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¿Qué 

educación 
 
queremos a través 
del cine? Luis García Orso, s.j.

Luis García Orso, s.j. Cada uno de nosotros guarda en la memoria y en el corazón
Doctor en Teología. Presidente de la los títulos de algunas películas: por ejemplo, desde El
Organización Católica Internacional
del Cine en México. Ha publicado acorazado Potemkim, Casablanca o Los olvidados, hasta
Una guía para ver cine, Humanidad Azul, Estación central o Belleza americana. Éstas, y cada una
en lo no humano y diversos artículos
de teología pastoral.
de nuestras cintas favoritas, seguramente nos dejaron una
profunda huella casi sin querer, nos emocionaron
hondamente; nos hicieron sentir, pensar o actuar de otra
manera; nos abrieron a un mundo desconocido, o nos
ayudaron a releer y asumir nuestra propia vida, y nos
animaron a esperar, a luchar, a amar…
      Por más de un siglo el cine ha sido para todo el mundo un
  maravilloso espacio que nos va formando para la vida, y lo
seguirá haciendo, si sabemos encontrarnos con él y
aprovecharlo. Pensando en las jóvenes generaciones y en
nuestra relación con ellas, veo que todos necesitamos
aprender a ver el cine como un medio que nos está educando
o no, en alguna dirección. Para suscitar nuestra reflexión
comparto con ustedes estos tres puntos de diálogo acerca del
cine: visto como vehículo de relaciones, como invitación a
nuestras respuestas de vida y como medio que nos forma
integralmente.

 
 
   El cine nos relaciona con otros
El cine nos hace entrar en relación con otros. Delante de una
pantalla no podemos quedarnos como personas distantes,
espectadores inertes y fríos, seres invulnerables a lo que pasa
delante de nosotros; porque entre la película y el espectador
siempre se crea un vínculo de relación, complicidad,
comunión… Creo que no podemos tomar el cine sólo como
un entretenimiento inocuo, como un fenómeno superficial que
no nos afecta, como algo que se "ve" pero que no toca nuestro
ser más profundo y nuestros valores; esto no es posible por
más que gran parte del público quiera seguir una postura
ingenua, superficial y descomprometida.
      El cine nos hace entrar en relación con personas, vidas,
historias, situaciones, maneras de vivir, valores en práctica y
conductas explícitas, que crean en nosotros lazos afectivos
con lo que sucede en la pantalla: complicidades, amistades
virtuales, rechazos y desagrados, afectos y simpatías,
preferencias y motivaciones.
      En la vida cotidiana, fuera de la sala de video y de cine, a
los padres de familia les preocupa saber con quién van a
entrar en relación sus hijos e hijas, porque en esa relación se
irán haciendo personas e irán creciendo como tales. Mucho de
lo que resulten ser nuestros jóvenes provendrá de las personas
y del medio social y cultural en el cual se desenvolvieron.
Entiendo así la preocupación de los papás por el significado
educativo que tienen las relaciones que establecemos, y que
ha de ser siempre motivo de diálogo entre adultos y jóvenes -
también a propósito de las películas- de modo que no nos
quedemos simplemente al nivel de una prohibición autoritaria
y de una preocupación obsesiva, maniquea, elitista, restrictiva
o mojigata.
      Desde esta perspectiva, hemos de admitir tanto en la vida
cotidiana como a través del cine, que hay relaciones que nos
humanizan: aquellas que nos hacen experimentar el afecto de
una familia sana, el valor de los amigos, la confianza que nos
dan los otros, el sentirnos escuchados, comprendidos,
acogidos; relaciones donde podemos ser generosos y ayudar,
brindar y recibir palabras de aliento y apoyo, descansar y estar
en paz. Hay películas que nos reflejan estas situaciones de
vida, esta calidad de relaciones, y que merecen ser vistas.
      Para mí unos buenos ejemplos en el cine reciente son el
aprendizaje, motivación y crecimiento para la vida que se da
entre discípulo y maestra en Billy Elliot; la delicadeza, respeto
y perseverancia en aquello que se ama, en el film chino El
camino a casa; la chispa de bondad y tolerancia que cambia
para bien a las personas en Chocolate o en El amor nunca
muere (La viuda de Saint-Pierre); el viaje al nordeste
brasileño que hace crecer la esperanza, entre un niño en busca
de su padre y una mujer en busca de sí misma en Estación
central; la relación intensa y pura con la naturaleza y todos
los sentidos vivida por un niño iraní invidente en El color del
paraíso.
      Pero también hay relaciones en la vida y en el cine que
lesionan nuestra dignidad, que nos dañan, que nos impiden
crecer y creer en los demás: así, cuando nos encontramos con
el engaño, la mentira, la manipulación de nuestros
sentimientos; cuando pasan por encima de nuestros gustos,
intereses, individualidad y libertad; cuando nos impiden tomar
nuestras propias decisiones; cuando nos empujan a vivir en el
rencor, la venganza y la degradación moral; cuando nos
quieren volver objetos de un sometimiento y objetos de
violencia física, moral, sexual, mental, armada, sea dentro de
la familia, de un grupo, de la sociedad o de pueblos enteros.
Esto pasa en la pantalla y no nos hace más humanos; no por el
hecho de que se presenten como realidades de nuestra
limitada condición humana y social, sino en cuanto a que se
justifiquen, se presenten como modelos de vida, se nos invite
a tal tipo de relaciones. Desde ahí tendríamos que desechar
como nocivos los productos del tipo Sylvester Stallone, ya
que los mismos títulos de sus cintas nos sugieren los
presuntos "valores" que plasman: El implacable (Get carter),
 
El demoledor (Demolition man) o Asesinos (Assassins).
      Por eso la pregunta que puede orientar nuestra reflexión
es: ¿Con quiénes queremos que se relacionen -por medio del
cine- nuestros niños y jóvenes? ¿Con quiénes queremos
relacionarnos nosotros mismos? ¿Con qué situaciones en la
pantalla queremos poner en contacto a nuestro público joven?
¿Cómo queremos que sea esa relación? ¿Hacia qué dirección
de crecimiento o decrecimiento humano -no simplemente de
prohibición- deseamos que se den nuestras relaciones
virtuales, pero significativas, con las historias contadas en la
pantalla?
      Las preguntas van dirigidas en primer lugar a los propios
padres de familia, como principales responsables de la
formación de sus hijos; pero también nos competen a todos
como mexicanos en cuanto tocan nuestra manera de construir
el tejido social, los modos de relación entre nosotros y la
dirección que les deseamos dar.

 
  El cine provoca respuestas
El cine no sólo nos pone en relación con otros, sino que
además, al situarnos ante hechos concretos de la vida, nos
invita a participar en ellos, a tomar parte, a responder y actuar
por nuestra cuenta. Es decir, una relación con otras personas -
en este caso a través de las historias cinematográficas-
funciona para todos como una invitación, un incentivo, una
propuesta, una llamada, para que cada uno responda. En esta
respuesta personal, y en su medida grupal o colectiva, los
hombres y mujeres nos vamos haciendo personas en cuanto
hombres y mujeres con capacidad de respuesta y de
responsabilidad. Entiendo esto precisamente como algo
nuestro que tenemos que dar, y que invalida toda clase de
coacciones, manipulaciones e imposiciones.
      La calidad de nuestra vida será la calidad de nuestras
respuestas, formadas y situadas en el contexto real -social,
cultural, valoral- que vivimos y vamos captando, madurando
y formando nuestra manera de responder ante la realidad. Los
hombres no podemos desprendernos de ese lugar de
significados, valores y relaciones que constituyen nuestro
propio hábitat, nuestra propia cultura (dirán los expertos). En
todo el mundo, el cine se ha convertido en un lugar cultural:
un lugar en el que se nos proponen valores y significados de
vida, y en el que se nos invita a participar apropiándonos de
ellos y responder viviéndolos o dejándolos a un lado.
      Nuevamente se nos ofrece una pregunta: ¿Cómo y en qué
dirección quisiéramos que nuestras películas nos ayudaran a
responder? Digo nos ayudaran, nos propusieran, nos
motivaran; nunca, nos impusieran, nos coaccionaran, nos
condicionaran.
      Dejo para especialistas en investigación la tarea de
ayudarnos a ver qué tipo de respuestas está creando en el
público la visión de muchas películas de nuestra cartelera en
cines o videos: con la apología y justificación de la violencia
y la agresión criminal; el imperialismo bélico de los Estados
Unidos, la prepotencia y el desprecio sobre los otros; la
discriminación por las diferencias de raza, religión,
preferencia sexual o política, situación económica, etcétera; la
práctica de la drogadicción como estilo de vida; la agresión
sexual como afirmación propia, presentando a la mujer como
objeto de satisfacción para el varón; el estilo de vida sin
sensibilidad social y sin compromiso con los demás, una vida
basada en el engaño, la manipulación y el consumismo.
      Nuestras pantallas y tiendas de videos están invadidas de
la vulgaridad yanqui, ramplona, soez y degradante para la
vida de los jóvenes, con los American pie (Tu primera vez) y
los Tomcats (Mujeriegos en apuros). ¿Son estos los valores
que queremos que vivan nuestros jóvenes?
      En sentido contrario, también sería importante para
nosotros recoger la propuesta de la UNESCO en el
documento titulado "Sobre el futuro de la educación. Hacia el
año 2000", donde nos presenta aquellos valores que toda
educación debe acrecentar: el respeto a los demás; el sentido
de responsabilidad, solidaridad y justicia y la defensa de la
paz, la identidad y dignidad cultural de los pueblos, entre
otros.

 
  El cine como medio educativo para hoy
La educación de niños, jóvenes y adultos no está solamente en
el hogar y en la escuela, sino también en la televisión y en el
cine, por ser los medios a los que más gente accede. Con su
lenguaje propio, no conceptual ni abstracto, sino a través de
imágenes, historias, ejemplos, propuestas de vida y valores, el
cine es un enorme y poderoso medio educativo que nos va
formando, conformando, proponiendo y guiando.
      A través de imágenes en movimiento que nos atrapan
junto con la música, el color, ritmo, sonido, diálogos y la
fantasía creativa, el cine posee una comunicación mucho más
directa y asequible que el lenguaje verbal y conceptual. Este
lenguaje cinematográfico verdaderamente capta y nutre todos
nuestros sentidos, al igual que nuestra inteligencia, memoria,
fantasía, voluntad y sentimientos, sea para bien o para mal,
para un mayor crecimiento o un detrimento como personas.
      Digo que nutre porque nos proporciona un material de
asimilación, porque no hay un sujeto pasivo o simple receptor,
sino un ser humano -en la edad física, psicológica y moral en
que se halle- que va a trabajar esas imágenes cinematográficas
con todas sus capacidades humanas, asimiladas por él como
una subjetividad que remodula y reinterpreta lo que se le está
presentando, para su propio contexto personal, familiar y
social.
      Las imágenes en la pantalla y en la historia filmada llegan
a nosotros para agitar nuestras emociones, hacernos transitar
de un sentimiento a otro, trasladarnos a todo lugar y tiempo,
darle cuerda a nuestra fantasía e imaginación, hacernos
capaces de inventar, crear y proyectar; tocar y remover
nuestro pozo interior más profundo, dispararnos en un
sinnúmero de pensamientos aún por ser ordenados y
aclarados, mover nuestra inclinación a determinadas acciones,
compararnos con otros y reaccionar con disgustos y
preferencias. El cine tiene un enorme potencial educativo
porque toma a toda la persona, entra a todo lo que uno es, y
nos va formando o deformando en todas nuestras capacidades,
creando sujetos individuales o sociales que se han ido
haciendo en contacto con diversas realidades.
      Por eso se vuelve necesario y urgente plantearnos qué
dirección queremos darle a este medio de formación o
deformación de nuestros valores, de nuestra cultura, de
nuestro desarrollo como mexicanos. Sin duda, en la
producción cinematográfica los realizadores tienen una gran
responsabilidad; pero también nosotros, como público que da
o no su apoyo a cada película en taquilla. Por medio de
canales de diálogo con los distintos sectores de la sociedad y
con la conciencia de la oferta de valores que nos presenta
cada película, los cineastas habrán de ofrecer sus propuestas
de creación en las que todos nos hagamos más humanos.
Finalmente, estoy convencido de que ese es el criterio al que
todos nos debemos abocar: crecer como seres humanos. No es
poca cosa; es lo mejor que nos puede suceder.

Ciudad de México, diciembre de 2001.

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