza se llevó a Italia una biblioteca entera.
Sin embargo, que se contara la anécdota significa algo. Tomás Rodaja, el futuro licenciado Vidriera,
seleccionó libros para su viaje a Italia.

Como ocurre con frecuencia, el dato más útil lo encontramos en el mismo Quijote. La “maletilla vieja
cerrada con una cadenilla” (II, 83, 1) del huésped de Juan Palomeque se parece mucho a una maleta de
Cervantes, puesto que contenía no sólo libros de caballerías y libros de historia, sino también manuscritos
de sus obras. Sin embargo, la mención del título “Novela de Rinconete y Cortadillo” (II, 334, 17-18) no
significaba nada para los lectores de 1605, y parece, en cambio, un intento de incorporar la realidad a la
literatura. Recuérdese que fue en el prólogo de las Novelas ejemplares donde Cervantes habló de sus
“obras que andan por ahí descarriadas, y, quizá, sin el nombre de su dueño” (I, 21, 5-7), y que en la
perdida colección de Porras de la Cámara, donde se encontraron textos de Cervantes sin indicación del
autor, figuraba un texto de “Rinconete”.

31
Hay dos datos a favor de la lectura de los libros de caballerías en las ciudades: se alquilaban
ejemplares (nota 63, infra), y en los Coloquios de Palatino y Pinciano de Juan Arce de Otálora
encontramos que “en Sevilla dizen que ay officiales que las fiestas a las tardes llevan un libro dessos a las
gradas y le leen y muchos moços y officiales y trabajadores que avían de jugar o reñir o estar en la
taberna se van allí a oír” (citado en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 161).

Sin embargo, las pruebas que indican que se leían en el mundo rural son, como mínimo, igual de
convincentes. Se enviaban muchos ejemplares al Nuevo Mundo, que era más rural. Avellaneda dijo que la
lectura de “libros de cavallerías [es] tan ordinaria en gente rústica y ociosa” (I, 8, 12-13). No se
encontraban libros de caballerías en las bibliotecas de las ciudades en tanta cantidad como se publicaban,
según documentos examinados por Bartolomé Bennassar, Valladolid au Siècle d'Or. Une ville de Castille
et sa campagne au XVIe siècle (Paris-La Haye: Mouton, 1967). Bennassar (pág. 517) señala,
correctamente, Valladolid como centro de edición de libros de caballerías; en Valladolid se publicaron
ediciones—en algunos casos la primera o única edición—de Tirante el blanco, Felixmarte de Hircania,
Cristalián de España, Florisel de Niquea, Lepolemo, Espejo de príncipes y caballeros, II y Policisne de
Boecia. Sin embargo, después de estudiar 46 inventarios de libros de bibliotecas de Valladolid durante el
período de 1536 a 1599 (véanse págs. 528-529) comenta que había pocos libros de caballerías en ellas. La

30
conclusión tiene que ser que los libros que se publicaron en Valladolid se leían fuera, es decir en aldeas o
en fincas rurales.

32
I, 50, 13-15; II, 81, 9; II, 86, 21-27; II, 341, 1-2; II, 353, 20; II, 361, 28.

33
Véase el pasaje de Arce de Otálora citado en la nota 31, supra ; el de la petición a las cortes de 1555
citado en la nota 70, infra; Alonso de Fuentes, Suma de filosofía natural (1547), citado por Eustaquio
Fernández de Navarrete, “Bosquejo histórico sobre la novela española”, en Novelistas anteriores a
Cervantes, II, Biblioteca de autores españoles, 33 (1854; reimpreso en Madrid: Atlas, 1950), págs. v-c, en
la pág. xxiii, nota 2; y Juan de Mariana, not inde$edHistoria de España, Libro VIII, capítulo 3 (citado por
Rodríguez Marín, nueva edición crítica, IX, 63). Antonio de Guevara, en la dedicación de su Libro del
emperador Marco Aurelio con el Reloj de príncipes (citado por Riquer en la primera introducción
mencionada en la nota 18, supra) asociaba los libros de caballerías con “pasar el tiempo”; con la lectura
de Espejo de príncipes y caballeros su autor Ortúñez pensaba que Martín Cortés podía “passar el tiempo
y huir de la ociosidad, que es madre de todos los vicios” (I, 20, 18-20).

34
En Esquivias vivían su mujer y su familia, y era para Cervantes su hogar más fijo. Castro del Río y
Écija eran unas ciudades andaluzas de poca importancia cultural en donde Cervantes permaneció
temporadas por negocios de la corona. Según Tomás González, Censo de población de Castilla en el
siglo XVI (Madrid, 1829), págs. 235, 335 y 346, Castro el Río tenía 1.152 vecinos (cabezas de familia) en
1587, Écija tenía 6.958 en 1588 y Esquivias 200 en 1571. Cervantes coincidió brevemente en Écija con
Cristóbal Mosquera de Figueroa cuando éste era corregidor; se ha comentado porque la presencia de dos
figuras literarias en la ciudad era insólita (Rodríguez Marín, Nuevos documentos cervantinos, en su
Estudios cervantinos, pág. 338). Acerca de la vida cultural de Esquivias, donde, debido a su situación
entre Madrid y Toledo, las compañías teatrales que pasaban por allá representaban obras religiosas por
Corpus Christi, véase Jaime Sánchez Romeralo, “El teatro en un pueblo de Castilla en los siglos XVI-
XVII: Esquivias, 1588-1638”, en Las constantes estéticas de la “comedia” en el Siglo de Oro, Diálogos
hispánicos de Amsterdam, 2 (Amsterdam: Rodopi, 1981), págs. 39-63; con reservas, Gregorio B. Palacín,
“Cervantes y Esquivias”, Romance Notes, 10 (1969), 335-341, que contiene información útil, pero afirma
rotundamente y sin las reservas necesarias que Esquivias fue el “lugar” de Don Quijote.

35
“Who Read the Romances of Chivalry”, en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs
89-118, en la pág. 103; véase también Bennassar, Valladolid au Siècle d'Or, pág. 517.

36
Cuando su ingenio no era precisamente “estéril”, sino “mal cultivado” (I, 29, 9). Eso también
ocurriría cuando, según el prólogo de las Ocho comedias, “dex[ó] la pluma”.

37
Esto es lo que Cervantes creía (IV, 406, 6-13), y hay fundamentos para ello. Véase pág. 15 y nota 48,
infra.

38
He reunido más de 50 referencias a las intenciones en las obras de Cervantes.

39
Por ejemplo, en “El casamiento engañoso”, cuyo único tema es el destructivo poder del engaño,
“viva la verdad y muera la mentira” (III, 143, 9-10).

40
Esta sugerencia seguramente es correcta. Acerca del rey, Mauricio, un personaje que tiene muchas
cosas en común con Cervantes (capítulo 5, nota 69), dice “las verdades de las culpas cometidas en
secreto, nadie ha de ser osado de sacarlas en público, especialmente las de los reyes y príncipes que nos
goviernan; sí que no toca a un hombre particular reprehender a su rey y señor, ni sembrar en los oídos de
sus vasallos las faltas de su príncipe, porque esto no será causa de enmendarle, sino de que los suyos no le
estimen” (Persiles, I, 96, 18-28). Se discute en el capítulo 5 que Cervantes creía que los gobernadores (es
decir, por debajo del rey) no eran totalmente responsables.

En las obras de Cervantes hay muchas sugerencias de que no estaba de acuerdo con muchos aspectos
del catolicismo contemporáneo; como señala con perspicacia José Luis Abellán, la palabra “cristiano”
aparece 179 veces en Don Quijote, pero “católico” sólo 24 (El erasmismo español, 20 edición, Colección
austral, 1641 [Madrid: Espasa-Calpe, 1982], pág. 267). Las dos amenazas de excomunión (Astrana, IV,
176, 182, 197-201), a las que Cervantes nunca se refirió, debieron de causarle cierto impacto; se nos

31
informa que eso no preocupa en absoluto a Don Quijote (I, 257, 29-258, 13). La recomendación a Don
Quijote de que leyera la Biblia (II, 363, 13-17) es sospechosa. (Quién podía y quién debía leer la Biblia, y
de qué manera, era una importante cuestión teológica en el siglo dieciséis.) La visita a Roma con que
concluye Persiles trata el material religioso de forma muy parca, y en “El licenciado Vidriera”, el
protagonista “visitó sus templos”, pero admiró “su grandeza” (II, 80, 14-15); el Vaticano es un monte, y
comenta “la autoridad del Colegio de los Cardenales” y la “magestad del Sumo Pontífice” (II, 81, 2-7).
Hay una sorprendente diferencia entre el respetuoso tratamiento de los ex votos dedicados a María
(Persiles, II, 48, 3-49, 13) y el crítico de los dedicados a los santos (III, 119, 8-19).

Parece que Cervantes dudaba acerca de la contribución hecha por muchos monasterios y conventos
españoles, cuya laxa adhesión a sus principios básicos fue motivo de varios proyectos de reforma en la
iglesia, y cuya proliferación y, en algunos casos, riqueza era un asunto nacional, aunque era peligroso
discutirlo abiertamente. La comparación entre frailes y caballeros en el capítulo 8 de la Segunda Parte,
incluida la afirmación que “es mayor el número de religiosos que el de los cavalleros” (III, 120, 16-17),
es muy atrevida; hay una insinuación mordaz en la observación que los religiosos son “gente medrosa y
sin armas” (I, 252, 29). (Para una discusión más detallada, véase el capítulo 2, pág. 68.)

Cervantes parece atacar las instituciones monásticas en “Rinconete y Cortadillo”, en el cual se subraya
la religiosidad y buena vida de los ladrones; entran en una “orden” dirigida por un superior, lo cual es
comparado por Rincón con vestir un “hábito honroso” (I, 254, 13), cambian sus nombres, llevan a cabo
“oficios” (I, 258, 27) y tienen un noviciado (I, 262, 24-25). Para trabajar en la casa de Carrizales, que es
explícitamente comparada con un convento o un monasterio (“El celoso extremeño”, II, 170, 6-8), las
mujeres también tenían que pasar “un año de noviciado” y hacer “profesión en aquella vida,
determinándose de llevarla hasta el fin de las suyas” (II, 166, 29-168, 11). Varios pasajes apoyan el ataque
a la castidad monástica que se encuentra en I, 365, 3-23: la “honestidad / que en las santas celdas mora”
es socavada por el baile de la chacona (“La ilustre fregona”, II, 306, 25-32); Cristina, en El viejo celoso,
pide “un frailecico pequeñito con quien yo me huelgue” (Comedias y entremeses, IV, 150, 17-18); y se
califica a una fregona de “honesta como un fraile novicio” (“La ilustre fregona”, II, 310, 24; hay un
pasaje similar en La guarda cuidadosa, Comedias y entremeses IV, 63, 12-17). Hay también indicaciones
de que no se cumplen los votos de pobreza: los frailes que llevan parasoles y montan en enormes mulas,
grandes como camellos (I, 120, 12-16; I, 122, 7-8), en el mejor de los casos monturas sosegadas (I, 251,
8-10), y el “religioso muy gordo” de “El licenciado Vidriera” (II, 110, 4), parece poco digno. “Los
señores clérigos...pocas veces se dejan mal pasar” (I, 259, 9-10; I, 255, 29-31, donde son llamados
irónicamente “buenos señores”; también en el “Coloquio de los perros”, III, 238, 6-14); “algunos dineros,
especialmente entre frailes y clérigos, que avía más de ocho, hizieron” (“Las dos doncellas”, III, 27, 30-
28, 1). Sin dar detalles, hay una actitud negativa hacia la mayoría de los frailes en El rufián dichoso:
“poder ser cortesanos los frailes, es cosa clara” (Comedias y entremeses, II, 63, 11-12); “¡en fin, son
frailes!” (II, 100, 12); “merece ser Papa tan buen fraile” (II, 101, 30).

Parece que los Jesuitas tuvieron la aprobación de Cervantes (“Coloquio de los perros”, III, 177, 12-
178, 9); el trasfondo de protesta en el pasaje que los alaba (véase Bruce Wardropper, “Cervantes and
Education”, en Cervantes and the Renaissance. Papers of the Pomona College Cervantes Symposium,
November 16-18, 1978, ed. Michael D. McGaha [Easton, Pennsylvania: Juan de la Cuesta, 1980], págs.
178-193, en las págs. 186-188) parece más una reacción contra el sistema de valores que transmitían que
contra la propia orden. Aparte de ellos, parece que Cervantes tuvo sólo buenas palabras para la disciplina
y silencio de los cartujos (I, 169, 11-15; III, 231, 27-30) y por el ascetismo y poder persuasivo de los
descalzos (“no le harán creer otra cosa frailes descalços”, II, 85, 26-27; del mismo modo en III, 359, 23-
24 y IV, 121, 13-14; El rufián dichoso, Comedias y entremeses, II, 105, 30-31). Sin embargo, es notable
que Cervantes apenas hable de monjes y monjas, cuando su hermana Luisa había pronunciado sus votos
en las carmelitas descalzas, en un convento cercano a su casa familiar en Alcalá (James Fitzmaurice-
Kelly, Miguel de Cervantes Saavedra. Reseña documentada de su vida. Traducción española con
adiciones y enmiendas revisada por el autor [Buenos Aires: Clydoc, 1944], pág. 37; Astrana, I, 443-59,
especialmente pág. 450) y su cuñado Antonio de Salazar era fraile (Fitzmaurice-Kelly, pág. 170; Astrana,
III, 435 y VI, 399; no se conoce la orden).

También encontramos indicaciones de que algunos sacerdotes no eran virtuosos. La afirmación de


Sancho “bien predica quien bien vive, y yo no sé otras thologías” (III, 262, 28-29) recibe claramente la
aprobación de Don Quijote, y se señala en tres ocasiones las aptitudes de Don Quijote como teológo o
predicador (III, 94, 9-12; III, 276, 20-23; III, 347, 28-30). El eclesiástico en el palacio ducal es uno de los

32
personajes más negativos de todo el libro, y la referencia de Sancho a un “cura de aldea” como modelo de
sabiduría (IV, 238, 10) parece sincero. Para más comentarios y referencias a pasajes cervantinos que
mencionan a los religiosos, con reservas sólo acerca de la directa influencia de Erasmo (pues, entre otras
consideraciones, debería considerarse a Mondragón como posible intermediario; véase el capítulo 6, nota
53), pueden consultarse Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, 20 edición de Julio Rodríguez-
Puértolas (Barcelona-Madrid: Noguer, 1972), capítulo 6; Marcel Bataillon, Erasmo y España, trad. de
Antonio Alatorre, 20 edición (México: Fondo de Cultura Económica, 1966), págs. 784-799; Abellán,
págs. 266-281; con cautela, Salvador Muñoz Iglesias, Lo religioso en “El Quijote” [sic] (Toledo: Estudio
Teológico de San Ildefonso, 1989); Antonio Vilanova, “Don Quijote y el ideal erasmista del perfecto
caballero cristiano”, en Actas del Tercer Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas
(Barcelona: Anthropos, en coedición con el Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1993), chapter
6págs. 69-87; y Francisco Abad, “Las ideas lingüísticas y el erasmismo de Cervantes. Estado actual de
estas cuestiones”, en Actas del Tercer Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, págs.
179-190.

41
“The Function of the Norm in Don Quijote”, Modern Philology, 55 (1958), 154-163, en la pág. 157.

42
Eso lo sugirió en el siglo XVIII el primer biógrafo de Cervantes, Gregorio Mayáns y Siscar, Vida de
Miguel de Cervantes Saavedra, ed. Antonio Mestre, Clásicos castellanos, 172 (Madrid: Espasa-Calpe,
1972), págs. 56-57.

Mayáns hizo lo que nadie más ha hecho: comparó la aprobación con otros textos de Márquez Torres, y
afirmó que el lenguaje no era el mismo. Su sugerencia fue atacada, con razonamientos superficiales, por
Navarrete, Vida, págs. 491-493; explica que el estilo de Márquez Torres, en la aprobación de 1615, no se
parece en absoluto al estilo de un libro suyo escrito en 1626 porque “se dejó llevar de la corriente de los
escritores de mal gusto que triunfó después de la muerte de Cervantes” (pág. 493).

La sugerencia de Mayáns está bien fundamentada. Era típico de Cervantes disfrazar su autobombo y
cada apartado de la aprobación de Márquez corresponde a una observación hecha por Cervantes:

No hallo en él cosa indigna de un christiano En toda ella no se descubre, ni por semejas, una palabra
zelo ni que disuene de la decencia devida a deshonesta, ni un pensamiento menos que católico (III, 68,
buen exemplo.... Su decoro y decencia 20-22)
Su bien seguido assunto para extirpar los Llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada
vanos y mentirosos libros de Cavallerías, destos cavallerescos libros (I, 38, 4-5)
cuyo contagio avía cundido más de lo que aborrecidos de tantos y alabados de muchos más (I, 38, 6-7)
fuera justo,
como en la lisura del lenguaje castellano a la llana, con palabras significantes, honestas y bien
colocadas (I, 37, 25-26)
no adulterado con enfadosa y estudiada toda afectación es mala (III, 331, 30)
afectación...
guarda con tanta cordura las leyes de la el averme reprehendido en público, y tan ásperamente, ha
reprehensión christiana, passado todos los límites de la buena reprehensión (III, 389,
20-22)
que aquel que fuere tocado de la el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y
enfermedad...se hallará, que es lo más difícil deleitar juntamente (II, 344, 32-345, 2)
de conseguirse, gustoso y reprehendido.
Bien diferente han sentido de los escritos de Dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han
Miguel de Cervantes assí nuestra nación impresso, y aun ay fama que se está imprimiendo en
como las estranas...España, Francia, Alemania Amberes, y a mí se me trasluze que no ha de aver nación ni
y Flandes lengua donde no se traduzga (III, 62, 9-13)

El grande emperador de la China...me escribió una


carta...porque quería que el libro que se leyesse [en su
colegio] fuesse el de la historia de don Quixote (III, 33, 15-
22)

En estos como en los estraños reinos (IV, 406, 3)

33
General aplauso General aplauso (III, 400, 19)
Certifico con verdad.... La verdad de lo (Centenares de ejemplos; véase mi Las “Semanas del
que...digo jardín”, págs. 37-41.)
Apenas oyeron...quando... Apenas oyó...quando (III, 37, 15; III, 306, 25-26; III, 306,
25-26; IV, 247, 25-26).

Para muchos otros ejemplos, véase la voz “apenas” en las


concordancias incompletas del Quijote de Enrique Ruiz-
Fornells [Madrid: Cultura Hispánica, 1976-1980).
La Galatea, que alguno dellos tiene casi de Verá...el fin de la Galatea, de quien sé está aficionado vuesa
memoria la primera parte désta Excelencia (Persiles, dedicatoria)
Era viejo, soldado, Lo que no he podido dexar de sentir es que me note de viejo
y de manco, como si...mi manquedad huviera nacido en
alguna taberna.... El soldado más bien parece muerto en la
batalla que libre en la fuga (III, 271, 16-27)
hidalgo y pobre.... Estoy muy sin dineros (III, 34, 2-3)
Siendo él pobre, haga rico todo el mundo.... (Este tipo de oposición se discute en el capítulo 6.)
Toca los límites de lisongero elogio.... Si a los oídos de los príncipes llegasse la verdad desnuda,
sin los vestidos de la lisonja (III, 55, 26-28)
El pico del adulador Será forçoso valerme por mi pico (Novelas ejemplares,
prólogo)

Elias Rivers ha estudiado la aprobación de Márquez Torres, pero sin tomar postura acerca de la
intervención de Cervantes en su composición, “On the Prefatory Pages of Don Quixote, Part II”, Modern
Language Notes, 75 (1960), 214-221; E. C. Riley menciona con mayor apoyo la intervención cervantina
en “Cervantes and the Cynics (‘El licenciado Vidriera’ y ‘El coloquio de los perros’)”, Bulletin of
Hispanic Studies, 53 (1976), 189-199, en las págs. 194-195.

43
I, 8, 10-12. Los paralelismos entre las continuaciones de Cervantes y Avellaneda no son, por
ocasionales, menos sorprendentes. Hace tiempo que se considera que indican que uno de ellos tuvo
acceso a la obra del otro antes de su publicación (sobre el tema, véase mi “El rucio de Sancho y la fecha
de composición de la Segunda Parte de Don Quijote”, traducción de Elvira de Riquer, en mi Estudios
cervantinos(Barcelona: Sirmio, 1991), págs. 143-152, en la pág. 152, nota 17). Hay que añadir, sin
embargo, que a Avellaneda le importaba más atacar a Cervantes que a los libros de caballerías.

44
Daniel E. Quilter, “The Image of the Quijote in the Seventeenth Century”, tesis, University of
Illinois, 1962, págs. 88-90. Puede leerse el comentario de Matías de los Reyes en Carroll B.
Johnson,Matías de los Reyes and the Craft of Fiction, University of California Publications in Modern
Philology, 101 (Berkeley: University of California Press, 1973), pág. 220; el de Bartolomé de Góngora en
su Corregidor sagaz, ed. Guillermo Lohmann Villena (Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1960),
pág. 136; el de Luis Galindo en la “nueva edición crítica” de Rodríguez Marín, VIII, 269. Según Nicolás
Antonio, “El Don Quijote de la Mancha, festivísima invención de un héroe, nuevo Amadís a lo ridículo,
agradó tanto, que oscureció todas las bellezas de las antiguas invenciones de esta clase, que por cierto no
eran pocas”. (Citado de la traducción en la “Guía del lector del Quijote”, págs. 11-169 de Justo García
Soriano and Justo García Morales, en Don Quijote, 110 edición (Guía is dated 1946).[Madrid: Aguilar,
1966], págs. 11-169, la cita en la pág. 71.)

45
“Sa lecture (si on la met à profit[)] sauuera la perte du temps, que plusieurs consomment à feuilleter
les Romans fabuleux...” (César Oudin, trad. de Le valereux Don Quichotte de la Manche [Paris, 1625],
“Au roy”, sin paginar). “Opera gustosissima, e di grandissimo trattenimiento à chi è vago d'impiegar
d'ozio in legger battaglie, desfide, incontri, amorosi biglietti, et inaudite prodezzi di Cavalieri erranti”
(Lorenzo Franciosini, trad. de L'ingegnoso cittadino Don Chisciotte [Venetia: Andrea Baba, 1622-1625],
portada de la Primera Parte).

34
46
“Con tan pestíferos materiales, pudo el Autor del Amadís de Gaula hatraher los idiotas a su lectura.
Y de ese Libro como de un Caballo troyano, salió toda la canalla de la descendencia de Amadís. Y si Dios
y Cervantes no hubiesen atajado ese chorrillo, aun oy se multiplicarían esos ineptos, y perniciosos
Libros” (Martín Sarmiento, primer historiador de la literatura española y autor del primer estudio de un
libro de caballerías, “Amadís de Gaula”, págs. 87-132 de su Noticia de la verdadera patria (Alcalá) de él
[sic] Miguel de Cervantes, escrito en 1761 y publicado por primera vez por Isidro Bonsoms [Barcelona:
Álvaro Verdaguer, 1898], pág. 103; es el mismo estudio presentado como inédito por Barton Sholod,
“Fray Martín Sarmiento, Amadís de Gaula and the Spanish Chivalric ‘Genre’” Studies in Honor of Mario
A. Pei [Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1972], págs. 183-199). Acerca de la postura
similar de Riquer, véase la nota 18, supra; acerca de la de Clemencín, la introducción de su edición de
Don Quijote (citado en la nota 20, supra), excelente estudio que bien merece leerse.

47
Esto ya lo dijo Charles Jervas en 1742, según A. P. Burton, “Cervantes the Man Seen through
English Eyes”, Bulletin of Hispanic Studies, 45 (1968) 1-15, en la pág. 10. Poco después, Thomas Percy,
primer coleccionista moderno de libros de caballerías, señaló que su desaparición afectaba la lectura de
Don Quijote, y avisó acerca de una posible pérdida permanente de su sentido: “Como el gusto por estos
Viejos Libros de Caballerías está, en nuestros días, totalmente desacreditado, de quinientos lectores ni uno
ha visto una línea de estos libros, y por consiguiente deben de perder toda la fina ironía [ridicule] de
Cervantes, y los pasajes más ingeniosos les parecerán oscuros e ininteligibles.

“El intentar suplir esta deficiencia sería, estoy convencido, muy aceptable al Mundo y cada día es más
necesario, pues estos viejos Romances son cada vez más escasos y difíciles de encontrar. Dentro de poco
estos libros se perderán y se olvidarán por completo, pues quién reimprimirá un libro que nadie va a leer;
y cuando esto ocurra, los mejores trazos de Don Quijote se verán envueltos en una Oscuridad
impenetrable.

“Sería un Trabajo muy grato, y los Admiradores del ingenio y del humor estarían muy agradecidos a
cualquier Persona competente, que se tomara la Molestia de leer cuidadosamente todos esos Volúmenes
de Basura, para seleccionar y rescatar del Olvido, los pasajes e incidentes aludidos en Don Quijote” (pág.
xi de una carta a Lockyer Davis, publicada por David Nichol Smith en su prefacio a la reconstrucción de
las Ancient Songs chiefly on Moorish Subjects translated from the Spanish de Percy [London: Humphrey
Milford, Oxford University Press, 1932], pág. xiii).

Una generación antes Martín Sarmiento había dicho lo mismo: “Quiso ridiculizar los libros de
caballerías y no lo hiciera con acierto y gracia si antes no los hubiese leído y se hubiese familiarizado con
ellos: así usa de nombres propios, de voces caballerescas y del estilo y expresiones que idénticamente se
hallan en aquellos libros y con especialidad en los cuatro libros de Amadís de Gaula. Y como esos libros
y los que siguieron son ya muy raros y muy pocos los han leído, por eso son muy pocos los que pueden
leer a D. Quijote con todo el alma que en él puso Cervantes. Por esa razón no sería mal recibido el que
algún curioso se dedicase a comentar la historia de D. Quijote con notas literales. No piense en eso el que
no leyese antes a Amadísy a otros libros semejantes.” (Conjetura sobre la Ínsula Barataria, citado en
Francisco María Tubino, El “Quijote” y la estafeta de Urganda [Sevilla: La Andalucía, 1862], pág. 22;
casi el mismo texto en Sarmiento, Noticia, págs. 135-136.)

La postura de Sarmiento no era la oficial. Como señala Tubino, el primer editor erudito, John Bowle,
muy influido por su amigo Percy, hizo lo que Sarmiento había recomendado e incluyó anotaciones en su
edición. La Real Academia de la Lengua, al preparar su edición de 1780, mucho mejor conocida y
recientemente reimpresa, decidió que estas anotaciones no eran necesarias (Armando Cotarelo Valledor,
El “Quijote” académico [Madrid, 1948], págs. 14-15). Es inexplicable y criticable que se haya
reproducido en facsímil la edición de la Academia, cuando no existen en España, según la bibliografía de
José Simón Díaz, sino unos cuatro ejemplares de la edición de Bowle, mucho más merecedora de una
nueva impresión.

48
Con sólo una excepción, no se publicaron libros de caballerías desde 1605 hasta el siglo XIX. Esta
única excepción, el Espejo de príncipes y caballeros, editado en Zaragoza en 1617-1623, puede
explicarse en parte como una reacción a la mofa de Zaragoza y los aragoneses en la Segunda Parte de
Don Quijote. (Véase mi “Cervantes, Lope y Avellaneda”.)

35
49
La siguiente discusión acerca del papel social de los libros de caballerías en la España de los siglos
XVI y XVII representa una considerable refinamiento de la que ofrecí en Romances of Chivalry in the
Spanish Golden Age, capítulo 4.

50
La novela española es tan rica y tan extensa que nadie ha escrito su historia. El último bosquejo,
como lo llama su mismo autor, es de 1854; es el “Bosquejo histórico sobre la novela española” de
Eustaquio Fernández de Navarrete. Éste es su comentario sobre el papel de los libros de caballerías en la
sociedad española: “El libro de caballerías debe considerarse como la novela de costumbres de la edad
media: las exageraciones están en los hechos que refiere, no en las ideas que enuncia; y aun en materia de
hechos, no todos los que ahora nos parecen inverosímiles dejaban de tener ejemplos en la vida real de
aquellos tiempos. Cuando vemos en la crónica de don Juan II de Castilla caballeros, cuya existencia no es
dudosa, irse por esos mundos buscando aventuras, deseando encontrar con quien medir el esfuerzo de su
potente brazo en los torneos, y damas a cuyas plantas rendir los trofeos de su victoria; cuando vemos a un
sugeto tan grave como Diego de Valera...andar convertido de corte en corte en un matasiete; cuando
vemos pasos de armas como el del Puente de checkedÓrbigo [se refiere al Paso honroso; véase nota
73,infra] donde centenares de caballeros de todos los países acudieron a romperse las cabezas y
magullarse el cuerpo, por si era más o menos hermosa una dama, a quien la mayor parte de ellos no
conocía; cuando todavía un siglo después miramos a Carlos V desafiar a singular batalla a Francisco I [de
Francia], exponiendo sus reinos a quedar huérfanos [véase Pero Mexía, Historia del emperador Carlos V,
ed. Juan de Mata Carriazo (Madrid: Espasa-Calpe, 1945), págs. 508-521; Cartas de batalla, ed. Antonio
Orejudo (Barcelona: Promociones y Publicaciones Universitarias, 1993), págs. 175-201]; y cuando, lo
que es más extraño, se nos presenta Felipe II, el príncipe de genio menos poético y especulativo que hubo
jamás, haciendo en los regocijos con que le festejaron los estados de Flandes el papel de caballero
andante [véase, sobre la participación de Felipe II en las fiestas caballerescas, que después se descubrió
que fue exclusivamente para complacer a su padre, Daniel Devoto, “Folklore et politique au Chateau
Ténébreux”, en Les Fêtes de la Renaissance. II. Fêtes et cérémonies au temps de Charles Quint, ed. Jean
Jacquot (Paris: Centre National de la Recherche Scientifique, 1960), págs. 311-328, y la principal fuente
de Devoto, Juan Calvete de Estrella, El felícisimo viaje del príncipe don Felipe (1552), Sociedad de
Bibliófilos Españoles, 20 época, 7-8 (Madrid, 1930)], admiramos la verdad de estos libros y reconocemos
su influjo. Al presente nos es imposible formar una idea cabal del que recíprocamente ejercieron estos
libros en las costumbres y las costumbres en ellos.... Grandes cosas tenían que hacer aquellos siglos; el
impulso debía de ser proporcionado. Sin la excitación febril que promovieron por aventuras, ¿hubiera
habido muchos que confiándose a unos frágiles maderos se hubiesen entregado al Océano, sin norte ni
guía en busca de nuevas regiones, ni se hubiesen expuesto a las hambres y peligros que experimentaron
por explorarlas, ni acometer con pocas docenas de hombres imperios poderosísimos?” (págs. xxii-xxiii).

51
VéaseRomances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 44, 65 y 70.

52
“Lo que motivó a los españoles a embarcarse en la gran aventura, lo que animaba—daba ánimo y
ánima—a la muchedumbre alucinada que de las Antillas partió a todos los extremos de la tierra firme, fue
el elemento mágico de los libros de caballerías que seguía operando en un pueblo enamorado de las
hazañas descomunales.... La vida de Amadís de Gaula empuja al pueblo a meterse en las
caravelas”(Germán Arciniegas, El continente de los siete colores [Madrid: Aguilar, 1989], pág. 170).
Sobre el tema, véanse Irving Leonard, Los libros del conquistador, trad. de Mario Monteforte Toledo
(México: Fondo de Cultura Económica, 1953) y Ida Rodríguez Prampolini, Amadises de América. La
hazaña de Indias como empresa caballeresca, 20 edición revisada (Caracas: Centro de Estudios
Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”, 1977).

53
Ruth Putnam y Herbert I. Priestley, California: The Name, University of California Publications in
History, 4.4 (Berkeley: University of California Press, 1917), págs. 293-365, y María Rosa Lida de
Malkiel, “Para la toponimia argentina: Patagonia”, Hispanic Review, 20 (1952), 321-23, comentado por
Marcel Bataillon, “Acerca de los patagones: Retractatio”, Filología, 8 (1962 [1964]), 27-45.

54
Consta de las fiestas caballerescas celebradas durante su reinado, de su desafío a Francisco I de
Francia (véase nota 50, supra), y del prólogo a Belianís de Grecia III-IV, que comenta el interés de Carlos
V (véase nota 87, infra). También, Valladolid, donde se publicaban muchos libros (supra, nota 31), era la
capital de Carlos V.

36
Mientras que se ha estudiado bastante ampliamente la caballería en la cultura hispánica del siglo XV
(por ejemplo los estudios de Martín de Riquer, citados en mi Castilian Romances of Chivalry in the
Sixteenth Century. A Bibliography, págs. 98-99; Jole Scuderi Ruggieri, Cavalleria e cortesia nella vita e
nella cultura di Spagna [Modena: STEM Mucchi, 1980]) no hay ninguna visión de conjunto de lo
caballeresco en la España del siglo XVI. He citado algunas fuentes en Romances of Chivalry in the
Spanish Golden Age, págs. 40-42, 70 nota 28, y 113; Tubino tiene otras fuentes, págs. 192-195, y véase la
nota 50, supra, y Francisco López Estrada, “Fiestas y literatura en los Siglos de Oro: la Edad Media como
asunto festivo (el caso del Quijote)”, Bulletin hispanique, 84 (1982), 291-327, en la pág. 298, nota 16. Es
casi seguro que los diez años que Juan de Valdés dijo que había pasado en “palacios y cortes” leyendo
libros de caballerías (Diálogo de la lengua, ed. Cristina Barbolani de García [Firenze: D'Anna, 1967],
pág. 96) incluyen el tiempo que pasó en la corte de Carlos V. R. O. Jones ha sugerido, en una conferencia
inédita, que la abdicación de Carlos y su retiro al monasterio de Yuste pudo haberse inspirado en la
abdicación de Lisuarte y su retiro al castillo de Miraflores, en Sergas de Esplandián. (Mis intentos para
localizar esta conferencia han fracasado; véase D. W. Cruickshank, “Some Aspects of Spanish Book-
Production in the Golden Age”, The Library, 50 serie, 31 [1976], 1-19, en la pág. 19, y R. O. Jones, A
Literary History of Spain. The Golden Age: Prose and Poetry(London: Benn, 1971], pág. 56.)

55
Véase II, 212, 22-25; Persiles, I, 320, 9-12; los poemas celebrando a Carlos alabados durante el
escrutinio de la librería (I, 106, 12-18). Cervantes rara vez menciona a otro soberano, aunque Felipe II es
alabado en una de sus primeras obras, Cerco de Numancia (Comedias y entremeses, V, 124, 32).

56
“Una reacción contra el fondo y contra la forma de esos libros se observa en el florecer que ahora
inicia la prosa, principalmente en manos de los historiadores de las cosas de Indias (maravillas reales
opuestas a las fantasías caballerescas)”, dijo Ramón Menéndez Pidal, “El lenguaje del siglo XVI”, en su
La lengua de Cristóbal Colón, Colección austral, 280, 30 edición (Buenos Aires: Espasa-Calpe Argentina,
1947), págs. 49-87, en la pág. 65. Stephanie Merrim, en “‘Un mare magno e oculto’: Anatomy of
Fernández de Oviedo's Historia general y natural de las Indias”, Revista de estudios hispánicos[Puerto
Rico], 11 (1984), 101-119, examina un ejemplo de una crónica que es en parte una respuesta y una
sustitución de los libros de caballerías. Sebastián de Covarrubias (s.v. “fábula”) establece una
comparación entre los libros de caballerías y las crónicas de Indias: “Los que avéys leydo las Corónicas
de las Indias, cosa que passó ayer, tan cierta y tan sabida, mirad quántas cosas ay en su descubrimiento y
en su conquista, que exceden a quanto han imaginado las plumas de los vanos mentirosos que han escrito
libros de cavallerías, pues éstas vendrá tiempo que les llamen fábulas y aun las tengan por tales los que
fueren poco aficionados a la nación Española y para evitar ese peligro, se avía de aver defendido que
ninguno las escriviera poéticamente en verso, sino conservarlas en la pureza de la verdad con que están
escritas, por hombres tan graves y tan dignos de fe, sin atavío, afeyte, ni adorno ninguno”. (Tesoro de la
lengua castellana o española, ed. Martín de Riquer [Barcelona: Horta, 1943]).

57
Sobre la influencia de los libros de caballerías en Montemayor, véase Maxime Chevalier, “La Diana
de Montemayor y su público en la España del siglo XVI”, en Creación y público en la literatura
española, ed. J.-F. Botrel y S. Salaün (Madrid: Castalia, 1974), págs. 40-55.

58
Véase mi “Does the Picaresque Novel Exist?”, Kentucky Romance Quarterly, 26 (1979), 203-219.

59
Es un tema muy amplio. Lazarillo de Tormes como héroe anticaballeresco es ahora un tópico (para
referencias, Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 47, nota 31). El prolífico Feliciano de
Silva desempeñó un papel importante en la introducción de elementos pastoriles en la novela (véase
Sydney P. Cravens, Feliciano de Silva y los antecedentes de la novela pastoril en sus libros de
caballerías[Chapel Hill: Estudios de Hispanófila, 1976]). La poesía épica del Siglo de Oro español es un
tema tan amplio que su relación con los libros de caballerías está casi sin examinar (se ofrecen unas pocas
notas en la tesis de Charles Philip Johnson, “Lope de Vega's Contribution to the Spanish Golden Age
Epic: An Evaluation”, Florida State, 1974; resumen en Dissertation Abstracts International, 35 [1974],
2993A).

60
Citado de su Autobiografía (dictada), ed. Cándido de Dalmases, S. I., en sus Obras completas, 40
edición (Madrid: Católica, 1952), pág. 92. El elemento caballeresco en la juventud de Loyola es tan
importante que se propuso en una ocasión que Cervantes pensaba en Loyola al crear Don Quijote (Bowle,
A Letter to Dr. Percy, pág. 50). El pasaje entero de la autobiografía de Loyola, explicando el origen de su
llamada religiosa, dice: “y porque era muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de

37
caballerías, sintiéndose bueno, pidió que le diesen algunos dellos para pasar el tiempo; mas en aquella
casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un Vita Christi y un libro de la vida de los
Santos en romance”,

El amor de Loyola era evidentemente caballeresco. (No se sabe a quién iba dirigido su afecto; sin
embargo, las tres personas propuestas, según las anotaciones de Dalmases, pág. 92, nota 7, son mujeres
que en otras ocasiones se han asociado a los libros de caballerías; véase Romances of Chivalry in the
Spanish Golden Age, págs. 42 y 114-117.) A pesar de leer Vita Christi y la Vida de los santos, todavía
pensaba “en las cosas del mundo que antes solía pensar. Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían, una
tenía tanto poseído su corazón, que se estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y cuatro horas
sin sentirlo, imaginando lo que había de hacer en servicio de una señora, los medios que tomaría para
poder ir a la tierra donde ella estaba, los motes, las palabras que le diría, los hechos de armas que haría en
su servicio. Y estaba con esto tan envanecido, que no miraba cuán imposible era poderlo alcanzar; porque
la señora no era de vulgar nobleza: no condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno
destas” (Autobiografía, pág. 92).

La vela de las armas de Loyola, inspirada en la de Esplandián en el Libro IV de Amadís de Gaula, es


su acción caballeresca más conocida: “Y fuese su camino de Monserrate, pensando, como siempre solía,
en las hazañas que había de hacer por amor de Dios. Y como tenía todo el entendimiento lleno de aquellas
cosas, Amadís de Gaula y de semejantes libros, veníanle algunas cosas al pensamiento semejantes a
aquéllas; y así se determinó de velar sus armas toda una noche, sin sentarse ni acostarse, mas a ratos en
pie y a ratos de rodillas, delante el altar de Nuestra Señora de Monserrate, adonde tenía determinado dejar
sus vestidos y vestirse las armas de Cristo” (Autobiografía, pág. 100). El dejar a su montura escoger la
dirección del viaje es otro ejemplo de conducta caballeresca (véase Don Quijote, I, 58, 10-11; I, 83, 11-
13; I, 323, 14-15; y Espejo de príncipes y caballeros, III, 41, 12, nota): “Un moro [dijo] tales cosas de
Nuestra Señora...que...le venían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho;
y perseverando mucho en el combate destos deseos, a la fin quedó dubio, sin saber lo que era obligado
hacer.... Y así, después de cansado de examinar lo que sería bueno hacer, no hallando cosa cierta a que se
determinase, se determinó en esto, scilicet, de dejar ir a la mula con la rienda suelta hasta el lugar donde
se dividían los caminos; y que si la mula fuese por el camino de la villa, él buscaría el moro y le daría de
puñaladas; y si no fuese hacia la villa, sino por el camino real, dejarlo quedar” (Autobiografía, págs. 99-
100). (La misma información, ocasionalmente con algún detalle adicional, en la vida de Loyola de Pedro
de Rivadeneyra, en Obras escogidasde Rivadeneyra, Biblioteca de autores españoles, 60 [1868;
reimpreso en Madrid: Hernando, 1927], págs. 14b, 17a y 18a.)

Según Pedro de Leturia, S. J., Ignacio en sus Memoriasdeclaraba que tenía “todo el entendimiento
lleno” de Amadís y semejantes libros (“Loyola y Castilla”, según nota un extracto de su libro El
Gentilhombre Íñigo López de Mendoza en su patria y en su siglo [Barcelona: Labor, 1949], en Ignacio de
Loyola en Castilla. Juventud, formación, espiritualidad, ed. Pedro de Leturia, S. J., et al. [Valladolid:
Caja de Ahorros Popular de Valladolid y Provincia de Castilla de la Compañía de Jesús, 1989], págs. 11-
43, en la pág. 31). También señala Leturia, págs. 16-19, la penetración de los libros de caballerías en
Guipúzcoa en las postrimerías del siglo XV y primeros decenios del XVI, y en las págs. 31-34 la
influencia del ambiente religioso de Amadís sobre él. Rogelio García Mateo, S. J., comenta “el ideal
caballeresco en la espiritualidad de Ignacio de Loyola”, y los vínculos entre la familia de los Loyola y la
Orden de la Banda (capítulo 4, nota 35), en “El mundo caballeresco de Ignacio de Loyola”, Archivum
Historicum Societatis Iesu, 60 (1991), 5-28, y en “Orígenes del ‘más’ ignaciano”, en Ignacio de Loyola
en Castilla. Juventud, formación, espiritualidad, ed. Pedro de Leturia, S. J., et al.(Valladolid: Caja de
Ahorros Popular de Valladolid y Provincia de Castilla de la Compañía de Jesús, 1989), págs. 115-127. El
mismo autor analiza “Ignacio de Loyola y el Amadís” en “Ignacio de Loyola y el mundo caballeresco”, en
Ignacio de Loyola, Magister Artium en París 1528-1535. Libro-homenaje de las Universidades del País
Vasco y de la Sorbonne a Ignacio de Loyola en el V Centenario de su Nacimiento, ed. Julio Caro Baroja y
Antonio Beristain (Donostia-San Sebastián: Sociedad Gipuzkoana de Ediciones y Publicaciones, 1991),
págs. 293-302.

Rafael Lapesa comenta el origen militar y caballeresco de los jesuitas, llamando a Loyola “caballero
andante a lo divino” (pág. 195) en “La Vida de San Ignacio del P. Ribadeneyra”, Revista de filología
española, 21 (1934), 29-50; he usado la reimpresión que figura en De la Edad Media a nuestros días de
Lapesa, (Madrid: Gredos, 1967), págs. 193-211. Según el P. Sabino Sola, S. J., “En torno al castellano de
San Ignacio”, en El centenario ignaciano, 1556-1956, número extraordinario de Razón y fe(enero-febrero,

38
1956), 243-274 (que conozco sólo por medio de Robert Ricard, “Anexo sobre el lenguaje y estilo de San
Ignacio”, en sus Estudios de literatura religiosa española, traducido por Manuel Muñoz Cortés [Madrid:
Gredos, 1964], págs. 168-172, en la pág. 168), Loyola, que era vasco, aprendió el castellano correcto
leyendo libros de caballerías. Puede tener alguna utilidad el comentario de Rogelio García Mateo, S. J.,
“La formación cortesano-caballeresca de Ignacio de Loyola y su espiritualidad”, publicado primero
(según nota) en Manresa, 58 (1986), en el ya citado tomo Ignacio de Loyola en Castilla, págs. 103-114.
Según el resumen publicado en Dissertation Abstracts International, 49 (1989), 3052A-3053A, la tesis de
Harry Wells Fogarty, “Approaches to the Process of Personal Transformation: The Spiritual Exercises of
Ignatius Loyola and Jung's Method of Active Imagination”, Union Theological Seminary, 1987, analiza el
influjo de Amadís de Gaula en la personalidad y visión del mundo de Loyola.

61
Ramón Menéndez Pidal, “El estilo de Santa Teresa”, en su La lengua de Cristóbal Colón, págs. 128-
150, en la pág. 130.

62
En su Vida, Teresa escribió, refiriéndose a su madre, “era afiçionada a libros de cavallerías y no tan
mal tomava este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque no perdía su lavor, sino desenbolviémonos
para leer en ellos, y por ventura lo açia para no pensar en grandes travajos que tenia y ocupar sus yjos que
no anduviesen en otras cosas perdidos; de esto le pesava tanto a mj padre que se avia de tener aviso a que
no lo viese. Yo començe a quedarme en costunbre de leerlos y aquella pequeña falta que en ella vi me
començo a enfriar los deseos y començar a faltar en lo demas y pareçiame no era malo, con gastar muchas
oras de el dia y de la noche en tan vano ejerçiçio aunque ascondida de mi padre. Era tan en estremo lo que
en esto me enbevía que si no tenia libro nuevo no me pareçe tenia contento” (capítulo 2; citado por
Rodríguez Marín, “nueva edición crítica”, IX, 59).

P. Francisco de Ribera, en su Vida de Santa Teresa de Jesús de 1590, da más detalles: “El
demonio...puso su diligencia en estragar...los dones naturales que Dios había puesto en ella...por dos vías.
La primera fue, haciéndola leer libros de caballerías, que es una de sus invenciones, con que ha echado a
perder muchas almas recogidas y honestas, porque en casas a donde no se da entrada a mujeres perdidas y
destruidoras en la castidad, hartas veces no se niega a estos libros que hombres vanos, con alguna
agudeza de entendimiento y con mala voluntad, han compuesto para dar armas al enemigo nuestro, y
suelen hacer disimuladamente el mal que aquellas ayudadoras de Satanás por ventura no hicieran. Diose,
pues, a estos libros de caballería, sino de vanidades, con gran gusto, y gastaba en ellos mucho tiempo; y
como su ingenio era tan excelente, así bebió aquel lenguaje y estilo, que dentro de pocos meses ella y su
hermano Rodrigo de Cepeda compusieron un libro de caballerías con sus aventuras y ficciones, y salió
tal, que habría harto que decir de él. Sacó de este estudio la ganancia que se suele sacar, aunque ella no
sacó tanto mal como otros, porque el Señor, que la tenía guardada para tan grandes cosas, no la dejaba de
la mano sino poco. Comenzó a traer galas y olores, y curar sus cabellos y manos, y desear parecer bien,
aunque no con mala intención, ni deseando jamás ser ocasión a nadie de ofender a Dios.” (Ed. P. Jaime
Pons [Barcelona: Gustavo Gili, 1908], págs. 99-100.) Según la introducción de Pons, pág. xiii, “Hay que
hacer constar aquí, para honra de tan verídico narrador, que ni uno solo de los datos algo importantes que
él [Ribera] nos suministra ha sido corregido ni rectificado por sus sucesores; y los que pretendieron
corregirle han caído lastimosamente en el error. Por manera que, aun en los casos en que las indicaciones
suministradas por él son algo generales y poco precisas, jamás se hallan en contradicción con los datos
más concretos que nos ha aportado en nuestros días el descubrimiento de documentos contemporáneos.”

La influencia de las lecturas caballerescas de la joven Teresa en su espiritualidad y en sus escritos


posteriores es un tema polémico, como lo es la cuestión más amplia del origen del florecimiento espiritual
y místico del siglo XVI español. Ella misma y sus seguidoras carmelitas habrían negado cualquier
influencia. Alfred Morel-Fatio encontró esta influencia sólo en frases ocasionales pero sorprendentes:
“Parece evidente que Teresa se propuso no escribir nada que recordara su vida y sus ocupaciones
mundanales” (“Les lectures de Sainte Thérèse”, Bulletin hispanique, 10 [1908], 17-67, en las págs. 19-
20); Robert Ricard la llamó “una influencia difusa y lejana” (“Le Symbolisme du Château intérieurchez
sainte Thérèse”, Bulletin hispanique, 67 [1965], 25-41, en la pág. 30). Gaston Etchegoyen, L'Amour
divin: essai sur les sources de sainte Thérèse (Bordeaux: Feret, 1923), es más positivo: Teresa adquirió
con los libros de caballerías la afición a la lectura que conservó el resto de su vida y su primer impulso
para la creación literaria (págs. 44-45). “Los libros de caballerías han tenido en ella una influencia
psicológica...y una influencia literaria que aparece sobre todo en el simbolismo militar del combate
espiritual y del Castillo interior” (pág. 46). Cristóbal Cuevas García señala el castillo de Miraflores, en

39
Amadís, como la fuente de la imagen del castillo interior de Teresa (“El significante alegórico en el
castillo teresiano”, Letras de Deusto, 24 [julio-diciembre, 1982], 77-97, en las págs. 93-96).

Etchegoyen también señala los libros de caballerías como fuente de las imágenes de oro y joyas que
emplea Teresa (pág. 269). Sugiere una influencia más amplia: “si uno se limita a la concepción del amor
en los libros de caballerías y en los tratados espirituales del siglo XVI, se observan interesantes analogías
de fondo y de forma” (pág. 46)(si nos limitamos a la concepción del amor en las novelas de caballerías y
en los tratados espirituales del siglo XVI, se observan interesantes analogías en el fondo y en la forma);
“la lectura de los libros de caballerías es menos desfavorable que uno se cree a la génesis de sentimientos
místicos” (pág. 67, nota 2) (la lectura de los libros de caballerías es menos desfavorable de lo que pudiera
creerse en la génesis de los sentimientos místicos)2). Siguiendo estas indicaciones y en parte basándose
en el caso de Teresa, Pedro Sainz Rodríguez ha propuesto que los libros de caballerías influyeron en el
misticismo español del siglo XVI (“El problema histórico del misticismo español”, Revista de occidente,
15 [1927], 323-346, en las págs. 335-337; Introducción a la historia de la literatura mística en
España[Madrid: Voluntad, 1927], págs. 201-203). E. Allison Peers dijo que era una causa poco probable
(“Notes on the Historical Problem of Castilian Mysticism”, Hispanic Review, 10 [1942], 18-33, en la pág.
26); sin embargo, Helena Percas de Ponseti ha reunido, por primera vez, una serie de paralelismos entre
las imágenes y el lenguaje místico y caballeresco (Cervantes y su concepto del arte, II, 479-502). Véase
también Francisco Márquez Villanueva, “La vocación literaria de Santa Teresa”, Nueva revista de
filología hispánica, 32 (1983 [1985]), 355-379, en las págs. 356-57, y Joël Saugnieux, “Culture feminine
en Castille au XVIe siècle: Therese d'Avila et les livres”, en su Cultures populaires et cultures savantes
en Espagne du Moyen Age aux Lumières(Paris: CNRS, 1982), págs. 45-77 y 158-162. El tema merece ser
estudiado a fondo.

63
Antes y durante el reinado de Carlos V, los costosos libros de caballerías se leían principalmente
entre la nobleza y clases acomodadas. En la interesante cita de Florisando, reproducida por María
Carmen Marín Pina, “Lectores y lecturas caballerescas en el Quijote”, en Actas del Tercer Coloquio
Internacional de la Asociación de Cervantistas (Barcelona: Anthropos, en coedición con el Ministerio de
Asuntos Exteriores, Madrid, 1993), chapter 6págs. 265-279, en la pág. 266 (los leían “personas de
diversas calidades, ansí de hombres como mugeres, ansí del palacio como del vulgo”), “vulgo” tiene que
referirse a la burguesía.

Más avanzado el siglo XVI, con la pérdida del patronato real (a Felipe II le interesaba poco la
literatura caballeresca o cualquier otra literatura profana), el número de lectores se amplió
considerablemente. Los libros eran alquilados a lectores menos acomodados (Romances of Chivalry in
the Spanish Golden Age, pág. 162; Guzmán de Alfarache, II, iii, 3, pág. 351 del Volumen II de la edición
de Benito Brancaforte (20 edición, Madrid: Cátedra, 1981), y leídos a los analfabetos (Romances of
Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 161). Debe de haber habido algún tipo de mercado del libro
usado en las ciudades, aunque sólo fueran tenderetes en el mercado, y Si los ricos cedían sus ropas viejas
a los pajes y a otros sirvientes, ¿por qué no también libros? También es posible que algunos ejemplares se
transmitieran por el mecanismo que Juan Palomeque ilustra; sus libros fueron dejados por su dueño en la
venta.

El último paso en este proceso es que la literatura caballeresca ha llegado a ser lectura de niños,
quienes suelen recibir lo desechado, anticuado o sobrante de los adultos. (Cualquier innovación que se
mencione—libros, radio, televisión, bicicletas, odontología—, la disfrutan primero los adultos, y se pone
a disposición de los niños sólo después de satisfacer los deseos de aquéllos.) Mucho de la literatura
juvenil tradicional, a menudo caballeresca o medieval, es literatura para adultos desechada; una literatura
escrita especialmente para niños es muy reciente. Una consecuencia de ello es que los niños de hoy se
parecen, por su habilidad para manejar textos escritos, a los adultos de siglos anteriores, quienes a
menudo se portaban como niños, algo que pocos historiadores, creo, discutirían. Otra es que la literatura
ha progresado mucho; en términos de Cervantes, es más verosímil, de un deleite y provecho más
sofisticado.

64
El ser discreto, según Cervantes, no protegía contra esta adicción. Eran peligrosos incluso para los
discretos. Diego de Miranda, que parece tener miedo de ellos, los proscribe de su casa, el cura (capítulo 6
de la Primera Parte) es de una opinión parecida y según el canónigo, hombres “dotos y discretos” pueden
también ser “apassionados desta leyenda” (II, 346, 19-20). El que Alonso Quijano, quien en su testamento

40
intenta que su sobrina se mantenga alejada de ellos, sea discreto hace aún mayor el desperdicio de su
talento a causa de los libros.

65
En cuanto a los comentarios de López Pinciano sobre los libros de caballerías, véase Romances of
Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 11-12. La influencia de López Pinciano en Cervantes ha sido
examinada por Jean Canavaggio, “Alonso López Pinciano y la estética literaria de Cervantes en el
Quijote”, Anales cervantinos, 7 (1958), 15-107, y E. C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, trad.
Carlos Sahagún (Madrid: Taurus, 1966); yo lo he consolidado en “Cervantes y Tasso vueltos a examinar”,
y hasta cierto punto en este libro.

Otro teórico casi tan importante para Cervantes, Miguel Sánchez de Lima, no ha sido estudiado. En su
Arte poética en romance castellano (1580) Sánchez coincide con Cervantes en muchos puntos, entre ellos
la importancia de seguir las reglas, el gran número de autores que no lo hacen, la pobreza de los poetas, el
hecho de que muchos de los que se llaman poetas no merecen este nombre, la diferencia entre la
apariencia y la realidad, la abundancia de lisonjeros que importunan a los hombres influyentes, la
superioridad de los tiempos pasados, la plaga de “canciones y dichos inhonestos” (pág. 30 de la edición
citada), y la existencia de autores españoles que son tan buenos como los clásicos. El comentario de
Sánchez de Lima acerca de los libros de caballerías, tomado de la edición de Rafael de Balbín Lucas
(Madrid: CSIC, 1944), págs. 42-43, servirá de ejemplo de los ataques al género: “Que dire mas dela
Poesia? sino que es tan prouechosa ala Republica Christiana, quanto dañosos y perjudiciales los libros de
cauallerías, que no siruen de otra cosa, sino de corromper los animos delos mancebos y donzellas, con las
dissoluciones que en ellos se hallan, como si nuestra mala inclinacion no bastasse, pues de algunos no se
puede sacar fruto, que para el alma sea de prouecho, sino todo mentiras y vanidades: y pesame en estremo
de ver la corrupcion que enesto se vsa, por lo qual se deuia escusar, y tambien por ser mas el daño que
dellos resulta ala republica, que no el prouecho, pues no se puede seguir ninguno, porque en los mas
dellos no se halla buena platica, pues toda es antigua: tampoco tienen buena Rhetorica, y las sentencias
son muy pocas, y essas muy trilladas, ni ay enellos cosas de admiracion, sino son mentiras de tajos y
reueses, ni doctrinas de edificacion ni auisos de prouecho.”

66
Los especialistas han encontrado muchos comentarios hostiles a los libros de caballerías, aunque,
como formarían una antología tan sombría, nadie los ha recogido. Los conocidos hace una generación los
analiza Riquer en la primera introducción citada en la nota 18, supra. (Para referencias a otras críticas que
no sean las mencionadas en este capítulo, véase Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág.
10, nota 5.) Es verdad que muchos de estos escritores se oponían a otros tipos de literatura profana: la
poesía de Garcilaso, obras pastoriles como La Diana, “coplas y farsas de amores y otras vanidades”,
como expresó la petición de 1555, y especialmente Celestina.Había que condenar cualquier texto que
pudiera fomentar las relaciones ilícitas entre los sexos, o como dice Sebastián de Córdoba,
“obras...profanas y amorosas que son dañosas y noscivas mayormente para los mancebos y mugeres sin
esperiencia” (Garcilaso a lo divino, ed. Glen R. Gale [Madrid: Castalia, 1971], pág. 83). Sin embargo, los
libros de caballerías eran los más criticados, debido en parte a su popularidad, y también porque el amor
que presentaban era mucho más sensual y menos contemplativo que el de un autor como Garcilaso.

67
Por ejemplo, las actitudes de Juan Palomeque (II, 84, 19-85, 18) y Don Quijote (Primera Parte,
capítulo 49).

68
Véase Justina Ruiz de Conde, El amor y el matrimonio secreto en los libros de caballerías (Madrid:
Aguilar, 1948). Éste es precisamente el caso de Dorotea (II, 17, 30-22, 27), de la que ya hemos dicho que
leía libros de caballerías; también el de Clavijo y Antonomasia, en la historia contada en el capítulo 38 de
la Segunda Parte.

69
“Que los libros de caballerías son incitadores de la sensualidad es, sin duda, la crítica que aparece
con más frecuencia en los autores graves” (Riquer, “Cervantes y la caballeresca”, en Suma cervantina,
pág. 283).

Los escritos pornográficos, cuya afinidad con romance y otros tipos de literatura no realista ha sido
señalada en varias ocasiones (J. Huizinga, The Waning of the Middle Ages [New York: Doubleday, 1954],
pág. 112; Steven Marcus, The Other Victorians (New York; Basic Books, 1966), capítulo 7; Angela
Carter, The Sadeian Woman and the Ideology of Pornography [New York: Harper and Row, 1978], pág.
20; John Gordon, The Myth of the Monstrous Male, and other Feminist Fables [New York: Playboy,

41
1982], pág. 180), ocupan un lugar análogo hasta cierto punto al de los libros de caballerías en la España
del Siglo de Oro. Se han hecho las siguientes afirmaciones acerca de los dos géneros.

Son perjudiciales sobre todo para los jóvenes; afectan la conducta de la gente y la empeoran (aunque
los defensores dicen que la mejoran). Estimulan la lujuria. Presentan fantasías como si fueran realidad, y
pueden engañar a los que no tienen la experiencia para darse cuenta de ello. Sobre todo, presentan a las
mujeres más lascivas de lo que son. Se podrían aceptar obras mejores, pornográficas o caballerescas, pero
las que hay son pésimas, y deberían prohibirse. Las escriben escritores de segunda categoría, y son
monótonas y aburridas; hay mejores libros para leer, y es sorprendente que obras tan “malas” sean tan
populares.

Se ha prohibido tanto la pornografía como los libros de caballerías, pero las prohibiciones no han sido
efectivas. (Véanse las notas 82 y 96, infra.) Ambos tipos de literatura han tenido sus defensores y sus
lectores fieles, primero los privilegiados económicamente, después los de medios más modestos.

Una persona que creyera que la pornografía refleja la realidad (en apoyo de lo cual se podría citar
muchas pruebas engañosas), e intentara vivir su vida según tal creencia, seguramente hallaría el mismo
sino que Alonso Quijano.

70
La cursiva es mía. Continúa: “como los mancebos y doncellas por su ociosidad principalmente se
ocupan en aquello, desvanécense y aficiónanse en cierta manera a los casos que leen en aquellos libros
haber acontecido, ansí de amores como de armas y otras vanidades; y aficionados, cuando se ofrece algún
caso semejante, danse a él más a rienda suelta que si no lo oviesen leído: y muchas veces la madre deja
encerrada la hija en casa, creyendo la deja recogida, y queda leyendo en estos semejantes libros, que
valdría más la llevase consigo”. El documento fue publicado por Clemencín en la introducción de su
edición, p. 992 de la edición citada.

71
Este libro, escrito por Jerónimo de San Pedro, recibió una subvención del municipio valenciano
(Francisco Martí Grajales, Ensayo de un diccionario biográfico y bibliográfico de los poetas que
florecieron en el reino de Valencia hasta el año 1700 [Madrid, 1927], pág. 429) y según se afirma fue
publicado en Valencia en 1554, aunque nadie ha visto ningún ejemplar, y la obra sólo se conoce por la
edición de Amberes del mismo año. Acerca de ella, véase George Ticknor, al parecer la última persona
que ha visto su Segunda Parte, en su Historia de la literatura española, traducida al castellano, con
adiciones y notas críticas, por D. Pascual de Gayangos...y D. Enrique de Vedia (Madrid, 1851-1854), I,
257-260, y Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, I, 449-451. La Tercera Parte de la obra, no
publicada, y que estos eruditos consideran problemática, seguramente habría tratado de la Iglesia
militante, y podría estar relacionada con la Carolea de Gerónimo Sempere (Valencia, 1560), identificada
por Ticknor (I, 257, nota 9) y Gayangos y Vedia, en sus notas a Ticknor (I, 524-525; también el “Discurso
preliminar” de Gayangos a su Libros de caballerías, I [único publicado], Biblioteca de autores españoles,
40 [1857, reimpreso en Madrid: Atlas, 1963], págs. iii-lxii, en la pág. lvii, nota 3) con San Pedro.

Es difícil analizar otras obras afines porque carecemos de un estudio general de la literatura española a
lo divino, pedido por Dámaso Alonso hace una generación (Poesía española. Ensayo de métodos y límites
estilísticos, 20 edición aumentada y corregida [Madrid: Gredos, 1952], pág. 220; también 50 edición
[Madrid: Gredos, 1976], pág. 220). La Historia y milicia cristiana del caballero Peregrino, de Alonso de
Soria (Cuenca, 1601), ha sido estudiada por Pedro Sainz Rodríguez, “Una posible fuente de El criticón de
Gracián”, Archivo teológico granadino, 25 (1962), 7-21. H. Salvador Martínez nos ha brindado la primera
edición moderna de un libro de caballerías a lo divino, el Caballero del Sol o Peregrinación de la vida del
hombre de Pedro Hernández de Villalumbrales (Madrid: Fundación Universitaria Española, 1966), junto
con un estudio preliminar en el que comenta otras obras, sobre todo las de San Pedro y Soria. (“El género
de los libros de caballerías a lo divino no es tan uniforme como nos ha hecho creer la crítica”, pág. 40.) El
Caballero Asisio o Poema de San Francisco y otros santos de su orden de Gabriel de Mata (Bilbao, 1587-
89), tiene de caballeresco sólo el título y un grabado en madera típicamente caballeresco en la portada. La
Caballería cristiana de Jaime de Alcalá (Valencia, hacia 1515), el único de estos libros que fue editado
más de una vez, no es un libro de caballerías, aunque el autor expresa su deseo de atraer a los lectores de
ellos (véase mi comentario en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 46, nota 29bis). El
Cavallero venturosode Juan Valladares de Valdelomar, que será mencionado de nuevo dentro de poco
(pág. 34) debe tener algo en común con este tipo de libro.No he visto los versos Caballero de la Clara
Estrella de Andrés de la Losa (Batalla y triunfo del hombre contra los vicios. En el qual se declaran los

42
maravillosos hechos del Caballero de la Clara Estrella, Sevilla: Bartolomé González, 1580), el Libro del
caballero cristiano de Juan Hurtado de Mendoza (Antequera, 1577; Sainz Rodríguez, pág. 12, nota 11), ni
los Cantos morales de Gabriel de Mata (Valladolid, 1594), que según Menéndez Pelayo “pertenece
enteramente al género alegórico caballeresco a lo divino” (I, 452).

72
Obras completas castellanas, ed. Félix García, O. S. A., 40 edición (Madrid: Católica, 1967), I, 406.

73
Ed. P. Félix García, I, Clásicos castellanos, 104 (Madrid: La Lectura, 1930), 55-74.

74
Estas declaraciones están en la licencia (pág. vii en la reproducción de la segunda edición de Sancha
[1783] de la serie Textos medievales, 38 [Valencia: Anubar, 1970]). Acerca de las críticas de Pineda a los
libros de caballerías, véase Edward Glaser, “Nuevos datos sobre la crítica de los libros de caballerías en
los siglos XVI y XVII”, Anuario de estudios medievales, 3 (1966), 393-410, en las págs. 401-402, y para
más información sobre el Paso honroso, véase NN41 en mi Castilian Romances of Chivalry in the
Sixteenth Century. A Bibliography.

75
Ed. José Amor y Vázquez, Biblioteca de autores españoles, 232 (Madrid: Atlas, 1970), pág. 10.

76
Cristóbal Pérez Pastor, Bibliografía madrileña (Madrid, 1891-1907), I, 197.

77
Citado de Pérez Pastor, I, 322-323; el mismo texto, con variantes significativas, en Tubino, pág. 90.

78
Disponible en microfilme en la serie Iberian and Latin American Books before 1701, antes Hispanic
Culture Series, rollo 85. Juan Boyer sacó a la luz, en 1586, la primera edición desde 1551 de Espejo de
caballerías, y la edición de 1583-1586 del Espejo de príncipes y caballeros; Boyer también fue el editor
de Historia de las hazañas y hechos del invencible Cavallero Bernardo del Carpio (1585) de Agustín
Alonso, que se comenta en el siguiente capítulo. Benito Boyer publicó en 1563 la última edición
castellana de Primaleón.

79
Otros obras probablemente publicadas con el mismo fin son: la Historia del duque Carlos de
Borgoña, bisabuelo del emperador Carlos Quinto, de Pedro de Aguilón, (Pamplona: Tomás Porralis,
1586); la Crónica de don Álvaro de Luna, con portada caballeresca (Milán: Juan Antonio de Castellono,
1546; disponible en microfilme en la serie Iberian and Latin American Books before 1701, antes
Hispanic Culture Series, rollo 82) y la Conquista de África donde se hallarán agora nuevamente
recopilados por Diego de Fuentes muchas y muy notables hazañas de particulares cavalleros (Amberes:
Philippo Nucio, 1570). Acerca de obras de este tipo más antiguas, véase mi Romances of Chivalry in the
Spanish Golden Age, págs. 39-40.

80
LaCrónica del Gran Capitán es naturalmente uno de los libros encontrados en la maleta en el
capítulo 32 de la Primera Parte de Don Quijote. La defensa que hace Don Quijote de la historicidad de la
caballería, en el capítulo 49 de la Primera Parte, refleja la lectura del Paso honroso y de la Crónica de
Juan II. A Fray Luis, Cervantes dijo por boca de Calíope, “yo reverencio, adoro y sigo” (La Galatea, II,
230, 28). Cervantes nunca menciona a Pérez de Hita o a su obra, pero es muy probable que la conociera;
Astrana (VII, 123) ha propuesto que Pérez de Hita es el “zapatero de obra prima” de Parnaso, 37, 11-13,
una obra en la que también se atacan los “romances moriscos”, como los que se encuentran en el libro de
Pérez de Hita (101, 24-29). Que Cervantes conociera Caballería celestial, prohibido poco después de su
publicación, no es más que una posibilidad. Cervantes estaba en contra de mezclar “lo humano con lo
divino” (I, 37, 12-14); sin embargo, conocía Caroleade San Pedro, que alabó en I, 106, 13-18.

81
Es el caso pintado por Cervantes en el personaje del ventero Juan Palomeque, quien rechaza la
Crónica del Gran Capitán como pesada, y prefiere Cirongilio de Tracia y Felixmarte de Hircania. Este
fracaso era de prever: “Tenemos oy dia mayor copia de libros castellanos que nunca. Han sido
compuestos de nuevo, como traduzidos de latín y griego, tan sabrosos por su buen dezir al gusto del que
los leyesse, y tan provechossos al que quisiesse aprovechar dellos, que visto lo que pasa de los de
cavallerías es más que ceguedad la nuestra” (Francisco Cervantes de Salazar, Instrucción y camino para
la sabiduría, en sus Obras[Alcalá de Henares: Joan de Brócar, 1546], fol. xv).

43
82
Irving Leonard, Books of the Brave (1949; reimpreso en New York: Gordian Press, 1964), págs. 81-
85, quien observa (pág. 85) que todas esas prohibiciones fueron ordenadas por la reina o por el futuro
Felipe II, en ausencia de Carlos V. Fue Francisco Rodríguez Marín quien formuló y después documentó la
hipótesis de que se repitieron las prohibiciones precisamente porque no eran respetadas (El “Quijote” y
Don Quijote en América [Madrid: Sucesores de Hernando, 1911]; reeditado en su Estudios cervantinos,
págs. 93-137). Obsérvese cómo se justifica, en una cédula de 1543, el que se impidiera a los indígenas
leer los libros: “De llevarse a las dichas Indias libros de romance y materias profanas y fábulas, ansí como
son libros de Amadís y otros desta calidad de mentirosas historias, se siguen muchos inconvenientes,
porque los indios que supieren leer, dándose a ellos, dexarán los libros de sana y buena dotrina y leyendo
los de mentirosas historias, deprenderán en ellos malas costumbres e vicio; y demás desto, de que sepan
que aquellos libros de historias vanas han sido compuestos sin haber pasado ansí, podría ser que
perdiesen el abtoridad y crédito de nuestra Sagrada Scriptura y otros libros de dotores santos, creyendo,
como gente no arraigada en la fee, que todos nuestros libros eran de una abtoridad y manera” (Archivo de
Indias, 158-2-4, publicado por José Toribio Medina, Biblioteca hispano-americana [Santiago de Chile: el
autor, 1898-1907], VI, xxvi-xxvii).

83
P. E. Russell, “Secular Literature and the Censors: A Sixteenth-Century Document Re-Examined”,
Bulletin of Hispanic Studies, 59 (1982), 219-225, en la pág. 221. Amadísse salvó, sin embargo, porque sus
“amores” eran “muy castos”.

84
Agustín G. de Amezúa y Mayo, Andanzas y meditaciones de un procurador castellano en las Cortes
de Madrid de 1592-1598 (Madrid, 1945); págs. 190-191 de la reimpresión en sus Opúsculos histórico-
literarios, III, 173-211.

85
“En la Corte no había un solo autor, traductor, ni editor que se atreviera a poner manos en libros de
caballerías” (Pérez Pastor, Bibliografía madrileña, I, xiii-xiv). No es difícil ver los motivos, además del
desinterés de Felipe II. El primer censor semioficial, Alejo Venegas, fue prácticamente quien inició los
ataques contra los libros de caballerías (véase mi “An Early Censor: Alejo Venegas”, en Medieval,
Renaissance and Folklore Studies in Honor of John Esten Keller [Newark, Delaware: Juan de la Cuesta,
1980], págs. 229-241). Le sucedió Juan López de Hoyos, cuya hostilidad a las novelas caballerescas
podría deducirse por su orientación erasmista (véase Bataillon, Erasmo y España, págs. 615-623 y 733-
734), pero se manifiesta en sus censuras. Llega hasta el punto de hacer ininteligible un libro que trataba
de la caballería supuestamente auténtica de figuras como Héctor, Arturo, Carlomagno, etc., la Crónica
llamada el triunfo de los nueve más preciados Varones de la Fama (Alcalá: Juan Íñiguez de Lequerica,
1585). En su aprobación, López de Hoyos explica que había “cotejado las historias Divinas y humanas,
para ajustar los vocablos al uso presente, y a la pulicia Cortesana. Helo hecho con el mejor término que
he podido: porque como el autor [Antonio Rodríguez Portugal] es Portugués, quiero dezir, que la traduxo
de lengua Francesa, en que ella está compuesta, tiene la lengua barbárica y sin stilo, y en algunas
impropriedades muy licenciosa. Va repurgado de todo: y para ello fue importante la diligencia, y que no
se passasse folio sin ir muy mirado lo borrado, o mejorado. Va de modo, que el impressor lo verá con
facilidad, y emenderá, como va apuntado, y quitará lo que va testado. Con lo qual es una muy exemplar
obra, para afficionar a la cavallería a honestos exercicios y obras heroicas, y se puede y deve imprimir
como tal.”

Es posible que la Primera Parte de Don Quijote se publicara sin licencia ni aprobación a causa de esta
prohibición no oficial, hecho poco usual que Pérez Pastor comenta (Bibliografía madrileña, II, 85); la
Segunda Parte, en cambio, incluía tres documentos. Sí es por esta razón que se publicaron tantas
continuaciones y reediciones en la cercana Alcalá.

86
Los libros nuevos Olivante de Laura (dedicado, insólitamente, a Felipe II) y Febo el troyano se
publicaron en Barcelona, y Rosián de Castilla en Lisboa. Era típico publicar fuera de Castilla libros que
no podían publicarse allí, como el Arte poético de Luis Zapata (Lisboa: Alexandre Siqueira, 1592), que no
se publicó no por su contenido, sino por las malas relaciones de Zapata con la corona.

87
Obsérvese la licencia (ligeramente modernizada) para la publicación en 1579 de las Partes Tercera y
Cuarta de Belianís de Grecia, escrita a petición de Carlos V, como el mismo libro nos dice, quizá para
facilitar la extensión de los documentos: “Por quanto por parte de vos Andrés Fernández vezino dela
Ciudad de Burgos, nos fue hecha relación diziendo [que el] licenciado Hernández vuestro hermano
difunto abogado que fue en esta corte, avía co[m]puesto la historia que dezían de don Belianís de Grecia,

44
que hera muy útil y provechoso para la cavallería y cosas de guerra, y tenía avisos muy necessarios para
bien hablar a los que no tienen experiencia, y por nos sele avía dado licencia para imprimir la primera y
segunda parte, y hera assí quel dicho licenciado con mucho travajo havía acavado la tercera y quarta
parte que no hera de menos effecto que las demás, suplicándonos hos mandásemos dar licencia para poder
imprimir la dicha tercera y quarta parte y previlegio por diez años o como la nuestra merced fuesse, lo
qual visto por los del nuestro consejo, por quanto enel dicho libro se hizo la diligencia que la pregmática
por nos agora nuevamente sobre lo susodicho fecha dispone, fue acordado que devíamos mandar dar esta
nuestra carta para vos enla dicha razón & nos tuvímoslo por bien.” (El pasaje del prólogo documentando
el interés de Carlos V es reproducido por Thomas, pág. 115.) La licencia para la reedición de 1586 de
Cristalián de España sugiere lo mismo: “Por quanto por parte de vos doña Juana Bernal de Gatos, biuda,
vezina de la villa de Valladolid, hija y única heredera de Beatriz Bernal, difunta, muger que fue del
Bachiller Torres de Gatos, nos fue fecha relación que la dicha vuestra madre avía compuesto un libro
intitulado don Cristalián de España, de que hizistes presentación, juntamente con un privilegio original
dado a Christóval Pelegrín, el qual lo cedió a la dicha vuestra madre y otra vez se avía impresso con
licencia y privilegio del emperador y Rey nuestro señor, que está en gloria. Y porque avía muchos días
que se avía cunplido y era pobre y padecía de necesidad nos pedistes y suplicastes os le mandásemos
prorrogar y conceder por tiempo de veinte años o como la muestra merced fuesse” (ligeramente
modernizado de la cita en la edición de Sidney Stuart Park de Cristalián, tesis, Temple University, 1981,
pág. 52).

En la licencia del 8 de febrero de 1584 a Domingo de Portonariis, y en una aprobación fechada dos
días después, publicadas en el libro mismo, se permite la publicación de una reedición de Florisel de
Niquea, de Feliciano de Silva, “porque nos consta que el dicho libro ha sido ya otras vezes imprimido”.
En las ediciones de Alcalá (1580) y de Medina del Campo (1583) del Espejo de príncipes y caballeros, la
licencia dice que “vos, Blas de Robles...hexistes presentación [de la segunda parte], y porque era útil y
provechoso, nos pedistes y suplicastes os diéssemos licencia y facultad para le poder imprimir,
juntamente con la primera parte, que antes con licencia nuestra se avía impresso” (citado en mi edición
del Espejo de príncipes y caballeros, I, lxxii). El más curioso de estos documentos legales, sin embargo,
es el antepuesto a las ediciones de 1587 y de 1588 de la Tercera Parte del Espejo de príncipes y
caballeros. La fe de erratas de este volumen data del 19 de mayo de 1587; posteriormente, y por tanto
totalmente al revés de la práctica normal, y sólo un día antes de la tasa del 13 de junio de 1587,
encontramos el siguiente documento del 12 de junio de 1587, dando permiso al autor para hacer lo que ya
había hecho y para lo que ya tenía permiso, y ordenándole que entregara el libro para ser sometido a un
examen que ya se había llevado a cabo: “Por quanto por parte de vos, el licenciado Marcos Martínez
vezino de la villa de Alcalá de Henares nos fue fecha relación, que con licencia nuestra avíais impresso
un libro por vos compuesto, intitulado, Tercera parte de Espejo de Príncipes y cavalleros, del qual hizistes
presentación, y nos suplicastes os mandássemos dar privilegio por veinte años, o como la nuestra merced
fuesse.... Por la presente por os hazer bien y merced os damos licencia y facultad, para que por tiempo de
diez años primeros siguientes, que corren y cuentan desde el día de la fecha desta nuestra cédula, podáis
hazer imprimir y vender el dicho libro de que de suso se haze mención, y damos licencia y facultad a
qualquier impressor destos nuestros reinos que vos nombráredes, para que por esta vez le pueda imprimir,
con que después de impresso, antes que se venda, le trayáis al nuestro consejo juntamente con el original
que en él se vio, que va rubricado y firmado de Pedro çapata del Marmol escrivano de Cámara...para que
se vea si la dicha impressión está conforme al original, o trayáis fe en pública forma, en como por
corrector nombrado por nuestro mandado se vio y corregió la dicha impressión.”

88
Mary Cozad me ha dicho que cree que el manuscrito de 1590 de Lidamarte de Armenia era un
ejemplar preparado para la imprenta. Quizás la imposibilidad de su publicación explica su rara portada.
(Véase Mary Cozad, “Una curiosidad bibliográfica: la portada de Lidamarte de Armenia [1590], libro de
caballerías”, Revista de archivos, bibliotecas y museos,50 serie, 79 [1976], 255-259.)

89
Citado en Pérez Pastor, Bibliografía madrileña, I, 238. La obra también dice (ambas citas son de la
pág. 2 de la segunda edición, Madrid, 1595): “Con que descuido bivían los hombres en esta parte: todo
era escrivir cosas prophanas: fábulas, libros de cavallerías, que aunque de los quatro de Amadís era
opinión de viejos, que enseñavan un cortés trato y lenguaje, que deven usar los cavalleros (como han de
guardar su palabra, y quán leales han de ser, con las demás cosas a este talle) por otra parte ésos con los
demás andan llenos de mentiras sin tocar historia verdadera, ni dar documento que sea de alguna
utilidad”.

45
90
Florisel de Niquea y Primaleón fueron publicados en Lisboa en 1566; Palmerín de Inglaterra (en
portugués) en Lisboa en 1567; la Parte IV de Floriselen Zaragoza en 1568; Amadís de Grecia y
Primaleón en Lisboa en 1596 y 1598 respectivamente.

91
Aunque se ha escrito mucho sobre la cronología de la composición de la Primera Parte, poco se
puede decir con seguridad. Los únicos datos sólidos son que el libro más reciente mencionado en el
escrutinio de la librería de Don Quijote se publicó en 1591, y que, según la declaración de Cervantes en el
prólogo de la Primera Parte, fue “engendr[ado] en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y
donde todo triste ruido hace su habitación” (I, 29, 13-15); debe de referirse a la Cárcel Real de Sevilla,
donde fue encarcelado en 1597 durante unos tres meses. (Rodríguez Marín, en “La cárcel en que se
engendró el Quijote”, Apéndice III de su “nueva edición crítica”, habla de un nuevo encarcelamiento en
Sevilla en 1601 o en 1602, pero este episodio, “no comprobado de manera absoluta” según Fitzmaurice-
Kelly, pág. 129, es refutado por Astrana, V, 460-461, quien, sin embargo, llega a extremos inadmisibles al
esbozar la cronología de la composición de Don Quijote.)

“Engendrado”, sin embargo, no significa más que “concebido mentalmente” (el término es claramente
usado en ese sentido en el prólogo de las Novelas ejemplares, I, 23, 13). Esta cuestión se complica más
con la asociación de Don Quijote con la subida al trono de Felipe III en 1598 (como se propone más
abajo), y con la extendida creencia de que Don Quijote empezó como una obra corta (la primera salida), y
fue ampliada posteriormente. (Está última tesis es examinada con escepticismo por Erwin Koppen, “Gab
es einen Ur-Quijote? Zu einer Hypothese der Cervantes-Philologie”, Romanistisches Jahrbuch, 27
[1976], 330-346.) Lo máximo que puede afirmarse con seguridad es que alguna parte existía antes de
1600.

Para una introducción al debate sobre este tema, además del artículo de Koppen, véase Geoffrey Stagg,
“Castro del Río, ¿cuna del Quijote?” Clavileño, 36 (noviembre-diciembre,1955), 1-11.

92
Tomé Pinheiro da Veiga, Fastiginia o Fastos geniales, traducción de Narciso Alonso Cortés
(Valladolid, 1916), págs. 37, 49, 70-71, 88, 106 y 132. El título original de la obra es también
caballeresco: Fastiginia ou Fastos Geniales tirados da tumba de Merlin, onde forão achados com a
Demanda do Santo Brial, pello Arcebispo Turpim. Descubertos e tirados a luz pelo famoso lusitano Fr.
Pantaleão, que os achou em hum Mosteyro de Calouros.

93
Este pasaje se cita en la nota 63, supra.

94
Jaime Oliver Asín, “El Quijote de 1604”, Boletín de la Real Academia Española, 28 (1948), 89-126,
en las págs. 112 y 117-118, nota 2. La fecha de 1604 es sospechosa, pues el documento es el apoyo más
firme de la por otra parte mítica edición del Quijote de 1604. Pero si es errónea, el comentario sería más
tardío, y más entrado en el siglo XVII el conocimiento de los libros de caballerías que documenta.

95
“Los ataques contra los libros de caballerías, lejos de disminuir, de hecho se multiplicaron durante
las dos últimas décadas del siglo XVI” (Glaser [supra, nota 74], pág. 399). Glaser presenta varios
ejemplos del siglo XVII.

96
Irving Leonard, Romances of Chivalry in the Spanish Indies, with some “Registros” of Shipments of
Books in the Spanish Colonies, University of California Publications in Modern Philology, 16.3
(Berkeley: University of California Press, 1933), págs. 213-371; José Torre Revello, El libro, la imprenta
y el periodismo en América durante la dominación española, Publicaciones del Instituto de
Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras, 74 (Buenos Aires, 1940), Nos. 24 y 30;
Guillermo Lohmann Villena, “Los libros españoles en Indias”, Arbor, 2 (1944), 221-249. Estas fuentes
aportan pruebas documentales de los vastos envíos de libros de caballerías al Nuevo Mundo, donde
estaban prohibidos, y considerando este hecho y los estrechos vínculos culturales entre las colonias y
España durante el período colonial, puede tomarse como indicativo de que también se leían en la
península. Los libros de caballerías se encuentran muchas veces en los inventarios de los libreros
peninsulares; el hecho de que estaban a la venta indica que había compradores potenciales. (Los libros sin
salida en el mercado habrían sido reciclados por el considerable valor de su papel.) El inventario de Juan

46
de Timoneda (1583) fue publicado por José Enrique Serrano y Morales, Reseña histórica...de las
imprentas que han existido en Valencia (Valencia, 1898-1899), págs. 548-559, y por E. Juliá Martínez, en
su edición de las Obras de Juan de Timoneda, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 20 Época, 19 (Madrid,
1947), I, xl-li; el de Benito Boyer (1592) fue publicado por Cristóbal Pérez Pastor, La imprenta en
Medina del Campo (Madrid, 1895), págs. 456-462 (comentado en “Who Read the Romances of
Chivalry?”, en mi Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 100, nota 23). No se ha
publicado el inventario de Cristóbal López (1606), pero Astrana (VII, 794) informa que contenía muchos
libros de caballerías, tantos que pronto deja de catalogarlos.

97
EvidentementeDon Quijote tuvo cierto impacto en los libros caballerescos. El mismo Cervantes lo
dice (nota 37, supra), muchos de sus contemporáneos lo confirman (nota 44, supra) y no se publicaron
nuevas obras (acerca de la única reimpresión, véase la nota 48, supra). Lohmann (nota 96, supra)
comenta que “las novelas de caballerías [estaban] en voga en las comarcas ultramarinas aun después de
iniciarse el XVII” (p. 233), pero a poco tiempo, “en esos impresos mejicanos y limeños de la
decimaséptima centuria [de religiosos, críticos] consta muy por menudo que ya nadie se acordaba de las
vituperadas novelas de caballerías...porque habían sido sustituidas con las piezas dramáticas” (pp. 233-
234).

Gayangos cita dos pruebas que confirman el estrago que hizo Don Quijote en los libros de caballerías:
la primera, que un estudiante de Salamanca se encontró, al volver a su casa en 1623, que sus “libros de
caballerías y otros de entretenimiento, a cuya lectura había sido muy aficionado en su mocedad, habían
sido entregados a las llamas”. La segunda es que “de varios pasajes de una curiosísima representación que
los libreros del reino hicieron, en 1664, al consejo de Castilla, en solicitud de que se les dispensase del
pago de alcabala, se deduce que la destrucción de libros caballerescos, verificada después de publicado el
Quijote, fue enorme”. (Ambas en el “Discurso preliminar” de Gayangos, pág. lx, nota 1; las fuentes de
Gayangos, al parecer, aún están inéditas.) Hay que mencionar que los libros de caballerías del Inca
Garcilaso desaparecieron de su biblioteca antes de su muerte; véase José Durand, “La biblioteca del
Inca”, Nueva revista de filología hispánica, 2 (1948), 239-264.

98
Diego de Colmenares, el historiador de Segovia, poseía en el siglo XVII un ejemplar de Primaleón
(Encarnación García Dini, “Per una bibliografia dei romanzi di cavalleria: Edizioni del ciclo dei
‘Palmerines’”, en Studi sul “Palmerín de Olivia”. III. Saggi e richerche [Pisa: Istituto di Letteratura
Spagnuola e Ispano-americana dell'Università di Pisa, 1966], págs. 5-44, en la pág. 31). Se encontraron
muchos en la biblioteca de Melchor Pérez de Soto, estudiada por Donald G. Castanien, “The Mexican
Inquisition Censors a Private Library, 1655”, Hispanic American Historical Review, 34 (1954), 374-391.
Astrana (VII, 795) informa que se encontraron ejemplares de Primaleóny de Palmerín de Oliva en la
biblioteca de Pedro Antonio de Aragón (Chevalier, Lectura y lectores, pág. 44).

99
Irving Leonard, que ha estudiado extensamente el comercio español de libros de principios del siglo
XVII, estaba tan impresionado por la difusión de los libros de caballerías después de Cervantes que
cuestionó si Don Quijote había tenido sobre el género el impacto que había querido tener y Cervantes y
sus contemporáneos creían que había tenido: “La gran obra maestra de Cervantes..., según se afirma,
había dado el golpe de gracia en 1605 a la prolongada moda de los libros de caballerías. Este supuesto,
que goza algo de la inviolabilidad de un dogma, se tambalea al ojear esta lista de libros de medio siglo
más tarde” (Baroque Times in Old Mexico [Ann Arbor: University of Michigan Press, 1966; publicado
por primera vez en 1959], pág. 94). “La burla que Cervantes hizo de las fantásticas aventuras de estos
superhombres ficticios no había acabado todavía con su boga” (pág. 120).

100
Citado por Rodríguez Marín, “nueva edición crítica”, IX, 67.

101
Su religoso Caballero venturoso, publicada por primera vez por A[dolfo] B[onilla] y S[an] M[artín]
y M[anuel] S[errano] y S[anz] (Madrid, 1902), ofrece “caballerías venturosas.... Verás aquí, discreto
lector, en este caballero, su audacia y peregrinación peleando con los trances de la variable fortuna, unas
veces en levantados puestos y otras en espantosos sobresaltos, como la nave ligera...en las furibundas olas
del mar.... Y con particular estudio y deseo de aprovechar, me puse a considerar cómo podría abrir de par
en par las puertas del relajado gusto de tantos vanos lectores.... Hallarás, pues, que como autor, sacerdote
y solitario, no te pongo aquí ficciones de la Selva de aventuras, no las batallas fingidas del Caballero del
Febo; no sátiras y cautelas del agradable Pícaro; no los amores de la pérfida Celestina, y sus embustes,
tizones del infierno; ni menos las ridículas y disparatas fisgas de Don Quijote de la Mancha, que mayor

47
[mancha] la deja en las almas de los que lo leen, con el perdimiento de tiempo” (págs. 8-9). El manuscrito
de este libro lleva tres censuras, incluida una de Lope; todas están fechadas en la primera mitad de 1617
(pág. 1).

102
Este pasaje (de la dedicatoria de El desconfiado) es reproducido en la introducción de mi edición
del Espejo de príncipes y caballeros, I, L, 49. La alabanza de Lope a los libros de caballerías puede ser
una reacción al ataque de Cervantes; véase mi artículo “El romance visto por Cervantes”.

103
La primera referencia es a su Estafeta del dios Momo, ed. Alfredo Rodríguez (New York: Las
Américas, 1968), pág. 36; la segunda es a “La peregrinación sabia”, de las Coronas del Parnaso (véanse
págs. 34-48 de la edición de Francisco A. Icaza, Clásicos castellanos, 57 [Madrid: La Lectura, 1924]).

104
Las que se han identificado han sido enumeradas por Thomas, págs. 61, 88 y 96, y Adolfo de
Castro, Discurso acerca de las costumbres públicas y privadas de los españoles en el siglo XVII, fundado
en el estudio de las comedias de Calderón (Madrid, 1881), pág. 75; una de éstas es estudiada por Ángel
Valbuena Briones, “La influencia de un libro de caballerías en El castillo de Lindabrides”, Revista
canadiense de estudios hispánicos, 5 (1981), 373-383.

105
Edición de Miguel Romera-Navarro, II (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1939), 35-
36.

106
La esclavitud se habría finalmente extinguido en Estados Unidos de motu proprio, pero en 1861, en
el momento de comenzar la Guerra Civil norteamericana, ¿cuántos lo preveían, y cuántos abolicionistas
habrían querido esperar su extinción?

107
Este libro lo estudian P. E. Russell, “The Last of the Spanish Chivalric Romances: Don Policisne de
Boecia”, en Essays on Narrative Fiction in the Iberian Peninsula in Honour of Frank Pierce, ed. R. B.
Tate (Oxford: Dolphin, 1982), págs. 141-152, y anteriormente Rodríguez Marín, “nueva edición crítica”,
IX, 54-56 y Astrana, V, 493-496.

108
No había habido ninguna edición castellana de Tablante de Ricamonte desde 1558, y ninguna desde
la de Estella de 1564; sin embargo, fue reimpresa en Sevilla en 1599 y en Alcalá en 1604. No se había
publicado la Historia del cavallero Clamades desde 1562, pero apareció dos veces (en Alcalá y en
Sevilla) en 1603.Oliveros de Castilla, que no se había publicado desde 1554, apareció en 1604 en Burgos
y en Alcalá. La primera edición de Flores y Blanca Flordesde 1564 fue publicada en Alcalá en 1604; la
primera edición de Pierres de Provenza desde 1562, en Zaragoza en 1602.

109
Los romances equivalían para las clases más modestas a los libros de caballerías para las más
pudientes: “a esas ficciones [libros de caballerías], sucedieron versos, coplas, y Cantares para que más se
radicase en la Juventud, el error, la ociosidad, e ignorancia, y aun el vicio” (Sarmiento, Noticia, pág. 102).
Aunque la erudición patriótica ha estimado que el romancero es central a la identidad española (“¿Qué es
el Romancero que la esencia de nuestra nacionalidad?” Astrana, VI, 497), parece que Cervantes se opuso
a sus inexactitudes históricas, al igual que a las de los libros de caballerías; véase mi artículo “El romance
visto por Cervantes”.

El romance del Marqués de Mantua fue utilizado como libro de texto infantil, como vemos en Mateo
Alemán y en Rodrigo Caro (citado por Rodríguez Marín, “nueva edición crítica”, I, 173). La licencia para
la edición de 1598 data del 8 de noviembre, menos de dos meses después de la muerte de Felipe II. No se
conocen ejemplares de la edición de 1598, pero la licencia es reproducida en la reimpresión de 1608. (Los
datos bibliográficos son de Juan Catalina García [López], Ensayo de una tipografía complutense [Madrid,
1889], pág. 254, que da el nombre del autor como “Trebiño”, y de Antonio Rodríguez-Moñino,
Diccionario de pliegos sueltos poéticos. Siglo XVI [Madrid: Castalia, 1970].) Esta publicación incluía los
romances “De Mantua sale el marqués”, “De Mantua salía apriesa” y “En el nombre de Jesús”, todos
ellos incluidos en el famoso Cancionero de romances y en colecciones derivadas, ninguna de las cuales
fue tampoco publicada en Castilla.

110
Marcelino Menéndez Pelayo cita ejemplos en “Cultura literaria de Miguel de Cervantes y
elaboración del Quijote”, publicado por primera vez en Revista de archivos, bibliotecas y museos, 30

48
época, 12 (1905), 309-339, en la pág. 334, y reimpreso por lo menos en siete colecciones distintas, de las
cuales la de más fácil consulta probablemente sea sus Estudios y discursos de crítica histórica y literaria,
edición nacional, I (Madrid: CSIC, 1941), 323-356, en las págs. 350-351. (Para otras ediciones, véase mi
bibliografía.) El texto completo de Melchor Cano citado por Menéndez Pelayo, en el cual se dice que un
sacerdote había creído que todo lo que los “ministros de la república” permitían publicar era verdad, se
puede ver en la Vida de Mayáns y Siscar, págs. 33-34; se cita otra crítica en mi libro Romances of
Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 160. El prólogo del poema épico caballeresco Celidón de Iberia
se refiere evidentemente a los libros de caballerías cuando señala que mientras algunos “aman las
historias verdaderas...otros, y casi los mas, gustan en estremo de fabulas...ya que no se lean con el intento
que los inuentores dellas pretendieron, ninguno ay que leyendolas las vayan juzgando por no acontecidas,
y por agenas de verdad” (citado por Frank Pierce, La poesía épica del Siglo de Oro, 20 edición [Madrid:
Gredos, 1968], pág. 238). Fernández de Oviedo escribió que “no sé yo con qué seso los que esto saben
[que Dios aborrece la mentira] se ocupan en estos tractados viçiosos e noveleros e agenos de toda verdad
que de pocos tiempos acá se componen e publican, e andan tan derramados e favorescidos, que sin
ninguna verguença no falta quien los alegue y acote, como si fuessen historias veras (citado por
Rodríguez Marín, “nueva edición crítica”, IX, 60-61).

111
Véase mi artículo “The Pseudo-Historicity of the Romances of Chivalry”, ya citado (nota 14,
supra).

112
III, 69, 12-14; véase también III, 49, 1-2, y III, 347, 20-22. Satán es naturalmente el gran mentiroso:
véase III, 411, 17-21; “Coloquio de los perros”, III, 214, 23-25; y la famosa condena de los “moros” (es
decir, de los que no son cristianos), gente de los que “no se podía esperar verdad alguna” (III, 60, 26-61,
1).

113
I, 92, 32-93, 2; I, 96, 13-14; II, 83, 21-26; II, 362, 26. En Don Quijote los libros de caballerías
frecuentemente son condenados con imágenes religiosas. La destrucción de la biblioteca de Don Quijote
parece un acto de la Inquisición. (Al parecer esto fue señalado por primera vez por Wardropper,
“Cervantes' Theory of the Drama”, pág. 219; ampliado por Stephan Gilman, “Los inquisidores literarios
de Cervantes”, en Actas del Tercer Congreso Internacional de Hispanistas [México: El Colegio de
México, 1970], págs. 3-25.) Los libros condenados (II, 398, 22) tenían que ser marcados, como un hereje,
con un sambenito (III, 93, 8), y los autores enviados al infierno (“el centro del abismo”, II, 400, 32-401,
2). Como se discute en el capítulo 5 de este libro, en los libros de caballerías la devoción a las mujeres
sustituye la devoción a Dios.

Es dudoso que Cervantes lo supiera, pero la difusión de Amadís en Francia fue atribuida al diablo, que
usaba este medio para propagar el protestantismo. En una fecha más tardía se involucró personalmente a
Lutero, a quien el libro supuestamente incitó tanto a la lujuria que renunció a su voto de castidad y se
casó con una monja. (Véase Julius Schwering, “Luther und Amadis”, Euphorion, 29 [1928], 618-619;
Rodríguez Marín, nueva edición crítica, IX, 174; Thomas, págs. 150 y 164; Romances of Chivalry in the
Spanish Golden Age, pág. 92, nota 6.) Américo Castro (El pensamiento de Cervantes, pág. 61, nota 20) ha
señalado que los ataques contra los libros de caballerías coinciden cronológicamente con el Concilio de
Trento, que prohibió los matrimonios clandestinos tan típicos de ellos (véase Marcel Bataillon,
“Cervantes y el ‘matrimonio cristiano’”, en su Varia lección de clásicos españoles[Madrid: Gredos,
1964], págs. 238-255, en las págs. 249-250). El Concilio de Trento también prohibió el combate
caballeresco, como se recuerda en IV, 210, 26-27, aunque de hecho había una larga tradición de oposición
eclesiástica (véase Sydney Painter, French Chivalry [1940; reimpr., Ithaca: Cornell University Press,
1957], págs. 89 y 155). Todavía no se ha reconstruido la historia completa.

114
“Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional”, en Suma cervantina, pág. 203, nota
8. Avalle-Arce también señala que es en el mismo capítulo donde se menciona el ya escrito “Rinconete y
Cortadillo”. También Amezúa acepta sin reservas que el canónigo describe un proyecto cervantino
(Cervantes, creador de la novela corta española [Madrid: CSIC, 1956-1958], I, 401-403).

115
Su edición de Persiles, I, vii. Stanislav Zimic, “El libro de caballerías de Cervantes”, Acta
neophilologica, 8 (1975), 3-46, propone que el canónigo se refiere a la comedia cervantina El gallardo
español.

49
116
Las cuatro partes de Belianís “tienen necessidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada
cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del Castillo de la Fama y otras impertinencias de más
importancia” (I, 100, 24-28).

117
Eso tendría que entenderse como el deseo de continuar los Libros Primero y Segundo de Belianís, y
no las Partes Tercera y Cuarta, publicadas por primera vez en 1579, que no tuvieron éxito aunque fueron
escritas a petición de Carlos V (supra, nota 50). (El Belianíspublicado consiste en los Libros Primero y
Segundo y PartesTercera y Cuarta.) Don Quixote “alabava en su autor aquel acabar su libro con la
promessa de aquella inacabable aventura, y muchas vezes le vino desseo de tomar la pluma y dalle fin al
pie de la letra, como allí se promete” (I, 51, 14-17); esto es claramente una alusión al final del Libro
Segundo y no a la Parte Cuarta. El episodio del “castillo de la Fama” que debe quitarse (“es menester
quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia”, I, 100, 26-28)
también se encuentra en las Partes Tercera y Cuarta (véanse las anotaciones de Clemencín). Quisiera
agradecer a Lilia Orduna sus consejos sobre este libro.

118
En la Biblioteca Nacional de Madrid hay una continuación de Belianís inédita, La quinta parte de
don Beleanis [sic] de Grecia y su hijo Velfloran. Con sus grandes echos (MS 13138). No es de Cervantes.

119
Según la Crónica llamada el triunfo de los nueve más preciados Varones de la Fama (supra, nota
85), los “nueve de la fama” fueron Moisés, David, “Macabeo”, Alejandro, “Héctor Troyano”, Julio César,
Artús, Carlomagno y el héroe de las Cruzadas Godofredo de Bouillón.

120
Otra posible explicación de la decisión de no escribir una continuación de Belianís es la oposición
general de Cervantes a las continuaciones, que discutiremos en el capítulo 4.

121
“Quiero conceder que huvo doze Pares de Francia, pero no quiero creer que hizieron todas aquellas
cosas que el arçobispo Turpín dellos escrive; porque la verdad dello es, que fueron cavalleros escogidos
por los reyes de Francia, a quien llamaron pares, por ser todos iguales en valor, en calidad y en valentía, a
lo menos, si no lo eran, era razón que lo fuessen, y era como una religión de las que aora se usan de
Santiago o de Calatrava, que se presupone que los que la professan han de ser o deven ser cavalleros
valerosos, valientes y bien nacidos” (II, 367, 29-368, 9). Los libros sobre ellos también fueron dejados en
suspenso durante el examen de la biblioteca de Don Quijote (I, 98, 21-99, 19).

122
Debería tenerse en cuenta que en la medida en que existía la caballería tal como la entendía Don
Quijote, era siempre una imitación de una literatura que erróneamente se creía verídica. Véase F. J. C.
Hearnshaw, “Chivalry and its Place in History”, en Chivalry. A Series of Studies to Illustrate its
Historical Significance and Civilizing Influence, ed. Edgar Prestage (1928; reimpr., New York: AMS,
1974), págs. 1-13; John Fraser, “Medieval Chivalry: Where and When?”, en America and the Patterns of
Chivalry (Cambridge: Cambridge University Press, 1982), págs. 37-40; Larry D. Benson, “The
Tournament in the Romances of Chrétien de Troyes and L'Histoire de Guillaume Le Marechal”, en
Chivalric Literature. Essays on Relations between Literature and Life in the Later Middle Ages, ed. Larry
D. Benson y John Leyerle (Kalamazoo, Michigan: Medieval Institute of Western Michigan University,
1980), págs. 1-24, y la introducción a este volumen de los editores, págs. vii-ix; y Martín de Riquer,
Caballeros andantes españoles, Colección austral, 1397 (Madrid: Espasa-Calpe, 1967), págs. 168-170. El
extenso tratamiento de Huizinga de la distancia entre el ideal caballeresco y la realidad histórica (The
Waning of the Middle Ages, publicado por primera vez en 1924) es anterior a todos estos trabajos. Sin
embargo, la primera afirmación que conozco acerca del carácter artificial de la caballería es la de J. C. L.
Simonde de Sismondi, Historical View of the Literature of the South of Europe (publicado por primera
vez en 1813): “No debemos confundir la caballería con el sistema feudal. El sistema feudal puede
considerarse la vida real del período que tratamos, con sus ventajas e inconvenientes, sus virtudes y sus
vicios. La caballería, por el contrario, es el mundo ideal, tal como existía en la imaginación de los
escritores romances. Su carácter esencial es su devoción a la mujer y al honor” (I, 76-77). “Cuanto más
atentamente estudiamos la historia, más claramente percibimos cómo el sistema caballeresco es una
invención casi enteramente literaria. Es imposible distinguir los países en los que se dice que ha
prevalecido. Siempre se representa distante a nosotros en el tiempo y en el espacio; y mientras los
historiadores contemporáneos nos dan un informe claro, detallado y completo de los vicios de la corte y
de los grandes, de la ferocidad o de la corrupción de los nobles, y del servilismo del pueblo, con gran
sorpresa encontramos a los poetas, después de un largo lapso de tiempo, adornando la misma época con
una magnífica gracia, virtud y lealtad, producto de su imaginación. Los escritores de romances del siglo

50
XII situaron la edad caballeresca en la época de Carlomagno. El período en el que estos escritores
existieron es el indicado por Francisco I. Actualmente, imaginamos que aún podemos ver la caballería
floreciendo en las personas de Du Guesclin y Bayard, bajo Carlos V y Francisco I. Pero cuando
examinamos uno u otro período, aunque encontramos en los dos algunos espíritus heroicos, tenemos que
confesar que es necesario adelantar la edad caballeresca al menos tres o cuatro siglos antes de cualquier
período de historia auténtica” (I, 79).

123
Ver al Cid como caballero andante, como Cervantes al parecer hizo, es una distorsión desde una
perspectiva histórica, pero desde el punto de vista de Cervantes menos grave que lo que pueda parecer en
un principio. Fue retratado con mayor caballerosidad en el siglo XVI (véase Barbara Matulka, The Cid as
a Courtly Hero, from “Amadís” to Corneille [New York: Institute of French Studies, Columbia
University, 1928]), pero incluso tal como aparece en el Cantar publicado en el siglo XVIII, es un
caballero, que viaja por toda España acompañado de amigos, y que tiene aventuras.

51
Capítulo 2. El libro de caballerías ideal: El “famoso
Bernardo”

Una higa para todos los golpes que fingen de Amadís


y los fieros hechos de los gigantes, si hubiese en
España quien los de los españoles celebrase.
Luis de Zapata, Miscelánea1

¿Quién mereció la gloria, el nombre y opinión traída


de la famosa antigüedad, como Bernardo del Carpio?
Fernando de Herrera, Anotaciones2

Mala la huvistes, franceses,


en essa de Roncesvalles.
Romance citado en
Don Quijote, III, 125, 26-273

En sus prólogos y dedicatorias Cervantes a menudo comentaba sus proyectos


literarios, y siempre que podemos probar sus declaraciones vemos que son ciertas. En el
prólogo de La Galatea, “otras [obras] offresce para adelante de más gusto y de mayor
artificio” (I, L, 10-11), “empresas más altas y de mayor importancia” (I, xlviii, 7-8), y
ciertamente las ofreció. Al final de la Primera Parte de Don Quijote, dijo que si esa obra
alcanzaba su objetivo, “se animará a sacar y buscar otras [obras], si no tan verdaderas, a
lo menos, de tanta invención y passatiempo” (II, 402, 10-12), y también lo hizo. En el
prólogo de las Novelas ejemplaresCervantes afirmó que los lectores verían primero “con
brevedad dilatadas, las hazañas de don Quixote y donaires de Sancho Pança”, después
los Trabajos de Persiles, y finalmente las Semanas del jardín (I, 23, 18-20); publicó en
un período de dos años la Segunda Parte de Don Quijote, seguida de Persiles. En la
dedicatoria de Ocho comedias y ocho entremeses dijo que Don Quijote tenía “calçadas
las espuelas en su segunda parte para ir a besar los pies a V.E.... Luego irá el gran
Persiles, y luego Las semanas del jardín, y luego la segunda parte de La Galatea, si
tanta carga pueden llevar mis ancianos ombros” (I, 11, 12-14 y 19-22). Don Quijote
siguió inmediatamente después, y Cervantes escribió en su prólogo, “esperes el Persiles
que ya estoy acabando y la segunda parte de Galatea” (III, 32, 5-6), y en la dedicatoria
dijo que terminaría los Trabajos de Persiles y Sigismunda “dentro de quatro meses, Deo
volente” (III, 34, 12); murió seis meses más tarde, después de terminar el Persiles.

En la dedicatoria de su último libro publicado, Cervantes dijo que además de la


segunda parte de la Galatea y de las Semanas del jardín, estaba escribiendo el “famoso
Bernardo”, y de las dos últimas obras sólo “quedan en el alma ciertas reliquias y
assomos” (I, lvi, 16-18). Nadie ha cuestionado nunca la precisión de estas
declaraciones, y, como se ha dicho antes, las referencias a la continuación de la
Galatease aceptan como una indicación de que al menos había escrito parte de ella. Los
editores del Persiles han aventurado algunas especulaciones acerca de las Semanas del

52
jardín, suponiendo que sería del tipo de relatos cortos estructurados “al estilo del
Decamerón, quizás”, especula Avalle-Arce.4 Sin embargo, nadie ha hecho ningún
comentario sobre el Bernardo de Cervantes. Vamos a considerar qué tipo de obra era.

Antes de nada, ¿sobre qué Bernardo escribió Cervantes? Debió de ser sobre el héroe
español medieval Bernardo del Carpio; no había otro Bernardo tan conocido como éste
en la España del Siglo de Oro. El hecho de que Bernardocomo título podía solamente
referirse a Bernardo del Carpio es confirmado por el título del poema épico de Balbuena
(Bernardo, publicado en 1624).5 No hay ninguna duda de que fue sobre Bernardo del
Carpio.

Bernardo del Carpio fue en la España del Siglo de Oro el “arquetipo del héroe
hispano”.6 Su presencia en las obras de destacados historiadores contemporáneos,
Garibay, Morales7 y Mariana,8 así como también en la crónica publicada por Ocampo,
aseguró su historicidad. En la literatura, además del poema de Balbuena, Bernardo fue
el tema de los poemas épicos de Nicolás Espinosa (Segunda parte de Orlando, 1555),
de Francisco Garrido de Villena, traductor de Boyardo (El verdadero suceso de la
famosa batalla de Roncesvalles, 1555), de Agustín Alonso (Historia de las hazañas y
hechos del invencible cavallero Bernardo del Carpio, 1585), de Luis Barahona de Soto
(La Angélica, conocida como Las lágrimas de Angélica, Primera Parte, 1586),9 y
Cristóbal Suárez de Figueroa (España defendida, 1612);10 desempeñó un papel
destacado en la Lyra heroyca de Francisco Núñez de Oria (1581),11 y también se
encuentra en numerosos romances. Bernardo del Carpio fue el protagonista de una
comedia de Juan de la Cueva (presentada en Sevilla en 1579, publicada en 1588), 12 de
otra del mismo Cervantes, y de dos de Lope de Vega Carpio,13 quien, de joven, fue
ridiculizado por sus pretensiones de descender de Bernardo.14 También fue el tema de
obras de Lope de Liaño (Bernardo del Carpio en Francia), de Álvaro Cubillo de
Aragón (El Conde de Saldaña y su continuación, Los hechos de Bernardo del Carpio) y
del autor desconocido de la segunda parte de Bernardo del Carpio de Lope.15

Bernardo fue tan popular porque era una figura extremadamente patriótica,
organizador y líder de la resistencia contra los invasores carolingios. Fue la respuesta
española a Roldán, a quien, según la leyenda española y los poemas mencionados, mató
en Roncesvalles. Creado en la Edad Media,16 su resurgimiento a finales del siglo XVI
forma parte del poco estudiado despertar del interés por la historia nacional, resultado
de la expansión militar y religiosa española. También refleja la rivalidad de España y
Francia en el siglo XVI: “Durante los reinados de Carlos V y Felipe II, se ha dicho
acertadamente, ‘nada parecía más actual que la historia de Bernardo del Carpio’”.17 En
la figura de un líder joven y atractivo, pariente ilegítimo del rey, quizás se veía cierta
semejanza con Don Juan de Austria.18 La resurrección de Bernardo fue, ante todo, la
respuesta española a la glorificación ficticia de héroes franceses en los popularísimos
poemas de Ariosto y Boyardo; el primero de los poemas épicos sobre Bernardo, el de
Espinosa, fue la Segunda parte de Orlando [furioso], con el verdadero sucesso de la
famosa batalla de Roncesvalles, fin y muerte de los doze Pares de Francia, y fue
publicado acompañando las ediciones de las traducciones españolas de Ariosto.19 Como
dice Espinosa en su dedicatoria, escribió la obra porque vio que eran “tan cantadas las
hazañas de los Pares de Francia, por los famosos Conde Descandiano [Boyardo], y
Ludovico Ariosto, hinchiendo el mundo de sus heroicos hechos: y que estavan
sepultados en el olvido nuestros Españoles, que a éstos, y muchos más en la nombrada
lid de Roncesvalles vencieron y sobraron”.

53
Sin embargo, Cervantes encontró las obras del siglo XVI sobre Bernardo (en las
cuales se presenta de forma muy parecida a Amadís y a otros caballeros andantes
literarios) muy deficientes. En el escrutinio de la librería de Don Quijote, las obras que
tratan de “estas cosas de Francia” han de estar en cuarentena, como Belianís, hasta que
“con más acuerdo se vea lo que se ha de hazer dellos”. 20 Pero los poemas épicos
Bernardo del Carpio y Roncesvalles “han de estar en las [manos] del ama y dellas en las
del fuego, sin remisión alguna” (I, 99, 15-24).21 Bernardo fue, pues, un tema lógico para
Cervantes, que estaba interesado por el heroísmo español y por el progreso de la
literatura. También, Bernardo era el hijo del conde de Saldaña, y Cervantes asistía a la
Academia de los Nocturnos, patrocinada por Diego Gómez de Sandoval, conde de
Saldaña.22

¿Pero qué era esa obra titulada Bernardoque Cervantes escribió sobre las hazañas de
Bernardo del Carpio? ¿Se trata de una comedia? Hay que rechazar esta hipótesis por
varias razones. La mención al “famoso Bernardo” junto con las Semanas del jardín, y la
afirmación de Cervantes “todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y assomos”,
sugieren que Bernardo era una obra que tenía la extensión de un libro, no una comedia.
Cervantes ya había escrito una comedia sobre Bernardo del Carpio, La casa de los celos
y selvas de Ardenia, lo que es un argumento en contra de que hubiera escrito otra. Hay
muchos indicios de que Cervantes no escribió para el teatro después de 1605, mucho
menos en una fecha tan tardía como 1616. ¿Por qué había de escribir, si sus piezas
dramáticas ya no interesaban (Adjunta al Parnaso, 124, 31)? La lista de sus obras
concluidas que se encuentra al principio de Viaje del Parnaso, IV, es cronológica, y da a
entender que sus comedias son anteriores a Don Quijote. En el prólogo de las Ocho
comedias y ocho entremeses, donde se publicó La casa de los celos, dijo que había
intentado escribir una comedia por última vez “algunos años ha”, y esto parece indicar
más de dos o tres años.23

¿Era, pues, un poema? Esta posibilidad es casi tan remota como la de que fuera una
comedia. Un poema sobre Bernardo habría tenido que ser un poema épico, y ya en 1605
se habían escrito cinco poemas épicos sobre él, tres de ellos publicados (los de Alonso,
Espinosa, y Garrido de Villena), uno parcialmente publicado (el de Barahona de Soto), 24
y uno inédito (el de Balbuena); “la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, haze
que no se estimen” (III, 32, 1-3). Además, el verso no era la forma preferida de
Cervantes; no escribió muchos, y le parecían difíciles;25 critica sus propios versos por
medio de las palabras del cura Pero Pérez (“más versado en desdichas que en versos”, I,
104, 30-32), y puede que se refiera a ellos en su autocrítica en el Parnaso(14, 2-19; 16,
15-17).

Cervantes no muestra ningún interés por la narración en verso comparable con su


gran interés por las posibilidades y deficiencias de la prosa existente. Pero Pérez es
hostil al verso hasta el punto de proponer que se suprima de La Diana, después de lo
cual “quédesele en ora buena la prosa” (I, 103, 1). Los personajes de Cervantes no
discuten los relativos méritos del Carlo famoso (que tiene mucho de caballeresco) y de
la más contenida Austríada, ni la validez de los poemas históricos de Lucano y de
Tasso, ni incluso el valor de Garcilaso. Cervantes bien podría haber visto a los españoles
como líderes (y efectivamente lo eran) en el desarrollo de la prosa literaria. Este género
nacional, y no los modelos extranjeros, era lo que los literatos españoles deberían
celebrar, explorar e incluso coleccionar. El discurso del canónigo da a entender que la
prosa es un medio apropiado para escribir sobre los héroes. Cervantes llevó a la

54
práctica, en el Persiles, la épica en prosa, y es imposible aceptar que en el prólogo de su
gran poema épico en prosa mencionara casualmente la composición de un poema épico
en verso.

Llegamos, por tanto, a la conclusión, totalmente coherente con la trayectoria de


Cervantes y con el hecho de que se mencione junto con las Semanas del jardín y la
Segunda Parte de La Galatea, que Bernardo fue escrito en prosa. No había habido
ningún libro en prosa sobre Bernardo del Carpio, 26 mientras que en el siglo XVI se
habían publicado crónicas caballerescas del Cid, de Fernán González y del rey Rodrigo.
¿Era Bernardo un libro histórico? También esta posibilidad es dudosa. Cervantes se
interesaba por la historia; apreciaba los buenos libros históricos y seguramente leyó un
buen número de ellos.27 Debía de tener conocimientos del método histórico (búsqueda
de fuentes, tanto mejores cuanto más cercanas a los hechos; conciliación de diferencias,
evaluando la credibilidad de las fuentes;28 preferencia, en igualdad de condiciones, de
las fuentes escritas a la memoria. Pero no concuerda con nuestros conocimientos sobre
Cervantes imaginarlo escribiendo una historia, de la que no nos ha dejado ningún texto
ni ninguna referencia a su composición. ... ¿de dónde sacaría Cervantes la información
histórica sobre Bernardo, suficientemente detallada para llenar un libro? ¿Qué fuentes
podía usar? Los materiales más antiguos que la crónica de Alfonso X, de la cual la
crónica de Ocampo antes mencionada (pág. 45) era una versión bien conocida, estaban
en latín. Las crónicas más antiguas, como las Silense y Najarense, eran inéditas cuando
no desconocidas; las historias prealfonsinas más importantes, las de Rodrigo Toledano y
de Lucas Tudense, se habían editado sólo en el extranjero.29 El historiador más antiguo
de los publicados, Lucas Tudense, encontró la historia de Bernardo extremadamente
confusa,30 y ninguna de estas posibles fuentes ofrecía más que datos escuetos de la vida
de Bernardo.

Debemos recordar que los escritos históricos no gozaban del mismo prestigio que la
literatura, y por tanto no podían proporcionar a Cervantes la aclamación que anhelaba.
La recompensa psicológica habría sido menor, y el dinero, especialmente después de
recibir el apoyo del Conde de Lemos y del cardenal Sandoval y Rojas, 31 seguramente no
era su único móvil.32 La responsabilidad del historiador es muy grande, pues debe
contar los hechos no como podían o debían haber sido, sino como realmente fueron.33

Pero como autor de literatura, a Cervantes le hubiera sido posible mejorar las obras
existentes sobre Bernardo. Lo habría hecho presentando, como hicieron Homero y
Virgilio34 y como propone el canónigo (II, 344, 17-26), un modelo o “exemplo” de
conducta; ésta era otra ventaja clave, y también una responsabilidad, que el escritor de
literatura (“poeta”) tenía sobre el historiador. Al mismo tiempo, sin embargo, Cervantes
habría suprimido las contradicciones con la verdad histórica, haciendo verosímil y
creíble la parte inventada o ficticia.35

Por tanto el Bernardo de Cervantes, aunque tuviera un tema histórico, era una obra
literaria en prosa. Sólo hay dos tipos de literatura heroica en prosa que Cervantes
conociera: el poema épico en prosa, y una subcategoría de la poesía épica, el libro de
caballerías. En base a su contenido, que era crucial, y no a la forma, que era secundaria,
el libro de caballerías, que trata de hechos heroicos, es un poema épico: “todos essos
libros de cauallerias...no tienen, digo, diferencia alguna essencial que los distinga [de la
épica]”, dice López Pinciano.36 Las palabras del canónigo, comparando el libro de

55
caballerías con las obras de Homero y Virgilio (II, 346, 6-12), indican que éste era el
punto de vista de Cervantes.

No obstante, no todos los poemas épicos son libros de caballerías; la épica, para
López Pinciano, podía tratar de otros tipos de acciones heroicas, además de las
caballerescas y militares.37 Su ejemplo más importante, para los estudiosos de
Cervantes, es Heliodoro. Heliodoro es un poeta épico: “de Heliodoro no ay duda que
sea poeta, y de los más finos épicos que han hasta agora escripto”, dice López Pinciano
(III, 167), y el Persilesde Cervantes fue escrito siguiendo el modelo de Heliodoro
(prólogo de las Novelas ejemplares). Por lo tanto, para Cervantes, el Persiles era un
poema épico, y en este punto todos están de acuerdo. Aquí tenemos otro argumento en
contra de que Bernardo fuera un poema épico en prosa, pues Homero fue el único poeta
clásico que escribió dos poemas épicos. Virgilio escribió uno, Lucano escribió uno;
Aquiles Tacio y Heliodoro escribieron uno. Lo mismo Boyardo, Ariosto y Tasso;
Ercilla, Rufo, Virués y Barahona de Soto, que eran para Cervantes los mejores escritores
épicos españoles (I, 105, 9-30), tampoco escribieron más que uno cada uno, y dudo de
que Cervantes hubiera querido quebrantar esta regla no escrita escribiendo dos poemas
épicos. (Lope publicó el tercero en 1602.38)

Incluso si admitiéramos que Cervantes había escrito dos poemas épicos, lo que
parecería poco probable, tendríamos que aceptar que ambos fueron totalmente distintos,
lo que es aún menos probable. Bernardotenía un origen histórico, Persiles, imaginario;
Bernardo trataba de las proezas de un guerrero, y Persiles es el relato de la
peregrinación de una pareja de amantes. Bernardo estaba situado a principios de la Edad
Media, Persiles tiene lugar en tiempos de Cervantes.39 ¿Cómo podía Cervantes haber
utilizado la épica de dos formas tan dispares?

Por tanto, si Persiles fue el poema épico de Cervantes, Bernardo fue algo distinto.
Nos quedamos con la conclusión atractiva y lógica de que Bernardo fue un libro de
caballerías, género que brilla por su ausencia en el corpus de Cervantes, aun cuando lo
conocía bien, meditaba sobre él, hablaba de él y creía que podía ser mucho mejor de lo
que era. Entonces, cuando tenemos a un autor que había empezado pero no había
concluido un libro de caballerías,40 y cuando un juicioso personaje de este autor ha
hecho lo mismo, creo que podemos, con seguridad, tomar a ese personaje como
portavoz del autor en esta cuestión. Por lo tanto no dudo en datar el principio de la
composición de Bernardocomo anterior a la composición del capítulo 47 de la Primera
Parte de Don Quijote,41 y en afirmar que Cervantes ya había escrito “más de cien hojas”
por aquella época (II, 346, 17). Era una cantidad considerable, puesto que la “Novela
del curioso impertinente”, escrita “de muy buena letra” (II, 83, 3; II, 87, 29), sólo
ocupaba ocho pliegos (II, 87, 31).42

Las mismas pruebas indican que, como era, al parecer, su costumbre,43 Cervantes lo
había mostrado a muchos, incluidos los “hombres doctos y discretos, apassionados desta
leyenda” del canónigo (II, 346, 19-20; adaptado),44 recibiendo “una agradable
aprobación” (II, 346, 22-23),45 pero que lo había dejado de lado. El discurso del
canónigo también sugiere un motivo: miedo del “confuso juizio del desvanecido vulgo,
a quien por la mayor parte toca leer semejantes libros” (II, 346, 30-347, 2), 46 confirmado
por la aprobación que dio el vulgo a las comedias defectuosas (II, 347, 3-25; II, 350, 10-
12). Ya que únicamente es mencionado en la dedicatoria de la última obra que
Cervantes escribió, debemos suponer que guardó el manuscrito de Bernardo durante

56
largo tiempo y lo prosiguió después de un intervalo de muchos años, habiendo
entretanto elevado el gusto del vulgo con la publicación de Don Quijote.47 Eso mismo
(guardar cuidadosamente sus manuscritos, y reanudar proyectos dejados de lado) es lo
que hizo con varias otras obras.48

Antes de adentrarnos en el supuesto contenido de Bernardo, hay otro punto por


examinar: lo que Cervantes creía que debía ser un libro de caballerías. Si habla de “un
libro o fábula” (II, 341, 25-26) y de “historias y libros” (III, 69, 5-6; se reproduce el
pasaje infra, pág. 103), Cervantes entendía el término libro como una categoría
genérica.49 No he hallado ninguna discusión sobre este término usado de esa forma, pero
muchos libros de los siglos XVI y XVII usan libro en sus títulos, y todos ellos, aparte de
algunas excepciones que se mencionarán un poco más adelante, son obras destinadas a
dar información a sus lectores, y de los que, por tanto, los teóricos literarios lógicamente
no hacían caso. Entre ellos están el Libro de la historia y milagros de Nuestra Señora
de Montserrat de Pedro de Burgos (1514), el Libro de cocina de Roberto de Nola
(1525), el Libro llamado Consulado de mar (1539), el Libro del arte de las comadres, o
madrinas, y del regimiento de las preñadas y paridas, y de los niños de Damián Carbón
(1541); el Libro llamado Tesoro de virtudes de Alfonso de la Isla (1543), el Libro
intitulado Los problemas de Francisco López de Villalobos (1543), el Libro de
pestilencia curativo y preservativo(1542), el Libro de experiencias de medicina (1544) y
el Libro de las quatro enfermedades cortesanas (1544) de Luis Lobera de Ávila, que
estaban entre los libros del padre de Cervantes,50 el Libro de las meditaciones de San
Agustín (1550), el Libro de grandezas y cosas memorables de España (1549) y el Libro
de la verdad(1555) de Pedro de Medina, el Libro de enfrentamientos de la gineta de
Eugenio Manzanas (1583), el Libro del paso honroso de Juan de Pineda (1588), el Libro
de las virtudes y propiedades maravillosas de las piedras preciosas de Gaspar de
Morales (1604), y muchos otros.51

Los libros que usaban la palabra libroen el título y no eran verdaderos eran atacados,
a veces duramente. Entre ellos están el Libro áureo de Marco Aurelio (1527), el Libro
llamado Reloj de príncipes (1529), y el Libro llamado Monte Calvario (1545) de
Antonio de Guevara,52 el antecesor milesio de los libros de caballerías, el Asno de Oro
de Apuleyo (Libro del Lucio Apuleyo del asno de oro, ¿Sevilla, 1513?),53 y la Pícara
Justina, que, si era un libro, por lo menos tenía la decencia de llamarse un Libro de
entretenimiento. ¿Pero que habría pensado Cervantes del Libro del esforzado cavallero
Tristán de Leonís? ¿Del Libro del noble y esforzado cavallero Renaldos de Montalbán?
¿Del Libro del esforzado gigante Morgante y de Roldán y Reinaldos? ¿Del Libro del
muy esforzado e invencible Caballero de la Fortuna propiamente llamado don
Claribalte? ¿Del Libro del invencible caballero Lepolemo? ¿Del Libro del famoso
caballero Palmerín de Oliva, que por el mundo grandes hechos en armas hizo, sin
saber cuyo hijo fuese? ¿Del Libro del invencible caballero Primaleón? Gingiol

Habría pensado que efectivamente engañarían al ignorante, a quien no se podría


censurar si los consideraba verdaderos, especialmente cuando iban acompañados de un
aparato a menudo rebuscado que describía cómo se encontró el manuscrito y cómo fue
traducido, y a veces con prólogos distintos del “autor” y del “traductor”. Todos los
libros de caballerías pretendían narrar acontecimientos que realmente ocurrieron;
algunos incluso llegaron a llamarse crónicas.54 En Don Quijote vemos que esta
pretensión engañaba a muchos.55

57
¿No es éste el centro del ataque de Cervantes contra los libros de caballerías, que no
eran verdaderos sino falsos? ¿No es éste el sentido de que su “máquina” está “mal
fundada” (I, 38, 4-5), el motivo por el cual deberían quemarse no sólo los libros
(Primera Parte, capítulo 6; II, 362, 21-29) sino también a los autores (III, 68, 25-27)?
¿No son secundarios su estructura mediocre, su deficiente estilo y sus fabulosos
disparates? Incluso puede explicarse su inmoralidad como una consecuencia de su
falsedad.56

El Bernardo de Cervantes contendría hazañas caballerescas verdaderas, basadas en


un personaje histórico; en Don Quijote se subraya la importancia de leer libros de
caballerías verdaderas (II, 83, 30-84; II, 363, 12-27). El Bernardo de Cervantes no sólo
trataría de un caballero histórico, sino que además este héroe histórico era español,
subsanando una grave deficiencia en los libros de caballerías existentes, cuyos
protagonistas imaginarios—Amadís de Gaula,57 Palmerín de Inglaterra, Belianís de
Grecia, etc.—eran siempre extranjeros.58 Era esencial que Bernardo fuera una obra
literaria antes que histórica, pues tanto Don Quijote como Juan Palomeque rechazan los
libros históricos por poco interesantes; los críticos de los libros de caballerías confirman
que esta actitud estaba extendida. Deleitar aprovechando era el principio literario más
universal en la España del Siglo de Oro.59 Un libro de caballerías podía y debía hacer lo
mismo.

Existe la información acerca de la visión cervantina de la historia de España para


permitir una reconstrucción parcial de su Bernardo, aunque nunca se haya reunido.
(Castro ni siquiera menciona el pensamiento histórico en su Pensamiento de Cervantes.)
Un punto de partida lógico es su comedia La casa de los celos,60 en la cual Bernardo, un
caballero andante, es un personaje importante. En esta obra ya puede detectarse la
oposición a la España medieval descrita por Boyardo, Ariosto y los autores españoles
mencionados anteriormente en este capítulo.61 Hay repetidos comentarios sobre los
conflictos absurdos entre los cristianos y sobre la necesidad de que Bernardo desist a de
sus aventuras en Francia. Merlín le recomienda, en un largo discurso, que vuelva a
España, libre a su padre de la cárcel y use sus habilidades caballerescas para un fin
patriótico:

Valeroso español, cuyo alto intento


de tu patria y amigos te destierra;
buelve a tu amado padre el pensamiento,
a quien larga prisión y escura encierra.
A tal hazaña es gran razón que atento
estés, y no en buscar inútil guerra
por tan remotas partes y escusadas....
Tiempo vendrá que del francés valiente,
al margen de los montes Pireneos,
baxes la altiva y generosa frente....
Por ti tu patria se verá en sosiego,
libre de ageno mando y señorío....
Buelve, buelve, Bernardo a do te llama
un inmortal renombre y clara fama.
(I, 152, 4-11, 13-16, y 22-23)

58
En La casa de los celos, pues, el joven Bernardo deja una vida improductiva y
absurda en el extranjero, para asumir su responsabilidad: la defensa de su país. Dirigirá
la resistencia contra las fuerzas de Carlomagno, y bajará “la altiva y generosa frente”
del francés “al margen de los montes Pireneos”, es decir, matará a Roldán en
Roncesvalles. Aunque se nos dice en Don Quijote que es dudoso de que Bernardo
hiciera todas las hazañas que se le atribuyen (II, 368, 14-16), ésta es la única
mencionada, que evidentemente impresionó al protagonista (I, 52, 19-23; I, 373, 23-25;
III, 403, 5-11). La fama y el valor de Roldán fueron ganados con falsedad, por medio de
encantamientos, y no hay resistencia a la verdadera valentía favorecida por Dios. 62
Porque Dios le ayudaba, Bernardo, y no Claribalte o Primaleón, sería verdaderamente
invencible.

Las hazañas de Bernardo, sin embargo, más que terminar, empezarían con la derrota
de los franceses en Roncesvalles. La cuestión principal era la amenaza islámica a la
Europa cristiana; como su escudero le dice: “en España ay que hazer, / moros tienes en
fronteras, / tambores, pitos, vanderas / ay allá, ya puedes ver” (I, 147, 16-19). Castilla,
con un león en una mano y un castillo en la otra, exhorta a Bernardo a ayudar a los
españoles a defenderse, sin la ayuda y el mando francés:

¿Duermes, Bernardo amigo...?


Advierte que tu tío,
contra todo derecho,
forma en el casto pecho,
una opinión, un miedo, un desvarío
que le mueve a hazer cosa
ingrata a ti, infame a mí, y dañosa.
Quiere entregarme a Francia,
temeroso que, él muerto,
en mis despojos no se entregue el moro....
No mira que el decoro
de animosa y valiente,
sin cansancio o desmayo,
que me infundió Pelayo,
he guardado en mi pecho eternamente....
Ven, y con tu presencia
infundirás un nuevo
corazón en los pechos desmayados....
Te llevaré, Bernardo, al patrio suelo.
Ven luego, que el destino
propicio tuyo, encierra
tú en tu brazo tu honra y mi consuelo.
Ven, que el benigno cielo
a tu favor se inclina....
...Dentro en pocos años
verás estrañas cosas,
amargas y gustosas,
engaños falsos, ciertos desengaños.
(I, 224, 6-226, 5)63

59
Podemos dirigirnos a los historiadores para más información acerca de otras hazañas
de Bernardo; Cervantes, apasionado defensor de la verdad histórica, no habría creado un
Bernardo en conflicto con los conocimientos históricos. Debe observarse, sin embargo,
que Bernardo pertenecía a una época lejana de la Edad Media, y como se ha dicho
anteriormente, lo que se conocía acerca de él se limitaba a unos cuantos acontecimientos
importantes. Al escribir sobre Bernardo, pues, Cervantes tenía el “espacioso campo”
que el canónigo alabó (II, 343, 24-29)64 y que Juan Rufo echaba de menos en la historia
moderna.65 Había muchas posibilidades para la imaginación inteligente del autor sin que
entrara en conflicto con los hechos históricos. Éste era un importante problema crítico,
que William Nelson denominó “el dilema del narrador renacentista”:66 cómo escribir
literatura sin poner en peligro la verdad. La solución, que también recomendó López
Pinciano,67 es ingeniosa. La dificultad del historiador se convierte en la oportunidad del
novelista.68

Desde una perspectiva histórica, los años en que Bernardo vivió fueron esenciales
para el cristianismo español. Fue el primer señor de Bernardo, Alfonso II, quien inició
lo que Menéndez y Pidal ha llamado “neogoticismo”: la creencia de que los reyes de
Asturias y León eran los herederos de la monarquía visigoda, y por lo tanto los
verdaderos soberanos de toda la península.69 Fue también en esta época cuando surgió la
idea de que los musulmanes tenían que ser expulsados, que España tenía que ser
reconquistada por los cristianos.

Como ya se ha mencionado, fue Bernardo quien demostró que la España cristiana era
capaz de emprender esta empresa sin ayuda francesa. Tras sus habilidades como
guerrero y líder de hombres estaba su virtud moral. En contraste con Roldán,
enloquecido y anulado como guerrero por Angélica y en contraste con los polígamos
árabes, cuyo interés por los muchachos (garzones) Cervantes menciona en varias
ocasiones,70 Bernardo era un héroe casto. En ningún romance o texto histórico se
mencionan sus servicios corteses a una dama, aunque se casa; su señor y tío, Alfonso II
“el Casto”, llevó la castidad a tal extremo que no tuvo descendientes.71 Según la historia
de la época, fue el libertinaje del rey Rodrigo y su adulterio con La Cava la causa de que
los disolutos árabes conquistaran la península;72 la virtud de Fernando e Isabel los
condujo al éxito.73 Los reveses militares y políticos son consecuencia del pecado;74 la
pureza moral, especialmente la abstinencia sexual, es recompensada con la victoria.75

En resumen, Bernardo del Carpio fue la razón principal por la cual “prósperamente y
casi sin ningún tropiezo procedían en tiempo del rey don Al[f]onso las cosas de los
cristianos con una perpetua, constante, igual y maravillosa bonanza” (Mariana, pág.
206a). Siendo el iniciador de la Reconquista, a su vez una inspiración para las Cruzadas,
habría sido una persona “que ha sido la salud no sólo de un reino, sino de muchos” (III,
93, 1-2), una persona cuyas hazañas eran incluso más importantes que las de los “doze
Pares de Francia” y los “Nueve de la Fama” juntos (I, 91, 13-14).

El descubrimiento de los supuestos restos del apóstol Santiago en Galicia fomentó


mucho el progreso de la España cristiana medieval. La aparición de Santiago, patrón de
España, en el Bernardode Cervantes parece inevitable, puesto que fue el acontecimiento
más “dichoso” del reinado de Alfonso II (Mariana, pág. 203b), y casi coincidió con el
nacimiento del héroe.76 Como dice Don Quijote, “este gran cavallero de la cruz bermeja
háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo, especialmente en los rigurosos
trances que con los moros los españoles han tenido” (IV, 230, 9-13).

60
El cronista ficticio o sabio encantador, como Urganda de Amadís de Gaula, Alquife
de Amadís de Grecia y Artemidoro y Lirgandeo del Espejo de príncipes y caballeros,
era un personaje esencial en el libro de caballerías. La aparición del personaje de Cide
Hamete en Don Quijote demuestra que Cervantes era consciente de la necesidad de esta
figura. El uso de estos adornos seudohistóricos contribuía a que los lectores creyeran en
lo que leían, y no había ningún peligro, más bien un gran beneficio, en que creyeran en
las hazañas de Bernardo del Carpio.

El sabio encantador, en los libros de caballerías, no era sólo un cronista. Poseía


poderes sobrenaturales, y podía predecir glorias futuras.77 Solía aparecer en los
momentos claves, a menudo durante el combate, para ayudar al caballero, a quien
aconsejaba y guiaba, para que todo le fuera bien.78

Es lógico atribuir este papel a Santiago, quien habría “escrito” en griego, la


pretendida lengua de composición más frecuente de los libros de caballerías castellanos.
Con Santiago apoyando a Bernardo, algo perfectamente lógico que hiciera, los
indeseables elementos sobrenaturales de los libros de caballerías se convertirían en
milagros.79 Esta sugerencia, quizás sorprendente, lo es menos si consideramos que los
escritos fraudulentos acerca de Santiago eran una importante cuestión histórica y
religiosa en la España de Cervantes. En Granada, una montaña llamada el Sacromonte,
había recibido este nombre al haberse hallado en ella un polémico grupo de textos, los
“libros plúmbeos”, cuya autenticidad se debatía acaloradamente.80 Cervantes y sus
lectores, incluso los relativamente ignorantes, debían de haber oído hablar de estos
famosísimos descubrimientos. Cervantes parece aludirlos al final de la Primera Parte (II,
401, 17-25). Estos textos tratan de María, Pedro y Santiago; según afirmaban, habían
sido escritos por los secretarios de este último, y demostraban la preciada creencia
española de que Santiago había visitado España. Considerando la pretensión, en los
libros de caballerías, de que los manuscritos imaginarios que habían sido “recuperados”
y “traducidos” habían sido descubiertos en lugares remotos y en circunstancias extrañas
y maravillosas,81 es posible que Cervantes hubiera simulado encontrar el manuscrito de
su libro sobre Bernardo del Carpio en Granada.82

Santiago no era sólo un santo sino también un caballero (IV, 228, 1-2). 83 El hecho de
que la profesión de “el exercicio de las armas” (IV, 228, 2-3) y la religión pudieran
relacionarse, que los santos pudieran ser caballeros y los caballeros santos, y parece
haber sido importante para Cervantes, sorprendido de que la mayoría de los santos
recientes fueran frailes y no los que trabajaban en la viña del Señor. 84 En Don Quijote se
indica esta conexión. “Religión es la cavallería, cavalleros santos ay en la gloria”,
explica Don Quijote a Sancho (III, 120, 10-11); después de recobrar su juicio en el
último capítulo, se declara enemigo de “todas las historias profanasdel andante
cavallería” (IV, 398, 27-29). Su descripción de tres caballeros santos adicionales en el
capítulo 58 de la Segunda Parte, que provoca el renovado asombro de Sancho por sus
conocimientos (IV, 228, 22-27), es muy directa.

Se creía que “Santiago Matamoros”, como le llamaban, aparecía en las batallas para
ayudar a los guerreros cristianos. La primera batalla en la que lo hizo, según la
tradición, fue la de Clavijo (Mariana, pág. 208b), durante el reinado de Ramiro I,
sucesor de Alfonso II.85 Esta batalla, según los historiadores del tiempo de Cervantes,
fue decisiva para la suerte de los cristianos: gracias a ella el reinado de Ramiro, aunque
breve, fue “en gloria y hazañas muy señalado, por quitar, como quitó, de las cervices de

61
los cristianos el yugo gravísimo que les tenían puesto los moros y reprimir las
insolencias y demasías de aquella gente bárbara. A la verdad, el haber España levantado
la cabeza y vuelto a su antigua dignidad, después de Dios se debe al esfuerzo y perpetua
felicidad deste gran príncipe. En los negocios que tuvo con los de fuera fue excelente,
en los de dentro de su reino admirable; y aunque se señaló mucho en las cosas de la paz,
pero en la gloria militar fue más aventajado”(Mariana, pág. 207a).

Por la victoria de Clavijo, que restauró la dignidad española, se terminó el tributo de


las cien doncellas (Mariana, págs. 200b, 207b-208b), que sería una buena fuente de
historias para intercalar. Al mismo tiempo, y quizás relacionado con ello, puesto que
Don Quijote sostiene que “la orden de los cavalleros andantes” se fundó sobre todo para
proteger a las doncellas,86 se fundó, según algunos autores, la Orden de Santiago,87
cuyos miembros eran para Cervantes la réplica española de los “doce pares” franceses.88

Las fuentes históricas no asocian específicamente a Bernardo con la batalla de


Clavijo. Sin embargo, si “el esfuerzo de Bernardo se mostró mucho en todas las guerras
que por este tiempo se hicieron”(Mariana, pág. 207a), su participación en ese
acontecimiento, teniendo en cuenta su juventud en la batalla de Roncesvalles, es
inevitable. Con su aparición en la batalla de Clavijo, Santiago habría ayudado a
Bernardo de la misma forma que los sabios encantadores ayudaban a los caballeros
andantes en los libros de caballerías. De la misma manera que Merlín sugirió la
fundación de una organización caballeresca, los Caballeros de la Mesa Redonda (supra,
nota 78), Santiago pudo haber hecho algo igual. Bernardo habría sido, pues, el fundador
de la Orden de Santiago, y él y sus hombres habrían sido caballeros de Santiago,
causando gran satisfacción a los lectores que apoyaban esta orden. En esta época la edad
de Bernardo, como la de Don Quijote, “frisaba...con los cinquenta años” (I, 50, 1-2).

Esto es, naturalmente, una reconstrucción especulativa. Sin embargo, es coherente no


sólo con el tratamiento de la historia de España que se encuentra en las obras de
Cervantes, sino también con la descripción del canónigo del libro de caballerías ideal.
Reproduzco aquí el famoso pasaje de éste para que pueda releerse a la luz de esta
discusión de Bernardo:

con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallava en ellos una cosa
buena, que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento
pudiesse mostrarse en ellos, porque davan largo y espacioso campo por
donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma, descubriendo
naufragios,89 tormentas, rencuentros y batallas; pintando un capitán
valeroso, con todas las partes que para ser tal se requieren, mostrándose
prudente, previniendo las astucias de sus enemigos, y eloquente orador,
persuadiendo o dissuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo,
presto en lo determinado, tan valiente en el esperar como en el acometer;
pintando ora un lamentable y trágico sucesso, aora un alegre y no
pensado acontecimiento; allí una hermosíssima dama, honesta, discreta y
recatada; aquí un cavallero christiano, valiente y comedido; acullá un
desaforado bárbaro fanfarrón; acá un príncipe cortés, valeroso y bien
mirado; representando bondad y lealtad de vassallos, grandezas y
mercedes de señores. Ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo
excelente, ya músico, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse
nigromante,90 si quisiere. Puede mostrar las astucias de Ulixes, la piedad

62
de Eneas, la valentía de Aquiles, las desgracias de Éctor, las traiciones de
Sinón, la amistad de Eurialo, la liberalidad de Alexandro, el valor de
César, la clemencia y verdad de Trajano, la fidelidad de Zopiro, la
prudencia de Catón, y, finalmente, todas aquellas acciones que pueden
hazer perfecto a un varón ilustre, aora poniéndolas en uno solo, aora
dividiéndolas en muchos; y siendo esto hecho con apazibilidad de estilo
y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere possible a la verdad,
sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lazos texida...

(II, 343, 23-344, 31)

Cervantes tenía grandes esperanzas en su Bernardo. Si era, como he mantenido, la


obra descrita por el canónigo, era la obra que Cervantes pensaba que le daría la fama de
Homero y Virgilio (II, 346, 10-12). No es una aspiración desmedida para Cervantes,
quien creía que una obra posterior, el Persiles, “competiría” con (es decir, sería tan
bueno o mejor que) las Etiópicas de Heliodoro, obra que gozaba de gran estima.91 Los
autores españoles, en opinión de Cervantes, superaban no sólo a los grandes autores
italianos,92 sino también a los más grandes de todos los tiempos: en el “Canto de
Calíope”, una celebración del genio literario español, “mil espíritus divinos...hacen
nuestra edad más venturosa / que aquella de los griegos y latinos” (La Galatea, II, 214,
14-16). Las hazañas de un héroe español, contadas poéticamente, “pusieran en su olvido
las de los Hétores, Aquiles y Roldanes” (II, 84, 17-18); un autor español, lógicamente,
podía superar a los grandes autores mencionados. Y como pregunta Sánchez de Lima
(pág. 21), “mirad quales tienen mayor nombre Hector, y Achiles por lo que hizieron, o
Homero, y Virgilio por lo que escriuieron?” Gingiol

Sin duda Cervantes creía que su Bernardoera superior porque el tema que trataba, la
guerra contra los moros, era más importante que la guerra de Troya, porque su obra era
más verídica y no usaba encantamientos, puntos por los que se criticaba a Homero y a
Virgilio,93 y porque, en general, había seguido los preceptos literarios que había puesto
en boca del canónigo, por los que se había “quemado las cejas” (II, 347, 23-24). (En
cambio, la Primera Parte de Don Quijote sólo le había costado “algún trabajo” [I, 30,
22].) No obstante, aunque es una lástima no tener todas las obras que Cervantes
escribió, estén terminadas o no, no hace falta lamentar mucho la pérdida de Bernardo.
Si lo hubiera terminado y publicado, bien habría podido alcanzar tanto éxito como los
poemas épicos sobre temas nacionales, o quizás aún mayor. Pero habría sido una obra
con poco atractivo para los lectores modernos, para quienes sería difícil identificarse
con este soldado cristiano, y no habría dado a Cervantes la fama inmortal de Homero y
Virgilio. Bernardo, que en nuestra terminología habría sido una novela histórica, habría
sido intensamente nacionalista y religiosa. Inevitablemente habría sido una proyección
de las costumbres, valores, conocimientos y lenguaje del Siglo de Oro en la alta Edad
Media; los moros, por ejemplo, habrían sido los mismos moros que Cervantes conoció
en Argel.

Cervantes lo abandonó porque no iba a gustar al vulgo, y en sus términos, todos


nosotros, puesto que preferimos Don Quijote al Persiles, somos miembros de este
numeroso grupo. Preferimos la espontaneidad a la perfección teórica, y cuando no
leemos literatura fantástica, que sigue siendo tan popular o más que en la época de

63
Cervantes, preferimos la descripción realista de la época de un autor a sus conjeturas
acerca del pasado. Bernardo fue simplemente el primer intento de Cervantes de escribir
una obra clásica, y su importancia consiste en situar el contexto para la composición de
la obra que le dio, póstuma e irónicamente, la fama de Homero y de Virgilio.

Y sin embargo, ¿quién sabe? Las obras de Shakespeare o de Lope no son peores—
quizás mejores—por proyectar su propio siglo en los anteriores. Si Bernardo hubiera
estado lleno de “ingeniosa invención”94 y “buen discurso”, con “proporción de partes
con el todo y del todo con las partes”, y por todo ello una obra que “tir[ase] lo más que
fuere possible a la verdad”,95 podríamos leerlo, e instruirnos y deleitarnos. Sin embargo,
Cervantes nos ha dado algo mucho más

64
Notas al Capítulo 2

1
Capítulo 11; página 81 de la edición de Isidoro Montiel (Madrid: Castilla, 1949). Francisco Márquez
Villanueva comenta la “lectura muy cuidadosa” de la inédita Miscelánea que Cervantes llevó a cabo, en
“Don Luis Zapata o el sentido de una fuente cervantina”, en Fuentes literarias cervantinas(Madrid:
Gredos, 1973), págs. 109-182.

2
Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera, en Garcilaso de la Vega
y sus comentaristas, ed. Antonio Gallego Morell, 20 edición (Madrid: Gredos, 1972), pág. 554. La cita se
encuentra en una larga exaltación de las proezas de armas de los españoles, en respuesta al desdén que,
según Herrera, los italianos sentían hacia ellos. Las bien conocidas Anotaciones de Herrera constituían
una fuente fundamental para la historia y teoría literarias de Cervantes y también para su patriotismo, y a
ellas me referiré más adelante.

3
“Bernardo del Carpio soy / espanto de los Paganos / honra y prez de los Christianos / pues que de mi
esfuerço doy / tal exemplo con mis manos. / Fama, no es bien que las calles / mis hazañas singulares / y si
acaso las callares / pregunten a Roncesvalles / que fue de los doze pares.” (Montemayor, La Diana, págs.
174-175.)

4
En su edición del Persiles (Madrid: Castalia, 1969), pág. 46, nota 10. Sobre el supuesto fragmento de
las Semanas del jardín, que no corresponde a estas especulaciones, véase mi Las “Semanas del jardín”,
ya citado.

5
ElBernardo de Balbuena no es fácilmente asequible más que en la edición de Cayetano Rosell,
Poemas épicos, I, Biblioteca de autores españoles, 17 (1851; reimpreso en Madrid: Atlas, 1945), 139-399,
aunque hay una edición crítica inédita de Margaret Kidder, “A Critical Edition of El Bernardo de
Bernardo de Balbuena”, tesis, Illinois, 1937; algunos fragmentos de la edición de Rosell son
reproducidos, con notas, por Frank Pierce en The Heroic Poem of the Spanish Golden Age: Selections
(Oxford: Dolphin, 1947), págs. 167-231, quien también cita una edición de San Feliu de Guíxols, 1914.
Son estudios recientes los de Gilberto Triviños, “Nacionalismo y desengaño en El Bernardo de
Balbuena”, Acta literaria [Concepción, Chile], 6 (1981), 93-117 y “Bernardo del Carpio desencantado
por Bernardo de Balbuena”, publicado por primera vez en Revista chilena de literatura, 16-17 (octubre,
1980-abril, 1981), págs. 415 y siguientes (según Sumario actual de revistas, 40 julio-diciembre de [1980],
pág. 183), después reimpreso en Cuadernos americanos, 236 (mayo de 1981), 79-102; también Felix
Karlinger, “Anmerkungen zu El Bernardo (libro nono) von Bernardo de Balbuena”, en Aureum Saeculum
Hispanum. Beiträge zu Texten des Siglo de Oro. Festschrift für Hans Flasche zum 70. Gerburtstag, ed.
Karl-Hermann Körner y Dietrich Briesemeister (Wiesbaden: Franz Steiner, 1983), págs. 117-123; y
Maxime Chevalier, “Sur les Eléments merveilleux du Bernardode Balbuena”, en Études de philologie
romane et d'histoire littéraire offerts à Jules Horrent à l'occasion de son soixantième anniversaire
([Tournai]: Gedit, 1980), págs. 597-601. Juan Bautista Avalle-Arce cita algunos estudios anteriores en La
novela pastoril española, págs. 225-226, y Keiran McCarty ofrece una introducción en “A Song of
Roland in Northwest Arizona”, Arizona and the West, 28 (1986), 378-390.

El Bernardo de Balbuena fue dedicado, curiosamente, al Conde de Lemos, mecenas de Cervantes, en


1609 (véase John Van Horne, “El Bernardo” de Bernardo de Balbuena, University of Illinois Studies in
Language and Literature, 12.1 [Urbana: University of Illinois Press, 1927], pág. 23). Todavía más curioso
es el hecho de que lleva un prólogo neoaristotélico escrito en 1615-1616. (En el prólogo, pág. 140, se dice
que “de diez [años] que se le concedieron de privilegio, son ya pasados más de los seis”. El privilegio
original, renovado más tarde, era de julio de 1609 [Van Horne, pág. 22].) Balbuena, no obstante, en esa
época estaba en Méjico, y el libro fue escrito en el siglo dieciséis. (En el prólogo, pág. 140, dice que la
obra estaba terminada desde hacía algo menos de veinte años [es decir, alrededor de 1596], y que la había
empezado en “aquella primera edad, con los bríos de la juventud y la leche de la retórica”; Balbuena, por
lo que se sabe, nació en 1568.)

65
Alfonso Pardo Manuel de Villena, Marqués de Rafal, en su libro Un mecenas español del siglo XVII.
El Conde de Lemos. Noticia de su vida y de sus relaciones con Cervantes, Lope de Vega, los Argensola y
demás literatos de su época(Madrid, 1911), apenas menciona a Balbuena (pág. 253), pero tampoco
menciona otros dos nombres relacionados con Lemos y Cervantes: Jerónimo de Pasamonte (véase mi
“Cervantes, Lope y Avellaneda”, pág. 139) y Cristóbal de Mesa (véase mi “Cervantes y Tasso vueltos a
examinar”, pág. 53).

6
Esther Lacadena, Nacionalismo y alegoría en la épica española del XVI: “La Angélica” de
Barahona de Soto (Zaragoza: Departamento de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza,
1980), pág. 196. El dominio del Cid sobre otros héroes medievales españoles es una postura bastante
reciente. Antes de la publicación del poema que conocemos como el Cantar de mío Cid a finales del siglo
XVIII, la imagen que se tenía de él era menos idealizada, como vemos, por ejemplo en I, 258, 8-13. (Los
dos ejemplos de esta tradición anterior mejor conocidos hoy son las Mocedades de Rodrigoy el Cid de
Corneille; véase Barbara Matulka, The Cid as a Courtly Hero.) Su canonización moderna es inseparable
del Cantar, reconocido por primera vez como obra de arte por Southey, Schlegel y sus contemporáneos
(véase Manuel Milá y Fontanals, De la poesía heroico-popular castellana[ed. Martín de Riquer y Joaquín
Molas, Barcelona: CSIC, 1959], capítulo 1, especialmente págs. 75-76). En España no es anterior a Milá
y Fontanals ni incluso, hasta cierto punto, a Menéndez Pidal.

7
Utilizado por Cervantes como fuente para La Numancia (Astrana, III, 331); la historia de Mariana
aún no se había publicado en esa época. El cardenal Sandoval y Rojas había sido alumno de Morales. No
he podido ver la tesis de Rafael Laínez Alcalá, “Aportaciones para la biografía de D. Bernardo de
Sandoval y Rojas, Arzobispo de Toledo”, mencionada por Astrana, V, 358.

8
En sus Advertencias a la Historia de Juan de Mariana, Pedro Mantuano ataca la historicidad de
Bernardo; ofrece un resumen Georges Cirot, Mariana historien (Bordeaux, 1905), págs. 271-272. Ésta
fue una de las secciones de las Advertenciasde Mantuano que fueron censuradas antes de que se
permitiera su reimpresión en Madrid en 1613 (Cirot, pág. 191, nota 1), por lo tanto es discutible si
Cervantes la leyó, y no indujo a Mariana, que revisaba su propia obra publicada (Cirot, págs. 179-188,
221-224), a hacer algún cambio en su tratamiento de Bernardo en ediciones posteriores. Mantuano
también atacó las cualidades ejemplares de la figura de Bernardo en una carta, publicada por Cirot, pág.
193.

9
Es difícil apreciar su papel sólo por la Primera Parte, pero algunos fragmentos de la Segunda Parte y
algunas alusiones en la Primera nos permiten apreciar cuán importante fue para el conjunto de la obra.
Véase Alfred Triolo, “Bernardo del Carpio and Barahona de Soto's Las lágrimas de Angélica”, Kentucky
Romance Quarterly, 14 (1967), 265-281, y Lacadena, págs. 342-356.

10
Aparte del poema de Balbuena, y de la edición de José Lara Garrido de Las lágrimas de Angélica
(Madrid: Cátedra, 1981), no hay ninguna edición moderna de estos textos. En las series en microfilme
Iberian and Latin American Books before 1701 (antes Hispanic Culture Series), rollo 33 y Books Printed
in the Low Countries before 1601, rollo 15, se incluye una edición de 1557 del poema de Espinosa.

11
Maxime Chevalier, L'Arioste en Espagne, pág 206. López de Hoyos escribió una carta preliminar al
libro de Núñez (pág. 209).

12
Comedia de la libertad de España por Bernardo del Carpio, ed. A. I. Watson, Exeter Hispanic
Texts, 8 (Exeter: University of Exeter, 1974). La utilización de la leyenda por Cueva es estudiada por
Watson en Juan de la Cueva and the Portuguese Succession (London: Tamesis, 1971), capítulo 6, y por
David G. Burton, The Legend of Bernardo del Carpio: From Chronicle to Drama (Potomac, Maryland:
Scripta Humanistica, 1989), éste reseñado por E. Michael Gerli, Revista de estudios hispánicos, 24
(1990), 122-124.

13
Las mocedades de Bernardo del Carpio, que puede leerse en Obras de Lope de Vega, 17, Biblioteca
de autores españoles, 196 (Madrid: Atlas, 1966), 1-48, y El casamiento en la muerte, en el mismo
volumen, págs. 49-93. Esta obra es estudiada por Michael D. Triwedi, “Posthumous Marriage: Literary
Precedents for a Scene in Lope de Vega”, Bulletin of the Comediantes, 24 (1972), 45-47, y Juan Bautista
Avalle-Arce, “Dos notas a Lope de Vega”, Nueva revista de filología hispánica, 7 (1953), 426-432.

66
Un descendiente de Bernardo también aparece en el último canto de la Hermosura de Angélicade
Lope.

14
Marcelino Menéndez Pelayo, Estudios sobre el teatro de Lope, págs. 170-171 de la edición de
Adolfo Bonilla y San Martín, III (Madrid, 1922), pág. 188 de la edición nacional, III (Madrid: CSIC,
1949) y pág. 124 de la edición en Biblioteca de autores españoles, 195 (Madrid: Atlas, 1966); y Alfred
Morel-Fatio, “Les Origines de Lope de Vega”, Bulletin hispanique, 7 (1905), 38-53. (Está relacionado el
estudio de Bataillon, “Urganda entre Don Quijote y La pícara Justina”, publicado por primera vez en
Studia Philologica. Homenaje...a Dámaso Alonso, I [Madrid, 1960], 191-215; recogido en su Varia
lección de clásicos españoles[Madrid: Gredos, 1964], págs. 268-299, y véase la pág. 429 del estudio de
Avalle-Arce citado en la nota anterior.) El soneto al que alude Menéndez Pelayo, junto con varios otros
que atacan a Lope, puede encontrarse en los Sonetosde Góngora, ed. Biruté Ciplijauskaité (Madison:
Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1981), págs. 495-496.

Los estudios de Menéndez Pelayo de las dos obras de Lope (págs. 109-195, 122-214 y 81-143,
respectivamente, de las tres ediciones mencionadas) son una buena introducción a Bernardo del Carpio en
la España del Siglo de Oro, aunque Menéndez Pelayo no conocía la segunda parte de la comedia de Lope,
mencionada en la nota siguiente, y no tuvo acceso a los poemas épicos de Garrido de Villena y Alonso. A
ellos tendría que añadirse la información que presentó en Antología de poetas líricos castellanos, edición
nacional, VI (Madrid: CSIC, 1944), 155-189.

15
Pueden consultarse las obras de Álvaro Cubillo de Aragón en Dramáticos posteriores a Lope de
Vega, ed. Ramón de Mesonero Romanos, I, Biblioteca de autores españoles, 47 (1858; reimpreso en
Madrid: Hernando, 1924), págs 79-95 y 97-110 respectivamente. De la de Lope de Liaño no he
encontrado ninguna edición reciente; sin embargo, puede encontrarse, al igual que todas las obras
mencionadas hasta ahora, en la serie de microfilmes Spanish Drama of the Golden Age (New Haven:
Research Publications, ¿1971?); véase el índice de José M. Regueiro (New Haven: Research Publications,
1971). La segunda parte de Bernardo del Carpio de Lope fue reimpresa a partir de una suelta en la “nueva
edición” de las obras de Lope, III (Madrid: Real Academia Española, 1917), 645-679. S. Griswold
Morley y Courtney Bruerton dijeron de esta obra “si la escribió originalmente Lope, ha sido refundida en
parte”, y “tal y como se conserva el texto, no es de Lope” (Cronología de las comedias de Lope de Vega,
trad. María Rosa Cartes [Madrid: Gredos, 1968], pág. 425).

16
El artículo de William J. Entwistle, “The Cantar de gesta of Bernardo del Carpio”, Modern
Language Review, 23 (1928), 307-322 y 432-452; el de Albert B. Franklin, III, “A Study of the Origins of
the Legend of Bernardo del Carpio”, Hispanic Review, 5 (1937), 286-303; y el libro de Jules Horrent, La
“Chanson de Roland” dans les littératures française et espagnole au Moyen Âge, Bibliothèque de la
Faculté de Philosophie et Lettres de l'Université de Liège, 120 (Paris: Les Belles Lettres, 1951),
probablemente proporcionarán al curioso tanta información o más de la que desea acerca del Bernardo o
Bernardos conocidos en la Edad Media española, junto con referencias a otros estudios. El debate acerca
de los orígenes de la leyenda de Bernardo, sin embargo, no ha terminado. Los estudios más recientes son:
el artículo de Ramón d'Abadal i de Vinyals, “El comte Bernat de Ribagorça i la llegenda de Bernardo del
Carpio”, Estudios dedicados a Menéndez Pidal, III (Madrid: CSIC, 1951), 463-487; el de Ramón
Menéndez Pidal, “La historiografía medieval sobre Alfonso II”, en su Miscelánea histórico-literaria,
Colección austral, 1110 (Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1952), págs. 41-78; el de Angelo Monteverdi,
“Rinaldo di Montalbano e Bernardo del Carpio a Roncisvalle”, Coloquios de Roncesvalles
(1955)(Zaragoza: Institución Príncipe de Viana, Diputación Foral de Navarra, 1956), págs. 263-276
(quisiera agradecer a David Hook el haberme proporcionado esta referencia); la discusión de elementos
literarios en los Romanceros del rey Rodrigo y de Bernardo del Carpio, ed. Rafael Lapesa, Diego Catalán,
Álvaro Galmés y José Caso, Vol. I del Romancero hispánico de Menéndez Pidal (Madrid: Gredos, 1957);
J. C. García, Bernardo del Carpio (Oviedo, 1960), citado por Francisco Márquez Villanueva, “El
sondeable misterio de Nicolás de Piamonte (Problemas del Fierabrás español)”, en su Relecciones de
literatura medieval(Sevilla: Universidad de Sevilla, 1977), págs. 95-134, en la pág. 129, nota 36; el
artículo de Diego Catalán, “El Toledano romanzado y las Estorias de los fechos de los godos del siglo
XV”, en Estudios dedicados a James Homer Herriott ([Madison]: Universidad de Wisconsin, 1966), I, 9-
102, en las págs. 39-44 (mi agradecimiento de nuevo a Alan Deyermond); los artículos de Erich von
Richthofen, “Relaciones franco-hispanas en la época medieval”, en Actas del Primer Congreso
Internacional de Hispanistas (Oxford: Dolphin, 1964), págs. 483-494 (véase Márquez Villanueva, “El
sondeable misterio”, pág. 130, nota 36), y “Analogías histórico-legendarias inadvertidas en las tradiciones

67
épicas medievales de España, Francia, y los países germánicos”, Prohemio, 3 (1972), 373-407 (reimpreso
con sólo cambios de poca importancia en la sección que trata de Bernardo en su libro Límites de la crítica
literaria [Barcelona: Planeta, 1976], págs. 123-193; mi agradecimiento a Alan Deyermond); Vicente José
González García, “Bernardo del Carpio y la batalla de Roncesvalles”, págs. 185-195 del VIII Congreso de
la Société Rencesvalls ([Pamplona]: Institución Príncipe de Viana, Diputación Foral de Navarra, 1981), y
capítulo 1 del libro de D. G. Pattison, From Legend to Chronicle: The Treatment of Epic Material in
Alphonsine Historiography (Oxford: Society for the Study of Mediaeval Languages and Literature, 1983).
Vale la pena todavía leer, por su influencia, el capítulo 3 de De la poesía heroico-popular castellana de
Milá y Fontanals, autor también de un poema épico sobre Bernardo. Para bibliografía sobre Milá, véase
Wayne H. Finke, “Manuel Milá y Fontanals' Views on Alfonso X and the Cantigas”, en Studies on the
“Cantigas de Santa María”: Art, Music, and Poetry. Proceedings of the International Symposium on the
“Cantigas de Santa María” of Alfonso X el Sabio (1221-1284) in Commemoration of Its 700th
Anniversary Year—1981, ed. Israel J. Katz y John E. Keller (Madison: Hispanic Seminary of Medieval
Studies, 1987), págs. 269-277.

17
Horrent,La “Chanson de Roland”, pág. 526. Juan de la Cueva hizo una aplicación política distinta
de la figura de Bernardo; véase el libro de Watson citado en la nota 12 de este capítulo.

18
Roldán era un familiar ilegítimo de Carlomagno; es llamado bastardo en I, 107, 13.

19
Acerca de las implicaciones antifrancesas del héroe nacional Bernardo del Carpio en la segunda
mitad del siglo XVI, véase José Lara Garrido, “Poesía y política. A propósito de Las lágrimas de
Angélica de Luis Barahona de Soto”, en Actas del I Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía
Moderna. Siglos XVI-XVII, II (Córdoba: Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de
Córdoba, 1978), 117-123; Chevalier, L'Arioste en Espagne, especialmente el capítulo 2; Triviños,
“Nacionalismo y desengaño”; y el capítulo 4 de la monografía de Lacadena.

20
En el juramento de Loaysa, impresionante desde un punto de vista superficial, pero carente de
sentido, jura sobre “todo aquello que en su prohemio encierra la verdadera historia de Carlomagno” (“El
celoso extremeño”, II, 224, 20-21), atacando de nuevo esta clase de literatura.

La oposición en España a estas obras coincidió con el creciente reconocimiento entre los historiadores
de que una fuente fundamental sobre la presencia carolingia en España, la crónica atribuida a Turpín, no
era fidedigna. Juan Sedeño, en su Summa de varones ilustres (1551; he usado la edición de Toledo: Juan
Rodríguez, 1590), critica el relato de Turpín (fol. 53r ). En 1605, sin embargo, Juan Fernández de Velasco,
condestable de Castilla, lo usó como fuente de sus Dos discursos en que se defiende la venida y
predicación del apóstol Santiago en España (Valladolid, 1605). Mariana atacó a Velasco por eso, llamó la
crónica de Turpín “un libro de caballerías, indigno de ser nombrado por una persona seria” y dijo que
Velasco había usado “textos notoriamente apócrifos” (Cirot, Mariana historien, pág. 67); Mariana a su
vez fue injustamente atacado por Pedro Mantuano por la misma razón (véase Cirot, pág. 213). Según
Adalbert Hämel, Überlieferung und Bedeutung des Liber Sancti Jacobi und des Pseudo-
Turpin,Sitzungsberichte der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, Philosophisch-historische
Klasse, 2 (Munich: Bayerischen Akademie der Wissenschaften, 1950), en un tratado posterior Mariana
llamó la crónica de Turpín “totus ex fabulis et mendacio est compactus” (pág. 61) y “sine iudicio ex aliis
fabulosis libris” (pág. 62). (Es aproximadamente en la misma época, finales del siglo XVI, cuando se
puso en duda la Historia Regum Britannie de Geoffrey de Monmouth, según John J. Parry y Robert A.
Caldwell, “Geoffrey of Monmouth”, en Arthurian Literature in the Middle Ages. A Collaborative History,
ed. Roger Sherman Loomis [Oxford: Clarendon Press, 1959], págs. 72-93, en la pág. 72.)

No hay ningún estudio del uso que se hizo de la crónica seudoturpina en el siglo dieciséis, pero se
menciona (según los índices) 18 veces en el Orlando furioso y 54 en el Orlando innamorato, y Turpín no
es sólo una fuente sino un personaje en el Morgante de Pulci. Además de Agustín Alonso, mencionado en
la nota siguiente, el autor francés de la Chrónica llamada Triumpho de los nueve más preciados varones
de la Fama (trad. de Antonio Rodríguez Portugal, Alcalá, 1585), declaró que “dexando todas las otras
chrónicas delas historias y hechos de Carlo Magno, yo me atengo a la chrónica que el buen hombre y
confessor suyo el arçobispo Turpín de Reyns escrivió y dexó en memoria, como más verdadero y cierto
escriptor y chronista de sus hechos: y quiero lo seguir como más verdadero de todos” (fol. 158v ); un poco
más tarde encontramos perlas como “Cómo el Apóstol Santiago apareció al emperador Carlo Magno,
amonestándole que passasse en España” (fols. 161-162). Lope, en el prólogo a La hermosura de Angélica,

68
dijo que “traduxe de Turpino estos pequeños cantos” (citado por Pérez Pastor, Bibliografía madrileña, II,
32). Un precedente al engaño de Lope es el de Boyardo, que declaró con falsedad que su poema era una
traducción de la crónica de Turpín (“tradutto de la verace cronica de Turpino”); existe la posibilidad de
que algunos autores del siglo dieciséis tomaran esta afirmación literalmente y hablaran de Turpín
utilizando solamente a Boyardo.

21
Se entiende que estos poemas, como los de Ariosto y Boyardo, tratan de “estas cosas de Francia”.

En el caso de la Historia de las hazañas y hechos del invencible Cavallero Bernardo del Carpio de
Agustín Alonso (Toledo: Pero López de Haro, a costa de Juan Boyer, 1585), es posible que Cervantes se
opusiera tan enérgicamente porque Alonso afirmó que su rigor era mayor que el de los libros de
caballerías “haziendo yo...(según el precepto de Horacio) las cosas fingidas tan cercanas a las ciertas....
Aunque de semejantes libros [las historias de los príncipes valerosos] se pudieran en todo tiempo aver
escripto tantos que tuvieran bien en que ocuparse los curiosos, no contentándose con esto el ingenio de
los que desean saber y enseñar a otros, inventó otra manera de historias adornadas con estilo y erudición,
fingiendo varios sucessos de fortuna y valentía en algún valeroso cavallero del nombre que le ponían. Y
aunque a muchos ha parecido negocio impertinente si los libros que desto tratan tienen ingenio y arte, no
sólo no merecen tal nombre pero con justo título grande alabança por ser ventura de más provecho que los
que tratan de particular historia, porque ésta dize del cavallero qual fue, y el libro que con razón se dize
de cavallerías pinta al cavallero qual deve ser, y si estas dos cosas quisiéssemos procurar en un subjecto,
ninguno se hallaría como el que tenemos entre manos. Aviendo de tratar del Invicto Bernardo del Carpio
cuyos hechos fueron de manera, que quando las historias se ocuparan en esso, huviera poca necessidad de
fingir otras cavallerías.” (“A...Diego Fernando de Alarcón” y “Al Benigno Lector”, páginas preliminares
sin numerar.)

La obra de Alonso no fue mucho mejor que los libros de caballerías. Declaró que se había basado en
la crónica de “Turpín de Rana, el qual yo llevo / Por norte principal, y por mi guía” (fol. 79v ).

22
Williard F. King, Prosa novelística y academias literarias en el siglo XVII, Anejo 10 del Boletín de
la Real Academia Española (Madrid, 1963), pág. 46; Ellen D. Lokos, The Solitary Journey. Cervantes's
“Voyage to Parnassus” (New York: Lang, 1991), págs. 106-107. Una “Oda al Conde de Saldaña” fue
publicada por Aribau en Obras de Cervantes, [I], Biblioteca de autores españoles, 1 (1846; reimpreso en
Madrid: Atlas, 1944), 712-713; James Fitzmaurice-Kelly calificó esta atribución de “punto de
controversia” (Reseña documentada, pág. 209, nota 521), y Astrana la atacó (V, 553). Acerca de Saldaña,
véase Astrana, VI, 13, nota 1, Gareth A. Davies, “Luis Vélez de Guevara and Court Life”, en Antigüedad
y actualidad de Luis Vélez de Guevara, Purdue University Monographs in Romance Languages, 10
(Amsterdam-Philadelphia: John Benjamins, 1983), págs. 20-38 y A Poet at Court. Antonio Hurtado de
Mendoza (1586-1644) (Oxford: Dolphin, 1971), págs. 18-23, y Joaquín de Entrambasaguas, “Un olvidado
poema de Luis Vélez de Guevara”, Revista de bibliografía nacional, 2 (1941), 91-176.

23
Ya que en el establecimiento de las fechas de las obras de teatro de Cervantes cada cual tira por
donde le parece, arriesgaré mi propio comentario. Ya que ninguna de sus comedias acusa la influencia de
López Pinciano—no tienen ningún simple, por ejemplo, cuya relevancia se menciona en el capítulo 4—y
ya que no reflejan sus ideas sobre el teatro expresadas en el capítulo 48 de la Primera Parte, y a la vista de
su tratamiento en Viaje del Parnaso, IV, deben de ser, con sólo unas pocas excepciones posibles,
anteriores a 1605. También apoya esta postura el consenso de todo el mundo (a excepción de Cervantes)
de que son sus obras más mediocres; si la mejor es La Numancia, e indiscutiblemente es de las primeras,
¿cómo podemos decir que sus obras más mediocres son las posteriores?

Hay dos pruebas opuestas, aparte del estudio de los textos de las obras, que han proporcionado estos
resultados desconcertantes. (Véase el comentario de Bruce Wardropper en “Comedias”, pág. 152, y la
lista de fechas propuestas por Jean Canavaggio que se ha incluido en Cervantès. Un théâtre à naître
[Paris: Presses Universitaires de France, 1977], pág. 19.) La primera es que en Adjunta al Parnaso, 124,
29, Cervantes dijo que tenía seis comedias y seis entremeses, mientras que un año más tarde publicó ocho
entremeses y ocho comedias. Que yo sepa, nadie interpreta que escribió dos obras de cada uno de estos
géneros durante aquel año; según Rodríguez Marín, “para formar y abultar su libro arregló o terminó dos
comedias y dos entremeses que tendría a medio escribir, quitados del telar desde hacía mucho tiempo”
(pág. 416 de su edición del Parnaso [Madrid, 1935]). (Es una extraña coincidencia el que el número de
obras de teatro que se comprometió por contrato a escribir en 1593, y que se cree que no escribió, fueran

69
seis; el contrato puede encontrarse en Astrana, V, 29-31, Fitzmaurice-Kelly, págs. 107-108, nota 295 y
José María Asensio y Toledo, Nuevos documentos para ilustrar la vida de Miguel de Cervantes Saavedra
[Sevilla, 1864], págs. 26-29.)

La segunda prueba es “El engaño a los ojos”, un título mencionado en el prólogo de las Ocho
comedias. Al parecer nunca fue concluido, lo cual revela claramente los intereses de Cervantes en 1615 y
1616. Astrana (VII, 302, nota 1) ha sugerido sutilmente que el título no era de una comedia que Cervantes
estaba escribiendo o quería escribir, sino un ataque al estilo de vida de Lope, que Cervantes ya había
atacado en su irónica referencia a la “ocupación continua y virtuosa” de Lope en el prólogo de la segunda
parte de Don Quijote. La interpretación de Astrana estaría bien fundamentada. La inspiración del título
“El engaño a los ojos” parece ser el reto, en el prólogo de las Comedias,a la habilidad de Cervantes por
parte del “autor” descrito allí como “escrupuloso” (véase Don Quijote, III, 70, 10-12), “maldiciente”,
pero dotado de un “ingenio” que oscurecía el de Cervantes: indudablemente la persona aludida es Lope.

24
No está claro cuánto se escribió del poema de Barahona, además de la primera parte publicada.
Véase la discusión de Lara Garrido en su edición, págs. 567-568.

25
Las obras de Cervantes están llenas de referencias a poetas y poesías deficientes: Don Quijote, I,
320, 33-321, 11 (es significativo el hecho de que Don Quijote no escribiera su carta en verso); III, 78, 31-
79, 2; III, 204, 31-207, 25; IV, 13, 18-15, 7; IV, 201, 11-14; El rufián dichoso, II, 12, 28-14, 32;
“Rinconete y Cortadillo”, I, 288, 1-6; “El licenciado Vidriera”, II, 92, 18-95, 1; “Coloquio de los perros”,
III, 242, 15-243, 14; el Parnaso y Adjunta.

26
UnaEstoria de Bernaldo, seguramente una obra latina en prosa, existió en el siglo XIII, pero se
perdió, probablemente antes del fin de la Edad Media. Véase el artículo de Entwistle citado en la nota 16,
supra.

27
Hay una evidente implicación autobiográfica en la declaración del canónigo que la lectura de
“valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren”
(II, 363, 24-27).

28
Véase III, 84, 19-22; III, 87, 16-20; y III, 302, 11-29.

29
La historia de Rodrigo Toledano se publicó completa por primera vez en Hispania illustrata
(Frankfurt, 1603-1608), Vol II; anteriormente se había publicado en Rerum hispanicarum scriptores
(Frankfurt, 1579); se publicó otra edición incompleta y poco conocida junto con la historia latina de
Fernando e Isabel de Nebrija (Granada, 1545), según Benito Sánchez Alonso, Fuentes de la historia
española e hispanoamericana, 30 edición (Madrid: Revista de Filología Española, 1952), artículo número
56. La de Lucas Tudense, editada por Mariana, apareció en Hispania illustrata, Vol. IV.

30
Véanse los artículos y el libro citado en la nota 16 de este capítulo. La figura de Bernardo, cuyas
contradicciones también fueron comentadas por Esteban de Garibay (Los XL. libros del Compendio
historial [Amberes, 1571, en microfilme en la serie Iberian and Latin American Books before 1601, antes
Hispanic Culture Series, rollo 6], I, 425), es un reto incluso para los especialistas modernos. Albert B.
Franklin, III, dice en la primera página de su artículo: “Un atento examen de los romances y crónicas que
tratan de este héroe y su historia deja al lector con un sentimiento de frustración debido a las muchas
contradicciones y anacronismos en las primeras manifestaciones que todavía existen”, y en la pág. 289:
“El primer examen de la historia tal como se reproduce aquí o se encuentra en una o en todas las crónicas
asombra al lector con sus ingenuos anacronismos y poca veracidad histórica”. Jules Horrent hace la
misma afirmación: “Todas las narracciones conservadas sobre Bernardo del Carpio ofrecen la más seria
heterogeneidad. Ninguna de ellas representa la forma original de la historia” (La “Chanson de Roland”,
pág. 462).

31
Se conoce el apoyo que tuvo de Sandoval y Rojas sólo por el Prólogo de Don Quijote, II. El
mecenazgo de Lemos, amparo y sustento de Cervantes según sus propias palabras (III, 34, 6-7), es
mencionado más frecuentemente; Rafal (págs. 255-267) ha mantenido que seguramente era una pensión.
M. Hermida Balado, aun admitiendo que la ayuda debía de haber sido importante, examina la ayuda de
Lemos a otros ingenios y concluye que su trato para con Cervantes era menos entusiástico que lo que las

70
palabras de este último indican (Vida del VII Conde de Lemos (Interpretación de un mecenazgo) [s.l.:
Nos, 1948], págs. 157-158). La relación de Cervantes con Lemos ha sido comentada por Ramón León
Máinez, Cervantes y su época, I (único publicado, Jérez de la Frontera, 1901), págs 535-537. También
tratan de Lemos, Otis Green, “The Literary Court of the Conde de Lemos at Naples, 1610-1616”,
Hispanic Review, 1 (1933), 290-308, y Félix Fernández Murga, “El Conde de Lemos, Virrey-mecenas de
Nápoles”, Annali Istituto Orientale, Napoli, Sezione romanza, 4 (1962), 5-28. El testamento de Lemos y
otros documentos fueron publicados por Astrana, VII, 722-729, quien también menciona (pág. 729) pero
no describe un inventario de la biblioteca de Lemos; la fuente de Astrana para las referencias a este
documento fue Cristóbal Pérez Pastor, Noticias y documentos relativos a la historia y literatura
españolas, Memorias de la Real Academia Española, 10-13 (Madrid, 1910-1926), I, 318-319 y 378.

32
Evidentemente Cervantes quería recibir dinero por sus escritos; véase II, 347, 3-25 y, para una
mayor explicación del aspecto económico de su carrera literaria, mi “¿Tenía Cervantes una biblioteca?”
Sin embargo, pone en boca de Sansón, un “socarrón famoso” (III, 61, 15-20; III, 105, 7), “algo burlón”
(IV, 153, 13), “perpetuo trastulo y regocijador de los patios de las escuelas salmanticenses” (III, 106, 14-
15), la afirmación, evidentemente falsa, que el autor de Don Quijote sólo busca el interés. Cuando un
autor se preocupa por el “dinero” e “interés”, dice Sancho, “maravilla será que acierte, porque...las obras
que se hazen a priessa nunca se acaban con la perfección que requieren” (III, 75, 10-14). Recuérdese el
codicioso autor que Don Quijote encuentra en la imprenta (IV, 296, 1-23), que espera ganar “por lo
menos” 11.000 reales (1000 ducados) por 12.000 reales de ventas (2.000 ejemplares a 6 reales cada uno).

Cervantes seguramente pensó que con sus obras beneficiaba a los lectores. Pero es evidente que buscó
la fama y la aprobación del público. Cuando la alcanzó, nos lo dice en varias ocasiones (III, 70, 29-30, y
los pasajes citados en el capítulo 3, nota 90). El canónigo, aunque admite la legitimidad de una
recompensa económica por el esfuerzo literario (“más gente atraerán”, II, 347, 28-29; “ganancia”, II, 348,
27; “el entretenimiento del pueblo”, II, 353, 7), la sitúa en un plano inferior a la fama (“más fama
cobrarán”, II, 347, 29; “fama y renombre”, II, 348, 26; “la opinión de los ingenios de España”, II, 353, 8).
Cervantes hizo un contrato para escribir obras de teatro (citado en la nota 23, supra), por el que cobraría
sólo si cada una de ellas parecía ser “una de las mejores comedias que se han representado en España”; se
quejó de que no se incluyera su retrato al principio de las Novelas ejemplares. Las frecuentes referencias
de Don Quijote a la fama evidentemente tienen implicaciones de autoría. Su deseo de ser reconocido
como líder (el primero en intentar restablecer la caballería andante) se parece mucho al orgullo de
Cervantes por haber sido un autor pionero (es decir, el primero en “novelar”, el primero en escribir un
poema épico en prosa, “el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como desseava”, IV,
406, 7-8).

Lo que parece haber amargado a Cervantes es que la fama (complaciendo a los discretos) y los
beneficios económicos (complaciendo al vulgo) no podían obtenerse con la misma obra: “Bien sé”, dice
en el Prólogo de Don Quijote, Segunda Parte, “lo que son tentaciones del demonio, y que una de las
mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro con que
gane tanta fama como dineros, y tantos dineros quanta fama” (III, 29, 2-7); “en el exercicio de las
armas...se alcançan, si no más riquezas, a lo menos, más honra que por las letras” (III, 309, 22-24).

33
III, 64, 27-30; III, 68, 25-27. Aquí tenemos la diferencia clave entre historia y literatura: “a fee que
no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulisses como le descrive Homero” (III,
64, 20-25).

34
I, 352, 6-14; el pasaje citado en la nota anterior. Cervantes evidentemente tenía reservas en cuanto al
éxito de Virgilio en esa área: “la cueva donde el traidor y atrevido Eneas gozó a la hermosa y piadosa
Dido” (IV, 115, 14-15).

35
“Las historias fingidas tanto tienen de buenas y deleitables quanto se llegan a la verdad o la
semejança della” (IV, 297, 11-14); “a quien [la fábula] conviene guissar sus acciones con tanta
puntualidad y gusto, y con tanta verissimilitud, que, ha despecho y pesar de la mentira, que haze
dissonancia en el entendimiento, forme una verdadera armonía” (Persiles, II, 100, 17-22). Una de las
objeciones de Cervantes a la comedia era que a menudo no lo lograba: “fundándose la comedia sobre
cosa fingida, atribuirle verdades de historia y mezclarle pedaços de otras sucedidas a diferentes personas
y tiempos, y esto, no con traças verisímiles, sino con patentes errores” (II, 350, 4-9).

71
36
Alonso López Pinciano, Philosophía antigua poética, ed. Alfredo Carballo Picazo (1953; reimpreso
en Madrid: CSIC, 1973), III, 166. Esta obra ha sido estudiada recientemente por Richard Aarre Impola,
“The Philosophía antigua poéticaof Alonso López Pinciano Translated with an Introduction and
Annotations”, tesis, Columbia, 1972 (resumen en Dissertation Abstracts International, 35 [1975], 7867A-
7868A), y por Judy B. McInnis, “Allegory, Mimesis, and the Italian Critical Tradition in Alonso López
Pinciano's Philosophía antigua poética”, Hispano-Italic Studies, 1 (1976), 9-22.

37
“La heroyca, como fábula épica, tiene también sus diferencias según la materia que trata, porque
vnos poetas tratan materia de religión, como lo hizo Marco Ierónimo Vida y Sanazaro en El Parto de la
Virgen...; cantan otros casos amorosos, como Museo, Heliodoro, y Achiles Tacio; otros, batallas y
victorias, como Homero y Virgilio, y esta especie se ha alçado con el hombre de heroyca, de manera que,
en oyendo el nombre ‘heroyca’, se entiende por ella” (López Pinciano, III, 180).

Acerca de la diversidad de poemas épicos escritos en la España del Siglo de Oro sobre temas
totalmente ajenos a los modelos clásicos, véase el “Catálogo cronológico de poemas publicados entre
1550 y 1700”, págs. 327-362 del único estudio del género,La poesía épica del Siglo de Oro de Frank
Pierce. El catálogo de Cayetano Rosell en Poemas épicos, Biblioteca de autores españoles, 17 y 29 (1851-
1854; reimpreso en Madrid: Atlas, 1945-1948), II, xix-xxvii es más extenso, aunque no se limita a
poemas épicos. (Como ilustración del cambiante panorama de la literatura española, las palabras de
Rosell al principio de su “Advertencia” en el Volumen I son fascinantes: “Poema verdaderamente épico,
ninguno existe en nuestra literatura; es una verdad innegable, demostrada por todos los críticos, y por lo
mismo no necesita de nuevas pruebas. Qué causas hayan podido dar lugar a este fenómeno, ni están bien
averiguadas todavía, ni es fácil averiguarlas; unos alegan...el nativo temperamento de los españoles,
dados más bien a los arrebatos de la fantasía que a la profundidad y formal cultivo del entendimiento....”)

38
Acerca de los poemas épicos de Lope, con algunos comentarios útiles sobre los elementos históricos
y los caballerescos no históricos en la épica del Siglo de Oro, véase la tesis Charles Philip Johnson, ya
citada (capítulo 1, nota 59).

39
Acerca del complejo uso del tiempo en Persiles, véase Kenneth P. Allen, “Aspects of Time in Los
trabajos de Persiles y Sigismunda”, Revista hispánica moderna, 36 (1970-1971 [1973]), 77-107.

40
Si lo hubiera concluido su viuda seguramente lo habría vendido a un editor. Las seis ediciones de
Persiles de 1617 demuestran la demanda que había por las obras de Cervantes.

41
Quizás también es anterior al capítulo 32 de la Primera Parte, en el que el sacerdote afirma con tanta
seguridad que sabe “lo que han de tener los libros de cavallerías para ser buenos” (II, 86, 31-87, 1), al
examen de la biblioteca de Don Quijote en el capítulo 6 de la Primera Parte o incluso a la idea de escribir
una burla del género.

42
Un pliego era una hoja doblada.

43
AsíPersiles, “según la opinión de mis amigos ha de llegar al estremo de bondad posible” (Don
Quijote, III, 34, 17-18).

44
¿Quiénes eran esos “hombres doctos y discretos” que leían los libros de caballerías, y a quienes les
mostró Bernardo? Sólo se me ocurren dos nombres, puesto que no había muchos de esos lectores a finales
del siglo XVI. Uno es Luis Zapata, que por su Miscelánea muestra un considerable conocimiento de
dichos libros, y cuyas obras Cervantes evidentemente conocía (véase el artículo de Márquez Villanueva,
citado en la primera nota de este capítulo); Zapata, sin embargo, murió en 1595. El otro candidato, más
probable desde el punto de vista cronológico, es el mismo López Pinciano, a quien Cervantes podía
abordar fácilmente en Valladolid; López Pinciano alabó algunos libros de caballerías y da pruebas de un
contacto directo con ellos (Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 11-12). A Cervantes le
interesaba la teoría literaria; el estudio del Pinciano era la única teoría literaria completa de la España del
Siglo de Oro. La lectura del libro del Pinciano fue “el acontecimiento decisivo” (Riley, Teoría, pág. 32)
en la formación de las ideas literarias de Cervantes, y es probable que se dirigiera a él para que le
asesorara.

72
45
La palabra “famoso”utilizada para describir Bernardo, en la dedicatoria de Persiles, también podría
indicar esto. Es verdad que “famoso” podía significar no más que “cosa buena, perfecta y que merece
fama” (Real Academia Española, Diccionario de autoridades [1726-1739; reimpr. Madrid: Gredos,
1963]), y es usada de esta forma en III, 420, 15-17 (“dieron traça y orden de hazer una burla...famosa”),
en la referencia a estos posiblemente “famosos poetas”, “el preste Juan de las Indias” y “el Emperador de
Trapisonda” (I, 33, 27-30), en las referencias a una “olla de famosas azeitunas” (“Rinconete y Cortadillo”,
I, 278, 19) y a un “pedaço de jamón famoso” (“Coloquio de los perros”, III, 191, 20), y en los
encabezamientos de sus comedias publicadas. Sin embargo, Cervantes usa “famoso” con el significado no
sólo de merecer fama sino de tenerla. Mauricio había “alcançado famoso nombre” como astrólogo
(Persiles, I, 85, 4), la cueva de Montesinos era “famosa” (III, 278, 9), porque “maravillas...de ella se
dezían por todos aquellos contornos” (III, 277, 22-23), y Don Quijote utiliza la palabra en este sentido
cuando expresa su deseo de ser “eterno y famoso” (IV, 339, 6-7).

46
Expone más o menos el mismo motivo en el prólogo de Don Quijote, I, por su poca disposición a
publicar la obra: miedo del “antiguo legislador que llaman vulgo” (I, 31, 6-7), con quien tienen “autoridad
y cabida...los libros de cavallerías” (I, 37, 19-21). El desprecio de Cervantes por el vulgo es reiterado en
varias ocasiones: “el vulgo mal limado y bronco”, lo llama en el Parnaso (16, 14); “la mala bestia del
vulgo, por la mayor parte...mala, maldita y maldiziente”, en “La ilustre fregona” (II, 325, 18-20). Acerca
de la definición de Cervantes, y para referencias a las discusiones de este concepto en la cultura del Siglo
de Oro, véase mi artículo “Who Read the Romances of Chivalry?”, en Romances of Chivalry in the
Spanish Golden Age, págs. 89-118, en la pág. 107.

47
Hay dos explicaciones posibles para la tardía vuelta de Cervantes a su Bernardo. La primera es la
controvertida y finalmente fallida propuesta de 1614, por la que el santo guerrero Santiago, cuya posible
relación con Bernardo se discute más adelante, iba a ser depuesto como patrón de España y sustituido por
la monja Santa Teresa (T. D. Kendrick, Saint James in Spain [London: Methuen, 1960], pág. 20). Una
segunda posibilidad es el interés del Conde de Lemos por Bernardo del Carpio; apareció como
descendiente de Bernardo del Carpio en el Bernardode Balbuena, dedicado al Conde de Lemos en 1609
(Chevalier, L'Arioste en Espagne, pág. 371). Pudo haber sido entonces una reacción de Lemos a la
presentación de Bernardo enLa casa de los celos, publicado en 1615 y también dedicado a él, lo que llevó
a Cervantes a volver a su Bernardo, mencionado en una dedicatoria de 1616. En la misma dedicatoria
Cervantes menciona el interés de Lemos por La Galatea, lo que fue seguramente un factor, aunque no el
único, que le empujó a continuarlo.

48
Todo el mundo está de acuerdo en que las Novelas ejemplares fueron escritas intermitentemente
durante un período de tiempo bastante largo, y las pruebas de que Persiles y las dos partes de Don
Quijote se escribieron de esta forma son convincentes. Por el prólogo de las Ocho comedias y ocho
entremeses sabemos que Cervantes guardaba sus manuscritos en un cofre. (Se encontraron varios cofres y
arcas en el inventario de los enseres de su novia, publicado por León Máinez, Cervantes y su época, págs.
241-244, y por Astrana, VII, 687-688; León dice que fue publicado por primera vez en la biografía de
Juan Antonio Pellicer [Madrid, 1798].)

49
He encontrado referencias a “historias y libros” en el prólogo del Espejo de príncipes y cavalleros, I,
13, 16, y en el de Sumario de la natural y general historia de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo
(1526; reimpreso en Madrid: Espasa-Calpe, 1978), fol. a2r .

50
Rodríguez Marín, Nuevos documentos cervantinos, en sus Estudios cervantinos, pág. 332.

51
Véase “libro” en elManual del librero hispanoamericano de Antonio Palau y Dulcet (Barcelona:
Palau, 1948-1977). También era frecuentísmo el término libro en los títulos medievales: Libro de
Alexandre, Libro de los castigos e documentos, etc.

52
Véanse los comentarios y referencias de Márquez, Fuentes literarias cervantinas, págs. 189-191,
para críticas de Guevara.

53
Alejo Venegas del Busto, antecesor de López de Hoyos como profesor del Estudio de Madrid,
identificó la obra de Apuleyo con las fábulas milesias, e indicó que los libros de caballerías, que también
utilizaban magia, viajes y relaciones ilícitas entre los dos sexos, eran sus equivalentes contemporáneos.

73
Véase mi introducción a la reimpresión de la Primera parte de las Diferencias de libros que ay en el
universo de Venegas (Barcelona: Puvill, 1983), págs. 27-30; también “An Early Censor: Alejo Venegas”,
pág. 240.

54
Véase mi “Pseudo-Historicity”.

55
Los ejemplos evidentes son el protagonista, en cuya biblioteca los libros de caballerías no están con
la “poesía” o literatura (I, 102, 8-9), y Juan Palomeque (II, 86, 7-19). Hay indicios de que otros personajes
secundarios de la Primera Parte que leen los libros, pero hablan de ellos sin darse cuenta de su falsedad ni
criticarlos, también los consideraban verídicos. Como señala el canónigo, es el “vulgo ignorante” que
llega a “tener por verdaderas tantas necedades como contienen” (II, 362, 27-29). Ya mencioné en el
capítulo 1 (pág. 29) que había cierta preocupación de que los indios del Nuevo Mundo no pudieran
distinguir entre los hechos ficticios de los libros de caballerías y la doctrina de libros más serios.

56
III, 68, 20-24; posiblemente también una implicación de II, 362, 19.

57
A pesar del sentido original de Gaula (véase Edwin Place, “Amadis of Gaul, Wales, or What?”,
Hispanic Review, 23 [1955], 99-107), en la España del Siglo de Oro significaba “Francia”.

58
Los libros de caballerías españoles invariablemente usaban héroes y escenarios extranjeros. Eso fue
señalado en mi “Pero Pérez the Priest and His Comment on Tirant lo blanch”, en Romances of Chivalry
in the Spanish Golden Age, págs. 147-158, en la pág. 158.

59
La formulación más famosa de este principio en las obras de Cervantes es naturalmente la del
canónigo: “el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente” (II, 344, 32-
345, 2). Berganza también declara que se debería “enseñar” y “deleitar” (“Coloquio de los perros”, III,
163, 27-31), y el primo humanista que guía a Don Quijote a la cueva de Montesinos también alaba el
“provecho” y el “entretenimiento” de los libros (III, 278, 14-16; III, 279, 6-7). En la aprobación de
Márquez Torres se lee: “Ha avido muchos que por no aver sabido templar ni mezclar a propósito lo útil
con lo dulce han dado con todo su molesto trabajo en tierra.... No todas las postemas a un mismo tiempo
están dispuestas para admitir las recetas o cauterios; antes algunos mucho mejor reciben las blandas y
suaves medicinas, con cuya aplicación el atentado y docto médico consigue el fin de resolverlas” (III, 19,
28-20, 1 y 20, 15-20).

60
Tradicionalmente se ha tratado esta obra con desdén, “la menos estudiada y menos respetada de las
comedias de Cervantes”(Edward H. Friedman, The Unifying Concept: Approaches to the Structure of
Cervantes' “Comedias” [York, South Carolina: Spanish Literature Publications Company, 1981], pág.
136). Riley la llamó “malísima” (Teoría, pág. 48); Bonilla y San Martín un “prototipo de disparatado
engendro” (“Un crítico desbocado”, en su De crítica cervantina [Madrid: Ruiz Hermanos, 1917], págs.
81-105, en la pág. 98); Schevill y Bonilla dijeron que “el lector más benévolo reconocerá que Cervantes
erró fundamentalmente” (introducción aComedias y entremeses, VI, [107]); Francisco Ynduráin que “ni
con la mejor voluntad hallamos rasgo que pueda salvar esta comedia de una repulsa total” y “cuando se
quiere tomar el pulso a Cervantes como crítico de sí mismo y valorar sus opiniones sobre el teatro, no
debe olvidarse que escribió El laberinto [de amor] y La casa de los celos, y, lo que es más grave, que las
mandó a la imprenta” (introducción a Obras de Miguel de Cervantes Saavedra. II. Obras dramáticas,
Biblioteca de autores españoles, 156 [Madrid: Atlas, 1961], págs. xxvi y xli); y el influyente Menéndez
Pelayo quizás empezó esta serie de comentarios diciendo que “sólo la reverencia debida a su inmortal
autor impide colocar esta obra entre las que él llamaba ‘conocidos disparates’” (Estudios sobre el teatro
de Lope, citado, junto con la opinión de Cotarelo, por Francisco López Estrada, “Una posible fuente de un
fragmento de la comedia La casa de los celos de Cervantes”, Homenaje a Cervantes [Madrid: Ínsula,
(1947)], págs. 201-205, en la pág. 201; también en la pág. 333 de la edición nacional, VI [Madrid: CSIC,
1949]; y en la pág. 97 de la edición en Biblioteca de autores españoles, 233 [Madrid: Atlas, 1970]).

Sin embargo, ha habido cierta reevaluación. Chevalier (L'Arioste en Espagne, pág. 443) dijo que “nous
trouvons en germe dans plusieurs des scènes pastorales de La casa de los celos des thèmes qui sont repris
et developpés dans le Quichotte”, un punto de vista que volvemos a encontrar en Stanislav Zimic
(“Algunas observaciones sobre La casa de los celosde Cervantes”, Hispanófila, 49 [setiembre, 1973],
págs. 51-58), quien lo encontró “un semillero de ideas y temas que maduran más tarde en otras obras

74
cervantinas”, y en absoluto “en contradicción con las ideas literarias expresadas por Cervantes en el
Quijote”; Friedman dijo que “se aproxima mucho a Don Quijote en su examen de la realidad literaria”
(pág. 136), y Pedro Ruiz Pérez que se halla en él “una unidad de concepción y...un planteamiento
temático plenamente cervantinos” (“Drama y teatro en La casa de los celos”, en Actas del II Coloquio
Internacional de la Asociación de Cervantistas [Barcelona: Anthropos, 1991], págs. 657-672, en la pág.
666) . Acerca del significado del nombre, véase Geoffrey Stagg, “Cervantes' ‘Abode of Jealousy’”
Bulletin of Hispanic Studies, 32 (1955), 21-24; acerca de su simbolismo, Joaquín Casalduero, Sentido y
forma del teatro de Cervantes (Madrid: Gredos, 1966), págs. 56-76, y Jean Canavaggio, “Le Décor
sylvestre de La casa de los celos: Mise en scène et symboles”, en Mélanges offerts à Charles Vincent
Aubrun (Paris: Éditions Hispaniques, 1975), I, 137-143. Finalmente debe mencionarse la tesis de Morley
Jennifer Hawk Marks, “La casa de los zelos y las selvas de Ardenia by Miguel de Cervantes (Critical
Study with a Modernized Annotated Edition): An Examination of the Cervantine Process toward the
Concept of the Quijote”, Temple University, 1981 (resumen en Dissertation Abstracts International, 42
[1982], 5140A), y Paul Lewis-Smith, “Cervantes on Human Absurdity: The Unifying Theme of La casa
de los celos y selvas de Ardenia”, Cervantes, 12.1 (1992), 93-103.

61
En la discusión del canónigo sobre los errores históricos en la comedia, su ejemplo trata de este
período, y específicamente de los errores en la guerra cristiana: “si es que la imitación es lo principal que
ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga a ningún mediano entendimiento que, fingiendo
una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno [es decir, la época de Roldán, Roncesvalles,
y la entrée en Espagne], el mismo que en ella haze la persona principal le atribuían que fue el emperador
Eraclio, que entró con la Cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa, como Godofre de Bullón,
aviendo infinitos años de lo uno a lo otro; y fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades
de historia y mezclarle pedaços de otras sucedidas a diferentes personas y tiempos?” (II, 349, 26-350, 7).
Aunque no se dice abiertamente, en la queja de que los falsos milagros cantados por los ciegos
disminuyeran la creencia en milagros verdaderos (IV, 166, 17-21), es posible que los “verdaderos”
milagros cuya credibilidad era minada fueran los que apoyaban la empresa militar hispano-cristiana,
como la aparición de Santiago.

62
“Aquel bastardo de don Roldán me ha molido a palos.... Mas no me llamaría yo Reinaldos de
Montalván si, en levantándome deste lecho, no me lo pagare, a pesar de todos sus encantamentos” (I, 107,
13-19); “Bernardo del Carpio...en Ronçesvalles avía muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la
industria de Hércules, quando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los braços” (I, 52, 19-23). El
desdén por el valor de los héroes extranjeros, que también se encuentra en referencias en la Primera Parte
de Don Quijote a artefactos tan increíbles como un yelmo encantado (I, 285, 12), una espada anti-
encantamientos (I, 233, 15-18; II, 287, 21-23), y el bálsamo de Fierabrás que eliminaba el temor a la
muerte (I, 138, 20-139, 10), es claramente expresado en el siguiente comentario de Don Quijote: “Si
Roldán fue tan buen cavallero y tan valiente como todos dizen, ¿qué maravilla?, pues al fin era encantado,
y no le podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blanca por la punta del pie, y él trahía
siempre los çapatos con siete suelas de hierro, aunque no le valieron tretas contra Bernardo del Carpio,
que se las entendió y le ahogó entre los braços en Ronzesvalles. Pero dexando en él lo de la valentía a una
parte, vengamos a lo de perder el juizio” (I, 373, 17-27).

63
Las cuatro últimas líneas de la cita se dirigen a otro personaje, Marfisa, pero siguen siendo una
profecía sobre Bernardo.

64
Cervantes expresó este deseo en primera persona, en el prólogo de La Galatea: “Los estudios [de la
poesía]...traen consigo más que medianos provechos, como son...abrir camino para que, a su imitación,
los ánimos estrechos, que en la brevedad del lenguaje antiguo quieren que se acabe la abundancia de la
lengua castellana, entiendan que tienen campo abierto, fértil y espacioso, por el qual, con facilidad y
dulçura, con gravedad y eloquencia, pueden correr con libertad” (I, xlviii, 2-15). El perro Berganza
también podía usar un “largo campo...para dilatar tu plática” (“Coloquio de los perros”, III, 241, 3-5).

65
“En quanto al hecho de la verdad de las cosas que trato, forzosamente habrá diferentes opiniones,
como las hay en todos los casos de que muchos deponen; lo que yo pude hacer fue en las evidencias estar
a lo cierto, y en las dudas atenerme a lo verosímil, porque si ésta no fuera mi intención, más espacioso
campo hallara para escribir, y más oportunidad para explicarme, en otros sugetos de invención, que en el
de historia, y tan moderna.... Antes de sacalle en público...consulté gravísimos tribunales, por cuyo
aplauso y autoridad fui, no sólo conhortado, pero casi compelido a manifestarlo.” (La austríada, “Al

75
lector”, en Poemas épicos, II, 2.) Cervantes, cuya alabanza a Rufo ya ha sido mencionada, escribió un
soneto preliminar para esta obra.

66
William Nelson, Fact or Fiction. The Dilemma of the Renaissance Storyteller (Cambridge,
Massachusetts: Harvard University Press, 1973).

67
Recomendó una historia “ni tan antigua que esté oluidada, ni tan moderna que pueda dezir nadie
‘esso no passó ansí’” (III, 169). Siguió su propio consejo al escoger al remoto héroe Pelayo como tema
para su Pelayo (Madrid, 1605).

68
La historiografía de este período es excepcionalmente confusa, debido en parte a una mistificación
posterior en la Edad Media española, y quizás nunca se aclarará completamente. He intentado basarme en
fuentes que fueran accesibles para Cervantes, especialmente en la mejor historia de su época, la de
Mariana. (Cirot, Mariana, historien, pág. 331, indica que la lectura de las hazañas de héroes españoles
que el canónigo de Toledo recomendó a Don Quijote se podía llevar a cabo casi por completo con la
historia de Mariana.) Para un examen reciente, véase Stanley G. Payne, Spanish Catholicism. An
Historical Overview (Madison: University of Wisconsin Press, 1984), capítulo 1.

69
Como parte de esta revisión, el metropolitano de Toledo fue excomulgado y la iglesia católica
española fue reconstituida en Asturias; Mariana, sin embargo, atribuye eso a Alfonso III. Sobre el
goticismo español, véase el apéndice, nota 17.

70
“Entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una
muger, por bellísima que sea” (IV, 307, 25-28); “hablé con don Gaspar, contéle el peligro que corría el
mostrar ser hombre, vestíle de mora” (IV, 308, 8-10); “fue uno de los más regalados garzones suyos” (II,
218, 20-21). (Este tema es desarrollado más ampliamente en La gran sultana, Los baños de Argel y Los
tratos de Argel.) Albert Mas, Les Turcs dans la littérature espagnole du Siècle d'Or (Paris: Centre de
Recherches Hispaniques, 1967) confirma la veracidad de este retrato: “La sodomía era frecuente entre los
turcos: embajadores, historiadores, viajeros, cautivos y padres de la Redención hablaron de ella para
subrayar que los musulmanes que la practicaban demostraban así que su religión no era la verdadera” (II,
327).

71
La falta de herederos de un soberano era siempre un problema grave. Provocar esta situación
evitando la “cópula carnal” incluso con la propia esposa (Garibay, I, 420), es excesivo. Tras el supuesto
ofrecimiento de entregar España a Carlomagno estaba la falta de descendencia: “El rey don Alonso,
cansado por sus muchos años y con guerras que de ordinario traía con los moros con mayor esfuerzo y
valor que prosperidad, pensó sería bien valerse de Carlo Magno para echar con sus armas los moros de
toda España. No tenía hijos; ofrecióle en premio de su trabajo la sucesión en el reino por vía de adopción”
(Mariana, pág. 205a; las referencias a Mariana son de la edición de F[rancisco] P[i] y M[argall], I,
Biblioteca de autores españoles, 30 [1854; reimpreso en Madrid: Hernando, 1931]).

72
El libertinaje del rey Rodrigo y sus consecuencias es el tema de una amplia literatura, compendiada
en una antología por Menéndez Pidal en Floresta de leyendas heroicas españolas. Rodrigo, el último
godo, Clásicos castellanos, 62, 71 y 84 (Madrid: La Lectura, 1925-1927); anteriormente sin los textos
pero con más notas en Boletín de la Real Academia Española, 11 [1924], 157-197, 251-286, 349-387,
519-585, y 12 [1925], 5-38, 192-216); en Don Quijote se cita una línea de un romance sobre él: “Ya me
comen, ya me comen / por do más pecado avía” (III, 414, 8-9). Para una introducción a la leyenda véase
Alan Deyermond, “The Death and Rebirth of Visigothic Spain in the Estoria de España”, Revista
canadiense de estudios hispánicos, 9 (1985 [1986]), 345-367, y Colin Smith, “History as Myth in
Medieval France and Spain”, en A Medieval Miscellany in honour of Profesor John Le Patourel, ed. R. L.
Thomson, Proceedings of the Leeds Philosophical and Literary Society, Literary and Historical Section,
18, Part 1 (1982), 54-68.

73
Eso se contrastaba común, y parece que incorrectamente, con la vida disoluta del anterior monarca,
Enrique IV. (Véase mi artículo “Enrique IV y Gregorio Marañon”, Renaissance Quarterly, 29 [1976], 21-
29.) Acerca de las connotaciones sexuales de los asuntos mundanos del siglo dieciséis vistos desde la
perspectiva castellana, debería recordarse la depravación o la supuesta depravación de Lutero, de Enrique

76
VIII, de los indios del Nuevo Mundo, y del papado de antes de la Contrarreforma. Los castellanos se
atribuyeron la misión de corregirlo todo.

74
Véase II, 209, 27-29. En el contexto del catolicismo tradicional ésta es una creencia clásica. En el
Tratado y plática de la ciudad de Toledo de Alejo Venegas, por ejemplo, vemos que el hambre que sufrió
Toledo tenía que solucionarse por medio de una reforma espiritual (véase mi introducción a su Primera
parte de las Diferencias de libros, págs. 21-22). Para una interpretación de la historia en esta línea por
parte de Herrera y otros, véase Mary Gaylord Randel, The Historical Prose of Fernando de Herrera
(London: Tamesis, 1971), págs 36-38.

75
Así la aparentemente extraña afirmación que “la honestidad parecía tan bien en los cavalleros
andantes como la valentía” (III, 380, 24-25); alguien que tenga que realizar proezas militares no podrá
“con su muger folgar” (I, 140, 10). “Plutarco deja claro que la moral sexual de

os lacedemonios estaba determinada por sus exigencias militares. La eugenesia de Licurgo, y sus
detalladas leyes acerca de las relaciones entre marido y mujer, no tenían otro objetivo que asegurar el
poder ofensivo de los soldados” (Denis de Rougemont, Love in the Western World, trad. Montgomery
Belgion, edición revisada y aumentada [1956; reimpr., New York: Harper & Row, 1974], pág. 244).

76
Según Garibay, que trata la cronología con más detalle que Mariana. Mi colega Lawrence S.
Cunninghan, experto en el papel cultural de los santos (The Meaning of Saints [San Francisco: Harper
and Row, 1980]), me asegura que utilizar a Santiago en esa obra no ofendía a las autoridades
eclesiásticas; encontramos relatos ficticios que toman elementos religiosos como punto de partida en
muchos países y en distintos períodos, y Santiago apareció en diversos poemas épicos del Siglo de Oro.
La consideración primordial era el propósito con el cual se le utilizaba, y el propósito de Cervantes era
admirable: estimular el celo cristiano de los lectores.

77
El barbero parodia estas predicciones en II, 327, 14-328, 10; para ejemplos en los libros de
caballerías, véase mi edición del Espejo de príncipes y caballeros, V, 81, 27, nota.

78
“Los poderes fundamentales de ambos magos [Urganda y Merlín] son el de vaticinar los sucesos
que ocurrirán en el futuro y el de conocer el pasado de cada uno de los personajes. Dotados de estos
poderes, los magos no desempeñan un papel pasivo ante el curso de acontecimientos, sino que intervienen
directamente en la marcha. Urganda, por ejemplo, le da a Amadís su lanza...y a Galaor su espada....
Merlín constantemente aconseja a los reyes sobre lo que debe hacer, revela la verdad del nacimiento de
Arturo para que se lo acepte por rey...[y] sugiere la idea de la Tabla Redonda” (Eloy Reinerio González,
“El Amadís de Gaula: Análisis e interpretación”, tesis, Ohio State University, 1974, págs. 186-187).

79
Indudablemente Santiago habría “predicho” cosas que ya habían sucedido, como la completa
cristianización de la península, y la gloria de España bajo los Habsburgos; éste es el tipo de predicción
que encontramos en Persiles, IV, 6 y en El cerco de Numancia.

80
Para una introducción rápida, véase Leonard Patrick Harvey, The Moriscos and “Don Quijote”,
Conferencia Inaugural de la Cátedra de Español, Universidad de London, King's College, 1974 (London:
King's College, ¿1975?), basada, en un grado considerable, en cuanto a los libros plúmbeos se refiere, en

77
Kendrick; Menéndez Pelayo ofrece detalles adicionales, Historia de los heterodoxos españoles,
Biblioteca de autores cristianos, 150-151, 20 edición (Madrid: Católica, 1965-1967), II, 247-250, y,
menos imparcial, Henry Charles Lea, Chapters from the Religious History of Spain connected with the
Inquisition (Philadelphia: Lea Brothers, 1890), págs 108-117. Los textos pueden encontrarse traducidos,
junto con una introducción, en Miguel José Hagerty, Los libros plúmbeos del Sacromonte(Madrid:
Nacional, 1980); acerca de su contenido véase Darío Cabanelas, “Intento de supervivencia en el ocaso de
una cultura: Los libros plúmbeos de Granada”, Nueva revista de filología hispánica, 30 (1981 [1983]),
334-358.

81
“Pseudo-Historicity”, págs. 124-126.

82
El otro escenario ficticio posible habría sido Santiago de Compostela.

83
La tardía aparición (en el siglo doce) de Santiago en la historia de España medieval como caballero,
“en un cavallo blanco con una senna blanca, et grand espada reluzient en la mano” (Primera crónica
general, ed. Ramón Menéndez Pidal [Madrid: Gredos, 1955], II, 360) y, como Merlín, haciendo
predicciones, parece un reflejo de la literatura caballeresca anterior. No he visto el libro de Klaus Herbers,
Der Jakobuskult der 12. Jahrhunderts und der “Liber Sancti Jacobi”. Studien über das Verhältnis
zwischen Religion und Gesellschaft im hohen Mittelalter (Wiesbaden: Steiner, 1984).

84
“De muchos santos que de pocos años a esta parte avía canonizado la iglesia, y puesto en el número
de los bienaventurados, ninguno se llamava el capitán don fulano, ni el secretario don tal de don tales [es
decir, armas o letras], ni el conde, marqués o duque de tal parte, sino fray Diego, fray Jacinto, fray
Raimundo; todos frailes y religiosos, porque las religiones son los aranjuezes del cielo, cuyos frutos de
ordinario se ponen en la mesa de Dios” (“El licenciado Vidriera”, II, 110, 11-19); “más vale ser humilde
frailecito de qualquier orden que sea, que valiente y andante cavallero; más alcançan con Dios dos
dozenas de dicheckedciplinas que dos mil lançadas” (III, 120, 1-5), a lo cual Don Quijote responde “todo
esso es assí”. El interés de Cervantes por los santos recientes, incluyendo al protagonista de su única obra
religiosa, El rufián dichoso, es una prueba que puede usarse al establecer su punto de vista religioso.

85
“Supuesta batalla [cursiva en el original] entre Ramiro I y los ejércitos de Abd al-Rahmán II, en la
que se habría aparecido el apóstol Santiago combatiendo contra los moros, montado en un caballo blanco.
Por ella se habrían libertado los cristianos del vergonzoso tributo de las cien doncellas, que venía de
tiempos del rey Mauregato, y en agradecimiento a la ayuda del Apóstol, Ramiro, en el célebre privilegio
de los Votos (supuesto del 25 de mayo de 844, en realidad una falsificación del siglo XII), establece para
los habitantes de toda España, conforme fuera liberándose su territorio, la obligación de pagar a la iglesia
de Santiago una medida de trigo y otra de vino por cada yugada de tierra.... La leyenda, que ha tenido y
tiene aún acérrimos defensores, y ha dado motivo a una bibliografía extensísima, carece de todo
fundamento histórico. Ninguna de las más antiguas crónicas cristianas de la Reconquista (Alfonso III,
Albeldense) la menciona, y la existencia de esta batalla ni siquiera se plantea a un historiador serio.”
(L[uis] V[ázquez] de P[arga], en Diccionario de historia de España, 20 edición.)

86
“Para cuya seguridad [doncellas], andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó
la orden de los cavalleros andantes” (I, 149, 24-26). Uno de los cuatro santos y cavalleros del capítulo 58
de la Segunda Parte es San Jorge, “uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina; ...y fue,
además, defendedor de donzellas” (IV, 226, 17-20).

87
Francisco de Rades y Andrada, Chrónica de las tres órdenes y cavallerías de Sanctiago, Calatrava y
Alcántara (1572; reimpreso en Barcelona: El Albir, 1980), fols. 4v -5v . Rades evita tomar una postura
firme en un punto tan delicado, que habría hecho la Orden de Santiago más antigua que su rival principal,
la de Calatrava; véase la introducción de Derek Lomax, pág. ix. Ningún historiador moderno atribuiría
esta antigüedad a una orden militar.

88
“La verdad dello es, que fueron cavalleros escogidos por los reyes de Francia, a quien llamaron
pares..., y era como una religión de las que aora se usan de Santiago o de Calatrava, que se presupone que
los que la professan han de ser o deven ser cavalleros valerosos, valientes y bien nacidos; y como aora
dizen cavallero de San Juan o de Alcántara, dezían en aquel tiempo cavallero de los doze Pares, porque
lo fueron doze iguales los que para esta religión militar se escogieron” (II, 367, 32-368, 13).

78
89
No es tan extraño como pudiera parecer que hubiera naufragios en una obra sobre Bernardo del
Carpio, quien en los poemas épicos anteriores había viajado mucho (un ejemplo fácilmente accesible:
Barahona de Soto, Las lágrimas de Angélica, ed. Lara Garrido, pág. 572). Teniendo en cuenta que el
escenario mediterráneo era el preferido por Cervantes en sus novelas, Bernardo bien podría haber visitado
Tierra Santa, como Pelayo hace en el Pelayo de López Pinciano y Carlomagno hace en diversas leyendas
tardías, como el Triunfo de los nueve...de la Fama (véase nota 20,supra). También es posible que
Bernardo hubiera dirigido la resistencia contra los invasores normandos, que llegaban por mar.

90
“A los nigrománticos y hechiceros castigó [Ramiro] con pena de fuego” (Mariana, pág. 207a).

91
Véase Bataillon, Erasmo y España, págs. 620-621. Naturalmente Cervantes también creía que sus
comedias estarían entre las mejores que se habían producido en España (nota 32, supra; en el prólogo de
las Ocho comediastambién vemos la estima en que las tenía).

92
Véase “Cervantes y Tasso vueltos a examinar”, págs. 42-43.

93
“Si [tratárades] de encantadores y hechizeras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe” (I, 35, 27-
29). Aunque pueda sorprender que se juzgara los poemas de Homero y de Virgilio por su exactitud
histórica, y según este criterio se encontraban deficientes, de hecho es lo que ocurría, y esta crítica no era
nueva: incluso Platón (en la República) criticaba a Homero por esta razón. Joaquín Romero de Cepeda, en
el prólogo de su Antigua memorable, y sangrienta destruición de Troya (Toledo: Pero López de Haro, a
costa de Antonio López, 1583), dice que va a “pon[er] en el processo della [esta historia] la verdad, y la
más común opinión de los más graves autores, entre los quales Virgilio, y Homero tienen poco crédito. Y
quien esto quisiere ver, lea a Dión Griego, del qual dize Sabelico, que no entendía sino en confutar
mentiras de Homero, el qual fue tenido por loco, pues fingía los Dioses pelear con los hõbres y ser dellos
heridos” (fols. 6v -7r ). En todo caso Homero no fue popular en la España del Siglo de Oro (ni tampoco en
la Edad Media); sólo había una edición parcial de la Odisea, que nunca fue reimpresa, y López Pinciano
(III, 179-180) dijo que “pudiera ser que, si Aristóteles alcançara a Virgilio, no gastara tanto en alabar a
Homero”. Sobre críticas de Virgilio, véase Forcione, Cervantes, Aristotle, and the “Persiles”, pág. 175;
sobre su imagen posclásica, John Spargo, Virgil the Necromancer (Cambridge, Massachusetts: Harvard
University Press, 1934).

94
II, 344, 28. Cervantes creía que era “aquel que en la invención excede a muchos” (Parnaso, 55, 5-6).

95
II, 346, 9; II, 341, 24-25; II, 344, 28-29.

79
Capítulo 3. El género de Don Quijote

Tanto autores como lectores inevitable y necesariamente usan el concepto de género


literario; es imposible entender una obra sin situarla en un contexto genérico. El examen
del género de una obra es, pues, un paso hacia su interpretación; como ha escrito E. D.
Hirsch, “el desacuerdo en la interpretación de una obra es generalmente debida a un
desacuerdo acerca de su género”.1

Es particularmente oportuno estudiar el género de Don Quijote porque a Cervantes le


importaban los géneros. Tener interés por la teoría literaria, como evidentemente él
tenía, significaba en su época sentir interés por los géneros, que tenían un papel
importantísimo en la teoría literaria del Siglo de Oro (como también las clasificaciones
tenían importancia fundamental en la lingüística y en la ciencia de la época). Las
nociones genéricas eran requisito previo para la formulación de las reglas literarias por
las que evidentemente Cervantes tenía un extraordinario interés. Aunque la clasificación
de sus obras no está en ningún caso exenta de problemas, puede verse como cada una se
ajusta a una categoría genérica existente. La Galateaes una égloga,2 las Novelas
ejemplares introdujeron en España y depuraron la novella italiana,3 el Persiles es una
épica en prosa y el Viaje del Parnaso un libro de viajes. Evidentemente Cervantes
concebía a Don Quijote dentro de alguna categoría literaria.

Desgraciadamente, las categorías literarias no son eternas. Varían mucho de una


época a otra, y peor aún, el significado de los nombres que se les dan tampoco es
estable.4 Rematando el problema, con una obra tan esencial e influyente como Don
Quijote, la historia de la literatura cambia de dirección. Parece una cosa cuando se ve
desde el presente, y algo distinto cuando se examina en su propio contexto. Igual que la
Plaza de Cibeles no está en una sola calle, Don Quijote no tiene una sola categoría
genérica, válida tanto en el siglo XVII como hoy.

Nuestro objetivo en este capítulo es identificar el género de Don Quijote en los


términos del mismo Cervantes, como un paso para entender su interpretación de la obra
y sus fines. Desde su punto de vista, no podía ser ni una novela ni un romance, 5 pues
aunque estas palabras existían, su significado en el Siglo de Oro era completamente
distinto del que tienen las categorías modernas descritas con estos términos.6 Sin
embargo, disponemos de una ayuda, que no es sólo una guía a la teoría genérica
aurisecular, sino también el libro que influyó a Cervantes más que cualquier otra obra de
erudición literaria: la Philosophía antigua poética de López Pinciano, el tratado sobre
los géneros más completo que se ha escrito en español, y uno de los pocos tratados
teóricos de conjunto que se publicaron en todo el Renacimiento. En contraste con las
categorías modernas, que se basan en la forma, para López Pinciano el criterio clave
para la clasificación literaria es la historia o el tema tratado, que es el “alma”, mientras
que la forma es simplemente el “cuerpo” (I, 239).

Podría pensarse que la cuestión del género literario de Don Quijote, tal como lo veía
Cervantes, está resuelta con el término “historia”, usado para describir el libro en el
título y varias veces en el texto. Es ciertamente un punto de partida lógico para un

80
examen del género de Don Quijote. ¿Qué quiso decir Cervantes al llamar Don Quijote
una historia, más específicamente una verdadera historia?7

“Historia”, parar comenzar, no era un género literario, aunque su sentido era más
amplio que el del término actual “historia” y podía referirse a obras literarias. En su
sentido más amplio significaba contar acontecimientos: “al cuento de mis sucesos”, dice
el Alférez, “se puede dar el nombre de historia” (“Casamiento engañoso”, III, 147, 2-4).
“Cuenta la historia”, “la historia cuenta”, fórmulas corrientes en la prosa española de
épocas tempranas, son usadas frecuentemente en Don Quixote.8

Una historia podía ser de dos clases. Podía ser verdadera, una narración histórica,
que es la única forma en que López Pinciano usó el término; la Historia del Gran
Capitán, llamada “historia verdadera” (II, 83, 32-84, 1) es un ejemplo citado por
Cervantes. O puede ser fingida, en cuyo caso es literatura, lo que ahora llamaríamos
ficción en prosa y que Cervantes también llama fábula.9 Es más fácil entender la
distinción entre los dos tipos de historia si imaginamos que una historia es como una
pintura en palabras, comparación que se encuentra explícita en las obras de Cervantes.10
Una pintura puede ser un retrato real o imaginario, pero para evaluarla se aplica el
mismo criterio: si la obra refleja fielmente la realidad. Éste es el criterio tanto para la
historia verdadera como para la fingida:11 “las historias fingidas tanto tienen de buenas y
deleitables quanto se llegan a la verdad o la semejança della, y las verdaderas tanto son
mejores quanto son más verdaderas” (IV, 297, 11-15).12

Se nos dice con frecuencia que Don Quijote es una “historia verdadera”.13 Al final
del libro se utiliza este término favorablemente y sin ironía; “mi verdadero don
Quixote” contrasta con el falso de Avellaneda (IV, 406, 12). A veces sólo se nos dice que
el libro es verosímil, como se discute más adelante. Sin embargo, la insistencia en que el
libro es verdadero es a menudo irónica e insincera.14

¿Iban a engañar a alguien las repetidas declaraciones de que el libro era verdadero?
Creo que Cervantes confiaba en que no; los lectores sabrían que ningún Alonso Quijano
manchego había dejado su casa para ser caballero andante, pues este suceso tan
increíble se habría comentado por toda España. Desde la primera frase del prólogo,
donde se llama a la obra “hijo del entendimiento”, es evidentemente una historia
fingida. Nadie se habría hecho una armadura de cartón, habría escogido a Sancho como
escudero, y habría atacado a molinos de viento y ovejas. La reacción del lector es que
eso no podía haber pasado. La postura que se le propone es que los libros de caballerías
no podrían considerarse verdaderos. No importa lo que hagan para fingir veracidad. No
importa que haya un personaje llamado historiador, que se nos dé detalles de su
manuscrito,15 dónde se encontró, cómo fue traducido, incluso lo que se pagó al traductor
(I, 131, 5-13). Todas esas cosas no significan nada. Alguien las ha inventado. No
significan que Don Quijote realmente existiera; ¿por qué habrían de significar que
Amadís existió? El “autor” incluso pide a sus lectores dar a su obra “el mesmo crédito
que suelen dar los discretos a los libros de cavallerías, que tan validos andan en el
mundo” (II, 402, 2-8).

Desde el reconocimiento de la ficción como un tipo legítimo de literatura, un autor


puede afirmar que escribe una historia verdadera, aunque sea una invención. Los
editores y libreros, y también los bibliotecarios, nos informan cuando un libro pretende
ser verdadero, si realmente lo es, o si es simplemente una convención que el autor y el

81
lector comparten, sin engañar a nadie. Sin embargo, en la época de Cervantes, estas
ayudas no existían, y los autores que escribían “mentiras” y luego negaban haberlo
hecho, podían engañar a los ignorantes; los lectores eran crédulos hasta el punto de
creer que todo lo que estaba impreso era verdadero.16 ¿Cómo se podía, pues, en aquella
época distinguir lo verdadero de lo falso, y determinar si un libro describía acciones y
personajes imaginarios o verdaderos? En Don Quijote este problema no se plantea
nunca directamente, pero sí indirectamente. Si se me permite mi propia formulación del
argumento de Cervantes: ¡Piensa! ¡Usa la cabeza que Dios te ha dado! ¿Puede una torre
realmente navegar por el mar (II, 342, 8-10)? ¿Son todos los adornos evocadores de una
historia antigua, encontrada en anales, archivos, en la memoria de la gente, enterrada en
una caja de plomo, en un manuscrito escrito en árabe, una lengua de la Edad Media
española, coherentes con una biblioteca que contiene libros recientes (I, 128, 20-27), y
con las demás referencias a la España contemporánea?

El razonamiento de Don Quijote es especialmente falaz.17 ¿A qué conclusión válida


acerca de la existencia de Quintañona puede llegarse por la comparación hecha por su
abuela (II, 366, 2-9)? (Generalmente se relacionaba a las mujeres viejas con las
consejas, cuentos falsos y a veces lascivos.18) ¿Podía vivir el rey Arturo, en forma de
cuervo?19 ¿Podían las personas estar encantadas, y hablar, sin tener funciones
corporales?20 ¿Se podía llegar a un hermoso prado saltando a un lago lleno de
serpientes, culebras y lagartos (II, 370, 24-371, 19)? Naturalmente que no; estos son
desaforados disparates (II, 341, 17). Solamente un bárbaro inculto, alguien “del todo
bárbaro e inculto” (II, 342, 7-8), o un loco no pondría objeciones a tales cosas. Como
los lectores de Cervantes no se identificarían ni con bárbaros incultos ni con locos,
tendrían que admitir que no podían creer ni creían estos disparates. “Es verdad que no
ha de aver alguno tan ignorante que tenga por historia verdadera ninguna destos libros”
(II, 86, 27-30).

Don Quijote intenta constantemente ayudar a los lectores ignorantes a convertirse en


lectores críticos, capaces de distinguir la verdad de las mentiras. El número de
observaciones que se hacen es impresionante. El hecho de que todos digan que una
bacía es un yelmo y una albarda jaez (capítulo 45 de la Primera Parte), o que Amadís
existió (II, 365, 1-5), no lo hace cierto. Las pruebas físicas que no estén presentes para
ser comprobadas no son fiables (la clavija de Pierres, II, 368, 16-30).21 Aunque parezca
que las distintas partes de un argumento se apoyen mutuamente, formando una
“máquina”, una parte puede ser correcta, y el resto erróneo: el hecho de que hubiera
caballeros andantes históricos no significa que los caballeros literarios existieran. Se
tolera la publicación de sus historias, incluso las ficticias; la función de estos libros es
entretener (II, 86, 1-27). Se anima al lector a examinar la credibilidad de un narrador (I,
132, 15-133, 5) y la coherencia de la narración, para ver si puede aceptarse todo (el
“apócrifo” capítulo 5 de la Segunda Parte), y finalmente es llamado “prudente” por el
traductor y se le da un ejercicio práctico: juzgar el relato que cuenta el veraz Don
Quijote de sus imposibles aventuras en la cueva de Montesinos, y llegar a la conclusión
que tuvo un sueño.22

Volviendo al torcido hilo de este capítulo, Don Quijoteno es una historia verdadera, y
aunque sea una historia fingida, ese término no es una categoría genérica; es demasiado
general y alude a la forma más bien que al contenido.23 Por lo tanto, si Don Quijote no
era genéricamente una historia, ¿qué era entonces? Vamos a examinar las distintas

82
propuestas que se han hecho acerca del género de Don Quijote,24 y a añadir algunas
nuevas, aunque sólo sea para refutarlas.

En primer lugar examinaremos la propuesta de Anthony Close, de que Don Quijote


pertenece al género burlesco (burlesque).25 Aunque la naturaleza burlesca de la obra es
evidente, el problema de “burlesca” como etiqueta genérica para Don Quijotees que
burlesca, como historia, no era una categoría genérica en la España del Siglo de Oro y
no es mencionada por López Pinciano; Close reconstruye un punto de vista inglés del
siglo XVIII. “Burlesca” no es siquiera un sustantivo en español, ni se puede usar como
si lo fuera. En el Diccionario de autoridades, por ejemplo, encontramos comedias,
romances y sonetos burlescos, pero no burlesca a solas. Cervantes no podía haber
llamado Don Quijote “una burlesca”.

López Pinciano menciona la parodia como una clase de literatura: “La Parodia no es
otra cosa que vn poema que a otro contrahaze, especialmente aplicando las cosas de
veras y graues a las de burlas” (I, 289). Sin embargo, López Pinciano considera que la
parodia se basa en una obra, no la ve como género como los libros de caballerías; el
ejemplo que da (“el poema de Matrón, el qual aplicó los metros de Homero graues a las
burlas de la cozina”, I, 289) implica que la parodia toma una obra seria, distinguida y
famosa como base. Éste no es el caso de Don Quijote.

La parodia también es un tipo de literatura que es esencialmente respetuoso, y no


intenta rebajar su objeto. Homero no fue menos respetado porque Matrón lo parodió, ni
tampoco lo es Shakespeare a pesar de las numerosas parodias del soliloquio de Hamlet.
La parodia es incompatible con la discusión seria y franca de los defectos del objeto de
la parodia, y con la intención de proscribirlo. Don Quijote no es una parodia.

También podemos descartar la sátira como el género de Don Quijote, pues una sátira
ataca y nombra a unas personas determinadas, “en el qual siempre suele hablar el poeta
reprehendiendo a quien le parece”.26 La obra contiene ataques contra unas personas
determinadas; a todos los modelos vivos de los personajes mencionados les hacía falta
ser reprendidos. Entre ellos están el bandido Roque Guinart, 27 Diego de Miranda,
basado en un adúltero del mismo nombre, encarcelado con Cervantes y exiliado de la
corte,28 Ginés de Pasamonte, cuyos delitos son tan grandes que no se nos dice cuáles
eran,29 Ricote, que no es del todo cristiano (IV, 194, 28-32), está en España ilegalmente,
y está a punto de cometer otro delito: el de sacar metales preciosos clandestinamente,30 y
quizás la prostituta Maritornes, el mesonero Juan Palomeque, y Angulo el Malo,
director teatral.31 Todos ellos, no obstante, son personajes secundarios; la crítica está,
como mínimo, amortiguada; Cervantes dijo en su Parnaso (55, 11-13) que nunca había
escrito sátira, y ataca repetidamente este tipo de literatura.32

¿Es Don Quijote, quizás, una comedia?33 No es una sugerencia tan absurda como
podría parecer; se han observado similitudes entre las obras dramáticas de Cervantes y
su prosa.34 El prólogo de la continuación de Avellaneda35 empieza con la observación de
que “casi es comedia toda la historia de don Quixote de la Mancha”,36 y llama su propia
obra “la presente comedia”, que, continuando con la terminología dramática, va a
“entremessar” con las ridículas observaciones de Sancho. Si una época puede escribirse
en prosa, ¿por qué no una comedia? (véase López Pinciano, II, 221). Avellaneda, igual
que Suárez de Figueroa,37 llamó las Novelas ejemplares de Cervantes “comedias en
prosa” (I, 12, 2-3).

83
Durante mucho tiempo se ha considerado que los comentarios acerca de la comedia
en el capítulo 48 de la Primera Parte son enigmáticos cuando se aplican a las obras de
teatro contemporáneo y a las del mismo Cervantes (las cuales, como he dicho antes,
creo anteriores a Don Quijote).38 Inducen a que se atribuyan a otros tipos de literatura, y
en el mismo capítulo (II, 347, 3-6 y 349, 2-5) se establece un paralelismo entre la
comedia y los libros de caballerías. Ambos pueden “admirar”, “alegrar” y “suspender”
(II, 348, 6-7; II, 342, 21-26), y así neutralizar los peligros de la ociosidad,
proporcionando “honesta recreación”. Para conseguir estos fines, ambos deberían
guiarse por “arte y reglas”; ambos deberían ser verosímiles y libres de “absurdos” y
“disparates”, sin embargo muchos autores fracasan en este aspecto. Por esta razón se
recomienda un crítico oficial; la misma persona podría juzgar los dos tipos de obras.

Los comentarios de López Pinciano sobre la comedia, que se examinarán con más
detalle en el capítulo siguiente, también son pertinentes en el caso de Don Quijote. La
comedia no debería atacar a unas personas determinadas, sino más bien a la “especie de
hombres malos y viciosos” (III, 16), enseñando “con sus risas, prudencia para se
gobernar el hombre” (III, 17). La comedia es “imitación actiua hecha para limpiar el
ánimo de las passiones por medio del deleyte y risa” (III, 17). Como Don Quijote, la
comedia trata de personas “comunes”, no “graues” (III, 19), y aunque hay más cosas
que provocan risa que lágrimas (III, 29), la principal causa de la risa es “lo feo” (III,
33), “alguna fealdad y torpeza” (III, 43). Es fascinante ver que el ejemplo que da López
Pinciano de una acción ridícula es una caída, en especial una caída de caballo (III, 34-
36), de la que encontramos numerosos ejemplos en Don Quijote.

No obstante, debe rechazarse la clasificación de Don Quijote como comedia.


Avellaneda vio diferencias entre el Quijote de Cervantes y la comedia, pues califica su
descripción con el adverbio “casi”, y aplica esta etiqueta sin reservas sólo a las Novelas
ejemplares, que son más cortas. Incluso si concluyéramos que al Quijote de Cervantes le
falta, para ser una comedia, solamente el humor que Avellaneda reclama para su propio
libro, su poco interés por la teoría literaria le convierte en una fuente menos fiable.

López Pinciano (III, 19-20) cita algunas características de la comedia que Cervantes
no sigue en Don Quijote; la comedia, por ejemplo, tiene que “enseña[r] la vida...que se
deue seguir”, mientras que Don Quijote, de acuerdo con su concepto de la tragedia,
enseña “la vida que se deue huyr”. La comedia requiere un estilo bajo, y Don Quijote
tiene varios estilos; la comedia no debería tener “tristes y lamentable fines” (III, 19),
pero Don Quijote, en ambas partes, los tiene. También, a pesar del énfasis teórico en el
contenido, los ejemplos de las comedias que se dan en el capítulo 48 de la Primera
Parte, y todos los que Cervantes publicó, son ejemplos de lo que llamaríamos teatro, y
todos son mucho más cortos que Don Quijote.

L. D. Salingar y Luis Murillo 39 han relanzado recientemente otra propuesta sobre el


género de Don Quijote, antes muy discutida:40 que Don Quijote es una épica.
Evidentemente cae dentro de la categoría general de poesía heroica de López Pinciano,
tema de su undécima epístola, igual que el Bernardo, según los argumentos del capítulo
anterior. Sin embargo, tenemos que contestar la misma pregunta con respecto a Don
Quijoteque con respecto a Bernardo: ¿es Don Quijote un poema épico en prosa o una
subcategoría, un libro de caballerías? También puede aplicarse uno de los mismos
argumentos: ya que Persilespertenece a la épica, y era costumbre de los escritores

84
escribir sólo una, es poco probable que Don Quijote, que era totalmente distinto,
también lo fuera.

¿Se parece Don Quijote a las obras épicas de López Pinciano, Heliodoro, Aquiles
Tacio, Homero y Virgilio (III, 165 y 180), o a libros como Amadís, Belianís y
Cirongilio? Claramente, las semejanzas con los libros de caballerías son mucho más
acusadas. Las acciones, la filosofía y en ocasiones los discursos de Don Quijote están
inspirados en los libros de caballerías, no en los poemas épicos. El mismo, como Diego
de Miranda, clasificaría una obra acerca de sus hazañas como un libro de caballerías, 41 y
los lectores contemporáneos lo consideraron como tal.42

Hay, naturalmente, características épicas ocasionales en Don Quijote, como las listas
de combatientes que constituyen los rebaños, la historia de Cardenio y Dorotea, 43 y la
bajada a la cueva de Montesinos44 y su eco, la caída de Sancho en una sima. En un libro
de caballerías, observa el canónigo, “el autor pued[e] mostrarse épico, lírico, trágico,
cómico” (II, 345, 4-5), aludiendo a las cuatro categorías generales de la literatura (I,
239; III, 100); el uso ocasional de elementos épicos es, pues, lícito en un libro de
caballerías. De hecho, la misma variedad de materiales, estilos y formas literarias que se
encuentran en Don Quijote es por sí misma un poderoso argumento a favor de que sea
un libro de caballerías. En contraste con la épica, en opinión de Cervantes, en un libro
de caballerías se podía tratar material caballeresco de la forma que uno quisiera,
consecuencia de la famosa afirmación del canónigo acerca de la libertad del escritor del
libro de caballerías, de la cual se ha tomado la cita anterior. 45 Son, en el término de
López Pinciano, (I, 285), “extravagantes”.46 Las únicas reglas, además de la necesidad
de deleitar aprovechando, son los principios literarios generales de verosimilitud y
proporción; si se siguen, se puede escribir “sin empacho alguno” (II, 343, 28).

Don Quijote no tiene todas las características del libro de caballerías ideal del
canónigo—aunque, como ya discutimos, creo que es la descripción de otro libro—pero
tiene muchas. En su estructura “desatada” se ajusta a la descripción del canónigo.
Ciertamente tiene “lamentables y trágicos sucessos”, “alegres y no pensados
acontecimientos” y muchas “hermosísimas damas”, aunque—nótese—no son a la vez
“honestas, discretas y recatadas.47 El “cavallero christiano” es representado de manera
burlesca por el protagonista, cuya religión se discute en el capítulo 5, y el “príncipe
cortés” y sus vasallos por el gobernador Sancho. Don Quijote es en muchas ocasiones
un “elocuente orador”. Incluso hay, en el Ebro, una parodia de naufragio.

Pero limitándonos a los anteriores libros de caballerías, más que a la opinión que
tiene el canónigo sobre uno ideal, vemos que Don Quijote se parece a ellos mucho más
que a la épica. En primer lugar se parece a ellos por su forma. Como ellos, es una
biografía ficticia, contada lineal y cronológicamente. Al igual que los libros de
caballerías, Don Quijote es largo y complejo, con un gran número de personajes y de
incidentes. La Primera Parte está dividida en cuatro partes, como Amadís, Belianís,
Cirongilio y otros.

Don Quijote también se parece a los libros de caballerías por su función. Se dirige,
en el prólogo de la Primera Parte, al ocioso lector, y es descrito como un pasatiempo48 y
un entretenimiento;49 en Don Quijote como fuera de él, eran los ociosos quienes leían
libros de caballerías para pasar el tiempo.50 (Nadie menciona esto como motivo para leer

85
poesía épica.) Al igual que los libros de caballerías,51 Don Quijote destierra la
melancolía.52

Don Quijote también se parece a los libros de caballerías en la presentación de la


naturaleza como fuerza benévola. La fantasía que tiene Don Quijote acerca de cómo se
describirá el amanecer en un libro que trate de sus hazañas (I, 58, 20-59, 1) se parece a
la bella descripción del amanecer en el propio libro de Cervantes (III, 250, 4-9; III, 443,
10-19). Aunque el protagonista emprende el viaje en pleno verano, “uno de los
calurosos [días] del mes de julio” (I, 57, 13-14), y más tarde hace todavía más calor (“el
calor...era...del mes de agosto, que por aquellas partes suele ser el ardor muy grande”, I,
388, 26-29), hay pocos comentarios acerca del clima. Sancho se queja porque no come,
o porque duerme en el suelo, pero no se queja del tiempo, y sólo llueve una vez en todo
el libro (I, 281, 6; I, 283, 19-20). El sol brilla; los pájaros cantan; se encuentra
fácilmente agua pura; los árboles proporcionan sombra.53 No sorprende que Don
Quijote, como los caballeros andantes literarios,54 prefiera estar en el exterior.

Sin embargo, el criterio clave para la clasificación literaria es la historia o el tema


tratado. El tema de Don Quijote son las aventuras caballerescas, no los “casos
amorosos” de la Historia etiópica y del Persiles, ni las “batallas y victorias” de los
poemas de Homero y Virgilio (López Pinciano, III, 180). La vida del protagonista es la
de un caballero andante, y nos es narrada por el sabio encantador e historiador Cide
Hamete, imitando a los historiadores ficticios de los libros de caballerías. Después de su
primera salida, Don Quijote, como los caballeros andantes literarios, únicamente está
solo cuando quiere estarlo. Vaga sin destino por el mundo en la Primera Parte,55 y con
uno no más concreto en la Segunda Parte que termina, finalmente, en Zaragoza.56 Don
Quijote, como los héroes de los libros de caballerías,57 se va de su casa en secreto, es
armado caballero, y escoge un escudero, una dama, un símbolo heráldico y un nombre
por el que ser conocido. Intenta ganar fama y honor, y ser útil en general. Envía
presentes a su dama; cuando ella es víctima de algún encantamiento, debe liberarla.
Encuentra otros caballeros y lucha con ellos; pasa la noche en castillos, o cree que lo
hace.

Ésta es, naturalmente, la clave, que la vida caballeresca de Don Quijote es una burla,
y su libro es un libro de caballerías burlesco. Los dos sentidos en que Cervantes usa la
palabra “burla” ayuda a entender un aspecto central de Don Quijote.58 Las “burlas” eran,
primero, lo contrario de las “veras”.59 Algo “de burlas” era “fingido” y “contrahech[o]”
(I, 359, 26-27; IV, 42, 23), y eso es lo que es la vida caballeresca de Don Quijote. Su
“figura” está “contrahecha” (I, 62, 11; I, 63, 25); contrariamente a sus afirmaciones no
se da “verdaderas calabaçadas” (I, 360, 9-10), sus “tristezas” no son “verdaderas” (III,
134, 6), no es realmente un caballero, Dulcinea es una invención suya, etc.

Una burla era también algo que provocaba la risa, con la cual se asocian
repetidamente las burlas del texto. El duque y la duquesa “en el estilo
cavalleresco...hizieron muchas burlas a don Quixote” (III, 420, 16-19; adaptado), y las
burlas provocaron a los que las hacían risa “no sólo aquel tiempo, sino el de toda su
vida” (IV, 46, 1-2); la jabonadura de Don Quijote, dispuesta por sus doncellas, es una
burla, al enfrentarse con la cual “fue gran maravilla y mucha discreción poder
dissimular la risa” (III, 396, 3-5). El manteamiento de Sancho, causa de risa (I, 228, 12-
14 y 21), es también una burla (I, 250, 13; I, 286, 24-25), como lo es su burla de las
palabras de Don Quijote después de la aventura de los batanes (I, 276, 29); todo el

86
encuentro con los batanes, después del cual Don Quijote ríe y Sancho “tuvo necessidad
de apretarse las hijadas con los puños por no rebentar riendo” (I, 276, 13-15), es una
“pesada burla” (I, 281, 9). La “duda del yelmo de Mambrino y de la albarda” es una
“burla pensada” (II, 309, 12), “materia de grandíssima risa” (II, 307, 31-308, 1; véase
también II, 305, 15-16). Incluso en la “mala burla” (III, 142, 6; también III, 412, 1) del
encantamiento de Dulzinea, “harto tenía que hazer el socarrón de Sancho en dissimular
la risa, oyendo las sandezes de su amo, tan delicadamente engañado” (III, 141, 7-9).

Una obra burlesca, llena de falsedades, pretende hacer reír a los lectores,
proporcionándoles pasatiempo (I, 286, 25; IV, 141, 11). Una obra de burlas, en contraste
con una parodia, es compatible con el propósito de atacar algo; el objeto de una burla es
humillado, puesto al descubierto o menospreciado.60 “Haz[iendo] burla de...tantos
andantes cavalleros” (IV, 405, 31-32), creando un libro de caballerías burlesco,61
Cervantes podía llegar a los lectores a los que quería llegar, los que leían los libros de
caballerías. Estos lectores, que buscaban entretenimiento, no habrían leído ningún
tratado sobre los errores de los libros de caballerías. El hecho de que no se procurara
atraerlos directamente era un motivo por la que las discusiones anteriores sobre los
defectos de los libros habían fracasado.62

En Don Quijote se da mucha importancia a la imitación de modelos: “quando algún


pintor quiere salir famoso en su arte, procura imitar los originales de los más únicos
pintores que sabe”. Para que nos demos cuenta de la aplicación literaria de este
principio (véase la nota 10, supra), Don Quijote añade que “esta misma regla corre por
todos los más oficios o exercicios de cuenta que sirven para adorno de las repúblicas”
(I, 351, 30-352, 3).63 Cervantes vio que Don Quijote no tenía precedentes, una “nueva y
jamás vista historia” (II, 402, 2),64 y por tanto difícil de prologar (I, 30, 17-29). Sin
embargo es lógico que usara un modelo para su obra, como lo hizo para otras. Hay otro
libro de caballerías cómico mencionado en Don Quijote, un libro que es también “un
tesoro de contento y una mina de passatiempos”: Tirant lo blanc (Tirante el blanco), un
libro que Cervantes creía castellano y del siglo XVI. 65 Es sólo un precedente parcial,
pero es el más importante, y vale la pena detenerse a examinarlo.66

El famoso pasaje67 en el que el cura expresa su aprecio por Tirant se ha convertido en


el tema de una controversia que en muchos aspectos es una miniatura de la controversia
sobre Don Quijote. Aunque como ha señalado Margaret Bates, “este ‘oscuro
pasaje’...difícilmente podría expresarse más claramente”,68 se le han hecho enmiendas
textuales gratuitas e interpretaciones forzadas basadas en oscuros significados de
algunas de sus palabras. Ninguna ha tenido una aceptación general, y muchas ya han
sido refutadas.69 El sentido claro y totalmente inteligible del texto tal como reza es que
Cervantes encontró que Tirant era un libro divertido, aunque a diferencia de Don
Quijote, creía que su humor no era intencionado. Sus “necedades” no estaban escritas
“de industria”, o, en los términos que usó en el Parnaso, tiene “desatinos”, pero no
“hechos de propósito”.70

Los comentarios del cura indican los numerosos elementos de Tirantque llamaron la
atención de Cervantes y en los cuales pudo haberse inspirado. El libro está lleno de
caballeros cobardes y mujeres poco virtuosas. “El valientede Tirante” lucha con un
perro, como Don Quijote “luchará” con ovejas. El cura también destaca al “valeroso
cavallero” Quirieleisón, la alabanza del cual también es irónica, puesto que en todo el
libro no lucha una sola vez; cuando debería hacerlo, al haber desafiado a un duelo para

87
vengar la muerte de su señor, muere de ira (capítulo 80). Los caballeros luchan con
escudos de papel (capítulo 65), que quizás inspiraron la celada de cartón de Don Quijote
(I, 53, 29-54, 2).

Las mujeres de Tirant no son mejores que los hombres. La emperatriz se enamora de
una persona por debajo de su condición, como Don Quijote de Aldonza Lorenzo.71 El
cura destaca los dos personajes femeninos más licenciosos, Placerdemivida y la viuda
Reposada, incongruente con la caballeresca, esta última quizás reflejada en Doña
Rodríguez de Grijalba, y la primera en Altisidora o Maritornes.

El cura también comenta los nombres de los personajes; Fonseca sólo podía haber
sido mencionado debido a su nombre, jocosamente “ordinario” para un caballero.
Placerdemivida, Reposada, Quirieleisón de Montalbán, incluso Tirante el blanco:72 los
nombres que se encuentran en Tirant son “peregrinos y significativos” (I, 56, 27-28;
adaptado), tan hilarantes como los nombres inventados por Cervantes, como
Micomicona, Mentironiana, Caraculiambro, Alifanfarrón y Antonomasia.

Además, el cura señala que en Tirant, “comen los cavalleros, y duermen y mueren en
sus camas, y hazen testamento antes de su muerte, con otras cosas, de que todos los
demás libros deste género carecen”. Pasa a calificar las características del libro que ha
enumerado de “necedades” y a condenar a su autor a galeras, por lo tanto podemos estar
seguros de que no se presentan de forma positiva; quizás puede apreciarse el humor si
intentamos imaginar a Lanzarote o a Roldán haciendo testamento.73 En lugar de soportar
los rigores de la caballería andante, de lo que Don Quijote presume y con lo que
disfruta,74 los caballeros de Tirant son, en palabras de Don Quijote, dados a “el buen
passo, el regalo y el reposo”, “blandos cortesanos” (I, 167, 1-3). De todos los
protagonistas de los libros de caballerías, Tirant es calificado el más “acomodado” (III,
46, 16-17), término que es definido por el Diccionario de autoridades como “el que es
muy amigo del descanso, regalo y conveniencias”. Los personajes de Tirant son
divertidos porque actúan de forma poco caballeresca; hay un contraste, pues, entre el
contexto caballeresco y las acciones poco caballerescas, que el libro tiene en cantidad,
por ejemplo el desfile de las prostitutas de Londres (capítulo 42), el emperador
persiguiendo un ratón inexistente por su palacio (capítulo 233). Ciertamente existe la
posibilidad de que Cervantes se inspirara en Tirant para crear humor por medio de
contrastes, en su caso entre la conducta caballeresca y un contexto mundano.75

El humor de Don Quijote será tratado con más detalle en el próximo capítulo; el
tema de ahora es su género. Don Quijote es un libro de caballerías burlesco, pero
primero es un libro de caballerías(nombre), y después burlesco (adjetivo). La
validación de la clasificación de Don Quijote como un libro de caballerías puede verse
en el hecho de que Cervantes evita los defectos que el canónigo encuentra en los
anteriores, y en la conformidad de Don Quijote con sus sugerencias para la composición
de uno mejor. Parte del ataque de Cervantes a los libros de caballerías consistió, como
en el Bernardo, en escribir una obra superior, que pasara el escrutinio del examinador
propuesto en II, 353, 11-20. Nadie diría que Don Quijote es “en el estilo duro, en las
hazañas increíble, en los amores lascivo, en las cortesías mal mirado, largo en las
batallas, necio en las razones, disparatado en los viajes, y ageno de todo discreto
artificio” (II, 343, 6-11; adaptado). Al contrario, tiene un estilo admirable y placentero,
es contenido en sus actos, honesto en el amor (como nos informan tanto Don Quijote
como el narrador), “bien mirado” en las “cortesías”, breve en las batallas, inteligente en

88
las razones, verosímil en los viajes, y muy bien dotado de “todo discreto artificio”. Don
Quijote, a diferencia de los libros de caballerías anteriores, trata sólo de una generación
de protagonistas y no termina en medio de una acción.76 ¿Quién negaría que tiene “un
cuerpo de fábula entero con todos sus miembros” (II, 342, 32-343, 1)? Gingiol

Sin embargo, la característica teórica más significativa de Don Quijote responde al


mayor fallo de los libros de caballerías. No sólo está repleto de cosas que son
“possible[s]” (II, 342, 21), es además una obra que “tir[a] lo más que fuere possible a la
verdad” (II, 344, 28-29). En este sentido Don Quijote es verdadero, y por esta razón va
a “dexa[r] atrás y escurece[r]...los Amadisses, Esplandianes y Belianisses”.77 Cervantes
evita no sólo los imposibles mencionados por Juan Palomeque (II, 84, 21-85, 15), por el
canónigo (II, 341, 23-342, 14), y por el mismo Don Quijote,78 sino también los detalles
que únicamente dan una “apariencia de verdad”. Como explica Don Quijote, éstos son
típicos de los libros de caballerías;79 también forman parte de las historias caballerescas
burlescas de Micomicona, Trifaldi y Doña Rodríguez. No se habla de los padres de Don
Quijote, su lugar de origen también es ocultado, e incluso su nombre exacto es objeto de
duda, “pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se
salga un punto de la verdad” (I, 50, 9-11).80

Los libros de caballerías están llenos de detalles, pero “huye[n]...de la imitación”,


que es lo que hace buena a la literatura (II, 342, 29-30). Para atacarlos, según su amigo
del prólogo,81 Cervantes “sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere
escriviendo; que quanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escriviere”.82
Como señala el canónigo, sólo con verisimilitud e imitación se puede crear una obra de
literatura que, “facilitando los impossibles, allanando las grandezas,83 suspendiendo los
ánimos” (II, 342, 23-25), pueden “admirar, suspender, alborozar y entretener” (II, 342,
25-26; adaptado).

Aquí—en el propósito de atacar a los libros de caballerías—también tenemos la


explicación de una de las características del Quijotemás atractivas y complejas: su
retrato de la España contemporánea y su gente, lo que vagamente se llama el realismo
de la obra. Aunque no existen los medios para evaluar el realismo de Don Quijote de
modo global, nunca se le ha atacado en serio, y diversos estudios han mostrado la
exactitud de Cervantes al tratar la geografía, plantas, caballos y asnos, medicina y otros
aspectos del mundo natural.84 No hay motivos para pensar que no habría seguido el
mismo principio en sus imitaciones del lenguaje y la conducta de la gente.85

La teoría literaria no explica el realismo de la obra; que la literatura debería


representar la realidad era y es un tópico. Tampoco sus elementos cómicos lo explican
por completo.86 Una parte considerable debe de haber sido inconsciente y expresa la
personalidad del autor; hay un tono realista en todas sus obras, incluyendo el Persilesy
las menos leídas de las Novelas ejemplares.87 Sin embargo, Don Quijote es, junto con
algunas Novelas ejemplaresy entremeses, el mayor logro de Cervantes al respecto.
Puede explicarse, como se ha indicado, como respuesta a los libros de caballerías. Éstos
estaban llenos de gente y lugares increíbles, fantasías, magia; Cervantes intentó
combatirlos y sustituirlos descubriendo su falsedad, y ofreciendo en su lugar verdad,
realidad, o por lo menos verosimilitud.

Más que reyes y nobles, típicos de los libros de caballerías, Don Quijote nos ofrece
un corte de la sociedad española, otra vez aprovechándose de la libertad que Cervantes

89
encontró en la forma de los libros de caballerías. La deslumbrante variedad de
personajes en Don Quijote, con un verosímil predominio de la clase baja, es uno de los
aspectos en que más difiere de las obras que ataca. Los vivos diálogos, que dan la
impresión de una conversación real, también se explican por este principio.

El uso de estos personajes puede también atribuirse al deseo de mostrar los efectos
de los libros de caballerías en distintos lectores contemporáneos. Pero es al mismo
tiempo parte de un intento consciente de mejorar estos libros, y de exponer sus excesos
como innecesarios. Mientras los libros de caballerías estaban situados en tiempos vagos
y remotos (Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 56), y en lugares que
ni siquiera estaban en el mapa (I, 294, 2), Don Quijote está situado en la España
contemporánea, el país y la época que Cervantes podía describir mejor. Cerca de casa
puede haber encuentros espantosos (el cuerpo muerto y los batanes), así como cosas
maravillosas, producto de la naturaleza (las lagunas de Ruidera) o del hombre (los toros
de Guisando). También pueden encontrarse lugares relacionados con la caballeresca,
como la cueva de Montesinos.

La falsedad de la literatura caballeresca, sin embargo, se demuestra constantemente


por su contraste con la realidad del mundo. En el mundo real los caballos no vuelan
(Segunda Parte, capítulo 41); el yelmo de Mambrino no existe, y es ridiculizado por el
uso de la bacía del barbero en su lugar. La cueva de Montesinos lógicamente está llena
de murciélagos y cuervos (III, 283, 3-6), y sus residentes encantados no son más que
personajes en el sueño de Don Quijote.88 Puede verse que la “magia” que no tiene una
explicación fisiológica no es más que el falso producto de la mente de la gente. La gente
afirma que la magia existe por varios motivos: para obtener un beneficio económico (el
mono de Ginés), “para entretenerse y suspender a los ignorantes” (la cabeza parlante de
Antonio Moreno, IV, 291, 22-23), para aprovecharse de la credulidad de Don Quijote,
para divertirse (la aventura de la Dueña Dolorida, Segunda Parte, capítulos 36-41) o
para su provecho (la historia de Micomicona, Primera Parte, capítulos 29-30), y para
disimular lo que han hecho (la desaparición de la biblioteca de Don Quijote, atribuida a
Fristón, I, 108, 1-109, 19), o lo que no han hecho y no pueden hacer (el encantamiento
de Dulcinea, III, 132, 8-133, 2). Los únicos que son engañados por estas fantasías son
los ignorantes y los locos.

Debido a que es verdadero (verosímil), Don Quijotepuede proporcionar placer al


lector, más que el que proporcionaban los anteriores libros de caballerías. Cervantes
aceptaría que distintos tipos de lectores quisieran distintas clases de placer.89 El
canónigo desea el placer que deriva de la apreciación de la belleza: “el deleite que en el
alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que vee o contempla en las
cosas que la vista o la imaginación le ponen delante” (II, 341, 18-21). Cervantes
naturalmente quería la aprobación de los lectores que, como el canónigo o el mismo
Cervantes, eran discretos.90 Éstos podían haber apreciado el arte de su libro, las
aventuras cuidadosamente construidas y verosímiles. Pero el prólogo de la Primera
Parte da a entender que escribía para todos,91 así que la mayoría de sus lectores iban a
pertenecer, sin que se implique condición social, al vulgo (I, 31, 5-7).92 Eso es debido en
primer lugar a que era principalmente el vulgo quien leía los libros de caballerías (II,
346, 30-347, 2), pero también porque “es más el número de los simples que de los
prudentes” (II, 346, 26-27); de hecho, “stultorum [lectores de la Primera Parte] infinitus
est numerus” (III, 70, 28). Estos lectores eran incapaces de apreciar la belleza literaria.
Para poder instruirlos, tiene que ofrecer lo que los libros de caballerías proporcionan:

90
“gusto y maravilla” (II, 373, 28), o como dice el canónigo, “admiración y...alegría” (II,
342, 27).93

Los elementos que en Don Quijote producen estos efectos son naturalmente distintos
de los de los libros de caballerías, pero el texto frecuentemente nos avisa cuando
produce admiración y alegría. Don Quijote, y ocasionalmente Sancho u otro personaje,
causa admiración mostrando locura o ignorancia, o combinando esas cualidades con
inteligencia y sabiduría. El texto nos dice, por ejemplo, que Diego de Miranda sintió
“admiración” por los actos y palabras de Don Quijote (III, 221, 18-20), y la duquesa
“n[o] dexó de admirarse en oír las razones y refranes de Sancho” (III, 414, 14-15). Don
Quijote y Sancho, creo, todavía causan admiración. Es el humor, causa de alegría, lo
que más se ha deteriorado con el paso del tiempo, “devorador y consumidor de todas las
cosas” (I, 128, 17-18), aunque sea señalado más frecuentemente (por la risa) que la
admiración. Debido a que los libros de caballerías se han perdido para siempre—nadie
los lee antes de leer Don Quijote—nunca podremos leer Don Quijote como lo hicieron
los primeros lectores, y gran parte del humor de la obra se pierde. Para intentar corregir
esto, intentaré reconstruir el humor tal como lo habrían visto esos primeros lectores.

Pero antes hay que aclarar otro punto. Un ataque a los libros de caballerías no tenía
que suponer necesariamente la composición de una novela. Tampoco tenía que suponer
la composición de un libro de humor; hay otras clases de “gusto” que podían haber
sustituido al de los libros de caballerías. Es posible que Cervantes escogiera esta
estrategia, la composición de un libro cómico, porque a él le gustaban los libros
cómicos y pensó que el mundo necesitaba más.94 Hay motivos para creer que Cervantes
apreciaba el humor en general—las historias graciosas en sus obras muestran su interés
por el humor oral—y los libros cómicos en particular; dos de ellos, aunque no son
cómicos a propósito, son elogiados en el escrutinio de la librería, y salvados de la
destrucción.95 En el prólogo del Persiles, Cervantes se despidió de las “gracias”,
“donaires” y “regozijados amigos” (I, lix, 27-28). En el de las Novelas ejemplares, dijo
que estos amigos eran numerosos, y que los había conseguido no por su ingenio, sino
por su condición (I, 20, 8-9). Su condición, gracias a la cual habría conseguido esos
amigos, era alegre, reflejada en sus ojos (Novelas ejemplares, I, 20, 20), que revelan el
alma.96 Esta disposición suya, y su gusto por el humor, no es incompatible, sino que está
en armonía, con la melancolía que también formaba parte de su carácter, como se ve en
algunas partes de Don Quijote, Segunda Parte, y en el “Coloquio de los perros”.

91
Notas al Capítulo 3

1
“Disagreement about an interpretation is usually a disagreement about genre” Validity in Interpretation,
pág. 98. Acerca de la importancia del género para la interpretación de una obra véase también Alastair
Fowler, Kinds of Literature(Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1982), capítulo 14,
quien señala que “la actividad en la teoría de los géneros generalmente ha precedido o ha coincidido con
períodos en que se han escrito grandes obras, y ha despertado el interés de los mejores escritores” (pág.
256).

2
La Galatea, I, xlvii, 3. Avalle-Arce confirma en su nota a ese pasaje que este término se refiere a la
obra en conjunto. También lo confirma Francisco Ynduráin, “Relección de La Galatea”, en su Relección
de clásicos (Madrid: Prensa Española, 1969), págs. 61-73, en la pág. 67. En prensa en las Actas del
Segundo Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas Nápoles, 4-10 8 abrilde abril de 1994,
está la comunicación de Seiji Honda, “Sobre La Galatea como égloga”.

3
Novelas ejemplares, I, 23, 8-12.

4
La búsqueda de categorías para las obras literarias parece la caza de un perro en pos de su cola: es
difícil en el mejor de los casos, imposible en cierto sentido y sólo proporciona un éxito pasajero. En
contraste con las obras de la naturaleza, cuya clasificación es menos difícil porque cambian lentamente, la
literatura cambia rápidamente, a veces como reacción a clasificaciones establecidas previamente. No hay
dos obras literarias que se parezcan tanto como dos miembros de la misma especie vegetal o animal.
Nunca se ha llevado a cabo el sueño de los clasificadores, un esquema permanente que ponga orden en el
anárquico mundo de la literatura.

5
“Romance”, nuevamente admitido en castellano moderno como designación de un género de ficción
en prosa, se refiere a una obra temprana, no realista, a menudo pero no siempre caballeresca, de desenlace
en la cual un poder sobrenatural en itálica FIX indica la voz inglesa. Su sentido es “una obra temprana de
ficción en prosa, no realista, en la cual un poder sobrenatural ayuda a llegar a una INevitable resolución
feliz. Se ha comenzado a asignar este signifcado a la voz castellana (véase Joaquín Casalduero, reivew of
El Saffar FIX ADD TO BIBLIOGRAPHY), pero para fines de este libro, y para evitar confusiones, se
distinguen entre “romance” castellano y “romance” inglés.feliz. Véase también capítulo 6, nota 23.

6
“Novela”, un italianismo, significaba “narración corta”, y “romance” una narración en verso, en el
siglo XVI generalmente de contenido histórico (véase mi “El romance visto por Cervantes”). Incluso el
sentido moderno de estos términos puede ser problemático: “cada crítico o teórico ve el ‘novelismo’
central de la novela [Don Quijote] de forma distinta”, ha resumido John J. Allen, “Don Quixoteand the
Origins of the Novel”, en Cervantes and the Renaissance, ed. Michael D. McGaha (Easton, Pennsylvania:
Juan de la Cuesta, 1980), págs. 125-140, en la pág. 125. E. C. Riley estudia si pueden aplicarse los
términos (modernos) “novela” y “romance” a las obras de Cervantes en “Cervantes: A Question of
Genre”, en Mediaeval and Renaissance Studies on Spain and Portugal in Honour of P. E. Russell, ed. F.
W. Hodcraft et al. (Oxford: Society for the Study of Mediaeval Languages and Literature, 1981), págs.
69-85; en su “Don Quixote” (London: Allen & Unwin, 1986), pág. 24, declara que, sin cambiar el
argumento principal, “querría ahora calificar y aclarar algunos de los puntos”. Los lectores que sientan
interés por el papel de Don Quijote en la creación de la novela y por la crítica moderna encontrarán
referencias a las obras más importantes en el artículo de Allen, complementado por Robert Alter, Partial
Magic: The Novel as a Self-Conscious Genre (Berkeley: University of California Press, 1975). Cito a
continuación unos estudios más recientes: An Exemplary History of the Novel: The Quixotic versus the
Picaresque (Chicago: University of Chicago Press, 1981) de Walter L. Reed; Alexander Welsh,
Reflections on the Hero as Quixote (Princeton: Princeton University Press, 1981) reseñado por Anthony J.
Cascardi en Cervantes, 2 (1982), 185-187 y objeto de análisis en “Quixotic Reflections”, de Alistair M.
Duckworth, Cervantes, 3 (1983), 65-76; Percy G. Adams, Travel Literature and the Evolution of the
Novel (Lexington: University Press of Kentucky, 1983); Allen, “Coping with Don Quixote”, en
Approaches to Teaching Cervantes' “Don Quixote”, págs. 45-49; y The Bounds of Reason: Cervantes,
Dostoevsky, Flaubert de Cascardi (New York: Columbia University Press, 1986). Mary Lee Cozad,

92
“Experiential Conflict and Rational Motivation in the Diana enamorada: An Anticipation of the Modern
Novel”, Journal of Hispanic Philology, 5 (1981 [1982]), 199-214, proporciona una útil recapitulación,
junto con un estudio de una obra que Cervantes tenía en gran estima (I, 103, 3-10). Para una introducción
a la teoría de clasificación, véase Shiyali R. Ranganathan, Prolegomena to Library Classification, 20
edición (London: Library Association, 1967).

7
El libro es llamado una “verdadera historia” en I, 55, 10; I, 58, 16-17; I, 132, 13-15; I, 191, 22-23; II,
7, 19-20; II, 393, 19; III, 113, 17-18; III, 155, 17-18; III, 217, 1; y IV, 140, 8.

8
Citaré sólo un caso de cada: I, 131, 21; III, 101, 8-9. Para más ejemplos, véase Richard Predmore, El
mundo del “Quijote” (Madrid: Ínsula, 1958), pág. 19.

9
“No todas las cosas que suceden son buenas para contadas, y podrían passar sin serlo y sin quedar
menoscabada la historia: acciones ay que, por grandes, deven de callarse, y otras que, por baxas, no deven
dezirse, puesto que es excelencia de la historia [verdadera] que, qualquiera cosa que en ella se escrivía,
puede passar al sabor de la verdad que trae consigo; lo que no tiene la fábula, a quien conviene guissar
sus acciones con tanta puntualidad y gusto, y con tanta verissimilitud, que, ha despecho y pesar de la
mentira, que haze dissonancia en el entendimiento, forme una verdadera armonía” (Persiles, II, 100, 9-
22). El canónigo aplica el término “fábulas” a los libros de caballerías (II, 341, 9 y 26), y la sobrina de
Don Quijote los llama “fábula y mentira” (III, 93, 5-6). Las fábulas deficientes representaban cosas
imposibles, como animales que hablaban, personas que se transformaban en estrellas y árboles, o las
hazañas de los protagonistas de los libros de caballerías.

10
Las pinturas en Don Quijote se llaman “historias” (IV, 377, 19), y la narración es descrita muchas
veces como una pintura(I, 60, 26; I, 242, 24; II, 344, 5; III, 48, 21; III, 62, 25; III, 64, 22; III, 107, 32; III,
112, 31; III, 226, 10; III, 399, 4; IV, 22, 10; IV, 248, 6; IV, 313, 30). “Pintor o escritor, ...todo es uno” (IV,
378, 12-13); “quando escrives historia, pintas, y quando pintas, compones” (Persiles, II, 139, 4-5). Cide
Hamete, si es un “hideperro” y un “ignorante hablador”, parece un mal pintor (III, 67, 26-68, 4), pero
cuando aparece Avellaneda, como mal pintor (IV, 378, 11-15), entonces sólo Cide Hamete debería escribir
sobre Don Quijote de la misma forma que sólo el pintor Apeles podía retratar a Alejandro el Magno (IV,
252, 6-11). Eso puede explicar el extraño comentario de Sancho que “antes de mucho tiempo no ha de
aver bodegón, venta ni mesón, o tienda de barbero, donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas”
(IV, 377, 31-378, 2); en Don Quijote encontramos que un barbero lee libros de caballerías, que un
mesonero los oye leer, y que “las tiendas de los barberos” están llenas de “Amarilesspelling ok, Filis,
Silvias, Dianas, Galateas, Fílidas y otras tales” (I, 365, 29-32; adaptado), pero nada indica que podían
encontrarse pinturas en esos lugares.

Como esta equivalencia se encuentra con mucha mayor frecuencia en las obras posteriores de
Cervantes, quizás sea útil advertir que la hace Cristóbal de Mesa, conocido de Cervantes, en la
dedicatoria de sus Rimasal Duque de Béjar: “Es la Poesía pintura que habla, y La Pintura Poesía muda”
(El patrón de España [Madrid, 1612], fol. 95v ). (Acerca de los contactos de Cervantes con Mesa, véase
mi “Cervantes y Tasso vueltos a examinar”.) Guillén de Castro, en su obra Don Quijote de la Mancha,
hace aparecer al protagonista “vestido como le pintan en su libro” (Obras, ed. Eduardo Juliá Martínez, II
[Madrid: Real Academia Española, 1926], 340).

Para una discusión más amplia de este tema, desde distintas perspectivas, véase Margarita Levisi, “La
pintura en la narrativa de Cervantes”, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, 48 (1972), 293-325,
Karl-Ludwig Selig, “Persiles y Sigismunda: Notes on Pictures, Portraits, and Portraiture”, Hispanic
Review, 41 (1973), 305-312, Diane Chaffee, “Pictures and Portraits in Literature: Cervantes as the Painter
of Don Quijote”, Anales cervantinos, 19 (1981), 49-56, Helena Percas de Ponseti, “Cervantes the Painter
of Thoughts”, en A Celebration of Cervantes on the Fourth Centenary of “La Galatea”, 1585-1985.
Selected Papers, ed. John J. Allen, Elias Rivers y Harry Sieber, Cervantes, special issue (1988), 135-148;
acerca de los precedentes medievales, véase Steven D. Kirby, “‘Escripto con estoria’ (Libro de buen
amor, st. 1571c)”, Romance Notes, 14 (1973), 631-635.

11
Bruce Wardropper, en un artículo clásico, traduce los dos términos por “story” y “history”: “Don
Quixote: Story or History?”, Modern Philology, 63 (1965), 1-11.

93
12
El canónigo, en su discusión sobre la comedia, defiende que una obra que es fingida debería también
ser imitada (II, 349, 26-350, 9).

13
Además de la calificación de “historia verdadera” (supra, nota 7), hay numerosas referencias a la
verdad de la historia de Don Quijote: I, 50, 10-11 (donde, como en I, 127, 23, es llamada cuento); II, 402,
11; III, 101, 7-9; III, 128, 4; III, 200, 9-10 y 16-17; III, 226, 16-18; IV, 10, 27; IV, 276, 23; y IV, 406, 12.

14
Por ejemplo: “Otras algunas menudencias avía que advertir; pero todas son de poca importancia, y
que no hazen al caso a la verdadera relación de la historia, que ninguna es mala como sea verdadera” (I,
132, 11-15). Este pasaje viene justo antes de que se indique que es posible que un historiador árabe no sea
exacto, y justo después de que se diga que Sancho Panza también se llama Sancho Zancas, nombre éste
que no vuelve a usarse en todo el libro.

15
I, 128, 26-132, 8. Véase el ingenioso artículo de Thomas Lathrop, “Cide Hamete Benengeli y su
manuscrito”, en Cervantes. Su obra y su mundo, ed. Manuel Criado de Val (Madrid: Edi-6, 1981), págs.
693-697.

16
Véase el capítulo 1, nota 110 y el capítulo 2, nota 55. El equivalente moderno es un nuevo tipo de
relato, la telenovela; los personajes ficticios reciben cartas con regularidad.

17
El texto contiene ejemplos paradigmáticos de razonamientos erróneos, como la respuesta de Don
Quijote a Vivaldo, I, 173, 1-3, o el relato de Sancho como “testigo de vista”, I, 268, 1-8. Contiene
ejemplos igualmente claros de la forma en que se llega a conclusiones a partir de hechos que
aparentemente no son importantes. Véanse, entre otros, las discusiones de Sancho y Don Quijote en los
capítulos 48-49 de la Primera Parte y en el capítulo 8 de la Segunda Parte; en el capítulo 48 Sancho
comienza explicando que “yo le quiero provar evidentemente como no va encantado” (II, 356, 17-18).
Parece probable que Cervantes estudiara argumentos y pruebas. Considerando la importancia de la
justicia en sus obras (véase el capítulo 4, nota 120 y el capítulo 5, nota 20), su estudio habría tenido un
carácter judicial. En el II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Nápoles, 4/98 de abril
de 1994, 8 abrilPeter Geltman presentó la comunicación “‘Tú tienes ahora el ingenio como el que siempre
tienen los moros’: Acerca de la argumentación premoderna en el discurso de Lotario, Quijote, I, 33”.

18
“A no contármelo un hombre tan verdadero como él, lo tuviera por conseja, de aquellas que las
viejas cuentan el invierno al fuego” (II, 270, 7-10; II, 271, 25-26); del mismo modo, “no son sino palabras
de consejas o cuentos de viejas” (“Coloquio de los perros”, III, 227, 1-2), y “aun hasta en las consejas que
en las largas noches del invierno en la chimenea sus criadas contavan, por estar él presente, en ninguna
ningún género de lascivia se descubría” (“El celoso extremeño”, II, 168, 19-22).

19
II, 365, 23-26; Don Quijote también cita este encantamiento en I, 167, 13-25. Es un ejemplo de
fábula, como se indica en Persiles, I, 118, 3-5. La transformación de personas en animales o viceversa
siempre es mentira (Persiles, I, 117, 21-22), justamente lo que tienen los libros de caballerías, pero no
Don Quijote. (La obra que se cita en ocasiones como equivalente clásico o predecesor de esos libros, el
Asno de oro de Apuleyo, también contiene un hombre que se transforma en animal, como se indica en el
“Coloquio de los perros”, III, 214, 3-7; véase mi introducción a Alejo Venegas, págs. 27-30.) Para
observaciones adicionales, véase el capítulo 5.

20
II, 358, 6-18; III, 296, 1-22.

21
Compárese la afirmación de la duquesa: “El buen Sancho, pensando ser el engañador, es el
engañado, y no ay poner más duda en esta verdad que en las cosas que nunca vimos” (III, 416, 1-4). La
duquesa está mintiendo, y en cuanto a la verdad de las cosas que no se han visto nunca, se debería ser
especialmente escéptico.

22
III, 302, 11-30; en III, 284, 16-23 y en III, 286, 25-287, 5 se sugiere al lector que Don Quijote soñó.
La duquesa somete el relato que narra Sancho de su viaje imaginario por los cielos al mismo tipo de
examen. El propio Sancho, un mentiroso desde la Primera Parte (por ejemplo, I, 326, 21-24; II, 72, 31-32;
y I, 265, 7-11), propone la base para evaluar si “di[ce] verdad o no”: “las señas de las...cabras”, que
afirma que eran verdes, rojas y azules (IV, 45, 9-15).

94
23
Persiles también es una historia fingida, aunque de un género distinto, y algunas Novelas
ejemplarestambién lo habrán sido. Sin embargo, las tres novelas en el manuscrito de Porras se califican de
verdaderas: “La tía fingida” es “verdadera historia” (Novelas ejemplares, III, 253, 4), “Rinconete y
Cortadillo” eran “famosos ladrones que hubo en Sevilla, la qual [novela] pasó así en el año de 1569” (I,
209, 4-6), y el “caso” de “El celoso extremeño”, “aunque parece fingido y fabuloso, fue verdadero” (II,
265, 10). También, el caso de Preciosa fue celebrado en verso por “el famoso licenciado Poço” (“La
gitanilla”, I, 130, 30); “dio ocasión la historia de la fregona illustre a que los poetas del dorado Tajo
exercitassen sus plumas en solenizar y en alabar la simpar hermosura de Costança” (“La ilustre fregona”,
II, 352, 20-24). El propio Cervantes escribió sonetos acerca de “tres sugetos fregoniles” (Parnaso, 55,
28), y una de ellas, perseguida sin éxito por un soldado con una exagerada hoja de servicios que busca
“uno de tres castillos y plaças que están vacas en el reino de Nápoles”, aparece en La guarda cuidadosa y
otra en La entretenida. En El castigo del penséque de Tirso encontramos que “cuando los [sucesos] llegue
a saber / Madrid, los ha de poner / en sus novelas Cervantes” (Obras dramáticas completas, ed. Blanca de
los Ríos, I, 30 edición [Madrid: Aguilar, 1969], 686b), lo que implica la conclusión que Cervantes
convertía hechos reales en ficción. Los especialistas en Cervantes todavía tienen que asimilarlo (sobre la
afirmación de Porras acerca de “Rinconete”, por ejemplo, véase Amezúa, Cervantes, creador de la novela
corta española, II, 111-114; sobre las fuentes de “La ilustre fregona”, II, 295-308).

24
Relego a esta nota la propuesta de que Don Quijote pertenece a la picaresca, noción que defienden
algunos críticos no hispanistas. No es una obra picaresca porque Don Quijote no es un pícaro, que es un
joven que sirve a varios amos, según la reciente historia literaria española. (He cuestionado la validez de
“picaresca” como término genérico para obras del Siglo de Oro en “Does the Picaresque Novel Exist?”,
ya citado.)

25
Romantic Approach, págs. 15-28; en mayor extensión en “Don Quixote as a Burlesque Hero: A Re-
Constructed Eighteenth-Century View”, Forum for Modern Language Studies, 10 (1974), 365-378.

26
López Pinciano, I, 284; véase Don Quijote, III, 114, 16-28. Sobre la definición de sátira, véase la
bibliografía citada por Julian Weiss, “Juan de Mena's Coronación: Satire or Sátira?”, Journal of Hispanic
Philology, 6 (1982 [1983]), 113-138, en la pág. 120, nota 14.

27
Véase Alison Weber, “Don Quijote with Roque Ginart: The Case for an Ironic Reading”, Cervantes,
6 (1986), 123-140, y las obras citadas en la nota 85, infra.

28
Vernon A. Chamberlin y Jack Weiner, “Color Symbolism: A Key to a Possible New Interpretation of
Cervantes' ‘Caballero del Verde Gabán’”, Romance Notes, 10 (1969), 324-347; Narciso Alonso Cortés,
Cervantes en Valladolid (Valladolid: Casa de Cervantes, 1916), pág. 96; Astrana, VI, 102-105.
Chamberlin y Weiner sugieren que Diego de Miranda es descrito con la libertad que Sansón atribuye al
poeta: no tal como era, sino como debería haber sido (III, 64, 25-27).

29
Acerca de Pasamonte, véase mi “Cervantes, Lope y Avellaneda”.

30
Acerca de la familia Ricote de Esquivias, véase Astrana, VII, 692-697.

31
Ángel Ligero Mostoles, “Autenticidad histórica de personajes citados en el Quijote y otras obras de
Miguel de Cervantes”, en Cervantes. Su obra y su mundo, págs. 183-195. La compañía de Angulo el
Malo, acerca del cual no tenemos información externa, es presentada en el capítulo 11 de la Segunda
Parte; véase también “Coloquio de los perros”, III, 239, 1-240, 16.

32
III, 51, 13-18; III, 205, 5-6; III, 207, 3-5; III, 260, 9-12; La Galatea, II, 65, 16-18;Parnaso, 27, 7-9;
96, 25-27; 98, 12-14; y 99, 4-6; Persiles, I, 96, 30-97, 13; está relacionado “Coloquio de los perros”, III,
163, 16-24.

33
Esta sugerencia también la hace Anthony Close, aunque en un contexto distinto al de su artículo
citado en la nota 25: “Don Quixote and the ‘Intentionalist Fallacy’”, pág. 30.

95
34
Bruce Wardropper, “Comedias”, pág. 159. Sobre el tema general de las relaciones entre la ficción
del Siglo de Oro y la comedia, véase Marcos A. Morínigo, “La comedia como sustituto de la novela en el
Siglo de Oro”, Revista de la Universidad de Buenos Aires, 50 época, 2.1 (1957), 41-61.

35
Nicolás Marín, con argumentos convincentes, ha atribuido a Lope el prólogo de Avellaneda, “La
piedra y la mano en el prólogo del Quijote apócrifo”, en Homenaje a Guillermo Guastavino(Madrid:
Asociación Nacional de Bibliotecarios, Archiveros y Arqueólogos, 1974), págs. 253-288; las conclusiones
de este artículo se hallan en el artículo de Marín “Lope y el prólogo del Quijote apócrifo”, Ínsula, 336
(noviembre, 1974), 3.

36
I, 7, 2-3 de la edición de Martín de Riquer, Clásicos castellanos, 174-176 (Madrid: Espasa-Calpe,
1972).

37
Morínigo, pág. 61.

38
Véase la pág. 51. No entenderemos totalmente las ideas literarias de Cervantes hasta que sepamos
por qué alabó las comedias que alabó. No ha habido ningún estudio reciente y completo de este tema,
aunque Lavonne C. Poteet-Bussard ha empezado a examinarlo en “La ingratitud vengada y La Dorotea:
Cervantes y la ingratitud”, Hispanic Review, 48 (1980), 347-360, y las comedias en cuestión fueron
estudiadas brevemente por William Stapp Moody, El teatro de Cervantes (Madrid: Editorial de la
Universidad Complutense, 1981), págs. 81-82. Quizás una colección de Comedias alabadas por
Cervantes facilitaría un tratamiento exhaustivo.

39
Salingar, “Don Quixote as a Prose Epic”, Forum for Modern Language Studies, 2 (1966), 53-68;
Murillo, “Don Quixote as Renaissance Epic”, en Cervantes and the Renaissance. Papers of the Pomona
College Cervantes Symposium, November 16-18, 1978, ed. Michael D. McGaha (Easton, Pennsylvania:
Juan de la Cuesta, 1980), págs. 51-70. La postura de Michael D. McGaha, aun sin ser explícita, es
probablemente que Don Quijote es una épica. Véase su artículo “Cervantes and Virgil: A New Look at an
Old Problem”, Comparative Literature Studies, 16 (1979), 96-109, después incluido en Cervantes and the
Renaissance. Papers of the Pomona College Cervantes Symposium. November 16-18, 1978, ed. Michael
D. McGaha (Easton, Pennsylvania: Juan de la Cuesta, 1980), págs. 34-50.

40
Riley,Teoría, pág. 97.

41
En III, 60, 7-13, Don Quijote reflexiona acerca de la existencia de un “libro” con “sus altas
caballerías”; Diego de Miranda también compara un libro sobre Don Quijote con los “innumerables de
los fingidos cavalleros andantes” (III, 200, 8-21), y las hazañas de Don Quijote son comparadas por la
Dueña Dolorida con las de “los Amadisses, Esplandianes y Belianisses” (IV, 10, 27-29). Todo el plan de
Don Quijote de vivir como un caballero andante, reviviendo “la ya muerta andante cavallería” (III, 199,
4), y llevando a cabo caballerías da a entender que un libro sobre él sería un libro de caballerías.

42
Uno de los primeros traductores, Lorenzo Franciosini, en su dedicatoria de la Primera Parte a
Fernando Seracinelli, lo llamó “il presente Libro di Cavalleria”. Según Quilter, muchos veían a Don
Quijote como “simplemente otro caballero andante” (pág. 74; también pág. 51).

43
La historia de Cardenio y Dorotea tiene claros vínculos con la literatura caballeresca. Como se
señala en el capítulo 5, tanto Cardenio como Dorotea leían libros de caballerías. El encuentro con
Cardenio es llamado una “aventura” (I, 319, 13), su soneto introduce una breve discusión del talento
poético de los caballeros andantes (I, 320, 30-321, 11), y el comentario de Sancho sobre la carta de
Cardenio (“lea vuestra merced algo..., que gusto mucho destas cosas de amores”, I, 321, 19-20) es casi el
mismo que los de Maritornes y de la hija de Juan Palomeque sobre sus libros de caballerías (II, 81, 25-82,
10).

Sin embargo, la historia en cuestión es principalmente épica, en el mismo sentido en que Persiles lo es.
Pasa de la oscuridad a la luz, de la barbarie a la civilización, del desespero y la locura, causados por el
amor, al matrimonio. Tiene, como Persiles, un acusado tema cristiano. (Véase Javier Herrero, “Sierra
Morena as Labyrinth: From Wildness to Christian Knighthood”, Forum for Modern Language Studies, 17
[1981], 55-67.) También es una épica en la forma en que es presentada y contada.

96
44
Peter Dunn, “Two Classical Myths in Don Quijote”, Renaissance and Reformation, 9 (1972), 2-10.

45
Los lectores, naturalmente más conservadores que los autores, no estaban de acuerdo con Cervantes
en que la forma de los libros de caballerías fuera excepcionalmente libre. Una significativa innovación de
Don Quijote con respecto a los libros de caballerías anteriores fue el uso de “novelas y cuentos agenos”
(III, 68, 28), y fue una característica que recibió comentarios negativos (III, 67, 17-23).

46
“Desreglado, sin orden ni méthodo” (Diccionario de autoridades).

47
Aún más curiosamente, son las cristianas nuevas Zoraida/María y Ana Félix quienes más merecen
esta calificación.

48
I, 129, 21; II, 402, 12; Parnaso, 54, 25. Se dice que los personajes proporcionan pasatiempo en I,
286, 25; IV, 22, 18; y IV, 141, 11.

49
II, 7, 16; III, 62, 2.

50
I, 343, 29, y los pasajes citados en las notas 32 y 33 del capítulo 1.

51
“Lea estos libros, y verá como le destierran la melancolía que tuviere” (II, 373, 30-32); éste es
también el significado del comentario de Juan Palomeque cuando dice que las aventuras de Cirongilio de
Tracia le dejan “loco de plazer” (II, 85, 16). Don Quijote tenía cierta tendencia a la melancolía, y quizás
eso explica parte del atractivo que los libros de caballerías tenían para él.

52
Parnaso, 54, 26; Don Quijote, I, 37, 32; y IV, 322, 7-8, donde las gracias de los dos protagonistas
bastan para “alegrar a la misma melancolía”. Se califica al libro de “alegre” en II, 7, 16.

53
Como en Don Quijote, en los libros de caballerías “la tierra [es] alegre, el cielo claro, el aire limpio,
la luz serena” (III, 443, 15-16). Para poder comparar, incluyo la siguiente descripción de Don Quijote: “El
y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron que se avía entrado la pastora Marcela; y
aviendo andado más de dos horas por él, buscándola por todas partes sin poder hallarla, vinieron a parar a
un prado lleno de fresca yerva, junto del qual corría un arroyo apazible y fresco, tanto, que combidó, y
forçó, a passar allí las horas de la siesta, que rigurosamente començava ya a entrar” (I, 193, 12-21). La
descripción que sigue es del capítulo 24 de la Primera Parte de Cirongilio de Tracia (pág. 173 de la
edición de James Ray Green, Jr., tesis, Johns Hopkins, 1974): “Aviendo rodeado la espesura no con
pequeño temor, oyeron a una parte della no muy lexos de sí un pequeño ruydo, que a su parecer era de
agua que por la espessa arboleda se deslizava, y, llegando más de cerca, vieron una fuente pequeña que
manava de lo hueco de una fuerte peña, que de los prados amenos en la selva interclusos algún tanto se
levantava”.

Riley, en “‘El alba bella’”, ha señalado que la naturaleza para Cervantes no es sólo feliz, es auténtica,
en contraste con los artificios de los hombres, y, como creación de Dios, no podría ser de otra manera.
Para confirmarlo, y debido a su belleza, citaré otro pasaje, del capítulo 30 del primer libro de la Primera
Parte del Espejo de príncipes y caballeros (I, 257-258 de mi edición): “Una noche que muy claras y
serenas las sosegadas aguas del mar con los claros rayos de Diana se mostravan, yendo los dos príncipes
echados de pechos en el borde de la nao, y Rosicler en medio dellos, gozando todos tres de la hermosa
vista de los estrellados cielos y el apazible ruido quel delicado viento en las claras y profundas agua
hazía, y luziendo la grande y maravillosa armonía con que todo parescía moverse, y el poder del universal
Hazedor, por cuya voluntad todo se hazía...”.

54
Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 66-67.

55
Como un caballero andante, dejando que su caballo escoja el camino (tal como lo hizo Loyola; véase
nota 60 del capítulo 1).

56
“Si vuessa merced, señor cavallero, no lleva camino determinado, como no le suelen llevar los que
buscan las aventuras, vuessa merced se venga con nosotros” (III, 239, 10-13); Don Quijote los acompaña.

97
57
VéaseRomances of Chivalry in the Spanish Golden Age, capítulo 5.

58
La palabra “burla” y sus afines son tratadas con detalle por Monique Joly, La Bourle et son
interprétation. Recherches sur le passage de la facétie au roman (Espagne, XVI e -XVIIe siècles), tesis,
Universidad de Montpellier III, 1979 (Toulouse: France-Ibérie Recherche, 1982); se publicó
anteriormente un fragmento con el título “Casuística y novela: de las malas burlas a las burlas buenas”,
Criticón, 16 (1981), 7-45.

59
“Burlas” y “veras”, oposición común en el Siglo de Oro, son contrastadas en Don Quijote en I, 277,
2-3; I, 360, 4; II, 97, 25-26; II, 306, 12-13; II, 390, 32; III, 443, 23-24; IV, 42, 22-23; IV, 22-23; IV, 47, 7-
9; IV, 66, 25-27; IV, 126, 23; IV, 317, 2-3; en “La gitanilla” en I, 59, 28-29; y en Persiles en II, 234, 2. En
“El casamiento engañoso” el engaño también se llama burla (III, 141, 6-10).

60
Por esta razón Don Quijote no debe saber que ser lavado por las doncellas de los duques es una burla
(III, 396, 17-21). La respuesta a una burla (un ataque simbólico) puede ser violenta. Camacho y sus
hombres, cuando se vieron “burlados y escarnidos” (III, 271, 6-7) se dispusieron a usar sus espadas.
Sancho es golpeado cuando Don Quijote se entera que Sancho “hazía burla dél” (I, 276, 28-277, 1), y
cuando uno de los rebuznadores creyó lo mismo (III, 348, 31-349, 4).

61
Nicolás Antonio lo llamó un “Amadís a lo ridículo” (“novum Amadisio de grege heroem ridiculum
configens”, Bibliotheca hispana nova [1783-1788; reimpr. Torino: Bottega d'Erasmo, 1963], II, 133).

62
Una interpretación más moderna del mayor éxito que tuvo Don Quijote al atacar los libros de
caballerías (que Cervantes probablemente no habría suscrito) es que razonamientos y argumentos
difícilmente cambian opiniones, y menos frecuentemente aún cambian la conducta. Un llamamiento por
medio del humor y del ejemplo puede ser más eficaz.

63
Sobre las imitaciones en Cervantes, véase Riley, “Don Quixote and the Imitation of Models”,
Bulletin of Hispanic Studies, 31 (1954), 3-16, y Teoría, págs. 101-116.

64
De igual forma, cuando Don Quijote es armado caballero se celebran “hasta allí nunca vistas
ceremonias” (I, 76, 4-5), y el libro en conjunto consiste de “pensamientos...nunca imaginados de otro
alguno” (I, 29, 11-12). Para otros ejemplos, véase John G. Weiger, “Lo nunca visto en Cervantes”, Anales
cervantinos, 17 (1978), 111-122.

65
Es decir, que era como los otros libros de caballerías castellanos que seguían el modelo de Amadís
de Gaula, aunque Tirant es en realidad una obra catalana del siglo XV. La traducción castellana de 1511,
que usó Cervantes (capítulo 1, nota 21), no indica en ningún lugar los nombres de los autores catalanes, ni
que era una traducción, ni que contiene el fondo histórico que los especialistas han encontrado. Cervantes
no sabía nada de eso, y si juzgó mal el libro, la explicación puede estar aquí. La edición recomendada de
esta traducción es la de Martín de Riquer, Clásicos castellanos, 188-192 (Madrid: Espasa-Calpe, 1974),
que sustituye su edición bibliófila anterior (capítulo 1, nota 18) y la muy difundida de Felicidad Buendía,
en el volumen Libros de caballerías españoles, 20 edición (Madrid: Aguilar, 1960, que plagia a Riquer
(véase su edición de Clásicos castellanos, I, cii), y acerca de la cual Juan Antonio Tamayo escribió una
reseña negativa en Anales cervantinos, 4 (1954), 343-347. Hay una nueva traducción española de J. F.
Vidal Jové (Madrid: Alianza, 1969). Se puede adquirir fácilmente el original catalán, también editado por
Riquer: “Tirant lo blanc” i altres escrits de Joanot Martorell (Barcelona: Ariel, 1979). Sobre las
ediciones y traducciones del Tirant hay una útil nota de Luis Alberto de Cuenca, “Tirant lo blanc (1490-
1990)”, Esopo,2 (enero1991), 37-43.

66
Algunos de las observaciones que hay que hacer acerca del papel de Tirant como modelo podrían
hacerse también acerca de las obras de Feliciano de Silva; véase el artículo de Cravens y el libro de
Daniels, citados en el capítulo 1, nota 10.

67
I, 101, 13-102, 4. En la discusión sobre Tirant, las citas de Don Quijote que no estén identificadas
pertenecen a este pasaje.

98
68
“Cervantes' Criticism of Tirant lo blanch”, Hispanic Review, 21 (1953), 142-144, en la pág. 142. Lo
que sigue es una ampliación de la postura de Bates, que deriva de los artículos de Bernardo Sanvisenti, “Il
passo più oscuro del Chisciotte”, Revista de filología española, 9 (1922), 58-62, y Augusto Centeno,
“Sobre el pasaje del Quijotereferente al Tirant lo blanch”, Modern Language Notes, 50 (1935), 375-378.
También es la postura de Schevill y Bonilla (Don Quijote, I, 454-455).

69
A excepción de señalar que la forzada propuesta de Riquer que “echado a galeras” significa “enviado
a la imprenta” ha sido refutada por Manuel de Montolíu (“El juicio de Cervantes sobre el Tirant lo
blanch”, Boletín de la Real Academia Española, 29 [1949], 263-277) y Giuseppe Sansone (“Ancora del
giudizio di Cervantes sul Tirant lo blanch”, Studi mediolatini e volgari, 8 [1960], 235-253, levemente
revisado en su Saggi iberici [Bari: Adriatica, 1974], págs. 168-191), no voy a cansar al lector con la
historia de esta controversia. En “Pero Pérez the Priest and His Comment on Tirant lo blanch”, en
Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age págs. 147-158, en las págs. 147-148, he incluido
referencias a catorce artículos y a otros veintitrés pasajes que tratan de la opinión de Cervantes sobre
Tirant. A ellos debería añadirse Robert Southey, “Tirante el blanco”, en Omniana, or Horae Otiosiores
(Fontwell, Sussex: Centaur Press, 1969), págs. 275-280 (publicado por primera vez en 1812, aunque fue
escrito algunos años antes); Juan Givanel Mas, La novela caballeresca española. Estudio crítico de
“Tirant lo blanch”. Comentario a un pasaje del capítulo VI de la Primera Parte de “Don Quijote”
(Madrid: Victoriano Suárez, 1912), lo mismo que su artículo “Estudio crítico de la novela caballeresca
Tirant lo blanch”, Archivo de investigaciones históricas,1 (1911), 213-248, 319-345 y 2 (1911), 392-445,
477-513 (citado por Riquer en su edición en Clásicos castellanos de la traducción anónima de Tirante el
blanco, I, cvi), Otis Green, “El Ingenioso Hidalgo”, Hispanic Review, 25 (1957), 175-193, en la pág. 192,
pág. 183 de la reimpresión en su libro The Literary Mind of Medieval & Renaissance Spain (Lexington:
University Press of Kentucky, 1970), págs. 171-184; Edward T. Aylward, “The Influence of Tirant lo
blanchon the Quijote”, tesis, Princeton, 1974 (resumen en Dissertation Abstracts International, 35
[1974], 1085A), Primera Parte, capítulo 3, Martorell's “Tirant lo blanch”: A Program for Military and
Social Reform in Fifteenth-Century Christendom, North Carolina Studies in the Romance Languages and
Literatures, 225 (Chapel Hill: Department of Romance Languages, University of North Carolina, 1985),
págs. 198-200, “Tirant lo blanch and the Artistic Intent of Joanot Martorell”, Hispanófila, 83 (1985), 23-
32, y “Tirant lo blanc comentado en los capítulos 6 y 21 del Quijote (1605): una relación invertida”, en
Actes del Symposion “Tirant lo blanc” (Barcelona: Quaderns Crema, 1993), págs. 21-33; Antonio
Torres[&#8209;Alcalá],El realismo del “Tirant lo blanch” y su influencia en el “Quijote” (Barcelona:
Puvill, 1979); Nobuaki Ushijima, “Don Kihoote no Mottomo Nankaina Issetsu Nitsuite” [“On the ‘Most
Difficult Passage’ of Don Quixote”], Tokyo Gaikokugo Daigaku Ronsho [Estudios de comarca y cultura],
29 (1979), 241-247 [la postura de este artículo, por el que debo agradecer a mi colega Joe Ree la ayuda
prestada, es que según el cura el autor de Tirant debería ser condenado a cadena perpetua porque escribió
disparates sin un propósito claro]; Katherine McNerney, “Tirant lo blanc” Revisited. A Critical Study
(Detroit: Fifteenth-Century Symposium, 1983), págs. 60-64; Francisco Fernández Turienzo, “El ‘pasaje
más oscuro’ del Quijote y las ideas estéticas de Cervantes”, Anales cervantinos, 21 (1983 [1984]), 51-72;
Jeanne Louise Barnes Ellis, “The Saved and the Damned. Cervantes, the Libros de caballerías, and the
Novel”, tesis, Cornell, 1984, págs. 139-197, especialmente pág. 175, nota 19 (resumen en Dissertation
Abstracts International, 45 [1985], 2542A); Josep M. Solà-Solé, “El Tiranti el Quixot”, en Estudis
universitaris catalans, 23 (30 época, 1), Estudis de llengua i literatura catalanes oferts a R. Aramon i
Serra en el seu setante aniversari (Barcelona: Curial, 1979), I, 543-552; Vicente Gaos, en su edición de
Don Quijote (Madrid: Gredos, 1987), III, 203-208; Jean Canavaggio, “‘Aquí duermen los caballeros’: el
poco dormir de don Quijote visto desde la perspectiva del Tirant”, en Actes del Symposion “Tirant lo
blanc” (Barcelona: Quaderns Crema, 1993), págs. 207-222); Solà-Solé y Gaos incluyen bibliografía más
antigua. En la discusión de la influencia de Tiranten Cervantes he utilizado los estudios de Torres y Solà-
Solé.

70
“¿Cómo puede agradar un desatino, / si no es que de propósito se haze, / mostrándole el donaire su
camino?” (Parnaso, 85, 3-5). Como se ha señalado en la pág. 13, Cervantes continuamente subraya la
importancia de la intención con que se realizan los actos.

71
En otro contexto, se señala lo ofensivo de esa situación: “es muy gran blasfemia dezir ni pensar que
una reina esté amancebada con un cirujano.... Pensar que ella era su amiga es disparate, digno de muy
gran castigo” (I, 348, 28-349, 4).

99
72
“Blanco” tiene dos asociaciones caballerescas. La primera es el color del escudo de un nuevo e
inexperto caballero, que no es únicamente blanco, sino que está “en blanco” (I, 57, 28; se citan dos
pasajes de los libros de caballerías en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 62). El
segundo es el blanco al que se tira, también sugerido por el nombre “Tirante”, que recuerda tirar (“sé al
blanco que tiras”, observa Don Quijote a Sancho, III, 103, 27). (El título fue la base de un juego de
palabras de Jerónimo de San Pedro en el prefacio de su Caballería celestial del pie de la rosa fragante:
“no un solo Tirante el Blanco, mas muchos tirantes al blanco de la gloria” [citado por Thomas, pág. 134,
nota 44].)

73
El mero hecho de que Cervantes, aproximadamente diez años más tarde, hiciera que su protagonista
testara y muriera en la cama, no significa que considerara estas actividades apropiadas para un
protagonista de un libro de caballerías. Alonso Quijano es un caballero rural, que juega a ser caballero
andante. Asimismo, el deseo de Cervantes de anticiparse a otras continuaciones es suficiente para explicar
esta ruptura con la práctica caballeresca.

74
I, 142, 13-143, 18; I, 167, 3-6; I, 199, 18-200, 1; III, 91, 17-92, 8; III, 222, 7-223, 13; III, 390, 9-14.

75
Para una discusión más amplia de los aspectos anti-caballerescos y no caballerescos de Tirant, véase
la tesis de Ellis citada en la nota 69.

76
Los finales inadecuados de los libros de caballerías son parodiados al final del capítulo 8 de la
Primera Parte. Para su discusión véase Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 127-128,
y para la oposición de Cervantes a la estructura abierta de los libros de caballerías, infra, pág. 125.

77
IV, 10, 27-29; también III, 200, 15-19; y II, 353, 17-18.

78
II, 370, 22-371, 19; III, 92, 9-20; III, 402, 28-403, 11.

79
“Nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas” (II, 370, 14-
16). Compárese la conversación de Don Quijote con Vivaldo acerca de Dulcinea, I, 173, 15-174, 27, o su
fantasía de una aventura caballeresca, II, 372, 8-373, 24.

80
Los detalles innecesarios son una preocupación constante en Don Quijote. La inquietud de Cide
Hamete por los “átomos” (IV, 22, 13; IV, 140, 8; compárese III, 70, 12) y “cosas mínimas y rateras” (I,
210, 3-5; adaptado), tan distintas de la práctica de “los historiadores graves”, que dejan lo que es
irónicamente llamado “lo más sustancial de la obra” (I, 210, 6-11), ni siquiera tiene la aprobación del
“traductor”, que lo abrevia y llama estos detalles “menudencias” (III, 226, 13-18). En la primera de sus
dos historias (I, 266, 18-269, 30), Sancho se mete en tantos detalles que no la termina, aunque los detalles
de su segunda historia (III, 384, 10-386, 14) le dan una apariencia de veracidad, según el distorsionado
juicio de su amo: “Tú das tantos testigos, Sancho, y tantas señas, que no puedo dexar de dezir que deves
de dezir verdad” (III, 384, 26-28). El exagerado énfasis de Sancho en los detalles (que también se ve en
III, 63, 1-7 y III, 63, 29-64, 2), recae sobre él, muy a disgusto suyo, con Pedro Recio de Agüero (IV, 99,
19-24) y el labrador de Miguel Turra (IV, 104, 18-106, 31).

Cervantes admitió, y quiso enseñar a sus lectores, que la verdad en una historia, aun siendo necesario
incluir elementos embarazosos o poco ejemplares que el poeta puede omitir (III, 64, 8-30; III, 112, 30-
113, 18; compárese I, 278, 3-5), no significa incluirlo todo. Hay que incluir los detalles sólo cuando son
pertinentes (I, 335, 24-32; II, 382, 25-28; III, 133, 10-16; III, 288, 20-289, 6; Persiles, II, 100, 9-14).
Acerca de este tema, véase Alan S. Trueblood, “Sobre la selección artística en el Quijote, ‘...lo que ha
dejado de escribir’ (II, 44)”, Nueva revista de filología hispánica, 10 (1956), 44-50.

81
El amigo termina sus consejos con un resumen: “en efecto, llevad la mira puesta a derribar la
máquina mal fundada destos cavallerescos libros” (I, 38, 3-5); no es ninguna distorsión ver que todos sus
consejos se encaminan a este fin.

Francisco Vindel (Cervantes, Robles y Juan de la Cuesta [Madrid: sin editor, 1934]) ha identificado al
amigo descrito como el editor de Cervantes, el librero Francisco de Robles, basándose en la amistad de
Cervantes con la familia Robles (de la que hay algunas pruebas, aunque no contundentes), y en la

100
afirmación de su amigo que llenará “cuatro pliegos” al final del libro, una afirmación, sostiene Vindel,
que sólo el editor del libro tendría la libertad de hacer. Yo añadiría a esta plausible sugerencia que el
amigo es calificado de “bien entendido” (I, 30, 30). No sólo sabe latín, sabe mucho de libros, y puede
añadir “anotaciones y acotaciones” al de Cervantes (I, 36, 10-11). El amigo menciona un gran número de
ellos, señalando uno después de otro (“ahí está el Obispo de Mondoñedo”, I, 35, 22-23), incluyendo
algunos que son más recientes que los mencionados en el propio texto, y quiere que Cervantes mencione
muchos, añadiendo un “catálogo de autores” al final (I, 36, 27-28). Sabe “de coro” una historia de
ladrones (I, 35, 22-23), lo cual sugiere que es un librero, y dice que encontrará otro libro “en vuestra
casa” (I, 36, 4). Alguien que estuviera a punto de publicar a Cervantes, que en aquella época no era muy
conocido, lógicamente demostraría la confianza que el amigo muestra (“siempre os he tenido por discreto
y prudente”, I, 32, 29-30), y al mismo tiempo, sin embargo, podría ofrecerle consejos que le ayudaran a
pulir su obra. No quiere ver a Cervantes “dexar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso
don Quixote” (I, 33, 12-13), y parece aludir a otros proyectos literarios de Cervantes (“un ingenio tan
maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores”, I, 33, 3-5).
Incluso el ataque apenas disimulado a la superficial erudición de Lope concuerda con la identificación del
amigo con Robles; Lope era publicado por la competencia. Además, un librero bien podría haber sido
amigo de un bibliófilo como Cervantes.

82
I, 37, 15-18; del mismo modo, II, 349, 26-28.

83
Que la nobleza no se hereda, que todos deben ser valorados por lo que hacen, y que en algunos casos
los que tienen títulos nobiliarios no los merecen, son puntos de vista que surgen de los textos de
Cervantes: I, 295, 8-26; I, 296, 25-31; los comentarios de Teresa en el capítulo 5 de la Segunda Parte; III,
93, 31-96, 28; III, 153, 21-29; III, 401, 24-26; IV, 51, 27-52, 9; IV, 145, 15-27. Ésta es una de las
lecciones que hay que sacar del gobierno de Sancho, discutido en el capítulo 5, y de las frecuentes
referencias a “cada uno es hijo de sus obras”, enumeradas en el próximo capítulo, nota 78.

84
En su Bibliografía crítica de las obras de Miguel de Cervantes Saavedra (1895-1904; reimpr., New
York: Burt Franklin, 1970), III, capítulo 11, Leopoldo Rius presenta una lista de obras del siglo
diecinueve sobre temas como Pericia geográfica de Miguel de Cervantes, Cervantes, marino, Afición e
inteligencia militar de Miguel de Cervantes y Jurispericia de Cervantes; Rodríguez Marín ofrece otra en
su edición de Rinconete y Cortadillo, 20 edición (Madrid, 1920), pág. 334, nota 66 (pág. 345, nota 49 de
la primera edición, Sevilla, 1905), y todavía otra, con algunas coincidencias, se encuentra en el artículo de
Miguel Herrero, “Repertorio analítico de estudios cervantinos”, Revista de filología española, 32 (1948),
39-106, en las págs. 92-93. Estas críticas encomiásticas están ahora anticuadas, pero sus equivalentes
modernos, en lo que respecta a la documentación de los conocimientos de Cervantes, son los estudios que
examinan un tema en Cervantes, que son muy numerosos. Para citar una selección: Margarita Levisi
sobre pintura, citada supra, nota 10, “El telar de Cervantes” de Louis C. Pérez, en Filología y crítica
hispánica. Homenaje al Prof. Federico Sánchez Escribano (Madrid: Alcalá, 1969), págs. 99-114, y dos
artículos de Justino Pollos Herrera, veterinario, quien ha señalado la precisión de Cervantes (y la
vaguedad de Avellaneda) en sus descripciones de caballos, mulos y asnos: “Algunos vocablos y
locuciones albeiterescas o chalanescas en las obras de Miguel de Cervantes”, Anales cervantinos, 19
(1981), 185-196, y “Rocinante y el rucio en el Quijotede Avellaneda”, en Cervantes. Su obra y su mundo,
págs. 837-848. (No he podido ver Las cabalgaduras de don Quijote y Sancho[Zamora: Heraldo de
Zamora, 1976] de este último, que cita en “Algunos vocablos”, pág. 196, nota 1.)

85
Naturalmente eso no ha sido nunca comprobado, ni puede comprobarse en su totalidad, y los
extremos a los que se ha llevado la búsqueda de los modelos reales del protagonista desgraciadamente
han dado mala fama a este tipo de estudio. (Para la identificación de la casa de Don Quijote, a la que,
según el autor, desafortunadamente incluso le falta una placa, véase Rubert Croft-Cooke, Through Spain
with Don Quixote [New York: Knopf, 1960], págs. 72-74.)

Los eruditos, sin embargo, han ido descubriendo a personas reales escondidas tras los personajes de
Cervantes y sus historias (véase pág. 82 y nota 23, supra). Muchos de estos personajes son muy oscuros,
y es poco probable que lleguemos a conocer algo más que sus nombres, pero uno que es conocido, Roque
Guinart, es, según los comentaristas, muy fiel (aunque no he podido ver el libro indicado por Rodríguez
Marín, Luis M0 Soler y Terol, Perot Roca Guinarda. Història d'aquèst bandoler: Ilustració als capítols
LX y LXI, segona part, del “Quixot” [Manresa, 1909]; este libro fue utilizado por Lorenzo Riber, “Al
margen de un capítulo de Don Quijote (el LX de la segunda parte)”, Boletín de la Real Academia

101
Española, 27 [1947-1948], 79-90, y por Geoffrey Stagg, “Cervantes and Catalonia”, Actes del Tercer
Colloqui d'Estudis Catalans a Nord-Amèrica. Toronto, 1982. Estudis en honor de Josep Roca-Pons, ed.
Patricia Boehne, Josep Massot i Muntaner y Nathaniel B. Smith [Barcelona: Abadía de Montserrat, 1983],
187-199, citado en su “La Galatea and ‘Las dos doncellas’ to the Rescue of Don Quixote, Part II”, en
Essays in Honour of Robert Brian Tate from his Colleagues and Pupils [Nottingham: University of
Nottingham, 1984], págs. 125-130, en la pág. 130; véase también el artículo de Weber citado en la nota
27, supra); parece que Diego de Miranda fue retratado en respuesta a su realidad histórica (véase
Chamberlin and Weiner, “Color Symbolism”). Un descubrimiento reciente sorprendente es que Zoraida
estaba basada en una persona real, aunque no huyó a España como hace en la historia del capitán (Jaime
Oliver Asín, “La hija de Agi Morato en la obra de Cervantes”, Boletín de la Real Academia Española, 27
[1947-1948], 245-333, ahora ampliado por Jean Canavaggio, “Le ‘Vrai’ visage d'Agi Morato”, Les
langues néo-latines, 239, Hommage à Louis Urrutia[1981], 22-38, resumido en Anales cervantinos, 20
[1982], 242-243). Es lamentable el hecho de que no haya ninguna revisión moderna de la tesis que
sostuvo Pellicer en el siglo XVIII, según la cual los duques, que, a excepción de Don Quijote y Sancho,
son los personajes que están presentes en más capítulos, son los de Villahermosa, acerca de los cuales
imagino que pueden averiguarse bastantes cosas.

Cervantes distingue sus personajes por su lenguaje, pero tienden a usar “su propio” lenguaje sólo al
principio de un largo discurso, y el habla de todos los personajes de Don Quijote es más similar que
distinta. Así, tenemos a Juan Palomeque, descrito como ignorante, diciendo “¡Bueno es que quiera darme
vuestra merced a entender que todo aquello que estos buenos libros dizen sea disparates y mentiras,
estando impresso con licencia de los señores del Consejo Real, como si ellos fueran gente que avían de
dexar imprimir tanta mentira junta...!” (II, 86, 12-17), mientras que Don Quijote, para el cual el lenguaje
anterior hubiera sido apropiado, dice “¿Católicas? ¡Mi padre!” (II, 331, 5), como dice Juan Palomeque
“¡Tomaos con mi padre!” (II, 84, 19) y otro ventero “¿Polla? ¡Mi padre!” (IV, 245, 31). Sancho, aunque
simple, dice “me parece que sería mejor, salvo el mejor parecer de vuestra merced, que nos fuéssemos a
servir a algún emperador, o a otro príncipe grande que tenga alguna guerra, en cuyo servicio vuestra
merced muestre el valor de su persona, sus grandes fuerças y mayor entendimiento; que visto esto del
señor a quien sirviéremos...” (I, 289, 16-24); “¡O liberal sobre todos los Alexandros, pues por solos ocho
meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea!” (II, 396, 27-30); “si con alguna
destas cosas puedo servir a vuestra grandeza, menos tardaré yo en sufrir que vuestra señoría en mandar”
(III, 408, 23-25); y “de mi ruin ingenio no se puede ni deve presumir que fabricasse en un instante tan
agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco que con tan flaca y magra persuasión como la mía
creyesse una cosa tan fuera de todo término” (III, 416, 22-27). Para que no se crea que este elocuente
lenguaje deriva de la atención que presta Palomeque a los libros de caballerías y de las pocas semanas que
Sancho lleva con Don Quijote y del mes en la corte (I, 297, 31-32), el cabrero del capítulo 23 de la
Primera Parte, quien se describe como “rústico” (I, 328, 32), dice “pedímosle también que quando
huviesse menester el sustento, sin el qual no podía passar, nos dixesse donde le hallaríamos” (I, 328, 10-
13). Varios personajes, no sólo Sancho, utilizan refranes, e intentan usar palabras poco corrientes. La
mayoría hablan, en resumen, de forma pintoresca, preguntando, exclamando, contando historias, haciendo
chistes, escuchando y respondiendo cuidadosamente a lo que se ha dicho. El lenguaje que usa Cervantes
en sus prólogos y dedicatorias y el que usan los personajes y narradores en sus demás obras confirma que
este núcleo común en el habla de los personajes es del propio autor.

86
La parodia puede explicar el uso de personajes ignorantes, estúpidos o de clase social baja. Pero
Don Quijote incluye a gente de todas las clases sociales a excepción de la realeza, con distintos niveles de
conocimientos e inteligencia, y con una impresionante variedad de ocupaciones.

87
InclusoLa Galatea, según Noël Salomon (Lo villano en el teatro del Siglo de Oro, trad. de Beatriz
Chenot [Madrid: Castalia, 1985], pág. 435), está “más impregnada de realismo rústico” que las otras
novelas pastoriles; el ejemplo analizado es el tratamiento de instrumentos musicales.

88
La caída de Sancho en la sima, en el capítulo 55 de la Segunda Parte, también contrasta la realidad
con las aventuras literarias subterráneas, como por ejemplo la esbozada por don Quijote al principio del
capítulo 50 de la Primera Parte.

89
La afirmación que hace el amigo en el prólogo de la Primera Parte (I, 37, 30-38, 3) lo da a entender.
Sin embargo, no debería interpretarse como un apoyo a la autonomía del lector. De los capítulos 2 y 3 de
la Segunda Parte, en que se discute la reacción hacia Don Quijote, se deduce que, aunque los lectores

102
pueden decidir qué episodio del libro prefieren (III, 63, 11-23), y si quieren tratar al autor con censura o
misericordia (III, 70, 10-20), la reacción en su conjunto es de grupo: “vulgo, hidalgos y caballeros” (III,
55, 13-15; III, 56, 14-25); “moços, hombres y viejos” (III, 68, 8-9). En los capítulos 4 y 6 de este libro se
discuten con más detalle las distintas repuestas de los lectores a Don Quijote.

90
I, 38, 1-2; véase también II, 353, 19-20. Tuvo esta aprobación; numerosos comentarios de
contemporáneos, recogidos por Adolfo Bonilla y San Martín (“¿Qué pensaron de Cervantes sus
contemporáneos?”, en su Cervantes y su obra [Madrid: Francisco Beltrán, 1916], págs. 165-184) y por
Quilter, confirman la información dada en la aprobación de Márquez Torres (“general aplauso”, III, 20-
26) y por Sansón (“tan leída, y tan sabida de todo género de gentes”, III, 68, 10-11; “infinitos son los que
han gustado de tal historia”, III, 70, 29-30), la duquesa (“general aplauso”, III, 400, 19), y la gente de
Barcelona (“quantos le miravan le nombravan y conocían”, IV, 284, 3).

91
I, 37, 32-38, 3; así que era especialmente satisfactorio que Don Quijote alcanzara el amplio público
que dan a entender los pasajes citados en la nota anterior. Es el mismo amplio público que Don Quijote
decía que tenían los libros de caballerías (II, 370, 7-12).

92
Como dice el mismo Don Quijote, el vulgo no se limita solamente a “la gente plebeya y humilde;
que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y deve entrar en número de vulgo” (III,
205, 14-17).

93
Mientras que el canónigo dice que los libros de caballerías existentes no pueden producir
“admiración y alegría”, ese es exactamente el resultado de las hazañas de Don Quijote: “los sucessos de
don Quixote, o se han de celebrar con admiración o con risa” (IV, 67, 25-27; II, 181, 22-31). Admiración
y risa son las respuestas de la duquesa a Sancho (III, 414, 14-15 y 420, 12-13), y Sansón tiene la misma
reacción ante ambos (IV, 362, 19-22). Los ejemplos de los actos y las palabras de Don Quijote y Sancho
que son causa de admiración o risa son demasiado numerosos para enumerarlos.

94
“Esta nuestra edad, necessitada de alegres entretenimientos” (II, 7, 15-16).

95
Uno es Tirant, el otro es Los diez libros de Fortuna de amor de Antonio de Lofrasso (I, 103, 13-28),
que “por su camino” es el mejor de su clase, como Tirant lo es “por su estilo”. Los comentarios del cura
sobre los dos libros son tan parecidos que Cervantes debía de apreciarlos por el mismo motivo, y Lofrasso
es, de los nombrados, el autor más severamente atacado en el Parnaso (45, 29-46, 26; 97, 11-13). El cura
dice acerca del libro de Lofrasso: “tan gracioso ni tan disparatado libro como ésse no se ha compuesto...y
el que no le ha leído puede hazer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto”; eso no es una alabanza de
un libro admirable. La fortuna de amor cuenta al lector en un castellano abominable mucho más de lo que
quiere saber sobre la patria del autor, Cerdeña, donde, por ejemplo, “la más parte de todos los pastores de
los ganados ovejunos, vaqueros y cabreros, viendo los estragos y enormes daños que los civiles y baxos
grosseros porquerizos, con las crescidas manadas de sus colmilludos puercos, en nuestras dehesas y
pastos cada día hazen, no solamente comiendo y devorando, las tiernas y delicadas pasturas a nuestros
mansos corderillos delicados, pero aun lo que peor es, van quebrando y previrtiendo nuestros antiguos
privilegios estatutos y reales ordinaciones, de nuestros antepassados...an elegida [sic] a mi persona, para
que de tales agravios los librasse, y en paz y concordia la república reduxesse, y desto dar quexa al gran
mayoral por que informándole de la pretención y preheminencia que los ganaderos de antigos tiempos
desta parte tienen y gozan, teniendo pastos particulares, y vedados, en los quales la entrada de los puercos
en todo tiempo es prohibida” (fol 152r-v ). “La crítica ha actuado con rara unanimidad y ha condenado
nuevamente a Lofrasso al equivalente literario del infierno dantesco. ¡Bien hecho!”, escribió Juan
Bautista Avalle-Arce, La novela pastoril española, pág. 178.

96
Éste era un tópico en la psicología renacentista, y todavía hoy es vigente hasta cierto punto. “Los
ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestas pensamientos” (IV, 325, 13-15).

103
Capítulo 4. El humor de Don Quijote

Para componer historias y libros de


cualquier suerte que sean, es menester un
gran juizio y un maduro entendimiento;
dezir gracias y escrivir donaires es de
grandes ingenios.
III, 69, 5-9

El humor del Quijote es el aspecto menos estudiado de la obra. Aunque unos


cervantistas han mantenido con firmeza que los primeros lectores la percibieron como
una obra cómica, y que tal era el deseo de Cervantes,1 ha habido poca discusión sobre lo
que es o pretendía ser gracioso.2 Este olvido se explica sólo parcialmente por el hecho
de que Don Quijote se ennoblece a medida que el libro avanza. Sus causas son
numerosas.

Una es que aunque se examinan muchos temas en Don Quijote, el humor no figura
entre ellos. Con frecuencia se nos dice que se hace o dice algo gracioso, y los personajes
ríen, pero aparte de calificar el pasaje humorístico de locura, necedad, disparate, o algún
término similar, apenas hay análisis o discusión del humor en la obra. Hay tres
explicaciones posibles de esta omisión. En primer lugar, es difícil hablar sobre el humor
en presencia de los personajes a cuyas expensas se produce, y uno de estos personajes
casi siempre está presente. En segundo, la creación de humor no era un tema importante
ni polémico. Era la capa de azúcar o (en otra metáfora de la Siglo de Oro) el cebo usado
para pescar al lector. Lo que podía o debía causar risa no era tan importante para
Cervantes como los valores morales o la instrucción literaria que quería ofrecer a sus
lectores. Finalmente, los personajes serios que discuten cuestiones importantes—los que
no forman parte del vulgo—raramente son los que se ríen de Don Quijote (ni de
Sancho). Le tratan con respeto, consideran que sus disparates son concertados (II, 376,
12-13), producto de un “boníssimo entendimiento”,3 y distinguen entre sus prudentes
palabras y sus disparatadas acciones.4

La falta de consideraciones sobre el humor en el libro—el que nos anime a reír pero
no a meditar sobre nuestra risa—es sin duda una razón por la que los especialistas han
eludido el tema del humor de Don Quijote. Otra razón es el prejuicio entre los eruditos
contra el humor, que ni es moderno ni está limitado a los estudios hispánicos. (Se
remonta a las figuras del payaso y del bufón, de baja condición social, y quizás a la
pérdida, antes de la Edad Media, de las observaciones de Aristóteles sobre la comedia.)
El humor, como señalan los estudiosos, es un tema difícil, y se considera poco
provechoso.5 Los eruditos inevitablemente prefieren tratar de cuestiones serias.

Un factor todavía más significativo que influye en el estudio del humor de Don
Quijote es el cambio cultural. Los libros de humor, incluso todo tipo de humor verbal
publicado, son cosa del pasado. Hoy se compra un libro para informarse, conmoverse,
animarse o entretenerse, pero no para reír. No hace falta. En la actualidad el humor

104
abunda. El periódico nos lo trae a la puerta todos los días. La televisión y las películas
están llenas de humor, y parece que lo tratan mejor que las cuestiones serias—quizás
porque son medios visuales. Los libros humorísticos que se publican hoy son
recopilaciones de material publicado en otros medios; el autor de novelas cómicas, el P.
G. Wodehouse, Evelyn Waugh, Jerome K. Jerome o Álvaro de Laiglesia ha
desaparecido.

El cambio cultural, sin embargo, ha afectado incluso la percepción del humor de una
obra. El humor es especialmente propenso a debilitarse con el paso del tiempo. Está
unido, quizás inevitablemente, a las circunstancias en que se creó, y cuanto más
sofisticado es, también es más efímero. El humor superficial de la farsa es más o menos
universal, así pues la escena nocturna en la posada (capítulo 16 de la Primera Parte)
todavía se la considera divertida. Pero para comprender el humor que surge de lo que es
incongruente y ridículo hay que saber lo que sería congruente y sensato. 6 Si hay que
explicar estas cosas, “no se entiende” el chiste y se pierde gran parte del humor.

El mejor humor es, por tanto, perecedero, y es tan difícil para el especialista
estudiarlo a varios siglos de distancia como para el lector apreciarlo. Sin embargo, si
Don Quijote fue considerado durante mucho tiempo un libro cómico, si frecuentemente
nos dice que contiene burlas y que Don Quijote y Sancho hacen reír a la gente hasta que
revientan,7 su humor es un tema de estudio necesario.

En el capítulo anterior dije que el humor de Tirante lo blanc había sido en parte el
modelo del de Don Quijote, y señalé que los pasajes comentados sugieren que
Cervantes creía que el humor surge del contraste entre lo que ocurre y lo que el lector
piensa que sería lo adecuado. Sin embargo, Cervantes no habría considerado a Tirant
como modelo fiable porque su humor, en su opinión, no era intencionado. Además,
Cervantes se preocupaba menos por lo que se había hecho que por lo que podía o debía
hacerse; en otras palabras, le interesaba la teoría, el “arte cómico” (Persiles, II, 19, 10).
No se había escrito mucho sobre el humor, pero un teórico abarcó lo suficiente para
incluirlo. La Philosophía antigua poética de López Pinciano no sólo proporciona un
tratamiento sistemático, sino que es el único estudio del tema que es probable que
Cervantes conociera.8 Además, el tratamiento del médico vallisoletano refuerza lo que
Cervantes pudo haber tomado de Tirant.

La risa, explica López Pinciano, se encuentra en dos cosas: “obras y palabras” (III,
33 y 43), en las cuales se encuentra “alguna fealdad y torpeza” (III, 43); “lo ridículo está
en lo feo” (III, 33). Cervantes encarna esta teoría creando dos personajes físicamente
poco atractivos y sin gracia, y hace que uno de ellos, Don Quijote, sea el representante
de las acciones cómicas, y el otro, Sancho, el representante de las palabras cómicas.
Aquél, cifra de todos los caballeros andantes,9 hace cosas divertidas porque está loco, y
éste, cifra de los escuderos,10 dice cosas graciosas porque es simple.11 La división no
está bien definida, pues en ocasiones ambos dicen cosas graciosas y hacen cosas
disparatadas, y Don Quijote se vuelve menos loco y Sancho más juicioso. 12 Pero esta
distinción entre los dos, el uno hombre de acción, y el otro hombre de palabras, es
frecuente en el texto. Así es “la locura del amo y la simplicidad del criado” (II, 56, 11-
12; también III, 53, 21-23), “las locuras de don Quixote...[y] las sandezes de Sancho”
(IV, 65, 3-4), “las locuras del señor [y] las necedades del criado” (III, 53, 30-31),
“embista don Quixote, y hable Sancho Pança” (III, 74, 32-75, 1), y en una descripción
del libro en su conjunto, “las hazañas de don Quixote y donaires de Sancho”.13

105
Según López Pinciano, es difícil definir el humor; “la risa es risa” (III, 32), y sus
causas son numerosas (III, 32 y 33). La división entre “obras y palabras” es en realidad
sólo la forma en que están divididas “las más cosas del mundo” (III, 33). Sin embargo,
finalmente concluye que “lo principal de lo ridículo...consiste en palabras” (III, 45), y
eso bien puede ser un motivo por el que el humor verbal, y el papel de Sancho, son cada
vez más importantes en Don Quijote: “muchas gracias no se pueden dezir con pocas
palabras” (III, 374, 21-22) es el comentario del duque sobre la locuacidad de Sancho. La
evolución de Sancho también se explica por la importancia que López Pinciano concede
a los simples, puesto que son “unos personajes que suelen más deleytar que quantos
salen a las comedias” (III, 59). “Es la persona más apta para la comedia de todas las
demás” (III, 60), pues con semejante personaje puede incluirse todo tipo de discurso
ridículo.

Podríamos continuar con este análisis de los comentarios de López Pinciano sobre el
humor, señalando la presencia en Don Quijote de ejemplos de los tipos de humor que
menciona, como las etimologías,14 preguntas y respuestas,15 y suspiros.16 Pero creo se
puede llegar a una conclusión: Don Quijote refleja el pensamiento de López Pinciano
sobre el humor. El origen de su humor es, por tanto, “lo feo”, y esto require el
conocimiento de lo atractivo para su entendimiento.17

Más que analizar el humor de Don Quijote en términos de recursos específicos como
donaires y disparates, intentaré explicar los cambios culturales y literarios desde la
época de Cervantes, y presentar Don Quijote como Cervantes quería que se viera: un
libro de caballerías burlesco. Desde esta perspectiva podemos entender que los joviales
dijeran “vengan más quixotadas” (III, 74, 32), que Felipe III comentara, al oír a alguien
riendo ruidosamente, “aquel estudiante, o está fuera de sí, o lee la historia de Don
Quijote”18 y que Tomás Tamayo de Vargas describiera a Cervantes como el autor más
festivo de España.19 Me centraré en el protagonista Don Quijote porque es más
problemático, dando menos importancia al humor de Sancho, que ha sido más
estudiado.20

El protagonista de un libro de caballerías era siempre joven, apuesto y fuerte. Don


Quijote es viejo y feo (I, 50, 1-3; II, 150, 15-16); monta un caballo que no sólo es viejo
sino que “parecía de leño” (II, 290, 6).21 Su casco, medio hecho de cartón (I, 53, 29-30),
está sujeto por cintas, y tiene que beber con una paja cuando el nudo no puede
deshacerse.22 Más que de ser hábil con la espada, se precia de saber hacer jaulas y
palillos de dientes.23 En lugar de un rey o un emperador, un ventero le arma caballero, y
una prostituta,24 no una virgen, le ciñe la espada.

Alonso Quijano cree neciamente que basta escoger nombres nuevos para él y su
caballo, su dama y sus amigos para convertirse en caballero25 o pastor.26 Sin embargo, el
nombre que escoge, Don Quijote de la Mancha, es poco digno. El título de “don”, que
no le corresponde, es pretencioso,27 y “Quijote” utiliza un sufijo despreciativo y
cómico.28 La parte final de su nombre, sin embargo, es la más cómica.

Los caballeros andantes literarios eran de reinos extranjeros, cercanos (Inglaterra,


Gales), o exóticos (Tracia, Hircania). Viajaban por pintorescas partes del mundo, como
China, África del norte y Asia. A menudo visitaban países como Inglaterra y Grecia que
durante lar go tiempo se asociaron con la literatura caballeresca. Como se ha dicho en el
capítulo 2, Cervantes consideraba que España era un escenario muy apropiado para un

106
libro de caballerías, pero Don Quijote es de una de las regiones menos atractivas, y viaja
por ella: la árida y poco poblada llanura de La Mancha, que da origen a su nombre. “La
Mancha” es un chiste constante en Don Quijote; de ahí las referencias a sus “anales” (I,
60, 3), “archivos” (I, 32, 13; II, 402, 5) e “ingenios” (I, 126, 13), que se reúnen en la
academia ridículamente denominada “de la Argamasilla”,29 “lugar de la Mancha” (II,
402, 15-16). Don Quijote es famoso “no sólo en España, pero en toda la Mancha” (II,
54, 22), y Dulcinea debe de ser “la más bella criatura del orbe, y aun de toda la
Mancha” (III, 398, 7-9; véase también III, 159, 10-14). Una mancha era, naturalmente,
algo que un caballero debía evitar a toda costa.

Los caballeros andantes de los libros de caballerías iban acompañados de


respetuosos jóvenes aspirantes o admiradores de la caballería. Don Quijote escoge,
como “muy a propósito para el oficio escuderil de la cavallería” (I, 77, 15-16), un
campesino de mediana edad, infeliz en su matrimonio,30 cómicamente montado en un
asno,31 quien al principio no es más que un glotón gordo, locuaz, codicioso, estúpido e
ignorante.

El concepto que tenía Don Quijote de la caballería es una deformación de la ya


distorsionada caballería andante de los libros de caballerías. Las hazañas son un paso
hacia un fin amoroso; quiere ser útil, pero especialmente a las mujeres; la caballería, en
resumen, significa para él servir a las damas.32 Este parecer, que es ahora el estereotipo
de la caballería, ha llegado a la cultura moderna por medio de Don Quijote.33 Ningún
tratado de caballería—no existen tratados de caballería andante—respalda esta
interpretación,34 ni tampoco refleja adecuadamente los libros de caballerías españoles.35

Las mujeres que más quiere servir, y por quienes quiere ser servido, son doncellas
(vírgenes). Don Quijote está fascinado por la lascivia de algunos libros de caballerías
que, especialmente los de su favorito Silva,36 están llenos de doncellas que desvisten al
caballero (IV, 68, 16-31), lo bañan desnudo (II, 372, 25-26) y se entregan a él
“rendida[s] a todo su talante y voluntad” (II, 316, 21-22; también II, 389, 25-26). (El
canónigo criticó la ligereza de las mujeres como un ejemplo de la falta de verosimilitud
de los libros de caballerías [II, 342, 4-7], y ya he citado—pág. 94—el pasaje en que los
ataca por ser “en los amores, lascivo[s]”.) Don Quijote introduce en el romance de
Lanzarote, que para él es una historia lasciva (I, 167, 28-168, 8) y una de sus favoritas,
una referencia gratuita a las doncellas que sirven al caballero,37 y en su descripción de la
Edad de Oro, el elemento más importante es que las doncellas “andavan...por donde
quiera” (I, 149, 12-14). Cuando realmente cree, “de todo en todo”, que es un caballero
andante (III, 377, 11-15) es cuando las doncellas le sirven en el palacio ducal.38 Es la
realización de sus sueños, que sólo había podido satisfacer imaginando que unas
rameras eran doncellas (I, 61, 25-30). En su fantasía sobre la vida de caballero que
cuenta a Sancho, el centro de atención está en la hija del rey, una doncella (I, 291, 2); en
la historia que cuenta al canónigo las únicas personas que encuentra el caballero son
doncellas, que le reciben, le sirven y se sientan junto a él. Y todas son hermosas (II, 370,
22-373, 24). No es extraño que Don Quijote parezca irritarse por su compromiso con
Dulcinea que él mismo se ha impuesto.39

Podría decirse en defensa de Don Quijote que mientras su autor favorito es el lascivo
Silva, su caballero favorito y guía de su conducta es el relativamente casto Amadís. 40
Sin embargo, demuestra todavía más el mal uso que hace de los libros de caballerías al
no tener en cuenta que, aunque tarde, Amadís se casa—Esplandián es su “hijo legítimo”

107
(I, 96, 25)—y renegando del matrimonio como fin.41 Pronto olvida la profecía burlesca
del barbero, que Don Quijote y Dulcinea se casarán y tendrán hijos (II, 327, 14-27).

Don Quijote parodia aún más el amor de los libros de caballerías porque no utiliza
ningún criterio en su servicio a las mujeres. No le importa a qué clase de mujer sirve; el
caballero, según Don Quijote, debe servir a todas las mujeres, “qualesquiera que sean”
(I, 349, 18).42 Ni tampoco es necesario que las mujeres le pidan ayuda, como hacen
Micomicona y la condesa Trifaldi. Impondrá su ayuda a quienes no la necesitan, como
la “princesa” del capítulo 8 de la Primera Parte; después de impedir que los cabreros
sigan a Marcela, que no quiere saber nada de los hombres, la sigue él.43

Don Quijote también desfigura los libros de caballerías cuando dice que era
“forçoso” para un caballero tener a una dama;44 para que nos demos cuenta de su error,
en el mismo libro se lo señala.45 Es verdad que todos los protagonistas, y la mayoría de
los caballeros secundarios, amaron a una o más damas. Sin embargo, si estaban
enamorados, amaban a una dama de su misma clase social. Alonso Quijano escoge a
una campesina, y piensa para ella un nombre tan ridículo como el suyo, “que no
desdixesse mucho del suyo” (I, 56, 23); Dulcinea del Toboso es la pareja apropiada para
Don Quijote de la Mancha.46 Aunque se nos diga al principio que Aldonza es “de muy
buen parecer” (I, 56, 17-18), pronto nos enteramos de que tiene una voz fuerte y de que
huele y se porta como un hombre (I, 363, 13-15 y 20-25; II, 66, 8). Probablemente
Sancho escoge a una “soez labradora” como “Dulcinea”,47 quien resulta que también
huele y se porta como un hombre (III, 138, 19-24; III, 139, 26-27), debido a cierto
parecido.48

Don Quijote esboza “dos cosas solas” que “incitan a amar más que otras, que son la
mucha hermosura y la buena fama” (I, 366, 14-15). La mujer que elige para idealizarla
no sólo carece de lo primero, sino que también carece, mucho más desastrosamente, de
la otra atracción femenina. La virtud de Aldonza Lorenzo, cuyo nombre ya es vulgar, 49
es frecuentemente puesta en duda. El Caballero del Febo, en su soneto introductorio (I,
46, 10), pone al lector en buen camino cuando dice que sólo por Don Quijote podría
decirse que Dulcinea es casta. Sancho, que nos recuerda que “suelen andar los amores y
los no buenos desseos por los campos como por las ciudades” (IV, 342, 1-3),50 está
entusiasmado por la “nada melindrosa” Aldonza,51 quien se burla de todos,52 y le
gustaría ir a verla enseguida, pues no la ha visto desde hace tiempo (I, 364, 3-4); este
entusiasmo bien puede tener algo que ver con los celos de su mujer, de los que se
queja.53 No tenemos que creer a Don Quijote cuando dice que los padres de Aldonza la
han educado, como a Marcela (I, 160, 3-4), con “recato y encerramiento” (I, 363, 4-6);
Sancho nos dice que aparece en la parte más visible del pueblo, el campanario, y
difunde sus deseos a más de media legua de distancia (I, 363, 20-25).

El propio Don Quijote confirma los fallos de Aldonza en este aspecto básico.
Compara el amor que siente por ella con el de una alegre viuda por un “hombre soez,
baxo e idiota” (I, 365, 3-25; adaptado). Alaba ridículamente, junto con las parte visibles
de su cuerpo, sus partes íntimas.54 Dice que para él es suficiente pensar que es honesta
(I, 366, 7-9), y está dispuesto a jurar que “está hoy como la madre que la parió”. 55 Sus
apreciaciones no borran el impacto que produce su comparación con las dos mujeres
que, para los españoles del Siglo de Oro, eran, después de Eva, las peores de todos los
tiempos: Helena, cuyo adulterio provocó la destrucción de Troya, y La Cava, por cuyo

108
comportamiento sexual los moros ganaron España.56 De esta forma El Toboso será
famoso por Dulcinea (III, 404, 18-25).

Don Juan hace a Don Quijote la pregunta más ofensiva que se puede hacer a un
enamorado: si su dama estaba “parida”,57 “preñada” o “en su entereza” (IV, 250, 26-27).
Sin embargo, no podemos dejar este comentario con la explicación que Don Juan ha
leído el libro de Avellaneda. Sancho nos dice que Aldonza tiene “çagales” (I, 363, 22).
No son sus empleados (serían de su padre, si eso es que lo eran), y las connotaciones
pastoriles de la palabra “zagales” confirman que son sus amantes. En la España del
Siglo de Oro, sólo una clase de mujer tenía varios amantes; de aquí la sorpresa de
Sancho al saber que Dulcinea, “Emperatriz de la Mancha” (I, 84, 5-6), es en realidad
Aldonza. La mujer que Don Quijote ha elegido para adorar, “de quien él un tiempo
anduvo enamorado” (I, 56, 18), que Sancho conoce bien (I, 363, 13), pero a quien Don
Quijote nunca ha hablado,58 es, en términos de Avellaneda, “una ...”, incluso “una
grandíssima ...” (I, 47, 5).59

Aunque crea que todas las mujeres solteras sienten interés por él, y el “rechazarlas”
parece satisfacerle mucho, en realidad los demás contactos de Don Quijote con mujeres
no tienen más éxito. La primera mujer que toca su mano (II, 285, 28-29) lo deja
maniatado (II, 286, 6-9); otra canta su caspa en verso (IV, 75, 16). Incluso a Maritornes,
tan repulsiva que haría vomitar a cualquiera que no fuera mulero (I, 212, 20-21), Don
Quijote tiene que cogerla y no soltarla. No es nada sorprendente, pues, que la
honestidad sea su principal virtud (IV, 69, 5-7), ni que él sea “el más casto
enamorado...que de muchos años a esta parte se vio” (I, 38, 20-22); “al cabo de mis
años”, reflexiona para sí, “nunca he tropeçado” (IV, 114, 4-5). Convierte su incapacidad
en una virtud con una nueva distorsión, que ha llegado a la cultura inglesa procedente
de Don Quijote: que su amor, necesariamente casto, es platónico.60

Hay muchas otra formas en que Don Quijote embrolla y parodia y a los caballeros
andantes literarios y sus seguidores. Siguiendo insensatamente lo que ha leído en sus
libros, ilustra una de las características de la caballería literaria que Cervantes más
desaprobaba: sólo luchará con los que él cree que también son caballeros, de acuerdo
con lo que incluso él llama “las leyes del maldito duelo”.61 Se ridiculiza su clasificación
de los caballeros como un grupo aparte.62 El ataque es clarísimo cuando no quiere
ayudar a alguien que ha sido atacado por “gente escuderil” (II, 299, 6), el ventero Juan
Palomeque (capítulo 44 de la Primera Parte).

Los protagonistas de los libros de caballerías, sin embargo, consideraban el combate


como último recurso. Amadís, modelo de Don Quijote, era “tardo en airarse y presto en
deponer la ira” (III, 48, 18-19). El combate ineludible tenía unos fines similares a los
que Don Quijote esboza en el discurso sobre las armas y las letras (II, 198, 8-11) y en el
pronunciado a los rebuznadores (III, 346, 26-347, 8): restablecer las reinas a sus tronos,
ayudar a los reyes a rechazar a los enemigos, eliminar las amenazas al orden público.
Los soberanos que necesitaban ayuda a menudo pedían los servicios de los caballeros.

A finales del siglo XVI España, y especialmente Castilla, era “tierra...pacífica” (I,
166, 29-30).63 El cautivo, el propio Cervantes, y Fernando de Saavedra, el gallardo
español en la obra que inicia las Ocho comedias, emprenden, muy adecuadamente,
actividades caballerescas de importancia nacional fuera de la península. Don Quijote,
sin embargo, nunca considera una empresa semejante.64 Al quedarse en España, debe

109
buscar ocasiones de combate, y forzar inocentes a luchar. Deseoso de “meter las manos
hasta los codos en esto que llaman aventuras” (I, 119, 18-20), ataca ejércitos de ovejas,
molesta a mercaderes pacíficos, y libera a criminales, a resultas de lo cual tiene que huir
de la “Santa Hermandad” (I, 316, 15-318, 2). En su loco afán de gloria también ataca a
molinos de viento, cueros de vino y títeres. Sus simulacros de actividades caballerescas
no son inocentes: deja a un personaje con una pierna rota (I, 253, 21), a otro herido (I,
311, 19), y a un arriero con su cabeza “en quatro pedaços” (I, 72, 24-26; adaptado).
Andrés ruega a Don Quijote que no le complique su vida con más ayuda (II, 77, 25-32).

Los caballeros literarios no tenían miedo. Don Quijote se asusta por el ruido de
maquinaria accionada por agua (I, 275, 28-30), y el texto sugiere que no sólo teme a la
Santa Hermandad, sino que miente acerca de su temor (I, 316, 23-317, 15). El narrador
lo llama cobarde cuando no ayuda a Juan Palomeque (II, 299, 13). Deja a Sancho en
peligro cuando huye de los rebuznadores (III, 349, 11-17; III, 350, 7-11).

Los caballeros (III, 229, 20-25), e incluso los cabreros (I, 154, 9-14) sabían hacer
medicinas con sustancias corrientes. La del cabrero es eficaz (I, 164, 2-4), pero el
remedio que prepara Don Quijote le hace vomitar y produce diarrea a Sancho (I, 222,
23-224, 11).

Como el cautivo, los caballeros andantes eran humildes y no buscaban la gloria, más
bien la evitaban. Como los soldados, la conseguían con sus numerosas hazañas. Don
Quijote quiere que su fama sea eterna,65 quiere conseguirla rápida y fácilmente,66 y le
gusta alardear.67 Mientras los caballeros a menudo ocultaban su identidad,68 Don Quijote
anuncia la suya a los que no la piden;69 el narrador nos especifica que era
“vanaglorioso”.70

Los caballeros se alojaban en castillos. Don Quijote duerme en ventas, y no paga.


Roba la bacía de un barbero, se la pone en la cabeza y afirma que es un yelmo famoso.
Deja que Sancho se apropie de la silla del barbero.

Es en este momento cuando Don Quijote proclama su honradez (I, 287, 15-21), una
reivindicación en conflicto tanto con sus acciones como con sus palabras. Se esperaba
que un caballero se adhiriera a unas normas morales tan altas, que no podía mentir
nunca (“las órdenes de cavallería...nos mandan que no digamos mentira alguna”, I, 360,
5-7); incluso la palabra “mentís” significaba un desafío a duelo.71 Los normas de
conducta de Don Quijote, sin embargo, no son tan altas. En el primer capítulo se nos
dice que “sobre todos [los caballeros andantes literarios] estava bien con Reinaldos de
Montalván, y más quando le veía salir de su castillo, y robar quantos topava” (I, 52, 27-
30). Un poco más tarde dice que él es este caballero francés deshonroso (I, 107, 16-17),
“más ladrón...que Caco” (I, 98, 25), “amigo de ladrones y gente perdida” (III, 49, 30-
31).72 Don Quijote desfigura el propósito de la caballería cuando la entiende como
medio para adquirir bienes materiales.73 Los caballeros andantes recompensaban a sus
escuderos con territorio obtenido por herencia, y muy en segundo lugar por
matrimonio;74 la lucha por afán de lucro es la antítesis de la caballería.75

El entusiasmo de Don Quijote por los criminales es, pues, una ridícula deformación
de los principios de la caballería. Además de los galeotes, con quienes hace amistad,
encuentra un alma gemela en Roque Guinart, un ladrón conocido (IV, 272, 27), buscado
por el virrey.76 Con él, prendido de su caballeresca “nueva manera de vida”77 e

110
impresionado por la fama de Roque (IV, 260, 6-8) y por sus “buenas y concertadas
razones” y “buen discurso” (IV, 269, 7 y 10), Don Quijote se olvida de su propio
principio, que cada uno es hijo de sus obras.78 Las obras de Roque no concuerdan con
sus palabras; además de robar, mata ante los ojos de Don Quijote (IV, 273, 3), y no se
contenta con vengarse, sino que quiere vengar a los demás.79 Don Quijote podría estar
con él trescientos años (IV, 274, 7-9).

Los argumentos y explicaciones sofistas de Don Quijote son otra fuente de humor,
así como de admiración. Presenta la naturaleza de la bacía del barbero como si fuera una
cuestión de gustos: “esso que a ti te parece bazía de barbero me parece a mí el yelmo de
Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa” (I, 356, 6-8). Si está en una jaula en un carro
de bueyes, y no podía ser un encantamiento, “podría ser que con el tiempo se huviessen
mudado [los encantamientos] de unos en otros” (II, 358, 21-23). Creyendo que está
cuerdo, dice que es mucho más virtuoso, “la fineza de mi negocio”, actuar locamente
sin causa: “bolverse loco un cavallero andante con causa, ni grado ni gracias; el toque
está desatinar sin ocasión” (I, 354, 9-12). Y así lo encontramos cabeza abajo, con sus
ropas cayendo, “descubriendo [en las palabras honestas de Cervantes] cosas, que, por no
verlas otra vez, bolvió Sancho la rienda a Rozinante” (I, 372, 11-13).

¿No son esas “las [más] estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden” (I,
210, 31-32), las “mayores que pueden imaginarse” (III, 128, 10)? ¿No son suficientes
para dar “gusto general a todo el mundo” (IV, 273, 26-27; también IV, 22, 17-18)? ¿No
es, con su casco de cartón, bebiendo con una paja, “la más graciosa y estraña figura que
se pudiera pensar” (I, 63, 30-31)? Cervantes creía que podía abrirse el libro al azar y
siempre encontrar algo cómico (I, 130, 7-9).

No sólo es Don Quijote un héroe burlesco, su historia es un libro burlesco. Los


sabios autores ficticios de los libros de caballerías españoles eran hombres juiciosos,
cristianos o simpatizantes con la cristiandad. Los manuscritos se habían conservado
cuidadosa y honorablemente.80 La historia de Don Quijote es contada por un perro de
autor (I, 133, 4-5; también III, 67, 25), un moro, hecho que le entristece cuando lo sabe,
pues “de los moros no se podía esperar verdad alguna; porque todos son embelecadores,
falsarios y quimeristas” (III, 60, 28-61, 1). Este moro es un narrador incompetente, que
constantemente da detalles innecesarios.81 Su historia se vende como papel viejo (I, 129,
26-27). Otros textos acerca de Don Quijote se descubren en una caja de plomo, no de
oro (II, 401, 21).

Don Quijote teme que su historiador morisco incluya “alguna indecencia” que
perjudique “la honestidad de su señora Dulcinea” (III, 61, 2-5). Ya hemos visto como se
trataba a Aldonza/Dulcinea, pero hay muchos más elementos ofensivos. En la historia
de Don Quijote hay abundantes referencias al cuerpo, de larga tradición en el humor. 82
En Don Quijote la gente huele,83 igual que los animales.84 Tienen chinches.85 Orinan86 y
defecan.87 Las mujeres tienen la menstruación, o más bien, no la tienen las mujeres
encantadas (III, 294, 6-10), de la misma manera que los encantados no hacen sus
necesidades (III, 296, 13-14). Las mujeres solteras que no son honestas quedan
embarazadas,88 resultado lógico de la lujuria que no vencen ni los animales89 ni algunos
personajes menos refinados.90 El asno de Sancho suspira per anum, lo que su dueño y
Don Quijote interpretan como un buen augurio.91 ¿He de añadir que la inclusión de tal
material en un libro de caballerías, en cuyo noble mundo nunca se encuentra, es muy
cómica?

111
El personaje perfilado es el protagonista burlesco de una obra burlesca, y no presta
atención al lado positivo de Don Quijote. Pone de relieve a Don Quijote tal como es en
la Primera Parte, que he citado más frecuentemente que la Segunda Parte.

El Don Quijote del siglo XVII, y el del propio Cervantes, era principalmente la
Primera Parte. Los lectores de aquella época tuvieron una experiencia que nosotros no
podemos tener: estuvieron diez años con sólo la Primera Parte, no identificada como tal
y dividida en cuatro partes, sugiriendo que era una obra completa, más que parte de una
más amplia. Estos primeros lectores no sabían que habría una continuación, pues la
promesa al final de la Primera Parte de que habría una era convencional y significaba
poco.

En los diez años que separaron la publicación de la Primera y Segunda Parte, Don
Quijote había entrado a formar parte de la cultura española.92 Había inspirado el
Caballero puntual de Salas Barbadillo y el Entremés de los romances,93 así como la
continuación de Avellaneda, y Guillén de Castro había escrito una adaptación teatral.94
Tanto Don Quijote como Sancho se habían representado en festivales populares. Los
lectores llegaban a la Segunda Parte con una orientación hacia la Primera Parte, y en
especial al principio de la Primera Parte, de la que nosotros carecemos.95 No esperaban
ni deseaban un cambio en los personajes, concepto literario con el que estaban poco
familiarizados.

Puede que fuera eso lo que Cervantes quería; es Cide Hamete, alabando a Alá, quien
quiere que los lectores olviden la Primera Parte (III, 110, 5-15). Las palabras de Sansón,
“nunca segundas partes fueron buenas” y “de las cosas de don Quixote bastan las
escritas” (es decir, en la Primera Parte; III, 74, 27-29), parecen mucho las opiniones de
Cervantes. Ataca continuamente las “innumerables” e “infinitas” continuaciones de
Amadís,96 y tampoco dio su aprobación a la continuación de Belianís (Partes III-IV).97
En el “escrutinio de la librería”, además de atacar las obras de Feliciano de Silva,
continuador de Amadís, el cura también condena la Diana segunda98 y las
continuaciones de Ariosto.99 En el Parnaso (45, 32-46, 4) se ataca una continuación de
Lofrasso. Al final de la Primera Parte Cervantes prometió a sus lectores que, si era bien
recibida, escribiría no una continuación, sino otras obras,100 y trata con humor la
posibilidad de escribir una continuación de la Primera Parte. Ya he mencionado la
continuación de La Galatea que nunca concluyó, y al parecer nunca escribió la segunda
parte del “Coloquio de los perros”, prometida en el texto (III, 152, 3-9).

Aparte de la queja que hay al principio del capítulo 44, porque no podían incluirse
“novelas sueltas ni pegadizas” en la Segunda Parte, limitación que encontraba
molesta,101 y la aparente convicción de que un “puntualíssimo escudriñador de los
átomos” (IV, 140, 7-8) se había encargado de que no se encontraran incoherencias, no
hay pruebas de que Cervantes considerara la Segunda Parte muy distinta de la Primera
Parte, y, mucho menos, superior. Cervantes nos dice en los prólogos de las Novelas
ejemplares y de la Segunda Parte de Don Quijote (escritos, naturalmente, durante y
después de la composición de la Segunda Parte, respectivamente) que lo que tenemos en
la Segunda Parte es “don Quixote dilatado”. En el prólogo de la Segunda Parte añade
que la segunda parte está “cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera”
(III, 31, 26-28). Apoyan estas afirmaciones diversas voces que observan que Don

112
Quijote y Sancho, tal como aparecen en la Segunda Parte, son los mismos que en la
Primera Parte.102

La respuesta de los lectores de Cervantes—como se ve por la historia de la


publicación—sugiere que consideraban la Segunda Parte inferior. Hubo ocho ediciones
de la Primera Parte anteriores a la publicación de la Segunda Parte, pero sólo cuatro de
la Segunda Parte sin la Primera. Robles, el editor oficial, publicó tres ediciones de la
Primera Parte, pero sólo una de la Segunda, y no publicó nunca una edición de las dos
partes juntas. En el inventario que se hizo al fallecer Robles, ocho años más tarde,
aparecieron muchos ejemplares sin vender de esta única edición de la Segunda Parte.103
Lo mismo podría decirse del Quijote que del Guzmán de Alfarache: la publicación de la
Segunda Parte anuló o redujo drásticamente el interés por el libro, del que no hubo
ediciones desde 1617 a 1637.

Por supuesto, el interés por las obras de Cervantes se diluyó por la publicación casi
simultánea del Parnaso, las Comedias, o incluso más por el Persiles, que, aunque
transitorio, fue un gran éxito, y especialmente por las Novelas ejemplares, la obra de
Cervantes que en la España del siglo XVII fue más popular que Don Quijote.104 Pero
quizás la reacción de los lectores era simplemente que la Segunda Parte no les gustaba
tanto como la Primera; querían más humor, querían ver “embestir” (III, 74, 32) a Don
Quijote, y en la Segunda Parte lo hace menos.

La Segunda Parte no es tan divertida como la Primera. Desde el principio hasta la


llegada al castillo de los duques, tiene muchas características de la Primera Parte.
Todavía se trata la veracidad de la literatura caballeresca,105 y todavía se encuentran los
motivos y arcaísmos caballerescos, tan comunes en la Primera Parte.106 Don Quijote
continúa con sus acciones disparatadas, atacando títeres, entrando en una cueva llena de
murciélagos, buscando a Dulcinea y suponiendo, sin el menor fundamento, que el
mundo le ofrece aventuras a cada paso. Un barco en la orilla del Ebro “derechamente y
sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y combidando a que entre en
él...porque éste es estilo de los libros de las historias cavallerescas” (III, 359, 2-8;
compárese con III, 45, 28-46, 7). Don Quijote con suero bajándole por la cara,
preguntándose si su cerebro se está fundiendo (III, 210, 11-16), es el ridículo Don
Quijote que conocemos de la Primera Parte.107

Naturalmente, Don Quijote al final de la Segunda Parte es pocas veces divertido. De


modo significativo, en los pasajes que hablan de la Segunda Parte de Avellaneda, hay la
queja que Sancho aparezca “no nada gracioso” (IV, 250, 6; IV, 382, 9-383, 5), pero la
distorsión de la que don Quijote se lamenta es que se le describía “ya desenamorado de
Dulcinea del Toboso” (IV, 248, 6-7). Don Quijote en estos capítulos finales es desde
luego más “el más valiente y el más enamorado y el más comedido [señor] que tiene el
mundo”108 que “[e]l más gracioso loco que hay en él” (IV, 321, 28-29). Hace pocas
cosas; sus aventuras son tan poco geniales (o en términos de Cervantes, faltos de
invención) como ser atropellado por toros (IV, 239, 30-241, 16) y después por cerdos
(IV, 346, 24-347, 27), de las que nadie se ríe. Ahora su castidad es consecuencia no de
incapacidad sino de la virtud,109 y su cuerpo pero no su espíritu es derrotado por el
Caballero de la Blanca Luna (IV, 318, 6-12). Don Quijote, en vez de causar
admiración,110 se admira de lo que los demás hacen,111 Nos dicen que todavía es loco y
divertido,112 pero no es ni lo uno ni lo otro.

113
No es sólo la perspectiva de Don Quijote la que se derrumba en estos capítulos
finales. Sancho, habiendo aprendido humildad al ser gobernador de su isla, quiere ser de
nuevo gobernador (IV, 290, 28-29), mandar y ser obedecido (IV, 298, 13-14), y
habiendo superado anteriormente su codicia,113 le interesa de nuevo el dinero (IV, 372,
23-28; IV, 375, 3-8). Aunque Sancho ha llegado a poseer una gran sabiduría natural,
estamos de nuevo ante el Sancho original, cuya sabiduría proviene de lo que le han
enseñado.114

Los duques, cuando proyectan una nueva burla, son censurados por Cide Hamete
(IV, 363, 25-29), quien se ha transformado de moro mentiroso en paladín de Don
Quijote y “flor de los historiadores” (IV, 276, 25). Sansón se ha portado de forma
censurable en toda la Segunda Parte, burlándose del protagonista, de su ama de llaves,
de Sancho, y compartiendo con Roque Guinart un reprobable deseo de venganza (III,
192, 26-28). Muestra una falta de aprecio por Don Quijote cuando lo llama, en un
epitafio, “el espantajo y el coco del mundo” (IV, 404, 29-30). Sin embargo, pretende
estar lleno de “buenos pensamientos” y movido por la “lástima” a ayudar a Don Quijote
a recobrar su cordura (IV, 320, 23; IV, 321, 22), que, sin embargo, de alguna forma ya
no es deseable (IV, 321, 26-32; IV, 399, 4-10). Roque Guinart es un asesino proscrito,
pero rehúsa tomar dinero para sí mismo (IV, 271, 20-26), y lleva a cabo el deber más
importante de un líder: proporciona justicia a sus hombres.115 Finalmente, tenemos en el
último capítulo un ataque gravísimo a los libros de caballerías, que sorprende y
desconcierta al lector, pues no habían sido criticados en cuarenta capítulos.

La confusión de la sección final de la Segunda Parte tiene una explicación obvia.


Cervantes estaba sorprendido y dolido por la continuación de Avellaneda y su ataque
contra él en el prólogo. Se refiere repetidamente al libro de Avellaneda en los últimos
capítulos,116 dándole, irónicamente, una vitalidad que nunca hubiera tenido sin los
ataques cervantinos. En estos capítulos parece que los principales propósitos de
Cervantes fueron defender su concepción de Don Quijote y Sancho e insistir, en contra
de cierta evidencia, en que Avellaneda no los representaba como él lo había hecho.
También quería poner al descubierto que Avellaneda era un historiador falso e impedir
que escribiera más. Estos factores, junto con una gran prisa por completar y publicar su
continuación y desplazar la de Avellaneda, explican suficientemente su confusión.

¿Y la sección central de la Segunda Parte, la visita al castillo de los duques? Ésta es


la sección más larga de la Segunda Parte y de toda la obra, con “las mejores aventuras
que en esta grande historia se contienen” (III, 420, 19-21). En ella Don Quijote y
Sancho todavía son cómicos, aunque menos; los lectores nos preguntamos si es
conveniente reírse de ellos.

El que todos los personajes menos uno se rían del protagonista, y que éste (el
eclesiástico) se presente en términos tan negativos, es una clara prueba de que la
intención de Cervantes era que riéramos en estos episodios. No hay ironía en la
declaración que estas “burlas que llevassen vislumbres y apariencias de aventuras” (III,
421, 10-11), que dieron “que reír a los duques, no sólo aquel tiempo, sino el de toda su
vida” (IV, 45, 32-46, 2), son las mejores aventuras del libro. Sin embargo son “mejores”
sólo en el sentido que están más elaboradas.117 Ciertamente no son las más divertidas.

Su humor no está tan logrado por dos motivos. El primero es que no es creado por
sus víctimas, y los fallos propios son mucho más divertidos que cualquier cosa que

114
alguien pueda hacernos. Es divertido que una persona haga algo ridículo, pero es más
divertido que alguien sea ridículo sin que se dé cuenta. Cuando hay un autor de la burla
la víctima no es ridícula, sino ridiculizada. En términos de Cervantes, se han separado la
admiración y la risa. Los duques y sus empleados consiguen aquélla; Don Quijote queda
sólo para provocar la risa como blanco de sus bromas.

Los incidentes más divertidos en el palacio de los duques son los que provocan Don
Quijote y Sancho. Entre ellos están las sorprendentes interpretaciones erróneas de las
aventuras creadas para ellos: el que Don Quijote no se diera cuenta que no era un honor
que le lavaran la barba, que las damas barbudas, una de las cuales utiliza un final de
palabra masculino (IV, 8, 22-24), son en realidad hombres, que el caballo que se mueve
tan suavemente que parece que no se mueva, no se mueve (IV, 39, 1-4; IV, 70, 5-7) y la
absurda descripción que hace Sancho de lo que había visto montando Clavileño (IV, 43,
6-45, 26). También incluyen la conducta de Sancho que molesta a su amo: su impropia
preocupación por su asno y la historia que narra, ambas en el capítulo 31.

Un segundo motivo por el que estos episodios no son tan humorísticos como
Cervantes creyó que serían es que la corrección exige que la víctima del humor de algún
modo se lo merezca.118 En la Primera Parte, el orgullo y los errores de Don Quijote, y la
codicia de Sancho, hacen que sus infortunios y apuros sean consecuencias
satisfactorias.119 Pero aquí es distinto. Sancho es menos codicioso, más modesto y más
prudente. Don Quijote ya no causa daño a los demás, y, si no es humilde, por lo menos
no es tan ridículamente vanidoso. Los duques son, de diversas maneras, unos personajes
menos admirables que él. Viven a costa de dinero prestado y de trampas (IV, 119, 29-
30). Por este motivo pedir al duque que desempeñe el deber más importante de un
gobernante, el de hacer justicia,120 es “pedir peras al olmo” (IV, 169, 3-4); la justicia que
el duque afirma administrar (IV, 170, 4-8) claramente es de burlas. El duque es vanidoso
(III, 425, 12-16), y le gusta el poder (IV, 48, 17-20), lo cual indica su imperfección
moral. Su mujer es presumida y vengadora; 121 confunde a Sancho acerca de la
realidad.122 Como el diablo (“Coloquio de los perros”, III, 214, 22-23), hablan con
“razones torzidas y de muchos sentidos”.123 Por lo tanto su diversión a costa de Don
Quijote y Sancho es censurable. Son ellos quienes “reciben su merecido”; nos agrada
leer que Sancho, cuando es gobernador, frustra sus intenciones humorísticas, y que,
contrariamente a sus deseos, Don Quijote y Tosilos no llegan a “hazerse pedaços” (IV,
217, 9; adaptado).124

Pero otro tanto puede decirse de ellos: si no administran sus tierras, tampoco Don
Quijote cuida de la suya;125 si hablan con “razones torzidas”, también lo hacen otros
personajes, narradores y el mismo Cervantes.126 Los duques tratan a Don Quijote y a
Sancho con gran cortesía. Don Quijote pasa con ellos sus días más agradables, y Sancho
recibe su “ínsula” y como consecuencia gana algo mucho más precioso, conocimiento
de sí mismo. Los duques tienen cuidado de que Don Quijote no se dé cuenta de que es
objeto de sus burlas (III, 396, 17-21). Sus burlas son correctas, sin dolor o daño a
terceros.127 Cuidan de no dañar a Don Quijote (IV, 210, 16-19; IV, 211, 29-212, 4), y lo
sienten cuando una burla termina mal, un “mal suceso”. 128 Cuando Don Quijote los deja
está bien alimentado, descansado y más rico que cuando llegó,129 y en posesión de un
método imaginario para deshacer el imaginario encantamiento de Dulcinea. Incluso
Teresa ha recibido valiosos regalos, y lo que valora más, prestigio en su pueblo. ¿Cómo
podemos decir que esta gente, que no son admirables ni mucho menos, no han actuado
inocente o incluso positivamente?

115
Lo que tenemos aquí es ambigüedad, que no era ninguna virtud en la época de
Cervantes. Si centramos nuestra atención en la complicada estructura de las aventuras
creadas por los duques, y dejamos a un lado la cuestión de si Don Quijote merece ser
ridiculizado—es decir, si interpretamos los episodios superficialmente—no hay ningún
problema; ésas son las mejores aventuras del libro, y deberíamos reír. Pero en el fondo
son, en el mejor de casos, inquietantes, y pueden ser muy perturbadoras.

Esta ambigüedad se remonta a mucho antes de la visita a los duques. Como han
señalado Mandel y otros antes que él, Don Quijote es en todo el libro un personaje más
interesante, más sabio y más digno, que la gente cuerda con la que se relaciona.130
Incluso en la Primera Parte, Don Quijote es moralmente superior a los que se divierten
con él, como Maritornes y la hija del ventero.131 Cuando otros personajes describen la
realidad—la bacía y la silla—con mentiras, y se produce una riña, parece que Don
Quijote tiene razón cuando para la lucha, valiéndose de “persuasión y buenas razones”
(II, 301, 7-8), y explica que el diablo ha hecho que la venta parezca el campo de
Agramante.132 Aunque el contexto sea de burla, su amor gana en nobleza cuando señala
que hay muchos precedentes de su dama imaginaria, y que su creencia o fe en Dulcinea
es la consideración más importante (I, 365, 26-366, 28). El resultado de la combinación
de su orgullo y egoísmo (II, 282, 28-283, 20) con su inclinación por la “idea de todo lo
provechoso, honesto y deleitable que ay en el mundo” (II, 282, 26-28),133 es igualmente
ambiguo. Su ambigüedad se ve incluso en la primera salida, ya en los capítulos 2 y 3,
cuando inspira temor al ventero y a los arrieros (I, 62, 15-17; I, 73, 25-27), y logra
ganarse el respeto y el tratamiento apropiado de las rameras de la venta (I, 75, 5-30).

En la primera mitad de la Segunda Parte, mientras el texto nos dice que Don Quijote
era “un loco de atar” (III, 132, 9), también nos dice que era extremadamente prudente,
más que ningún otro personaje; según Sancho y la sobrina de Don Quijote, sabía “no
sólo tomar [un] púlpito en las manos, sino dos en cada dedo y andarse por essas plaças a
qué quieres, boca” (III, 276, 20-23; III, 94, 9-12; I, 245, 10-12). Le mueven nobles
principios, por los cuales está dispuesto a sacrificarse—al contrario de, por ejemplo,
Diego de Miranda: en resumen, quiere “hazer bien a todos y mal a ninguno” (III, 391, 3-
4).

En la Segunda Parte, Don Quijote tiene éxitos en su misión caballeresca. Ayuda a un


personaje que realmente lo necesita, Basilio (III, 271, 13-272, 24). Derrota a Sansón
Carrasco, y es más feliz estando loco que Sansón cuando está cuerdo (III, 192, 7-9).
Aunque le tengan que recordar su obligación de ayudar a las mujeres que lo merezcan,
sin su intervención la hija de Doña Rodríguez no habría tenido perspectivas de
matrimonio, de lo cual tanto ella como su madre están “contentíssimas”, y Tosilos
también está satisfecho (IV, 217, 15-18).

Sin embargo, un episodio de la primera sección de la Segunda Parte presenta la


ambigüedad del protagonista muy claramente porque apenas tiene conexiones con otros
episodios. Se trata de la relativamente poco estudiada aventura del león,134 que fue tan
importante para Don Quijote que cambió lo que llamaría su nombre apelativo135 del
despectivo “Cavallero de la Triste Figura”136 a “Cavallero de los Leones”. Sancho, quien
ha expuesto coherentemente las fantasías caballerescas de Don Quijote, describe a su
señor desafiando a los leones como “no...loco, sino atrevido” (III, 213, 13-14). Como lo
hace en toda la Segunda Parte, Don Quijote se encomienda correctamente primero a
Dios, y después a su dama;137 el narrador nos cuenta, sin ironía, que tenía “maravilloso

116
denuedo y coraçón valiente” (III, 216, 28-29).138 Por esta aventura el rey oirá hablar de
Don Quijote (III, 220, 30-32). El razonamiento de Don Quijote nunca es más
inteligente: es correcto que los encantadores no puedan quitar “esfuerzo y ánimo” (III,
220, 26-27). El paralelismo que establece con el torero (III, 222, 7-10) es válido, y su
argumento de que la temeridad es preferible, y más fácil de remediar, que la cobardía
(III, 223, 19-224, 3), está, en palabras de Diego de Miranda, “nivelado con el fiel de la
misma razón” (III, 224, 6-7), y le lleva más tarde a comentar que las palabras de Don
Quijote “borran y deshazen sus hechos” (III, 227, 22-23).

El análisis que hace el leonero del resultado (que el león tenía la oportunidad de
luchar, pero la rechazó, dando a Don Quijote la victoria) es improvisado (III, 218, 28-
219, 5). Sin embargo, ha ocurrido algo significativo, o más precisamente, ha dejado de
ocurrir. Los leones son los más grandes que se han llevado a España (III, 212, 9-15).
Además, están hambrientos, su cuidador les debe dar comida pronto (III, 212, 17-20), y
teme que le ataquen sus mulas (III, 214, 9-14). Sin embargo, el león macho, cuyos ojos
son feroces (III, 218, 7), no sólo se niega a atacar y a comerse a Don Quijote, sino que
ni siquiera sale de su jaula. Y un animal es incapaz de los engaños que los hombres nos
infligimos.

El texto no explica qué ha ocurrido, pero podemos suponer con seguridad que hay
una explicación, puesto que las cosas no ocurren por casualidad: “no ay fortuna en el
mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por
particular providencia de los cielos” (IV, 328, 26-29).139 La explicación de Don Quijote
seguramente sería que el resultado de su desafío al león era la voluntad de Dios, ¿y
cómo podemos no estar de acuerdo?

Sin embargo, el episodio todavía molesta. Cide Hamete nunca parece más distante
que en su alabanza de Don Quijote, hiperbólica pero despectiva (III, 217, 3-21). El
problema está en el dato citado anteriormente, la descripción que hace el narrador del
resultado de lo que llama la “jamás vista locura” de Don Quijote. El león, irónicamente
calificado de “generoso” y “más comedido que arrogante”, “no haziendo caso de
niñerías ni de bravatas...bolvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quixote”
(III, 218, 13-19). Esto es incompatible con la conducta del mismo Don Quijote, y con
los comentarios que hacen los personajes sobre él.

Quisiera solucionar el principal problema interpretativo de Don Quijote y conciliar la


orientación textual hacia la risa con las cualidades positivas y los verdaderos logros del
protagonista.140 “En verdad que no te he [de] dar este contento” (III, 27, 8-9). Creo que
no puede hacerse. La intención del autor es que los lectores se rían de Don Quijote en
todo el libro, excepto en el último capítulo. Sin embargo, antes del final, incluso mucho
antes, va convirtiéndose en un personaje más digno, menos loco, más virtuoso, y menos
gracioso. Hasta cierto punto se ha sacrificado el humor para dar provecho, como se
discute en el capítulo siguiente. Sin embargo, en conjunto, no puedo encontrar ningún
plan que rija la irregular evolución de Don Quijote, o pruebas de que Cervantes se
preocupara por las contradicciones en el texto que publicó o incluso, en muchos casos,
que fuera consciente de ello.

Es posible, sin embargo, explicar en términos generales los orígenes del problema.
Es difícil mantener un personaje negativo, y más aún a un protagonista negativo, y la
dificultad es mayor cuanto más largo es el libro; los autores, especialmente uno tan

117
preocupado por la caridad como Cervantes,141 llegan naturalmente a sentir simpatía por
sus personajes, quererlos o por lo menos “entenderlos”. Don Quijote, además, no era un
personaje cualquiera; era uno que guardaba extraordinarios paralelismos con el autor,
uno que, más que ningún otro personaje de La Galatea o el Persiles encarnaba las
fantasías de Cervantes.

Había, naturalmente, diferencias fundamentales entre ellos: Don Quijote era soltero
y Cervantes estaba casado, Don Quijote era un terrateniente rural y Cervantes un
burócrata viajero, pero esencialmente urbano, Cervantes era un patriota cristiano 142 y
Don Quijote veía la caballería como una ayuda a particulares,143 Cervantes era al mismo
tiempo autor y lector mientras que Don Quijote nunca se guió por sus fantasías de autor,
y Cervantes era cuerdo mientras Don Quijote era loco. Sin embargo, los paralelos
sorprenden. Los dos eran discretos e ingeniosos, no eran jóvenes,144 habían leído mucho
y conocían una gran variedad de temas.145 Ambos eran hidalgos de medios modestos;146
ambos eran de Castilla la Nueva.147 Ambos montaban rocines148 y ninguno de los dos
tenía todos los dientes.149 Ambos tenían “bigotes grandes” y “nariz corva”; Cervantes
tenía un “rostro aguileño” y Don Quijote una “nariz aguileña” (III, 175, 25-26; Novelas
ejemplares, prólogo, I, 20, 18-23).

Ambos estaban favorablemente dispuestos a la vida de armas, y cada uno se veía a sí


mismo “más valiente que estudiante” (I, 383, 14). Viajaban por España, y creían que
eran líderes incomprendidos,150 y se alababan a sí mismos y a la humildad
simultáneamente.151 Cada uno se consideraba “artífice de su ventura”,152 pero había
aprendido paciencia en las adversidades;153 ambos recibían dinero de la nobleza. Fueron
amenazados con la excomunión (capítulo 1, nota 40). Sabían un poco de italiano y
podían citar a Ariosto;154 tenían nociones de árabe.155 Eran aficionados al teatro,156 que,
creían, tenía que mejorar.157 Ambos vivían con mujeres, pero no con su esposa, en sus
respectivas casas (en Valladolid, en el caso de Cervantes). Tenían opiniones firmes
sobre muy distintos temas, y tenían valores parecidos.158 Ambos, naturalmente, conocían
bien los libros de caballerías.

Lo que sigue no está bien documentado, pero son, sin ironía, conjeturas verosímiles.
Tanto Cervantes como Don Quijote creían en la importancia de la honestidad.159 A
ambos les gustaba el silencio,160 y cada uno creía que era “cortés y amigo de dar gusto a
todos” (III, 198, 22). Ambos simpatizaban con el sacerdocio,161 y admiraban la vida
ascética.162 Ambos creían que Amadís de Gaula era el mejor libro de caballerías, y que
Belianís de Grecia tenía muchas partes buenas;163 en el capítulo 1 propuse que
Cervantes pensaba, igual que Alonso Quijano, escribir una continuación de su última
obra. Ambos eran “algo curioso[s]”, fatigados por sus “desseos de saber cosas nuevas”
(III, 306, 15-16); a los dos, sin embargo, les costaba dormir.164 Ambos tenían una
“memoria...grande” (III, 259, 10), y ambos aprendían acerca de sí mismos y acerca del
mundo, observando y meditando sus observaciones. Ambos padecían algo de
melancolía y disfrutaban con la literatura que la hacía desaparecer; ambos tenían gran
afición por los libros, y tenían una biblioteca.165 Ambos disfrutaban con la naturaleza,
pero no tenían ningún interés por la agricultura. Puede que ambos hubieran tenido una
enfermedad renal;166 ambos consideraban a los niños una carga. Ambos preferían viajar
a quedarse en casa, y tenían más contacto con los caballos y los mulos que con perros y
gatos; ambos preferían el campo a la ciudad. Ambos querían ayudar a su país, y
deseaban autoridad para poder poner sus ideas en práctica;167 ambos sentían nostalgia
por tiempos pasados.168 Ambos admiraban la caballería (aunque la entendían de forma

118
distinta), y creían que su resurgimiento era deseable.169 Ambos eran cristianos
“nuevos”.170 Los dos creían que eran excelentes, y deseaban la fama, pero tenían dudas,
fomentadas por la indiferencia o la hostilidad de la sociedad. Por eso, se sorprendieron
por el éxito de la Primera Parte, y estaban más confiados al principio de la Segunda
Parte.

Algunos de estos paralelismos pueden ser accidentales o sin importancia, pero no


todos. Llegamos a la conclusión que Don Quijote, más que ningún otro personaje,
refleja al autor.171 Si dejamos a un lado sus acciones locas y destructivas, que se
concentran en la Primera Parte, Don Quijote es un personaje totalmente admirable. Sólo
tendríamos que añadir algunos calificativos a su autodescripción de “valiente,
comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de
trabajos” (II, 374, 2-4), y cuestionar si todas estas características pueden atribuirse a su
reencarnación en un caballero andante, como cree.172 El verlo de esta forma explica en
gran parte el aumento de su talla y sus ingeniosos razonamientos. Está loco, pero
también es inteligentísimo.

Hay un precedente fascinante, en una obra de la que ya hemos hablado mucho, de un


personaje que representa, hasta cierto punto, el autor, pero está equivocado, confuso y
descaminado. Esta figura es El Pinciano, uno de los tres participantes en los diálogos de
la Philosophía antigua poética, de El Pinciano.173 El Pinciano es el personaje que
necesita que sus vecinos más eruditos, Fadrique y Hugo, le iluminen; es el que pregunta
y los otros responden. Ha oído hablar de Aristóteles y Cicerón, pero no los entiende (III,
33); tiene algunos conocimientos, pero no los suficientes (III, 79); está confuso (III, 98);
no entiende (III, 103); saca conclusiones ridículas de sus ingenuas interpretaciones de
Aristóteles.174 Sin embargo, a pesar de eso, es el que hace preguntas inteligentes, es el
buen observador que va directamente a los puntos débiles de los argumentos de sus
interlocutores, con el ejemplo que les cuesta explicar. Su semejanza con Don Quijote es
manifiesta.

En verdad, mientras que en la Primera Parte la sabiduría de Don Quijote es fuente de


sorpresas (II, 62, 15-21; II, 361, 17-23), en la Segunda Parte sus dos facetas son tema de
comentarios explícitos. Muy al principio (III, 40, 9-44, 24) se cuenta la historia del
hombre de la casa de los locos de Sevilla, que creía que estaba cuerdo, que hablaba y
escribía con gran sensatez, pero “al cabo disparava con tantas necedades, que en muchas
y en grandes igualavan a sus primeras discreciones”; lo mismo puede decirse de Don
Quijote. La descripción del personaje secundario más sabio de la Segunda Parte, el
Caballero del Verde Gabán, es bien conocida: Don Quijote era “un cuerdo loco y un
loco que tirava a cuerdo” (III, 221, 15-16), opinión repetida por su hijo (“un entreverado
loco, lleno de lúzidos intervalos”, III, 231, 22-23) y el narrador (“las entremetidas
razones de don Quixote, ya discretas y ya disparatadas”, III, 237, 19-21). Por los
primeros consejos de Don Quijote a Sancho, cualquiera lo consideraría una “persona
muy cuerda y mejor intencionada”, pero en los segundos “mostró tener gran donaire, y
puso su discreción y su locura en un levantado punto”; “a cada paso desacreditavan sus
obras su juizio, y su juizio sus obras”, sintetiza el narrador (IV, 55, 4-15). Los que lo
encontraron en la venta “quedaron admirados de sus disparates, como del elegante
modo con que los contava. Aquí le tenían por discreto, y allí se les deslizava por
mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre las discreción y la locura”
(IV, 251, 11-16).

119
El texto ofrece una explicación: el vínculo entre el humor y la inteligencia. Cervantes
lo indica en primer lugar con Dorotea, quien es a la vez “discreta” y “de gran donaire”
(II, 50, 5-6); sigue inmediatamente con la primera alusión a su propio genio cómico (II,
62, 5-13), y con la revelación de la discreción de Sancho.175 En la Segunda Parte, sin
embargo, este aspecto se repite en diversas ocasiones. “Las gracias y los donaires, señor
don Quixote, como vuessa merced bien sabe, no assientan sobre ingenios torpes”, dice
la duquesa.176 “No puede aver gracia donde no ay discreción”, añade Cide Hamete (IV,
65, 31-32). El mismo Don Quijote dice que para ser bobo se debe ser excepcionalmente
discreto (III, 69, 9-11). Sus locuras de la Primera Parte se convierten en discretas
locuras en la Segunda Parte.177

Un motivo todavía más importante para la creación de la faceta extremadamente


buena de Don Quijote era provocar la risa y la admiración con su contraste con la faceta
extremadamente loca. En términos de Cervantes, es el contexto positivo de un personaje
admirable y agradable lo que hace destacar la palabra o la acción que produce humor;
como dice López Pinciano, no es exactamente “lo feo” lo que es divertido, sino “alguna
fealdad”.

Podemos llegar a esta conclusión por el trato semejante que se da a Sancho. Si Don
Quijote es un cuerdo loco, Sancho es un tonto discreto.178 En el mismo discurso, Don
Quijote dice que Sancho “duda de todo y créelo todo”—no podría pedirse una
declaración más explícita de una caracterización contradictoria—y que es “uno de los
más graciosos escuderos que jamás sirvió a cavallero andante”; “el pensar si es simple o
agudo causa no pequeño contento” (III, 404, 27-405, 1). La duquesa relaciona los
aspectos positivos de Sancho, el humor y la inteligencia: “de que Sancho el bueno sea
gracioso lo estimo yo en mucho, porque es señal que es discreto” (III, 374, 12-14).

En el texto se presenta el contraste de la personalidad de ambos en términos muy


similares, por lo que podemos llegar a la conclusión que las facetas opuestas de los dos
personajes tienen la misma función. Sancho “se despeña del monte de su simplicidad al
profundo de su ignorancia” (III, 154, 27-28; adaptado), y Don Quijote “se despeña de la
alta cumbre de su locura hasta el profundo abismo de su simplicidad” (III, 37, 18-20;
adaptado). “Parece que los forxaron a los dos en una mesma turquessa.”179

Lo que tenemos que sacar en claro de todo eso es que Don Quijote es un personaje
sumamente positivo, no sólo “el más delicado entendimiento que avía en toda la
Mancha” (I, 92, 9-10), sino también un hombre de acción culto y sensato, el personaje
más positivo que Cervantes podía crear, un personaje muy parecido a él mismo. Al
mismo tiempo, el texto nos dice muchas veces y después nos recuerda que nos lo ha
dicho,180 en el tema de la caballería está loco, increíblemente loco, “rematadamente
loco” (IV, 322, 3), “el mayor loco del mundo” (III, 227, 21), una combinación que
asombra a los que encuentra. Es precisamente porque un hombre tan admirable tenía “el
más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo”,181 que expresaba con
locuras que “llegaron...al término y raya de las mayores que pueden imaginarse” (III,
128, 9-10), que iba a ser “el más gracioso...hombre del mundo” (IV, 273, 14-15).

Algunos lectores, naturalmente, encontraron a Sancho más gracioso (III, 65, 29-31;
III, 394, 26-30), por cuyo motivo se amplió su papel. Al principio de este capítulo se
mencionó una posible explicación: que las palabras, que pueden ser más variadas que
las acciones, son intrínsecamente más graciosas. Pero me gustaría sugerir una

120
explicación más: que Sancho también es más gracioso porque sus dos facetas contrastan
más dramáticamente; es más contradictorio y menos coherente.

En Don Quijote existe cierta coherencia, por más contradictoria que sea su
personalidad. Es coherente en su visión de sí mismo como caballero andante, sometido
a ciertas reglas, amando a su dama, intentando ser útil, y cerrando los ojos ante el
conflicto entre el mundo fantástico de sus libros y el mundo real en el que vive.
Coherentemente basa su vida y su filosofía en lo que ha leído, y, como ya se ha dicho,
está loco hasta el último capítulo, aunque su locura va disminuyendo lenta y sutilmente.

Sancho, sin embargo, es mucho menos coherente, pues Cervantes pretendía que
fuera más gracioso. Podemos concluir por la manera cómo Sancho es tratado que
Cervantes prefirió el humor a la coherencia en la caracterización. Lo modifica
fácilmente, mucho más que Don Quijote, haciéndolo juicioso o estúpido, entendido o
ignorante, según como le convenga para el humor. Descrito en la misma forma
superlativa que su amo, es “uno de los más solenes mentecatos de nuestros siglos” (III,
108, 4-5). Sancho no ha leído nunca un libro de caballerías (I, 138, 9-11); desconoce la
caballería (I, 232, 22-23), tanto que cree que hay arzobispos andantes (I, 382, 23-27) y
que un soberano puede vender a sus súbditos (II, 41, 19-31). Sin embargo, de repente
habla con su amo utilizando un bello lenguaje caballeresco (I, 136, 17-23; I, 262, 29-
263, 31), con una campesina a la que llama Dulcinea (III, 136, 6-15), y con la duquesa
(III, 370, 1-15).182 Sabe citar romances a Doña Rodríguez de Grijalba y a Don
Quijote,183 contar historias muy adecuadas (III, 386, 1-14) y rivaliza con Don Quijote en
comparaciones (III, 153, 32-154, 5), pero utiliza proverbios “a troche moche” (IV, 58,
12), aunque alguna vez los usa genialmente.184 De hecho, sólo los emplea
excesivamente o mal con los personajes que los encuentran graciosos (la duquesa)185 o
fastidiosos (Don Quijote).

Al contrario que otra gente de su pueblo, 186 Sancho sabe en la Primera Parte que una
ínsula está rodeada de agua.187 Es más gracioso, sin embargo, si la ínsula que en realidad
“gobierna” está en tierra firme, y así en la Segunda Parte ignora este elemental hecho
geográfico (IV, 196, 6-16); del mismo modo, utiliza con seguridad la expresión
“Santiago, y cierra España” (III, 76, 22), pero más tarde desconoce cómicamente su
significado (IV, 230, 1-7). Sancho servirá a Don Quijote “fiel y legalmente” (III, 107,
25), pero seis capítulos más adelante encontramos que sus servicios durarán sólo hasta
que lleguen a Zaragoza,188 y entonces nos enteramos que le servirá hasta la muerte (III,
412, 27-29). Es “prevaricador del buen lenguaje” (III, 244, 15), pero puede aparecer con
la brillante acuñación de “vaziyelmo” (II, 304, 4). Tanto Don Quijote como el narrador
lo describen como tonto.189 En su pueblo todos lo ven como un porro,190 y él se aplica
estos términos a sí mismo (IV, 389, 21-22; III, 416, 29), añadiendo que tiene un “ruin
ingenio” (III, 416, 22). Ni ve las intenciones de las “ridículas ceremonias” (IV, 78, 30)
de Barataria ni se da cuenta de que Pedro Recio de Agüero se burla de él (IV, 97, 4-100,
14). Sin embargo es lo suficientemente listo para darse cuenta de que el suicidio de
Basilio es falso (III, 270, 10-11), para observar el divertido error en el discurso del
diablo (III, 428, 17-20), y para hacer preguntas inteligentes, aunque burlonas del primo
(III, 279, 23-280, 30). Aunque sea analfabeto (I, 138, 10-11, y en muchas frases
posteriores), sabe tanto que parece que haya estudiado,191 y tiene conocimientos de la
composición de libros (III, 75, 10-14) y del teatro (III, 149, 2-11) a los que nunca
hubiera podido acceder en su lugar, pero es tan ignorante que cree que si fuera noble,
sería adecuado que su propio barbero le siguiera en público (I, 297, 24-27), y no sabe

121
identificar como galeras los “bultos” con “pies” que se mueven en el mar (IV, 276, 10-
11). Pone de manifiesto la hiperbólica retórica de Don Quijote cuando, casi a la
perfección, repite sus palabras después de la identificación de los batanes (I, 276, 19-
27), pero pronto nos dice que tiene tan mala memoria que a menudo olvida su nombre
(I, 367, 14-16), y nos reímos de él cuando destroza la carta de Don Quijote para
Dulcinea (I, 380, 24-381, 14); su “buena memoria”, no deja de señalarnos el narrador,
causó “no poco gusto” al cura y al barbero (I, 381, 15-16). Es lo suficientemente
estúpido para partir para El Toboso para encontrar a Dulcinea allí, aunque que se haya
acabado de enterar que es en realidad Aldonza Lorenzo, de su mismo pueblo (I, 377, 16-
17). Al principio de la Segunda Parte es lo suficientemente listo para darse cuenta de
que buscarla allí es una pérdida de tiempo, e inventar su encantamiento. No obstante, es
lo bastante estúpido para que la duquesa le convenza de que el encantamiento que él
mismo ha inventado es real, y acceder a darse 3.300 golpes para darle fin.

Gracioso, desde luego. Coherente, no mucho. Naturalmente, hay cierta coherencia en


Sancho. A lo largo de todo el libro le interesa la comida, desea el bienestar físico, y nos
divierte con sus palabras. Sin embargo Cervantes nos muestra que prefiere el humor a la
coherencia del personaje poniendo en boca de los personajes palabras que nunca dirían,
si quisiera que fueran coherentes. Don Quijote, que cree que Dulcinea es la mujer más
maravillosa que se haya creado, “nunca” la compararía con Helena y La Cava. Sancho,
que no tiene ninguna razón para enojar a su amo y teme su cólera (I, 285, 3), “debería
saber” que no se debe comparar sus pensamientos con el estiércol (III, 154, 12-14) o
inventar detalles tan ofensivos sobre Dulcinea (II, 64, 11-67, 32; III, 111, 20-112, 5).
Doña Rodríguez, la “dueña de honor” de la duquesa (IV, 112, 23-25), es llamada
“veneranda” por Don Quijote (III, 380, 32) y “reverenda” por el narrador. 192 Sin
embargo, Cervantes no sólo la presenta sorprendente y cómicamente ignorante,193 sino
que pone en su boca la línea más obscena de todo el romancero,194 le hace discutir su
falta de virginidad (III, 454, 5-8), y comparar lo que cubre su cuerpo con lo que cubre
un muladar.195

122
Notas al Capítulo 4

1
Russell y Close, en sus artículos y en el libro citado en la introducción, nota 3. Son predecesores E.
M. Wilson, “Cervantes and English Literature of the Seventeenth Century”, Bulletin hispanique, 50
(1948), 27-52; A. A. Parker, “Don Quixote and the Relativity of Truth”, Dublin Review, Vol. 220, N1 441
(otoño, 1947), 28-37, revisado y traducido con el título “El concepto de la verdad en el Quijote”, Revista
de filología española, 32 (1948), 287-305, y “Fielding and the Structure of Don Quixote”, Bulletin of
Hispanic Studies, 33 (1956), 1-16; e incluso Fitzmaurice-Kelly (véase la introducción de su edición de la
traducción de Thomas Shelton [1896; reimpr. New York: AMS, 1967).

2
Tres estudios de Close, eclipsados por su libro, tratan indirectamente de problemas del humor:
“Sancho Panza: Wise Fool”, Modern Language Review, 68 (1973), 344-357, “Don Quixote's Love for
Dulcinea: A Study of Cervantine Irony”, Bulletin of Hispanic Studies, 50 (1973), 237-255, y “Don
Quixote's Sophistry and Wisdom”, Bulletin of Hispanic Studies, 55 (1978), 103-114. También debería
mencionarse su “Cervantes' Arte nuevo de hazer fábulas cómicas en este tiempo”, Cervantes, 2 [1982], 3-
22, que trata básicamente de la teoría de la ficción y sólo incidentalmente del humor, y “Characterization
and Dialogue in Cervantes's Comedias en prosa”, Modern Language Review, 76 [1981], 338-356;
también Jean Canavaggio, “Las figuras del donaire de Cervantes”, en Risa y sociedad en el teatro español
del Siglo de Oro (Paris: CNRS, 1980), págs. 51-64.

Hay un capítulo sobre el humor verbal en El “Quijote” como obra de arte del lenguaje de Helmut
Hatzfeld, anejo 83 de la Revista de filología española, 20 edición (Madrid: CSIC, 1966), págs. 153-176, y
un estudio de George K. Zucker, “La prevaricación idiomática: un recurso cómico en el Quijote”,
Thesaurus,28 (1973), 515-525, y algunos comentarios sobre el humor verbal en Laura J. Gorfkle,
Discovering the Comic in “Don Quixote”, North Carolina Studies in the Romance Languages and
Literatures, 243 (Chapel Hill: U.N.C. Department of Romance Languages, 1993). Adrienne Laskier
Martín relaciona el humor con la locura y la paradoja en Cervantes and the Burlesque Sonnet (Berkeley:
University of California Press, 1991), págs. 66-80 (libro reseñado por Emilie L. Bergmann en
Cervantes,11.2 [1991], 105-107). No he visto la tesis de Anne Marie Bodensieck, “The Linguistic Comic
in Cervantes' Don Quixote de la Mancha”, Wisconsin, 1928, ni la de Ames Haven Corley, “A Study in the
Word-Play in Cervantes' Don Quixote”, Yale, 1914. Sin embargo, no se ha intentado hacer con Don
Quijoteun estudio similar al de Teresa Aveleyra Arroyo de Anda en El humorismo de Cervantes en sus
obras menores (México, 1962) (también “El humorismo de Cervantes”, Anuario de letras, 3 [1962], 128-
162), o al de Amelia Agostini de del Río en “El teatro cómico de Cervantes”, Boletín de la Real
Academia Española, 44 (1964), 223-307, 475-539 y 45 (1965), 65-116. Más adelante se usará el artículo
de D. van Maelsaeke, “The Paradox of Humour: A Comparative Study of Don Quixote”, Theoria [¿Natal,
África del Sur?], 28 (1967), 24-42, por su información sobre el romanticismo alemán y Cervantes, pero
no es un estudio sobre el humor; el de Roy Johnson, “The Humor of Don Quixote”, Romanic Review, 54
(1963), 161-170, es un tratado sobre el carácter o temperamento del protagonista.

3
II, 361, 20-21. Sansón Carrasco, en las raras ocasiones en que es amable con Don Quijote (pág. 129,
infra), dice que tiene un “boníssimo juizio” (IV, 321, 23-24).

4
“Lo que hablava era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hazía, disparatado, temerario y
tonto” (III, 221, 22-24).

5
George McFadden, Discovering the Comic (Princeton: Princeton University Press, 1972), pág. 3; C.
F. de la Vega, El secreto del humor (Buenos Aires: Nova, 1967), pág. 15 y passim; etc. Sobre el humor,
como ha dicho Santiago Vilas, “nadie parece ponerse de acuerdo con nadie” (“Hacia un concepto del
humor”, págs. 15-97 de su El humor y la novela española contemporánea [Madrid: Guadarrama, 1968],
en la pág. 35). Para un análisis de las nociones tempranas sobre el humor, véase Patricia Keith-Spiegel,
“Early Conceptions of Humor: Varieties and Issues”, en Jeffrey H. Goldstein y Paul E. McGhee, eds., The
Psychology of Humor. Theoretical Perspectives and Empirical Issues(New York y London: Academic
Press, 1972), págs. 4-39. Entre los tratamientos modernos, me han sido útiles Mathematics and Humor de

123
John Allen Paulos (Chicago: University of Chicago Press, 1980), y Bohdan Dziemidok, The Comical. A
Philosophical Analysis, trad. de Marek Janiak (Dordrecht: Kluwer, 1993).

6
En términos de López Pinciano, para saber lo que es feo hay que conocer lo que es bello.

7
I, 75, 7-9; I, 276, 6-15; II, 391, 20; III, 380, 18-21; IV, 11, 26-27.

8
ElLibro de la melancolía de Andrés Velázquez (Sevilla, 1585), que Cervantes pudo haber conocido,
define el humor en términos distintos a los de Cervantes (la risa es producida por la admiración, más bien
que opuesta a ella), y no explica cómo producirla. Hay solamente otra discusión sobre la creación del
humor que es fácil que Cervantes conociera, que es la que se encuentra en el libro segundo del Cortesano
de Castiglione, pero es una discusión acerca de cómo conseguir el humor en discursos y acciones, más
que en obras escritas. No he encontrado ninguna prueba de que Cervantes se inspirara en él ni siquiera
para el humor verbal de Don Quijote. Margherita Morreale no menciona a Cervantes en su estudio de la
influencia del Cortesano en España, “‘Cortegiano faceto’ y ‘Burlas cortesanas’. Expresiones italianas y
españolas para el análisis y descripción de la risa”, Boletín de la Real Academia Española, 35 (1955), 57-
83.

9
“Bien puedes preciarte que en servir al gran don Quijote sirves en cifra a toda la caterva de cavalleros
que han tratado las armas en el mundo” (IV, 11, 4-7); “en él [don Quijote] se encierra y cifra todo el valor
del andante cavallería” (IV, 299, 11-12).

Don Quijote simboliza todos los caballeros andantes. Como dice Sansón Carrasco, después de haber
derrotado a Don Quijote, “en sólo este vencimiento hago cuenta que he vencido todos los cavalleros del
mundo” (III, 174, 28-30). Véanse también los pasajes citados en la primera nota del capítulo 1.

10
“En quien [Sancho], a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de
los libros vanos de cavallerías están esparzidas” (I, 38, 28-30).

11
Se ha propuesto que los personajes, que tienen ocupaciones tan diversas, con pocas repeticiones (un
cura, un canónigo, un eclesiástico, un bandido, un duque, etc.), representan a distintos tipos. Doña
Rodríguez era un “exemplo de dueña” (IV, 28, 28), y Dulcinea, según Don Quijote, era “sustento de la
hermosura, nata de los donaires y, finalmente, sugeto sobre quien puede assentar bien toda alabança, por
ipérbole que sea” (IV, 393, 10-13); en ella “se vienen a hazer verdaderos todos los impossibles y
quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas” (I, 174, 1-3).

12
Así Don Quijote “[dize] grandes disparates” (III, 49, 21-22); “andavan mezcladas sus palabras y sus
acciones [de Sancho] con assomos discretos, y tontos” (IV, 154, 11-13). La gradual aproximación de Don
Quijote y Sancho es bien conocida; más adelante en este mismo capítulo se estudian sus similitudes. En el
texto se señala la influencia de la locura, discreción y cortesía de Don Quijote en Sancho (I, 382, 7-12;
III, 154, 8-20; III, 408, 27-32; III, 455, 25-31), aunque el texto también señala que Sancho nunca fue tan
loco como su amo (II, 325, 17-22; II, 326, 31-327, 2), ni tan bien hablado (III, 409, 1).

13
Novelas ejemplares, prólogo, 23, 19-20; así deberíamos entender “las hazañas y donaires de don
Quixote y de su escudero” (III, 110, 11-13). Cuando Sancho está solo, como gobernador, entonces
encontramos referencias a sus “palabras y acciones” (IV, 210, 10).

14
III, 46. Las etimologías equivocadas, de las cuales “Ptolomeo” es el mejor ejemplo (III, 362, 5-10),
son puestas en boca de Sancho. Varios de sus errores lingüísticos consisten en grotescos intentos de
reducir una palabra a lo que cree que son sus componentes originales.

15
III, 60-62. En boca de Sancho, quien pretende ser experto en preguntas y respuestas (III, 280, 20-25)
se ponen preguntas que producen risa por su contraste con un contexto inadecuado. Entre éstas se
encuentran, por ejemplo, sus preguntas acerca del fabricante del puñal de Montesinos (III, 288, 30-289,
5), si los ermitaños tienen pollos (III, 305, 11-12), y si los soldados gritan “Santiago y cierra
España”porque España está abierta (IV, 230, 1-6).

124
16
III, 38-40. Véase Donald McGrady, “The Sospiros of Sancho's Donkey”, Modern Language Notes,
88 (1973), 335-337. Se encuentran otras alusiones a los suspiros en la anécdota del perro hinchado (III,
29, 16-20), y en IV, 71, 1-2.

17
Son ejemplos de contrastes involuntariamente humorísticos en las comedias “un viejo valiente y un
moço cobarde, un lacayo rectórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona” (II, 349,
15-17).

18
Mayáns fue el primero en incluir este comentario en los estudios cervantinos (Vida, pág. 54). No se
ha podido identificar su fuente; Fitzmaurice-Kelly, Reseña documentada,pág. 132, nota 366, indica que
no se encuentra en Dichos y hechos del Sr. Rey D. Felipe III de Baltasar Porreño, que a veces se dice que
ha sido la fuente de Mayáns.

19
La frase de Tamayo, “ingenio, aunque lego, el más festivo de España”, se suele citar incompleta. Se
halla en Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, pág. 121, nota 131. El libro de Tamayo, la Junta
de libros, la mayor que España ha visto en su lengua (Biblioteca Nacional, MSS 9752-9753), está todavía
inédito. La descripción de Cervantes como “ingenio lego” se halla en Viaje del Parnaso, 88, 23.

20
Además del artículo de Close citado en la nota 2, supra, hay los de Amado Alonso, “Las
prevaricaciones idiomáticas de Sancho”, Nueva revista de filología hispánica, 2 (1948), 1-20; Charles
Vincent Aubrun, “Sancho Panza, paysan pour de rire, paysan pour de vrai”, Revista canadiense de
estudios hispánicos, 1 (1976), 16-29; Monique Joly, “Ainsi parlait Sancho Pança”, Les langues néo-
latines, 69 (1975), 3-37; y otros estudios, que pueden encontrarse en la bibliografía de Flores, Sancho
Panza, págs. 163-165.

21
“Tengo un asno que vale dos vezes más que el cavallo de mi amo” (III, 165, 10-11).

22
I, 65, 22-27. Eso era “materia de grande risa” (I, 65, 17).

23
III, 97, 27-98, 2. Don Clavijo, seductor de Antonomasia, sabe hacer jaulas para pájaros, una de las
gracias que son suficientes para “derribar una montaña, no que una delicada donzella” (IV, 13, 1-6).

24
En el capítulo 3 de la Primera Parte. La “buena señora” (I, 75, 12) es identificada como prostituta en
I, 60, 16 y I, 61, 29-30.

25
La importancia que el protagonista atribuye a los nombres es exagerada; escoge el de Rocinante
entre “muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hazer en su memoria e
imaginación” (I, 54, 29-32). Para escoger su propio nombre tardó “otros ocho días” (I, 55, 7).

26
IV, 392, 11-12, donde dice que la selección de nombres pastoriles es “lo más principal de aquel
negocio”.

27
III, 56, 15-20. Es irónico que el título “don” se haya introducido en la lengua inglesa como
substantivo (cuando no lo es en español) en gran parte debido a la influencia de Don Quijote, cuyo
protagonista es frecuentemente llamado “el don” por escritores que sólo conocen la obra en inglés.

28
Como señala Leo Spitzer (“Linguistic Perspectivism in the [sic] Don Quijote”, en Linguistics and
Literary History [Princeton: Princeton University Press, 1948], págs. 41-85, en la pág. 49;
“Perspectivismo lingüístico en El Quijote”, en Lingüística y historia literaria, traducción de José Pérez
Riesco, 20 edición [Madrid: Gredos, 1961], págs. 135-187, en la pág. 148), Don Quijote cree que su
nombre es una honorable derivación de Lanzarote, pero en realidad es poco digno; &#8209;ote se usa
como rima humorística en el poema de Don Quijote, I, 376, 3-28. Para una discusión más amplia de este
episodio, véase Luis Murillo, “Lanzarote y Don Quijote”, en Folio. Papers on Foreign Languages and
Literatures, 10. Studies in the Literature of Spain. Sixteenth and Seventeenth Centuries, ed. Michael J.
Ruggerio (Brockport, New York: Department of Foreign Languages, State University of New York at
Brockport, 1977), págs. 55-68, que menciona estudios anteriores y menos extensos sobre este tema.

125
29
“Argamasa” es mortero. Cervantes usó este término en comparaciones para representar dureza: “más
duro que si fuera hecho de argamassa” (I, 147, 6-7), “más dura que un pedaço de argamasa” (“La ilustre
fregona”, II, 310, 25-26).

30
El matrimonio de Sancho con Teresa es muy infeliz: “súfrala el mesmo Satanás”, dice en III, 277,
15, después de comentar que su mujer “no es muy mala, pero no es muy buena”. Estos comentarios
vienen inmediatamente después del discurso de Don Quijote sobre el matrimonio, que provoca una
respuesta entusiástica por parte de Sancho. Aunque no está expresado en el texto, puede deducirse cierta
conexión entre la reacción de Sancho y el comentario final de Don Quijote, “si la [mujer] traes mala, en
trabajo te pondrá el emendarla.... Yo no digo que sea impossible, pero téngolo por dificultoso” (III, 276,
10-13). Ni Don Quijote (III, 356, 14; IV, 52, 18-27) ni Sancho (I, 113, 10-15; II, 399, 25) sienten gran
respeto por Teresa, que no quiere que Sancho sea un hombre en su propia casa (III, 107, 14-16). Si su hija
Sanchica ha resultado bien, ha sido en opinión de Sancho, “a pesar de su madre” (III, 165, 29-30).

Generalmente no está muy contento cuando vuelve a casa (III, 80, 18-19), y Teresa tiene motivos para
temer que la olvidará (III, 82, 21): a Sancho le resulta fácil olvidar a su mujer cuando trabaja (IV, 369, 32-
370, 1). Se da a entender que Teresa no es bella (III, 275, 15-16, y muchas afirmaciones parecidas). En
realidad, no sólo es “fuerte, tiessa, nerbuda y avellanada” (IV, 142, 30-31), sino gorda (IV, 340, 3), por
cuya razón Sancho sugiere el despectivo nombre pastoril de Teresona (IV, 340, 2). A pesar de que
pretende tener “castos desseos” y que desea evitar “casas agenas” (IV, 340, 5-7), está totalmente dispuesto
a dar a Altisidora lo que Don Quijote no quiere (IV, 370, 26-27), y declara caballerosamente que desea
“servir” a la duquesa (III, 408, 17-26).

Teresa dice cosas feas cuando “se le antoja” (III, 277, 13-14); afirma que su corazón estaba triste
durante la ausencia de su marido, pero lo que le hace feliz son cosas materiales, y da gracias a Dios de
que el asno, acerca del cual pregunta primero, ha regresado en mejores condiciones que su esposo (II,
398, 28-399, 14). Las momentáneas apariciones de Teresa en la Segunda Parte, en su correspondencia
(capítulo 52), durante la visita del paje (capítulo 50), y en el apócrifo capítulo 5 (III, 83, 29; III, 88, 28)
confirman la descripción que hace Sancho de ella: codiciosa, así como “testaruda” (III, 107, 7-12) y
vanidosa. Satisfacerla bien podía ser uno de los motivos por los que Sancho se fue de casa con la promesa
de que sería gobernador (véase III, 73, 27-30), y, por lo tanto, rico (II, 41, 19-31; III, 447, 1-3; IV, 372,
25-27; quizás IV, 195, 21-23).

31
“Asnalmente” (I, 111, 13-14).

32
I, 349, 15-18; II, 389, 26-390, 6; III, 105, 28-106, 1; III, 199, 7-10; III, 451, 3-7; III, 452, 12-16;
parodiado en I, 129, 2-13, con palabras que son repetidas en el discurso de la Edad de Oro. (Nótense
asimismo las burlescas actividades del ventero, I, 68, 25-28.) Se encuentran afirmaciones algo más
precisas acerca de los deberes de un caballero andante en III, 39, 1-24; III, 45, 11-14; III, 237, 7-10; IV,
169, 22-25; y IV, 204, 21-23 (parodiado en II, 396, 30-31).

33
De la misma manera, el refrán inglés actual “chivalry is dead” (“la caballería está muerta”), que
quiere decir que ya no se sirve a las mujeres, refleja una postura ahora olvidada: que en Don Quijote
Cervantes había atacado y destruido no sólo un tipo de literatura caballeresca, sino la caballería misma
(véase Close, Romantic Approach, capítulo 3).

34
La conexión creada por Hearnshaw (“Chivalry and its Place in History”, págs. 8-9) entre el
comienzo de las Cruzadas en el Concilio de Clermont y el servicio a las mujeres raya en lo excéntrico;
compárese el tratamiento de Federico Duncalf, “The Councils of Piacenza and Clermont”, en A History of
the Crusades, ed. Kenneth M. Setton, I, 20 edición (Madison: University de Wisconsin Press, 1969), 220-
252.

En el tratado medieval sobre la caballería más famoso, el Libro del orden de caballeríade Lulio, “la
función de la orden de caballería era proporcionar la fuerza necesaria para mantener las leyes de Dios y
del hombre” (Painter, French Chivalry, pág. 79). El Doctrinal de los cavalleros de Alonso de Cartagena
(Burgos: Friedrich Biel, 1487; disponible en microfilme en la serie “Iberian and Latin American Books
before 1701” [antes “Hispanic Culture Series”], 317) empieza con Dios y con las leyes, y en Tirant lo
blanc, que incluye muchas consideraciones teóricas sobre la caballería, se dice que se fundó para que “la

126
justicia fuese tornada en su honra y prosperidad”, y para que “Dios [fuese] amado, conocido y honrado”
(capítulo 32). La protección de las mujeres formaba parte de estos propósitos más amplios. Sobre la
deformación de don Quijote de los principios de la caballería, véase ahora Robert W. Felkel, “El trastorno
de la caballería en Don Quijote: El héroe cervantino a la luz de los tratados de caballería catalanes”,
Anales cervantinos 30 (1992), 99-127.

35
Incluso en los libros de caballerías españoles, la caballería no significa servir a las mujeres; estos
libros se centraban en los hombres, como he señalado en Romances of Chivalry in the Spanish Golden
Age, págs. 70-71, y en “Cervantes y Tasso vueltos a examinar”. Diego Clemencín, que adoptó como
propio el parecer de Don Quijote (véase su introducción, págs. 990b-991a de la edición citada), tiene que
escoger y seleccionar, y tomar citas fuera de contexto, para respaldar la postura de Don Quijote (nota 9 de
Clemencín a I, 11). Como se trata de un punto importante, explicaré cómo Clemencín ha distorsionado los
datos. Empieza con una cita de Feliciano de Silva, el autor más licencioso de estos libros y el favorito de
Don Quijote, pero esta cita según la cual los caballeros deberían defender a “dueñas y doncellas”,
proviene de parte interesada, no de un narrador imparcial (como erróneamente dije en una ocasión). Su
cita de Tirant aparece solamente después de un juramento de servicio al rey (como Clemencín sólo da la
referencia del capítulo italiano, puede ser útil observar que se encuentra en el capítulo 59 del original).

Clemencín también cita como pruebas las reglas de los Caballeros de la Banda, incluidas en Doctrinal
de los cavalleros de Alonso de Cartagena. (He usado la edición de Burgos: Friedrich Biel, 1487,
disponible en microfilme en la serie Iberian and Latin American Books before 1701, antes Hispanic
Culture Series, rollo 317; una edición científica la ofrece Isabel García Díaz, “La Orden de la Banda”,
Archivum Historicum Societatis Iesu, 60 [1991], 29-89, quien comenta otras ediciones modernas en su
pág. 61. La tesis de licenciatura de García Díaz, “La Orden de la Banda en la política de Alfonso XI”,
Departamento de Historia Medieval, Universidad de Murcia, 1983, está citada por Rogelio García Mateo,
S. J., “Orígenes del ‘más’ ignaciano”, pág. 122, nota 16.) Sin embargo, Clemencín no observa que estas
reglas ocupan sólo una pequeña parte de la obra, en la que se da mucha más importancia a la amistad
masculina (fols. R5v -8v ). Es cierto que un caballero de esta organización tenía que hacer tres cosas:
“guardar lealtat a su señor”, “amar verdaderamente a quien oviere de amar, espeçialmente a aquella en
quien pusiere su entinçion” y “amar a sy mismo e preçiarse e tenerse para algo” (fols. 79 Q7 v -Q8r ). Pero
parece que el segundo de estos deberes está dirigido al matrimonio (véase 86 fol. R3v ); en la ceremonia
de investidura, lo que el caballero tenía que jurar era que “en toda la vuestra vida que seades en seruiçio
del rey e que seades sienpre vasallo del rey o de alguno de sus fijos”, y “que amedes a los caualleros de la
Vanda” (fol. 82 R1r ). La frase que cita Clemencín, “que el cavallero dela vanda deue ayudar alas dueñas
e donzellas fijas dalgo”, no es más importante que las instrucciones que los caballeros no jueguen a los
dados, coman “manjares suizos” o no vistan de forma poco apropiada (fol. Q8v 80-81).Es cierto que un
caballero de esta organización tenía que hacer tres cosas: “guardar lealtad a su señor”, “amar
verdaderamente a quien oviese de amar espeçialmente aquel en quien posiere su entinçión” y “amar a sí
mesmo e preçiarse e tenerse por algo” (fols. Q7v -8r). Pero parece que el segundo de estos deberes está
dirigido al matrimonio (véase fol. R3v); en la ceremonia de investidura, lo que el caballero tenía que jurar
era que “en toda vuestra vida que seades en serviçio del rrey o de alguno de sus fijos”, y “que amedes a
los cavalleros de la vanda” (fol. R1r). La frase que cita Clemencín, “que el cavallero dela vanda deue
ayudar alas dueñas e donzellas fijas dalgo”, no es más importante que las instrucciones que los caballeros
no jueguen a los dados, coman “manjares suizos” o no vistan de forma poco apropiada (fol. Q8v). Está
muy lejos del amor caballeresco de Don Quijote.

Dos de los otros ejemplos de Clemencín provienen de obras italianas, Morgante y Leandro el bel
(sobre éste, véase Thomas, págs. 229-234). Y tiene dos citas de la última continuación de Belianís de
Grecia, y yo puedo añadir una afirmación del prólogo del licencioso Francisco Delgado a la edición de
Amadís publicada en Venecia en 1533 (este pasaje es reproducido por Adolfo de Castro, Varias obras
inéditas de Cervantes [Madrid, 1874], págs. 436-437); es dudoso aunque no imposible que Cervantes
conociera este texto.

Ésta es una pobre cosecha de un conjunto tan inmenso de obras como son los libros de caballerías
castellanos, en los que hay amplia confirmación de una afirmación tal como “desaforados disparates”
hecha por el canónigo (véase la nota de Clemencín del capítulo 47 de la Primera Parte).

36
Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 82-84. En I, 50, 22-24 se revela que Silva
es el autor favorito de Alonso Quijano. Creo que la lascivia de las obras de Silva es dejada de lado en

127
Don Quijote para evitar que atraiga a los lectores a ellas. Cervantes dice, en cambio, que son imposibles
de entender.

37
I, 64, 8; Conchita Herdman Marianella estudia este cambio en “Dueñas” and “Doncellas”: A Study
of the “Doña Rodríguez” Episode in “Don Quixote”, University of North Carolina Studies in Romance
Languages and Literatures, 209 (Chapel Hill: University of North Carolina, 1979), págs. 74-76. Sobre el
empleo de romances en Don Quijote, véase Luis Murillo, “Lanzarote and Don Quijote”, y mi “El
romance visto por Cervantes”.

38
III, 376, 30-377, 3; III, 380, 8-14; III, 382, 2-8.

39
I, 213, 5-8; se olvida de él en I, 294, 25-295, 29 y II, 55, 29-30.

40
Aun cuando Don Quijote dice que Amadís era “grande amparador de las donzellas” (III, 93, 23),
hace la siguiente pregunta retórica: “¿Quién es más honesto...que el famoso Amadís de Gaula?” (III, 46,
13-15), y le utiliza, mucho más tarde, como modelo para protegerse de “ocasiones que le moviessen o
forçassen a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardava” (IV, 70, 26-30). También se
menciona que Amadís servía de modelo para Don Quijote en I, 55, 12-21; I, 351, 22-353, 30; I, 374, 15-
375, 10; y II, 376, 5-11.

41
III, 275, 29-31, aunque véanse los pasajes citados en la nota 39. Es “teniendo a raya los ímpetus de
los naturales movimientos” (III, 61, 8-10), “pon[iendo] una muralla en medio de mis desseos y de mi
honestidad” (IV, 68, 26-27).

42
Naturalmente eso no es verdad. Compárese, por ejemplo, con la actitud del Caballero del Febo;
véase el capítulo 52 de la Primera Parte del Espejo de príncipes y caballeros.

43
Marcela es estudiada en el capítulo siguiente.

44
III, 390, 30-32; también I, 55, 26-28 y I, 172, 14-24.

45
Galaor, hermano de Amadís, “nunca tuvo dama señalada a quien pudiesse encomendarse, y con todo
esto no fue tenido en menos” (I, 172, 28-30). Diego Clemencín, comentando este pasaje, pudo encontrar
sólo una regla de los Caballeros de la Banda (nota 35, supra) en apoyo de la afirmación de Don Quijote,
pero de nuevo ha citado mal incluso estas reglas. Lo que el texto dice es que “ningún cavallero de la
banda estuuiese en la corte sin servir a alguna dama” (cursiva mía); ya se ha señalado que el matrimonio,
según estas reglas, es una consecuencia probable.

46
“El Toboso, un lugar de la Mancha” (I, 173, 29-30). “Del Toboso” es resaltado en el mismo poema
que utiliza &#8209;ote como rima humorística (nota 28, supra), una “añadidura” que “no causó poca
risa” (I, 376, 31-32).

En tiempos de Cervantes, “la mayor parte de la población [de El Toboso] era de moriscos, y...no había
nobles, caballeros ni hidalgos”, según un informe de 1576 (citado por Diego Clemencín, nota 38 del
capítulo 32 de la Segunda Parte). Pero según dos investigadores recientes, El Toboso no tenía mayor
proporción de moriscos que otra comarca: Bernard Loupias, “En marge d'un recensement des morisques
de la Ville de El Toboso (1594)”, Bulletin hispanique, 78 (1976), 74-96, y Annie Molinié, “El Toboso:
Mythe et réalité”, en Iberica I. Cahiers ibériques et ibéro-américains de l'Université de Paris-Sorbonne,
ed. Haïm Vidal Séphiha (Paris: Conseil Scientifique de l'U.E.R. d'Études Ibériques et Latino-américaines,
¿1991?), págs. 203-215. No he podido ver la tesis inédita de Maria Ghazali, El Toboso (1554-1664),
citada en el Anuario áureo III, Criticón, 57 (1993), 91.

47
IV, 251, 2; también III, 132, 23; III, 133, 10 y 17; III, 176, 29.

48
La familia de Aldonza, los Corchuelos, son labradores; véase I, 363, 14-15 y 22-23; I, 364, 5-7; II,
64, 11-66, 19; e incluso I, 130, 16-19.

128
49
Howard Mancing, “The Comic Function of Chivalric Names in Don Quijote”, pág. 223; Augustin
Redondo, “Del personaje de Aldonza Lorenzo al de Dulcinea del Toboso: Algunos aspectos de la
invención cervantina”, Anales cervantinos, 21 (1983 [1984]), 9-22, en las págs. 11-12. Una Aldonza de
Minjaca aparece en El juez de los divorcios.

50
En su contexto, la declaración de Elicio implica lo mismo: “ay en la rústica vida nuestra tantos
resbaladeros y trabajos, como se encierran en la cortesana vuestra” (La Galatea, II, 34, 24-26).

51
I, 364, 3-4. Melindre era una forma de conducta, “la afectada y demasiada delicadeza” (Diccionario
de autoridades), que se asociaba a una actitud distante. Marcela es melindrosa (I, 161, 14-15); la muerte,
sin embargo, no lo es (III, 262, 6-7), ni lo es Galaor, el inconstante hermano de Amadís (I, 51, 30-31). La
hija de Juan Palomeque no entiende por qué las damas de los caballeros son melindrosas en lugar de
favorecer a sus pretendientes (II, 82, 17-23).

52
I, 363, 27-28. Esta palabra tiene un sentido sexual: véase Don Quijote, I, 305, 27-30; IV, 119, 22 y
28; IV, 217, 2; “La gitanilla”, I, 54, 25-28; “La señora Cornelia”, III, 126, 24-28; el Cancionero de obras
de burlas; El burlador de Sevilla; Comedia llamada Serafina, ed. Glen F. Dille (Carbondale and
Edwardsville: Southern Illinois University Press, 1979), pág. 58, línea 1697; Comedia Florinea, ed.
Marcelino Menéndez Pelayo en Orígenes de la novela, Nueva biblioteca de autores españoles, 1, 7, 14 y
21 (Madrid: Bailly-Baillière, 1905-1915), III, 200b. La conexión entre el sentido sexual y los estudiados
en el capítulo anterior es que una mujer crédula podía ser seducida (burlada) si se le daba una falsa (de
burlas) promesa de matrimonio.

53
III, 277, 13-15; III, 321, 9-11. Sancho, como Maritornes y la hija de Juan Palomeque (II, 81, 24-82,
23), “gust[a] mucho destas cosas de amores” (I, 321, 20), y su apoyo al matrimonio de Clavijo y
Antonomasia, que está embarazada (IV, 17, 22-26), da a entender que aprueba su indulgencia sexual. El
propio Don Quijote sugiere que Sancho es mujeriego: “No te muestres, aunque por ventura lo seas—lo
cual yo no creo—, codicioso, mugeriego ni glotón” (IV, 160, 24-26); aunque Don Quijote diga que no lo
cree, Sancho ha demostrado ya que es codicioso y glotón, lo que Don Quijote tampoco cree. Lo que
recalca es que Sancho no debe mostrarlo; como dice en otra parte, “menos mal haze el hipócrita que se
finge bueno que el público pecador” (III, 305, 23-25; véase también III, 276, 5-8 y IV, 284, 26-29).

54
I, 174, 8-12. Acerca del conocimiento que tenía de sus partes íntimas, véase la nota 58, infra.

55
Es decir, que era tan virgen como su madre, I, 374, 10-11; confirmado en I, 129, 9-14: “donzella
huvo en los passados tiempos que...se fue tan entera a la sepultura como la madre que la avía parido”. La
forma vulgar pero maestra, rara vez vista por escrito, es usada por Sancho (II, 180, 22), y por un capellán
en “Rinconete y Cortadillo” (I, 236, 3): “la puta que (me) parió” (“la mala puta que los parió”, El retablo
de las maravillas, Comedias y entremeses, IV, 122, 10). El colérico Don Quijote usa “la muy hideputa
puta que os parió” (II, 390, 27).

56
“La Cava”significaba en árabe “mujer mala” (II, 252, 8-14); es decir, puta (agradezco al orientalista
Julio Cortés el que me lo haya confirmado). Aun cuando Rodrigo, el rey cristiano, según Mariana (I, 179)
“le hizo fuerza”, otras fuentes mantienen que La Cava no era, ni mucho menos, inocente. La conocida
balada “En Ceuta está Don Julián” la culpa a ella más que a Rodrigo, y en la caballeresca Crónica
sarracina de Pedro del Corral se observa que “si ella quisiera dar bozes, que bien fuera oída de la reina,
mas callóse con lo que el rey quiso fazer” (ed. Ramón Menéndez Pidal, Floresta de leyendas heroicas
españolas. Rodrigo, el último godo, I, 219).

En contraste con Homero, en cuyas obras la conducta de Helena es ambigua (Kenneth John Atchity,
Homer's “Iliad”: The Shield of Memory [Carbondale and Edwardsville: Southern Illinois University
Press, 1978], págs. 22-29), en la tradición clásica posterior y en la medieval Helena no está exenta de
culpa por la destrucción de Troya; véase The Trojan War. The Chronicles of Dictys of Crete and Dares the
Phrygian, traducido por M. Frazer, Jr. (Bloomington: Indiana University Press, 1966), págs. 28 y 141. En
La antigua, memorable y sangrienta destruición de Troya.... A imitación de Dares, troyano, y Dictis,
cretense griego de Joaquín Romero de Cepeda (Toledo: Pero López de Haro, 1583), pág. 90, Helena,
aunque estaba casada con Menelao, “oyendo dezir de la gran hermosura y majestad del infante Paris
vino...al templo de Venus por velle, adonde Paris se enamoró della, y ella dél, y finalmente la llevó

129
consigo, y se casó con ella, por cuya causa suscedió después la miserable destruición de Troya, que esta
historia trata” (fol. 90r-v); más tarde hace la declaración oficial que desea quedarse con Paris antes que
volver a Grecia (fol. 94v). La versión de Juan de Mena de la Ilias latina, La Ylíada en romance, impresa
en 1519, es aún más pintoresca. Helena, “con grandes lloros”, dice lo siguiente a su amante Paris:
“¿Veniste, Paris, llama de mis amores, sobrepujado y vencido de las armas de mi marido, el antiguo? La
qual pelea de los muros yo vi, et avergonçéme averlo visto como te oviesse derribado el violente
Menelao, ensuziando et trayendo por el ýlico polvo las tus crines y cabellos. Allí temí yo, mezquina, que
la dórica espada de Menelao apartasse los nuestros dulces besos; entonces todo el color fuyera de la mi
cara, la voluntad a mí dexada, et la mi sangre desamparó los mis miembros” (ed. Martín de Riquer
[Barcelona: Selecciones Bibliófilas, 1949], págs. 95 y 97). Poco más o menos lo mismo puede
encontrarse en la Crónica troyana; véase el Libro tercero, capítulos 13-14 (fol. 32r-v de la edición de
Jacome Cromberger, Sevilla, 1552, disponible en microfilme en la serie Iberian and Latin American
Books before 1701, antes Hispanic Culture Series, rollo 65).

57
Incluso la mujer del Lazarillo, en el Tratado Séptimo, se molesta mucho por la acusación de que
había “parido tres veces”. ¿Qué les había pasado a los niños? ¿Los mataron o abandonaron? Eso es lo que
da a entender el hecho de que no estén allí, lo cual es motivo de murmuración.)

58
I, 362, 31-363, 4; III, 124, 26-28; también I, 56, 17-20. En el primero de estos pasajes Don Quijote
dice que la ha visto cuatro veces, pero sólo una vez ella se dio cuenta de que la estaba mirando; por lo
visto, la última, poniendo fin a esta actividad. En el segundo pasaje afirma que nunca la ha visto. Creo
que es más probable que el primero sea el correcto, porque el segundo está combinado con la falsa—
obviamente falsa—afirmación de Don Quijote que ha hablado de esto con Sancho “mil vezes”.

No es halagador considerar cómo Aldonza no se dio cuenta de que Alonso Quijano la estaba mirando.
La interpretación más lógica es que la estaba espiando; ella creía que nadie la estaba mirando, o creía que
estaba en un lugar donde no había nadie. Si detuvo a Don Quijote (véase también I, 59, 14-17), no quería
que la observaran.

59
La palabra que falta, que Cervantes evita usar, es “puta”. No significaba necesariamente, y en el caso
de Aldonza ciertamente no significaba, una mujer que cobraba sus amores, sin más bien “la muger ruin
que se da a muchos” (Diccionario de autoridades); Covarrubias da “la ramera o ruin muger”.

60
“No soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes” (III, 390, 32-391, 1;
también I, 362, 27-29; repetido por Sansón en III, 62, 30-31).

La identificación del amor platónico con el amor casto arranca aquí, en las palabras de Don Quijote.
Otis Green, que ha estudiado el amor en la España renacentista, ha señalado que el amor de Don Quijote,
que no va a “estenderse a más que a un honesto mirar” (I, 362, 29-30), “sin que se estiendan más sus
pensamientos que a servilla” (II, 72, 12-13), no es el amor platónico sino el amor cortés medieval (véase
Spain and the Western Tradition, I [Madison: University of Wisconsin Press, 1963; 20 edición, 1968],
pág. 186, nota 96 y pág. 194; véase también José Filguera Valverde, “Don Quijote y el amor
trovadoresco”, Revista de filología española, 32 [1948], 493-519).

Los conocimientos que tenía Cervantes sobre el amor platónico probablemente procedían de las
Anotaciones a Garcilaso de Herrera (Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, pág. 239), donde, por
supuesto, el amor no sexual es el más elevado de los tres tipos de amor platónico, pero no se identifica
con el amor platónico. Sin embargo, evidentemente Cervantes leyó a más de un autor sobre este tema
(véase Geoffrey Stagg, “Plagiarism in La Galatea”, Filologia romanza, 6 [1959], 255-276), y la
naturaleza del amor era, entonces como ahora, objeto de considerable debate e incluso de confusión. Se
atribuían a Platón pareceres diversos (aunque no el de Don Quijote). Ficino acuñó el término; para su
interpretación, véase Jerome Schwartz, “Aspects of Androgyny in the Renaissance”, en Human Sexuality
in the Middle Ages and Renaissance, ed. Douglas Radcliff-Umstead, University of Pittsburgh
Publications on the Middle Ages and the Renaissance, 4 (Pittsburgh: Center for Medieval and
Renaissance Studies, 1978), págs. 121-131, y Edgar Wind, Pagan Mysteries in the Renaissance, edición
revisada y ampliada (New York: W. W. Norton, 1968), en especial el capítulo 4; también puede ser útil el
capítulo 6 de Baldesar Castiglione de J. R. Woodhouse (Edinburgh: Edinburgh University Press, 1978).
Para los autores del siglo XVI que escribieron sobre el amor y que Cervantes empleó, Bembo, Mario
Equicola, y León Hebreo, véase el estudio algo anticuado de Nesca A. Robb, Neoplatonism of the Italian

130
Renaissance(London: Allen & Unwin, 1935), capítulo 6; para ver una tentativa del siglo XX de entender
el punto de vista de Platón sobre el amor, véase Hans Kelsen, “Die platonische Liebe”, Imago, 19 (1933),
34-98 y 225-255; traducido por George B. Wilbur, “Platonic Love”, American Imago, 3 (1942), 3-110;
véase también el comentario de C. S. Lewis, The Allegory of Love (1936; reimpreso en New York: Oxford
University Press, 1958), pág. 5. Sin embargo, se recomienda especialmente al lector interesado por este
tema la bella traducción que hizo el Inca Garcilaso de una obra que merece la pena ser estudiada, los
Diálogos de amor de León Hebreo (ed. P. Carmelo Sáenz de Santa María, S. I., en Obras completas del
Inca Garcilaso de la Vega, Biblioteca de autores españoles, 132-135 [Madrid: Atlas, 1965], I).

Una cuestión algo distinta pero también importante es el punto de vista de Cervantes acerca del amor
casto. Hay indicios de que, como ideal teórico, prefería la castidad al amor físico y al matrimonio. Lo
sugiere, por ejemplo, la prudencia de un personaje tan juicioso como Preciosa: “si la virginidad se ha de
inclinar, ha de ser a este santo yugo, que entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias que felizes
ganancias prometen” (“La gitanilla”, I, 57, 7-10). El pretendido amor platónico de Tomás por Constanza,
“limpio” y no “vulgar”, “que no se estiende a más que a servir y a procurar que ella me quiera,
pagándome con honesta voluntad lo que a la mía, también honesta, se deve” (“La ilustre fregona”, II, 301,
11-302, 7), no excluye el matrimonio como consecuencia, aunque sólo el matrimonio de su amigo
Carriazo, menos refinado, produce descendencia (II, 352, 23-26). Afirmaciones en La Galatea y cerca del
final de Persiles declaran, como era de suponer, que el supremo placer en esta vida viene de la unión de
las almas. (“Como sea hazaña de tanta dificultad reduzir una voluntad agena a que sea una propria con la
mía, y juntar dos differentes almas en tan dissoluble ñ checkedñudo [sic] y estrecheza que de las dos sean
uno los pensamientos y una todas las obras, no es mucho que, por conseguir tan alta empresa, se padezca
más que por otra cosa alguna, pues, después de conseguida, satisfaze y alegra sobre todas las que en esta
vida se dessean” [La Galatea, II, 68, 8-17]; “ha gozarse dos almas que son una...no ay contentos con que
igualarse” [Persiles, II, 204, 10-12].)

Se deduce, considerando el decepcionante resultado de su matrimonio, en sentido emocional y


reproductivo, un rechazo tardío de la sexualidad por Cervantes. (Véase, con algunas reservas, W.
Rozenblat, “¿Por qué escribió Cervantes El juez de los divorcios?”, Anales cervantinos, 12 [1973], 129-
135.) Sin embargo, por lo menos en la época de la composición de La Galatea y de su matrimonio,
Cervantes creía que dado nuestro estado de perdición y nuestras breves vidas (véase La Galatea, II, 61,
20-62, 17), Dios había destinado que el amor por una mujer condujera al matrimonio, unión sexual y
reproducción; no llegar al matrimonio y permanecer célibe sería un error. La jerarquía de amores de
Herrera debería comparase con la de Tirsi (La Galatea, II, 61, 1-18), donde encontramos el amor
deleitable tratado mucho más amablemente (como también en Parnaso, 60, 25-27). El rechazo de la
sexualidad, y la aceptación del papel asexual que la sociedad y la iglesia destinaron al anciano, deben
haberle sido dolorosos y reticentes. (Véase, por ejemplo, la emoción que hay en el rechazo de Don
Quijote a las doncellas de la duquesa, y la amenaza que él cree que representan [IV, 68, 16-31], o las
objeciones a ciertos versos, como en IV, 13, 27-14, 8. Como se ha citado en la nota 41, supra, el deseo
sexual es un “natural movimiento”.)

61
III, 393, 27-28; también I, 200, 32-201, 13; I, 231, 22-23; III, 92, 1-8; III, 348, 11-12.

62
I, 78, 22-81, 17; I, 124, 1-3; I, 119, 20-28; III, 392, 31-394, 9. En una ocasión se ofrece
ridículamente a ayudar a Sancho con “vozes y advertimientos saludables”, si quiere, de forma poco
caballeresca, vengarse de “quien no fuere armado cavallero” (III, 150, 25-31), y después del
manteamiento declaró que si no fuera por su “encantamiento”, “yo te hiziera vengado...aunque en ello
supiera contravenir a las leyes de la cavallería, que, como ya muchas vezes te he dicho, no consienten que
cavallero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso
de urgente y gran necessidad” (I, 231, 19-27). Antes de ser “armado” por el ventero, Don Quijote sólo
luchará con los que cree que no son caballeros (I, 73, 15-24).

63
Cervantes constantemente describe la España rural pacífica y satisfecha; lo único que perturba la paz
son los bandidos catalanes, y, en la costa, los corsarios moros.

64
Su alusión a la posibilidad de emplear caballeros andantes para derrotar a los turcos (III, 39, 1-24) es
una recomendación al rey, no un plan personal. Es evidentemente una parodia, como lo es su idea,
inmediatamente después de su derrota ante el Caballero de la Blanca Luna, de que podría rescatar a
Gaspar Gregorio de Argelia (IV, 313, 12-29).

131
65
I, 53, 14-15; I, 351, 4-5; II, 200, 3-32; II, 337, 6-17; III, 116, 18-117, 14; III, 390, 9-14; III, 400, 2-7;
IV, 339, 5-8.

66
En sólo un día, el día que ve los rebaños, Don Quijote espera “hazer obras que queden escritas en el
libro de la fama por todos los venideros siglos” (I, 234, 12-14). Quiere ser famoso con “una hazaña”, que
pueda hacer con “comodidad”, evitando el “peligro” y las “locuras de daño” (I, 351, 4-11; I, 353, 5 y 29).
“Ahorrar caminos y trabajos para llegar a la inaccesible cumbre del templo de la fama”, seguir “la
estrechíssima [senda] de la andante cavallería, bastante para hazerle emperador en daca las pajas” (III,
236d, 27-237, 2); con sólo “dos dedos de ventura, está en potencia propinqua [el cavallero andante] de ser
el mayor señor del mundo” (IV, 18, 11-13).

67
“Bien te puedes llamar dichosa sobre quantas oy viven en la tierra...pues te cupo en suerte tener
sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado cavallero como lo es y será
don Quixote de la Mancha. El qual, como todo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de cavallería, y oy
ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad” (I, 82, 25-83, 2; otros
pasajes jactanciosos: II, 191, 16-17; II, 285, 26-286, 4; y III, 390, 28-30). Don Quijote en la Primera Parte
se siente muy frustrado porque el mundo no valora suficientemente sus “hazañas”, y no puede descansar
y disfrutar la fama que cree que se merece.

68
Como hace Gaiferos, III, 330, 18-26. Don Quijote, aunque se da cuenta de que es necesario
mantener el anonimato (I, 64, 12-17), sólo sabe asumirlo una vez, en un discurso muy caballeresco: III,
176, 9-13.

69
I, 64, 10-17; I, 81, 11-15; I, 123, 10-14; III, 199, 18; IV, 235, 6-9.

70
III, 190, 4. Acerca de la vanagloria, que Diego de Miranda evita (III, 202, 1-5), véase el “Coloquio
de los perros”, III, 170, 26-171, 7.

71
Se refleja aquí la costumbre medieval de utilizar el duelo, parodiado en el combate con Tosilos,
como medio para determinar cuál de las dos partes en conflicto dice la verdad; se suponía que Dios
ayudaba al combatiente que lo más lo merecía (véase IV, 213, 31-32). Las mentiras son en Don Quijote
frecuente motivo de desafío: I, 79, 9-14; I, 124, 5-6; I, 317, 1-5; I, 345, 11-17; I, 349,y 30-32; II, 49, 27-
29; II, 302, 4; II, 305, 9-12; II, 310, 4; III, 175, 9-11; IV, 248, 12-13; véase también “Rinconete y
Cortadillo”, I, 296, 4-8, La casa de los celos, I, 160, 13 y I, 162, 17, y sobre la costumbre, “The Mentita”,
capítulo 4 (págs. 55-72) de Frederick Robertson Bryson, The Point of Honor in Sixteenth-Century Italy:
An Aspect of the Life of the Gentleman (New York: Publications of the Institute of French Studies [of]
Columbia University, 1935). La oposición de Don Quijote a las mentiras es indicada en III, 297, 4; III,
302, 19-23; III, 383, 24-25; y IV, 18, 5-6; ya hemos visto, sin embargo (pág. 119), que en la Primera Parte
se sugiere que mentía.

72
Reinaldos de Montalbán era, como Bernardo del Carpio, adversario de Orlando, pero era el
adversario malo mientras que Bernardo era el virtuoso (véase I, 107, 13-19). Reinaldos se encuentra en
diversas obras que tratan de la materia de Francia, entre ellas los poemas de Boyardo y Ariosto, el Espejo
de caballerías, y La Trapesonda, también llamado el Libro de Don Renaldos. En este libro acaba
reformándose; en el Espejo de caballerías, I, capítulo 46, Reinaldos explica que sólo robaba a los que no
eran cristianos, para alimentar a su ejército.

73
I, 110, 23-25; I, 111, 16-19; I, 112, 27-30; I, 287, 20-21; II, 374, 1-9 y 17-18; IV, 18, 11-13. De la
misma manera que quería alcanzar rápidamente la fama, Don Quijote también espera que las riquezas le
lleguen con toda prontitud: “en quítame allá essas pajas” (I, 110, 24); “antes de seis días” (I, 112, 27); “en
pocos días” (II, 374, 9); “presto” (II, 374, 17).

74
Es por medio del matrimonio que el caballero en una de las fantasías de Don Quijote llega a ser rey,
y recompensa a su escudero (I, 294, 2-4). Don Quijote, naturalmente, no sigue este método.

75
Don Quijote de hecho confirma esto: “Nunca yo acostumbro...despojar a los que venço, ni es uso de
cavallería quitarles los cavallos y dexarlos a pie” (I, 287, 15-17).

132
76
IV, 274, 19-20. Sobre Roque, véase la bibliografía en el capítulo 3, notas 27 y 85. Aunque Roque
Guinart aparezca en La cueva de Salamanca menos avaricioso que sus hombres (Comedias y entremeses,
IV, 129, 26-32), en Don Quijote no se trata muy positivamente su liberalidad (IV, 271, 20-23; IV, 272, 2-
3).

77
IV, 268, 17. Los libros de caballerías también presentaban un “nuevo modo de vida” (supra, pág.
26).

78
I, 80, 27; III, 401, 23; de forma parecida, III, 222, 3-4. Este punto de vista es expresado por otros en
II, 339, 32, y Persiles, I, 33, 30-31. También se manifiesta la prioridad de las obras sobre las palabras en
III, 325, 29-30; IV, 289, 3-12; y “La gitanilla”, I, 56, 18-19.

79
IV, 269, 1-2; por eso, como Don Quijote, está dispuesto a ayudar a la descaminada Claudia
Jerónima, cuya desgracia autoinflingida demuestra el error de la venganza, que Cervantes ataca
frecuentemente (I, 286, 18-20, aunque compárese 25-29; II, 218, 4-5; III, 150, 32-151, 2; III, 347, 11-27;
“Coloquio de los perros”, III, 241, 10-13). Don Quijote también está dispuesto a vengarse en otras
ocasiones (I, 195, 5-8; I, 231, 18-21; I, 254, 18-21), que asocia con la conducta de Reinaldos de
Montalbán (I, 107, 16-22), y se niega a vengar el rucio sólo porque los ofensores no son caballeros (III,
150, 25-31).

80
Como se habían conservado las obras de Homero y debía hacerse con Palmerín de Inglaterra (I,
100, 3-7). Véase Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 84 y 124-129.

81
Véase la nota 80 del capítulo 3.

82
Véase “Scatology in Continental Satirical Writings from Aristophanes to Rabelais”, capítulo 1 de
Swift and Scatological Satire de Jae Num Lee (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1971).

83
I, 212, 8-10; I, 273, 1-2; II, 66, 8-19; III, 139, 26.

84
I, 194, 19; II, 290, 3-7; III, 178, 1.

85
III, 363, 20-22.

86
IV, 69, 10-13; IV, 174, 22-23; véase también I, 305, 18-19.

87
I, 224, 1-5; I, 271, 23-273, 2; II, 357, 7-22.

88
IV, 16, 1; IV, 176, 12; lo que implica IV, 250, 25-26.

89
I, 194, 17-18; II, 290, 1-8; véase III, 197, 20-22.

90
I, 209, 6-14; IV, 86, 1-2.

91
III, 110, 21-27. Véanse el artículo de McGrady citado en la nota 16 de este capítulo.

92
Para estudios de la temprana influencia de Don Quijote en España, véase el artículo de Alberto
Navarro González, “El ingenioso Don Quijote en la España del siglo XVII”, Anales cervantinos, 6
(1957), 1-48, reimpreso en su libro El Quijote español del siglo XVII (Madrid: Rialp, 1964), págs. 255-
321, la tesis de Quilter, y “Risa a carcajadas” de Russell. Este último consiste, en un grado considerable,
en una refutación de la tesis de Navarro, que en la España del siglo XVII se consideraba que Don Quijote
era algo más que una figura ridícula; véase también la reseña que Juan Bautista Avalle-Arce ha escrito
sobre el libro de Navarro en Hispanic Review, 36 (1968), 66-68. (En una larga nota, Navarro ha
respondido a los críticos de este artículo; se encuentra en “El elemento didáctico en El Persiles [sic] de
Cervantes”, Actas del I Simposio de literatura española, ed. Alberto Navarro González [Salamanca:
Ediciones Universidad de Salamanca, 1981], págs. 279-307, en la pág. 280, nota 1.)

133
93
Luis Murillo, aprovechando datos del estudio de Asensio sobre el género, ha establecido que
contrariamente a lo que creyó Menéndez Pidal, el Entremés es posterior a Don Quijote, Primera Parte
(“Cervantes y el Entremés de los romances”, en Actas del VIII Congreso de la Asociación Internacional
de Hispanistas [Madrid: Istmo, 1986], II, 353-357). Entre los defensores anteriores de esta misma postura
encontramos a Schevill y Bonilla (en su edición, I, 415-418), Rodríguez Marín (Apéndice IX de su
“nueva edición crítica”), Cotarelo (citado por Rodríguez Marín), y Astrana (VI, 478-497).

94
John G. Weiger ha mantenido que Don Quijote de la Mancha y El curioso impertinente de Castro
son posteriores a 1615 (“Guillén de Castro: apostilla cronológica”, Segismundo, 14 [1980], 103-120).

Las dos novelas intercaladas de la Primera Parte también habían sido adaptadas al teatro por
Massinger, Field, y Shakespeare y Fletcher (véase Edwin B. Knowles, “Cervantes and English
Literature”, en Cervantes Across the Centuries, ed. Ángel Flores y M. J. Benardete [New York: Dryden
Press, 1947], págs. 267-293, en la pág. 268). Se ha llegado a la conclusión de que el perdido Cardenio de
Shakespeare y Fletcher, representado dos veces en la corte inglesa en 1613, pervive en una adaptación del
siglo XVIII, The Double Falsehood, del editor de Shakespeare Lewis Theobald; véase el artículo de John
Freehafer, “Cardenio, by Shakespeare and Fletcher”, Publications of the Modern Language Association,
84 (1969), 501-513. Sin ni siquiera mencionar el artículo de Freehafer, hay una nueva propuesta según la
cual el texto es una falsificación: Harriet C. Frazier, A Babble of Ancestral Voices. Shakespeare,
Cervantes, and Theobald (The Hague: Mouton, 1974); véase la reseña de Freehafer (la única que he
podido encontrar), en The Scribblerian, 8 (1975), 51. Brean S. Hammond también apoya la teoría de que
el texto de Shakespeare y Fletcher pervive en la adaptación de Theobald, en “Theobald's Double
Falsehood: An ‘Agreeable Cheat’?”, Notes and Queries, 229 (1984), 2-3, y la acepta Charles David Ley
en la introducción a su traducción de la obra, identificada en la portada como la Historia de Cardenio de
Shakespeare y Fletcher (Madrid: José Esteban, 1987). Kenneth Muir ha anunciado un artículo sobre
“Cervantes, Cardenio and Shakespeare” para “Bulletin of Hispanic Studies” (1923-1993): Essays in
Memory of E. Allison Peers (Liverpool: Liverpool University Press, en prensa), y la comunicación de
Tomás PabónWashington COllege, Md., “Cardenio en Cervantes, Shakespeare y Fletcher”, está en prensa
en las Actas del Segundo Congreso Napoli, 4-9 de abril de 1994, Internacional de la Asociación de
Cervantistas.

95
Avellanedathe personality of Sancho, his wife “Mari Gutiérrez,” DUlcinea as putatoma su concepto
de la obra de Cervantes sobre todo del principio de la obra. Las primeras adaptaciones se basaron en los
primeros capítulos: el Entremés de los romances, el entremés de Francisco de Ávila, basado
esencialmente en los capítulos 2 y 3 (María Francisca Vilches de Frutos, “Don Quijote y el Entremés
famoso de los invencibles hechos de Don Quijote de la Mancha, de Francisco de Ávila: dos experimentos
del paso de la novela al entremés a través de la parodia”, Criticón, 30 [1985], 183-200), y, al parecer,
Pascual del Rábano (Ricardo Senabre, “Una temprana parodia delQuijote. Don Pascual del Rábano”, en
Estudios sobre literatura y arte dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, recogidos y publicados por A.
Gallego Morell, Andrés Soria y Nicolás Marín [Granada: Universidad de Granada, 1979], III, 349-361).
Cuando Salas Barbadillo, en su Estafeta del Dios Momo, describe un hidalgo rural, cazando de día y
leyendo libros de caballerías por la noche, con una familia que consiste en “un mozo, un rocín, dos
galgos”, sólo refleja el principio de Don Quijote(ed. Rodríguez, pág. 36-37). La queja de los lectores
acerca de los “infinitos palos” que Don Quijote recibió en la Primera Parte (III, 64, 8-13) debe de referirse
a los palos que le dieron en los capítulos 4 y 15 de la Primera Parte (I, 86, 16-27; I, 195, 20-32; I, 199, 12-
13).

Debido a este proceso, la primera aventura de Don Quijote y Sancho, la de los molinos de viento,
aunque ni siquiera típica de la Primera Parte, se convirtió en el símbolo visual del libro. (Acerca de la
tendencia de considerar el principio de una obra como representativo del conjunto, véanse los
comentarios de Howard Mancing en “A Note on the Formation of Character Image in the Classical
Spanish Novel”, Philological Quarterly, 54 [1975], 528-531, quien observa que “Don Quijote...es un
clásico ejemplo de un libro que se empieza frecuentemente pero pocas veces se termina” [pág. 531, nota
9]. E. C. Riley es de otra opinión sobre la fama del episodio de los molinos de viento: véase “Don
Quixote: from Text to Icon”, en A Celebration of Cervantes on the Fourth Centenary of “La Galatea”,
1585-1985. Selected Papers, ed. John J. Allen, Elias Rivers y Harry Sieber, Cervantes, special issue
[1988], 103-115, en las págs. 112-115.)

134
96
I, 96, 24-97; I, 168, 13-14; II, 362, 4; II, 368, 32; II, 404, 13-15; III, 39, 16-17; III, 394, 13-14; IV,
398, 25-27; quizás también IV, 10, 28-29.

97
Véase el capítulo 1, nota 114. Fue el loco Don Quijote quien “alabava en su autor aquel acabar su
libro con la promessa de aquella inacabable aventura” (I, 51, 14-16).

98
LaDiana enamorada de Gil Polo naturalmente es muy alabada (I, 103, 9-10), pero no es una
segunda parte, ni tampoco fue publicada, como lo fue la Diana segunda, junto con la Diana de
Montemayor (véase Orígenes de la novela, I, 226).

99
ElRoncesvalles y el Bernardo del Carpio citados en I, 99, 20-24. Se considera que estos poemas son
continuaciones de Ariosto (Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, I, 226).

100
II, 402, 10-12; véase también I, 33, 3-5.

101
IV, 64, 10-19; IV, 65, 11. Las palabras de Ercilla en el prólogo de la Segunda Parte de La araucana
muestran un evidente paralelismo: “Por haber prometido de proseguir esta historia no con poca dificultad
y pesadumbre la he continuado; y aunque esta Segunda Parte de la Araucana no muestre el trabajo que me
cuesta, todavía quien la leyere podrá considerar el que se habrá pasado en escribir dos libros de materia
tan áspera y de poca variedad, pues desde el principio hasta el fin no contiene sino una misma cosa, y
haber de caminar siempre por el rigor de una verdad y camino tan desierto y estéril, paréceme que no
habrá gusto que no se canse de seguirme. Así temeroso desto, quisiera mil veces mezclar algunas cosas
diferentes; pero acordé de no mudar estilo” (ed. Marcos A. Morínigo e Isaías Lerner [Madrid: Castalia,
1979], II, 9).

102
III, 61, 21-31; III, 107, 28-108, 7; III, 221, 16-20; III, 371, 3-13; III, 387, 13-16; IV, 235, 12-20; IV,
251, 31-252, 5; IV, 260, 21-26; IV, 276, 20-25.

103
Jean Michel Laspéras, “El fondo de librería de Francisco de Robles, editor de Cervantes”,
Cuadernos bibliográficos, 38 (1979), 107-138, en la pág. 136, especifica correctamente 366 ejemplares
(Laspéras está equivocado cuando afirma en la pág. 137 que Robles tenía en existencia 145 ejemplares de
las ediciones de 1605 de la Primera Parte y 146 ejemplares de la edición de 1608; el inventario especifica
sólo 142 o 145 ejemplares, según dos cuentas distintas [fol. 1344 r; fol. 1375r], de una edición sin
especificar, seguramente la de 1608.) Es posible, naturalmente, que la única edición de la Segunda Parte
fuera mayor que las de la Primera Parte, como sugieren Philippe Berger y François Lopez (en unas
consideraciones que siguen a “Don Quichotte et son public” de Maxime Chevalier, en Livre et lecture en
Espagne et en France sous l'ancien régime [Paris: A.D.P.F., 1981], págs. 119-123, las consideraciones en
págs. 124-125, y esta observación en la pág. 124). Sin embargo, hoy existen menos ejemplares de la
primera edición de la Segunda Parte, y se supone que la impresión de la Segunda Parte tenía la misma
tirada. Laspéras sugiere (pág. 138) que estas circunstancias pueden explicar por qué Robles no publicó el
Persiles.

104
El comentario de Márquez Torres, sutilmente analizado por Jean Canavaggio (“El licenciado
Márquez Torres y su aprobación a la Segunda Parte del Quijote: las lecturas cervantinas de unos
caballeros franceses”, en Studies in Honor of Bruce W. Wardropper, ed. Dian Fox, Harry Sieber y Robert
ter Horst [Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1989], págs. 33-39), sin duda se refiere a la reacción en
España, donde hubo más ediciones de las Novelas ejemplares. En el extranjero, en cambio, su obra más
popular fue Don Quijote. Los datos se encuentran en Palau, o en las tablas de Franco Meregalli, “Profilo
storico della critica cervantina nel Settecento”, en Rappresentazione artistica e rappresentazione
scientifica nel Secolo dei lumi, ed. Vittore Branca ([Firenze]: Sansoni, 1970), págs. 187-210.

105
Véase mi artículo “El romance visto por Cervantes”, págs. 75-77, para una explicación en estos
términos del episodio del retablo de Maese Pedro.

106
Véase Howard Mancing, The Chivalric World of “Don Quijote”, págs. 130-132. Sobre el lenguaje
caballeresco de Don Quijote, en véase Bernard Darbord, “Los caracteres lingüísticos del discurso de don

135
Quijote, caballero andante”, en Actas del coloquio cervantino. Würzburg, 1983, ed. Theodor Berchem y
Hugo Laitenberger, Spanische Forschungen der Görresgesellschaft, zweite reihe, 23 (Münster:
Aschendorffsche, 1987), págs. 21-26.

107
He sugerido en “El rucio de Sancho” que este punto (es decir, inmediatamente antes de la llegada al
palacio de los duques) divide los capítulos que fueron escritos poco después de la publicación de la
Primera Parte y los escritos años más tarde. Nicolás Marín apoya esta tesis, “Camino y destino aragonés
de Don Quijote”, Anales cervantinos, 17 (1978), 54-66; también “Cervantes frente a Avellaneda: La
duquesa y Barbara”, en Cervantes. Su obra y su mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre
Cervantes, ed. Manuel Criado de Val (Madrid: Edi-6, 1981), págs. 831-835; y “Reconocimiento y
expiación. Don Juan, Don Jerónimo, Don Álvaro, Don Quijote”, en Estudios sobre literatura y arte
dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, recogidos y publicados por A. Gallego Morell, Andrés Soria y
Nicolás Marín (Granada: Universidad de Granada, 1979), II, 323-342. Geoffrey Stagg proporciona una
prueba más al señalar (en “La Galatea y ‘Las dos doncellas’”, pág. 125) que hay seis referencias a la
destinación Zaragoza en los capítulos 4-26, y a partir de allí ninguna hasta el capítulo 52.

108
IV, 235, 13-15; de modo parecido, IV, 252, 3-4; y IV, 382, 23-30. Sin embargo, Roque Guinart se da
cuenta de que “la enfermedad de don Quixote tocava más en locura que en valentía” (IV, 260, 19-21)

109
En el capítulo final Don Quijote dice que fueron sus “costumbres” las que le dieron el “renombre de
Bueno” (IV, 398, 24-25; también se alaban sus “costumbres” en II, 401, 30-31). Encontramos una
explicación probable en III, 207, 13-15: “si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus
versos”.

110
Don Quijote causa admiración en estos capítulos finales sólo por contraste con Avellaneda (IV, 251,
12; IV, 253, 27), y debido a su “estraña figura”, a la que se presta menos atención que a la sabiduría de
Sancho (IV, 332, 23-25). Sin embargo, Sancho aún puede causar admiración (IV, 369, 7).

111
IV, 269, 6; IV, 274, 8; IV, 283, 8; IV, 284, 2; IV, 288, 16; IV, 293, 27-28; IV, 305, 8; IV, 311, 10.

112
IV, 260, 19-21; IV, 284, 26-285, 2; IV, 321, 26-322, 8; IV, 322, 22-27. El narrador llama “nueva
locura” a la idea de Don Quijote de pasar su año de reclusión como pastor (IV, 392, 19), seguramente
reflejando la opinión de los demás personajes. Debemos observar, sin embargo, que el narrador está en un
error; la idea de Don Quijote de ser pastor no es una “nueva locura”, puesto que adoptaría esta vida
sabiendo muy bien que sólo era una forma agradable de pasar cierto tiempo.

La vida que se describía en los libros de pastores era evidentemente de considerable interés para
Cervantes, a juzgar por los distintos personajes que imitan esos libros. De la misma manera que la
“Novela de Rinconete y Cortadillo” y la inconclusa historia de Eugenio y Leandra ofrecían material
potencial para una continuación de la Primera Parte, en el plan pastoril de Don Quijote hay el fantasma de
una nueva continuación. En ella Cervantes pudiera atacar el error de basar la vida en la literatura pastoril,
llamada por Berganza “no verdad alguna” (“Coloquio de los perros”, III, 166, 15), y por el narrador en
Don Quijote“más...encarecimiento de poetas que verdades” (I, 389, 9-10); el propio Don Quijote hace
poco más o menos el mismo comentario (I, 365, 25-366, 7). (Para una explicación más amplia véase
Javier Herrero, “Arcadia's Inferno: Cervantes' Attack on Pastoral”, Bulletin of Hispanic Studies, 65
[1978], 289-299.)

113
III, 365, 29-357, 6; IV, 184, 16-17; IV, 195, 24-28; IV, 196, 23-25.

114
“Muy filósofo estás, Sancho...muy a lo discreto hablas; no sé quién te lo enseña”, es el comentario
de Don Quijote cuando Sancho dice “he oído dezir que esta que llaman por aí Fortuna es una muger
borracha y antojadiza y, sobre todo, ciega” (IV, 328, 18-25). Compárese con la defensa que hace Sancho
de su propia sabiduría en III, 280, 18-25.

115
IV, 267, 14-15. Acerca de los deberes de un gobernador, véase la nota 120, infra.

116
IV, 247, 17-253, 31; IV, 276, 20-25; IV, 297, 1-17; IV, 366, 11-25; IV, 381, 15-385, 26; IV, 403, 1-
12; IV, 404, 7-11; IV, 405, 1-406, 3. La discusión de las personalidades de Don Quijote y Sancho en el

136
capítulo 58 de la Segunda Parte (IV, 235, 12-32) da a entender que Cervantes conocía el libro de
Avellaneda. En el capítulo 30 se refiere a la posibilidad de que Sancho hubiera sido “troca[do] en la
estampa” (III, 371, 11-13). Sugiere, aunque ciertamente no prueba, que Cervantes, aunque no lo hubiera
visto, sabía algo del libro que estaba a punto de ser publicado, y por esta razón reanudó la composición de
la Segunda Parte de Don Quijote, que había dejado a un lado hacía algún tiempo. (La discusión en el
capítulo 14 entre Don Quijote y Sansón Carrasco disfrazado como el Caballero del Bosque acerca de si el
Caballero había derrotado a Don Quijote o a “otro que le pareciesse”, probablemente no se refería a
Avellaneda.) Para una información más detallada, véanse las referencias en la nota 107, supra.

117
Véase III, 444, 12-14 y IV, 39, 11-14. De igual forma, el gobierno de Sancho iba a ser elaborado,
con muchos actores e instrucciones, para hacerlo más parecido a un hecho real.

118
Una excepción sería el humor que el payaso u otro cómico profesional producen a su propia costa.
Precisamente porque el público sabe que es una diversión artificial por la que ha pagado dinero, no se
viola el sentido del decoro.

119
Estudiado por John J. Allen, Don Quixote: Hero or Fool? A Study in Narrative Technique [Part I]
(Gainesville: University of Florida Press, 1969). Sobre el libro de Allen véase la reseña de Ruth El Saffar,
Modern Language Notes, 85 (1970), 269-273.

120
El canónigo, aconsejando a Sancho acerca de lo que es gobernar (II, 374, 28-375, 15), sólo
menciona el deber de hacer justicia. La parte sensata del consejo que le da Don Quijote (IV, 51, 4-54, 25)
es una explicación acerca de cómo hay que administrar la justicia, que es lo que Sancho cuenta que hizo
cuando era gobernador (“he...sentenciado pleitos”, IV, 207, 32). Don Quijote había dicho, mucho antes,
que los caballeros andantes, “ministros de Dios en la tierra”, eran “braços por quien se executa en ella su
justicia” (I, 169, 31-170, 10).

121
IV, 140, 28-141, 8. Su empleada Altisidora es incluida en esta condena.

122
III, 415, 23-416, 13. La duquesa, naturalmente, no es el primer personaje que juega con la realidad
para engañar a otro personaje; el mismo Sancho engañó a Don Quijote (I, 265, 7-11; III, 132, 4-133, 2).
Sin embargo, en un caso Sancho lo hace por un motivo caritativo, el impedir que Don Quijote “[tiente] a
Dios acometiendo tan desaforado hecho” (I, 263, 7-8), es decir, atacando a lo que se descubre que son
batanes. En el segundo miente porque Don Quijote le ha pedido algo imposible, encontrar a Dulcinea. La
mentira del cura y del barbero acerca de la desaparición de la biblioteca de Don Quijote fue “uno de los
remedios...para el mal de su amigo” (I, 108, 1-2), y ellos y Dorotea se valieron de un engaño sólo para
persuadir a Don Quijote de que abandonara Sierra Morena (I, 384, 4-29). Los engaños de Sansón, aunque
emprendidos con un entusiasmo realmente sospechoso, son para ayudar a Don Quijote (III, 190, 17-191,
14). La disputa del yelmo y de la albarda, aunque no tuviera otro propósito que el de divertir, fue iniciada
por el propio Don Quijote, y no puede compararse con el engaño de la duquesa a un simple, inventando
encantadores y distorsionando la realidad.

123
Por ejemplo, “todo quanto vuestra merced dize va con pie de plomo” (III, 402, 2-3); “el buen
Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado, y no ay poner más duda en esta verdad que en las
cosas que nunca vimos” (III, 416, 1-4); “Sancho amigo, la ínsula que yo os he prometido no es movible ni
fugitiva; raízes tiene tan hondas echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán ni mudarán de
donde está a tres tirones.... Siempre que bolviéredes hallaréis vuestra ínsula donde la dexáis” (IV, 33, 11-
27).

124
El que el duque encarcelara a Tosilos da a entender que él y su mujer estaban entre “los más” que
están “tristes y melancólicos” por el resultado (IV, 217, 8-10). “Hazerse pedaços”, sin embargo, no
significaba hacerse daño, puesto que el duque cuidadosamente dio instrucciones, citadas en el párrafo
siguiente, para cualquier castigo físico. El uso que hace Andrés de esta expresión (II, 77, 27), su uso en
“El celoso extremeño” (II, 198, 28), así como la definición del Diccionario de autoridades (“estar hecho
pedazos” es “estar muy cansado o fatigado”), lo apoyan.

125
I, 50, 16-17. Nos lo recuerda el desagradable eclesiástico en III, 388, 3, y el castellano en
Barcelona; IV, 284, 31-32.

137
126
Vemos que Cervantes emplea el mismo lenguaje en primera persona, entre otros lugares, en el
prólogo de la Segunda Parte: “Quisieras tú que lo [Avellaneda] diera del asno, del mentecato y del
atrevido; pero no me passa por el pensamiento” (III, 27, 12-14); “del tal [Lope] adoro el ingenio, admiro
las obras y la ocupación continua y virtuosa” (III, 28, 18-20). Un lenguaje similar es puesto en boca de
Sancho cuando habla con la duquesa: “Sansón Carrasco...es persona bachillerada por Salamanca; y los
tales no pueden mentir, si no es quando se les antoja y les viene muy a cuento” (III, 417, 30-418, 2).
También encontramos al narrador haciendo afirmaciones que evidentemente son falsas: “Verdad es que la
gallardía del cuerpo [de Maritornes] suplía las demás faltas” (I, 205, 19-20); en el mismo tono, Sancho
llama el bálsamo de su patrón “aquel benditíssimo brevaje” (I, 286, 1).

127
“No son burlas las que duelen, ni ay passatiempos que valgan si son con daño de tercero” (IV, 279,
10-12; del mismo modo, “Coloquio de los perros”, III, 196, 3). Así es exactamente como termina la
aventura de Clavileño: “sin daño de barras” (IV, 42, 15). Se manda dar los 3.300 golpes de Sancho (un
número imposiblemente grande; véase III, 46, 3 y IV, 24, 8), que van a “sacaros un poco de sangre (III,
441, 27-28), previendo que no se darán, y naturalmente sólo los reciben los árboles. El “daño” puede
entenderse como “daño del alma [o] del cuerpo” (Novelas ejemplares, I, 22, 19); crear burlas no es
“daño”.

128
IV, 95, 2-5. Esta burla tenía que haber sido “más risueña que dañosa” (IV, 90, 32).

129
IV, 219, 16-22. Incluso se le da este regalo de la mejor manera, anónimamente; en los términos de
Diego de Miranda, “sin hazer alarde de las buenas obras” (III, 202, 1-2).

130
“The Concept of the Norm in Don Quixote”, pág. 161.

131
Como lo hacen en el capítulo 43 de la Primera Parte. Sin embargo, Maritornes es un personaje que
duplica, en miniatura, la evolución de Don Quijote. Cuando aparece por primera vez, su fealdad es
extrema hasta el punto de ser burlesca (I, 205, 16-23; I, 211, 32-212, 23). Es una puta (I, 209, 6-11; I, 214,
13), cuyas “nobles”intenciones se malgastan (I, 209, 11-18). Sin embargo, poco después ayuda a alguien
necesitado, demostrando “unas sombras y lexos de christiana” (I, 229, 16-21); más tarde aboga por Don
Quijote (I, 386, 11-15). Parece que el adjetivo “buena” que se le aplica (I, 209, 11; I, 386, 11) cambia de
irónico a sincero.

132
II, 311, 14-312, 2. El narrador confirma la función del diablo, II, 313, 12-18.

133
Según Tirsi, hay tres variedades del amor: provechoso, honesto y deleitable (La Galatea, II, 61, 1-
18). En el Parnaso, 60, 25-26, es la poesía la que es “la cifra do se apura lo provechoso, honesto y
deleitable”.

134
Edith Rogers proporciona un resumen de los comentarios anteriores sobre este episodio en “Don
Quijote and the Peaceable Lion”, Hispania, 68 (1985), 9-14. Miguel Garci-Gómez ha reunido numerosos
precedentes literarios en “La tradición del león reverente: glosas para los episodios en Mio Cid, Palmerín
de Oliva, Don Quijote y otros”, Kentucky Romance Quarterly, 19 (1972), 255-284; también hay que tener
en cuenta el tratamiento de los leones en la Historia natural de Plinio el Viejo (VII, 17-21), que Cervantes
conocía por la traducción parcial de Jerónimo de Huerta de 1599 (véase Persiles, I, 117, 12-13, y la nota
de los editores), y el martirio de los primeros cristianos echados a los leones. Hay otro encuentro con un
león apacible en Trato de Argel (V, 81, 17-83, 32).

135
I, 256, 29-30; III, 239, 1-2.

136
Véase Russell, “Risa a carcajadas”, págs. 418-419, acerca del significado original de este nombre.

137
También lo hace antes de la batalla con Tosilos (IV, 212, 32-213, 2), antes, con el Caballero de la
Blanca Luna (IV, 317, 16-19), y antes de entrar en batalla con el Caballero de los Espejos, dice que ganará
“si Dios, si mi señora y mi braço me valen” (III, 183, 7-8).

138
Anticipado en el propio comentario de Don Quijote a su sobrina, que el caballero andante tiene que
enfrentarse a peligros increíbles “con gentil continente y con intrépido coraçón” (III, 92, 17-18).

138
139
“No se mueve la hoja sin la voluntad de Dios” (“Rinconete y Cortadillo”, I, 316, 30-31); “no acaso,
como parecía, sino con particular providencia del cielo, se avían todos juntado en lugar donde menos
ninguno pensava” (II, 174, 5-8). Del mismo modo, “por una de dos causas vienen los que parecen males a
las gentes: a los malos, por castigo, y a los buenos, por mejora” (Persiles, I, 309, 16-18).

140
Naturalmente, el mismo problema existe con Sancho. Si me centro en Don Quijote es porque se ha
estudiado mucho más a Sancho, y porque el problema de la actitud adecuada con respecto a Don Quijote
es más fundamental.

141
Bruno Damiani, “Caridad en Don Quijote”, Anales cervantinos, 18 (1979-1980), 67-85. “Miguel de
Cervantes es tan tolerante e indulgente con las debilidades del individuo como Quevedo sancionador”, es
el resumen de George A. Shipley (“Lazarillo de Tormes Was Not a Hardworking, Clean-Living Water
Carrier”, en Hispanic Studies in Honor of Alan D. Deyermond. A North American Tribute, ed. John S.
Miletich [Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1986], págs. 247-255, en la pág. 251).

142
Puede deducirse que Cervantes era un patriota cristiano por su orgullo por haber participado en la
batalla de Lepanto (III, 27, 19-28, 5), por su posterior trabajo para el rey como comisario y recaudador y
por las declaraciones que hicieron sobre él muchos testigos cuando solicitó un cargo a la corona. Para
éstas, Pedro Torres Lanzas, ed., “Información de Miguel de Cervantes de lo que ha servido a S.M. y de lo
que ha hecho estando captivo en Argel...”, Revista de archivos, bibliotecas y museos, 30 época, 12 (1905),
345-397. Esta edición, en opinión de Astrana Marín “incorrectamente leída, mal puntuada y peor
dispuesta tipográficamente” y con “muchos errores de impresión” III, 105, nota 1), fue reimpresa (sin
confesarlo) en Madrid, Ed. El Árbol, 1981. Una parte del documento, transcrita de nuevo por Mario
Gómez Moriana y con evidentes errores de impresión, fue publicada como “Curriculum Vitae Miguel de
Cervantes Saavedra” en el tomo Autobiography in Early Modern Spain, ed. Nicholas Spadaccini and
Jenaro Taléns (Minneapolis: Prisma Institute, 1988), págs. 249-264.

No hay nada que estimule más el patriotismo que el estar ausente de la patria (véanse los comentarios
de Ricote, IV, 193, 12-27), y más aún si la residencia en el extranjero es una cárcel. El encarcelamiento
fue la experiencia central de la vida de Cervantes (véase mi “¿Por qué volvió Cervantes de Argel?”, Actas
del Primer Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, en prensa, y bibliografía citada allí.)

143
Don Quijote relaciona la caballería y los intereses nacionales sólo una vez, en un discurso muy
burlesco (III, 36, 29-39, 32); no hace caso de la sugerencia de Sancho de que encuentre a un soberano a
quien servir (I, 289, 7-27).

144
“Don Quixote no tuv[o] privilegio del cielo para detener el curso de la suya [vida]” (IV, 396, 7-9);
en el prólogo de la Segunda Parte, “como si huviera sido en mi mano aver detenido el tiempo que no
passasse por mí” (III, 27, 17-19). En 1597, cuando estaba encarcelado en la Cárcel Real de Sevilla y
estaba “engendrando” Don Quijote (véase el capítulo 1, nota 91), la edad de Cervantes habría sido la
misma que la de Don Quijote: “fris[ando]...con los cinquenta años” (I, 50, 1-2).

145
Sancho dice acerca de su amo que “para todo tiene abilidad” (I, 383, 16-17). Estaba “admirado de
lo que sabía, pareciéndole que no devía de aver historia en el mundo, ni sucesso que no lo tuviesse cifrado
en la uña y clavado en la memoria” (IV, 228, 23-27; también III, 276, 23-27). El mismo Don Quijote dice
que “de todo sabían y han de saber los cavalleros andantes” (I, 245, 13-14); “[la caballería andante] es
una ciencia...que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo” (III, 229, 12-230, 17). Estas
afirmaciones de Don Quijote acerca de los amplios conocimientos que necesitaban los caballeros
andantes son muy similares a la declaración de Cide Hamete que tiene “habilidad, suficiencia y
entendimiento para tratar del universo todo” (IV, 65, 12-13), la afirmación del canónigo acerca de la
variedad de conocimientos que el autor de un libro de caballerías puede mostrar por él (II, 343, 23-345, 7,
especialmente 344, 13-17), la comparación que establece Don Quijote entre “la poesía” y “una
donzella...a quien tienen cuidado de enriquezer, pulir y adornar...todas las otras ciencias, y ella se ha de
servir de todas, y todas se han de autorizar con ella” (III, 205, 25-31; también “El licenciado Vidriera”, II,
92, 26-29 y Parnaso, 57, 19-60, 3), y lo que dice Cenotia acerca de los conocimientos de magas y
encantadoras (Persiles, I, 216, 15-26). En primera persona, Cervantes dijo en el prólogo de la Primera
Parte que era “poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé dezir sin ellos”
(I, 32, 17-19).

139
146
Acerca de Cervantes, véase Rodríguez Marín, Nuevos documentos cervantinos, en sus Estudios
cervantinos, pág. 333; obsérvese que un testigo llamó al padre de Cervantes “hidalgo de solar conocido”
(pág. 228), el mismo término que Cervantes utiliza para sí mismo en I, 295, 3.

147
Madrid, en cambio, era lingüística y socialmente parte de Castilla la Vieja. Véase mi “Cervantes'
Consonants”, Cervantes, 10.2 (1990 [1991]), 3-14.

148
Persiles, I, lviii, 2. Esta afirmación de Cervantes sobre su caballo, después de la publicación de Don
Quijote, es especialmente significativa.

149
I, 246, 16-20; Novelas ejemplares, I, 20, 24.

150
Véase el capítulo 2, nota 32.

151
“No hay ocasión en que Cervantes no se elogie, bien que excusándose por salir de los límites de su
natural modestia; tantas veces ocurre esto que no es posible verla nunca ni creer en ella”(Nicolás Marín,
“Belardo furioso. Una carta de Lope mal leída”, Anales cervantinos, 12 [1973], 3-37, en la pág. 21). Son
ejemplos la dedicatoria y el prólogo de las Novelas ejemplares (I, 21, 19-32; I, 25, 14-17), el prólogo de
la Segunda Parte de Don Quijote (III, 28, 24-26), el prólogo de las Ocho comedias y ocho entremeses (I,
5, 3-5), y la Adjunta al Parnaso (124, 16-17). Cervantes también se alaba en boca de otros, cuya alabanza
puede entonces rechazar (Persiles, I, lviii, 11-22; también Adjunta al Parnaso, 121, 17-19), así como en
boca de sus personajes (II, 62, 5-13; III, 61, 29-62, 2). Don Quijote también se alaba frecuentemente a sí
mismo (pág. 120, supra), utiliza casi los mismos términos que Cervantes (I, 208, 12-17; III, 199, 20-21);
otros personajes de Cervantes también lo hacen (“La señora Cornelia”, III, 86, 28-31 y III, 95, 26-29; “El
casamiento engañoso”, III, 136, 19-21).

152
IV, 328, 29-329; Parnaso, 56, 24.

153
Prólogo de las Novelas ejemplares, I, 21, 10-11; Don Quijote, III, 62, 27-28; IV, 252, 16-20.

154
I, 98, 32-99, 3; II, 406, 7; IV, 294, 17-19. Don Quijote también cita a Ariosto en español (III, 50, 29-
30), el mismo pasaje que Cervantes citó en italiano al final de la Primera Parte.

155
Cervantes: “caracteres que conocí ser arávigos” (I, 129, 31-32). Don Quijote: “Cide...en arábigo
quiere dezir señor” (III, 58, 27-28); eso no era de dominio público, como lo es hoy entre los hispanistas.
Pueden encontrarse más ejemplos en Josep M. Sola-Solé, “El árabe y los arabismos en Cervantes”, en
Estudios literarios de hispanistas norteamericanos dedicados a Helmut Hatzfeld con motivo de su 80
aniversario, ed. Josep M. Sola-Solé, Alessandro Crisafulli y Bruno Damiani (Barcelona: Hispam, 1974),
págs. 209-222, reimpreso en Sobre árabes, judíos y marranos y su impacto en la lengua y literatura
españolas de Sola-Solé (Barcelona: Puvill, 1983), págs. 87-103. Tienen que hacerse dos adiciones a la
discusión de Sola-Solé: Cervantes sabía cómo debía empezar un libro en árabe, alabando a Alá (capítulo 8
de la Segunda Parte), y, como el turco en aquella época se escribía con el mismo alfabeto y no se
distinguía tanto del árabe como hoy, véase el artículo de Samir Rizk y Rafael Osuna, “An Obscene
Expression in Cervantes”, Thesaurus, 26 (1971), 620-622.

156
III, 147, 1-3; prólogo de las Ocho comedias; Adjunta al Parnaso, 124, 13-16.

157
Capítulo 48 de la Primera Parte; III, 332, 19-24.

158
Para dar sólo un ejemplo evidente, la cita de Terencio que pronuncia Don Quijote, “más bien parece
el soldado muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida” (III, 310, 14-15), y que también se encuentra
en Persiles, II, 207, 12-13, es casi la misma afirmación atribuida a Cervantes en el informe de su servicio
naval: “no hacía lo que debía, metiéndose so cubierta, sino que mejor hera morir como buen soldado, en
servicio de dios y del rrei” (“Información”—supra, nota 142—, pág. 348).

159
El carácter honesto de Cervantes es mencionado varias veces en el documento citado en la nota 142.

140
160
Sobre este tema véase Alan Trueblood, “El silencio en el Quijote”, Nueva revista de filología
hispánica,12 (1958), 160-180 y 13 (1959), 98-100.

161
El amigo de Cervantes en el prólogo de la Primera Parte le advierte que no predique (I, 37, 11-12).
Ya se han citado los comentarios de Sancho y de la sobrina de Don Quijote sobre sus aptitudes como
predicador (pág. 134). En Trato de Argel, Sayavedra tiene tendencias de predicador (Comedias y
entremeses, V, 21, 1-3).

162
Para Don Quijote, véase pág. 93. El caso de Cervantes es más complicado; su aprecio por las
comodidades de la vida italiana, y las numerosas referencias entusiásticas a la comida y al vino en sus
obras (especialmente en “El licenciado Vidriera”, II, 78, 32-79, 18; quizás también en Persiles, I, lix, 5-
7), muestran su afición a los placeres corporales. No obstante, también parece claro que su ideal era
ascético: no sólo el religioso sino también el soldado, con quien simpatizaba y se identificaba, tenía que
soportar incomodidades sin quejarse. Es difícil no atribuir a Cervantes el punto de vista del protagonista
de su única obra religiosa, fray Cristóbal de la Cruz: “Es bestia la carne nuestra, / y, si rienda se le da, /
tan desbocada se muestra, / que nadie la bolverá / de la siniestra a la diestra... / La luxuria está en el vino,
/ y a la crápula y regalo / todo vicio le es vezino” (El rufián dichoso, Comedias y entremeses, II, 54, 31-
55, 12).

163
Véase la nota 40 de este capítulo y la nota 8 del capítulo 1.

164
Al principio Alonso Quijano padecía de insomnio, y al final un largo sueño precede su vuelta a la
cordura. (Aunque el estudio de Green ha sido criticado por Deborah Kong, “A Study of the Medical
Theory of the Humours and its Application to selected Spanish Literature of the Golden Age” [tesis,
Edinburgh, 1980], según Riley, “Don Quixote” [London: Allen & Unwin, 1986], págs. 48-49, y por
Chester S. Halka, “Don Quijote in the Light of Huarte's Examen de ingenios; A Reexamination”, Anales
cervantinos, 19 [1981], 3-13, fue Green, en “El ingenioso hidalgo”, el que señaló primero la importancia
del sueño en la obra. Véase también el artículo de Daniel L. Heiple, “Renaissance Medical Psychology in
Don Quijote”, Ideologies & Literature, 9 [1979], 65-72.) Suele trasnochar durante todo el libro: cuando
lee sus libros, en las ventas, en su segunda salida (I, 111, 24-25), durante aventuras tales como la del
cuerpo muerto y los batanes; el que los amantes desdichados no duerman se ajusta a su predisposición (I,
118, 25-31; I, 163, 1-5; I, 164, 8-10; III, 243, 1-7). Cuando está dormido se despierta fácilmente (por
ejemplo, en IV, 344, 8-16; en cierto sentido, el episodio de los cueros de vino en el capítulo 35 de la
Primera Parte). Se levanta temprano (I, 57, 11-20; III, 250, 4-10), puesto que es un “gran madrugador” (I,
50, 3-4). Su único sueño verdaderamente satisfactorio o profundo, interrumpido a gran pesar suyo, es el
de la cueva de Montesinos.

Se llega a la conclusión de que Cervantes tenía dificultades para dormir por su aprecio por el “buen
sueño”. En sus obras califica al sueño, como al amor, de “dulce”. Para pasajes de Cervantes en alabanza
del sueño véase mi Las “Semanas del jardín”, págs. 107-108.

165
Don Quijote tenía “más de trescientos libros, que son el regalo de mi alma y el entretenimiento de
mi vida” (I, 343, 28-29). Sobre Cervantes, véase mi artículo “¿Tenía Cervantes una biblioteca?”

166
III, 226, 26-27. El alcahuete de los galeotes también tenía un “mal de orina” (I, 305, 19); Cañizares,
el “viejo celoso”, padecía de “la hijada”, “la piedra” y tenía que orinar frecuentemente (El viejo celoso,
Comedias y entremeses, IV, 146, 19-24); y el “vejete” de El juez de los divorcios también padecía de “la
hijada” (Comedias y entremeses, IV, 7, 7).

Cervantes describió su enfermedad como “idropesía”, (Persiles, I, lviii, 31), exceso de líquidos en el
cuerpo, que parece que Cervantes había relacionado con una sed excesiva (además del pasaje citado,
véase Don Quijote, III, 262, 15-16). Autoridades médicas modernas (Gómez Ocaña, Historia clínica de
Cervantes [Madrid, 1899], citado por Ramón León Máinez, págs. 566-567, y José Riquelme Salazar,
Consideraciones médicas sobre la obra cervantina [Madrid, 1947], citado por Alberto Sánchez, “Estado
actual de los estudios biográficos”, Suma cervantina, págs. 3-24, en las págs. 22-23), aunque no están de
acuerdo sobre la causa de la muerte de Cervantes, coinciden en que Cervantes no murió de una
enfermedad renal. Sin embargo, teniendo en cuenta la medicina de su época, cuando se creía que una de
las causas propuestas por estas autoridades, diabetes, era una enfermedad del riñón, es probable que

141
Cervantes creyeraque ésta era su enfermedad; durante mucho tiempo se ha asociado la hidropesía con un
ataque de riñón, de lo que puede ser un síntoma. Cervantes escribió un soneto para un libro de urología, el
Tratado nuevamente impresso de todas las enfermedades de los riñones, vexiga y carnosidades de la
verga y orinade Francisco Díaz (Madrid, 1588), que apoya esta sugerencia. (El soneto está reproducido en
Poesías sueltas [Comedias y entremeses, VI], 49.)

167
Véase, por ejemplo, la defensa que hace Don Quijote (III, 229, 14-17) de la habilidad del caballero
andante para administrar justicia, que, como se ha dicho anteriormente, era según la teoría política de
Cervantes el principal deber de un dirigente. En el capítulo siguiente se discuten los cambios que eran
convenientes en aquella sociedad.

168
Muchas veces se afirma en las obras de Cervantes que los tiempos pasados eran mejores, cuando los
héroes eran heroicos y supuestamente reinaba la virtud; sin embargo, a menudo se descarta erróneamente
este tema como un topos literario. Véase Castro, El pensamiento de Cervantes, págs. 173-181, y Harry
Levin, The Myth of the Golden Age in the Renaissance (Bloomington: Indiana University Press, 1969),
especialmente el capítulo 6.

169
Don Quijote lo dice explícitamente (I, 261, 17-32; III, 45, 4-47, 5; III, 199, 4; III, 230, 25-231, 11);
he deducido la opinión de Cervantes por la forma en que trata el tema de la caballería, es decir, por las
pruebas que ya he presentado en este libro.

170
Cristianos “nuevos”, también llamados despectivamente conversos, eran personas que se habían
convertido al cristianismo o cuyos antepasados eran conversos. La mayoría eran descendientes de judíos,
quienes, cuando se enfrentaron en 1492 al decreto de expulsión, escogieron la conversión antes que el
exilio. Víctimas en el siglo dieciséis de una discriminación cada vez más severa, a menudo negaban su
ascendencia.

Desde el final de la Guerra Civil Española en 1939, y en parte en respuesta al catolicismo en cuyos
términos los vencedores definían la cultura española, ha habido un movimiento, iniciado y dirigido por
Américo Castro, para mostrar el error de esta imagen católica de España. (Para sus orígenes
inmediatamente después de la guerra civil, véase Vicente Lloréns, “Los años de Princeton”, en Estudios
sobre la obra de Américo Castro, ed. Pedro Laín Entralgo [Madrid: Taurus, 1971], págs. 285-302. Se
encuentra algún precedente en la revista literaria de la guerra civil, Hora de España; véase Kessel
Schwartz, “The Past as Prologue in Hora de España”, Romance Notes, 10 [1968], 15-19.) Además de
afirmar que las culturas judía e islámica de la edad media española fueron esenciales para la formación de
la nación española, Castro y otros han mantenido que figuras muy ilustres de la cultura española del siglo
XVI (Fernando de Rojas, Luis Vives, Bartolomé de Las Casas, Santa Teresa, Feliciano de Silva, Jorge de
Montemayor, Fray Luis de León, Alonso de Ercilla, Mateo Alemán, etc.) eran cristianos nuevos, con
antepasados judíos. A. David Kossoff ha mantenido recientemente que de cinco probabilidades había
cuatro de que un escritor de aquel período perteneciente a la clase media (y la mayoría de los escritores
eran de la clase media) tuviera ese origen (“Fuentes de El perro del hortelano y una teoría de la España
del Siglo de Oro”, en Estudios sobre literatura y arte dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz,
recogidos y publicados por A. Gallego Morell, Andrés Soria y Nicolás Marín [Granada: Universidad de
Granada, 1979], II, 209-213). Además, pocas personas tenían “sangre” totalmente pura, las leyes de
“pureza de sangre” se aplicaban discriminatoriamente, y las documentaciones fraudulentas estaban muy
extendidas.

Como el catolicismo militante español es básico en su identidad histórica, esta línea de estudio es
delicada, y ha provocado polémicas acaloradas e incluso difamatorias (véase A. A. Sicroff, “En torno a las
ideas de Américo Castro”, en Actas del Quinto Congreso Internacional de Hispanistas [Bordeaux:
Instituto de estudios Ibéricos e Iberoamericanos de la Universidad de Bordeaux III, 1977], I, 105-119). El
hecho de que haya sido presentada polémicamente desde el principio ha conducido a una desafortunada
polarización de las opiniones. (No conozco una introducción mejor que el libro de José Luis Gómez-
Martínez, Américo Castro y el origen de los españoles: Historia de una polémica [Madrid: Gredos,
1975], que incluye una bibliografía de 23 páginas.) Sobre el tema de los conversos las pruebas no son
siempre claras ni bien tratadas (aunque a veces son totalmente claras y tratadas con rigor). Incluso cuando
es así, se cuestiona la importancia de tal ascendencia.

142
Datos sobre la familia de Cervantes, además del trato poco halagador a los cristianos viejos en La
elección de los alcaldes de Daganzo, El retablo de las maravillas y El juez de los divorcios, sugiere que
formaba parte de este grupo. Su padre y su bisabuelo eran cirujanos, y él mismo, en vida posterior, era
recaudador de impuestos, dos de los numerosos oficios que los judíos ejercían en la Edad Media, y sus
descendientes en el Siglo de Oro. Una hermana suya era carmelita descalza (capítulo 1, nota 40), orden
constituida principalmente por cristianos nuevos. Cervantes se sentía marginado y mal remunerado; el
análisis de Hermida Balado, págs. 158-159, lo confirma. Sus escritos evidencian que se tomó en serio el
Catolicismo, tan en serio como para tener opiniones distintas de las que tenían las autoridades religiosas
españolas de su época (capítulo 1, nota 40). Eso es más típico de los cristianos nuevos que de los viejos.
(Para una discusión más amplia, véase Antonio Domínguez Ortíz, Los judeoconversos en España y
América [Madrid: Istmo, 1971], págs. 213-214; no sé lo que Domínguez quiere decir por el “tono
despreciativo en que [Cervantes] habla de los judíos”, ni la identidad de los escritores no especificados
con que Domínguez lo compara. Nicolás Kanellos niega el antisemitismo de Cervantes en “The Anti-
Semitism of Cervantes' Los baños de Argel y La gran sultana: A Reappraisal”, Bulletin of the
Comediantes, 27 [1975], 48-52; en La casa de los celos, se llama a los judíos “el pueblo que de Dios fue
amigo” [I, 198, 26].)

No hay pruebas directas de que Cervantes tuviera la intención de presentar a Don Quijote como
cristiano nuevo. Lo que llama la atención, sin embargo, es cuán enérgicamente Sancho es presentado
como cristiano viejo. Primero es una conclusión del narrador (I, 274, 25-28), después Sancho dice tres
veces “christiano viejo soy” (I, 296, 26; II, 339, 29-30; III, 67, 8-9), y que tiene “quatro dedos de enjundia
de christiano viejo” (III, 78, 14-16; adaptado). Añade que es “enemigo mortal...de los judíos” (III, 114, 7)
y que si Cide Hamete ha dado a entender que no es cristiano viejo, “nos avían de oír los sordos” (III, 67,
9-10). Aparentemente es “un labrador de los que siempre blasonan de christianos viejos”, tal como son
descritos y atacados en “El licenciado Vidriera” (II, 90, 4-10) y en los entremeses que se acaban de
mencionar. Don Quijote nunca hace esta afirmación acerca de sí mismo—no puede esperarse que
proclame “soy un cristiano nuevo”—sino más bien critica a Sancho por ser, aunque un cristiano viejo, un
mal cristiano (I, 286, 18-20; compárese II, 218, 4-5), que no teme a Dios (III, 262, 32-263, 2). La
respuesta de Sancho a esta acusación es que él es como “cada hijo de vezino”.

171
A veces se considera a Diego de Miranda el personaje representativo del autor, por su hostilidad a
los libros de caballerías (III, 201, 20-21) y por el parecido de su descripción física (III, 198, 7-10) con la
que Cervantes da de sí mismo en el prólogo de las Novelas ejemplares (I, 20, 18-21, 2). Sin embargo,
como se acaba de señalar (pág. 137), Don Quijote también tiene algunos rasgos físicos parecidos (III,
175, 23-27), y tiene mucho más en común con Cervantes que Miranda. Miranda, un labrador rico (III,
201, 11-12; III, 226, 12-13)—Cervantes no lo era—, no hace nada; no tiene, o no demuestra, patriotismo,
ni ideas, ni ningún interés por el debate. Es difícil imaginar a Cervantes divirtiéndose, como Miranda, con
la caza y la pesca (III, 201, 14-15). Miranda no comparte el entusiasmo de Cervantes por la literatura.
Sólo tiene una reducida biblioteca de seis docenas de libros, limitados a historia y devoción, mientras que
la de Cervantes tenía que ser más grande y variada (véase mi “¿Tenía Cervantes una biblioteca?”, ya
citado). También tenía un hijo, mientras que Cervantes no tenía ninguno.

Sancho, que muestra “buen natural y discreción” (III, 262, 24-25), también refleja al autor, aunque no
tanto. Cervantes, igual que Sancho, apreciaba la comida, comida con libertad (véase I, 146, 12-18), el
vino y el descanso (nota 162, supra). A Cervantes también le gustaban los refranes, y los usaba cuando
escribía en primera persona: “debaxo de mi manto al Rey mato” (I, 30, 10-11); “castíguele su pecado, con
su pan se lo coma y allá se lo haya” (III, 27, 14-15). La brusca salida de Sancho de casa de Don Quijote,
con “desmayo de estómago”, para volver con una respuesta a las preguntas de Sansón acerca del robo del
asno y la pérdida de cien escudos, tiene resonancias de su creador (III, 71, 12-21). Pero los paralelismos
son menores.

172
Ésta es la respuesta de Don Quijote a la relación, dada por el canónigo, de beneficios intelectuales
que obtendría si leyera libros de historia (II, 363, 29-32).

173
Sanford Shepard, El Pinciano y las teorías literarias del Siglo de Oro, 20 edición (Madrid: Gredos,
1970), pág. 27, señala que la Philosophía antigua poética, para su autor, era una obra de literatura, así
como un tratado sobre poesía. Según Shepard, en el sistema clasificatorio del propio Pinciano, es un
ejemplo de “poesía dramática”.

143
174
Forcione,Cervantes, Aristotle, and the “Persiles”, pág. 84.

175
Éste es también el primer contraste de sus dos facetas: primero “¡O, qué necio y qué simple eres!, y
después “¡Válate el diablo por villano...y qué de discreciones dizes a las veces!” (II, 72, 6 y 23-25).

176
III, 374, 14-16. Don Quijote usa una imagen muy parecida: “sobre el cimiento de la necedad no
assienta ningún discreto edificio” (IV, 62, 12-13).

177
IV, 55, 15; IV, 273, 24-25; IV, 392, 23-24; III, 31, 32.

178
III, 405, 1-3; IV, 85, 1-3; IV, 154, 13; IV, 362, 21; IV, 369, 7-9.

179
III, 53, 29-30; se dice lo mismo de Auristela y Periandro (“la naturaleza avía...formado en una
misma turquessa a él y a Auristela”, II, 244, 27-29). En varios puntos de la Segunda Parte se presenta a
Don Quijote y Sancho como equivalentes: III, 108, 6-7; III, 367, 21-24; IV, 363, 10-11 y 29. De la misma
forma que Don Quijote podía predicar (supra, pág. 134), también podría Sancho: “Dígote, Sancho, que,
así como tienes buen natural y discreción, pudieras tomar un púlpito en la mano y irte por esse mundo
predicando lindezas” (III, 262, 24-27).

180
II, 62, 15-21; II, 361, 17-23; III, 108, 6-7; III, 221, 12-22; III, 229, 1-231, 15; IV, 55, 6-15; IV, 321,
23-25.

181
I, 53, 4-5. Se aplican los mismos superlativos, “el más gracioso disparate y tema que dio loco en el
mundo”, al loco sevillano que hinchó un perro (III, 29, 10-12).

182
Véanse además los pasajes citados en la nota 87 del capítulo 3. La repentina decisión de Sancho de
esconder al cura y al barbero “el lugar y la suerte dónde y cómo su amo quedava” (I, 378, 13-19) es
también, al parecer, una conducta caballeresca sorprendente para él.

183
III, 378, 10-17; IV, 257, 29-31. Es verdad que en la España del Siglo de Oro la gente corriente
conocía los romances, pero este hecho no explica el uso que Sancho hace de ellos. Más que cantarlos por
placer, como el labrador de El Toboso (III, 125, 24-27), los cita para aclarar algunos puntos en sus
discusiones, exactamente como hace Don Quijote (I, 167, 28-168, 8), Maese Pedro (III, 334, 28-32) y el
narrador (III, 156, 7-10).

184
“Al buen callar llaman Sancho” (IV, 61, 13-14). Aunque la forma original de este proverbio debe de
haber sido “santo”, el cambio, con el juego de palabras, a “Sancho” está bien documentado antes de
Cervantes, y puede considerarse que es la forma que conocía. Además de los ejemplos citados por
Schevill-Bonilla y Rodríguez Marín, se encuentra en Los refranes que recopiló Ýñigo López de Mendoça
y en el Libro de refranes de Pedro Valles (he utilizado las ediciones de Valladolid: Francisco Fernández
de Córdoba, 1541 y Zaragoza: Juana Millán, 1549, respectivamente). Ticknor, quien considera que la
forma con “Sancho” es la original, cita las últimas recopilaciones de Garay y Hernán Núñez (History of
Spanish Literature—el pasaje, de su discusión del Buscapié, no figura en la traducción española—, sexta
edición norteamericana [Boston: Houghton, Mifflin, 1891], III, 504).

185
“El señor governador Sancho a cada paso los dize [refranes]; y aunque muchos no vienen a
propósito, todavía dan gusto, y mi señora la duquessa y el duque los celebran mucho” (IV, 151, 7-11).

186
Ni la mujer de Sancho (II, 399, 23-24) ni la sobrina de Don Quijote (III, 52, 23-25) entiende la
arcaica palabra “ínsula”.

187
I, 278, 19-20; II, 396, 29-30; y véase I, 141, 24-32.

188
III, 171, 32-172, 2; véase también III, 368, 17-19.

144
189
Don Quijote: III, 426, 15; IV, 35, 19; IV, 238, 19. El narrador: III, 111, 6; III, 368, 15; IV, 123, 8; IV,
363, 29. También le llaman frecuentemente simple y necio (para ejemplos, véase el apéndice 4 del
Sancho Panza de Flores).

190
IV, 172, 22-24; véase también III, 89, 6.

191
II, 72, 24-25; IV, 328, 23-25; también II, 357, 16-18 y III, 280, 18-19.

192
III, 377, 19; IV, 111, 11-12. Sus “tocas” son “reverendíssimas” (IV, 115, 18-19).

193
“La tenían por boba y de buena pasta” (IV, 168, 6-7), confirmado en la descripción del narrador, “la
sandez y dessemboltura de doña Rodríguez, y de su mal andante hija” (IV, 171, 14-16).

194
“Ya me comen, ya me comen / por do más pecado avía” (III, 414, 8-9).

195
III, 454, 23-26. Un muladar era “el lugar o sitio donde se echa el estiércol o basura que sale de las
casas” (Diccionario de autoridades).

145
Capítulo 5. El provecho de Don Quijote

El fin mejor que se pretende en los escritos, que es


enseñar y deleitar juntamente.
II, 344, 32-345, 2

Libros de cavallerías, los que tratan de hazañas de


cavalleros andantes, ficciones gustosas y artificiosas
de mucho entretenimiento y poco provecho.
Sebastián de Covarrubias1

Cervantes, naturalmente, no hubiera introducido alusiones sexuales en su obra si


hubiera pensado que iban a “induzir a quien l[a] leyera a algún mal deseo o
pensamiento” (Novelas ejemplares, prólogo). A resultas de incluir prostitutas en sus
obras, por ejemplo, el lector se sentiría menos inclinado a acudir a ellas, pues son o
repugnantes y presumidas,2 o poco honradas; los alcahuetes son “gente idiota y de poco
entendimiento” (I, 304, 16).3

Sin duda, Cervantes creía firmemente que la literatura tenía que ser didáctica, que no
solamente tenía que entretener y producir un placer estético, sino que también tenía que
educar. Era el provecho lo que el deleite había de facilitar. Este punto de vista está
expresado en las discusiones literarias que hay en Don Quijote; Márquez Torres,
Valdivielso y Cetina lo mencionan en sus aprobaciones; está ejemplificado en las otras
obras de Cervantes4 y es mencionado en sus prólogos. Uno de los mayores defectos que
Cervantes veía en los libros de caballerías anteriores era que no ayudaban al lector a ser
mejor.5 Naturalmente, Don Quijote iba a ofrecer lo que faltaba en esos libros.

Una lección que Cervantes quería que el lector aprendiera de Don Quijote era que no
leyera más libros de caballerías, o por lo menos que los leyera adecuadamente, dándose
cuenta de que son sólo un entretenimiento, no historias verdaderas o guías de conducta.
Además de incluir largas discusiones sobre los defectos del género y comentar las
deficiencias de muchos libros y las excelencias de muy pocos, Cervantes ilustra los
efectos que su lectura produce. Muchos de sus lectores ficticios tienen graves
problemas.6 Dorotea y Luscinda, por ejemplo, han perdido su virginidad. Cardenio,
abandonado como Amadís a una desesperación poco cristiana y a la abulia, ha perdido
su razón.7 Los libros de caballerías enseñan a Maritornes que las relaciones sexuales,
aun entre personas que no están casadas, son muy placenteras (II, 81, 24-32), y de ellos
la hija del ventero, “semidoncella” como Maritornes (II, 282, 17) aprende cuán cruel es
hacer sufrir a los hombres (II, 82, 1-26). Hacen que el ventero se olvide de su mujer,8 y
le hacen desear seguir el ejemplo de Don Quijote e imitarlos (II, 81, 14-17; II, 85, 21-
22). Sólo los personajes religiosos, el cura y el canónigo, disfrutan de los libros de
caballerías con impunidad.9 El seglar ideal, Diego de Miranda, los evita por completo.
Es el hidalgo rural y soltero el que los devora apasionadamente, pierde la razón, los
dientes, que valen más que diamantes (I, 246, 26-27), y, final y trágicamente, su vida.

146
Sin embargo, los hombres necesitan recrearse. Hacen falta medios para llenar las
horas de ocio: “No es possible que esté continuo el arco armado, ni la condición y
flaqueza humana se pueda sustentar sin alguna lícita recreación”.10 En Don Quijote,
donde, significativamente, no se leen libros de caballerías, se ofrecen muchas
alternativas. Se pueden escuchar las aventuras que cuenta un veterano de Lepanto sobre
su cautiverio en Argel;11 se dice con frecuencia que conversar y escuchar historias, así
como cantar, son actividades placenteras.12 Hay “juegos de axedrez, de pelota y de
trucos” (II, 86, 24) en la boda de Camacho. Los bailes honestos proporcionan placer, y
Sancho se divierte con “bolos” y con el juego de naipes “triunfo embidado” (III, 425,
27-28), aunque la mayoría de los juegos de naipes no son más que juegos fraudulentos y
fuentes de riñas.13 Incluso se puede pasar el tiempo creando una “nueva y pastoril
Arcadia”, como se hace en el capítulo 58 de la Segunda Parte, y como Don Quijote
propone en el capítulo 73.

Los ejercicios de Diego de Miranda son la caza y la pesca; se sugiere la mejor


manera de cazar.14 (La caza también era un ejercicio de Alonso Quijano [I, 50, 4 y 16]
antes de que sus lecturas de los libros de caballerías le dejaran “güero el juizio” [I, 355,
20]). Los ociosos cultos pueden leer libros de historia (II, 83, 32-84, 18; II, 363, 17-364,
3), o la Biblia (II, 363, 15-17). Pueden, si la seleccionan cuidadosamente, leer literatura
(capítulo 6 de la Primera Parte), y todos pueden disfrutar de la lectura en voz alta (el
“Curioso impertinente”), aunque haya pocas obras satisfactorias en español (III, 201,
21-26). Sin embargo, con las “comedias que aora se representan” (II, 347, 5-352, 21),
no vale la pena ir al teatro.

Sin embargo, Cervantes tenía otras cosas, más importantes, que enseñar a sus
lectores que cómo llenar sus horas de ocio; es probable, como ha sugerido Mandel con
respecto a Don Quijote,15 que otro motivo por el que Cervantes dotó a Don Quijote y
Sancho de características positivas, haciéndolos a ambos tan contradictorios, fue que
instruyeran al lector. Don Quijote, naturalmente, tiene mucho que decir al lector acerca
de los sufrimientos, aportación y fama del soldado. Aunque el mensaje está
parcialmente oscurecido por la cuestión de la caballería andante, sin duda es Cervantes
quien habla cuando Don Quijote dice que “no ay otra cosa en la tierra más honrada ni de
más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego a su rey y señor natural,
especialmente en el exercicio de las armas” (III, 309, 18-22).16

La enseñanza más explícita de la obra, no obstante, se encuentra en los consejos que


Don Quijote da a Sancho acerca de cómo gobernar (capítulos 42 y 43 de la Segunda
Parte, completado por su carta en el capítulo 51). Mientras que la segunda parte de su
consejo es producto de su “locura”, y por lo tanto cómica, la primera es el producto de
una “persona muy cuerda” con un “claro y desenfadado entendimiento”, como nos
señala el narrador (IV, 55, 5-15). En palabras de Sánchez y Escribano, tenemos en la
Segunda Parte “un doctrinal de gobernantes embutido en la novela”.17 Evidentemente
Cervantes había pensado en los problemas del gobierno, y seguramente había hablado y
leído sobre ellos. Comprendía las cargas de los dirigentes: “los oficios y grandes cargos
no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones”;18 se les molesta, como a
Sancho, con “muchos advertimientos impertinentes”, y los que los dan esperan
recompensas (III, 37, 8-38, 13; también, III, 90, 28-91, 5). El comentario de Sancho es
“los juezes y governadores deven de ser, o han de ser, de bronze” (IV, 123, 13-15). Sólo
el corrupto duque disfruta con el poder (IV, 48, 17-20), y cree, bajo un pretexto que
Sancho no acepta, que un gobernador tiene tiempo para cazar (III, 425, 2-26).

147
Como esta preocupación por el gobierno aparece mucho más claramente a finales de
la Segunda Parte, quizás pueda atribuirse a la relación de Cervantes con el virrey de
Nápoles, el conde de Lemos, de quien quería ser secretario. Cervantes, sin embargo,
había querido ser gobernador desde mucho antes (Astrana, IV, 455); hay cierta amargura
en el comentario de Don Quijote de que son los estudiantes, no el soldado, los que
“como llevados en el buelo de la favorable fortuna...los hemos visto mandar y governar
el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su
desnudez en galas y su dormir en una estera en reposar en olandas y damascos” (II, 194,
27-195, 1).

De hecho, Cervantes había visto “ir más de dos asnos a los goviernos” (III, 420, 9-
10), mandar el trabajo a los subordinados (II, 374, 32-375, 6), pero dejar sus cargos con
más riqueza que la que tenían cuando llegaron (IV, 184, 17-20). 19 La duquesa escribe a
Teresa que es difícil encontrar a un buen gobernador (IV, 144, 27-28), pero su carta no
es sincera, y ni lo ha buscado ni siquiera quizás sabe en qué consiste ser un buen
gobernador. Lo que nos enseña Sancho gobernador es que cualquiera, incluso un pastor
de cabras (IV, 172, 22-26), puede ser un gobernador excelente; (IV, 166, 29); “por
muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras
para ser uno governador...el toque está en que tengan buena intención y desseen acertar
en todo” (III, 405, 12-17; también II, 375, 12-19).20 “Los oficios y cargos graves, o
adovan, o entorpecen los entendimientos”21 “los que goviernan, aunque sean unos
tontos, tal vez los encamina Dios en sus juizios” (IV, 84, 23-25; también IV, 62, 19-20).

Sancho es un gran gobernador porque tiene buen natural y buena intención, y es


caritativo,22 cualidades que atraen naturalmente la ayuda divina.23 Si España tuviera
gobernadores tan buenos como Sancho, sus problemas se solucionarían fácilmente. En
Don Quijote hay numerosas referencias a estos problemas, grandes y pequeños.24 Entre
ellos figuran la mala literatura, que puede remediarse con unas simples medidas legales
(II, 352, 21-353, 20), concursos literarios y universidades poco honestos (III, 228, 24-
30), aunque éstas no parecen haber preocupado demasiado a Cervantes, editores sin
escrúpulos,25 el sistema legal burocrático y corrupto,26 médicos ignorantes (IV, 100, 1-
3), venteros ni honrados ni cristianos,27 ociosos,28 e incluso grupos aparentemente tan
inofensivos como los ermitaños (III, 305, 13-25; III, 306, 26-32). Cervantes, como el
cura y Don Quijote, seguramente tenía la intención de ofrecer soluciones a tales
problemas a “quien pueda remediallo[s]” (I, 304, 26-27; II, 87, 2-4); mientras tanto,
pondrá sobre aviso a sus lectores.

Las reformas más importantes, sin embargo, son las que uno lleva a cabo en sí
mismo (véase IV, 387, 7-9), y así, en la parte juiciosa del consejo que Don Quijote da a
Sancho, encontramos recomendaciones que sólo pueden dirigirse al lector: primero
temer a Dios, principio de la sabiduría (también III, 262, 32-263, 2), y después
conocerse a sí mismo, “el más difícil conocimiento que puede imaginarse” (IV, 51, 9-
10).29 Como aprende Sancho, debe aceptarse el papel que Dios ha dado a cada uno, sin
desesperarse, como Amadís, Grisóstomo o Cardenio, ni rebelarse contra la voluntad de
Dios, sino aprovechando las oportunidades que Él otorga.30

Hay otra lección importante, además de la anterior. El que aparezca frecuentemente


es una reacción a los libros de caballerías,31 y por esta razón la examinaremos con cierto
detalle. Es el tema de las relaciones con el sexo contrario, la importancia del matrimonio
y de la honestidad.

148
Cervantes no tarda en presentar uno de los efectos más perjudiciales de la mala
literatura en los lectores fácilmente impresionables: les propone la deificación de la
persona amada. Eso es encarnado en Don Quijote: substituye el servicio a Dios por el
servicio a las mujeres, y dice que Dulcinea es “señora absoluta de su alma” (II, 284, 18-
19).32 Creer en ella es un acto de fe (I, 84, 15-25), y las ofensas a ella son blasfemias,
dichas por excomulgados.33 Dulcinea es “única señora de mis más escondidos
pensamientos” (I, 213, 4-5) y “único refugio de mis esperanças” (III, 364, 17); de ella
espera favores que son “más que milagrosos” (III, 127, 18). En la Primera Parte se
encomienda a ella en lugar de encomendarse a Dios antes de entrar en combate (I, 115,
20-22; I, 125, 7-10), pues su dama, y no Dios, es según él la fuente de su vigor. 34 Don
Quijote ora durante su penitencia y desea confesarse, lo que su ama le recomienda (IV,
395, 1-2), sólo porque son “cosas de Amadís”.35 A pesar de su amistad con un cura ni se
confiesa ni oye misa, como hace Diego de Miranda o el histórico Gran Capitán todos
los días,36 y sólo pide al cura el ensalmo que restituye la barba (II, 45, 8-14). La Virgen
María no es un símbolo religioso, sino una dama a la que hay que servir (II, 392, 28-
394, 31). No hace caso de la iglesia que domina El Toboso (III, 123, 14-16), y busca, en
cambio, el inexistente palacio de Dulcinea.

Incluso Sancho observa que el servicio de Don Quijote a las mujeres tiene un
carácter religioso (II, 72, 9-20), y que se evita su ira venerando a Dulcinea como si fuera
una reliquia (II, 61, 18). Vivaldo (I, 170, 25-171, 4), sin embargo, quien le acompaña al
entierro del también poco cristiano Grisóstomo (I, 155, 18-27), le indica que esta
conducta es errónea y huele a gentilidad. Grisóstomo, como Don Quijote, no amaba
sino que adoraba a su dama;37 su historia muestra “el paradero que tienen los que a
rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone” (I,
178, 19-22).

La consecuencia perfecta del amor es naturalmente el matrimonio; el discurso de


Don Quijote sobre el matrimonio, al que llama “el fin de más excelencia de los
enamorados” (III, 274, 24-25; adaptado), merece el mayor elogio de Sancho. “[El que]
es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apazible con
quien acompañarse” (III, 242, 8-11). El matrimonio es un sacramento.38 Los personajes
no religiosos que son felices o están casados o buscan el matrimonio como la expresión
adecuada de su amor y pasión. El juicioso Diego de Miranda está casado, con una mujer
de “sólito agrado” (III, 225, 26), y es feliz; su hijo soltero está desorientado. Antonio
Moreno, “cavallero rico y discreto, y amigo de holgarse a lo honesto y afable” (IV, 279,
6-7), también está casado con una mujer quien recibe a Ana Félix con “mucho agrado”
(IV, 313, 7-8). Los duques y Doña Rodríguez se presentan mucho más favorablemente
que la soltera Altisidora, que es, como Angélica, “más antojadiça que discreta” (IV, 361,
1; III, 50, 15-17), “más desenvuelta que recogida” (IV, 120, 18; adaptado). Los hombres
que no son felices en su matrimonio, como Sancho, o los que no están casados ni
buscan el matrimonio, como Don Quijote y Sansón Carrasco, son los que dejan sus
casas, para enfrentarse con infortunios que nos diviertan y edifiquen.

Cuando la novela deja de centrarse en Don Quijote y Sancho, es para examinar las
relaciones entre hombres y mujeres.39 El matrimonio es un tema fundamental en el
“Curioso impertinente”, sobre el que contiene muchos consejos. Marcela ilustra la
necesidad que tienen las mujeres hermosas de casarse, pues la belleza naturalmente
atrae,40 y como es esquiva (I, 190, 26), Marcela causa más daño que la plaga (I, 162, 10-
12).41 Cardenio y Dorotea, el mozo de mulas, la hija de Doña Rodríguez y otros, todos

149
muestran la manera correcta y la equivocada de solicitar un hombre a una mujer, o una
mujer a un hombre. (Esta forma, naturalmente, no es el método “caballeresco” de Don
Quijote, quien es partidario de visitar a una muchacha por la noche, usando una tercera
—así defiende la alcahuetería42 —y casarse con ella “robada o de otra cualquier suerte
que sea”.43 También vemos cuál es la mejor manera de tratar los problemas si surgen, y
se presentan muchos problemas. Incidentalmente aprendemos muchas lecciones, como:
“el amor en los moços por la mayor parte no lo es, sino apetito” (I, 341, 3-5), “el amor y
la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento” (III, 242, 2-4), y que
“promessas de enamorados...son ligeras de prometer y muy pessadas de cumplir” (IV,
169, 15-17).44 La adecuada elección de la pareja es objeto de cierta atención; hay
alusiones pesimistas en las observaciones de Don Quijote que “es menester gran tiento y
particular favor del cielo para acertarle” (III, 242, 6-7), y que el matrimonio es “un lazo,
que si una vez le echáis al cuello, se buelve en el nudo gordiano” (III, 242, 19-21).
Aunque los padres deberían controlar la elección de su hija, porque “tal avría que
escogiesse al criado de su padre”,45 deberían tomarse en cuenta sus deseos (I, 161, 11-
13), y entre candidatos similares “era bien dexar a la voluntad de su querida hija el
escoger a su gusto, cosa digna de imitar de todos los padres que a sus hijos quieren
poner en estado”.46

¡Cuán a menudo se nos dice en Don Quijoteque las mujeres son virtuosas, que los
hombres tienen pensamientos castos, que el amor está dirigido al matrimonio! Cada vez
que se presenta a un personaje tal, una voz, ya sea del mismo personaje o del narrador,
indica su honestidad. Se observa la misma inquietud en el lenguaje del libro; a pesar de
las referencias a las funciones corporales discutidas en el capítulo anterior, se presentan
siempre con eufemismos y circunlocuciones, y los personajes sólo usan palabras
groseras, como “puta” y su derivado “hideputa”, cuando están coléricos47 o nerviosos
(como en II, 421). De esta manera el libro es alegre sin bajezas, pues encontramos
“ruzio”, en sustitución de asno (III, 419, 9-11), “suspiros”,48 “rameras” (I, 66, 2), “del
partido” (I, 60, 16), “refocilarse” (I, 194, 17-18; I, 209, 7), “yazer” (I, 211, 7), “yogar”
(II, 327, 19; IV, 86, 2), “lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha” (IV, 85,
14-15), “hazer aguas mayores o menores” (II, 357, 10), “dessaguarse” (I, 224, 1), “lo
que otro no pudiera hazer por él” (I, 271, 18-19), “lo que no se excusa” (II, 357, 19),
“un poco de ruido, bien diferente de aquel que a él le ponía tanto miedo” (I, 272, 9-11),
“hueles, y no a ámbar” (I, 273, 1-2), “lo que la honestidad quiere y ha querido siempre
que se cubra” (I, 148, 22-23), “las partes que a la vista humana encubrió la honestidad”
(I, 174, 8-9), y “cosas, que, por no verlas otra vez, bolvió Sancho la rienda a Rozinante”
(I, 372, 12-13), en lugar de otras formas más vulgares de referirse a las mismas cosas o
actos.49

Éstos, más uno que se mencionará dentro de poco, son los principales temas de
provecho en Don Quijote. Sin embargo, las enseñanzas del libro no terminan con ellos.
Aunque son más abundantes en la Segunda Parte, puesto que Cervantes ya no tenía que
atacar tanto a los debilitados libros de caballerías (IV, 406, 11-13), del mismo modo que
Cervantes creía que se podía abrir el libro al azar y encontrar humor (supra, pág. 122),
es difícil abrir la obra y no encontrar afirmaciones concisas que han de ayudar al lector
en su vida diaria o a ser mejor. Estos comentarios son tan variados como la vida misma:
“las tristezas no se hizieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres
las sienten demasiado se buelven bestias” (III, 142, 18-20); “pensar que en esta vida las
cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado” (IV, 178, 4-6);
“el cielo...tiene cuidado de socorrer a los buenos, y aun a los malos” (I, 392, 2-3; del

150
mismo modo, I, 245, 4-9); “siempre dexa la ventura una puerta abierta en las desdichas
para dar remedio a ellas” (I, 202, 15-16; también en Persiles, I, 208, 30-209, 1). El
abundante uso de refranes, “sentencias breves” (II, 204, 24-25; IV, 57, 19-20; IV, 342,
25), guarda una estrecha relación con ello; la afirmación de Don Quijote, “no ay refrán
que no sea verdadero” (I, 281, 19-20), sigue inmediatamente al primer refrán de
Sancho.50 El propio libro ilustra algunos de los refranes: “quien yerra y se enmienda, a
Dios se encomienda” (III, 357, 5-6) bien puede aplicarse a Alonso Quijano, y Aldonza
es el ejemplo viviente, al revés, de “la muger honrada, la pierna quebrada y en casa”
(III, 86, 1-2; IV, 138, 29-30; también III, 425, 19-20). En el mismo libro se señala la
pertinencia a Don Quijote y Sancho de los refranes “dime con quién andas, dezirte he
quien eres” y “no con quien naces, sino con quien paces” (III, 132, 12-14; III, 296, 23-
25; IV, 346, 11-15), y en la destrucción de la biblioteca de Don Quijote “se cumplió el
refrán...de que pagan a las vezes justos por pecadores” (I, 107, 31-32).51

Toda esta enseñanza era para asegurar que Don Quijote dejara al lector “alegre con
las burlas, enseñado con las veras, admirado de los sucessos, discreto con las razones,
advertido con los embustes, sagaz con los exemplos, airado contra el vicio y enamorado
de la virtud” (II, 351, 14-18).52 Cervantes, en su propia opinión, había escrito “el más
gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se aya visto” (III, 68, 18-
19). Al ofrecer su libro, entretenido y educativo, esperaba que ya no hubiera más interés
por los antiguos libros de caballerías. Había expuesto sus deficiencias, y proporcionado
una alternativa.53

Hay, sin embargo, un área básica en la que el provecho del libro no se corresponde
con la intención de Cervantes. Desde Américo Castro se acepta que la naturaleza de la
realidad es, en Don Quijote, una cuestión central, más fundamental que la veracidad de
los libros impresos. Predmore ha señalado la frecuencia y el cuidado con que el libro
distingue entre las cosas que son verdad, las que por inferencia deben serlo, y las que
sólo parecen serlo.54 Varios personajes, y no sólo Don Quijote, luchan con el hecho de
que las apariencias pueden engañar y que el mundo a menudo no se corresponde con
afirmaciones o ideas preconcebidas acerca de él. El Caballero del Bosque y su escudero
resultan ser Sansón Carrasco y Tomé Cecial, para sorpresa de Sancho. El Caballero del
Verde Gabán, quien cree que no hay caballeros andantes, encuentra a un hombre que
dice serlo. Parece que Basilio se ha suicidado, pero no lo ha hecho. El cura y Sansón
Carrasco encuentran a un embajador que les da la increíble noticia que Sancho es
gobernador, y para confirmarlo presenta cartas de una condesa y valiosos regalos. Un
bastón contiene dinero. Un vagabundo que Sancho no reconoce resulta ser Ricote, su
vecino y amigo exiliado. Antonio Moreno muestra una cabeza que parece estar
encantada. Hay muchos ejemplos, pero “la dificultad de tomar decisiones en un mundo
de realidades cambiantes no libera a los hombres de la responsabilidad de tomar tales
decisiones”.55 La naturaleza de la realidad no está nunca en duda, pues Cervantes
explica cuidadosamente los engaños; como ha dicho Parker, “todo se puede explicar por
causas naturales: en cada caso son los hombres, y no las cosas ni los animales, los que
engañan”.56 Pero desde el punto de vista de los personajes del libro—que es nuestro
punto de vista cuando dejamos de ser lectores—las cosas no son tan sencillas.57

Se nos especifica la forma de encontrar la verdad: es “la...experiencia, madre de las


ciencias todas” (I, 281, 21-22). Con frecuencia se menciona el valor de la experiencia,
que según Don Quijote “no te dexará mentir ni engañar” (III, 196, 5-6). Es la fuente de
los refranes.58 Como se ha señalado (pág. 153), es por “muchas experiencias” que

151
sabemos lo que se necesita para ser un buen gobernador, quien puede beneficiarse de “la
esperiencia que dan los años” (III, 66, 6). Del mismo modo, “la experiencia”enseña que
“la solicitud...trae a buen fin el pleito dudoso” o, en la guerra, la victoria (II, 319, 28-
320, 3). Por “la experiencia” puede comprobarse si son ciertas las pretensiones de “la
destreza de la espada” (III, 245, 16-247, 24); de ella se aprende la táctica (II, 211, 26-
28) y pone a prueba la armadura (I, 54, 9-10). “La experiencia”muestra “quán mal
cumplían los libres las palabras que davan en el cautiverio” (II, 230, 25-27), y “que la
música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu”
(II, 14, 24-27). Éste es el método por el que Sancho evalúa las declaraciones de su amo:
es por la experiencia (II, 400, 12-14), es decir, por los golpes a sus espaldas, 59 su
“vomitar” (I, 286, 1-2), y especialmente el manteamiento,60 que determina, en la
Primera Parte, que las descripciones de la realidad hechas por su amo no son exactas.61

Desgraciadamente, esta técnica tiene limitaciones. Da resultados distintos a distintas


personas: la experiencia de Don Quijote con el bálsamo es distinta de la de Sancho (I,
222, 21-223, 23). El barbero no puede convencer a los demás que su silla de montar es
una albarda y no un jaez (II, 309, 19-21), saber que ha adquirido por la “verdad” y la
“experiencia”.62 Se puede simplemente tomar el fenómeno inadecuado para la
adquisición de experiencia (III, 363, 17). Tampoco se puede determinar la verdad de lo
que uno dice que percibe: cuando Sancho afirma, en el capítulo 10 de la Segunda Parte,
que ve a la bella Dulcinea, o cuando Don Quijote dice que ve y oye ejércitos en lugar de
ovejas, no hay forma de verificar sus asertos. Del mismo modo, es imposible comprobar
las intenciones (véase IV, 326, 1). La gente puede decir que es católica y actuar
consecuentemente (véase IV, 305, 27-30), pero es imposible saber lo que hay en sus
corazones. Un autor puede saber lo que pasa en la cabeza de un personaje (véase IV, 22,
10-12), pero sólo Dios, autor de nuestras vidas y del gran libro que es el mundo, 63 puede
ver en el interior de la mente de una persona. Gingiol

Desde la perspectiva del individuo las consecuencias son todavía más serias. ¿Cómo
se puede estar seguro de que lo que uno percibe es la realidad? En el libro se exploran
casos en los que ello se pone en duda: enfermedades mentales y sueños.64 Podría
pensarse que se puede creer en lo que se toca (III, 146, 28-29), o en lo que se ve (III,
362, 25-27), pero esto falla; se puede estar soñando, pero recibir la misma información
sensorial—tacto, vista—que cuando se está despierto (III, 287, 10-18; III, 297, 15-17). 65
¿Cómo se puede estar seguro, entonces, de que se está despierto? Y si se puede estar
loco, pero, como Don Quijote, creer que se está cuerdo, ¿cómo podemos estar seguros
de que estamos cuerdos? Tal como se formulan, no hay respuestas a estas preguntas;
Cervantes se enfrentó a un problema ontológico fundamental, lo que él calificaría de
laberinto. La única forma de proceder es examinar la propia conciencia y valorar todas
las pruebas, considerando la credibilidad de lo que se ve y de lo que se nos dice. Esto es,
desde luego, lo que hace Don Quijote.66

Esta ya confusa situación empeora cuando se le añade la existencia de lo


sobrenatural, que también interesaba a Cervantes.67 Los encantamientos, entrelazados
como están en el libro con la caballería, con Dulcinea y con muchas de las aventuras,
son el tema de discusión más frecuente en Don Quijote, y el primero que los libros de
caballerías metieron en su cabeza (I, 52, 6-10).68 Según Don Quijote, los encantadores
pueden hacer que la información sensorial sea engañosa (III, 176, 16-24).

152
Sin embargo, a pesar de todas las discusiones sobre los encantamientos, a pesar de
todas las veces que se le dice a Don Quijote que los encantamientos no pueden explicar
sus desgracias, nadie dice nunca que los encantadores y los encantamientos no existen,
ni tampoco Don Quijote menciona a los encantadores, cuando se arrepiente de sus
errores en el último capítulo. Desde luego hay encantadores; Mauricio, un “christiano
cathólico, y no de aquellos que andan mendigando la fee verdadera entre opiniones”
(Persiles, I, 84, 29-31), y el personaje que más se parece a Cervantes en el Persiles,69
explica cuidadosamente que existen (“los ay”, Persiles, I, 117, 28).70 La existencia de
los encantadores está documentada en la Biblia, “que no puede faltar un átomo en la
verdad” (III, 49, 1-2).71 Sus poderes son limitados: a menos de que sea por
envenenamiento no pueden retener a las personas, puesto que no pueden forzar la
voluntad, que es libre (I, 304, 31-305, 9; “El licenciado Vidriera”, II, 84, 30-32;
Persiles, I, 217, 1-5). No pueden controlar el tiempo, pues sólo puede hacerlo Dios; por
lo tanto las historias en las que los personajes hacen largos viajes en períodos de tiempo
imposiblemente cortos entran en conflicto con la doctrina católica.72 Tampoco pueden
los encantadores cambiar la naturaleza de las cosas.73 Sin embargo, la razón, que según
el evidente y comprensible parecer de Cervantes, debería explicar las cuestiones
religiosas, es incapaz de explicar estas limitaciones. Así como no puede demostrarse a
un no creyente que la religión cristiana es correcta (II, 99, 7-24), no puede demostrarse
a Don Quijote, como descubre Sancho, que los poderes de los magos son limitados; las
discusiones acerca de lo sobrenatural sólo pueden resolverse invocando a un poder
sobrenatural (es decir, la fe).

Aunque los encantadores no pueden cambiar la naturaleza de las cosas, lo que sí


pueden hacer es, a nivel personal, todavía más desastroso: pueden cambiar la
apariencia de las cosas. “Todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los
encantos; no quiero dezir que las mudan de en uno en otro ser realmente sino que lo
parece, como lo mostró la experiencia en la transformación de Dulcinea”, dice Don
Quijote (III, 364, 12-17; véase también II, 355, 9-22, y III, 196, 4-16). 74 Lo mismo dice
Mauricio: “la fuerça de los hechizos de los maléficos y encantadores...nos haze ver una
cosa por otra” (Persiles, I, 117, 27-29). En el “Coloquio de los perros” se identifica
como la ciencia llamada tropelía (III, 211, 8-9).75

Estamos realmente ante un dilema. Así como es imposible convencer a Don Quijote
de que está en un error, también es imposible determinar si lo que vemos es la realidad o
es producto de las deformaciones de un encantador. Tras el examen del problema
ontológico que presenta el soñar, en el episodio de la cueva de Montesinos, nos
encontramos, sólo unos capítulos más adelante, con la más clara declaración sobre los
encantamientos de toda la obra. No podemos alcanzar conocimientos fiables; como dice
Don Quijote en el mismo capítulo, “todo ese mundo es máquinas y trazas, contrarias
unas de otras” (III, 366, 32-367, 1). Parece que éste es el punto en el que Cervantes dejó
a un lado la Segunda Parte de Don Quijote.76

153
Notas al Capítulo 5

1
Tesoro de la lengua castellana o española, ed. Martín de Riquer (Barcelona: Horta, 1943), pág. 324.

2
Es el caso de Maritornes (I, 209, 14; I, 212, 1-21). Las prostitutas que Don Quijote encuentra en su
primera salida sólo le parecen hermosas y graciosas a él (I, 61, 3-6).

3
Véase también “El licenciado Vidriera”, II, 89, 6-10; II, 90, 15-18; y II, 96, 8-12; recordando que por
lo que dijo, “ninguno pudiera creer sino que era uno de los más cuerdos del mundo” (II, 111, 13-22).

4
Para el Persiles, véase Alberto Sánchez, “El Persiles como repertorio de moralidades”, Anales
cervantinos, 4 (1954), 199-223, y Alberto Navarro González, “El elemento didáctico en El Persiles”. La
ejemplaridad de las Novelas ejemplareses discutible, aunque muchos especialistas modernos aceptarían
que Cervantes queríaque fueran ejemplares.

5
Los libros de caballerías, como otros libros, con frecuencia afirmaban que beneficiarían al lector
(Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 45). Para Cervantes este provecho habría sido
trivial, comparado con su gran potencial para causar daño, “mezclando con una verdad mil mentiras”, en
palabras de Don Quijote (III, 113, 15). En el “Coloquio de los perros” (III, 214, 23-25), nos dicen que eso
es lo que hace el diablo.

6
Aquí difiero de Marín Pina, pág. 270.

7
En el capítulo 1 se señalaba que Dorotea “avía leído muchos libros de caballerías” (II, 34, 29-30).
Como Luscinda toma prestado un libro de caballerías de Cardenio para leer, “de quien era ella muy
aficionada” (I, 342, 31), podemos llegar a la conclusión que ambos leían libros de caballerías. Acerca de
la naturaleza caballeresca de la penitencia de Cardenio, véase “Arcadio's Inferno”, de Herrero, pág. 297;
sobre la pérdida de la virginidad de Luscinda, Herrero, “Sierra Morena as Labyrinth”, pág. 63.

8
II, 81, 19-23. Aunque la mujer de Juan Palomeque esté contenta de la paz que tiene cuando su marido
está escuchando la lectura de un libro, ésta no es una buena manera de abordar sus problemas maritales.

9
Las barberías eran, al parecer, lugares de lectura (véase I, 365, 28-366, 3; IV, 377, 31-378, 2; y véase
“Rinconete y Cortadillo”, I, 288, 5). El barbero, que está escasamente dibujado, ex-soldado (II, 305, 22-
27) también ha leído libros de caballerías, aparentemente sin consecuencias nocivas.

10
II, 353, 20-23. También aparece esta observación en la aprobación de Valdivielso (III, 17, 7-20), y en
las Novelas ejemplares (I, 22, 16-26; II, 104, 20-23).

11
Juergen Hahn, en “El capitán cautivo: The Soldier's Truth and Literary Precept in Don Quijote, Part
I”, Journal of Hispanic Philology, 3 (1979 [1980]), 269-303, ha estudiado la historia del cautivo, un
“discurso verdadero, a quien podría ser que no llegassen los mentirosos que con curioso y pensado
artificio suelen componerse” (II, 202, 4-6), como respuesta a las mentiras de los libros de caballerías. La
narración del cautivo (II, 265, 10-11) produce, igual que los libros, “gusto y maravilla” (supra, pág. 100).
Sin embargo, la historia de “un soldado español llamado tal de Saavedra”, cuyas hazañas “quedarán en la
memoria de aquellas gentes [los moros] por muchos años”, proporcionarían mucho más entretenimiento y
admiración (II, 220, 17-28). Véase mi “Cervantes, Lope y Avellaneda” para un estudio más amplio de este
tema.

12
Un ejemplo: “se contavan por entretenimiento en el pueblo los amores de los dos niños Basilio y
Quiteria” (III, 240, 24-26).

154
13
IV, 127, 1-129, 18; también “Rinconete y Cortadillo”, I, 216, 10-218, 7; y “El licenciado Vidriera”,
II, 110, 24-111, 12.

14
Al estilo de Diego de Miranda (III, 201, 15-17), manera que Don Quijote ridiculiza (III, 213, 29-31).
Sin duda prefiere el estilo de los duques, que (como se ve en el capítulo 34 de la Segunda Parte) no
corresponde a la descripción del duque (III, 425, 2-16).

15
“The Function of the Norm”, pág. 156.

16
Porque “las armas...tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden
dessear en esta vida” (II, 192, 30-193, 1).

17
F[ederico] S[ánchez y] Escribano, “El sentido cervantino del ataque contra los libros de caballerías”,
Anales cervantinos, 5 (1955-1956), 19-40, en la pág. 37.

18
IV, 51, 1-3; del mismo modo, “trae consigo una pesada carga de pensamiento y de incomodidades,
que pone sobre sus ombros el desdichado que le cupo en suerte” (III, 164, 29-32).

19
“Los goviernos insulanos no son todos de buena data; algunos ay torcidos, algunos pobres, algunos
malencónicos” (III, 164, 25-28).

20
Esta teoría, que cualquier hombre bueno, con un poco de instrucción y ayuda, puede ser un buen
gobernador, tiene una larga tradición; David y Cincinato son ejemplos evidentes. Sin embargo, también es
posible que Cervantes esté recomendando una creencia política islámica. De todas formas, la Topografía
e historia general de Argel, publicada en 1612 como obra de Diego de Haedo, y laDescripción de África
de Luis del Mármol Carvajal, prestan poca atención a la teoría política y no hay ninguna otra fuente que
nos informe de las ideas políticas que Cervantes pudo conocer durante su cautiverio. (Véase Wilhelm
Hoenerbach, Cervantes und der Orient. Algier zur Türkenzeit[Walldorf-Hessen: Verlag für Orientkunde
Dr. H. Vorndran, 1953]. He sugerido, en “Cervantes, autor de la Topografía e historia general de
Argel,publicada por Diego de Haedo”, en prensa en Cervantes,que la obra publicada por Haedo, basada
en “relaciones de cautivos”, podría ser obra del mismo Cervantes.(Madrid: Sociedad de Bibliófilos
Españoles, 1927-1929)) Esta idea todavía persiste en el mundo islámico actual; véase V. S. Naipaul,
Among the Believers: An Islamic Journey (New York: Knopf, 1982). Cervantes elogia la justicia árabe en
dos ocasiones: en el comentario del muchacho de Maese Pedro (III, 329, 26-30) y en “El amante liberal”
(I, 158, 25-159, 19). La que Sancho administra es ciertamente rápida y justa; era y es todavía una
costumbre islámica (maílis) que un gobernador, como hace Sancho, recibiera regular y personalmente la
queja de cualquier persona, por humilde que fuera.

21
IV, 124, 9-11; compárese III, 78, 8-11; III, 154, 10-20; e incluso I, 29, 8-21.

22
III, 262, 24-25; III, 415, 1-4; III, 426, 6; IV, 63, 13-18.

23
“Siempre favorece el cielo los buenos desseos”, IV, 63, 18-19; también II, 375, 17-19; y II, 389, 29-
390, 2.

24
Se trata más ampliamente en el artículo de Sánchez y Escribano citado en la nota 17.

25
IV, 296, 7-17; también “El licenciado Vidriera”, II, 95, 16-27. El propio Cervantes creía que el
dinero que los editores le pagaban por sus obras no era suficiente, aunque los datos de que disponemos
parecen demostrar que los pagos reflejaban la realidad editorial de aquella época. Véase mi “¿Tenía
Cervantes una biblioteca?”, págs. 22-23.

26
I, 149, 5-9; capítulo 22 de la Primera Parte; III, 149, 3-5; III, 329, 27-30.

27
II, 88, 17; I, 63, 1-4; también el comentario sobre Maritornes, I, 229, 19-21.

28
II, 343, 11-13; IV, 126, 2-8; IV, 166, 22-26.

155
29
Sobre esta paradoja, véase Charles D. Presberg, “‘Yo sé quién soy’: Don Quixote, Don Diego de
Miranda and the Paradox of Self-Knowledge”, Cervantes, 14.2 (1994), 41-69.

30
Sancho naturalmente lo hace en la sima (IV, 201,15-203, 9). Como dice unos de sus refranes, “Dios
que da la llaga da la medicina” (III, 243, 16); en otra parte, “esta novela nos podría enseñar...cómo sabe el
cielo sacar, de las mayores adversidades nuestras, nuestros mayores provechos” (“La española inglesa”,
II, 72, 3-8; también Don Quijote, I, 245, 2-3). Sobre este tema véase Juergen Hahn, “Grisóstomo's
‘Canción desesperada’ and Don Quijote's Chivalric Avoidance of Desesperatio”, Kentucky Romance
Quarterly, 29 (1982), 293-305. Ruth El Saffar, Novel to Romance. A Study of Cervantes's “Novelas
ejemplares” (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1974), págs. 13-17 y 82-85, ha propuesto que
esta lección es el mensaje enigmático que según el prólogo, “si bien lo miras”, puede encontrarse en el
conjunto de las Novelas ejemplares (I, 22, 10-15).

31
Cervantes consideraba que otros tipos de literatura también eran deficientes en este aspecto; véase I,
44, 11-12 y IV, 166, 14-17.

32
Antes había dicho que “el cavallero andante sin amores era...cuerpo sin alma” (I, 55, 26-28). Éstas
son exactamente las palabras usadas por López Pinciano para describir a los lectores de los libros de
caballerías: “los lectores y autores dellas [fábulas milesias o libros de caballerías], cuerpo sin alma” (III,
177-178).

33
I, 85, 24-25; II, 58, 10 y 21; III, 143, 2-4.

34
“Si no fuesse por el valor que ella infunde en mi braço...no le tendría yo para matar una pulga....
¿Quién pensáis que ha ganado este reino...si no es el valor de Dulzinea, tomando a mi braço por
instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y
ser” (II, 58, 24-59, 2). Este tipo de habla tiene evidentes connotaciones religiosas, y se parece mucho a la
declaración de Calixto en el Acto I de Celestina, que es “melibeo”, de la religión de Melibea.

35
I, 375, 8-12. Sin embargo, quiere que le confiese “otro ermitaño”, con quien podría “consolarse”.

36
III, 201, 32. El Gran Capitán: Hernán Pérez del Pulgar, Breve parte de las hazañas del excelente
nombrado Gran Capitán, en Crónicas del Gran Capitán, ed. Antonio Rodríguez Villa, Nueva biblioteca
de autores españoles, 10 (Madrid: Bailly-Baillière, 1908), págs. 555-589, en la pág. 586a. Los Caballeros
de la Banda tenían que oír misa todos los días (Doctrinal de los cavalleros, fol. Q8r ); los del Paso
honroso, que Don Quijote menciona (II, 367, 10-11), también la oían; era su “ordinaria costumbre”
(capítulo 23; también págs. 21a, 23a, 35b, 41b, 51a, etc.).

37
“Dezían que la [Marcela] dexava de querer, y la adorava” (I, 161, 25-26). La esquiva Marcela, que
discutiremos en breve, es naturalmente la contrapartida del adorador Grisóstomo.

38
II, 107, 3-20. El matrimonio es llamado “santo yugo” por Preciosa (“La gitanilla”, I, 57, 8) y Tirsi
(La Galatea, II, 64, 20-21); el adversario de Tirsi, Lenio, se refiere a “los sanctos y CHECK SPELLING
conjugales lechos” (II, 49, 31). El barbero habla del “blando yugo matrimoñesco”, por el cual las “altas
cervices” son “humilladas” (II, 327, 20-21).

39
El estudio más reciente de este tema en Don Quijote es el de Herrero, “Sierra Morena as Labyrinth”,
que da referencias de otras publicaciones anteriores en su nota 9.

40
I, 185, 27-29; III, 275, 15-16; IV, 325, 1-4; La Galatea, II, 44, 32-45, 4.

41
Marcela quiere ser libre, pero la otra única persona de las obras de Cervantes que alaba la libertad
femenina es Gelasia (La Galatea, II, 267, 6), una mujer que se parece mucho a Marcela. Ambas presentan
un gran contraste con Preciosa, quien valora su libertad, pero la retendrá sólo hasta que escoja libremente
el hombre con quien quiera casarse (“La gitanilla”, I, 56, 19-57, 11; y I, 81, 16-82, 5). Marcela quiere
compartir su belleza con los árboles, los arroyos y la tierra (I, 187, 12-14 y 28-29), que no pueden
apreciarla. Aunque el matrimonio pueda ser una “carga”, como ella lo llama (I, 161, 6), es, sin embargo,
una institución “justa y santa” (I, 162, 9); Marcela se equivoca, como Don Quijote, al rechazar el

156
matrimonio y usar la honestidad como una excusa para quedarse soltera. Aunque no se la debería culpar
de la muerte de Grisóstomo, Marcela es un trastorno para la sociedad (I, 161, 19-163, 16), similar al
principio de una novela ejemplar o de una comedia.

En el mundo caballeresco se censura a las mujeres que hablan de su propia belleza (véase Daniels,
Function of Humor, págs. 12-16). Hay un notable contraste entre Marcela y la modesta Dorotea (II, 21, 2-
3), Ana Félix (IV, 306, 8-10) o Auristela (Persiles, I, 164, 23-26). El orgullo de Marcela, señalado por
Pedro y Anselmo, es otro defecto que comparte con Don Quijote. Don Quijote no presta mucha atención a
los consejos que otros le dan, pero Marcela ni siquiera los escucha (“sin querer oír respuesta alguna”, I,
189, 13-14). Su comparación de sí misma con una serpiente venenosa (I, 186, 24-28) pasa por alto la
evidente diferencia entre ella y una serpiente, que ella tiene uso de razón; su argumento que en su soledad
es “fuego...apartado y espada puesto lexos” (I, 186, 29-187, 15) es falaz, pues ambos objetos son
utilizados por los hombres y no son peligrosos si se usan adecuadamente. Es discreta (I, 189, 16), y
también lo es Don Quijote; como él, causa admiración, descrita en términos muy similares (compárese I,
184, 23-25 con I, 169, 2-4; y I, 189, 16-18 con I, 121, 20-22). El que no se haya enamorado de uno de los
muchos candidatos ideales para el matrimonio que se le han presentado (I, 185, 22-187, 8), y que no son
“feos” (está hablando hipotéticamente), es un defecto, no una virtud. Su condición es terrible (I, 163, 14-
15), y es, como el renegado Azán Agá (II, 220, 15-16), “enemiga mortal del linaje humano” (I, 176, 27-
28). Es una locura perseguirla. (Thomas R. Hart y Steven Rendall dicen algo muy parecido en su análisis
del episodio, “Rhetoric and Persuasion in Marcela's Address to the Shepherds”, Hispanic Review, 46
[1978], 287-298. Para una defensa de Marcela y un repaso de la crítica del episodio, que se divide según
el género del crítico, como acertadamente señala, véase Ruth Anthony El Saffar, “In Marcela's Case”, en
Quixotic Desire. Psychoanalytic Perspectives on Cervantes, ed. Ruth Anthony El Saffar y Diana de
Armas Wilson [Ithaca: Cornell University Press, 1993], págs. 157-178.)

42
I, 304, 4-31. Puede ser una alusión a las actividades de Lope como alcahuete; véase mi “Cervantes,
Lope y Avellaneda”.

43
I, 293, 29-30; I, 295, 26-27; y véase I, 167, 29-32; II, 389, 17-26; y la historia de la Dueña Dolorida,
IV, 13, 6-15, 21. Eso no está en contradicción con la adoración a las mujeres que se acaba de mencionar;
sino más bien es una consecuencia de ello, como en Celestina.

44
EnPersiles, se hace la misma observación acerca de un hombre anciano: “no tomava el pulso a su
edad.... Ansí halagan y lisongean los lascivos desseos las voluntades, assí engañan los gustos imaginados
a los grandes entendimientos” (I, 205, 12-18).

45
III, 241, 31-32. En La guarda cuidadosa vemos el lamentable resultado de la renuncia de la
responsabilidad paterna en este asunto. Angélica sería un ejemplo de una joven cuya insensata elección
tuvo consecuencias desastrosas (III, 50, 15-51, 5).

46
II, 381, 21-24; también Persiles, I, 85, 21-29 y I, 230, 23-231, 6. Sin embargo, la libertad dada a
Marcela no sólo para escoger a un esposo sino para aplazar el matrimonio indefinidamente era excesiva;
los motivos de su tío son algo sospechosos (I, 160, 5-161, 13). También se hace una observación similar
con respecto a los estudios de los jóvenes, estando a favor, incluso, de una mayor libertad en III, 204, 14-
21.

47
Como en III, 378, 25-26 y IV, 108, 10 y 27. “Quando la cólera sale de madre, no tiene la lengua
padre” (III, 346, 9-10).

48
Véase la nota 16 del capítulo 4.

49
Dice Cipión: “Ésse es el error que tuvo el que dixo que no era torpedad ni vicio nombrar las cosas
por sus propios nombres, como si no fuesse mejor, ya que sea forçoso nombrarlas, dezirlas por
circunloquios y rodeos, que templen la asquerosidad que causa el oírlas por sus mismos nombres. Las
honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escrive” (“Coloquio de los
perros”, III, 183, 9-16).

157
50
El padre del cautivo dice lo mismo (II, 204, 22-24). Véase Castro, El pensamiento de Cervantes,
págs. 182-185, para más comentarios de Cervantes sobre los refranes.

51
Este último refrán también es ilustrado en la discusión del destierro de los moriscos (IV, 193, 1-8).

52
Es la misma actitud expresada en el Prólogo. Don Quijote iba a ser una obra cuya lectura hiciera que
“el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de
la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente dexe de alabarla” (I, 37, 32-38, 3).

53
Es el colérico eclesiástico de miras estrechas (III, 382, 16-23; III, 387, 20), un notable contraste con
el cura y el canónigo de la Primera Parte, quien aconseja al duque que no lea precisamente el libro que
debería leer, Don Quijote (III, 387, 15-19). (El duque había sido lector de libros de caballerías, como se
ha indicado en el capítulo 1.)

54
El mundo del “Quijote”, capítulo 4.

55
Leland H. Chambers, “Structure and the Search for Truth in the Quijote: Notes Toward a
Comprehensive View”, Hispanic Review, 35 (1967), 309-326, en la pág. 312.

56
A. A. Parker, “Verdad”, pág. 292.

57
“Las cuestiones más importantes que el libro presenta son aquellas a las que los personajes deben
enfrentarse. No hay nada malo en afirmar que el lector sabe que Don Quijote está mirando un teatro de
títeres, excepto que no se considera lo que es significativo y atractivo en el episodio—el hecho de que
Don Quijote puede estar equivocado y lo está en este asunto” (Cascardi, The Bounds of Reason, pág. 23).
“Resolver el problema de los criterios en el Quijote apelando a ‘lo que sabe el lector’ es olvidar que los
personajes del libro están encerrados en él, que no pueden oírnos hablar de nuestros juicios, y por tanto no
pueden valerse de nuestras certezas. Decir que el lector sabe cómo identificar la venta [distinguiéndola de
un castillo] no es decir nada que pueda resolver una disputa entre Don Quijote y el ventero, por ejemplo”
(pág. 6). Algo muy parecido había dicho anteriormente Ruth El Saffar: “Cervantes espera que nos
hayamos confundido como Don Quijote para decirnos cómo se maquinó la confusión” (“Coughing in Ink
and Literary Coffins”, en Approaches to Teaching Cervantes' “Don Quixote”, págs. 50-55, en la pág. 53).

58
I, 281, 19-21; II, 204, 23-26; IV, 342, 25-27.

59
I, 201, 15-24; I, 219, 6-22; I, 220, 7-8; I, 287, 4-7; y obsérvese I, 206, 15-207, 11.

60
I, 233, 6-9; II, 181, 6-16; II, 325, 1-22; III, 65, 11-14.

61
Hay muchos pasajes en otras obras de Cervantes que alaban la experiencia. En La entretenida se le
llama “consejera y maestra” (Comedias y entremeses, III, 16,14), en La casa de los celos “buen testigo”
(Comedias y entremeses, I, 168, 18; también I, 171, 21-23). En El laberinto de amor, “son seguras
verdades / las que la experiencia apura” (Comedias y entremeses, II, 319, 8-9); en el Persiles, “la
esperiencia en todas las cosas es la mejor maestra de las artes” (I, 93, 20-22). “Aunque gitano”, dice
Andrés, “la esperiencia me ha mostrado adonde se estiende la poderosa fuerça de amor y las
transformaciones que haze hazer a los que coge debaxo de su jurisdicción y mando” (“La gitanilla”, I, 96,
15-19); Elicio advierte a Lenio que “te riges más por el norte de tu parecer y antojo, que no por el que te
devías regir, que es el de la verdad y experiencia” (La Galatea, II, 42, 5-8); Auristela dice a Periandro que
“en la tabla rasa de mi alma ha pintado la esperiencia y escrito mayores cosas; principalmente ha puesto
que en sólo conocer y ver a Dios está la suma gloria, y todos los medios que para este fin se encaminan,
son los buenos, son los santos, son los agradables, como son los de la caridad, de la honestidad y el de la
virginidad” (Persiles, II, 268, 20-27). Para otros pasajes alabando la experiencia, véase Castro, El
pensamiento de Cervantes, pág. 91 y notas.

62
II, 96, 22-23; II, 162, 1; también II, 100, 21. Es el censurable Fernando quien puede obtener lo que
Anselmo buscaba con impertinencia: una demostración de “la fe con que me [Dorotea] amáis” (II, 175,
12-17).

158
63
Cristo es llamado “autor de la vida” en Persiles, I, 301, 10-11. La imagen de Dios como autor se
encuentra en el popular Introducción al símbolo de la fe de Fray Luis de Granada: “¿Qué es todo este
mundo visible, sino un grande y maravilloso libro que vos, Señor, escribistes y ofrecistes a los ojos de
todas las naciones del mundo, así de griegos como de bárbaros, así de sabios como de ignorantes; para
que en él estudiasen todos, y conociesen quien vos érades?” (ed. José Joaquín de Mora, en Obras de Luis
de Granada, I, Biblioteca de autores españoles, 6 [1850; reimpreso en Madrid, 1914], 186b). Santa Teresa
también la usó (Vida, capítulo 9), y hay precedentes anteriores.

64
Hay referencias de pasada a la confusión de los sentidos debido al miedo (I, 239, 32-240, 4) y a la
embriaguez (IV, 189, 4-8), causas menos graves de la misma confusión. Aparece el mismo asunto de una
forma ligeramente distinta en el “Coloquio de los perros”: “nosotras no sabemos quando vamos de una o
de otra manera, porque todo lo que nos passa en la fantasía es tan intensamente, que no ay diferenciarlo
de quando vamos real y verdaderamente” (III, 215, 15-19).

65
También se hace esta observación en el capítulo 50 de la Segunda Parte. Sansón Carrasco quiere
tocar al embajador de los duques (IV, 151, 21-23); sin embargo esto no se presenta como una prueba seria
de la verdad de lo que se dice (véase IV, 149, 18-21). De igual manera, incluso cuando Sancho, según su
amo, “por tus mismos ojos has visto muerta a Altissidora...con la consideración del rigor y el desdén con
que yo siempre la he tratado” (IV, 360, 20-25), lo que han visto es todo “fingido” (IV, 367, 32-368, 1).

66
Como sugiere Cascardi (The Bounds of Reason, págs. 44-51), el problema con el que se enfrenta
Tomás Rodaja, el licenciado Vidriera, es similar: cómo saber que no está hecho de vidrio. Para una
presentación no técnica de estos problemas ontológicos, véase Douglas R. Hofstadter, Gödel, Escher,
Bach: An Eternal Golden Braid (New York: Random House, 1980), capítulo 20. Agradezco a Richard
Bjornson que me haya proporcionado esta referencia.

67
Según Samuel M. Waxman, “Chapters on Magic in Spanish Literature”, Revue hispanique, 38
(1916), 325-463, en la pág. 451, “Don Quijote es una mina de saber mágico”. No ha habido ningún
tratado general de las ideas de Cervantes sobre la magia y temas relacionados con ella desde El
pensamiento de Cervantes de Castro, págs. 94-104.

68
Para la historia del estudio de los encantamientos de Don Quijote, véase Bryant L. Creel,
“Theoretical Implications in Don Quijote's Idea of Enchantment”, Cervantes,12.1 (1992), 19-44.

69
Mauricio, como Cervantes, tenía “cansados y ancianos ombros” (Persiles, I, 85, 16-17). Como él,
conocía las armas y las letras, y su uso de “la razón” para decidir qué costumbres de su país seguir,
aparentando seguir las otras con “apariencias fingidas”, evoca la actitud de Cervantes (Persiles,I, 85, 7-
10). Mientras Cervantes tenía una hija de una mujer que no era su esposa, Mauricio tiene una hija a la que
debe educar sin la ayuda de su mujer, que ha muerto. Respalda la honestidad (Persiles, I, 86, 16-25),
aprecia la “noble compañía” (Persiles,I, 102, 14), y quiere volver a su país. Le interesa la poesía, pero es
igualitario, pues dice que “tan capaz es el alma de sastre para ser poeta, como la de un maesse de campo”
(Persiles,I, 115, 8-10).

Mauricio también era “aficionado a la ciencia de la astrología judiciaria” (Persiles, I, 85, 2-3).
Evidentemente, Cervantes, como Mauricio, no había “alcançado famoso nombre” en esta ciencia. Pero
parece que no puede negarse que sabía mucho de astrología, y la consideraba digna de respeto. (Castro,
acabado de citar, es del mismo parecer, así como Green, Western Tradition, II, 240-243). El autor del libro
de caballerías ideal podría mostrarse “ya...astrólogo, ya cosmógrafo excelente” (II, 344, 13-14);
Grisóstomo volvió de Salamanca “con opinión de muy sabio y muy leído”, y “principalmente, dezían que
sabía la ciencia de las estrellas” (I, 156, 28-30); incluso los gitanos son, con orgullo, “astrólogos rústicos”
(“La gitanilla”, I, 80, 6-7). En el prólogo de la Primera Parte de Don Quijote se incluye la astrología en
una lista de materias muy respetables: “las puntualidades de la verdad...las observaciones de la
astrología...las medidas geométricas...la retórica...[el] predicar” (I, 37, 7-11; son naturalmente las
“medidas geométricas” las que demuestran “las excelencias de la espada”, III, 245, 13-248, 4).

Evidentemente Cervantes compartía el “natural desseo que todos los hombres tienen, no [sólo de
saber] todo lo passado y presente, sino lo por venir” (Persiles, I, 91, 9-11; compárese Don Quijote, I, 132,
30-133, 1). La astrología no es como “agüeros, que no se fundan sobre natural razón alguna” (Don

159
Quijote, IV, 229, 9-11), ni las predicciones imposibles que proceden de “figuras judiciarias” (III, 323, 14-
324, 5): que las estrellas, aunque no controlan, influyen en la conducta de los hombres, era en tiempos de
Cervantes una opinión seria; en la actualidad, sin embargo, sólo lo cree el vulgo. Consecuentemente,
estudiando los movimientos de las estrellas puede determinarse a qué influencias las personas estarán
sometidas en el futuro. El hecho de que las predicciones astrológicas estén frecuentemente equivocadas,
como reconoce Mauricio (Persiles, I, 91, 22; I, 91, 30-92, 1) es debido a que la astrología es una ciencia
difícil: “ninguna ciencia, en quanto a ciencia, engaña: el engaño está en quien no la sabe, principalmente
la del astrología, por la velocidad de los cielos, que se lleva tras sí todas las estrellas” (Persiles, I, 91, 15-
19; del mismo modo, La entretenida, III, 13, 13-18).

70
La afirmación de Mauricio da credibilidad a las pretensiones de Cenotia acerca de sus poderes
(Persiles, I, 215, 21-31; I, 217, 28-218, 10). Como dice, “las que tenemos nombre de magas y
encantadoras, somos gente de mayor quantía” que las simples hechiceras; sus conocimientos son como
los del autor y del caballero andante (Persiles, I, 216, 15-22; capítulo 4, nota 145).

71
Éxodo, VII. Esto lo indicó Francisco de Vitoria, Relecciones teológicas, ed. Jaime Torrubiano Ripoll
(Buenos Aires: Enero, 1946), págs. 614-615, donde se citan otros datos bíblicos bajo la proposición “No
todas las obras de los magos son vanas y fingidas”. (Agradezco a David Darst esta referencia. Para una
introducción a este tema, en la presentación dramática más importante de la magia en la España del Siglo
de Oro, véase su artículo “Teorías de la magia en Ruiz de Alarcón: Análisis e interpretación”,
Hispanófila. Número especial dedicado a la comedia, 1 [1974], 71-80.)

72
Incluye los viajes mágicos de los libros de caballerías (II, 342, 8-14), así como las historias que
incluyen viajes diabólicos (el “verdadero cuento del licenciado Torralva”, IV, 40, 1-16; el viaje de Rutilio
en Persiles, Libro I, capítulo 8).

73
Véase el capítulo 3, nota 19. Sólo Dios, quien por ejemplo transformó a la mujer de Lot en una
estatua de sal, puede transformar verdaderamente las cosas.

Si es así, ¿qué tenemos que pensar del “Coloquio de los perros”, donde se nos dice que la Camacha
transformó a los dos muchachos en los perros Cipión y Berganza? Riley (Teoría, págs. 308-311) indica
cómo el contexto de la narración de Berganza ofrece muchas maneras, distintas a la brujería, de explicar
las supuestas transformaciones: como un delirio o sueño de Campuzano, por ejemplo. Sin embargo, creo
que tenemos motivos para no intentar comprender cuáles son los hechos verdaderos en el caso del
“Coloquio”, pues no tenemos la historia entera. Nos falta el relato de Cipión, donde, se supone, se
explicaría esta cuestión: si es un portento, presagiando “alguna calamidad grande” (III, 155, 5-8), y si los
perros en realidad “bolverán en su forma verdadera / quando vieren con presta diligencia / derribar los
sobervios levantados, / y alçar a los humildes abatidos, / con poderosa mano para hazello” (III, 213, 14-
18). (Como curiosidad, menciono que en el siglo XVII un imitador, Ginés Carrillo Cerón, escribió la
segunda parte del “Coloquio de los perros”, según Emilio Cotarelo [y Mori], “Un novelista del siglo XVII
e imitador de Cervantes, See pp. 640 and 643. One of his novels is second part of Coloquio de los
perros. Cotarelo says it has “episodios más vivos y más rápidos que en Cervantes, donde el relativo a la
Camacha de Montilla se hace bastante pesado.“desconocido”, Boletín de la Real Academia Española,12
[1925], 640-651.)

74
“O selvas de encantos llenas, / do jamás se ha visto a penas / cosa en su ser verdadero” (Casa de los
celos, I, 179, 23-25). “Aquessa enterrada y muerta / no es Angélica la bella, / sino sombra o imagen della,
/ que [t]u vista desconcierta” (Casa de los celos, I, 212, 18-21).

75
También “El licenciado Vidriera”, II, 79, 10. Hay una nota acerca de la tropelía en la edición de La
pícara Justina de Francisco López de Úbeda realizada por Julio Puyol y Alonso (Madrid: Sociedad de
Bibliófilos Madrileños, 1912), III, 248-249; véase también la edición de El casamiento engañoso y el
coloquio de los perros de Agustín G. de Amezúa y Mayo (Madrid: Bailly-Baillière, 1912), págs. 611-612
y su “Un juglar de antaño”, en Homenaje ofrecido a Menéndez Pidal (Madrid: Hernando, 1925), III, 319-
324, reimpreso en sus Opúsculos histórico-literarios, III, 71-77. Bruce W. Wardropper examina la
relación de “tropelía” con el problema de las apariencias y realidad en “La eutrapelia en las Novelas
ejemplaresde Cervantes”, en Actas del séptimo congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas,
ed. Giuseppe Bellini (Roma: Bulzoni, 1982), I, 153-169, especialmente págs. 162-165; sobre la eutrapelia

160
también hay que leer Joseph R. Jones, “Cervantes y la virtud de la eutrapelia: la moralidad de la literatura
de esparcimiento”, Anales cervantinos, 23 (1985), 19-30.

76
Véase el capítulo 4, nota 107.

161
Capítulo 6. Don Quijote, un clásico. La insuficiencia de
la interpretación cervantina

No hay cosa más gustosa en el mundo que ser un


hombre honrado escudero de un caballero andante,
buscador de aventuras. Bien es verdad que las más
que se hallan no salen tan a gusto como el hombre
querría, porque de ciento que se encuentran, las
noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas....
Pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos,
atravesando montes, escudriñando selvas, pisando
peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda
discreción, sin pagar ofrecido sea al diablo el
maravedí.
II, 400, 6-19

Como cristiano que soy católico, no lo creo; pero la


esperiencia me muestra lo contrario.
Persiles, I, 60, 17-19

En los capítulos anteriores he reconstruido la idea que Cervantes tenía de Don


Quijote y quería que sus lectores también tuvieran: un libro de caballerías burlesco, que
exponía los fallos de las obras anteriores de este género con ejemplos y discusiones, y
proporcionaba a los lectores información y consejos que podían beneficiarles. Cervantes
esperaba que los lectores de Don Quijote, a consecuencia de su lectura, escogieran
libros mejores y leyeran con espíritu más crítico. Consecuentemente llevarían vidas más
virtuosas, especialmente al observar las reglas divinas en sus relaciones con el sexo
opuesto, y serían más patrióticos. Me gustaría explicar, para acabar, que la opinión de
Cervantes acerca de su libro es en la actualidad poco importante, y, ya que se trata de un
clásico, por qué tiene que ser así.

Sin embargo, es preciso aclarar que no intento predecir el futuro, sino simplemente
explicar el pasado y el presente. En concreto, no intento formular una teoría general
sobre lo clásico—que por sí mismo es un concepto inestable1 —según el cual puede
confirmarse la grandeza de Don Quijote. Tomo su posición de clásico como punto de
partida, y lo acepto así porque muchos lectores, de distintos países y épocas, han dicho
que es una gran obra. Creo que Don Quijote se leerá mientras haya lectores y libros,
pero no intentaré predecir por qué razones y de qué forma.

Para empezar, el valor de Don Quijote sólo está mínimamente relacionado con el
provecho que Cervantes deliberadamente le confirió. Como he dicho en el capítulo 1, la
creencia que un autor puede y debe incluir verdades morales ha desaparecido de la
corriente principal de la literatura occidental. La ética, la filosofía y la religión se han
separado de ella. El autor de literatura puede mostrarnos, pero ya no le es
permitidodecirnos cómo hemos de vivir.

162
La validez del provecho de Don Quijote está también restringida a su propia época.
Algunas afirmaciones del libro, como “la libertad es uno de los más preciosos dones que
a los hombres dieron los cielos” (IV, 224, 11-13), parecen tener una validez universal,
pero muchas no, y en conjunto se basan en una visión católica del mundo que pocos
lectores posteriores han compartido. Muchas afirmaciones son ofensivas, según los
valores actuales: “hombre de bien, si es que este título se puede dar al que es pobre” (I,
110, 15-16; del mismo modo, III, 275, 9-10), “todo el honor de las mugeres consiste en
la opinión buena que dellas se tiene”, “la muger es un animal imperfecto” (II, 103, 26-
27 y 30-31), y otros comentarios misóginos.2 Pocos aceptarían el apoyo total de
Cervantes al matrimonio cristiano o su creencia de que la religión es el motivo más
aceptable de combate (III, 346, 27-30). Aunque puede que alguna recomendación
ocasional aún tenga su valor,3 ya no nos sirven sus consejos a los dirigentes. La
demostración que hace Cervantes de la capacidad gubernativa de un simple
bienintencionado—y nunca nos explica cómo se conoce a éste—sólo puede aceptarse si
se toma como postulado la asistencia divina.

La instrucción literaria que Don Quijote contiene, aunque sea importantísima para el
especialista que quiera entender a Cervantes y sus obras, tampoco tiene validez en la
actualidad. Los comentarios literarios tienen interés sólo mientras lo tenga la literatura
que se examina. La mayoría de los libros e incluso de los géneros mencionados en Don
Quijote sólo interesan hoy al historiador literario, y algunos sólo al cervantista.

En general, los problemas literarios que Cervantes enfoca enDon Quijote todavía
existen. Aunque suele negarse, es evidente que los libros, el cine y la televisión
influyen en la conducta, y eso exige una responsabilidad tanto a los consumidores
como a los creadores. Todavía hay que distinguir entre la verdad y la mentira en obras
supuestamente informativas. Pero las formas que toman estas cuestiones en Don
Quijote son arcaicas, y oscuras para el lector corriente. Los libros de caballerías no
constituyen un peligro, pues sólo perviven en la sombra de Don Quijote.4 Se ha
aceptado la historia fingida como un tipo de literatura y se le ha dado un nuevo nombre,
novela; su verdad se distingue de la verdad histórica, y su apariencia de hechos
históricos no engaña a nadie. La censura que Cervantes propone (II, 352, 21-353, 20) es
repulsiva para nosotros, puesto que, con razón, somos reacios a emitir juicios sobre lo
que debería y no debería publicarse, y mucho más a confiar estos juicios a otros.
También relacionamos la libertad que tanto alababa Cervantes con la desaparición de la
censura.

La creencia de Cervantes en las reglas, principios eternos según los cuales se escribe
y valora la literatura, también es arcaica para nosotros. En parte eso es consecuencia de
nuestra visión distinta del hombre; hemos perdido la fe en la perfectibilidad humana que
reflejan los principios fijos. También es debido a que somos más tolerantes con las
opiniones distintas a las nuestras; personas sensatas nunca han estado de acuerdo sobre
qué es o qué debería ser la buena literatura. El éxito literario, ya sea inmediato o a la
larga, no es previsible.5 Los principios estéticos que pueden deducirse de la historia
literaria son tan generales que resultan inútiles. Además, queremos creatividad en
cualquier arte, incluido el literario, y la creatividad es inevitablemente más rebelde e
irrespetuosa que obediente a los principios.

Por ende, el provecho de Don Quijote, tal como lo entendía Cervantes, no tiene
mucha importancia hoy en día.6 Tampoco la tiene el humor del libro. No es porque ya

163
no necesitemos humor. Nuestros tiempos son, si no más, ciertamente no menos
“calamitosos” (I, 129, 1; I, 280, 4) que los suyos, y el humor es una forma efectiva de
aliviar la tensión resultante. Sin embargo, ya he sugerido que no necesitamos acudir a
un libro del siglo XVII para encontrar humor, puesto que nos rodea. Y aunque la
mayoría de los lectores encuentran pasajes que les hacen reír, una parte importante del
humor sólo pueden descubrirlo los expertos, y es posible que otra parte haya
desaparecido para siempre.

Además, el libro en conjunto no es tan gracioso como Cervantes quería que fuera; en
ocasiones tenemos buenas razones para sentirnos incómodos con nuestra risa, o para no
reír, no importa lo que los narradores o los personajes hagan o digan. El humor que
contiene puede ser primitivo y crudo. Algunos pasajes no son más que payasadas: Don
Quijote destruye la propiedad, Sancho es sacudido en una manta, y ambos reciben
golpes y pedradas.

Es, por tanto, correcto considerar que el punto de vista de Cervantes acerca de su
obra es incompleto e inexacto. De hecho, eso ha sido una gran suerte: si Don Quijote
fuera lo que Cervantes quería que fuera, y nada más, hubiera gustado, como máximo, a
sus primeros lectores, y hoy interesaría sólo a los historiadores de la literatura. Un
clásico, para sobrevivir “la prueba del tiempo”, debe gustar a muchas generaciones de
lectores. Nadie puede saber lo que futuros lectores querrán de los libros, y por tanto el
éxito de un autor a largo plazo siempre es accidental. Un clásico inevitablemente
diferirá de lo que quiso hacer su autor. Como una forma indirecta de contestar la
pregunta “¿Qué es, pues, Don Quijote?”, intentaré identificar los verdaderos motivos
por los que ha llegado a ser un clásico.

Un motivo por el cual el libro ha interesado a sucesivas generaciones de lectores, y


que no ha sido suficientemente valorado, es sin duda el dominio que Cervantes tenía del
lenguaje. Debido a ello, Don Quijote es uno de los libros más citados, y ha tenido una
gran influencia en el español culto.7 Su vocabulario amplio y pintoresco, su uso de
estructuras sintácticas variadas e igualmente pintorescas, los distintos y opuestos niveles
de lenguaje que se encuentran en el libro, el humor verbal, contribuyen en gran manera
a que esta obra sea una continua delicia y a involucrarnos en las vidas y los problemas
de los personajes.

Aunque las ideas lingüísticas y la influencia de Cervantes todavía tienen que


estudiarse en profundidad, en sus obras hay muchas muestras de su interés por la
lengua8 y de un concienzudo empleo de las palabras.9 Sin embargo, tener interés por la
lengua y conocerla no es lo mismo que usarla con maestría. No hay otras explicaciones
de su habilidad más que las generales de inteligencia, esmero y práctica. Éste es uno de
sus dones.

A Cervantes le hubiera encantado que encontráramos su estilo ejemplar y atractivo.


Sin embargo, aunque él—como lectores posteriores—habrían considerado que el estilo
era secundario con respecto al contenido de Don Quijote, ni él ni sus contemporáneos
habrían percibido otros motivos que voy a sugerir como virtudes, incluso podrían
haberlos considerado defectos.

Una razón del éxito de Don Quijote que no habría sido una virtud significativa en
tiempos de Cervantes es que lo que describe es precisamente esta época y su país.

164
Aunque la teoría de la novela estaba entonces en un estado demasiado embrionario para
incluir este principio, un autor que describe el mundo que mejor conoce tiene cierto
carácter que falta en la novela basada en la fantasía o en la investigación. Los detalles,
la nota inesperada que nos convence de que el autor estaba realmente “allí” aparecen
con naturalidad o no aparecen.10

El gusto moderno prefiere el mundo real; de aquí el gradual aumento de las obras
que no son de ficción, en detrimento de la literatura, y el declive de la poesía. Se aplican
los mismos valores en la selección de los clásicos: actualmente se prefiere Petronio a
Heliodoro, Lazarillo a La Diana. Por el contrario, los lectores del siglo XVII se
interesaban menos que lectores posteriores, y mucho menos que los lectores modernos,
por el mundo real; cualquier examen de las publicaciones de la Edad de Oro revela que
se prefería la fantasía a la realidad, la poesía a la novela, Dios a la ciencia.

Cuando los lectores desean una representación exacta del mundo, se prefieren obras
en las que el autor describe su propio mundo. Éste es un factor significativo en las
variaciones de la estimación de las obras literarias y en la canonización de algunas de
ellas como clásicas; cuando la época de un autor se hace más lejana, el valor literario de
una descripción exacta de estos tiempos—su poder de entretenernos e informarnos, de
alejarnos de nuestras propias circunstancias—aumenta. Después de todo, la única época
y lugar que un autor del pasado puede conocer mejor que nosotros son su propia época
y lugar. Con el progreso de la ciencia nosotros podemos conocer mejor los países y las
épocas alejadas del autor, con claras consecuencias estéticas. Para citar un ejemplo
referente a Cervantes, hoy conocemos mucho mejor la historia medieval española, y una
novela que tratara de este período, por verosímil que fuera en su época, hoy sería mucho
menos convincente. Pero nunca podremos mejorar la descripción que hizo Cervantes de
su propio mundo.

Además, quiso centrar su atención y describir precisamente aquella parte de su


mundo que hoy es menos accesible: la gente común y su medio, las carreteras de
Castilla la Nueva, las ventas. Puede que haya sido, como se ha especulado a menudo,
porque sentía admiración y simpatía por ellos y creía que eran un tema adecuado para la
literatura, que los lectores podrían aprender mucho de ellos. Aunque no desconocida,
fue una actitud innovadora y poco corriente en su día, cuando la literatura, incluida una
gran parte que está totalmente olvidada, se centraba mayoritariamente en la nobleza. Ya
que ahora se acepta que la virtud no se hereda y que los accidentes del nacimiento no
convierten necesariamente a las personas en temas apropiados para la literatura, el
retrato convencional de una clase alta feliz y virtuosa ya no atrae. Pero raramente
podemos conocer bien a la gente corriente de siglos anteriores, y su retrato literario es a
la vez interesante y valioso; sus vidas llenas de problemas están más próximas a las
nuestras.

El mundo descrito en la novela es también muy detallado, una ventaja más en la


ficción realista. Don Quijote es un libro muy largo y denso. No importa cuántas veces se
lea, es imposible conocerlo por completo; todo lector serio cree que nunca se termina su
estudio. Don Quijotecubre un amplio territorio, trata de una forma u otra de “el universo
todo” (IV, 65, 13), y tiene un gran número de personajes distintos. Sin embargo, esta
variedad se ofrece dentro de un marco tranquilizador y cómodo.

165
Este marco es, naturalmente, Don Quijote y Sancho, sus viajes y sus aventuras. Una
razón adicional del éxito de Don Quijote es que a pesar de su realismo y su atención al
mundo de Cervantes, es una obra con un contenido esencialmente humano. Don Quijote
nos presenta gente, más que España, literatura, ideas o aventuras. La novela consiste en
gran parte en conversación, “sabrosa conversación” (III, 448, 22), y los lectores
modernos coinciden en que las secciones en que no hay conversación son las menos
satisfactorias, las aventuras más monótonas y el humor más superficial.11 En el libro
vemos a dos personas influyéndose mutuamente, y su relación es la más compleja que
haya existido. Su relación cambia, de la de superior e inferior, de líder y seguidor, a dos
compañeros que son inseparables, puesto que no sólo aprenden uno de otro, sino que se
necesitan y complementan. No es ninguna distorsión hablar de su amor.12 El libro sin los
dos es inconcebible.

La singularidad y la importancia de la relación amorosa pero no sexual entre los dos


protagonistas, reflejada en el “buen amor” de sus monturas (I, 288, 20-24; III, 155, 15-
156, 7), no ha sido suficientemente reconocida. No hay ninguna otra obra, hasta que
puede detectarse la influencia de Cervantes en la novela, que presente nada parecido.
Cervantes, el autor de “los dos amigos”,13 probablemente habría dicho que la
sexualidad, que nos ha sido impuesta como resultado de nuestro pecado original, nos
atormenta con su transitoriedad y enemista a los hombres,14 incluso en el mejor de los
casos interfiere en lo que es realmente importante en las relaciones interpersonales. En
términos modernos, la sexualidad es lo más difícil de tratar en la literatura; lo que se
puede tratar mejor es la parte no corporal de las relaciones humanas.

Don Quijote es, pues, un libro que se centra en las personas, y lo hace con cariño.
Estos personajes no sólo tienen emociones que todos compartimos, parecen reales.
Probablemente, como han propuesto varios eruditos, Cervantes se propuso crear una
ilusión de realidad incorporando en su libro comentarios sobre otros libros, la Primera
Parte entre ellos, e intercalando en su narración otras narraciones, algunas claramente
ficticias (la “Novela del curioso impertinente”) y otras “verdaderas” (la “verdadera
historia” de Cardenio, II, 30, 5).15 Sin embargo, la verosimilitud de sus personajes no
deriva de estas técnicas. Puede atribuirse parcialmente a sus detalladas descripciones y a
la gran cantidad de información que se nos da en un libro muy largo.

Más importante es hasta qué punto Don Quijote y Sancho se parecen a nosotros.
Igual que nosotros, tienen ambiciones y problemas. También son imperfectos; Cervantes
los dotó de defectos, debido a su intención burlesca y a su deseo de verosimilitud. Don
Quijote y Sancho tienen dos lados; sus innegables virtudes son contrarrestadas por
graves defectos. Además, cometen errores, se sienten incomprendidos, y pierden su
ecuanimidad, enfadándose y discutiendo. Ninguno de los dos se entiende a sí mismo o
al otro completamente.

La ilusión de realidad que el libro y sus personajes proporcionan también es


resultado de las sorpresas que el libro constantemente nos presenta. La acción no puede
predecirse, y los presagios son escasos.16 El que Sancho decida manear el caballo de
Don Quijote o inventar el encantamiento de Dulcinea, que no concluya la historia que
cuenta en el capítulo 20 de la Primera Parte, que su amo decida visitar la cueva de
Montesinos o ir a Barcelona en lugar de ir a Zaragoza, todo eso, y mucho más, es
inesperado. Con sus constantes sorpresas el libro también es como la vida misma.17

166
Otra nota realista e innovadora del libro, aunque desagradable, es su retrato de la
condición humana. En contraste con los libros de caballerías, cuyos héroes eran jóvenes,
los protagonistas de Don Quijoteno lo son. Aunque la muerte se presente abiertamente
ya al final, precedida por la derrota física ante un hombre más joven, subyace en gran
parte del libro. Las discusiones sobre la fama, especialmente la póstuma,18 la hostilidad
de Cervantes, ligeramente encubierta, hacia algunos aspectos del catolicismo
contemporáneo (capítulo 1, nota 40), sus deseos de veracidad en la literatura religiosa, 19
y el lenguaje de la dedicatoria y el prólogo de Persiles,20 todo sugiere que la
convencional promesa de una vida después de la muerte no le proporcionaba mucho
consuelo. En las obras de Cervantes, el pensar es frecuentemente asociado con la
desdicha;21 los sueños, como dice Don Quijote después de salir de la cueva de
Montesinos, pueden ser mucho más agradables que la realidad,22 y la locura también (I,
354, 21-27).23

Quizás éste sea uno de los motivos por los que las reacciones de los lectores han sido
tan diversas. Los lectores mayores, que tienen más influencia y que determinan la fama
definitiva de un autor, han reaccionado a un aspecto que para los más jóvenes es algo
más distante. Como el mismo Cervantes ha dicho acerca de su obra, “los niños la
manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran” (III, 68,
7-9).24 No obstante, no es ésta la única explicación de la diversidad de interpretaciones.

Como he sugerido, en algunos aspectos importantes el mundo ficticio de Don


Quijote se parece al mundo real, y aunque sea el mundo de una España desaparecida, es
aún de interés para muchos lectores, y tiene mucho en común con el mundo que
habitamos todos nosotros. Es inevitable que tal obra sea objeto de interpretaciones
contradictorias. No se está de acuerdo sobre Don Quijote como no se está de acuerdo
sobre la vida. El Don Quijote que sufre alucinaciones debe permanecer en casa, y si no
vuelve por voluntad propia, se le debe llevar a la fuerza, tal como se hace en el capítulo
46 de la Primera Parte. Pero el que el relativamente cuerdo Don Quijote de la Segunda
Parte haga bien en continuar su misión depende de valores acerca de los cuales ni hay ni
por el momento puede haber consenso, por mucho que se desee alcanzarlo. Don
Quijote, a semejanza del mundo, es un gran rompecabezas literario, atractivo para los
lectores modernos, a los que, como he dicho en el capítulo 1, les gusta “descifrar” un
libro. Sin embargo, es un rompecabezas que no tiene solución.

Se han clasificado los intérpretes de Don Quijotesegún la postura que adoptan frente
al protagonista. Mandel ha creado las etiquetas “duro” y “blando”, términos que incitan
a dar preferencia al primero. Simplificando excesivamente y convirtiendo en
monolíticas interpetaciones que nunca lo han sido, agrupa bajo la primera etiqueta a
todos los que consideran Don Quijote loco, desencaminado, y ridículo, y bajo la
segunda, los que lo toman por un héroe admirable; la postura “blanda” se ha
identificado, con excesiva simplicidad y por lo general despectivamente, con los
románticos.25 Aunque a menudo las discusiones sobre los tipos de interpretación de Don
Quijote van acompañadas de condenas a una interpretación, es difícil estar de acuerdo.
Podría creerse que los primeros lectores, cuyas interpretaciones eran principalmente,
aunque no exclusivamente, “duras”,26 habrían sido los mejores intérpretes. Su visión del
mundo estaba más próxima a la del autor que la de los lectores posteriores. Estos
primeros lectores no tenían que enfrentarse a la historia de las interpretaciones del
Quijote, notable pero confusa; los lectores españoles también tenían en común con

167
Cervantes la lengua y la cultura. Sin embargo, los primeros lectores, como se ha dicho
en el capítulo 4, centraron su atención esencialmente en la Primera Parte.

Los lectores posteriores, aunque parten con la desventaja de su distanciamiento de


los tiempos y de la cultura de Cervantes, la han compensado de sobra con un mayor
esfuerzo. A diferencia de los primeros lectores, no solamente lo han leído sino que lo
han releído, tomando notas, investigando las alusiones y el lenguaje; muchos de ellos,
incluidos naturalmente los traductores, han leído el libro en castellano. Se han
beneficiado de los progresos en el análisis literario y en la historia literaria, y son
lectores más atentos y competentes.27 Incluso valores éticos más elevados han afectado
la interpretación del libro: si debe escogerse entre reírse de alguien o compadecerse de
él, debería preferirse la segunda postura.28

Los lectores posteriores, en contraste con los primeros, han profundizado en todo el
libro, y se supone que el final de un libro representa el propósito final del autor y su
efecto, la impresión que debería dejar en el lector. Finalmente, Don Quijote casi nos
grita que las cosas pueden no ser lo que parecen, que deberíamos mirar bajo la
superficie, y que no siempre se dice la verdad. Incluso si Cervantes no lo quería—y creo
que no lo quería—no debe culparse a nadie por usar esta información en la
interpretación del libro.

Eso implica que la interpretación “blanda” no es una mayor distorsión que la “dura”,
probablemente incluso menor. En el texto hay muchas pruebas de ello: la sabiduría de
Don Quijote, su conocimiento de sí mismo, que es cada vez mayor, sus admirables
ideales, su noble espíritu, su abnegación y su aislamiento moral. Sin embargo, las
pruebas no son del todo claras; si simplemente se tratara de una interpretación errónea y
otra correcta, no habría controversia. En algunos episodios Don Quijote no es más que
un payaso. En otros, la intención del autor es que nos riamos de él, pero que también lo
respetemos. La conclusión combina su completa reforma con la afirmación de que el
propósito del libro era atacar los libros de caballerías. Su evolución es tosca, irregular e
incompleta, con dos pasos hacia delante y uno atrás, todo lo cual sugiere que esto
ocurrió a pesar de, más que a causa de, el deseo del autor.

Don Quijote es, por ende, una paradoja, llena de contradicciones lógicas. Don
Quijote es un loco inteligente, el más loco y el más inteligente de todos los hombres.
Sancho es un simple prudente, excepcionalmente prudente y excepcionalmente simple;
cree en todo y duda de todo, según su señor. Son iguales, pero también opuestos. 29 Don
Quijote es un héroe, es ridículo, y es ambas cosas simultáneamente. Es y no es una
imagen del autor. Su amada es al mismo tiempo la puta Aldonza y la incorpórea
Dulcinea. Cide Hamete, incompetente y poco fiable, es la flor de los historiadores,
unido con Don Quijote y Cervantes, solos y “para en uno”.30

La historia de Don Quijote es a la vez fingida y verdadera. Nos dice clara e


inequívocamente que su propósito es atacar los libros de caballerías, nos informa
ampliamente de sus defectos, pero las descripciones de sus atractivos (I, 290, 1-294, 10;
II, 343, 23-345, 8; II, 370, 22-374, 5) son mucho más seductoras y apasionadas que la
presentación de estos defectos. Además, nos alejamos cada vez más de este tema y
finalmente, excepto en el último capítulo, lo dejamos por completo. Puede interpretarse
utilizando parte de los datos, pero no hay forma de alcanzar un todo coherente. La
vigorizante y frustrante búsqueda de una única interpretación, de un orden que pueda

168
imponerse en este universo ficticio, es quijotesca e imposible.31 Un universo
contradictorio y paradójico, que no puede interpretarse, es el colmo del realismo.

Hasta cierto punto la naturaleza paradójica de Don Quijote fue creada


deliberadamente.32 Se incluyen manifiestamente dos paradojas: la autobiografía de
Ginés de Pasamonte, inconclusa porque su vida no se ha acabado,33 y el problema que se
le presenta a Sancho en el capítulo 51 de la Segunda Parte, en el que un hombre, que
debe morir si jura en falso, jura que morirá. 34 (La forma como Sancho aplica el consejo
de Don Quijote es significativa: opta por la misericordia.) Un capítulo (el 5 de la
Segunda Parte) es calificado de “apócrifo” y las palabras de un personaje de
“imposibles”.35 Personajes ficticios hablan de libros (la Primera Parte de Cervantes y la
Segunda Parte de Avellaneda) en los que ellos son los personajes, como si fueran
historias verdaderas.36 Don Quijote, negándose a entrar en Zaragoza, proporciona
pruebas con las que demostrar la “mentira” del libro de Avellaneda (IV, 253, 10-12; IV,
255, 6-10; IV, 383, 16-23). Estos mecanismos son puras paradojas.37

Los temas de este libro y de otros escritos de Cervantes se formulan repetidamente


en términos de “o...o”, y a menudo son llevados al extremo. Siguiendo la tradición
académica, Cervantes conceptualizaba los temas polarizándolos, “pon[iéndo]las en
disputa”, como dice en el prólogo de la Primera Parte. 38 Una afirmación es o verdad o
mentira, sin un estado intermedio. Existe la honestidad y la inmoralidad, el Cristianismo
y el Islam, las armas y las letras, la pobreza y la riqueza, la Edad de Oro y “nuestros
detestables siglos”. Los libros o son abundantes o escasos,39 y los libros de caballerías,
“aborrecidos” y “alabados” al mismo tiempo (I, 38, 6), son leídos por “los grandes y los
chicos, los pobres y los ricos, los letrados e ignorantes, los plebeyos y cavalleros” (II,
370, 8-10; adaptado). Los hombres son amigos o enemigos (III, 60, 14), las mujeres
buenas o malas (III, 276, 8-10). El amor “mira con unos antojos que hazen parecer oro
al cobre, a la pobreza riqueza y a las lagañas perlas” (III, 243, 30-32).40 Un sabio amigo
habría de “engrandecer [las cavallerías de Don Quijote] sobre las más señaladas de
cavallero andante”; uno que fuera enemigo “aniquilarlas y ponerlas debaxo de las más
viles que de algún vil escudero se huviesen escrito” (III, 60, 14-20). Incluso el Persiles
“ha de ser, o el más malo, o el mejor [libro] que en nuestra lengua se haya compuesto”
(III, 34, 13-14).

Hay cierto espíritu juguetón en eso, un deleite en los poderes de la mente, y la


creación de paradojas era un tipo reconocido de entretenimiento mental.41 Pero, en una
nueva contradicción, también hay seriedad; los contrarios—verdadero y falso, caliente y
frío, claro y oscuro, pasado y futuro, bueno y malo—son fundamentales para el lenguaje
y para la filosofía. Las personas no son ni totalmente buenas ni totalmente malas: en las
obras de Cervantes encontramos muchas veces su fascinación y su perplejidad por los
criminales (galeotes, Roque Guinart, gitanos, la compañía de Monipodio), que a pesar
de sus pecados poseen imaginación y virtud.42 Tácita pero omnipresente, tenemos la
fundamental división de las personas en varones y hembras, siempre paradójicamente
buscando, pero sólo momentáneamente alcanzando, su unión en un solo animal del que
míticamente descienden.43 No hay que profundizar demasiado en la doctrina cristiana, y
ni mucho menos tanto como suponemos lo hizo Cervantes, para que se nos presenten
serias paradojas: libre albedrío y presciencia divina, supeditación de la razón a la fe, el
hecho de que Cristo, nacido de una virgen, sea a la vez Dios y hombre, el que Dios sea
una y tres personas al mismo tiempo, y sobre todo que seamos a la vez cuerpo y alma,
animales y espirituales.44 Cervantes seguramente se explicaba el que la gente

169
tergiversara la verdad y escribiera historias falsas por la clásica paradoja cristiana de la
existencia del mal.45

Armonizar estas contradicciones—entre otras cosas, casar al varón y a la hembra—es


prerrogativa divina; Él es la armonía de los opuestos y la resolución de paradojas. 46 Sin
embargo, el autor es un dios para sus personajes; según el canónigo, debería “facilit[ar]
los imposibles” (II, 342, 23-24).47 Así Cervantes intentó crear personajes con una doble
faceta. A veces, sin duda, lo hace deliberadamente; nos habla de las de Don Quijote y
Sancho. Otros personajes, sin embargo, también la tienen: Maritornes y Roque Guinart,
el duque y la duquesa, de hecho la mayoría de los personajes no religiosos del libro. No
obstante, las combinaciones de opuestos, que a veces parecen tan accidentales como
hechas a propósito, forman conjuntos que causan perplejidad. Cervantes, queriendo
facilitar imposibles, nos ha dejado con una paradoja, un imposible.

Debemos aceptar que Cervantes se dio cuenta, al término de la Segunda Parte, que el
libro que había terminado apresuradamente no respondía totalmente a sus intenciones.
Contrariamente a sus expectativas, vio que Don Quijote, al aprender, también
evolucionaba y se volvía más humilde, y era imposible no admirarlo. Contrariamente a
lo que también esperaba, no era posible combinar la admiración por Don Quijote con la
burla. En 1614-1615, cuando escribía los últimos capítulos de la Segunda Parte y
atacaba a Avellaneda, Cervantes no creyó que fuera tan necesario atacar los libros de
caballerías, que su Primera Parte ya había debilitado (IV, 406, 11-14). Debía de haber
sabido por lo menos que no los había tratado en esta parte del texto; el ataque en el
último capítulo es tan fuerte que cae por su propio peso.

Sin embargo, eso no significa que Cervantes, que fue “uno de los escritores más
profundamente morales”,48 se habría sentido satisfecho de que su obra haya generado un
problema interpretativo del que se ha dicho “que no tiene precedente en la historia de la
literatura”.49 Sabía qué interpretación quería que los lectores le dieran y nos la dice;
cuando en el texto se mencionan distintas interpretaciones, es con un ademán de
molestia (III, 56, 30-57, 5; también I, 366, 26-28). Cervantes no quería que sus
personajes evolucionaran, y mucho menos hasta el extremo en que lo hacen enDon
Quijote. El resto de sus obras, en las que los personajes aprenden pero no evolucionan,
confirman esta afirmación. ¿Cómo fue, pues, que escribió un libro tan distinto del que
se propuso?

Afortunadamente Cervantes no abordó Don Quijote con la intención de escribir una


gran obra. Tenía solamente un plan muy vago y escribía, en términos de Unamuno
“vivíparamente”: seleccionaba las características de los personajes, la acción e incluso
el impulso de la obra durante su composición.50 La composición del libro, además, fue
intermitente, y los períodos de actividad creadora se extendieron durante muchos años;
como se ha dicho en los capítulos 1 y 4, Cervantes con toda seguridad “engendró” y
probablemente empezó la Primera Parte en la década de 1590, y la Segunda Parte en
1605, pero ninguna fue completada hasta poco antes de su publicación.51 Durante esos
años Cervantes continuó leyendo y reflexionando, cambiando de parecer en cuestiones
importantes: el papel del caballero andante, por ejemplo, que cambia de superfluo y
obsoleto entrometido a imprescindible y sufrido soldado, adquiriendo connotaciones
santas e incluso mesiánicas.52 Los puntos de vista que, como éste, evolucionan son la
razón fundamental de muchas de las contradicciones de la obra.53

170
La larga e intermitente composición de Don Quijote se agravó por la falta de
cuidado, patente, por ejemplo, en la inconclusa historia de Eugenio y Leandra, en
suspenso al final de la Primera Parte,54 y en la utilización de material escrito
anteriormente.55 Más grave es que Cervantes no releyera el libro ni lo copiara antes de
su publicación, aunque sí debió de releer el material escrito previamente, por lo menos
en parte.56 Parece que la revisión sólo consistió en añadir, suprimir y reordenar
torpemente algunas páginas. Gingiol

Los errores de la obra derivan inevitablemente de la falta de una segunda lectura y de


revisión. Los más conocidos, como se indica al principio de la Segunda Parte (III, 70,
30-73, 22), donde se atribuyen poco convincentemente a los impresores (III, 341, 1-4),
son las contradicciones que derivan de la supresión del robo y de la recuperación del
asno de Sancho y del cambio de sitio del episodio de Grisóstomo y Marcela. El hecho
de que se intentara corregirlos por pasajes que por vocabulario, estilo y contenido sólo
puede ser la mano de Cervantes confirma que son errores.57 Y el que las correcciones
estén equivocadas, y el que en la Segunda Parte se comenten los errores dejados a pesar
de las correcciones que se intentó hacer, confirman la falta de cuidado.58 También se
indica al principio de la Segunda Parte que no hay más referencias a los cien escudos
que Sancho encontró en la maleta de Cardenio, irónicamente llamado “uno de los
puntos sustanciales que faltan en la obra” (III, 71, 4-10).s nombres de los personajes,
siendo los más conocidos los de Sancho59 y su mujer. Aunque Cervantes juega con el
verdadero nombre de Don Quijote, sugiriendo que las distintas formas que se
encuentran en la obra son intencionadas (I, 50, 4-11), esta conclusión es insostenible. En
el primer capítulo, nos dice que “queda dicho” que “tomaron ocasión loa autores desta
tan verdadera historia que, sin duda, se devía de llamar Quijada, y no Quesada, como
otros quisieron dezir” (I, 55, 8-12); no se había dicho nada de eso. Poco después
encontramos que “devía de llamar...Quijana”, cambiado a “Quijada” en la segunda
edición (I, 89, 19-20; “Quejana también se cambia a “Quijana”, I, 50, 9). Hacia el final
de la Primera Parte afirma que desciende de Gutierre Quijada “por línea recta de varón”
(II, 367, 3-4). Al final de la Segunda Parte su nombre, sin ninguna explicación, se
convierte en Quijano con el “renombre” de “el Bueno”, que antes no se había
mencionado ni siquiera como una posibilidad.

No vuelve a hablarse del “mozo de campo y plaza” mencionado en el primer


capítulo.60 Habiendo llegado a la venta, “poco antes de anochezer” (III, 306, 23), los
viajeros llegan allí una segunda vez, “a tiempo que anochezía” (III, 311, 14-15);61 en
otra ocasión Sancho no podía dormir (I, 210, 19-22), pero inmediatamente después “aún
dormía” (I, 214, 10). El bachiller Alonso López, víctima del ataque en la aventura del
cuerpo muerto, deja la escena (“se fue”, I, 256, 15), después habla de nuevo y se va una
segunda vez (I, 257, 29-258, 15). Inmediatamente después de anunciar que Sancho
estaría ausente de la historia hasta su regreso a Sierra Morena (I, 372, 16), el narrador
decide “contar lo que le avino a Sancho Panza” (I, 377, 14-15). Diego de Miranda pasa
su vida con su mujer, sus amigos, y su “hijos” (III, 201, 14), pero después resulta que
sólo tiene un hijo.

Nos dice que Sansón Carrasco buscó al cura para discutir con él un plan para ayudar
a Don Quijote (III, 101, 3-5); sin ninguna explicación, resulta que lo había discutido con
el cura y con el barbero (III, 108, 28-29; III, 190, 17-21). El plan consistía en derrotar a
Don Quijote y hacerle quedar en casa durante “dos años, o hasta tanto que por él le
fuese mandado otra cosa” (III, 191, 4-7), pero cuando se pone en práctica sólo se le

171
manda que se quede en casa durante “un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere
mandado” (IV, 318, 16-17; IV, 315, 5-12; IV, 321, 4-6). Sansón aparece por primera vez
en los capítulos 12-14 de la Segunda Parte como el Caballero del Bosque, antes llamado
Caballero de la Selva, cuando se describe su vestimenta se transforma, sin ningún tipo
de comentario, en el Caballero de los Espejos.

Durante el gobierno de Sancho, como acaba de mencionarse (nota 56), se nos dice
que una decisión futura de Sancho es “pasada”; mientras Sancho siendo gobernador
hizo “ordenanzas” que “hasta hoy” se observan y que le valieron el adjetivo “grande”
(IV, 165, 30-166, 30), cuenta al duque y a la duquesa que no hizo ninguna (IV, 208, 19-
22). Mientras que en la primera frase de la Segunda Parte se nos dice que es la “tercera
salida de don Quijote” (III, 35, 5-6), al final nos encontramos con que Don Quijote
estaba “imposibilitado de hazer tercera jornada y salida nueva; que para hazer burla de
tantas como hizieron tantos andantes cavalleros, bastan las dos que él hizo” (IV, 405,
29-406, 1). No hay otra explicación que el no haber releído, revisado y pulido la obra.62

Es verdad que Cervantes, en general, no parece que haya revisado cuidadosamente,63


y que también se han encontrado errores en otras obras suyas. Sin embargo, se mantiene
la distinción de Don Quijote al respecto. No sabemos de ninguna otra obra
(exceptuando, naturalmente, las Novelas ejemplares) en la que incorporara material
escrito previamente. Los errores que se encuentran en Don Quijote son más numerosos
y más graves.64 Es la única obra de la que se sabe que sus errores fueron comentados por
sus contemporáneos; los errores de sus demás obras se conocen por los estudios de
cervantistas actuales.65

Ningún autor con ambiciones literarias publicaría hoy un libro sin revisarlo.
Debemos recordar cuánto ha progresado la escritura desde los tiempos de Cervantes.
Los materiales para escribir no solamente son mucho más baratos, sino que son mejores,
por lo que la lectura y la escritura son más rápidas. Revisar un texto extenso, escrito a
mano, requería mucho tiempo,66 y hacer una copia en limpio todavía más. Ninguna de
las dos cosas era posible mientras Cervantes se apresuraba a terminar la Segunda Parte,
después de la publicación de la continuación de Avellaneda. Parece que Cervantes, antes
de examinar la obra de Avellaneda, no tenía a su propio Don Quijote en gran estima, y
ciertamente no esperaba que se le consideraría su obra más importante. Al fin y al cabo,
era un libro escrito para el vulgo.67

Cervantes no podía perder mucho tiempo releyendo y puliendo Don Quijote, algo
que no era esencial. Tenía 57 años cuando se publicó la Primera Parte, y su empleo
limitaba el tiempo que podía dedicar a escribir. Aunque más tarde recibió el apoyo de
mecenas, para entonces su salud era delicada.68 Tenía mucho por escribir: el Persiles, el
Parnaso, la mayoría de las Novelas ejemplares, gran parte de las Semanas del jardín y
algo de la Segunda Parte de La Galatea; estaba también terminando el Bernardoy
publicando su colección de obras de teatro.

Ha existido una resistencia natural a aceptar que una gran obra no esté pulida, y
algunos errores de Don Quijote se han atribuido a motivos que no concuerdan con lo
que sabemos de Cervantes por sus otras obras, y que son poco probables en un escritor
de la Edad de Oro. Sin embargo, en la forma de Cervantes de redactar Don Quijote—
con improvisaciones, sin una planificación cuidadosa ni revisión—está la esencia de la
grandeza del libro.69 Un Don Quijote pulido y coherente, en el que todo tuviera una

172
explicación y que reflejara la intención del autor, habría sido mucho menos
interesante.70 No nos desconcertaría, es decir, no nos cautivaría intelectual y
emocionalmente, y le faltaría gran parte de su encanto. Debido a que el libro fue escrito
con improvisación, y no tenía más continuidad que la que la memoria de Cervantes
podía proporcionar, y también debido a que no fue revisado, su inconsciente, que es lo
que crea las obras maestras,71 no estaba sometido a la habitual censura de la mente
consciente. Toda su mente se incorpora al texto mucho más que en el resto de sus obras
literarias. Aunque su intención era escribir un libro cuyos dos personajes principales
fueran objeto de risa, se nota que llegó a sentirse muy incómodo con este propósito.
Percibimos su creciente simpatía por Don Quijote y Sancho, su envidia y su parcial
identificación emocional con ellos, sus propias reflexiones acerca de los problemas con
que se encontraban y sobre los que discutían, su propio regocijo y finalmente desespero,
para el cual Dios ofrecía la única salida. La complejidad de la obra, que, aunque no es
infinita, excede a la resolución de nuestros instrumentos críticos, también refleja su
mente.72 No es sorprendente que esté llena de contradicciones y sea un gran enigma,
puesto que cada persona lo es.

¡Y qué mente se revela en el libro! Cervantes luchó con problemas fundamentales; el


que no los resolviera es más una indicación de la sinceridad de su esfuerzo que señal de
fracaso. En el ejercicio de dos profesiones había viajado mucho; conocía no sólo gran
parte de su país, sino también Italia, Argel y posiblemente también Flandes.73 Había
participado en la importante batalla de Lepanto, en la cual perdió el uso de la mano
izquierda; había conocido el cautiverio en otra cultura, una fuga frustrada, el rescate y la
libertad. También leía ávidamente, siendo ésta su principal diversión. “El que lee mucho
y anda mucho, vee mucho y sabe mucho” (III, 321, 16-17; también Persiles, I, 194, 23-
24). Pocos escritores de literatura creativa han tenido tantas experiencias o han leído
tanto como él.

A pesar de sus lecturas y de sus experiencias, Cervantes, como sus personajes, se


parece a nosotros en algunos aspectos fundamentales. Él, también, tiene ambiciones y
problemas, y sus defectos nos atraen más que repelen, permitiéndonos no sentirnos
amenazados por su genio porque, en una forma trivial, somos superiores.74 Aunque el
tono subyacente es optimista—que no es poca virtud—se pone alegre y triste, frustrado
y exultante, recuerda y olvida. Está seguro de algunas cosas, confuso acerca de otras, y
se pregunta qué sentido puede tener todo. Era especialmente confuso para él el que el
mundo no se ajustara a descripciones culturalmente aceptadas. La virtud no estaba en
correlación con la posición social. Una persona que merecía riquezas (él mismo) no las
recibía,75 y los que las obtenían con trampas no eran siempre castigados. Sus obras
escritas según las reglas literarias fracasaban, y tuvo éxito un libro que consideraba
mucho menos importante. Dios debía de tener un plan que daba sentido a todo eso, pero
Cervantes no lo descubriría nunca.

En la medida en que Cervantes no escribió el libro que se propuso escribir, no tenía


sosiego, y las contradicciones de Don Quijoteen cierta medida reflejan las que su autor
vivía. Naturalmente el texto no lo pone,76 pero es la conclusión lógica por lo que
escribió y por la información biográfica que tenemos. Las relaciones de Cervantes con
las mujeres eran difíciles, y el indisoluble sacramento del matrimonio no le trajo la
felicidad. No pudo resolver el conflicto entre sus responsabilidades y su deseo de vivir
una vida que estas obligaciones no le permitían. Estaba dividido entre el respeto a la
autoridad—literaria, política y religiosa—y sus sentimientos y compromisos. Disfrutaba

173
con la literatura que por las normas de aquella época era defectuosa y perniciosa, y esta
discrepancia le desconcertaba.

La “buena” literatura atraía a Cervantes intelectualmente, pero los libros de


caballerías y la fantasía que presentaban, despertaban sus emociones. El éxito de Don
Quijote puede atribuirse en parte a los elementos tomados de estos libros, que ofrecían,
como hace Don Quijote, largos viajes, agradable compañía, diversidad de personajes y
una sucesión de aventuras. La vida caballeresca de Don Quijote, una vez ha aprendido a
no provocar las represalias del mundo, es muy agradable; aunque muchos de sus logros
existan sólo en su imaginación, algunos son reales, y consigue sus objetivos en mucho
mayor grado que si se hubiera quedado en casa, un “hidalgo sosegado” (I, 89, 21)
cuidando de su hacienda. Viajar sin responsabilidades, ser útil y solicitado, vivir
aventuras emocionantes y alcanzar la fama por sus esfuerzos, tener buenos amigos y no
estar nunca solo a menos de que se quiera, no tener que ganarse la vida, ser recibido
como invitado de honor por una clase social más elevada, ser solicitado por el sexo
opuesto, conocer siempre el gozo de estar enamorado, estar seguro de las propias
creencias y ponerlas en la práctica, ser el tema de un libro y gozar de eterna fama, ¿no
es ésta la vida que todos quisiéramos tener? ¿Vale tanto, realmente, ser cuerdo?

174
Notas al Capítulo 6

1
Véase Italo Calvino, Por qué leer los clásicos, trad. A. Bernárdez (Barcelona: Tusquets, 1992),
reseñado por Fernando Lázaro Carreter, ABC cultural, 18 diciembre 1992, pág. 7.

2
Además de presentar a las mujeres más próximas a los protagonistas (el ama y la sobrina de Don
Quijote, la mujer de Sancho) de forma poco halagadora, de la hipotética naturaleza de la única mujer
“buena” que no se presenta incidentalmente (Camila) y de la aparente falta de interés por la reproducción
humana, se encuentran en Don Quijote y en las demás obras de Cervantes varias observaciones
misóginas. “Es natural condición de mugeres...desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece” (I,
268, 22-25); “la natural inclinación de las mugeres...por la mayor parte suele ser desatinada y mal
compuesta” (II, 385, 28-30; de la misma forma, La guarda cuidadosa, IV, 79, 2-3); “entre el sí y el no de
la muger no me atrevería a poner una punta de alfiler, porque no cabría” (III, 243, 24-26; del mismo
modo, II, 377, 14 y La guarda cuidadosa, IV, 63, 11-12); la “naturaleza” de la mujer es “fácil y arrojadiza
para todo aquello que es de su gusto” (“El amante liberal”, I, 177, 8-10); y, en el Persiles (I, 239, 10-11),
“las mujeres somos naturalmente vengativas”. La opinión de Cervantes acerca de las casadas también es
negativa. Presenta de forma favorable el dominio del hombre sobre la mujer en la sociedad gitana, en la
cual los hombres son “verdugos” de las mujeres adúlteras, medida necesaria para infundir la honestidad
femenina, y las abandonan libremente cuando han envejecido para tomar otras “al gusto de sus años”
(“La gitanilla”, I, 78, 4-24). La naturaleza de las mujeres es perversa: “opinión fue de no sé qué sabio que
no avía en el mundo sino una sola muger buena” (III, 275, 25-27); en La entretenida, “la muger ha de ser
buena, / y parecerlo, que es más” (III, 8, 15-16).

Desgraciadamente, estas afirmaciones indican una misoginia más típica que excepcional en el contexto
de su época; los prejuicios que tenía Cervantes eran corrientes. “Santo Tomás...declaró que la mujer era
sólo un ser ‘ocasional’ e incompleto, una especie de hombre imperfecto. ‘El hombre es superior a la
mujer, como Cristo es superior al hombre. La mujer está forzosamente destinada a vivir bajo la influencia
del hombre, y no tiene ninguna autoridad de su señor.’ Sin lugar a dudas estamos ante un caso de
misoginia. Aunque no todos los antiguos tenían estas opiniones.” (Theo Lang, The Difference between a
Man and a Woman [New York: John Day, 1971], pág. 362.) El siguiente comentario es del Libro del
orden de caballería de Lulio (traducción de F. Sureda Blanes, Colección austral, 889 [Madrid: Espasa-
Calpe, 1949], pág. 23: “El varón, en cuanto tiene más buen sentido y es más inteligente que las hembras,
también puede ser mejor que las mujeres. Porque si no fuese tan poderoso para ser bueno como la mujer,
seguiríase que bondad y fuerza de naturaleza serían contrarias a bondad de ánimo y buenas obras. Por
donde, así como el hombre por su naturaleza, se halla en mejor disposición de tener noble valor y ser más
bueno que la hembra; del mismo modo se halla también mejor preparado que la hembra para hacerse
malo. Y esto es precisamente para que, por su mayor nobleza y valor, tenga mayor mérito, siendo bueno,
que la mujer”.

3
“Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del
rico” (IV, 53, 6-8); “de los vasallos leales es dezir la verdad a sus señores en su ser y figura propia, sin
que la adulación la acreciente, o otro vano respeto la disminuya” (III, 55, 22-26). La validez de esta
última afirmación desgraciadamente se demostró, en pruebas la versión original de este libro, con el
desastre del transbordador espacial Challenger. El hecho de que no se transmitiera información negativa a
los superiores contribuyó al accidente (New York Times, 27 de febrero de 1987, Sección D, pág. 27 y 28
de febrero, Sección D, págs. 1 y 4).

4
El entusiasmo de unos cuantos autores modernos por algunos de ellos no cambia esta afirmación;
este entusiasmo no les ha llevado en ningún caso más allá de los libros alabados por Cervantes.

5
Es fácil citar ejemplos de autores cuyas obras se han valorado incorrectamente. Booth Tarkington es
el clásico caso vergonzoso; a principios de este siglo se le llamó un “genio [que había] dominado
totalmente el arte de escribir” (Robert Cortes Holliday, Booth Tarkington [Garden City: Doubleday, Page,
1918], pág. 207), pero hoy ha sido olvidado por el público y sólo es recordado por los eruditos como
ejemplo precisamente de esta cuestión. En los estudios hispánicos, los últimos poemas de Góngora, que

175
hoy se aceptan como brillantes, se consideraban “una especie de logogrifos [que]...no se entendían”
(Ticknor, Historia de la literatura española, III, 207). En general las obras conservadoras, que aceptan la
autoridad y los valores literarios y sociales, tienden a ser sobrevalorados cuando aparecen por primera
vez, y las obras vanguardistas infravaloradas, pero sin el respaldo de una percepción retrospectiva es
difícil distinguir lo innovador y fructífero de lo mediocre. Existe el mismo problema en otros campos.
Muchos inventos importantes, por ejemplo, fueron primero rechazados por poco prácticos y faltos de
potencial comercial, pero la mayoría de los inventos que no han tenido éxito de hecho son poco prácticos.

6
El fracaso de Cervantes para resolver las cuestiones epistemológicas tratadas en el capítulo 5
tampoco tiene importancia. La cuestión del “soñar” es insoluble, y la amenaza de los magos ha
desaparecido con el progreso de la ciencia. Los únicos problemas actuales vagamente relacionados son el
trato adecuado y la responsabilidad social de los enfermos mentales, y el valor de la experiencia sensorial
inducida o aumentada artificialmente.

7
Véase F. Courtney Tarr, “Recent Trends in Cervantes Studies. An Attempt at Survey and Prognosis”,
Romanic Review, 31 (1940), 16-28, en la pág. 17.

8
“El primer escalón de las ciencias...es el de las lenguas” (III, 206, 27-29). En el prólogo de La
Galatea encontramos una alabanza de la riqueza de la lengua castellana, de la que el autor se dio cuenta al
estudiar la “poesía” (I, xlviii, 1-15), y que podía mejorarse con el “agradable y precioso tesoro de la
eloquencia” de los libros de caballerías bien escritos (II, 353, 15-16). El argot de los ladrones es usado por
los galeotes y en “Rinconete y Cortadillo”; el vizcaíno deforma sintácticamente el castellano (I, 123, 28-
30 y 124, 5-10; también en El vizcaíno fingido); en “La gitanilla” se señala con tolerancia la
pronunciación de los gitanos (I, 41, 25-26), se alaba el buen uso de la lengua, que se asocia con la
discreción y no con el origen geográfico en III, 244, 17-245, 4. En la “Historia del cautivo” se encuentra
un sorprendente conocimiento del proceso de traducción (II, 224, 30-225, 14); también se comentan
traducciones en el escrutinio de la librería y en la visita a la imprenta de Barcelona (véase Terracini, “Una
frangia”). Palabras pintorescas, poco corrientes, arcaicas, y extranjeras son usadas de forma destacada y
por distintos personajes y narradores; es evidente que interesaban a Cervantes. Se menciona
explícitamente que Don Quijote imita el lenguaje caballeresco (I, 59, 22), y los errores lingüísticos de
Sancho y Vivaldo son una fuente de humor. Hay indicios de comprensión de la arbitrariedad de la lengua.
Para más referencias a la lengua en las obras de Cervantes, véase Aubrey F. G. Bell, Cervantes (Norman:
University of Oklahoma Press, 1947), pág. 22.

9
“A la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período
sonoro y festivo; ...dando a entender vuestros conceptos, sin intrincarlos y escurecerlos” (I, 37, 25-30),
extraordinaria declaración de ideales lingüísticos y estilísticos. Es repetida por el licenciado Corchuelo:
“pícome algún tanto de dezir mi razón con palabras claras, llanas y significantes” (III, 245, 5-7).

10
Sea o no una técnica empleada conscientemente, encontramos en Don Quijote detalles sin explicar,
que apoyan la creencia de que son reales y que fueron transcritos. Por ejemplo, nunca se nos dice por qué
a Pasamonte se le llamaba “Ginesillo de Parapilla” (I, 307, 10-31), ni se explican las “manchas que se
hizieron en la venta” (I, 309, 20-21), con las que Pasamonte amenaza al comisario; no sabemos a qué se
refiere Ricote cuando dice a Sancho que “ya sabes que sé yo que las [necesidades] tienes muchas” (IV,
195, 23; he cambiado la puntuación). El sueño de la hija del ventero Palomeque (I, 207, 1-6) parece que
sólo puede explicarse como la incorporación a la novela de un sueño real.

11
Se incluirían aventuras tales como la de los rebaños o la de los molinos, que tiene fama sólo porque
es la primera aventura de la pareja, y se representa gráficamente tan fácil y llamativamente. También se
incluiría la estancia de Sancho en la sima, que es poco humorística y relativamente poco interesante (II
Parte, capítulo 55).

12
“Apenas se huvo partido Sancho, quando don Quijote sintió su soledad, y si le fuera posible
revocarle la comisión y quitarle el gobierno, lo hiziera” (IV, 67, 28-31); “yo no le trocaría con otro
escudero, aunque me diesen de añadidura una ciudad” (III, 405, 4-5). “No sabe hazer mal en nadie, sino
bien a todos, ni tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por
esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dexarle por más disparates que
haga” (III, 168, 15-20); “si yo fuera discreto, días ha que avía de aver dexado a mi amo. Pero ésta fue mi
suerte y ésta mi mal andanza; no puedo más, seguirle tengo, somos de un mismo lugar, he comido su pan,

176
quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y así es imposible que nos
pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón” (III, 412, 21-29).

13
Para una discusión, véase mi trabajo Las “Semanas del jardín”, pág. 90-91.

14
Como lo hace con Roldán y Reinaldos, en La casa de los celos.

15
Véase sobre este tema E. C. Riley, “Episodio, novela y aventura en Don Quijote”, Anales
cervantinos, 5 (1955-1956), 209-230; Bruce Wardropper, “The Pertinence of ‘El curioso impertinente’”,
Publications of the Modern Language Association, 72 (1957), 587-600; George Haley, “The Narrator in
Don Quijote: Maese Pedro's Puppet Show”, Modern Language Notes, 80 (1965), 145-165; E. C. Riley,
“Three Versions of Don Quixote”, Modern Language Review, 68 (1973), 807-819; y especialmente John
J. Allen, Hero or Fool? [Part I]. Riley, “Episodio”, proporciona la bibliografía anterior.

16
Por ejemplo, “autores ay que dizen que la primera aventura que le avino fue la del puerto Lápice” (I,
59, 30-32); “el bachiller fue luego a buscar el cura, a comunicar con él lo que se dirá a su tiempo” (III,
101, 3-5); “esperava entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que fue el de
su derecha derrota” (III, 236, 2-4). El gobierno de Sancho es anticipado en su afirmación “yo he tomado
el pulso a mí mismo, y me hallo con salud para regir reinos y governar ínsulas” (III, 78, 4-6), y “más
fueron los sospiros y rebuznos del ruzio que los relinchos del rozín, de donde colegió Sancho que su
ventura avía de sobrepujar y ponerse encima de la de su señor” (III, 110, 26-29); el infeliz desenlace
puede preverse en “tan bien, y aun quizá mejor, me sabrá el pan desgovernado que siendo governador. Y
¿sé yo, por ventura, si en esos goviernos me tiene aparejada el diablo alguna zancadilla donde tropiece y
caiga y me haga las muelas?” (III, 77, 15-20), y “sólo le oyeron dezir que cuando tropezava o caía, se
holgara no haver salido de casa” (III, 111, 2-4).

El presagio incluso se olvida: “al tiempo de su fin y muerte dizen que se retrató della [su descripción
de lo que ocurrió en la cueva de Montesinos]” (III, 303, 2-3); naturalmente Alonso Quijano no hace tal
cosa.

17
Cuando puede predecirse, la acción es menos interesante. Cuando Sancho cae en una sima sabemos
que será rescatado; sabemos que Don Quijote no vencerá a los molinos de viento; sabemos que Dorotea
se reconciliará con Fernando. Estos episodios y otros similares contrastan con las sorpresas que contienen
episodios favoritos como el encuentro con los batanes y la bajada a la cueva de Montesinos.

18
Para referencias, véase el capítulo 4, nota 65.

19
II, 350, 13-20; IV, 166, 17-21; El rufián dichoso, II, 66, 2; II, 69, 23-24; II, 70, 15-16; II, 89, 8-9; y
II, 95, 10. Tales milagros y visiones eran pruebas de la existencia y naturaleza de Dios.

20
Estas famosas citas (todas de Persiles, I, lv-lix) lo indican todo menos confianza en la vida eterna y
aceptación serena de una muerte que se aproxima: “el tiempo es breve...el deseo que tengo de vivir...me
volviese a dar la vida.... Si a dicha, por ventura mía, me diese el cielo vida.... Lo que se dirá de mi suceso,
tendrá la fama cuidado, mis amigos ganas de dezilla, y yo mayor gana de escuchalla.... Tiempo vendrá,
quizá, donde, anudando este roto hilo.... Yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la
otra vida”. Debe observarse que Cervantes señala “la voluntad de los cielos” y “el cielo” como los que
rigen su destino; únicamente se menciona a Dios con relación a lo que se deja atrás (“guarde Dios a vuesa
excelencia”; “a Dios, gracias; a Dios, donaires; a Dios, regozijados amigos”).

21
Unos cuantos ejemplos: “se encaminó hazia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que don
Quijote dezía” (I, 90, 2-4); “pensativo a demás quedó don Quijote, esperando al bachiller Carrasco” (III,
60, 5-6); “[Basilio] siempre anda pensativo y triste” (III, 243, 1-2); “seis días estuvo don Quijote en el
lecho [después de su derrota], marrido, triste, pensativo y mal acondicionado, yendo y viniendo con la
imaginación en el desdichado suceso de su vencimiento” (IV, 322, 28-31). Significativamente, según un
conocido refrán la ociosidad es la madre de todos los vicios (“Coloquio de los perros”, III, 167, 31), y del
pensamiento (“Coloquio de los perros”, III, 181, 9-10).

177
22
“‘Me avéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni
pasado. En efecto: aora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño,
o se marchitan como la flor del campo....’ Las palabras...dezía como si con dolor inmenso las sacara de las
entrañas” (III, 284, 25-285, 7).

23
En mi opinión, tenemos aquí la fundamental distinción entre novela y romance, sobre la que
recientemente se ha vertido tanta tinta. El romance es teísta; el triunfo final de la bondad está asegurado;
el mundo tiene sentido; todos pueden alcanzar la vida eterna en el cielo. La novela es atea; su mundo
puede tener sentido, pero también puede ser espantosamente carente de sentido; el mal, al igual que el
bien, puede triunfar; no hay inmortalidad.

24
“Todo muchacho sano se deleita con las aventuras de Don Quijote con el franco regocijo de la
juventud, pero así no se descubre a Cervantes” (W. J. Entwistle, citado por Russell, “Risa a carcajadas”,
pág. 412).

25
Mientras que algunos, como los Schlegel, se aplicaban a sí mismos el calificativo “romántico” con
orgullo, cuando se aplica a los demás es más a menudo un término despectivo. Uno de los primeros
ejemplos: “como siempre se entiende el calificativo romántico en el sentido de negar razón lógica a todo
aquello a lo que se aplica, su defensor será alistado con los héroes de los cuales Don Quijote es
comandante en jefe desde tiempo inmemorial” (John Foster, “On the Application of the Epithet
Romantic” [1805], citado por George Whalley, “England/Romantic-Romanticism”, en Romantic and its
Cognates, págs. 157-262, en la pág. 187). Para más comentarios acerca de los románticos, véase el
Apéndice.

26
Incluso entre los primeros lectores de la Primera Parte, algunos encontraron al protagonista “loco,
pero gracioso; otros, “valiente, pero desgraciado”; otros, “cortés, pero impertinente” (III, 57, 1-3). En la
afirmación del prólogo citada al principio del capítulo 1, el anónimo amigo de Cervantes califica su
descripción del libro como “invectiva contra los libros de cavallerías” con la frase “si bien caigo en la
cuenta”, que podría dar a entender que incluso entonces había dudas acerca de qué clase de libro es Don
Quijote.

Se encuentran con bastante asiduidad comentarios favorables a Don Quijote o críticas por lo menos
moderadas. El primer escritor italiano que menciona la obra de Cervantes presenta a Don Quijote muy
favorablemente (Tassoni, en una obra de teatro de 1615; véase Quilter, pág. 273). El traductor alemán
Christian Thomasius consideró a Don Quijote en 1683 “símbolo de un idealismo confuso...[que], en
asuntos que no están relacionados con su obsesión particular, tiene opiniones muy razonables” (Lienhard
Bergel, “Cervantes in Germany”, en Cervantes Across the Centuries, ed. Ángel Flores y M. J. Benardete
[New York: Dryden Press, 1947], págs. 305-342, en la pág. 308); en el extracto del prólogo de esta
traducción reproducido por Rius (III, 190-191), encontramos que “sería injusticia si sólo se la considerase
como una obra meramente chistosa”. Dos escritores alemanes del siglo XVIII también tienen
interpretaciones notablemente “blandas”. Bodmer, “en lugar de condenar a Don Quijote por sacrificar sus
habilidades racionales a sus inclinaciones irracionales y por supeditar su razón a sus sentimientos,
...proclama...que ‘la imaginación y los sentimientos tienen su propia lógica’ y tienen igual valor que la
razón”. Por una imitación a Cervantes de Johann Karl Wezel, podemos concluir que Wezel comprendía a
Don Quijote y estaba de su lado; hace que su protagonista “sufra y sea aniquilado por el choque entre lo
ideal y la realidad” (Bergel, págs. 312-313).

En Inglaterra, Lennox, Steele, Smollett, Windham y Fielding vieron a Don Quijote como algo más que
un loco (Susan Staves, “Don Quixote in Eighteenth-Century England”, Comparative Literature, 24
[1972], 193-215). John Bowle, aunque consideró el libro una “composición de ingenio, genio y humor”
(A Letter to Dr. Percy, pág. 47), fue al parecer el primero que le aplicó el término “ironía”: “¡Qué poco a
la altura de las circunstancias debe de estar Wilmot (aparentemente un seudónimo) al traducir Don
Quijote, pues atribuye irrisorios diálogos y ocurrencias al divino original, en lugar de (lo cual por todas
partes se encuentra) grave y seria ironía, que el autor con un arte especial ha hecho vehículo de moralidad
y de útil instrucción para la conducta humana!” (De una carta a Thomas Percy, 31 de marzo de 1774,
publicada en Bowle y Percy, Cervantine Correspondence, ed. Daniel Eisenberg, Exeter Hispanic Texts,
40 [Exeter: University of Exeter, 1987], pág. 34. Bowles alude a un prospecto que anuncia la publicación
en fascículos de la traducción de Wilmot, prospecto que reproduje, de su ejemplar, en Journal of
Hispanic Philology, 9 [1985 (1986)], 184-185.)

178
Samuel Johnson, que se oponía enérgicamente a los prerrománticos (por ejemplo, Macpherson; “decir
que no tenía inclinaciones románticas es quedarse corto”, dice Knowles, “Cervantes and English
Literature”, pág. 281), hace un comentario favorable acerca de la universalidad de Don Quijote, y usa por
primera vez el término “lástima” en relación con él (Knowles, pág. 281; también citado por Close,
Romantic Approach, pág. 12, y John J. Allen, Hero or Fool? [Part I], págs. 4-5, que tiene citas parecidas
de otros autores ingleses del siglo XVIII). Johnson también leyó libros de caballerías españoles:
Felixmarte de Hircania, Palmerín de Inglaterra y Belianís de Grecia (Thomas, págs. 224-225), de lo que
se concluye que Johnson percibió que Cervantes atacaba solamente la mala literatura caballeresca, no
toda.

27
Aparentemente se reservaba la lectura y el estudio atento para la poesía; la ficción en prosa no se leía
con atención. Los lectores de las Novelas ejemplares, exceptuando los autores de las aprobaciones, no
mencionan la ejemplaridad de la obra. (Véanse los ejemplos recogidos por Adolfo Bonilla y San Martín,
“¿Qué pensaron de Cervantes sus contemporáneos?”, en Cervantes y su obra [Madrid: Francisco Beltrán,
1916], págs. 165-184, en las págs. 170-171; la descripción de las Novelas como “atalayas de la vida
humana” por Bartolomé de Góngora en El corregidor sagaz, citado por Amezúa, Cervantes, creador, I,
619, es según Lohmann, editor moderno de Góngora, una lectura equivocada; compárese la fuente de
Amezúa, Bartolomé José Gallardo, Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos [Madrid, 1863-
1869], IV, columna 1208, con la edición de Lohmann, pág. 136.) El rechazo de Avellaneda, en su prólogo,
es apoyada por la siguiente sorprendente afirmación de Jerónimo de Barrionuevo, descrito como “un
contemporáneo culto”: “la novela dePreciosa la Gitanilla, tan alabada[,] de Cervantes, con quien sólo
trata de divertir al lector” (citado por Maxime Chevalier, Lectura y lectores en la España de los siglos
XVI y XVII[Madrid: Turner, 1976], pág. 51).

El caso mejor documentado de una interpretación del Siglo de Oro de una obra en prosa que no sea de
Cervantes es el del Lazarillo de Tormes. Aparentemente ningún lector contemporáneo consideró la obra
como algo más que una “obra de burlas”. La mayoría vieron a Lazarillo como el mozo del ciego, y nada
más; pasaron por alto el anticlericalismo de la obra (Chevalier, Lectura y lectores, págs. 180-192).

28
Véase “Dureza de las costumbres de antaño”, Apéndice XX de la “nueva edición crítica” de
Rodríguez Marín (IX, 268-275), para una visión de los valores que han cambiado desde la época de
Cervantes.

29
En el capítulo 4 se ha señalado que se presentan como personajes similares. Pero que son de carácter
opuesto es aún más evidente, y a menudo se señala de forma explícita (para citas textuales véase Flores,
Sancho Panza, Apéndice 11). He compilado la siguiente lista de maneras en que se oponen, en tiempos
distintos (pues los pares son contradictorios). Se marcan con asterisco los casos en los que se sabe o
puede deducirse que Cervantes tenía en mayor estima a uno del par.

179
DON QUIJOTE SANCHO
*hidalgo plebeyo
*caballero escudero
*monta a caballo monta un asno
“seco de carnes, enjuto de rostro”; “las piernas eran “la barriga grande, el talle corto” (I, 132, 6-7)
muy largas y flacas” (I, 50, 3; II, 150, 15-16; III, seguidor
175, 23-25) palabras
*líder cobarde
*acciones quiere dinero
*valiente codicioso
*quiere la fama si fuera rey, vendería a sus súbditos (II, 41, 20-25)
*generoso “tengo mis ciertos asomos de vellaco” (III, 113, 32-
*quiere mejorar su país 114, 1)
*“no tiene nada de vellaco” (III, 168, 14) “memoria...tan mala, que muchas vezes se me
*“memoria...grande” (III, 259, 10) olvida cómo me llamo” (I, 367, 14-16)
*“la Iglesia, a quien respeto y adoro como católico “siempre creo, firme y verdaderamente, en...todo
y fiel christiano que soy” (I, 258, 5-6) aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica
*no es anti-semita Romana” (III, 114, 4-6)
duerme con dificultad (“las ociosas plumas...jamás “enemigo mortal...de los judíos (III, 114, 7)
dieron gusto a don Quijote”, IV, 363, 32-364, 2) *duerme con facilidad (“naciste para dormir”, I,
militarista 266, 3; IV, 348, 9)
poco práctico *pacifista
fantasía, alucinaciones *práctico
temerario *realidad
vanidoso *prudente
indiferente a su caballo *modesto
*discreto amigo de su asno (I, 496; III, 419, 4-6; III, 423, 24-
*esmerado en el lenguaje 30; IV, 201, 7-14)
*culto necio
erudición “prevaricador del buen lenguaje” (III, 244, 15)
conoce historias analfabeto
*propenso a perdonar sabiduría natural
*idealista conoce refranes
*ascético recuerda las ofensas
*espíritu cínico
*célibe sensual
soltero cuerpo
sin hijos adúltero
*amor casado
*verdad dos hijos
fe lujuria
*cristiano nuevo mentiras
*admirable lógica
cristiano viejo
risible

30
“Solos los dos somos para en uno” (IV, 405, 15-16). Se describe el matrimonio con palabras casi
idénticas: Quiteria y Camacho eran “ambos para en uno” (III, 239, 28); “Dios dixo: ‘...Serán dos en una
carne misma’” (II, 107, 11-13); “queden [estos niños] para en uno, como lo manda la santa iglesia nuestra
madre” (Persiles, II, 82, 30-32).

31
Muchos cervantistas deben de tener un sentimiento muy parecido al expresado por el matemático en
el “Coloquio de los perros”: “Veinte y dos años ha que ando tras hallar el punto fixo, y aquí lo dexo y allí
lo tomo, y pareciéndome que ya lo he hallado, y que no se me puede escapar en ninguna manera, quando
no me cato, me hallo tan lexos dél, que me admiro” (III, 244, 10-15).

180
32
Sobre la paradoja en Don Quijote, véase el artículo de Presberg (capítulo 5, nota 29) y Martín,
Burlesque Sonnets, págs. 78-80.

33
Considerando el aspecto religioso de la paradoja, que se discutirá dentro de poco, esto puede ser una
alusión a Moisés, quien según la tradición judeo-cristiana bíblica escribió el relato de su propia muerte
que se encuentra en el Deuteronomio.

34
Ésta es la clásica paradoja de Epiménedes (Hofstadter, pág. 17). Joseph Jones ha estudiado los
caminos por los que podía haber llegado a Cervantes en “The Liar Paradox in Don Quijote II, 51”,
Hispanic Review, 54 (1986), 183-193.

35
Capítulo analizado por Rafael Lapesa, “Comentario al capítulo 5 de la Segunda Parte delQuijote”, en
Actas del Tercer Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (Barcelona: Anthropos, en
coedición con el Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1993), págs. 11-21.

36
Como ha señalado Dian Fox, el libro acerca de Don Quijote y Sancho que se discute al principio de
la Segunda Parte difiere significativamente de la Primera Parte de Cervantes (“The Apocryphal Part One
of Don Quijote”, Modern Language Notes, 100 [1985], 406-416).

37
Son ejemplos de confusión de niveles o de recursión, que Hofstadter discute y relaciona con la
existencia humana en su último capítulo.

38
Véase Otis Green, Western Tradition, I, capítulo 1.

39
“Siquiera no aya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen
letras las coplas de Mingo Rebulgo” (III, 31, 6-9). Ya se ha dicho que los libros de caballerías, en opinión
de Cervantes, eran sobreabundantes, y que los libros que ofrecían un entretenimiento saludable, escasos.

40
Dulcinea fue transformada “de princesa en labradora, de hermosa en fea, de ángel en diablo, de
olorosa en pestífera, de bien hablada en rústica, de reposada en brincadora, de luz en tinieblas, y,
finalmente, de Dulcinea del Toboso en una villana de Sayago” (III, 399, 16-21). Del mismo modo,
Isabela, la española inglesa, “quedó tan fea que, como hasta allí avía parecido un milagro de hermosura,
entonces parecía un monstruo de fealdad” (“La española inglesa”, II, 47, 20-22).

41
Erasmo, en su carta preliminar a Tomás Moro, explica que su Moriae Encomion tenía este propósito
(traducción de Clarence H. Miller [New Haven: Yale University Press, 1979], pág. 1) y cita precedentes
clásicos de este planteamiento (págs. 3, 12).

La introducción general a este tema que se recomienda es Paradoxia Epidemica: The Renaissance
Tradition of Paradox de Rosalie L. Colie (Princeton: Princeton University Press, 1966).
Desgraciadamente, “No he mencionado a Don Quijote, aunque fue una omisión difícil; este caballero,
como Falstaff, hubiera necesitado demasiado espacio en un libro ya atestado de personajes famosos.
Además, el sr. Kaiser [autor de Praisers of Folly] ha prometido una ampliación de su estudio de la
paradoja para tratar de Don Quijote” (pág. xi). La ampliación de Kaiser no ha aparecido. (Colie ha
publicado posteriormente el artículo “Literary Paradox” en el Dictionary of History of Ideas, ed. Philip P.
Wiener, III [New York: Charles Scribner's, 1973], 76-81.)

Vale la pena mencionar cuatro paradojas españolas que conozco (es decir, obras que defienden
posturas aparentemente sin sentido; el equivalente moderno sería, por ejemplo, la defensa de las bombas
atómicas), tres de las cuales están en el mismo manuscrito de la Biblioteca Capitular y Colombina en que
se encuentra “La tía fingida”. Dos de ellas están inéditas: son la “Paradoja en loor de las bubas [es decir,
el “mal francés”, la sífilis], y que es razón que todos las procuren y estimen”, y la “Paradoja en loor de la
nariz muy grande” (Gallardo, Ensayo, I, 1247-1249; con títulos ligeramente distintos, Astrana, V, 399). La
tercera, Paradoja. Trata que no solamente no es cosa mala, dañosa ni vergonzosa ser un hombre cornudo
mas que los cuernos son buenos y provechosos, es de Cetina, y fue publicada, censurado casi la mitad de
su contenido, en el Ensayo de Gallardo. Fue publicada íntegramente en la edición de las Obras de Cetina
hecha por Joaquín Hazañas y la Rúa (1895; reimpresión, Sepan cuántos, 320, México: Porrúa, 1977), II,
207-239, y este texto ha sido reproducido (Madrid: El Árbol, 1981). Finalmente, hay la “Paradoja a la

181
pobreza” de Luis Barahona de Soto, publicada por Francisco Rodríguez Marín, Luis Barahona de Soto
(Madrid: Real Academia Española, 1903), págs. 731-740.

42
Los que fundamentalmente son dignos de admiración tampoco están libres de defectos: “Julio
César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no
limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres. Alexandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre
de Magno, dicen dél que tuvo sus ciertos puntos de borracho. De Hércules, el de los muchos trabajos, se
cuenta que fue lascivo y muelle. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más
que demasiadamente rixoso, y de su hermano, que fue llorón” (III, 57, 10-21). Don Quijote, para no
afrontar sus propios errores, atribuye estas críticas a la “calumnia” y la “malicia” (III, 57, 8-10 y 21-23).

43
“Debe ser verdad lo que decían: / que el hombre y la mujer primero fueron / nacidos juntamente, y
que tenían / un cuerpo, al cual los dioses dividieron; / después que siendo medios pretendían / buscarse, y
a los que dicha haber pudieron / su medio, si con él viven pegados, / se gozan como bien afortunados, / y
los que no, perpetuamente acuden / buscando su mitad por sosegarse” (Barahona de Soto, Las lágrimas
de Angélica, ed. Lara Garrido, pág. 381).

Frecuentemente se emplean las contradictorias imágenes poéticas de amor/sufrimiento: amar es “vivir


muriendo” (IV, 242, 29), y Eugenio dice acerca de Leandra que “todos la deshonran y todos la adoran”
(II, 386, 29-30). Dulcinea es para Don Quijote “día de mi noche, gloria de mi pena” (I, 357, 26-27) y
cuando las tinajas de casa de Diego de Miranda le recuerdan a ella, son, citando versos de Garcilaso,
“dulces prendas, por mi mal halladas” (III, 225, 14). Aunque Don Quijote no tiene salud, la manda a
Dulcinea (I, 367, 25-26), y aunque no tiene libertad, la da a su caballo (I, 358, 12).

También se cita la conocida metáfora de la mujer como “la dulce mi enemiga” (I, 173, 25-26; IV, 13,
23; del mismo modo I, 368, 4) (esta línea es estudiada por Edward M. Wilson and Arthur L.-F. Askins,
“History of a Refrain: ‘De la dulce mi enemiga’”, Modern Language Notes, 85 [1970], 138-156); a
continuación en el texto hay un cuarteto sobre “el placer del morir”. Poemas de este tipo “cantados
encantan, y escritos suspenden” (IV, 14, 14). Para más ejemplos véase mi Las “Semanas del jardín”, pág.
90, nota 119.

44
Cristo, en la Biblia, con frecuencia habla con paradojas: es alfa y omega; los últimos serán los
primeros; los mansos heredarán la tierra; etc. En el “Coloquio de los perros”: “para entrar a servir a Dios,
el más pobre es más rico, el más humilde de mejor linage” (III, 170, 15-17).

45
Véase Green, Western Tradition, I, 3-9, para una discusión un poco distinta de las paradojas de la
cristiandad. Yves Denis las trata ampliamente en G. K. Chesterton: Paradoxe et catholicisme (Paris: Les
Belles Lettres, 1978; agradezco a Bruno Damiani esta referencia).

46
Esta creencia cristiana tradicional se encuentra en las obras de Cervantes: “el bien y el mal distan tan
poco el uno del otro, que son como dos líneas concurrentes, que, aunque parten de apartados y diferentes
principios, acaban en un punto” (Persiles, II, 277, 4-7). En Dios se incluyen el pasado y el futuro: “para
El no ay pasado ni porvenir, que todo es presente” (III, 323, 8-9). De igual modo Dios causa los sucesivos
estados contrarios que se encuentran en la naturaleza: “la noche al día, y el calor al frío,/ la flor al fruto
van en seguimiento,/ formando de contrarios igual tela” (La Galatea, II, 110, 22-24).

47
“Con quánta facilidad discurre el ingenio de un poeta y se arroja a romper por mil imposibles”
(Persiles, II, 18, 17-20). Esto es también lo que el caballero andante debería hacer, según Don Quijote:
“éntrase en los más intricados laberintos, acometa a cada paso lo imposible” (III, 223, 4-5).

48
Riley,Teoría, pág. 158.

49
John J. Allen, Hero or Fool? [Part I], pág. 3.

50
Como Unamuno explica en su ensayo “A lo que salga” (Almas de jóvenes, Colección austral, 499,
40 edición [Madrid: Espasa-Calpe, 1968], págs. 81-97, en las págs. 83-84), el escritor ovíparo “hace un
esquema, plano o minuta de su obra, y trabaja luego sobre él; es decir, pone un huevo y lo empolla”,
mientras que un escritor vivíparo gesta la idea de su obra en su mente, y después “empieza por la primera

182
línea, y, sin volver atrás, ni rehacer ya lo hecho, lo escribe todo en definitiva hasta la línea última”. La
inspiración cervantina de la formulación de Unamuno es evidente.

51
Capítulo 1, nota 91; capítulo 4, nota 107.

52
La cuestión religiosa en la caballería andante de Don Quijote aparece por primera vez con la vela de
las armas; es una parodia, como lo son sus exageradas pretensiones de selección divina (I, 109, 15-21; I,
261, 17-32; I, 264, 20-23; III, 39, 20-24), y la temprana referencia a su santa “vida y milagros” (I, 128,
28). Sin embargo, la evolución de los caballeros andantes empieza con la conversación con Vivaldo, en la
que se les llama “ministros de Dios en la tierra” (I, 168, 19-170, 23). Además de este episodio y del
discurso sobre las armas y las letras, véase I, 245, 2-4; III, 211, 25-27; III, 222, 7-223, 13; IV, 204, 18-
205, 9; y la reconstrucción del parecer de Cervantes sobre la caballería cristiana en el capítulo 2 de este
libro.

53
Las investigaciones de Cervantes sobre la caballería, tratadas en el capítulo 1, deben de haber
coincidido con la redacción de la Primera Parte. También es probable que conociera, mientras estaba
escribiendo la Primera Parte, la Philosophía antigua poética de López Pinciano, cuya influencia puede
verse hacia la conclusión. Otra obra que Cervantes probablemente no conocía al empezar la Primera
Parte, pero que bien pudo haber leído antes de concluir la Segunda Parte, es la del erasmista Jerónimo de
Mondragón, Censura de la locura humana y excelencias della (Lérida, 1598; estudiada por Ronald Surtz,
Nueva revista de filología hispánica, 25 [1976], 352-363). Su visión favorable de la locura es
incompatible con el principio de Don Quijote, pero su frase bíblica con que acaba, “stultorum infinitus est
numerus”, es citada intencionadamente en III, 70, 28. Sin embargo, es discutible si Cervantes conocía este
libro (véase Marcel Bataillon, “Un problema de influencia de Erasmo en España: el Elogio de la locura”,
en su Erasmo y el erasmismo[Barcelona: Crítica, 1977], págs. 327-346).

La evolución de los puntos de vista de Cervantes en su carrera de escritor merece un estudio más
detallado.

54
Véase II, 382, 2-4. Como ha señalado Clemencín al hacer anotaciones al capítulo (nota 11 de I, 51)
hay deficiencias evidentes en la historia de Leandra acerca de sus tres días con Vicente de la Rosa, como
ya sospechaban los que la oían (II, 385, 10-11). Probablemente lo que rompería la aparente tranquilidad
del estado de estas cuestiones , y confirmaría la opinión de Eugenio acerca del “poco discurso” de las
mujeres (II, 387, 24), es su gravidez.

55
La “Canción desesperada”, la “Novela del curioso impertinente” y probablemente la “Historia del
cautivo”.

El episodio de Sancho, gobernador, que no fue incluido tal como se había escrito originalmente (“no le
traduxo su intérprete como él [Cide Hamete] le avía escrito” [IV, 64, 7-8]), también puede ser un ejemplo.
La conclusión del capítulo 51 de la Segunda Parte parece un final, con una rápida acumulación de
detalles, que son el resultado de la acción que le ha precedido, y un enlace entre el tiempo de la historia y
el presente (“hasta hoy”). Es similar a los finales del Persilesy de todas las Novelas ejemplares que Ruth
El Saffar data como posteriores a 1606 y sólo de ellas: “La gitanilla” (“mientras los siglos duraren”), “El
amante liberal” (“aún hasta hoy”), “La española inglesa” (“aún hoy”), “La fuerza de la sangre” (“ahora
viven”), “La espiñola inglesa” (“aún hoy”), “La fuerza de la sangre” (“ahora viven”), “La ilustre fregona”
(“aún vive...hoy”), “Las dos doncellas” (“hasta hoy”), y “La señora Cornelia” (“siempre”). Cuando
recordamos que el gobierno de Sancho se introduce con la queja de que no podían incluirse “novelas
sueltas ni pegadizas”, todo eso nos lleva a sugerir que el episodio existía independientemente de Don
Quijote, y que fue incorporado de una forma distinta a la de los cuentos de la Primera Parte.

56
En IV, 82, 1, sin embargo, se llama “pasada” a un episodio futuro. Aunque el final del capítulo 51 de
la Segunda Parte comenta “las ordenanzas tocantes al buen govierno de la que él imaginava ser ínsula”
(IV, 166, 1-2), Sancho dice en su relato al duque y a la duquesa “aunque pensava hazer algunas
ordenanzas provechosas, no hize ninguna” (IV, 208, 19-21), todo lo cual implica que el episodio acerca de
Sancho gobernador no había sido releído completa y cuidadosamente.

183
57
La revisión apresurada de Cervantes ha permitido la reconstrucción de los estados anteriores de la
obra, como, por ejemplo, el que se acaba de discutir acerca del episodio de Sancho gobernador. Sobre el
robo del rucio y el cambio de lugar del episodio de Grisóstomo y Marcela, véase Geoffrey Stagg,
“Revision in Don Quixote, Part I”, en Hispanic Studies in Honour of I. González Llubera (Oxford:
Dolphin, 1959), págs 349-366; para una teoría de los motivos de esta revisión, véase mi “Cervantes, Lope
y Avellaneda”, pág. 139.

Puede atribuirse al impresor un error ocasional: “¿Quiere vuestra merced quemar más [en lugar de
‘mis’] libros?” (II, 83, 17-18); por el texto, el ventero no sabe si el cura ha quemado alguno.

58
Véase el artículo de Stagg citado en la nota 57, y mi “El rucio de Sancho”, en el cual sostenía que las
enmiendas de la segunda edición de Cuesta fueron escritas por Cervantes. (Aunque las pruebas son más
escasas, puesto que las correcciones son menores, no puede descartarse que Cervantes fuera el autor de
nuevas correcciones en la tercera edición de Cuesta.)

59
“Sancho Zancas...que con estos dos sobre nombres [Panza y Zancas] le llama algunas vezes la
historia” (I, 132, 5-10).

60
Sobre este personaje, véase el artículo de José Ramón Fernández de Cano, “La destrucción del
personaje en la obra cervantina: Andanzas y desventura del malogrado mozo de campo y plaza”, Actas
del coloquio La construcción de personajes en la obra de Cervantes, Cervantes, 15.1 (1995), en prensa.

61
Ese error fue señalado por Rafael Osuna, “¿Dos finales en un capítulo (II, 24) del Quijote?”,
Romance Notes, 13 (1971), 318-321.

62
Hay muchos otros ejemplos. Habiendo quemado “quantos libros avía...en toda la casa” (I, 107, 26-
27), “uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces, para el mal de su amigo, fue que
le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque quando se levantase no los hallase” (I, 108, 1-5).
“Si el héroe ha estado ausente dos días en su primera salida, el ama dirá que son tres; ...si eran ocho los
cabreros que dan hospitalidad a don Quijote, luego serán seis; si Ginés de Pasamonte no se lleva la espada
del héroe, más tarde éste nos declarará lo contrario.... Todo esto sin salirnos de la primera parte ni entrar
en detalles sobre el confuso tiempo novelístico de los sucesos de la venta.”(Rafael Osuna, “Dos olvidos
de Cervantes: El rucio de Sancho y el bagaje de Bartolomé”, Hispanófila, 36 [Mayo, 1969], 7-9, en la
pág. 7.)

Además de la sorprendente revelación del verdadero nombre de Don Quijote y de la indignada


exclamación por el uso que hace Avellaneda del nombre Mari Gutiérrez, hay en la Segunda Parte
numerosas referencias erróneas al contenido de la Primera Parte; son demasiado variadas para ser
atribuidas sólo a una intencionada mala memoria de los personajes. Ya se ha mencionado en el capítulo 4
la afirmación de Don Quijote que había dicho a Sancho “mil vezes” que no había visto nunca a Dulcinea
(III, 124, 26-28), cuando en realidad dijo a Sancho que la había visto cuatro veces (I, 362, 31-363, 4).
(Quizás lo que significa es que Don Quijote ha separado mentalmente su idealizada Dulcinea, que nunca
ha visto, de Aldonza Lorenzo [véase I, 365, 23-366, 28]; sin embargo, incluso si eso es correcto, no se
explica claramente [véase I, 363, 4-6].) El narrador nos dice que Don Quijote ha llamado a Ginés de
Pasamonte “Ginesillo de Parapilla” (III, 340, 27-29); aunque el nombre es recordado con exactitud, fue en
realidad un guarda el que lo usó (I, 307, 8-31). Don Quijote habló del matrimonio dos veces en la Primera
Parte (I, 294, 25-295, 29 y II, 55, 29-30), pero en la Segunda Parte dice (III, 275, 29-31) que nunca ha
pensado en ello.

Sancho dice erróneamente a Diego de Miranda que Rozinante “jamás...ha hecho vileza alguna, y una
vez que se desmandó ha hazerla, la lastamos mi señor y yo con las setenas” (III, 197, 26-29); en realidad
fueron los gallegos los que lo hicieron (compárese I, 194, 16-196, 5). Probablemente no es la poca
memoria de Sancho, sino la de Cervantes, la responsable de su duda en la frase “yo he oído dezir, y creo
que a mi señor mismo, si mal no me acuerdo, que en los estremos de cobarde y de temerario está el medio
de la valentía” (III, 76, 23-26; Don Quijote no había hecho nunca tal afirmación, aunque posteriormente
la hace).

184
Para más comentarios, puede verse José Manuel Martín Morán, “Los descuidos de Cervantes en la
venta de Palomeque”, en Actas del Tercer Coloquio Internacional de la Asociación de
Cervantistas(Barcelona: Anthropos, en coedición con el Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1993),
chapter 6págs. 403-430.

63
En la única carta literaria de Cervantes que se conserva, la dirigida a Antonio de Eraso, dice,
hablando de La Galatea, “en estando algo crecida [La Galatea] irá a besar los pies a vuestra excelencia”
(Astrana, VI, 510); eso no parece indicar que preveía revisarla.

64
Luis Rosales indicó que eran más numerosos: Cervantes y la libertad, 20 edición, corregida
(Madrid: Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1965). I, 31, nota 21.

65
Joaquín Díaz Ferruz, “Vacilaciones y contradicciones en la ‘Historia de Timbrio y Silerio’. Aspectos
sobre la composición de La Galatea, de Miguel de Cervantes”, Glosa, 1 (1990) 119-34; Rafael Osuna,
“Dos olvidos”, ya citado (nota 62); Osuna, “Vacilaciones y olvidos de Cervantes en el Persiles”, Anales
cervantinos, 11 (1972), 69-85; Stephen Harrison, “The Composition of Persiles y Sigismunda”, tesis,
Universidad de Toronto, 1979, resumen en Dissertation Abstracts International, 39 (1979), 4305A:
“Harrison ha relacionado varias contradicciones que se encuentran en la obra con una revisión apresurada
e incompleta” (Stagg, “The Refracted Image: Porras and Cervantes”, Cervantes, 4 (1984), 139-153 [hay
una hoja de erratas], en la pág. 146). Manteniendo la tesis de que los aparentes errores no lo son, Aden W.
Hayes ha estudiado “Narrative ‘Errors’ in ‘Rinconete y Cortadillo’”, Bulletin of Hispanic Studies, 58
(1981), 13-20. Osuna, “Dos olvidos”, pág. 7, dice que “en otras novelas suyas no faltan tampoco estos
descuidos”.

66
“Las obras impresas se miran despacio” (III, 69, 26).

67
Tampoco leyó las pruebas del libro. La corrección de pruebas, aunque quizás no fuera tan común
como hoy, era algo bien conocido, y por supuesto no se negaba al autor. El corrector oficial se encargaba
principalmente de comprobar que el texto impreso fuera el mismo que el que había obtenido una licencia.

Según un corrector oficial, Juan Vázquez del Mármol, de un impresor se esperaba “tener buen
corrector que corrija las probas a gusto del autor”, “a de sacar dos o tres probas las que se concertaren si
el autor quisiere corregirlas” (Condiciones que se pueden poner cuando se da a imprimir un libro
[Madrid: El Crotalón, 1983], probablemente es más accesible en Ensayo, IV, 937 de Gallardo y en la
Bibliografía madrileña, III, 498-499 de Pérez Pastor). Alejo Venegas se excusó por su apresurada
corrección de las pruebas de la primera edición de sus Diferencias de libros, y eliminó cuidadosamente
todas las erratas en la segunda edición (véase mi introducción, pág. 46). Agustín G. de Amezúa y Mayo,
Cómo se hacía un libro en nuestro Siglo de Oro (1946; recogido en sus Opúsculos histórico-literarios
[Madrid: CSIC, 1951], I, 331-373), cita el caso de Vasco Díaz Tanco, que en 1552 rogó a sus lectores que
excusaran las “incorrecciones...perdonando al autor muy ocupado, al componedor no culpado y al
corrector descuidado” (pág. 354). Jaime Moll indica que el amigo de Lope, Baltasar Elisio de Medinilla,
corrigió las pruebas de su Jerusalén conquistada (“Problemas bibliográficos del libro del Siglo de Oro”,
Boletín de la Real Academia Española, 59 [1979], 49-107, en las páginas 80-81). Alberto Blecua, Manual
de crítica textual (Madrid: Castalia, 1983), pág. 173, menciona los casos de Boscán y otros, y la tesis
principal de Trevor J. Dadson, “El autor, la imprenta y la corrección de pruebas en el siglo XVII”, El
crotalón, 1 (1984), 1053-68, es que el autor intervenía más a menudo de lo que generalmente se cree.
(Como una prueba más de la intervención del autor en el proceso de impresión, podemos citar el caso de
las Obras trágicas y líricas del Capitán Cristóbal de Virués [Madrid, 1609], donde encontramos en el fol.
8v que “la ortografía que lleva este libro se puso a persuasión del autor del, y no como en la imprenta se
usa”. Mariana también se mostró particularmente interesado por la impresión de sus obras, especificando
en el contrato de su reedición de su Historia general[reproducido en Cirot, Mariana historien, págs. 183-
185], entre otras cosas, que el impresor no podía alterar la ortografía.)

68
Ya en el prólogo de las Novelas ejemplares, parece que hace alusión a su enfermedad (“si la vida no
me dexa”, I, 23, 15), a la que se refiere claramente en el prólogo del Persiles; en el prólogo de la Primera
Parte de Don Quijote, dice sentirse anciano (“con todos mis años a cuestas”, I, 31, 9-10). Acerca del
empleo que Cervantes tenía en Valladolid, del apoyo que tenía de mecenas, y del estado de su economía
en general, véase mi “¿Tenía Cervantes una biblioteca?”

185
69
Cuando los errores y las incoherencias de un libro se consideran positivos (“lunares”, en términos de
Cervantes), surge un interesante problema editorial. ¿Debe seguirse la supuesta intención del autor y
eliminarlos? Mientras que en cierto sentido tenemos libertad para hacer lo más apropiado a nuestros
propósitos, no es ético mantener errores que el autor con toda seguridad querría eliminar y que pueden
corregirse fácilmente.

Un error importante, la inclusión del robo del asno en el capítulo 23 de la Primera Parte, ha sido
corregido (trasladándolo al capítulo 25) por John J. Allen en su edición (Madrid: Cátedra, 1977), y este
cambio fue aprobado por E. C. Riley en su reseña (Bulletin of Hispanic Studies, 57 [1980], 346-349). Yo
aprobaría también la corrección de títulos de capítulos erróneos (capítulos 10, 29, 30 y 43 de la Primera
Parte). Quien esté interesado en estos errores puede encontrarlos en los facsímiles y en las ediciones que
los han incluido durante 350 años. Puede satisfacerse el deseo de imaginar a Cervantes como un escritor
imperfecto con otros errores, como el de los diversos nombres dados a la mujer de Sancho, que no pueden
suprimirse tan fácilmente.

70
La otra obra de Cervantes en la que la intención expuesta sólo coincide en parte con lo que
realmente publicó—las Novelas ejemplares—tiene un interés sólo inferior al de Don Quijote para los
lectores y especialistas de hoy. De las novelas, las más interesantes son precisamente aquellas cuya
ejemplaridad es más problemática, como “Rinconete y Cortadillo” y el “Coloquio de los perros”.

71
Véase Anton Ehrenzweig, The Hidden Order of Art. A Study in the Psychology of Artistic
Imagination (Berkeley: University of California Press, 1967), para una formulación contemporánea de
esta visión de la creatividad.

72
Propondría que este bello símil de Carroll Johnson se aplicara al ser viviente más complejo: “El
Quijote es un maravilloso organismo vivo. Hacer un corte en cualquier parte, tomar una muestra de tejido
y examinarlo, es asombrarse por la complejidad de su estructura, el intrincamiento de capilares y de
ganglios entrelazados, funcionando en una desconcertante compleja armonía, enviando mensajes,
proporcionado alimento, actuando y reaccionando, palpitando con vida”. (“Organic Unity in Unlikely
Places: Don Quijote I, 39-41", Cervantes, 2 [1982], 133-154, en la pág. 133.)

73
Véase John J. Allen, “Autobiografía y ficción: el relato del Capitán cautivo (Don Quijote, I, 39-41)”,
Anales cervantinos, 15 (1976), 149-155, y “Más sobre autobiografía y ficción en el Quijote”, Anales
cervantinos, 16 (1977), 253-254 (anticipado en la introducción de su edición, I, 10-16).

74
Ejemplos obvios de una ambición y un problema: su deseo de escribir el mejor libro de
entretenimiento escrito en español (III, 34, 9-18); Avellaneda. La exagerada reacción de Cervantes contra
Avellaneda, su juicio equivocado acerca del valor de Persiles y aún más su exageración de su habilidad
como escritor de obras teatrales, son elementos clave que aumentan el sentido de humanidad y atractivo
que vemos en él. (Que Cervantes tenía una idea exagerada del valor de sus comedias ha sido una de las
pocas constantes en los estudios que se han hecho sobre él. Por importantes que puedan ser en teoría,
como obras de teatro sus comedias no son muy buenas, prueba de lo cual es las pocas veces que se
representan, y varias de ellas nunca se han representado. Pueden encontrarse pruebas del parecer de
Cervantes acerca de sus comedias en el discurso del canónigo, en el prólogo de las Ocho comedias, y en
el documento citado en el capítulo 2, nota 23.)

75
Véase III, 31, 9-22, en que se describen las recompensas que finalmente tuvo como resultado de su
virtud y en términos (“por sola su bondad”) que sugieren que fueron mandadas por Dios.

76
Es adecuado, sin embargo, recordar la utilización por parte de Cervantes de las famosas palabras de
San Agustín en sus Confesiones: “Están nuestras almas siempre en continuo movimiento, y no pueden
parar ni sosegar sino en su centro, que es Dios, para quien fueron criadas” (Persiles, II, 5, 10-13; también
La Galatea, II, 64, 4-8).

186
Apéndice. La influencia de Don Quijote en el
romanticismo

Este gran cavallero de la cruz bermeja


háselo dado Dios a España por patrón y
amparo suyo...y, assí, le invocan y llaman
[los españoles] como a defensor suyo en
todas las batallas que acometen, y muchas
vezes le han visto visiblemente en ellas,
derribando, atropellando, destruyendo y
matando.
IV, 230, 9-17

Esta orden es una institución de


caballerosidad, humanidad, justicia y
patriotismo; incorpora en su genio y en sus
principios todo lo caballeroso en la
conducta, lo noble en el sentimiento, lo
generoso en la virilidad y lo patriótico en la
intención.
La Constitución del Ku Klux Klan1

Mientras que la historia de la interpretación de Don Quijote ha sido tema de muchos


estudios, la única influencia del libro que se ha estudiado recientemente es el papel
clave que ha desempeñado en el desarrollo de la novela. El hecho de que no se haya
dicho casi nada sobre su influencia en la literatura en general, en las ideas, en la cultura,
en las costumbres e indirectamente incluso en la política, hace sospechar que hay mucho
por decir.2 El romanticismo es un enfoque adecuado para nuestro examen de la
influencia de Don Quijote, debido al gran impacto que ha causado, que aún persiste de
muchas formas, y a la reciente controversia sobre Ala interpretación romántica de Don
Quijote”.3

Esta investigación, sin embargo, carecería de sentido si se tratara de las


interpretaciones erróneas de los románticos. En este caso su utilización de Cervantes
sería secundario al movimiento. No parece, sin embargo, que sea así. Les debemos
mucho: el origen de los estudios cervantinos modernos,4 que, junto con el nacimiento
del hispanismo en general, si no es inseparable del nacimiento del romanticismo, está
estrechamente vinculado a él. Los románticos fueron los primeros en señalar la
complejidad de la obra, sus distintos niveles y su autoanálisis;5 fueron ellos los que
señalaron que las novelas intercaladas constituyen una parte integrante del libro (Close,
Romantic Approach, pág. 31). También fueronAlos primeros en describir la sutileza
lingüística” de las obras de Cervantes (Bergel, pág. 324), los primeros en ver que el uso
de personajes pertenecientes a la clase baja era una característica positiva.6 Finalmente,
también fueron los primeros en entender el complejo punto de vista de Cervantes sobre
la caballería: que, al mismo tiempo que atacaba la falsa literatura caballeresca, defendía

187
lo que entendía como caballería verdadera, y sentía una considerable simpatía por
algunos de los libros que atacaba, con la única condición de que se presentaran e
interpretaran como literatura (“poesía”), en lugar de como historia.7

El estereotipo de la interpretación romántica de Don Quijote, que los románticos no


prestaron atención al humor de la obra, no lo respaldan los escritos de los primeros
románticos: “se fija la atención de los románticos [en] el carácter profundamente
cómico de la novela”.8 Las primeras historias verdaderas de la literatura española, las de
Bouterwek y Simonde de Sismondi, son también las principales transmisoras de las
ideas románticas alemanas acerca de Don Quijote al resto de Europa.9 Bouterwek, cuya
historia de la literatura española tuvo una gran influencia10 y se convirtió rápidamente en
un clásico,11 dijo que Don Quijote era “el prototipo indudable de la novela cómica. Las
situaciones humorísticas son, es verdad, casi todas burlescas, lo que no era necesario,
pero la sátira es tan delicada, que se escapa más que se impone a la atención inexperta”
(pág. 239). Calificó la obra de romance cómico (pág. 237), llena de “una serie de
situaciones cómicas del tipo más burlesco” (pág. 236). Como prueba de que Cervantes
no quería que Don Quijote “sólo provocara risa”, cita los elementos interpolados de la
Primera Parte.12

En su Historical View of the Literature of the South of Europe, publicado por primera
vez en 1813, Simonde de Sismondi escribió que “ninguna obra en ningún otro idioma
ha mostrado jamás una sátira tan exquisita o tan viva, o una inventiva tan acertada y
resuelta con tanto éxito” (pág. 218). Después de alegar razones en contra de que la obra
se considere melancólica, indicó que “a satire, written without bitterness, may still be a
gay and lively production.... If it be true that ‘to ridicule oneself is the highest effort of
good taste’, we find much in Cervantes to display the ridicule which might attach even
to his most generous attempts. Every enthusiastic mind, like his, readily joins in
pleasantry which does not spare the individual himself, nor that which he most loves
and respects, if at the same time it does not degrade him” (págs. 220-221). [Trad.: “una
sátira, escrita sin amargura, puede ser un producto alegre y vivo.... Si es verdad que
‘reírse de sí mismo es el máximo esfuerzo del buen gusto’, encontramos en Cervantes
muchas muestras del ridículo que puede atribuirse incluso a sus intentos más generosos.
Todas las mentes entusiastas, como la suya, en seguida se unen a las bromas que no
perdonan ni al propio individuo, ni a lo que más quiere y respeta, si al mismo tiempo no
lo rebaja”.13

Los románticos, lejos de forjar una única interpretación de la obra, discreparon


notablemente.14 Parece que estaban de acuerdo en que no debía considerarse a Don
Quijotesólo como un libro de caballerías burlesco, que, aunque empezó como tal, rebasa
su propósito original. Al escribir el presente libro, he llegado a la conclusión de que
tenían razón, y entonces el examen de la influencia de Don Quijote en los románticos es
una cuestión válida.

Parece, ya desde el principio, que su influencia debió de ser considerable. Don


Quijote fue la novela por excelencia en la Inglaterra del siglo XVIII,15 donde la novela
era el género literario por excelencia. “Casi todos los aspectos y fases de la vida
alemana reflejada en la literatura entre 1750 y 1800 están relacionados directa o
indirectamente con Don Quijote” (Bergel, pág. 309). España fue el país preferido de los
primeros románticos ingleses16 y alemanes,17 y Don Quijote su libro preferido.18 Casi

188
todos los temas contradictorios que se han encontrado en el movimiento romántico 19 son
los que los románticos dijeron que habían encontrado en Cervantes.20

No es fácil, sin embargo, especificar la influencia de un libro que fue comprendido


de forma contradictoria,21 algunas veces por la misma persona,22 en un movimiento para
el que no hay definición.23 Sin entrar en la controversia sobre la definición del
movimiento romántico,24 me limitaré a mostrar que los alemanes e ingleses que dieron
forma al romanticismo sentían una admiración muy grande por Don Quijote.25 Centro
mi atención en Alemania e Inglaterra porque son los países en que Don Quijote era más
popular en esta época,26 y en una coincidencia como mínimo curiosa, los países donde
empezó el romanticismo y con los que más se asocia.27 Acabaré con un examen del
influjo de Don Quijote en el renacimiento de la literatura medieval y la caballería.

Los dos hombres a quienes se atribuye, más que a ningún otro, el inicio del
romanticismo son los hermanos Friedrich y August Wilhelm Schlegel. El más joven,
Friedrich, es el padre espiritual y filosófico del movimiento; a él se atribuye “el
descubrimiento de toda la teoría romántica y el empleo, por primera vez, del término
‘romanticismo’ para designar una etapa determinada de la historia literaria”.28 Encontró
en Cervantes “el verdadero artista romántico”, “inspirado y consciente”.29 “El Quijote es
[para él] modelo de novela”,30 y la novela, “patrimonio de los españoles”,31 es el género
literario romántico por excelencia.32 Fue también quien, por primera vez, defendió que
“de este autor inmortal hay que haber leído, y por lo tanto traducido, o todo o nada”.33

August Wilhelm Schlegel fue menos original, pero fue un divulgador muy
importante de las ideas de su hermano dentro y fuera de Alemania. Su famosa distinción
entre lo clásico y lo romántico es indicativa de su importancia; “no es el inventor de
dicha diferencia, pero supo formularla de tal modo que se ganó la aprobación y difusión
general, dentro y fuera de Alemania” (Wellek, Historia, II, 70). Proclamó que Don
Quijoteera “la obra perfecta del arte romántico culto”.34

Fue Ludwig Tieck, sin embargo, quien “es considerado generalmente la cabeza
visible de la escuela romántica alemana” (Wellek, Historia, II, 110); aunque su prestigio
ha disminuido, fue en su época un hombre de gran influencia y categoría.35 Tieck
también fue el primer alemán que se interesó especialmente por la literatura española en
general (véase Wellek, Historia, II, 114), de la que acumuló una notable biblioteca.36

“La amistad de Tieck con Cervantes fue [desde joven] sellada de por vida”; Don
Quijote “fue durante mucho tiempo su compañero diario”.37 Don Quijote, escribió, es
“sin duda el único libro en el que se ha elevado a verdadera obra de arte el humor, el
placer, la burla, la seriedad y la parodia, la poesía y el ingenio, las más grandes
aventuras imaginarias y las realidades más duras de la vida”.38 Tieck tradujo Don
Quijote al alemán (1799-1801); su hija, por sugerencia suya, tradujo el Persiles (1837),
para cuya traducción escribió una introducción.39

El estudio de la influencia de Cervantes en el romanticismo inglés es más difícil.


Desgraciadamente no hay ningún estudio de la influencia de Cervantes ni de ningún
otro escritor español en la literatura inglesa durante este período que sea similar a
German Literature as Known in England 1750-1830 de Violet Stockley (London:
George Routledge, 1929), o a los diversos estudios sobre la influencia hispana en los
Estados Unidos40 y en Alemania. El análisis más completo, Spanish Influence on

189
English Literature de Martin Hume (1905; reimpreso en New York: Haskell House,
1964), apenas va más allá del siglo XVII; parece que al autor no se le ha ocurrido la
posibilidad de una influencia española en los románticos ingleses. Edwin B. Knowles,
Jr., al mismo tiempo que estudia Don Quijote en Inglaterra durante el período 1605-
1660,41 señala justamente que “es el único período en que se ha estudiado a fondo la
influencia de Cervantes”.42 Sin embargo, podemos mencionar, para empezar, el caso de
Wordsworth, el autor de “el manifiesto del romanticismo inglés, que señala la ruptura
con el neoclasicismo” (Wellek, Historia, II, 151). Él mismo asignó a Don Quijote un
lugar preeminente en su autobiográfico Preludio.43

Para reforzar la teoría de la influencia, dejando de lado aspectos potencialmente tan


atractivos como la influencia de Cervantes en la idea romántica del héroe o en su visión
de la naturaleza o del amor,44 limitaré mis comentarios a dos áreas especialmente
confusas, en las cuales algunos aspectos del nacimiento del romanticismo parecen
inexplicables sin la influencia, directa o indirecta, de Don Quijote y de los libros de
caballerías, a los que el texto de Cervantes servía de introducción. La primera es el
resurgimiento del interés por la literatura medieval (romances): se aplicó el término
romántico a este movimiento porque significaba “en el espíritu de los romances”, 45 y el
reconocido experto en romances, autor de lo que el joven Schlegel llamó “el más
romántico de los romances”,46 era Cervantes.

Johann Jakob Bodmer ofreció en 1741 “el primer análisis crítico alemán de Don
Quijote”.47 También fue “el descubridor de la literatura medieval alemana” (Wellek,
Historia, I, 173): publicó Percevalde Wolfram en 1754 y una edición parcial de Los
Nibelungos en 1757.48 Los entusiastas de Cervantes, los hermanos Schlegel y Tieck,
continuaron este resurgimiento (Wellek, Historia, II, 35, 50 y 115). Friedrich Schlegel
deseaba el retorno a la edad de oro de la caballería, del amor y de la literatura fantástica
(“[das] Zeitalter der Ritter, der Liebe und der Marchen”), donde supuestamente nació el
romanticismo (Tymms, págs. 8-9 y 126). Si se deja de lado el distinto contexto religioso
y la preferencia por la literatura fantástica en lugar de la histórica, vemos que es el
mismo sueño imposible que el de Don Quijote. Gingiol

En Inglaterra, Thomas Percy inició el resurgimiento de la literatura medieval y dio


forma a la poesía inglesa contemporánea con su Reliques of Ancient English Poetry
(1765), que fue muy influyente y de la que, en 1794, habían salido a la luz cuatro
ediciones.49 Aunque se sabe que estaba en preparación en 1761,50 el estudio de Percy
sobre la literatura española fue anterior, y fue más importante que sus proyectos sobre la
literatura escandinava, oriental y hebrea, que son más conocidos.51 En la primera carta
existente (1755) menciona su empleo de “ediciones” de Don Quijote,52 del que
frecuentemente dice que es su libro favorito.53 Coleccionaba los libros (“romances”) de
la biblioteca de Don Quijote, con la idea de publicar anotaciones al libro, así como
también una traducción revisada;54 la colección de Percy fue usada no sólo por Samuel
Johnson,55 sino también por el primer editor erudito de Don Quijote y heredero del
proyecto de Percy, John Bowle.56

Southey, amigo íntimo de Coleridge, que en este período fue nombrado poeta
laureado de Inglaterra, gracias a la influencia de Scott, creía que sólo porque “estas
historias caballerescas españolas se tradujeron tan mal que tuvieron poca influencia en
nuestra literatura”.57 Para remediar esta deficiencia, publicó traducciones inglesas de
Amadís(1803) y Palmerín de Inglaterra (1807);58 su traducción de Palmerín tuvo una

190
influencia considerable en la poesía de John Keats, quien también conocía Amadís.59
Estas obras fueron seguidas de la traducción de Southey Chronicle of the Cid(1808),60 y
de su propia obra sobre Rodrigo (1814).61 Fue inmediatamente después cuando se
publicó la primera edición de Malory después de casi dos siglos, iniciando los estudios
artúricos en Inglaterra, y resurgiendo la literatura artúrica que todavía perdura.62

Otra tendencia que parecería inexplicable sin la influencia de Cervantes es el gran


culto a la caballería en la Inglaterra y en la Alemania del siglo XIX y en menor medida
en el sur de los Estados Unidos, hoy casi olvidada por sus consecuencias tan molestas y
desastrosas.63 Como muestra Girouard, el resurgimiento de la caballería en Inglaterra se
atribuye a Sir Walter Scott.64 Fue el autor vivo más famoso del mundo de principios del
siglo XIX;65 al que, incidentalmente, los autores españoles han imitado más que a
ningún otro;66 también fue el autor favorito del rey Jorge IV (Girouard, pág. 34). En una
época se representaron simultáneamente en London cinco adaptaciones teatrales de
Ivanhoe (Girouard, pág. 90).67

Scott sentía “una admiración sin límites por Cervantes”;68 “como autor se comparó a
Cervantes”.69 Fueron las Novelas las que le infundieron por primera vez la ambición de
sobresalir en el género novelístico.70 Scott “conocía bien Don Quijote. Lo leyó en el
original y al parecer lo usó como un Baedeker en su largo viaje por la tierra de los
romances.... Hubo una época en que pensó seriamente en hacer una traducción
inglesa”.71 En las obras de Scott se han encontrado más de cien alusiones a Don
Quijote.72

Clara Snell Wolfe ha observado que “una fase muy amplia de la obra de Scott—su
selección de elementos de la caballería medieval para sus novelas—debe mucho a sus
lecturas de obras españolas.... Es evidente que la típica obra caballeresca de Scott halla
su equivalente en Don Quijote y en Amadís, su modelo” (pág. 310). Su lectura de
Amadís, en la traducción de Southey, fue el inicio de sus novelas de Waverly y, en
general, de su cambio de verso (“The Lay of the Last Minstrel”) a prosa.73 En su reseña
de este libro,74 observa que “la fama de Amadís de Gaula ha llegado hasta hoy, y es muy
conocido en la mayoría de las lenguas europeas. Pero ha conseguido esta distinción de
una forma un poco mortificante: pues parece que el héroe debe su fama mucho menos a
sus historiadores, Lobeira, Montalvo y Herberay,75 que a Cervantes”.

Como mínimo, la influencia de Cervantes merece un examen posterior más


profundo.76

191
Notas al Apéndice

1
Reproducido en Stanley Frost, The Challenge of the Klan (1924; reimpreso en New York: AMS,
1969), pág. 68. El Ku Klux Klan es una organización semisecreta de la extrema derecha, especialmente
activa en el sur de los Estados Unidos. Aunque ya ha perdido mucho de su fuerza, se dedicaba a oponer
resistencia por medio de la violencia y amenazas a todo lo que sus miembros consideran que hacen los
negros y también los judíos para perjudicar los cristianos blancos. En esta misma línea, así empieza un
artículo periodístico sobre los que tiraron bombas en clínicas donde se practicaba el aborto: “Se llamaban
a sí mismos caballeros, su emblema era una máscara que habían estampado en sus camisetas con el lema
‘Defensores del Código’, y su misión era defender los ideales de la caballería” (New York Times, 18 de
enero de 1985, pág. 12).

2
Un aspecto que ha sido estudiado con cierto detenimiento es el influjo de Cervantes sobre Freud.
Según Stanko B. Vranich, Sigmund Freud también leyó las Novelas ejemplares en español cuando era
adolescente, identificándose con el perro Cipión, que escucha terapéuticamente la historia de Berganza
acerca de sus sufrimientos en una sociedad enferma. Véase “Sigmund Freud y ‘El historial clínico de
Berganza’: Los comienzos psicoanalíticos de Freud” en Ensayos sevillanos del Siglo de Oro (Valencia:
Albatros Hispanófila, 1981), págs. 105-114, y también León Grinberg y Juan Francisco Rodríguez, “La
influencia de Cervantes sobre el futuro creador del psicoanálisis”, Anales cervantinos, 25-26 (1987-
1988), 157-174 y “Cervantes as Cultural Ancestor of Freud”, en Quixotic Desire. Psychoanalytic
Perspectives on Cervantes,ed. Ruth Anthony El Saffar y Diana de Armas Wilson (Ithaca: Cornell
University Press, 1993), págs. 23-33, Edward C. Riley, “Cervantes y Freud”, Ínsula,538 [1991], 34-35,
Riley, “Cervantes, Freud and Psychoanalytic Narrative Theory”, Modern Language Review, 88 (1993), 1-
14 y Riley, “‘Cipión’ Writes to ‘Berganza’ in the Freudian Academia Española”, Cervantes,14 (1994), 3-
18.

3
El libro de Anthony Close que lleva este título ha provocado más comentarios que cualquier otro
estudio actual sobre Cervantes. Mientras que la parte central del libro, la historia del enfoque romántico,
ha sido sólo objeto de algún examen ocasional (v.g., Lowry Nelson, Jr., “Chaos and Parody: Reflections
on Anthony Close's The Romantic Approach to ‘Don Quixote’”, Cervantes,2 [1982], 89-95), varios
críticos han analizado los comentarios interpretativos que preceden y forman el contexto de su historia.
Lamentablemente, esta crítica se ha dividido por naciones. En España el libro ni siquiera ha sido reseñado
y sólo se incluyó en la extensa sección bibliográfica de Anales cervantinos(24 [1986 (1988)], 265-267)
después de comentarse su ausencia en la edición norteamericana del libro presente. En Inglaterra las
reseñas han sido unánimamente favorables, sin ninguna objeción importante: E. C. Riley, Times Literary
Supplement, 9 de junio de 1978, pág. 639; R. W. Truman, Bulletin of Hispanic Studies, 57 (1980), 349-
350; Frank Pierce, Modern Language Review, 74 (1979), 477-478. Quizás tras esta división esté el hecho
de que Close escriba relativamente poco sobre los errores de los románticos ingleses, y mucho sobre lo
que él considera interpretaciones equivocadas de los españoles.

En los Estados Unidos la reacción al libro de Close se ha situado entre estos dos polos: ha recibido
alabanzas combinadas con reservas significativas. Además del artículo de Nelson que acabo de citar, las
reacciones más importantes son las reseñas de John J. Allen, Journal of Hispanic Philology, 3 (1978
[1979]), 92-94, Ruth El Saffar, Modern Language Notes, 94 (1979), 399-405, Richard L. Predmore,
Modern Philology, 77 (1979), 257-260, T. R. H[art], Comparative Literature 31 (1979), 305-306,
Alexander Welsh, Novel, 13 (1980), 326-330, Henry W. Sullivan, Canadian Journal of Comparative
Literature, 7 (1980), 114-118 y los artículos de Pierre L. Ullman, “Romanticism and Irony in Don
Quixote: A Continuing Controversy”, Papers on Language and Literature, 17 (1981), 320-333 e Inés
Azar, “Meaning, Intention and the Written Text: Anthony Close's Approach to Don Quixote and its
Critics”, Modern Language Notes, 96 (1981), 440-444, y trata principalmente del enfoque de Close a la
intención del autor.

4
“Toutes les grands questions que se pose la pensée actuelle à l'endroit de Cervantes ont été levées par
la critique romantique” (J.-J. A. Bertrand, Cervantes et le romantisme allemand [Paris: Librairie Félix

192
Alcan, 1914], pág. ii.) Con la evidente excepción del problema ontológico examinado por Américo Castro
en su Pensamiento de Cervantes, está afirmación todavía es válida en gran parte.

5
“‘El principal personaje de la segunda parte deDon Quijote es la primera parte. Consiste, en su
totalidad, en la reflexión de la obra sobre sí misma.’ Don Quijotetiene lo que toda novela desea, dos
centros y dos niveles de significado. En primer lugar tenemos el nivel de acción: la primera parte de Don
Quijoteconsiste en las violentas aventuras que acontecen a Don Quijote y, con consecuencias más graves,
a los personajes que están relacionados con las novelas intercaladas. Después sigue el nivel de reflexión,
la segunda parte de la novela, que consiste en gran parte en charadas que reflexionan sobre las aventuras
de la primera parte y las explotan. En esta segunda parte, se revela el significado, la profundidad y, como
lo llama Schlegel, la personalidad de las acciones.” (Marshall Brown, The Shape of German Romanticism
[Ithaca: Cornell Univ. Press, 1979], págs. 203-204.) La cita es de Literary Notebooks de Friedrich
Schlegel; su descripción de Don Quijote “podría aplicarse sin modificaciones a varias de las novelas
románticas más importantes” (pág. 203).

6
Gerhart Hoffmeister, España y Alemania. Historia y documentación de sus relaciones literarias, trad.
de Isidro Gómez Romero (Madrid: Gredos, 1980), págs. 171-172.

7
Se ha hablado mucho acerca de los románticos y Don Quijote, pero se ha leído menos lo que
realmente escribieron sobre el libro. La única recopilación general de sus escritos, aparte de los
fragmentos en Rius, III, capítulo 9, es el obsoleto Cervantes und seine Werke nach deutschen Urtheilen.
Mit einem Anhange: Die Cervantes-Bibliographie, ed. Edmund Dorer (Leipzig, 1881); una antología de
los escritos sobre Cervantes puesta al día, como el volumen The Romantics on Milton (ed. Joseph
Anthony Wittreich, Cleveland: Press of Case Western Reserve, 1970) sería muy útil.

Como ilustración, voy a reproducir, en traducción de Rius (III, 223), un comentario de August
Wilhelm Schlegel sobre la Segunda Parte. “Se ha dicho que la Parte Segunda del Quijoteera muy inferior
a la Primera. La injusticia de este aserto aparece en el mismo instante en que uno se hace cargo de la
relación de esta parte con el todo y de lo que en ella debe esperarse dada la naturaleza de la materia. Don
Quijote ya no podía ni debía chocar tan violentamente como al principio con el mundo externo, y, para
evitarlo, el poeta supo aprovechar la circunstancia de que la Primera Parte de la historia había salido
mucho tiempo antes; las locuras del caballero se presuponen ya conocidas, y por consiguiente son más
moderadas. Cuanto más había durado la chanza de sí mismo, tanto más, naturalmente, se burlan los otros
de él; a medida que la historia se va desarrollando, Don Quijote es más pasivo y en consecuencia
representa Sancho papel más principal, llenando así el vacío que de otro modo se hubiera hecho evidente.
Hacia el fin se observa en Don Quijote un estado como el del abatimiento que sigue a una calentura; la
recién ideada apacible manía de establecer una arcádica vida pastoral, que ya en la Primera Parte previó el
Ama (tanto sabe preparar el profético Cervantes), es casi su último canto; y su muerte, que, para quedar la
obra satisfactoriamente redondeada, debía ser tranquila, está perfectamente traída. Y aun cuando
comparemos sus graciosas aventuras ¿qué ventaja tiene la de los molinos de viento sobre la de los
batanes, y la batalla de los rebaños de ovejas sobre la destrucción de los títeres? Ninguna más que el
haber acontecido antes. ¿Y qué puede igualarse en fantasía y en arte el sueño de la cueva de Montesinos?
Con el pie forzado de tener que repetir muchas veces acciones y palabras de los dos personajes
principales, ha sabido Cervantes ayudarse, cual diestro músico, por medio de infinitas variaciones;
Sancho Panza en la Segunda Parte se adelanta a sí mismo y es aun mucho más gracioso que en la
Primera.” (De una reseña de la traducción de Tieck [1799], publicado en Jenaischen allgemeinen
Literatur-Zeitung, 230 y 231 [1801] y reimpreso a menudo, primero en su Charakteristiken und Kritiken
[Königsberg, 1801], II, 309-333; también en su Sämmtliche Werke, 11 [Leipzig, 1847], 408-426; he usado
la edición que está en su Kritische Schriften, ed. Emil Staiger [Zurich y Stuttgart: Artemis, 1962], págs.
294-307, en la pág. 298.)

Seguramente no estamos de acuerdo con todo lo afirmado. Sin embargo, si consideramos que se
publicó en 1801, creo que merece nuestro respeto.

8
J. J. A. Bertrand, “Renacimiento del cervantismo romántico alemán”, Anales cervantinos, 9 (1961-
1962), 143-167, en la pág. 155.

9
Close, Romantic Approach, págs. 41 y 104; Franco Meregalli, “La crítica cervantina dell'ottocento in
Francia e in Spagna”, Anales cervantinos, 15 (1976), 121-148, en las págs. 124 y 135.

193
10
Bertrand, Cervantes et le romantisme allemand, pág. 629.

11
Bertrand, “Figures d'hispanologues”, Bulletin hispanique, 24 (1922), 343-360, en la pág. 358.

12
“La conexión esencial de estos episodios con el todo a veces se ha escapado a la observación de los
críticos, que han considerado secundarias las partes donde Cervantes ha manifestado más decididamente
el espíritu poético de su obra.... La encantadora historia de la pastora Marcela, la historia de Dorotea, y la
historia del rico Camacho y del pobre Basilio, están indudablemente conectadas con el interés del todo.
Estas partes románticas serias...no son, es verdad, esenciales a la narración, pero pertenecen a la
característica dignidad de todo el conjunto” (p. 238). (Las citas de Friedrich Bouterwek han sido extraídas
de su History of Spanish Literature, trad. de Thomasina Ross [London, 1847]; el original alemán fue
publicado por primera vez en 1804. De la anotada traducción al español [Madrid, 1829], no se llegó a
publicar sino el primer tomo, que llega hasta finales del siglo XV.)

13
Las citas de Historical View of the Literature of the South of Europe de J. C. L. Simonde de
Sismondi están tomadas de la traducción ya citada en la Introducción, de Thomas Roscoe, 40 edición, II
(London: George Bell, 1885). Acerca de Sismondi, véase J.-J. A. Bertrand, “Génesis de la concepción
romántica de Don Quijote en Francia [Primera parte]”, Anales cervantinos, 3 (1953), 1-41, págs. 3-8.

14
“En fait, il n'y eut pas une interprétation ni une imitation romantiques; chaque écrivain a compris
Cervantes selon son tempérament” (Bertrand, Cervantes et le romantisme allemand, pág. 631).

15
Don Quijote fue “la influencia literaria más importante en la novela del siglo XVIII”, “la novela
arquetipo para Fielding, Smollett, Sterne y muchos escritores menos importantes” (Frederick R. Karl, A
Reader's Guide to the Eighteenth Century English Novel [New York: Noonday, 1974], págs. 54 y 67);
“ninguna otra literatura nacional asimiló la idea de Don Quijote más profundamente que la inglesa”
(Staves, pág. 193). “No hay biblioteca o estantería para libros sin una edición u otra de Don Quijote”
escribió Thomas Percy (en su carta a Locker Davis de principios de marzo, 1761, publicada en Ancient
Songs de Percy, pág. xi); el librero Davis dijo que Don Quijote era “el favorito del público” (carta a
Thomas Percy, 20 marzo 1761; Boston Public Library, MS Eng 154(1)). “El hecho de que todos lo leen
con placer demuestra que vale la pena leerlo”, escribió John Bowle (A Letter to Dr. Percy, pág. 47).

16
“Todos los ingleses, sin faltar uno, están profundamente interesados en la historia de España
presente y pasada” (de una reseña anónima de Chronicle of the Cid de Southey, Gentleman's Magazine,
79 [1809], 237-245, en la pág. 245). “‘Oh, dulce y romántica España’, exclamó [Thomas] Campbell en
1808; y después de 1808 muchos otros escritores siguieron a Southey en este nuevo y pintoresco campo”
(Frederick E. Pierce, Currents and Eddies in the English Romantic Generation [New Haven: Yale
University Press, 1918], pág. 93).

17
España era “el país que los románticos alemanes buscaban con toda su alma” (Hoffmeister, pág.
169); Apara los románticos de Alemania, España llega a ser otra patria de adopción. Español y romántico
eran con frecuencia términos sinónimos”(Arturo Farinelli, Ensayos y discursos de crítica literaria
hispano-europea [Roma, 1925], I, 88, citado por Herbert O. Lyte, Spanish Literature and Spain in Some
of the Leading German Magazines of the Second Half of the Eighteenth Century, University of Wisconsin
Studies in Language and Literature, 32 [Madison: Universidad de Wisconsin, 1932], pág. 8). Para
Friedrich Schlegel, de quien se hablará más adelante, España era “el país poético por antonomasia”
(Dietrich Briesemeister, “Entre irracionalismo y ciencia: los estudios hispánicos en Alemania durante el
siglo XIX”, Arbor, 119 [1984], 249-266, en la pág. 256).

Hasta cierto punto eso se debía a que España era considerado un país “gótico”. (Por ejemplo, véase
España como el país de origen de la arquitectura “gótica” en una larga nota al pie de página de una
epístola de Pope, en The Works of Alexander Pope, with Notes and Illustrations by Joseph Warton, D. D.
and Others[London, 1822], III, 271-272; para la imagen de país gótico que la España cristiana tenía de sí
misma véase Carlos Clavería, “Reflejos del ‘goticismo’ español en la fraseología del Siglo de Oro”, en
Studia Philologica. Homenaje ofrecido a Dámaso Alonso por sus amigos y discípulos con ocasión de su
601 aniversario [Madrid: Gredos, 1960-1963], I, 357-372.) Tenía, por tanto, ciertos vínculos étnicos o
raciales con Alemania, y además era el país donde la cultura medieval (“gótica”), que se consideraba que
había celebrado el honor y los combates, había subsistido durante más tiempo y en cierto grado todavía

194
permanecía. El que España sea un país gótico o germánico (es decir, que las características que hacen a
España española existían antes de la invasión islámica del siglo VIII y fueron traídas por un pequeño
número de conquistadores germánicos) se considera en la actualidad una afirmación más que discutible.

También vale la pena observar que según una visión muy extendida, aunque polémica, de los siglos
XVII y XVIII, se creía que España era el país que había introducido los romances en Europa. Por una
parte, se creía que los romances que España había introducido eran “góticos”. Por otra, debido a que los
romances en las Guerras civiles de Granada de Pérez de Hita fueron en el siglo XVIII la principal fuente
de información de la España árabe, a la fama de los árabes como narradores y a veces a una confusión
entre “árabe” y “gótico”, se creía que los romances que supuestamente España había introducido en
Europa estaban basados en modelos árabes. La encarnación moderna de esta corriente es la teoría que la
poesía trovadoresca y el “amor cortés”, de origen islámico, llegaron a Europa a través de España. Véase
“Theories of the Origin of Romance: Huet to Caylus” y “Warton to Scott” en Arthur Johnston, Enchanted
Ground. The Study of Medieval Romance in the Eighteenth Century (London: The Athlone Press, 1964),
págs 13-21 y 51-59; Raymond Immerwahr, “‘Romantic’ and its Cognates in England, Germany and
France before 1790”, en “Romantic” and its Cognates. The European History of a Word, ed. Hans
Eichner (Toronto: University of Toronto Press, 1972), págs. 17-97, en las págs. 52 y 63; el capítulo
“Gothic Romance” en Samuel Kliger, The Goths in England. A Study in Seventeenth and Eighteenth
Century Thought (Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1952), especialmente págs. 231-
235; Montague Summers, The Gothic Quest. A History of the Gothic Novel(London: The Fortune Press,
[1939?], págs 37-38; Lovejoy, “The First Gothic Revival and the Return to Nature”, Modern Language
Notes 27 (1932), 419-446 (reimpreso en su Essays, págs. 136-165); “Gothic, Gothicism, and Gothicists”,
capítulo 7 de Reader's Guide de Karl, especialmente la pág. 242. Acerca de la conexión entre árabes y
godos, véase además Paul Frankl,The Gothic. Literary Sources and Interpretations through Eight
Centuries(Princeton: Princeton University Press, 1960), págs 365, 376, 389, y 456; acerca de la teoría
moderna que he mencionado, María Rosa Menocal, “Pride and Prejudice in Medieval Studies: European
and Oriental”, Hispanic Review, 53 (1985), 61-78.

Hasta cierto punto esta confusión acerca del romance es debido a lo que William Warburton llamó “el
equívoco de un término corriente”: la imprecisión lingüística de esta palabra, que como categoría literaria
se refería a distintos tipos de obras: obras breves en verso (en español), obras largas en verso (en italiano),
obras en prosa (en francés y en inglés). (El comentario de Warburton se encuentra en su poco conocida
“Dissertation on the Origin of Books of Chivalry” [también “A Supplement to the Translator's Preface”],
que es el punto de partida de los estudios modernos de los libros de caballerías españoles. Se publicó por
primera vez [según el National Union Catalog, Pre-1956 Imprints, Vol. 101, pág. 528] en la “segunda
tirada” de una edición de 1742 de la traducción que hizo Jarvis de Don Quijote; en ediciones posteriores
de la misma traducción [como la de Dublin, 1747, I, (xxii-xxxiv)] es atribuida a “un docto escritor, muy
conocido en el mundo literario” [no las he visto]. La he leído en The Works of Shakespear..., ed. Mr. Pope
y Mr, Warburton [1747; reimpreso en New York: AMS, 1968], II, 8 páginas sin numerar entre las págs,
288 y 289; también se encuentra, junto con una larga respuesta de Thomas Tyrwhitt, en The Plays and
Poems of William Shakspeare..., ed. Edmond Malone [1790, reimpreso en New York: AMS, 1968], II,
438-448.)

Warburton fue uno de los que identificó los romances como un género árabe de literatura, introducido
en Europa a través de España. Le apoyó Thomas Warton, “Dissertation on the Origin of Romantic Fiction
in Europe”, en su History of English Poetry from the Twelfth to the Close of the Sixteenth Century,
publicado por primera vez en 1774 (ed. W. Carew Hazlitt [London: Reeves and Turner, 1871], I, 92-93 y
137); además de Tyrwhitt, que le ataca directamente, Thomas Percy también le respondió de forma más
indirecta, “On the Ancient Metrical Romances”, en su Reliques of Ancient English Poetry (el texto varía
en las distintas ediciones; en la de Henry B. Wheatley [London: Swan Sonnenschein, 1910], III, 339-376,
véanse págs. 342-346). Véase también A. W. Evans, Warburton and the Warburtonians. A Study in some
Eighteenth-Century Controversies (London: Humphrey Milford, para Oxford University Press, 1932),
págs. 120-121.

18
“Una descripción muy comprensiva de los lectores” sería la de “admiradores de Cervantes” (de una
reseña anónima de la traducción de Southey de Palmerín de Inglaterra, Critical Review, 30 serie, 12
[1807], 431-437, en la pág. 436).

195
19
Tales como la idealización de la naturaleza, la tensión entre el individuo y la sociedad, y el interés
por la Edad Media. Véase, además, con sus reservas (pues dice que este movimiento no puede definirse)
la lista dada por Ernest Bernbaum,A Guide through the Romantic Movement, 20 edición (New York:
Ronald, 1949), págs. 301-303. Ralph Tymms, en German Romantic Literature (London: Methuen, 1955),
pág. 8 señala que “la existencia de...contradicciones en la literatura romántica sin duda atraía a sus
seguidores, pues les animaba a aspirar a la totalidad ideal, la síntesis más elevada en la que coincidirían
todos los opuestos—una modificación de la creencia mística que todos los opuestos finalmente coinciden
en la Divinidad”.

20
La cuestión de la influencia de Don Quijote no es socavada por el posterior redescubrimiento de
otras obras de la literatura española, tales como Calderón (“un poeta romántico”) y romances españoles.
Naturalmente tampoco lo es por la atención que se prestó a otras obras de Cervantes. Los especialistas
citados más adelante, como Burkhard, comentan las Novelas ejemplares; todavía no se ha examinado la
imagen de La Galatea ni, en especial, el Persiles, traducido al alemán ocho veces entre 1746 y 1839
(Tilbert Stegmann, Cervantes' Musterroman “Persiles” [Hamburgo: Hartmut Lüdke, 1971], págs. 224-
225). La Numancia, que se creía perdida, fue publicada por primera vez en 1784. Shelley la llamó
“divina” y se representó en España para fomentar la resistencia contra Napoleón (Enrique de Gandía,
Orígenes del romanticismo y otros ensayos [Buenos Aires: Atalaya, 1946], pág. 36; también Bertrand,
Romantisme allemand, págs. 410-417), su culto “llega...a una verdadera locura” (Arturo Farinelli,
“España y su literatura en el extranjero”, en Divagaciones hispánicas [Barcelona: Bosch, 1936], I, 11-51,
en la pág. 39 [publicado por primera vez en La lectura, 2 (1901), 523-542, 834-849 (no visto)]).

21
Scott, de quién hablaré dentro de poco, fue llamado “el Cervantes de Escocia” por fomentar la
caballería (E. Allison Peers, A History of the Romantic Movement in Spain [1940; reimpreso en New York
y London: Hafner, 1964], I, 107), y Twain fue llamado “el Cervantes de América” por atacar la caballería
que Scott resucitó (Fraser, America and the Patterns of Chivalry, pág. 4).

22
Entre las personas asociadas al romanticismo que, en distintas épocas, vieron a Don Quijote de
forma contradictoria se incluiría a Goethe, quien dedicó un “estudio minucioso y continuado” al libro
(Bergel, págs. 317-320, la cita está en la pág. 318), Heine (Rius, III, 263-264; Maelsaeke, “The Paradox
of Humor”, págs. 37-41), Herder (Bergel, págs. 313-315), y probablemente Tieck (véase Alfred E.
Lussky, “Cervantes and Tieck's Idealism”, Publications of the Modern Language Association of
America,43 [1928], 1082-1097). (He eludido el difícil tema de la influencia de Cervantes en Goethe,
quien tuvo una gran influencia en los hermanos Schlegel y en Tieck. Maelsaeke dice en la pág. 34: “No
nos es permitido ver en las obras maestras de Goethe como Faustoy Wilhelm Meister la menor influencia
directa de la obra de Cervantes, pero la relación del poeta de Fausto con el autor de Don Quijote debe
encontrarse en las extrañas afinidades que, más allá de las fronteras de épocas y países, siempre darán
testimonio de una tendencia humana, demasiada humana, que subyace en todas las grandes obras de arte.
No podemos sino reconocer la gran semejanza en la irónica actitud de superioridad de Goethe y
Cervantes hacia héroes como Wilhelm Meister y Don Quijote”.

23
“Romántico, término para el que, en conexión con la literatura, no existe ninguna definición
generalmente aceptada” (Oxford Companion to English Literature, ed. Sir Paul Harvey, 40 edición
[Oxford: Clarendon Press, 1967]; la 50 edición, de Margaret Drabble [1985], omite esta frase e incluye un
largo artículo sobre el romanticismo, haciendo hincapié en su diversidad). En 1963 se afirmó que se había
llegado a un acuerdo acerca de los elementos de una definición (René Wellek, “Romanticism
Reexamined”, en Romanticism Reconsidered, ed. Northrop Frye [New York: Columbia University Press,
1963], págs. 107-133, en la pág. 131; citado y aceptado por Henry H. H. Remak, “Current Research on
Romanticism”, en “Romantic” and Its Cognates. The European History of a Word, ed. Hans Eichner
[Toronto: University of Toronto Press, 1972], págs. 475-500, en la pág. 490). Pero en 1965, “el
romanticismo es todavía el problema más molesto de la historia literaria”, según Morse Peckham,
“Romanticism: The Present State of Theory”, en su The Triumph of Romanticism(Columbia: University
of South Carolina Press, 1970), págs. 58-83, en la pág. 58 (publicado por primera vez en The PCTE
[Pennsylvania Council of Teachers of English] Bulletin, 12 [1965], págs. 31-53). El debate moderno fue
iniciado por Arthur O. Lovejoy, “On the Discrimination of Romanticisms”, Publications of the Modern
Language Association, 39 (1924), 229-253 (reimpreso en su Essays in the History of Ideas [Baltimore:
Johns Hopkins Press, 1948], págs. 228-253), con respuesta de Wellek en “The Concept of ‘Romanticism’
in Literary History”, Comparative Literature, 1 (1949), 1-23 y 147-172 (reimpreso en Concepts of
Criticism de Wellek [New Haven: Yale University Press, 1963], págs. 128-198, traducido por Edgar

196
Rodríguez Leal en Conceptos de crítica literaria [Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1968],
págs. 103-152); el debate fue prolongado y ampliado por Peckham, “Toward a Theory of Romanticism”,
Publications of the Modern Language Association, 66.2 (Marzo,1951), 5-23 (reimpreso en The Triumph
of Romanticism, págs. 3-26), quien después rechazó la mayor parte de lo que había dicho en “Toward a
Theory of Romanticism: II. Reconsiderations”, Studies in Romanticism, 1 (1961), 1-8 (reimpreso en The
Triumph of Romanticism, págs 27-35). Hans Eichner resume de esta manera el estado de la cuestión, “The
Rise of Modern Science and the Genesis of Romanticism”, Publications of the Modern Language
Association, 97 (1982), 8-30, en la pág. 8: “Aunque no hay acuerdo en absoluto acerca del significado de
este evasivo término, las definiciones propuestas han disminuido mucho en número e importancia. Al fin
y al cabo, parece que los académicos se han dado cuenta...de que cualquier definición que pueda abarcar
el soneto de Keats ‘Al Sueño’, Enrique von Ofterdingen de Novalis y Hernani de Hugo debe ser tan
amplia que carecería de sentido”.

24
Sin embargo, obsérvense las alusiones cervantinas en una afirmación reciente: “Había en la mente
romántica la conciencia, común a todo el movimiento, de un conflicto entre dos mundos: ‘Uno era el
mundo de la verdad, bondad y belleza ideales; este mundo era eterno, infinito y absolutamente real. El
otro era el mundo de las apariencias, que para el sentido común era el único, y que para los idealistas
estaba tan lleno de engaños, ignorancia, maldad, fealdad y tristeza, que les descorazonaba y llenaba de
indignación”’ (Ernest Bernbaum, citado por William Emmet Coleman, On the Discrimination of
Gothicisms [New York: Arno, 1980], págs. 232-233; Coleman también proporciona un resumen del punto
de vista actual sobre la definición del romanticismo.)

25
Quienes estaban menos interesados en Cervantes, como Novalis, también estaban menos integrados
en el movimiento.

26
Cervantes era menos popular en la España del siglo XVIII, y su categoría fue a menudo polémica. A
principios del siglo el bibliotecario real y académico Nasarre defendió la superioridad de la Segunda Parte
de Avellaneda sobre la de Cervantes. Defender que Cervantes era el mejor autor español (y como
consecuencia rebajar a Lope, Calderón, etc.) significaba exponerse a ser acusado de falta de patriotismo,
como le ocurrió a Mayáns, primer biógrafo de Cervantes. La misma situación se repitió en 1939 (Julio
Rodríguez Puértolas, “Ideología y realidad. La mitomanía casticista de los ‘Siglos de Oro”’, Nuevo
hispanismo, 1 [1982], 77-102, en la pág. 89). Como señaló Tubino (pág. 196), la apreciación de Don
Quijote como clásico llegó a España del extranjero.

Feijoo ni siquiera menciona a Cervantes (ni tampoco ninguna obra de ficción en prosa) en su ensayo
“Glorias de España” de su Teatro crítico universal. En ninguna de las primeras historias de la literatura
española se le da, ni de lejos, la importancia que cobró más tarde. “El poco imaginativo siglo XVIII
[español] era propenso a considerar el Quijote como una alegoría gigantesca, y por consiguiente a
interpretarlo mal, emplearlo mal e infravalorarlo” (I. L. McClelland, The Origins of the Romantic
Movement in Spain [Liverpool: Institute of Hispanic Studies, 1937], pág. 268; para un ejemplo, véase
Gilbert Smith, Juan Pablo Forner [Boston: Twayne, 1976], pág. 75). La primera indicación que conozco
de cambio en la interpretación se encuentra en Cartas marruecas de Cadalso: “En esta nación hay un
libro muy aplaudido por todas las demás. Lo he leído, y me ha gustado sin duda; pero no deja de
mortificarme la sospecha de que el sentido literal es uno, y el verdadero es otro muy diferente” (ed.
Lucien Dupuis y Nigel Glendinning [London: Tamesis, 1966], pág. 131). Según una nota de Ribero y
Larrea publicada en 1792, “La popularidad de Cervantes crecía rápidamente.... Aunque parezca extraño,
aunque el siglo XVIII sufría muchas ilusiones misteriosamente adversas acerca del genio nativo, preservó
la tradición de Calderón, rescató a Lope y a Tirso del olvidó, y empezó a pensar en Cervantes como el rey
de la literatura española” (McClelland, pág. 269; cursiva del autor). Acerca de las distintas lecturas que la
España del siglo XVIII hizo de Don Quijote, véase Francisco Aguilar Piñal, “Anverso y reverso del
quijotismo en el siglo XVIII español”, Anales de literatura española, 1 (1982), 207-216 y “Cervantes en
el siglo XVIII”, Anales cervantinos, 21 (1983 [1984]), 153-163. Sobre la polémica acerca de Cervantes,
la introducción de Antonio Mestre en su edición de la Vida de Miguel de Cervantes Saavedra de Mayáns,
Gilbert Smith, “El cervantismo en las polémicas literarias del siglo XVIII”, en Cervantes. Su obra y su
mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre Cervantes, ed. Manuel Criado de Val (Madrid: Edi-6,
1981), págs. 1031-1035 y R. Merritt Cox, “Cervantes and Three Ilustrados: Mayáns, Sarmiento, and
Bowle”, en Studies in the Spanish Golden Age: Cervantes and Lope de Vega, ed. Dana B. Drake y José A.
Madrigal (Miami: Universal, 1978), págs. 12-20.

197
27
No puedo resistir la tentación de citar el siguiente ejemplo de la influencia de Cervantes en los
Estados Unidos: “Thoreau creía que ‘para ser caminante se necesitaba una dispensa directa del cielo’. ‘El
espíritu heroico caballeresco que había pertenecido al caballero’, observó, ‘parece que ahora reside, o
quizás se haya rebajado, en el del caminante: no el caballero, sino el caminante andante’” (Schenk, The
Mind of the European Romantics, pág. 173).

28
Alfred Lussky, Tieck's Romantic Irony, with Special Emphasis upon the Influence of Cervantes,
Sterne, and Goethe (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1932), pág. 3. Tymms, pág. 121, lo
expone de la siguiente forma: “fue Friedrich Schlegel quien se constituyó en el primer y mayor legislador
del movimiento, e ideó un código teórico de principios románticos”.

29
Bertrand,Cervantes et le romantisme allemand, págs. 120 y 627. Debe mencionarse que según
Bertrand (págs. 102-103), Cervantes confirmó a Friedrich Schlegel conclusiones a las ya había llegado;
sobre los orígenes de la teoría del romanticismo de Schlegel véase Lussky, Tieck's Romantic Irony,
especialmente los capítulos 1 y 2, y Raymond Immerwahr, “The Subjectivity or Objectivity of Friedrich
Schlegel's Poetic Irony”, Germanic Review, 26 (1951), 173-191, en la pág. 185, nota 55.

30
René Wellek, Historia de la crítica moderna (1750-1950), versión castellana de J. C. Cayol de
Bethencourt (Madrid: Gredos, 1959-1972), II, 36.

31
Herder, citado en Hoffmeister, pág. 129.

32
Wellek,Historia, II, 64. “Dentro de este supremo género de la novela Don Quijote era para Friedrich
el más gran ejemplo” (Tymms, pág. 131). La identificación del romanticismo con un tipo de poesía lírica
es tardía y limitada a la historia literaria inglesa.

33
Citado de la revista Athenaeum, sin especificar el número ni la página, por Franco Meregalli, “Los
primeros dos siglos de recepción de la obra cervantina: una perspectiva”, en Actas del Tercer Coloquio
Internacional de la Asociación de Cervantistas(Barcelona: Anthropos, en coedición con el Ministerio de
Asuntos Exteriores, Madrid, 1993), chapter 6págs. 33-42, en la pág. 41.

34
Vorlesungen über philosophische Kunstlehre, citado por Wellek, “The Concept of ‘Romanticism’ in
Literary History”, pág. 6.

35
Close,Romantic Approach, págs. 29-30.

36
Catalogue de la Bibliothèque célèbre de M. Ludwig Tieck qui sera vendue à Berlin le 10. Décembre
1849 et jours suivants par MM. A. Asher et Comp. (1849; reimpreso en Wiesbaden: Martin Sändig, 1979).

37
Köpke, citado en Lussky, ACervantes and Tieck's Idealism”, pág. 1084.

38
Kritische Schriften, citado por Lussky, Tieck's Romantic Irony, pág. 122.

39
“Nos dice el motivo por el que venera a Cervantes por encima de los demás prosistas...: Es aquel
delicado equilibrio entre la cariñosa estimación que tiene Cervantes por su héroe y el hecho de que se
sonría ante sus debilidades” (Roger Paulin, Ludwig Tieck. A Literary Biography [Oxford Univ. Press,
1985], pág. 313). Hay una edición crítica de la traducción de Tieck hecha por H. Rheinfelder (Düsseldorf:
Rauch, 1951), según Kurt Reichenberger, “Cervantes und die Literarischen Gattungen”, Germanisch-
Romanische Monatsschrift, neue folge, 13 (1963), 233-246, pág. 243; Reichenberger también cita
Berichtigung zur Tieck'schen Übersetzung des “Don Quijote”, 1944, de Rheinfelder, que no he podido
localizar.

40
Miguel Romera-Navarro, El hispanismo en Norte-América: exposición y crítica de su aspecto
literario (Madrid: Renacimiento, 1917); Merrill F. Heiser, “Cervantes in the United States”, Hispanic
Review, 15 (1947), 409-435; Stanley Williams, The Spanish Background of American Literature (New
Haven: Yale University Press, 1955), sobre el cual hay importantes reseñas escritas por Lewis Mumford
Jones, Comparative Literature, 7 (1955), 272-275 y Ángel del Río, Romanic Review, 47 (1956), 197-205;

198
Frederick S. Stimson, Orígenes del hispanismo norteamericano (México: de Andrea, 1961); y Joseph
Harry Harkey, “Don Quijote and American Fiction through Mark Twain”, tesis, University of Tennessee,
1967 (resumen en Dissertation Abstracts, 29 [1968], 229A).

41
“The Vogue of Don Quixote in England, 1605-1660”, tesis, New York University, 1938; en Four
Articles on “Don Quixote” in England, del mismo autor (New York, 1941) hay un extracto de esta tesis,
junto con “Don Quixote through English Eyes” de Knowles, Hispania, 23 (1940), 103-115. Véase
también el artículo “Cervantes and English Literature”, ya citado (capítulo 4, nota ).

42
“Cervantes and English Literature”, pág. 273. Su influencia en los siglos XVII y XVIII ha sido
posteriormente analizada por John Ledger Skinner, “Changing Interpretations of Don Quixote from
Hudibrasto Pickwick”, tesis, Cambridge University, 1973, y por Edward Lee Niehus, “The Nature and
Development of the Quixote Figure in the Eighteenth-Century English Novel”, tesis, University of
Minnesota, 1971 (resumen en Dissertation Abstracts International, 32 [1971], 3319A-3320A).

43
Edward Dudley, “Cervantes and Wordsworth: Literary History as Literature and Literature as
Literary History”, en Cervantes. Su obra y su mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre
Cervantes, ed. Manuel Criado de Val (Madrid: Edi-6, 1981),págs. 1097-1104; Glenn W. Most,
“Wordsworth's ‘Dream of the Arab’ and Cervantes”, English Language Notes, 22.3 (Marzo, 1985), 52-58.

44
No obstante, ver la influencia de Cervantes en una idea tan romántica como la siguiente es algo
tentador: “Donde los románticos disentían más profundamente de las actitudes del siglo anterior era en su
concepción del amor. Lo concebían como la unión perfectamente armónica entre un hombre y una mujer.
Eso implicaba, ante todo, que no tenía que disociarse el impulso sexual y el amor espiritual, como solía
ocurrir en la época anterior.... [Una formulación de Friedrich Schlegel y Shelley]: ‘Llegará el día en que
la belleza interior, la vida interior del alma será el primer y principal atributo de una mujer. Sin esta
belleza interior una mujer no puede ser ni siquiera físicamente atractiva’” (H. G. Schenk, The Mind of the
European Romantics. An Essay in Cultural History [New York: Frederick Ungar, 1967], pág. 153); sobre
el equivalente homosexual véase Tymms, págs. 130-131. James D. Wilson, aunque no menciona a
Cervantes en su The Romantic Heroic Ideal (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1982) tiene
unos capítulos sobre “El objeto amoroso romántico: la mujer como proyección narcisista” y “La búsqueda
estética de la autoaniquilación”, y también habla sobre el sentido de misión divina que tenía el héroe
romántico. La distinción que Tymms establece entre el héroe romántico y Don Quijote muestra que ha
interpretado mal la obra de Cervantes: “El héroe romántico alemán huye de la realidad, del mundo físico,
como un nuevo Don Quijote: pero con la diferencia esencial de que la huida del romántico no es el
capricho de un excéntrico, cuya huida al caballeresco mundo del romance es absurda, una ilusión, una
forma de locura (como lo es en Don Quijote); la huida del romántico expresa el triunfo del espíritu
humano sobre la esclavitud de la mortalidad, es una huida perfectamente válida y (subjetivamente)
afortunada de la realidad física” (pág. 6).

45
Immerwahr, “‘Romantic’ and its Cognates”, especialmente las págs. 18-19, y “The Word romantisch
and its History”, en The Romantic Period in Germany, ed. Siegbert Prawer (London: Weidenfeld and
Nicolson, 1970), págs. 34-63, especialmente las págs. 39-40 y 48-51; también Lovejoy, “The Meaning of
‘Romantic’ in Early German Romanticism”, en Modern Language Notes, 31 (1916), 385-396 y 32 (1917),
65-77, reimpreso en sus Essays in the History of Ideas, págs. 183-206, págs. 190-191 y 205 de la
reimpresión. Como indica Immerwahr, el término “romántico” en el sentido que nos interesa aquí nació
en Inglaterra, donde “‘romántico’ significaba ‘como en un romance’, y por tanto ‘medieval’ y
‘caballeresco”’ (Tymms, pág. 3). “El término romance aplicado a una narración o a una obra de ficción no
tenía, a mediados del siglo XVIII, el mismo significado que ahora. La distinción puede ser vaga; pero un
romance en 1750 a menudo sugería las sagas de caballerías, Amadís, los Palmerines, Tirante el blanco...”
(Summers, pág. 25). La inspiración de esta selección de títulos sólo puede ser cervantina.

46
Literary Notebooks, citado en Immerwahr, “The Word romantisch”, pág. 54. El término romance
aplicado a Don Quijote tiene distintas connotaciones genéricas en un contexto alemán y en uno inglés. En
Inglaterra romance se había considerado durante cierto tiempo inferior a su sucesor, la novela; en
Alemania, donde Roman significaba novela (véase Stuart Atkins, “Wilhelm Meisters Lehrjahre: Novel or
Romance?”, en Essays on European Literature in Honor of Liselotte Dieckmann [St. Louis: Washington
University Press, 1972], págs. 45-52), la novela o Roman se oponía a su sucesora, la épica. (Como la

199
épica medieval era casi desconocida, no se consideraba, como en la actualidad, que el romance desciende
de la épica medieval.)

En ambos casos, el romance es el género más antiguo, y se estimaba conveniente que reviviera o que
se extrajeran algunas de sus cualidades. España era romántica porque era medieval, lo que se interpretaba
como católica, sentimental, irracional (véase Van Maelsaeke, pág. 34; sobre el sentido religioso del
interés romántico por la Edad Media, véase Wilson, The Romantic Heroic Ideal, capítulo 3: “The
Romantic Communal Impulse: A Search for Providential Order”).

47
Oscar Burkhard, “The Novelas exemplares of Cervantes in Germany”, Modern Language Notes, 32
(1917), 401-405, en la pág. 405.

48
Sobre su lugar en la historia cervantina alemana, véase Bergel, pág. 313, y W. Daniel Wilson, The
Narrative Structure of Wieland's “Don Sylvio von Rosalva” (Bern: Peter Lang, 1981), págs. 123-127. En
Rius, III, 197-199 hay una traducción de un acertado extracto de Kritische Betrachtungen über die
poetischen Gemälde der Dichter de Bodmer (Zurich, 1741); Wilson (pág. 123, nota 4) incluye referencias
a unas ediciones del texto alemán.

49
“Pocas obras han tenido tanta influencia en la literatura inglesa como las Reliquias de Percy.... Scott
conoció esta obra a la edad de trece años, y el lugar donde la leyó quedó grabado en su memoria para
siempre. Wordsworth no la admiraba menos. Escribió: ‘Creo que no hay ningún buen poeta actual que no
se enorgullezca de reconocer su deuda con las Reliquias’” (Henry B. Wheatley, introducción de su
edición de las Reliques, I, xci.) Wordsworth dijo que los volúmenes de Percy habían “redimido” la poesía
inglesa (citado por Johnston, Enchanted Ground, pág. 1). Las Reliquiasde Percy también tuvieron una
importante influencia en la Alemania prerromántica: véase Elsie I. M. Boyd, “The Influence of Percy's
Reliques of Ancient English Poetry on German Literature”, Modern Language Quarterly, 7 (1904), 80-99.

50
Wheatley, I, lxxxv. Todavía no tenía la idea de redactarlo en noviembre de 1757 (Bertram H. Davis,
Thomas Percy [Boston: Twayne, 1981], pág. 76).

51
Cleanth Brooks, “Thomas Percy, Don Quixote, and Don Bowle”, en Evidence in Literary
Scholarship. Essays in Memory of James Marshall Osborn, ed. René Wellek y Alvaro Ribeiro [Oxford:
Clarendon Press, 1979], págs. 247-261, en las págs. 246-247.

52
Citado por Smith, en la introducción de Ancient Songs de Percy. No se ha publicado esta carta; véase
Beutler, Thomas Percy's spanische Studien, pág. 79.

53
“Don Quijote ha sido siempre mi libro favorito” (carta a Locker Davis de principios de marzo de
1761, en Ancient Songs de Percy, pág. x); en la primera frase de su Letter to Dr. Percy, John Bowle se
refiere a “nuestro escritor favorito Cervantes”. En la correspondencia entre Percy y Bowle se encuentran
más comentarios de este tipo.

54
Véase la carta a Lockyer Davis de principios de marzo de 1761, en Ancient Songs de Percy, págs.
xii-xiii. La “Bibliotheca Quixotiana” de Percy fue calificada de colección en 1761, y en 1759 tenía libros
tales como Palmerín de Oliva en español y Tiran lo blanc en francés. En su correspondencia con Davis,
Percy dice que desea utilizar libros caros que no podía comprar, a cambio de los cuales Davis tendría la
primera opción para la publicación de los resultados de la investigación de Percy sobre Cervantes; por la
factura de Davis a Percy, incluida en su carta del 28 de marzo de 1761 (Boston Public Library, MS Eng.
154(2)), vemos que los libros en cuestión eran Polindo, Las Sergas del [sic] Esplandian, Amadis de
Gracia [sic], y Felix Marte de Yrcania, todos a 2.2 libras esterlinas cada uno; también había en la factura
Amadis de Gaule en 3 volúmenes (1.5 libra), Diana of Montemayor (0.7.6), Palmerin of England (0.7.0),
Roland l'Amoureux en 2 volúmenes (0.3.0) y Notes on Don Quixotede Gayton (0.2.6). Véase también
Beutler, Thomas Percy's spanische Studien, pág. 349, que reconstruye y anota la “Quixotic Library” en
las págs. 367-400, A. Watkin-Jones, “A Pioneer Hispanist: Thomas Percy”, Bulletin of Spanish Studies, 14
(1937), 3-9, y el capítulo sobre Percy en Johnston, Enchanted Ground, en especial la pág. 91. Aunque la
biblioteca de Percy no se vendió hasta 1969, cuando fue comprada en bloque por Queen's University de
Belfast (The Library of Thomas Percy, 1829-1811[London: Sotheby, 1969]; hay un ejemplar en la

200
biblioteca de Florida State University) y hacía tiempo que faltaban casi todos los libros de caballerías y
otras obras españolas (véase Watkin-Jones, pág. 9).

55
Véase Mack Singleton, “Cervantes, John Locke, and Dr. Johnson”, en Studia Hispanica in Honorem
R. Lapesa (Madrid: Cátedra-Seminario Menéndez Pidal—Gredos, 1972), I, 531-547.

56
En A Letter to Dr. Percy, Bowle dice al principio que se dirigió a Percy porque “está muy versado en
todas las ramas de las buenas letras, especialmente la que tanto ha absorbido mi tiempo y mi atención”
(pág. 1, he añadido la cursiva), y después añade que “no es mi intención ahora molestarle con extractos de
los Libros de Cavallerías—los Romances, que, con su ayuda, me he esforzado en estudiar” (pág. 3,
cursiva añadida). Al principio de su edición, Bowle escribió “Se deben principalmente Agradecimientos
al Reverendo Señor el Dr. Thomas Percy, Dean de Carlisle, que de su Librería Cavalleresca de Quixote
me regaló el uso de quantos Libros tuvo, necessarios para ilustrar su Historia” (citado por Smith en el
prólogo de Ancient Songs, pág. xv). En la correspondencia entre Percy y Bowle puede verse como, de los
dos, era Percy quien más se interesó por los romances españoles, que, como dijo en su carta a Bowle del
15 de julio de 1781, quería ver reimpresos.

57
Introducción de su edición de Palmerin of England (London, 1807), I, xliv. Southey señala una
excepción: Amadís de Grecia, que ha influido en Sidney, Spenser y Shakespeare.

58
Se incluyen breves extractos de las traducciones de Amadís y Palmerínen la traducción de Don
Quijote realizada por Ormsby-Jones-Douglas, págs. 848-880. Puede conseguirse la edición que hizo
Southey de Amadísen 1872, en University Microfilms, número de pedido A7G-OP62574.

59
Charles I. Patterson, “The Keats-Hazlitt-Hunt Copy of Palmerin of England in Relation to Keats's
Poetry”, Journal of English and Germanic Philology, 60 (1961), 31-43; Thomas, pág. 226.

60
Puede encontrarse Chronicle of the Cid, que es una combinación de diversas fuentes, como explica
Southey en su prólogo, con una introducción de V. S. Prichett (New York: Heritage Press, 1958).

61
Sobre el hispanismo de Southey, véase Ludwig Pfandl, “Robert Southey und Spanien. Leben und
Dichtung eines englischen Romantikers unter dem Einflusse seiner Bezeiehungen zur pyrenäischen
Halbinsel”, Revue hispanique, 28 (1913), 1-315. Tres episodios en Omniana de Southey y Coleridge,
todos de Southey, aluden a libros de caballerías : “Lions of Romance” (págs. 85-87), que menciona
Palmerín de Oliva, “Amadis and Esplandian” (págs. 90-91) y “Tirante el blanco”, ya citado en el capítulo
3. Los dos primeros se publicaron por primera vez en The Athenaeum, 4 (1808), 30-31 y 125-126
respectivamente.

62
Mientras que en España había un Belianís literario desde mediados del siglo XVIII (McClelland,
págs. 58, 62 nota 2, etc.) la primera edición de Amadísdesde 1587 no se publicó hasta 1838. Sobre las
nuevas ediciones de Malory, véase Johnston, Enchanted Ground, págs. 190-192; sobre el resurgimiento
de la literatura artúrica en Inglaterra, véanse los dos últimos capítulos de Stephen Knight, Arthurian
Literature and Society (New York: St. Martin's, 1983), y Raymond H. Thompson, The Return from
Avalon: A Study of the Arthurian Legend in Modern Fiction (Westport, Connecticut: Greenwood, 1985).
El estudio pionero fue el de Nathan Comfort Starr, King Arthur Today: The Arthurian Legend in English
and American Literature, 1901-53 (Gainesville: University of Florida Press, 1954). Sobre el renacimiento
de la literatura artúrica en la Inglaterra del siglo XVIII, véase Kurt Gamerschlag, “Arthur Coming Alive
Again: 18th-Century Medievalism and the Beginnings of a Modern Myth”, en Mette Pors, ed., The
Vitality of the Arthurian Legend: A Symposium (Odense: Odense University Press, 1988), págs. 91-103.

63
Mark Girouard, The Return to Camelot. Chivalry and the English Gentleman (New Haven y
London: Yale University Press, 1981), en un asombroso último capítulo le atribuye cierta responsabilidad
por la Primera Guerra Mundial. La acusación de Twain (en Vida en el Mississippi) que tuvo cierta
influencia, por la “caballería sureña”, en la Guerra Civil Americana es bien conocida. También es bien
conocido el papel que desempeñó la caballerosía sirviendo de estímulo al nacionalismo alemán, y con él,
a la maquinaria militar alemana en la época expansionista y agresiva de Bismarck (Tymms, pág. 9) por
medio de Wagner, tuvo cierta influencia en el movimiento nacionalsocialista.

201
64
El restablecimiento de la caballería por parte de Scott jugó un papel importante en el nacimiento del
concepto moderno de Escocia. “Un drama prerromántico, Goetz von Berlichingen de Goethe, ya había
inaugurado la tradición de las obras de teatro caballerescas, pero no fue hasta la era romántica cuando
surgió el género literario de la novela caballeresca, que tuvo gran aceptación gracias a las dotes
imaginativas de Sir Walter Scott. Scott, de origen parcialmente celta, combinó con ingenio la nostalgia
feudal y patriótica. En sus evocaciones le ayudó mucho el hecho de que la era de los ideales heroicos que
intentó resucitar era mucho menos remota en Escocia que en la mayoría de los demás países. Pues no
hacía mucho tiempo, quizás sólo una generación antes de su nacimiento en 1771, que había predominado
el sistema de clanes en la sociedad de frontera a la que pertenecían sus antepasados. Y el patriotismo
retrospectivo podía valerse de un acontecimiento tan reciente como la rebelión jacobita del ‘Bello
Príncipe Charlie’ de 1745-1746, que, en Waverly, la primera novela de Scott, se presenta con todo el
encanto de una causa perdida. Evidentemente la nostalgia por el pasado y la simpatía por las causas
perdidas a menudo van de la mano.” (Schenk, The Mind of the European Romantics, pág. 34.) Sobre este
tema, véase Hugh Trevor-Roper, “The Highland Tradition of Scotland”, en The Invention of Tradition, ed.
Eric Hobsbawm y Terence Ranger (Cambridge: Cambridge University Press, 1983), págs. 15-41.

65
Girouard, pág. 30; también Pierce, Currents and Eddies, capítulos 5 y 7. “Para encontrar un éxito
universal semejante al que tuvo Amadís de Gaula, es menester llegar en el siglo XIX a las novelas de
Walter Scott” (Ángel Salcedo Ruiz, La literatura española, II [Madrid: Calleja, 1916], 386).

66
Peers,A History of the Romantic Movement in Spain, I, 107. Entre los españoles influidos por Scott
tenemos a Milá y Fontanals, quien dijo que Scott era su autor preferido y el que le introdujo a los estudios
medievales (Philip H. Churchman y E. Allison Peers, “A Survey of the Influence of Sir Walter Scott in
Spain”, Revue hispanique, 55 [1922], 227-310, en las págs 261-262). Scott es por lo tanto un antecesor
clave en la tradición erudita que produciría la exaltación del heroísmo medieval español de Menéndez
Pidal. Sobre sus consecuencias véase María Eugenia Lacarra, “La utilización del Cid de Menéndez Pidal
en la ideología militar franquista”, Ideologies & Literature, 12 (1980), 95-127, y “Consecuencias
ideológicas de algunas teorías en torno a la épica peninsular”, en Actas del séptimo congreso de la
Asociación Internacional de Hispanistas (Roma: Bulzoni, 1982), II, 657-666.

67
“El impacto de la obra de Scott no fue menos prodigioso que el de Lord Byron. Manzoni, Alfred de
Vigny...e incluso Balzac, a pesar de sus críticas, admitió que Scott le había influido.” (Schenk, The Mind
of the European Romantics, pág. 35.)

68
Vida de Scott escrita por Lockhart, citada en W. U. McDonald, Jr., “Scott's Conception of Don
Quixote”, Midwest Review, 1 (marzo, 1959), págs. 37-42, en la pág. 37.

69
Skinner, pág. 335. Continúa: “La existencia de importantes paralelismos entre Cervantes y Scott era
clara incluso para los contemporáneos de éste, y el distinguido crítico sueco C. A. Hagberg explicó estas
conexiones en una fecha tan temprana como 1838”. En una nota Skinner cita Ch. Aug. Hagberg,
Cervantes et Walter Scott. Parallèle littéraire (Lund, 1838).

70
James Fitzmaurice-Kelly, Historia de la literatura española, desde los orígenes hasta el año 1900,
traducida del inglés y anotada por Adolfo Bonilla y San Martín (Madrid: La España Moderna, [1901]),
pág. 321; Aubrey Bell, “Scott and Cervantes”, en Sir Walter Scott Today. Some Retrospective Essays and
Studies, ed. H. J. C. Grierson (London: Constable, 1932), págs. 69-90, en la pág. 70.

71
Knowles, “Cervantes and English Literature”, pág. 286.

72
Clara Snell Wolfe, AEvidences of Scott's Indebtedness to Spanish Literature”, Romanic Review, 23
(1932), 301-311; más superficialmente, Aubrey Bell, “Scott and Cervantes”.

73
Staves, pág. 214. Esta postura puede contrastarse con un estudio como el de Jane Millgate, Walter
Scott: The Making of the Novelist (Toronto: University of Toronto Press, 1984), que no dice nada acerca
de Cervantes, de Amadís, y ni siquiera de Southey, o con la confusión histórica que hay en un artículo en
el que por lo menos se menciona a Amadís: Jerome Mitchell, “Scott's Use of the Tristan-Story in the
Waverley Novels”, Tristania, 6.1 (1980), 19-29. Pierce,Currents and Eddies, habla mucho sobre Scott y

202
no puede evitar tratar de los elementos españoles, pero equipara la influencia española con el tratado de
temas españoles y es poco comprensivo.

74
Edinburgh Review, Octubre 1803, págs. 109-136. Fue la primera reseña que Scott publicó (Margaret
Ball, Sir Walter Scott as a Critic of Literature [New York: Columbia University Press, 1907], págs. 37 y
162).

75
En un principio se creía que Vasco de Lobeira era el autor de una redacción portuguesa original de
Amadís, ahora perdida, tal como consta en la introducción de Southey; la teoría de la autoría portuguesa
actualmente no está de moda, pero todavía subsiste. Montalvo escribió la versión que tenemos. Herberay
es el traductor francés de la obra.

76
Mientras que Amadís tiene una vida independiente (véase, para Alemania, Sigmund J. Barber,
“Amadis de Gaule” and the German Enlightenment [New York: Peter Lang, 1984]), la alusión a Tirant y
en especial a Palmerín de Inglaterra es un signo infalible de influencia cervantina. Por ejemplo, Daniel
Schlieber los menciona junto con otros en “Anmerkung zu Lisuart und Dariolette” (1767; resumido por
Gloria Flaherty, Opera in the Development of German Critical Thought [Princeton: Princeton University
Press, 1978], pág. 255). También se encuentran (con Perceforesty The Knight of the Sun) en Matthew G.
Lewis, The Monk, ed. Louis F. Peck (New York: Grove, 1952), págs. 147 y 258; véase Edgar G.
Knowlton, Jr., “Lewis's The Monk and Tirant lo blanc”, Notes and Queries, new series, 30 (1983), 64-65.
No obstante, no es necesario contar con estos nombres para detectar la influencia de Cervantes, que se
encuentra en toda esta importante novela gótica. La misma obra The Monk, según la introducción de John
Berryman en la edición de Grove (págs. 25-27) influyó en Byron (especialmente en el concepto que
Byron tenía del héroe) y en Scott, a los que Lewis inspiró, y también en Shelley, Wordsworth y Southey.

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siguientes reimpresiones en colecciones de trabajos de Menéndez Pelayo han llegado a
mi noticia: Estudios de crítica literaria, IV (Madrid, 1907), 1-64 (no vista); Estudios y
discursos de crítica histórica y literaria, edición nacional (Madrid: CSIC, 1941-1942),
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