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¿Por qué ocurrió la Revolución Industrial?

La Revolución Industrial, que se inició en Inglaterra durante la segunda mitad del


siglo XVIII, es quizás uno de los eventos más decisivos en la historia de la
humanidad. La invención de la hiladora mecánica o la máquina de vapor, entre
otras muchas innovaciones que se sucedieron desde entonces, han multiplicado
nuestros niveles de bienestar a una escala que los contemporáneos no hubieran
imaginado. La pregunta del millón es por qué ocurrió en ese lugar y en ese
momento determinado.
De acuerdo con la explicación más aceptada hasta ahora, expuesta por Bob Allen,
Inglaterra disponía de una combinación única de factores que permitieron que
saltara la chispa. Así, la ruleta de la geografía le había favorecido ya que disponía
de abundantes reservas de carbón fácilmente accesibles. Además, por diversas
razones, el coste del dinero y, por tanto, la posibilidad de invertir en tecnología,
era también bastante asequible. Pero quizás más importante todavía era que el
coste de la mano de obra era relativamente elevado. El éxito del comercio colonial
inglés había permitido que Londres se convirtiera en un centro económico
extraordinariamente dinámico, lo que presionó los salarios al alza. En resumen, el
elevado coste de la mano de obra, en relación al coste de la energía y del capital,
incentivó la adopción de nuevas tecnologías que ahorraban en trabajo y por tanto
hacían rentable la inversión en innovación.
Otros autores han intentado explicar la singularidad inglesa poniendo el énfasis
en otros elementos. Así, Joel Mokyr sostiene que la Ilustración, y el contexto
intelectual que promovió, fue clave a la hora de generar unas condiciones
culturales que favorecieran la innovación, además de proveer la base científica
que permitió que se desarrollaran esas innovaciones.
Sin embargo, el edificio explicativo expuesto por Allen se ha puesto en duda
recientemente gracias al trabajo de varios investigadores que curiosamente
también están basados en Oxford lo que ha llevado a que este intercambio se
conozca como el Oxford Wage Debate.
Por un lado, Judy Stephenson ha investigado los contratos de las obras de
construcción de los que salen los salarios que Allen ha usado. Judy argumenta que
esos salarios no eran en realidad salarios sino lo que se pagaba a los contratistas
y que los trabajadores en realidad recibían salarios en torno a un 20-30 por ciento
más bajos. Por otro lado, Jane Humphries ha subrayado que los salarios en los
que Allen sustentaba su tesis poco tenían que ver con los que se pagaban en las
fábricas textiles cuya mano de obra eran mayoritariamente mujeres y niños. Estos
autores concluyen, por tanto, que los incentivos a la mecanización se deben
buscar en otro sitio.
Las réplicas de Allen no se han hecho esperar. Por un lado, aunque reconoce el
excelente trabajo de Judy Stephenson, argumenta que sus conclusiones son poco
convincentes y que, en cualquier caso, aún suponiendo que hubiera que ajustar
los salarios ingleses ligeramente a la baja, esto no tendría ninguna implicación
para su tesis ya que éstos seguirían siendo significativamente mayores que los de
ningún otro país. Por otro, ofrece cierta evidencia de la participación de mujeres y
niños en la High Wage Economy y reitera de nuevo que su perspectiva es global en
el sentido de que, a pesar de la imagen de pobreza que rodea al proletariado
inglés de la época, sus niveles de vida eran sin embargo mejores que en el resto
del mundo, sin olvidar que la propia mecanización afectó negativamente a
amplios segmentos de la clase trabajadora.
Su modelo también explica cómo la tecnología se difundió a otros países
únicamente cuando los precios relativos de la energía, el trabajo y el capital la
hacían rentable. Las pequeñas pero numerosas mejoras en los procesos tuvieron
también un papel muy importante en la difusión de la revolución industrial ya que
mejoraron significativamente la eficiencia de la tecnología reduciendo el consumo
de materias primas que eran relativamente caras en otros lugares (la máquina de
vapor, por ejemplo, redujo su consumo de carbón de 45 libras por caballo de
potencia a principios del siglo XVIII a sólo 2 a mediados del siglo XIX). 
Es posible por tanto que, aunque los salarios no fueran tan altos como argumenta
Allen, la combinación de los tres factores que él subraya (carbón barato, intereses
bajos y salarios relativamente altos) todavía favorezca a Inglaterra respecto a
otros candidatos como Francia o China. Por lo que sabemos hasta ahora, en lugar
de considerar ambas teorías (la de Allen y la cultural de la Ilustración) como
excluyentes, deberíamos subrayar sus varios elementos como necesarios, pero no
suficientes, para el despegue del crecimiento económico moderno.

FUENTE BIBLIOGRÁFICA:

Beltrán F. (201).8 Nada es Gratis. Recuperado el 19 de septiembre de 2022, de


https://nadaesgratis.es/fran-beltran/60540

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